El Juego del Fin
Soy Marta, y si hay algo que he aprendido en la vida es que todo comienza como un juego. La primera vez que Lucas lo mencionó, estábamos los cuatro sentados en su apartamento, un viernes por la noche. Habíamos bebido lo suficiente para que las risas fluyeran sin esfuerzo y la conversación se desviar.
“¿Qué tipo de juego?”, pregunté, haciéndome la desinteresada. Pero, por dentro, el cosquilleo de la curiosidad ya comenzaba a recorrerme.
«Verdad o reto, pero… más interesante», respondió Lucas, sus ojos azules fijos en mí. No pude evitar sentir la tensión. Sabía a dónde quería llegar, y por alguna razón, no podía resistir la tentación.
Las primeras rondas fueron inofensivas. Preguntas incómodas, retos estúpidos. Pero la atmósfera comenzó a cambiar cuando los retos se volvieron más físicos, más cercanos. Julián fue el primero en desafiarme, con su habitual timidez escondida tras un trago de whisky. «Reto: bésame», dijo, su voz apenas audible. Miré a Lucas, esperando una señal, pero él solo sonreía, disfrutando del espectáculo. Me acerqué a Julián, y lo besé. Sentí su nerviosismo, cómo sus labios temblaban al contacto con los míos. No era la primera vez que había jugado con Julián, pero nunca había llegado tan lejos.
Cuando la noche finalmente alcanzó ese punto de no retorno, me di cuenta de que Julián estaba observándome de una manera que nunca antes lo había hecho. Sus ojos eran una mezcla de deseo y confusión, como si no supiera si debía seguir adelante o retroceder. Lucas y Camila estaban absortos en lo suyo, sus cuerpos entrelazados en el sofá, dejándonos a Julián y a mí en una burbuja apartada de todo.
Levanté una ceja, divertida. Julián, tan dulce y tímido, siempre había sido el que menos me imaginaba en este tipo de situaciones, pero había algo en su mirada que me hacía querer llevarlo más allá, mostrarle lo que realmente significaba complacer a una mujer.
«Ven aquí», le dije en un susurro, tomando su mano y llevándola a mi muslo desnudo. Su respiración se aceleró, y pude sentir cómo su cuerpo respondía a mi toque, inseguro pero lleno de ganas. «¿Quieres saber cómo me gusta?»
Julián asintió, sus ojos brillando con una mezcla de miedo y fascinación.
Tomé su mano y la guié lentamente por mi piel, mostrándole el ritmo, la presión exacta que necesitaba. Sus dedos eran torpes al principio, pero con paciencia fui llevándolo, enseñándole cómo hacer que cada caricia fuera un preludio a algo más profundo. Me mordí el labio mientras sus dedos rozaban el borde de mi ropa interior, todavía inseguros, pero cada vez más atrevidos.
«Escucha mi cuerpo», le dije mientras lo miraba directamente a los ojos.
Mi piel aún vibraba por el contacto de sus manos, por la intensidad de todo aquello.
Julián, a mi lado, estaba nervioso, pero había algo en sus ojos, algo diferente, más seguro. El silencio entre nosotros era denso, cargado de esa energía que lo consumía todo.
Lo atraje hacia mí, sus labios buscaron los míos, y esta vez no hubo titubeos. Su lengua danzaba con la mía, mientras mis manos bajaban por su pecho, sintiendo la tensión bajo su piel. En ese momento, supe que ya no había vuelta atrás. Yo era su guía, su maestra en este juego, y él estaba listo para aprender cada lección que le ofreciera.
Nos pusimos de pie, y lo miré a los ojos por un instante, sintiendo cómo la habitación se estrechaba a nuestro alrededor. Continuamos besándonos, sus labios hambrientos encontraban los míos con una mezcla de ansiedad y deseo. Sentí su respiración cada vez más pesada, y esa energía incontrolable se desbordaba entre nosotros.
Su mano, más segura esta vez, volvió a bajar lentamente, deslizándose por mi cuerpo con una confianza que antes no tenía. No opuse la menor resistencia cuando, sin detener el beso, llevó su mano hasta mi vagina. La calidez de su toque me hizo estremecerme, y supe en ese momento que estaba entregada al juego que habíamos comenzado.
—Así, justo así… —le susurré, dándole el ritmo con el que mi cuerpo respondía.
La torpeza inicial había desaparecido, y ahora estaba completamente enfocado en complacerme, en aprender cada uno de mis movimientos. Mi cuerpo se movía contra el suyo, cada caricia creando un ritmo propio, una cadencia que nos arrastraba cada vez más profundo en este peligroso juego de placer y control.
De eso a estar acariciando mis nalgas, no pasó mucho tiempo. Sentía cómo sus manos recorrían mi piel, explorando cada curva, cada rincón con una mezcla de curiosidad y deseo. Me estremecía con cada toque, y mi cuerpo respondía a su tacto, dejándome llevar por la intensidad del momento.
Cuando sus dedos se deslizaron por mi interior, comenzó despacio, casi como si estuviera probando los límites de mi resistencia. Pero no había resistencia. Quería más, y él lo sabía. Introdujo uno de sus dedos por completo, haciéndome soltar un gemido suave, mientras mis caderas se movían instintivamente para encontrar más de él. Cada movimiento era una invitación a seguir, a no detenerse.
Podía sentir su respiración pesada contra mi cuello, y sabía que estaba disfrutando tanto como yo. El control había cambiado de manos, y en ese instante, los roles de maestro y aprendiz se disolvían en una única corriente de placer.
—Tu culo es tan perfecto —me dijo, su voz ronca y cargada de deseo, mientras sus manos seguían recorriendo mi piel con esa mezcla de admiración y urgencia. Sentí cómo me agarraba con fuerza, como si quisiera memorizar cada curva, cada detalle de mi cuerpo.
Su comentario, directo y crudo, no me molestó. Al contrario, una ola de excitación recorrió mi cuerpo al escucharlo, y me dejé llevar aún más por la intensidad del momento. Había algo en su forma de tocarme, de hablarme, que me hacía sentir poderosa, completamente dueña de la situación y, a la vez, entregada a sus deseos.
Me arqueé contra él, disfrutando de la presión de sus manos, de cómo jugaba con mis límites, llevándonos cada vez más lejos en este juego que ya no tenía reglas.
Le pedí que me diera con todo, aún tenía mi falda puesta, una falda azul oscuro, con una camisa blanca, mientras seguía ofreciéndomele, no parábamos de besarnos, era delicioso sentir como sus dedos entraban dentro en un ritmo desesperado, aun mejor sentir su respiración, restregando mis tetas en su pecho, acabé corriéndome en su mano.
Retiro su mano empapada de mí.
Mis labios se abrieron para soltar todos mis gemidos mientras él sé que me observaba.
Volteé a ver cómo Camila y Lucas se miraban, sus cuerpos aún entrelazados en el sofá. Había una complicidad en sus gestos, un entendimiento tácito que no necesitaba palabras, pero igual se comunicaban. Lucas susurró algo al oído de Camila, y ella sonrió de manera traviesa antes de girarse hacia nosotros.
—¿Por qué no nos unimos? —dijo Camila, su tono juguetón pero decidido. Su mirada se posó en mí, luego en Julián, mientras Lucas la sostenía por la cintura, disfrutando de la provocación que acababa de lanzar.
Éramos como 4 adolescentes en busca de afecto mutuo
—¿Qué vas a hacer? —le pregunté, fijando mis ojos en los suyos, sintiendo cómo la tensión en la habitación se hacía más palpable. Camila me miró, sonriendo con una mezcla de curiosidad y desafío. Era el tipo de sonrisa que te hacía dudar, que te empujaba a un precipicio sin saber si querías saltar o retroceder.
Lucas iba desnudándola, entre caricias y besos, que recorrían cada parte de su cuerpo, este la miraba como un cazador, a ella nada le importaba, estaba gozándolo, se miraba en su cara, se mordía el labio, se tocaba, trataba de mantener las manos de Lucas encima suyo, mientras le iba sacando su falda y blusa, hasta dejarla desnuda, pude ver como en un solo movimiento la acomodo y se lo metió hasta el fondo de su vagina, que lo recibió sin inconvenientes. La verga de Julián estaba totalmente erecta, me di cuenta cuando se acercó a sobarme las tetas, que eran más grandes que las de Camila. Mientras que ellos se besaban con desespero, al tiempo que estaban cogiendo de una manera tan ruda, no me di cuenta cuando Julián me quitó mi ropa interior, para intentar penetrarme.
—Bueno … soy una puta caliente … Fóllame … Hazlo, por favor …
Era un gusto ver al tiempo a Camila así de perdida, sometida con las piernas abiertas, dejándose hacer todo, mientras me miraba con un gesto que no le conocía, se mordía el labio trataba de no gemir fuerte, su cuerpo se estremecía de tal forma, al tiempo que dejaba entrar a Julián en mí. Fue algo brusco, le ganó la calentura, voltee a mirarlo, pero no le dije nada, deje que siguiera, como si no entendiera lo que pasaba, me daba escalofríos.
A medida que me penetraba me iba empujando hasta donde se encontraban Camila y Lucas, cuando caí en el mismo sofá me la sacó y se agacho, coloco sus manos en mis nalgas y no me permitió enderezarme. Sentí su cara en medio de mis nalgas, y luego su lengua en mi ano y casi inmediatamente un dedo. Quería que lo hiciera, estaba en la edad donde todo es rico, y el sexo más.
Finalmente, Julián decidió hablar, su voz baja y cargada de curiosidad, casi como si temiera romper el hechizo que flotaba en el aire:
—¿Y… lo sientes? —preguntó, al tiempo que su pene recorriendo mi ano. Yo intentaba ayudarlo con mi mano, porque era bastante tosco y me causaba dolor.
Cada vez que ingresaba un centímetro más de mi boca salían destellos de dolor que todos escuchaban. Cuando logre llevar mi mano a atrás y pude palpar la verga de Julián super que no había entrado ni la mitad, sin embargo, eso fue suficiente para que él se viniera dentro de mi culo, en ese momento Lucas sacaba la verga de Camila y se venía sobre su abdomen.
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