Mi primera paja a los diez años
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
Cuando aún no cumplía los diez años, un grupo de amigos y yo, decidimos subir a la azotea de nuestras casas en busca de alguna nueva aventura. Y en esa azarosa misión andábamos, saltando bardas y buscando travesuras, cuando al llegar al techo de la casa de mi abuela encontramos a mi hermano mayor que yo (de unos 16 años de edad) en plena paja, o más bien después de una buena chaqueta. Aún tenía la verga bien parada y palpitante, con su gruesa cabeza bien hinchada y roja escurriendo semen y en el piso chorros esparcidos de sucesivas venidas anteriores.
Hasta entonces nunca le había visto la verga a mi hermano y me sorprendió darme cuenta de que poseía un ejemplar bastante viril: una verga muy blanca y gruesa, muy cabezona de tamaño mediano, que por lo que se veía era muy bien atendida por su diestra mano Esa mañana como consecuencia del fragor de la batalla, habían chorros de leche fresquecita recién eyaculada que yacía impactada en el piso, con tal abundancia, que seguramente daba cuenta de una larga sesión pajera. Al lado de los chorros de semen, había unos fósforos que se habían apagado intencionalmente con este líquido esparcido.
Mi hermano era un tipo alto, blanco, bien parecido pero un tanto solitario que vivía con mi abuela y que seguramente se consolaba con este deporte de la paja.
Casi puedo imaginarlo escoger la azotea como el único lugar seguro para su secrecía, alejado de toda posibilidad de ser visto por mis tíos o mi propia abuela, que por cierto era bastante mojigata y espantada. Mi hermano entonces se habría despertado muy caliente esa mañana y habría esperado a que amaneciera para dar rienda suelta a su soledad, chaqueteándose esa verga cabezona que poseía, hojeando un revista donde hubieran algunas chicas desnudas o en bikini que les sirvieran de inspiración e incrementaran su excitación, ya que dentro de su casa no se sentía en la confianza de utilizar el baño o su recamara.
Por su edad, debía estar atravesando por esa etapa en la que a los varones cualquier cosa nos pone bien calientes, desde el roce de la ropa o el simple acto de caminar, cosas te ponen ponen el pito bien parado, sobre todo si llevas algunos días sin vaciar tu arma. Es precisamente esa época en la que no sabes dónde meter ese carrujo de dinamita siempre dispuesto a introducirse en una rendijita y disparar a placer; no importa quién sea la musa, puede ser una vecina que aparezca en la mañana, o tu tía que tiene buenas piernas o simplemente alguien de la familia que la sorprendes en poca ropa o qué sé yo. Te la chaqueteas con cualquier pretexto, que puede ser una foto, una película o cuando no puedes dormir. Te buscas un lugar propicio o te acomodas en tu cama y previa liberación de la ropa que te estorba, comienzas a explorar suave y escrutadoramente tu verga, repasando toda su anatomía desde su base hasta el hongo y luego esa piel suave que la cubre, hasta ponerse bien parada y dura y conforme la acaricias responde aumentando su tamaño y su grosor, escurriéndole un líquido transparente que te lubrica el hongo para no rozarte o lastimarte ya después solamente es cuestión de ir aprendiendo como manejar las sensaciones placenteras que irás experimentando y no venirte de inmediato, sino disfrutarla muy lentamente
Si te la llevas tranquilo, la chaqueta puede durar varios minutos, haciendo pausas antes de venirte y no apresurarte. Procurando no apretarla demasiado, tratando a tu pene con gentileza para que te responda con fidelidad. Te la puedes hacer con una cáscara de plátano o con un bisteck para que la sientas más real o te puedes lubricar la verga con crema o aceite de bebé, el caso es que tengas un momento para ti y disfrutes el delicioso placer de la chaqueta. Y si aprendes a hacerlo, no dejarás de disfrutarla.
——————————–
Volviendo a la aventura en la azotea, casi lo imagino, sentarse alejado de la orilla de algún cuarto de la azotea para no ser visto y liberar apresuradamente ese pene ansioso, que seguramente permanecía oprimido por el pantalón y los calzoncillos y que rápidamente se pondría duro, con la turgencia de un capullo a punto de liberarse.
Tal vez se asomaría a la calle, sin ser visto, atisbando si veía pasar alguna muchacha cachonda, como Margarita, que solía pasearse cadenciosamente con un diminuto vestido que dejaba al descubierto unos muslos sensuales y bellos y que debajo de éste, se delinearan las formas de un coqueto Bikini que resaltaba unas sinuosas nalguitas que al vaivén del andar acompasado de su dueña le provocaran erecciones potentes e inmediatas.
Al observar esa hermosa figura, comenzaría por explorarse suavemente, recorriendo desde la base de su verga hinchada, hasta la roja cabeza, desplazando con su mano sucesivamente de arriba para abajo y de abajo hacia arriba, al tiempo que lubricaría el glande con saliva para experimentar gentilmente la suavidad requerida.
Entonces aumentaría el ritmo desesperadamente hasta sentir como su pito se conectaba, despertando a la bestia dormida de la excitación y dar rienda suelta al placer desenfrenado de una rica chaqueta.
Para entonces su pito agigantado dejaría escapar algunas gotas lubricantes mejorando la sensibilidad al tacto y conforme lo apretaba y se erguía completamente, sus venas asomarían de esa piel blanca, haciéndolo ver impresionantemente viril.
Así que debió continuar pacientemente su tarea, viendo como empezaba a sentir ese cosquilleo desesperante alrededor del cuerpo del pene y de su glande cabezón, con esa ansiedad reprimida de las horas o días en que no habría podido chaquetearse.
Y así aumentado la frecuencia de su estímulo manual persistentemente, lo llevaría poco a poco a experimentar maravillosas sensaciones como un sopor general y un cosquilleo que se habría incrementado lentamente con una ansiedad “indescriptible y flotar o caer hacia un túnel sin fondo, en medio de un torbellino desquiciante y fugaz, mientras sentía que flotaba a la deriva o que se elevaba por el aire sin control.
Dichas sensaciones lo envolverían de los pies a la cabeza y una frenética descarga aflojaría su cuerpo y sus caderas anunciando la inminente eyaculación en cascada.
En esos momentos seguramente se habría olvidado de todo y de todos y sólo se habría concentrado las ricas sensaciones que se venían y que lo harían ascender al éxtasis para olvidar su soledad.
Así continuaría chaqueteándose cada vez más lentamente, para que, a pesar de esa disminución del ritmo, otras sensaciones más ricas e intensas se hicieran presentes.
Por fin luego de un buen rato subir y bajar, bajar y subir, comenzaría a sentir como su cuerpo se iría relajando y un cosquilleo desesperante desde su pene lo iría envolviendo hasta alcanzar todo el cuerpo y sentir una explosión de placer inexplicable y al mismo tiempo una descarga violenta como un rayo que al aterrizar su anatomía le generaría sacudidas violentas e irrefrenables acompañando la expulsión de ríos de leche, que brotarían con violencia y que se acompañarían de oleadas increíbles de placer, hasta sentir escalofríos en las nalgas y las piernas y al salir esos chorros por su verga sentir que llegaba al paraíso.
Pero éste orgasmo, no habría sido el único, porque según las evidencias encontradas en el piso, tuvo varios más.
Tal vez con algunos momentos de reposo o quizás uno tras a otro, pero las huellas en el piso nos hablan de una mañana muy productiva y placentera
Cuando aún no terminaba, se habría entretenido prendiendo unos cerillos y apagarlos con los mocos regados y entonces fue cuando nosotros llegamos a interrumpirlo.
Al percatarse de nuestra presencia no se inmutó y por el contrario nos invitó a que lo secundáramos y lo acompañáramos en la aventura.
Tal vez se le olvidó que yo apenas era un niño de escasos diez años, que nunca se la había chaqueteado realmente, por más que lo deseara.
Pero en medio de su excitación le pareció natural y quiso enseñarme el arte de la paja, aunque en descargo de él y su conciencia, tendría yo que confesar que pese a mi inocencia, me moría de ganas por hacerlo y poder lanzar grandes chorros de leche.
En cuanto a la invitación de mi hermano a que nos uniéramos a las pajas, yo no lo había creído en serio, pero mis acompañantes si y se dispusieron a preparar sus armas para la batalla.
Al principio yo me sentí inseguro de mostrar mi verga porque después de mirar aquel paquete, cómo iba yo a mostrarla, si comparada con la de él, seguramente era menos grande y gorda.
En esas cavilaciones estaba, cuando noté que mis amigos que me acompañaban comenzaron a descubrirse y preparar sus penes para la competición.
Pude ver a Adolfo cuya verga era pequeña y delgada, y que por más que se la jalaba era más bien un pene de niño, que eso si, tenía la cabeza ya toda descubierta y con evidencias de que no era su primera vez, sino que por el contrario era un adicto de la chaqueta.
Por su parte, Hilario que era un poco mayor que nosotros y poseía una verga grande y gruesa, podría decir que destacaba por su apariencia viril y su tamaño, que era mayor que la de los demás y hasta podría calificarla como una buena verga, que también ya tenía seguramente una larga historia chaquetera.
El tercer amigo que era primo de Hilario y creo de nombre Roberto, se unió a los demás contendientes mostrando una verga flaca y poco agraciada, prieta y desaseada y además poco estética, porque más bien parecía un renacuajo.
Tocaba mi turno y yo me sentía, como les decía, inseguro, aunque para entonces ya mi “fiel amigo” se había levantado y pude darme cuenta que era muy parecida a la de mi hermano, tal vez no del mismo tamaño, pero gruesa y cabezona como la de él, que comparada con mis acompañantes tenía yo suficientes motivos para sentirme orgulloso de poseer tan bello ejemplar.
Mi verga no era tan blanca como la de mi hermano pero es de esas vergas que cuando están flácidas parecen más pequeñas pero que durante la erección aumentan bastante de tamaño y como una característica propia, es bastante gruesa
Antes de la contienda, tal vez por nerviosismo, mi hermano comenzó a hablar del peligro que había de embarazar a las muchachas alertándonos en detalle acerca de cómo evitarlo.
En esa retórica estaba, cuando yo mirando hacia abajo, en la acera de enfrente, vi caminar a una vecina como de unos 14 años, esbelta, con unas sandalias muy cachondas que mostraban sus hermosos talones y hacia arriba unas piernas torneadas y hermosas con un vestido muy cortito que dejaba ver sus muslos y que dibujaba una diminuta cintura y unas pantaletitas que debajo delineaban unas nalguitas sensuales y bellas, que invitaban no sólo verlas sino acariciarlas y penetrarlas.
La chica no me era conocida, pero tampoco hacía falta, porque lo importante en ese momento era contemplarla y que sirviera de inspiración.
La chica, sabiéndose dueña de ese cuerpecito sensual se recantoneaba, caminando de manera muy cadenciosa y cachonda y eso me puso todavía más caliente
En ese momento dejé de ponerles atención a los pajeros y centré mi vista en ese bombón que provocó que mi verga se pusiera a mil, parándose en toda su extensión, haciendo que sus venas que la rodean se resaltaran impresionantemente, haciéndola todavía más gruesa.
Ante tal escenario pude contemplar un ejemplar hermoso, una verga generosa y cabezona muy viril, la cual acaricié con suavidad rodeando su cabeza palpitante y muy hinchada y la fui explorando de arriba hacia abajo y de abajo hacia arriba, sintiendo como respondía respingando y sumamente excitada.
Y aunque a decir verdad, el glande aún no se despegaba del prepucio y mi gruesa cabeza quedaba atrapada al chaquetearla, me las arreglé para seguir adelante.
Yo nunca me había masturbado, solo aproximaciones; desde luego, tenía la referencia de mis compañeros de escuela, que cuando tenía 9 años, acostumbraban juntarse en un salón vacío de la escuela, cuando el maestro estaba ausente, para jugar competencias para ver quien se venía primero o quien lanzaba los mocos a mayor distancia.
Yo recuerdo que ellos ya tenían catorce o quince años y poseían unas vergas muy grandes.
Por ejemplo Francisco, el jefe de grupo, debió tenerla, sin mentirles, de unos 30 cms, porque la presumía azotándola contra las bancas amedrentando a los demás.
Millán la tenía muy gruesa, aunque no tan grande como Pancho, y Miguel “el tecuro” también debía estar entre 18 y 20 cms.
Los demás las tenían más discretas pero ya tenían todos, fama de chaqueteros.
Esa referencia me era suficiente para saber cómo ejecutar una paja, sin embargo, no me sentía listo para hacérmela totalmente.
Ya en dos ocasiones anteriores y estando en el baño de mi casa lo había intentado llegando a sentir los inicios placenteros del orgasmo, pero eran tan intensos y desconocidos, que creí no podría aguantarlo.
En esas ocasiones, había sentido después de frotar vigorosamente mi verga, sensaciones increíbles, como si me despegara del cuerpo o como si flotara en el vacío, cayendo en un túnel sin fondo y al mismo tiempo ascendiendo lentamente sin control, hasta que me detuve por miedo a perder el equilibrio y la razón.
Así que en esta ocasión y con esos antecedentes, yo sabía que era necesario terminarla para disfrutarla plenamente
Pues volviendo al relato, al mirar a la chica caminar me dieron ganas de penetrarla y ante la imposibilidad de hacerlo, pues podía hacerme una chaqueta, mi primera chaqueta, así que me dispuse a hacerlo, desenfundando primero y cogiendo mi verga con la mano derecha, que conforme se iba parando podía envolverla toda y manipularla con destreza.
Para entonces mi verga ya estaba lista.
La cabeza se veía muy roja e hinchada, como si quisiera liberarse de ese prepucio que no la dejaba.
Entonces comencé a sobarla suavemente para no sentir dolor y conforme lo hacía un líquido transparente ayudaba a deslizarlo sintiendo todavía más rico; arriba y abajo, abajo y arriba cada vez con mayor fuerza, como lo hacen los novatos que quieren terminar rápidamente, hasta que logré conectarme.
Yo no sabía si tendría eyaculaciones o si tendría algún orgasmo pero de todos modos la completaría.
Muchas veces me había preguntado si los niños al pajearse eyaculaban o sentían placer o si por el contrario solo se provocaban dolor.
Así que continué mi labor con entusiasmo, sin dejar de ver a la chica de mis sueños, tan cachonda y sexy caminando displicente por la banqueta de enfrente.
Al sentir que me venían esas sensaciones previas al orgasmo en la base de mi pito, continué sin detenerme y con mayor entusiasmo, rozando la cabeza del pene con mis dedos y rozando al paso de mi mano el hongo y sus alrededores.
Al hacerlo con tal convicción, me imaginaba colocándole mi verga bien parada en su bella y cerrada rendijita y cada que yo movía mi mano hacia arriba y hacia abajo me imaginaba a la muchacha ensartada totalmente en mi pene, subiendo y bajando y yo acariciando sus pechos y sus piernas.
Después de un buen rato de frotarme sin ningún apresuramiento, comencé a sentir un cosquilleo suave y adormecedor de la base del pene hacia el glande y un entumecimiento que fue ascendiendo hasta mis brazos y piernas como un torbellino que te va envolviendo y metiéndote en su vórtice.
En ese preciso momento la chica que miraba, se detuvo a platicar con una conocida y sin entender por qué, levantaba su diminuto vestido mostrando sus preciosos muslos, poniéndome más caliente todavía.
Para entonces ya la imaginaba totalmente ensartada en mi palo y empujado hacia mí, sus piernas y sus nalguitas paraditas
De pronto esas sensaciones de las que hablaba se fueron intensificando y me vino un nuevo estremecimiento que cimbró todo mi cuerpo, sintiendo que me elevaba flotando en el vacío.
Era como viajar por las nubes y hasta me dieron ganas de cerrar los ojos.
Por un momento quise parar porque sentí que caía de las alturas, pero me continué friccionando más lentamente hasta que dichas sensaciones se hicieron todavía más fuertes, sobreviniendo una especie de descarga en todo mi cuerpo acompañado de un tremor general, al cual siguieron unas fuertes sacudidas de mi pene; entonces sentí que algo venía estrepitosamente con una fuerza irrefrenable y con una abundancia nunca imaginada, y al concentrarme en la punta del pene sentí con toda su fuerza la descarga incontenible, al mismo tiempo que se aflojaban mis piernas y mis brazos, y yo sin dejar de abrazar mi verga, vi como esa explosión estallaba liberando chorros de un líquido blanquecino grisáceo que salía de mi verga, saltando hacia mi cara, hacia el suelo y para todos lados, al mismo tiempo que se sacudía frenéticamente.
Al venirme por primera vez con toda esa fuerza avasalladora yo pensé que mi verga se pondría en calma, pero cuál sería mi sorpresa, que ésta continuaba bien parada y sacudiéndose, expulsando lo que pensaba serían los últimos chorros de mocos.
Mientras tanto, sin hacerlo consciente, yo continuaba frotando mi palo entusiasmadamente porque permanecía muy excitado y fue entonces que al seguírmela chaqueteando me fui conectando nuevamente con esas increíbles sensaciones que experimenté al principio y que fueron reapareciendo.
Para ese momento ya mi verga, que no había dejado de estar parada fue alcanzando nuevamente esas ricas sensaciones como el estremecimiento y esas hermosas sacudidas con oleadas de un placer bárbaro que iban regresando lentamente, Fue entonces que retomé el vaivén de la chaqueta subiendo y bajando, con mayor intensidad y frecuencia hasta que de nuevo me sentí flotando en el vacío, pero ahora más lentamente, hasta que esa oleada maravillosa me fue envolviendo por todo el cuerpo y así colocarme en la antesala de un nuevo clímax.
Esta vez las sensaciones aparecieron más lentamente, pero nuevamente me sobrevino un adormecimiento placentero en mi abdomen y la base del pene, que para entonces ya se se encontraba bien empalmado y sin ninguna oposición a un nuevo orgasmo.
Primero el vacío, como si me perdiera por el túnel, después un sopor y adormecimiento, hasta que sobrevino una descarga que iba de la punta de los pies a la cabeza y un calorcito alternado con un escalofrío en mis glúteos y espalda.
Seguí en mi labor de atender a mi buen amigo lentamente hasta experimentar de nuevo ese estremecimiento y esa sensación desesperada que me corría por todo el cuerpo y que me venía irrefrenable, ascendiendo hasta la cabeza y cuello por toda la columna vertebral.
Entonces sin que pudiera contenerla, una fuerte y explosiva eyaculación venía ascendiendo y aunque yo casi no movía mi mano sobre el pene, sobrevino una nueva y explosiva oleada de leche incontenible y violenta.
Entonces al mirar hacia abajo pude contemplar como mi verga seguía sacudiéndose como un revolver recién disparado, expulsando los últimos chorros de mocos, los que podía ver esparcidos por el suelo, en mis pantalones y por todos lados Por unos instantes me ausenté del mundo y de todo lo que me rodeaba y me concentré en darme placer y la verdad que nunca imaginé que una primera masturbación me gustara tanto
Para ese momento yo estaba casi en la orilla de la azotea que daba a la calle y me dio temor que alguien me hubiera descubierto con el rifle desenfundado y fuesen testigos de mis múltiples eyaculaciones.
Así permanecí, no sé si segundos o minutos, no lo sé, sólo sé que me ausenté por unos instantes hasta que los gritos de mis amigos me hicieron volver a la realidad, llamándome a que participara con ellos.
Al regresar donde ellos estaban pude ver como Hilario empataba con su primo Roberto los chorros de leche, ganando Hilario que los llegó más lejos y con más abundancia.
Todos preguntaban dónde me había ido diciendo: “de lo que te has perdido”, sin saber que yo me había hecho la primera y mejor “chaqueta de mi vida
Dejar un comentario
¿Quieres unirte a la conversación?Siéntete libre de contribuir!