Pajeando a mi amigo
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
¿Cuándo descubrí yo las pajas? No, las mías las descubrí mucho más tarde. Estoy hablando de que, una vez con 11 o 12 años, vi en mi clase como un chico se sacaba la polla y empezaba a machacársela. Me pareció muy curioso y se lo comenté a mi compañero de pupitre, porque nunca lo había visto. Estoy hablando de cuando era pequeño, hace más de 20 años, porque creo que los chicos ahora son más avispados sobre el tema. Por supuesto, me pareció algo muy ajeno a lo que yo podía pensar. En mi casa yo me tocaba un poco el pene cuando estaba tieso…, pero no me pajeaba ni pensaba en eyacular. Entre otras cosas, porque cuando alguna vez intentaba bajar el prepucio para curiosear el glande, me era tan sensible que no podía ni tocarlo: era mejor tenerlo todo tapado bien tapado.
Vuelvo al cole: en mi clase, a partir de aquella visión, en los meses sucesivos, los niños más impúdicos o que tenían menos vergüenza, se pajeaban en clase: se sacaban un libro o cuaderno grande para que tapara un poco la visión desde la pizarra (desde la parte de donde estaba el profesor), y con la polla tiesa, empezaban a pajearse. Pero…, los que estábamos a la misma altura, lo veíamos todo. Me pareció alucinante porque yo soy tímido y jamás me sacaría la polla en público a la vista de los compañeros y que me pudiera pillar el profe. Había una clase a la semana en que el profesor solo estaba sentado en su mesa mientras que los demás hacíamos deberes: ese era el momento que más chicos se animaban a pajearse, sobre todo los que estaban detrás.
¿Y yo? Yo no me pajeaba, pues ya he explicado que soy tímido, y ni siquiera en casa lo hacía por desconocimiento y por… el glande tan sensible que tenía (es que era un glande virginal, jaja). Pero tenía un amigo en clase que se sentaba al lado de mí que era más mayor que yo y más importante (solo un año y varios meses…,pero a esa edad, un año y meses parecía mucho). Este amigo se llamaba José Mª, aunque, no sé por qué, en aquel curso lo llamábamos por el apellido (que no voy a poner). Yo veía con un poco de recelo los pajeros en las otras mesas…, pero este compañero José Mª se unió a las pajas en clase: ahora tenía yo la visión de una paja en primer plano. Era un poquillo matoncete este compañero pues nadie le podía toser: le quitaba el borrador al compa de detrás y se lo pasaba por la polla más tiesa que un palo, para arriba, para abajo.
El compa de atrás se quejaba, pero aguantaba con paciencia como el primero se sobaba la polla con el borrador. A mi también me hizo alguna: me cogió un rotulador ancho y me dijo: – Mira, mira. Y se pasaba el rotu por la polla dura, por el glande sonrosado (que yo miraba con atención al no haber visto el mío por lo sensible que era). Este chico pajero nos explicaba a mi y a otro amigo que hacíamos piña, cosas de las chicas, que las gustaba, cómo había que metérsela (la polla, por la boca, por el culo y por el coño) y sobre el pene y la lefa (así llamaban al semen en clase). Y yo y el otro amigo (este segundo amigo, se llama César, y tampoco pondré su apellido) que mirábamos absortos sus explicaciones, nos gustaba lo que nos explicaba. Hasta que llegó la “clase práctica”. En el patio, José Mª (el matoncete que nadie le tosía, pero que era el líder del grupito) nos dijo que nosotros íbamos a hacerle una paja.
Como tanto César como yo estábamos en confianza, no nos negamos. Al ver José Mª que no poníamos resistencia sino que iba a ser “otra clase” anatómica más, pues nos concretó que al salir de clase, que fuésemos todos a la suya, que sus padres no estaban en ese momento, y todavía tardarían una hora en volver. Pues, dicho y hecho, al salir de clase, José Mª, César y yo fuimos a casa del primero con la intención de… pajearle. Con los trastos del colegio para hacer algunos deberes de la época, antes íbamos a hacer “lo otro”. Ya en casa, nos sentamos en las sillas del salón y José Mª dijo que empezaba la función. Nosotros dos (César y yo) ya le habíamos visto el pene en clase, así que ninguno de los tres iba a ruborizarse por ello, pero ahora había más confianza, porque no había nadie más, y nadie podía pillar a José Mª (imagina en clase, cada dos por tres tapándose la polla cuando el profesor se levantaba). Pues en casa, se bajó los pantalones y ropa interior y sacó su polla flácida, que tenía buenos huevos colgantes y pelos (cosa que yo no tenía todavía). Recuerdo que dijo: – Tengo la polla despeinada. Y nos reímos: los tres chicos, 2 teníamos 11 o 12 años, y José Mª tenía uno más, 13 o 14…, no me acuerdo. El caso es que, mi polla estaba pelada para entonces, y la de José Mª estaba peluda.
Rápidamente empezó a ponerse firme la polla de José Mª y nosotros dos (César y yo) asistíamos muy curiosos al suceso, mientras José Mª no paraba de hablar de su polla, lo gorda que era y cómo le gustaba a las chicas (seguro que mentía con lo de las chicas…, jeje, pero gorda sí que era la polla, o así me lo pareció a mi). Cuando estaba su polla tiesa tiesa, con las venas bien marcadas, el glande bien hinchado y tras pajearse José Mª su polla durante un minuto, me dijo: – Agárrame la polla, mira lo caliente que la tengo. La agarré, y, cierto que estaba dura como el hierro y caliente como el fuego. Me empezó a explicar cómo pajearle y yo empecé a hacerlo, al principio con su ayuda, y después yo solo, mi mano y su polla. Pues sí, reconozco que me gustaba porque me parecía emocionante, y en confianza. Tras un rato pajeándole, le tocó el turno a César, que también titubeaba sobre cómo hacerlo y después ya él solito pajeándole a José Mª.
Tras un buen rato turnándonos de mano, José Mª nos explicó lo de la lefa, que tanto nos había comentado en clase, pero que nunca habíamos tenido tiempo de verlo. Lefa, esperma, leche…. Hace 20 años no había internet como para verlo por ahí, así que iba a ser la primera vez, porque nuestras pollas (la mía y la de César) todavía no estaban por la labor para eyacular. Entonces, íbamos a ver la de José Mª, que, llegado el tiempo, se agarró su polla y empezó a escupir leche dirigiendo los chorros entre César y yo para no mancharnos. Aun así, recuerdo que me cayó algo en el pantalón.
Y ya está: la primera eyaculación y paja completa que había visto y que había hecho, aunque no fuese mía la polla. Como José Mª comprobó que nos había gustado, siempre que íbamos a su casa a estudiar y estábamos solos (ya sea con César también o yo solo con José Mª), me pedía que le hiciéramos una paja con eyaculación (con lefa, como lo llamábamos entonces). En su casa, muchas pajas le hicimos, y en el colegio… en clase se la hacía él solo, pero alguna vez nos metimos los tres en un lavabo para pajearle. Pero, en el colegio era más complicado y con más nervios. Le pajeábamos mejor en su casa. Fueron momentos emocionantes… Mi primera eyaculación llegaría algún año después, y para entonces, ya sabía yo cómo funcionaba todo, gracias a José Mª.
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