Pueblito mágico – Parte 3
Sigue mis aventuras en este pueblito..
Pueblito mágico – Parte 3
Papis, aquí les traigo la tercera parte de mi aventura en este pueblito mágico. Los días pasaban, y Don Rubén no dejaba de culiarme a todas horas. Habían pasado dos días desde que me tenía desnuda por toda la casa, follándome donde nos encontrábamos. En la cocina, en el pasillo, en el patio, yo le mamaba su verga gruesa con ganas, saboreando su sudor salado. Como éramos los únicos en la casa, tenía la libertad de andar en hilo negro o completamente desnuda, dependiendo de mi calentura. Mi culito, siempre con el plug metido, palpitaba de tanto placer. Al tercer día, un inquilino llegó sin avisar. Estaba limpiando un mueble, agachada, desnuda salvo por mi plug, cuando una voz grave me sobresaltó: “Buenos días, señorita”. Me quedé pálida, el corazón a mil. Me giré y vi a un tipo alto, corpulento, con la cara curtida por el trabajo duro del campo, vestido con una camisa a cuadros sucia y jeans gastados. “Soy inquilino de Don Rubén”, dijo, sus ojos devorándome con lujuria mientras mi culito brillaba con el plug asomando. Se retiró a su cuarto, pero su mirada morbosa me dejó temblando. Asustada, corrí a mi habitación y me puse ropa “decente” —unos jeans y una camiseta— para mantener mi fachada de caballero. Pero luego recordé que en este pueblo todos se cuentan todo, así que salí tal como estaba, en hilo negro, lista para ser la zorrita que soy. Esa tarde, llegó Don Rubén, y le conté lo sucedido. Se rió y dijo: “Aquí solo llegan hombres, no hay problema si te ven así. En la noche llegan más inquilinos, y si quieres, puedes cobrarles por culiar. Salen de las fincas buscando comida y sexo, pero en el burdel solo hay putas viejas que se dejan por la vagina. Ellos buscan un ano apretado como el tuyo”. Mi culito se mojó al instante. “Pues aquí estoy, papi”, respondí, con voz de nena coqueta, lista para ser usada. Esa noche, mientras Don Rubén me daba mi culiadita diaria, yo gritando como zorrita, escuché pasos y voces. Varios hombres llegaron a la casa, pero nadie golpeó la puerta de Don Rubén; cada uno se fue a su cuarto. A la mañana siguiente, me desperté y fui a desayunar, aún en mi hilo negro, el plug metido en mi ano. Don Rubén me llamó, y salí como toda una nena puta, contoneando las caderas. Lo que vi me dejó boquiabierta: unos diez machos, altos, bajos, todos acuerpados, con camisas rotas y jeans sucios, sus cuerpos oliendo a trabajo duro. Don Rubén sonrió y dijo: “Ahí está, muchachos, para lo que gusten”. Rodeada de esos machos, en hilo y con el plug, me sentí en el paraíso. El primero, un tipo rudo de unos 40 años, me miró con hambre. “Pasa, zorrita, que es tarde. Llevo tres meses en la finca sin meterla, y hoy te dejo llena de leche”, gruñó, halándome a su cuarto. Mientras caminábamos, sus manos grandes me sobaban el culito y los pechos por encima del top. “Hoy vas a conocer a un macho”, dijo. Entramos a su cuarto, y se desnudó de un tirón. Su verga, de unos 16 cm, era dura, peluda y gorda, con una cabeza goteante que me mojó el culito al instante. Me puse de rodillas y se la mamé, saboreando su sabor salado, mi lengua lamiendo cada vena mientras gemía como putita. Tras cinco minutos chupando, me dijo: “Gírate, perra”. Me puso en cuatro, y mientras me clavaba su verga, gruñó: “Ayer te escuché mientras Rubén te culiaba, puta zorra. Quería hacerte esto”. Me la metió entera, haciéndome gritar de placer. “Eso, putita, pídeme más”, dijo, embistiéndome duro. Grité y gemí, pidiendo más verga, mientras él ordenaba: “Grita para que todos te escuchen y se arrechen”. No duró ni cinco minutos; se corrió con un rugido, llenándome el culo de leche caliente que se desbordaba por mis muslos. “Tres meses sin culiar, no me gusta hacerme la paja”, confesó, dándome las últimas embestidas mientras mi culito chorreaba. Salí de su cuarto, la leche resbalándome por las piernas, y en la sala de la casa estaban los demás machos, semidesnudos, solo en bóxers, sus vergas duras marcándose. Don Rubén lideraba la reunión, sonriendo: “Hola, putita, aquí estamos listos para hacerte una zorrita completa y dejarte llena de leche hasta cansarnos”. Eran diez vergas, de todos los sabores, colores y tamaños: algunas peludas, otras depiladas, grandes y pequeñas, un paraíso para mi culito. Me ordenaron subir a una mesa y bailar. Me subí, en hilo, con la leche del primero goteando, y bailé como completa zorra, contoneándome, agachándome en cuatro para que vieran mi plug bien metido en mi ano. Tras diez minutos bailando, me ordenaron ponerme en cuatro en una mesa pequeña, justo a la altura de sus vergas. Uno por uno, fueron metiéndomelas, desde la más pequeña, de unos 15 cm, hasta una descomunal de 23 cm que me hizo la perrita más feliz. Empezaron por mi boca y mi culo, turnándose, sus manos sobándome las nalgas y cacheteándolas. Yo gritaba de felicidad, mi pene pequeño goteando en el hilo, mientras me follaban sin piedad. El primero, que luego supe se llamaba Ángel, se unió a la orgía, y los once machos me destrozaron, dejándome rota y llena de leche. Algunos se corrieron en mi culo, otros en mi boca, y la leche me chorreaba por todos lados, mi cuerpo temblando de tanto placer. Cuando todo acabó, ya era de noche. Seguíamos desnudos, tomando cervezas, y cada que a alguno le daban ganas, me ponían a chupar verga o me la metían duro por el culo mientras los demás se divertían con el show de esta putita. Me fui a mi cama agotada, mi culito roto, mi piel pegajosa de semen. Desde el día siguiente, me cogían a toda hora. No me dejaban salir; ellos se encargaban de todo —comida, ropa— y yo solo ponía el culito para ser penetrada, feliz de ser su zorrita. Pero mis vacaciones llegaban a su fin. El último día, les dije que quería salir a caminar sola por el pueblo. En el fondo, quería probar más verguitas: me faltaban el tendero, el ayudante de la iglesia, y el chico del bar. Eso será para el próximo relato, el último de estas vacaciones mágicas.
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