El exorcismo de Perlita
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por sammyfugaz.
Los tres hombres vestidos de negro llegaron hasta la entrada de la casa, y después de mirarse entre ellos hicieron sonar la campanilla. En el interior se oyó un ruido de pasos e instantes después la puerta se abrió apenas un poco, dejando ver unos ojos que brillaban en la penumbra reinante. "Padre Matías, es usted!" exclamó con un suspiro de alivio una voz de mujer. "Sí señora, tal como le prometí, aquí estoy de vuelta" respondió el aludido. "Y traje conmigo a los padres Fernando y Juan". La puerta se abrió, y una pareja recibió a los visitantes. El hombre estrechó fuertemente la mano de los sacerdotes, y la mujer murmuró palabras de agradecimiento. Sus rostros mostraban una gran palidez y en sus gestos se adivinaba un cansancio enorme, sin que por ello dejaran de manifestar la gratitud que sentían al grupo de curas, tan distintos uno de otro.
El padre Matías tendría unos cuarenta y siete años, era rubio de ojos azules, de estatura normal y complexión robusta. El padre Fernando rondaría los treinta y ocho años, era alto y delgado, tenía el cabello ondeado color castaño y grandes ojos celestes. En cuanto al padre Juan, sin dudas era el que más se destacaba del conjunto. De unos veintinueve años, era alto y tenía un cuerpo fibroso, típico del deportista consumado. Tenía el pelo negro muy corto, un par de ojos negros muy luminosos, y era dueño de unas facciones bellísimas y muy masculinas. "¿Y cómo están las cosas?" indagó el padre Matías. "Oh! Dios, ha sido terrible!" respondió el hombre. "Desde que usted estuvo aquí la última vez, todo ha ido peor. No deja de proferir blasfemias, y hace cosas horribles. ¡Y el calor! La habitación parece un caldero! Es el infierno mismo!". "¿Y . . . sigue diciendo que es el demonio?" preguntó el padre Fernando. "¡Oh! Sí! Yo ya no sé que pensar. A veces me cuesta creer que la criatura que está en esa cama sea mi pequeña hija!", dijo la mujer ahogando un sollozo.
De repente, un grito terrible se oyó en la sala, proferido por una voz que no parecía de este mundo. "¡Ahhhhhh! Por fin llegaron los maricones de negro, eh? ¡Vieja puta, los llamaste nomás! Ya me las vas a pagar!". Los padres de la niña se persignaron, y los sacerdotes se miraron significativamente. Sus manos sudaban, y sus corazones latían apresurados por lo que estaban por intentar: un exorcismo. Ninguno de ellos lo había hecho antes, y peor aún, no habían pedido la correspondiente autorización al episcopado. Sólo el padre Matías había presenciado el ritual hacía muchos años, en un perdido pueblito rural. A raíz de esa experiencia sabía que la burocracia eclesiástica podía demorar meses en autorizar un exorcismo, práctica a la que la iglesia era tan renuente. Por eso, movidos por la piedad ante el sufrimiento de los padres de la niña, los sacerdotes del monasterio decidieron arriesgarse y llevar a cabo la delicada tarea por su cuenta. "Vamos, vamos, hijos de puta!! Qué están esperando para venir!" dijo la misma voz en un tono chillón. Los curas se miraron nuevamente, y se dispusieron a seguir al matrimonio hasta el cuarto de su hija. "Bien, déjennos aquí" dijo el padre Matías cuando estuvieron frente a la puerta de la habitación. "Y por favor, oigan lo que oigan, no entren hasta que nosotros lo digamos ¿Comprendido?": El hombre y la mujer asintieron con un gesto de cabeza, y se alejaron. Entonces el padre Matías se volvió a sus compañeros y les recomendó: "Recuerden, no deben prestar atención a nada de lo que diga. No entren en su juego. Si es el demonio en verdad, tratará de perturbarnos o tentarnos con lo que sea".
Después que los otros asintieron, abrió la puerta y los tres entraron en la habitación. Lo primero que notaron los curas fue el intenso calor, que los recibió como una cachetada sofocante. El aire parecía más denso, y una extraña luminosidad rojiza teñía el ambiente. Sentada en la cama, con los largos cabellos negros desgreñados y vestida con un camisón de algodón, estaba una bella niñita de unos 9 años. La suave tela de la prenda marcaba sus formas, dejando apreciar su pecho plano, apenas dejando entrever sus dos pezoncitos. Sus piernas eran blancas y firmes, y llevaba una minúscula braga que apenas le cubría el pubis. Cuando vio entrar a los hombres los ojos de la infante se iluminaron, y estirando sus labios en una sonrisa irónica dijo con voz ronca: "Bueno, tres cabrones para mí! Qué honor!". Después agregó. "Pero ¿Y las sotanas? Bueno, que más da. Me basta con el disfraz negro y el cuellito duro". El padre Matías apoyó un pequeño maletín que llevaba en una cómoda, lo abrió y de su interior sacó tres juegos de crucifijos, togas sacerdotales, pequeños libros de oraciones y frascos con agua bendita. Entregó un ejemplar de cada cosa a sus compañeros, y cuando todos estuvieron munidos de los elementos necesarios para la batalla que habrían de iniciar, se ubicaron rodeando la cama de la joven. "¿Cómo? ¿No van a atarme?" preguntó la voz en tono burlón. "No, no es necesario" respondió el padre Matías. "¿Cómo estás, Perlita?" le preguntó después dulcemente. "Yo no soy Perlita" dijo la voz con rudeza. "Soy el Diablo". "Ya veo" dijo el cura. "¿Y por qué no dejas en paz a esta niña?". "Porque no quiero!" respondió con furia la voz. "Esta perrita es mía, y aquí me quedaré!". El padre Matías no dijo nada, pero hizo un leve movimiento de cabeza a los otros curas. Después abrió su libro de rezos, y empezó a leer oraciones cuyas letanías completaban los padres Fernando y Juan.
La extraña voz empezó a reír como un chacal, estirando despiadadamente la boca de la muchacha. "Eunucos mal paridos!" gritó. "¿Creen que van a doblegarme con sus payasadas?". Los sacerdotes prosiguieron imperturbables sus rezos, tratando de concentrarse en lo que hacían. Entonces la niña se acostó y empezó a gemir, arqueando el cuerpo mientras se manoseaba los pezoncitos que estaban durísimos. Después se arrancó de un tirón la diminuta braga que vestía, llevó una mano a su rajita y metiéndola en la vulva empezó a masturbarse frenéticamente, sacando cada tanto los dedos húmedos para chuparlos con deleite. "Ah! Esta putita está tan caliente! Le arde la conchita! Vamos, no quieren probar? Esta tiernita y sin estrenar. Miren cuanto jugo! Vamos, vamos!!" dijo la voz con tono ronco. "No la escuchen!!" dijo el padre Matías, al tiempo que elevaba el sonido de su voz. Los otros dos obedecieron y bajaron la vista hacia los libros, pero el padre Fernando no podía evitar que cada tanto sus ojos se desviaran hacia la chiquilla. Además notó que su respiración estaba agitada, no sólo por el calor sino también por el lujurioso espectáculo que daba la mocosa. "Quiero verga, quiero verga, quiero verga!!" repetía la niña con esa extraña voz chillona, mientras retorcía su cuerpo y se metía los cinco dedos de su pequeña mano en su vagina. El padre Matías apuró su rezo, y cuando terminó los tres curas rociaron agua bendita sobre la muchachita. Inmediatamente marcas sanguinolentas aparecieron en la rosada piel de la niña, y los sacerdotes se estremecieron ante la primera señal contundente de la posesión satánica.
La niña puso los ojos en blanco y pegó un alarido. "Ah! Malditos curas de mierda!! Eso quema!!". Después se puso de rodillas sobre la cama, y dándole un fuerte golpe arrojó al padre Matías contra un rincón, en donde quedó atontado por el impacto. El padre Juan corrió a socorrer al golpeado sacerdote, mientras que el padre Fernando trataba se inmovilizar a la niña rodeándola con sus brazos por detrás. La joven hacía esfuerzos denodados por liberarse, y los forcejeos llevaron a la pareja a acostarse violentamente sobre la cama. El padre Fernando quedó de espaldas, con el culo de la chica apoyado contra su paquete. Fue entonces cuando el joven cura sintió un raro cosquilleo en su entrepierna. "Uhh!! Pero qué verga habías tenido!! ¿Y ya la has usado?" preguntó la ronca voz del demonio. El cura sintió como su polla se empalmaba, y trató de controlar sus reacciones. Pero la niñita comenzó a refregar sus suaves y ricas nalguitas blancas contra el paquete del hombre, y con una mano manoteó la bragueta del negro pantalón. "No!" dijo el cura desesperado, mientras intentaba inmovilizar a la pequeña posesa. Pero sus esfuerzos resultaron vanos, y no pudo evitar que la niña le metiera en su boca los dedos humedecidos con sus jugos vaginales. Entonces el sacerdote sintió que sus músculos se aflojaban y que sus sentidos se nublaban. Como atontado dejó caer los brazos, y permitió que la mocosa sacara su miembro y comenzara a masturbarlo a un ritmo acelerado. Después la pequeña niña de solo 9 añitos abrió la boca, y comenzó a chupar concienzudamente el durísimo rabo del cura. De arriba abajo, su caliente lenguita recorría el palpitante falo, dejando hilos de baba por todo el tronco y la cabeza del mástil. "¿Te gusta, cabrón?" preguntó la voz ronca. "Sí, sí!! Continúa!!" respondió el padre Fernando, sumergido en un placer desconocido para él.
Mientras esto ocurría, el padre Juan intentaba reanimar al padre Matías. Cuando lo logró, el joven sacerdote lo ayudó a incorporarse, y entonces los dos curas contemplaron un espectáculo infernal: ahora la niña estaba sentada sobre el cuerpo del padre Fernando, con la agarrotada tranca del cura enterrada en su culito mientras lo cabalgaba a un ritmo impresionante, hilitos de sangre chorreaban por el tronco y las bolas del padre, provenientes del recientemente estrenado culito infantil de Perlita. El padre Fernando tenía un brillo extraño en los ojos claros, y una mueca de infinito gozo se dibujaba en su rostro mientras que de su boca escapaban sordos gemidos de placer. "No, no!!" gritó el padre Matías, horrorizado por la blasfemia. Entonces el padre Fernando giró la cabeza, y mirándolo a los ojos le dijo: "Venga, padre Matías. No sabe el culito que tiene esta putita. Y mire esta conchita! Venga y deje que le de una buena mamada, como hizo conmigo!!". El padre Matías se acercó, y mientras el padre Juan reiniciaba los rezos él trataba de sacar al otro sacerdote de su sopor. "Por el amor de Dios, Fernando, reacciona!! Piensa en tu fe!! Piensa en tu Señor!!". "El sólo puede pensar en la espectacular cogida que le está dado a esta putilla" dijo sardónicamente la voz del demonio a través de los labios de la muchacha. El cuerpo de la niña se deslizaba rítmicamente por el durísimo falo del cura, mientras los dedos de la chica se perdían en su abierta y enrojecida rajita.
El padre Matías se acercó hasta el borde de la cama. Entonces la niña, con un movimiento veloz lo tomó de un brazo y lo atrajo hasta su cuerpo, y mientras le ponía en la boca los deditos que habían estado en su conchita le dijo: "Prueba, maricón, prueba el jugo de esta zorrita!!". El cura trató de zafarse, pero la mano de la mocosa lo retuvo firmemente a su lado. Al igual que Fernando, el padre Matías sintió que perdía el dominio de sí mismo, e instantes después se encontró mirando con avidez los pezoncitos duritos de la niña al tiempo que su verga se endurecía debajo de sus pantalones. "Ah! Te gustan las tetitas de la zorritaa!! viejo pervertido, pero si ni tetas tiene… Pero muy bien! Anda, chúpalas, chúpalas, y haznos felices a ella y a mí!!". La niña rasgó su camisón, dejando al aire sus duritos pezones que se hacían mas provocativas por la frenética cogida que le seguía dando al padre Fernando. Entonces el padre Matías llevó sus labios a los deliciosos pechitos, dejando que su lengua recorriese golosa los montículos de carne rosada. "Padre Matías, padre Matías!!" clamó Juan desesperado. "Fernando, por Dios, reacciona!!" imploraba Juan, sin ningún resultado. Los dos curas disfrutaban sin pudor del cuerpo de la pequeña niña: el padre Fernando abriendo cada vez más el prieto culo, el padre Matías manoseando el pechito y chupeteando los pezones. "Anda, cabrón, sólo faltas tú" dijo el demonio alegremente. "Mira lo que te he guardado" dijo mientras las manos de la niña se posaban sobre el ardiente coñito. "Eres el más joven y el más guapo, y aquí está tu recompensa. Ven por ella! Mira como chorrea. Vamos, cójetela, cójetela!! Dale duro por la conchita a esta pequeña inmunda, que hace rato que ya no quiere ser virgen!!".
Juan miró angustiado a sus compañeros. Si bien ambos lucían como perdidos en un mundo de placer y lujuria, creyó ver un destello de cordura en sus miradas, como si fuesen conscientes de su equivocado accionar pero no pudiesen hacer nada para evitarlo. Y aunque ninguno dejó las faenas que los tenían tan ocupados, en un momento dado los oyó decir con voz sofocada: "Resiste, Juan!! Resiste!!". El padre Juan caminó lentamente hasta el borde de la cama, y la niña abrió más las piernas ofreciendo su coñito al bellísimo cura. "Dámela, dámela, dámela!! Dame tu verga!!" dijo mientras acariciaba los labios vaginales y se chupaba los deditos. "La quiero aquí adentro!! Toda, toda, toda!!". Juan se acercó más, y la niña apoyó su otra mano en la entrepierna del muchacho. Entonces ella lo miró con desconcierto, y mientras pegaba un grito terrible el cura le puso el crucifijo en la frente. "¡¡No!! Maldito hijo de puta!! Realmente eres un chupapijas de mierda!! No te gustan las conchas, te gustan la vergas, asqueroso invertido!!". El padre Juan advirtió las sorprendidas miradas de sus compañeros ante la revelación, y enrojeció visiblemente. Pero la sorpresa duró sólo un instante, porque la joven dio un brinco feroz tratando de escapar, y en el movimiento sacó sus pezones de la boca del padre Matías y su culito de la polla del padre Fernando.
Los dos curas parecieron recobrar el dominio de sus cuerpos, y rápidamente redujeron a la niña sosteniéndola con firmeza. El padre Juan mantuvo el crucifijo apretado contra la frente de la niña, y los tres reanudaron sus letanías, ordenándole al demonio que abandonase el cuerpo de la inocente. La mocosa se agitó por unos segundos más, al cabo de los cuales dio un alarido atroz para después caer inerte. Los sacerdotes la cubrieron con una sábana, y cuando la niña reaccionó al cabo de unos minutos prorrumpió en un acongojado llanto diciendo que no recordaba nada de lo sucedido. "Hermanos, Dios nos ha escuchado, y Satán ha sido derrotado" dijo el padre Matías con un suspiro de alivio. Los sacerdotes salieron de la habitación, y le comunicaron la buena nueva a los padres de la niña. Ninguno de los tres mencionó lo acontecido dentro del cuarto.
En el pueblo nada se supo sobre el exorcismo, porque los padres de Perlita habían tratado de mantener el asunto fuera de los chismeríos locales. Sólo lo sabían los otros curas del monasterio, quienes se regocijaron ante la exitosa tarea emprendida por sus hermanos para arrancar un alma de las garras del Mal. Sin embargo, dentro del monasterio circulaba el rumor que el demonio no había olvidado su derrota a manos del padre Juan, y que por ello frecuentemente volvía para atormentar su alma e intentar poseerlo. Al menos esa era la explicación que los padres Matías y Fernando daban para justificar sus periódicas incursiones nocturnas al cuarto del padre Juan, y para los extraños gemidos, jadeos y gritos sofocados que durante esas visitas el hermoso cura profería en el silencio de la noche, en medio del rítmico rechinar de los elásticos de su cama. Continuara…
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