La fiesta de los Swinger -1
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Crystal69.
Rebeca miraba a la calle a través de la ventana de su habitación.
Fuera ya era de noche y apenas soplaba un poco de aire frío, pero que presagiaba ya la entrada del invierno.
Esto le causaba cierta ilusión, porque ansiaba recibir regalos, quería correr bajo el árbol de navidad y ver cómo todos sus obsequios estaban allí, correspondidos a su pequeña carta, la cual ya había escrito y esperaba guardada en el fondo de su caja de arte, donde también guardaba sus lápices de colores y sus libros de dibujo.
Era le mejor alumna de la clase de arte.
Tenía tan sólo diez años y su profesora, la señorita Rita, le aseguraba que si continuaba estudiando, tal vez podría, en el futuro, convertirse en una gran artista y plasmar el mundo con sus colores y sus pinceles.
Era un sueño que Rebeca tenía muy en el fondo de su corazón, un sueño que le estremecía de goce cada vez que pensaba en que una niña como ella podría convertirse en una gran mujer y que tendría muchos amigos con los qué divertirse y con los qué imaginar un mundo lleno de ilusiones y alegrías a su lado.
Imaginaba que en ese mundo, Alejandro, su amigo-novio, si es que una niña de su edad era capaz de sentir amor, estaría con él y que la apoyaría.
Rebeca pensaba casarse con él y tener muchos hijos.
Porque ella ya sabía cómo se hacían los bebés.
De repente el coche aparcó en la entrada.
A Rebeca se le produjo un escalofrío que le recorrió la espina dorsal y sus manos comenzaron a sudar.
Se bajó del alfeizar de la ventana y corrió a ponerse sus mejores ropas, o al menos las ropas que él le había mostrado que debía usar cuando estuviera en casa: una blusa y unos shorts que apenas cubrían algo.
— Papá… — dijo cuando Abrahan entró por la puerta.
Era un hombre corpulento, un abogado que trabajaba de cerca para los políticos.
Sin una esposa a la qué mantener, su viudez estaba dejándole por los suelos y tenía una mirada algo perdida siempre en la cara de ojos azules.
Venía estresado y cansado, con dolores de espalda; pero al ver a Rebeca ahí, vestida de una forma un tanto sexy, según él, supo que las cosas esa noche serían buenas.
Se acercó a Rebeca mientras se desabrochaba el pantalón y sonreía lujuriosamente.
Rebeca retrocedió.
Todavía no quería ser mamá, pero papá le había dicho que estaba bien.
Que todo estaba bien.
Y que todo era perfectamente normal.
QUINCE AÑOS DESPUÉS…
Adán sintió el calor del tequila resbalando por su garganta e hizo una mueca de disgusto.
No le gustaba la bebida, ni tampoco las discotecas, pero Gabriela había insistido tanto en que él viniera, que al final no tuvo ni cómo resistirse.
Siempre había sido un poco sumiso a su hermana mayor desde que eran niños.
Gabriela era muy autoritaria y tierna al mismo tiempo, una combinación rara que dejaba a más de un hombre un tanto extrañado cuando la tenía entre sus brazos, y si había hombre que conocía mejor a Gabriela, ese era Adán.
La música y las luces causaban estragos en la mente poética de Adán, que ya estaba sintiendo los mareos por el tequila.
Miró con detenimiento a las chicas que estaban allí, todas en minifalda y bailando sexy, tocándose entre sí.
Vio piernas fuertes.
Tetas firmes y melenas encrespadas.
Una en particular le llamó la atención.
Se trataba de un pedazo de mujer sumamente atractiva, con un corto vestido gris apretado.
El par de nalgas estaba fuertemente aprisionado y se movían libres con el hilo de la tanga en medio, seguramente.
Las piernas torneadas giraban sobre zapatos de tacón medio y la cabellera morena y abundante también se mecía suavemente.
Adán se le quedó mirando un largo rato y sintió cómo su pene reaccionaba al imaginarse hundiéndolo en la apretada vagina de esa mujer.
Vio cómo el hombre la tomaba de las caderas y le acariciaba la espalda.
Otro hombre que bailaba con una chica diferente, no perdió el tiempo y le dio una discreta nalgada a la chica.
Esta se giró rápidamente con una vuelta y siguió bailando.
Luego volvió a girar mientras las manos le recorrían el vientre y pasaban discretamente por las apretadas tetas.
Entonces Adán se sonrojó.
La mujer que le había provocado la polla era Gabriela, su hermana mayor.
Ella tenía veintisiete años apenas, y ya era una joya rebosante de lujuria y sensualidad.
Adán se sintió culpable.
Sólo un poco.
La canción terminó y las parejas regresaron a sus mesas.
Adán vio que Gabriela se despedía con un beso de pico en los labios de su pareja y éste se iba por otro lado.
Luego se aproximó ella a él.
Observó el gracioso bamboleo de sus senos.
Gabi no usaba sujetador, pero tenía un considerable volumen como delantera.
Además tenía la piel deliciosamente bronceada y usaba un poco de brillantina en la piel del busto.
Sus dientes eran jodidamente blancos mientras sonreía.
— ¡UF! Estoy agotada ¿me viste bailar?
— Sí.
Te manosearon por todos lados.
Gabriela le guiñó un ojo.
— Hermanito, soy una mujer y no tienes ni idea de cuánto me gustan los hombres.
— Creo que la tengo — respondió Adán, sonriéndole y mirando discretamente el subir y bajar de las tetas de su hermana, que recuperaba la respiración —.
Este sitio no me gusta.
Hay mucho ruido.
— No seas marica — le dijo ella, acariciándole el brazo velludo.
Había un brillo de ángel en Gabriela y la polla de Adán reaccionó un poco — .
Baila conmigo la siguiente canción y nos vamos ¿vale? Mañana tengo que dar clases.
—Eh…
El DJ no respondió y Adán se vio metido de repente entre la gente, con su hermana que le llevaba de la mano hasta la pista de baile.
Gabriela empezó a bailar para él, restregando sus pechos en la espalda de su hermano, abrazándole y rodeándole el vientre.
— Estoy se baila sexy ¿eh?
— Eres mi hermana.
— ¿Y? Soy una mujer.
Es normal que te provoque erecciones — dijo ella, y le dio una nalgada a Adán, que se sintió humillado.
Un hombre cerca de él se rió como indicándole lo perdedor que era por no aprovechar al pedazo de mujer que tenía para él.
Adán, atormentado, empezó a moverse y a tomar a Gabriela de la cintura.
Sintió el suave vestido moverse y ella enredó sus brazos en el cuello de él mientras le besaba los hombros y le presionaba el pectoral con sus tetas.
Adán tragó saliva.
Comenzaba a excitarse.
Cuando Gabi bebía, cambiaba su forma de ser y no le importaba seducir a cualquier cosa con la que pudiera follar.
Pero sólo cuando bebía.
Sin el alcohol, era una bonita y dedicada maestra de secundaria, que daba clases de historia y gramática en una escuela privada.
Pero en ese momento no era la escuela.
Gabriela revoloteaba alrededor de su hermano y le tocaba los sólidos bíceps y olía el perfume natural que se desprendía de Adán.
Sonrió cuando su hermano le tocó cuidadosamente la espalda baja y luego le dio un tierno apretón a sus nalgas.
— Auch, no tan fuerte, hermanito.
— Lo siento — aventuró Adán, y ella se sintió irresistiblemente atraída por la inseguridad de su hermano.
Cuando eran niños, Gabriela siempre atormentó a Adán, quitándole juguetes, o besándole en la boca para molestarlo, o apretándole el pene mientras se duchaban.
Mamá se escandalizaba al ver esa demostración de amor fraternal, y cuando llegó a la pubertad, Gabi veía a Adán como algo más que su hermano.
Claro que Adán era un hombre joven todavía, había estado a punto de casarse hasta que encontró a Amanda cogiendo con dos tíos y una mujer en un cuarto de motel.
Frunció el cejo al recordar la humillación que le hizo pasar esa perra a su querido hermano menor y reafirmó su decisión de vengarse de ella si se la volvía a topar.
Le sacó de sus ensoñaciones Adán, que le acariciaba el culo.
Sonrió con maternidad y le dio a su hermano un tierno beso en la nariz.
La canción terminó.
— Bien, ahora nos vamos — urgió Adán y ella suspiró, cansada.
Estaban en el estacionamiento yendo hacia el coche cuando el hombre con el que Gabi había bailado salió.
A Adán le parecía un tipo como todos los demás: guapo, de un metro ochenta y bronceado.
Era como la pareja perfecta de su hermana.
— Casi no te alcanzo — le dijo, tomándola de la cintura.
Gabriela le besó con la lengua y se giró a su hermano menor.
— ¿Puede venir esta noche? — suplicó —.
Sólo una noche.
— Bien… — aprobó él, que pagaba el departamento y por lo tanto sólo él autorizaba quién podía ir como invitado.
Adán se sentó atrás, como el chico inocente, mientras Gabriela conducía.
Desde donde estaba, pudo ver las flamantes piernas de su hermana y la fea mano de Pablo acariciándolas.
Un temor de celos le recorrió, pero se dispuso a callar y se esforzó por sentir pena por Pablo.
Si quedaba enamorado de Gabi, esta sólo lo mandaría a la friendzone, luego de comerle la verga con su apretada concha.
Llegaron hasta el apartamento, y subieron por las escaleras.
Un olor a cigarro siempre impregnaba el aire de ese edificio, que era tan viejo como el hombre que vendía periódicos allá abajo.
La puerta chilló cuando la abrieron y Gabi pasó rápidamente, llevando a Pablo de la mano hasta el dormitorio.
—¿No cenarás algo? — le preguntó Adán con un grito.
— ¡Cenaré salchicha con huevos y un vaso de leche! — rió Gabriela como una guarrilla y se metió al cuarto con Pablo.
Adán torció las cejas y se fue a su alcoba a meterse a internet y a navegar por páginas porno, mientras le daba atención a su polla.
El miembro con el que él había sido dotado era algo voluminoso, quizá un poco más que el promedio de los hombres, pero no se sentía muy orgulloso de sus atributos porque desde Amanda no había cogido con nadie más.
Se la pasaba jalándosela hasta que el abundante semen le corría por el vientre.
Gabriela, todavía tocada por el tequila, tiró a Pablo a la cama y se subió en él.
Se quitó el vestido con rápidos movimientos, revelando unos hermosos pechos de pezones apenas cafés, grandes y naturales a los que su amante se pegó de inmediato.
Las manos de su conquista le recorrieron las piernas y las nalgas, apartándolas y tirando del hilo de la tanga de encaje.
Gabi suspiró de placer y bajó con la lengua por todo el cuello.
— Ay, condones — dijo y salió desnuda del cuarto.
Tenía condones en el botiquín del baño.
Tomó uno y volvió rápidamente antes de que Adán la viera.
Pablo ya estaba desnudo y se masturbaba.
Gabi casi suelta el condón al ver el tamaño de esa verga y ahogó una risita para no ofenderlo.
Se aproximó, quitándose la tanga.
Su coño lampiño lucía fabuloso y apretujado por la buena genética de su madre, que había sido una prostituta escort, de esas mujeres que ganaban miles por una noche de sexo con los altos funcionarios del gobierno o empresarios.
Habían vivido bien todos juntos hasta que Gloria, como se llamaba en vida, decidió suicidarse.
Gabi había aprendido mucho de ella, incluido el arte de la felación.
Mamá le había hecho mamar pequeños plátanos y pepinos desde la secundaria, no con la esperanza de que su hija se convirtiera no en puta, sino en una mujer capaz de mantener a un hombre a su lado y exprimir todo de él.
— A los hombres se les controla con la boca — le había dicho, mientras una joven Gabriela miraba con ojos desorbitados como su mamá se comía un dildo de goma de quince centímetros.
Gabriela le dio el condón a su cita y se apresuró a mamar.
Echó a un lado su cabello cenizo y abrió los labios.
La polla le entró fácilmente.
Había comido tantas a lo largo de su vida sexual, y la sensación todavía se le antojaba indescriptiblemente placentera.
Se apresuró a embarrarlo con su saliva, a tantear el glande con la lengua y luego a disfrutar el olor a semental mientras engullía los testículos y paseaba delicadamente la lengua en torno a ellos.
Notaba el calor que desprendía su coño, la forma en la que su cuerpo se exasperaba pidiendo a gritos el orgasmo.
Pablo miraba sumamente caliente la escena de esa putita mamándole la verga con dedicación.
La lengua mojada se le enredaba en el pito, que aunque no era grande, era sumamente grueso.
Cerró los ojos y llevó la mano a la nuca de Gabriela para empujarla.
La chica se comió todo su órgano, hasta la base, y lo sacó cubierto de saliva.
A continuación se colocó el condón.
Gabriela deslizó los labios en una expresión de lujuria y se sentó encima de él.
Pablo notó la presión de la vagina tragándose su pene.
Adentro estaba sumamente cálido y húmedo.
Pensó que se le ahogaría, porque dado su volumen, las carnes mojadas de ella casi le cortaban la circulación.
La tomó de las tetas, amasó sus pezones suavemente y los pellizcó.
Hizo reír a la mujer, que, apoyada en su pecho, le cabalgaba con fuerza y le besaba con la lengua, intercambiando delgados hilos de saliva azucarada.
— ¡Dios! ¡Cómo coges!
— Soy una experta — se enorgulleció ella.
Los escalofríos le corrían por la columna vertebral.
Había subestimado la polla.
Era corta, pero gruesa y rica.
Miraba hacia la izquierda, por lo que dentro de su coño, esta hacía más fuerza hacia un lado y esto aumentaba la sensación.
Gabi salió de sí y empezó a moverse con más fuerza, más potencia.
Sus nalgas temblaban deliciosamente.
No era una mujer con un culo exorbitante.
Su principal atractivo eran sus piernas, altas y firmes como la de las jugadoras de voleibol.
Había sido una buena rematadora en sus años de preparatoria y todavía conservaba mucha fuerza en el tren inferior.
Sus tetas eran su segunda cualidad, dejando de lado su hermosa cara, la que más le gustaba a los hombres.
Para demostrarlo, Gabriela se llevó uno de sus propios pechos a la boca y mordió su pezón.
Esto encendió a Pablo, que empezó a bombear dentro de ella, sincronizándose con su cuerpo.
Gabriela mordió con más fuerza la punta de su pecho y luego echó la cabeza para atrás.
Esto alzaba sus maravillosos senos y les adoptaba de una espléndida forma geométrica curvilínea.
Movía las caderas de una forma gloriosa a la vez que apretaba la vagina para hacer disfrutar más a su pareja.
Su mamá le había dado los consejos de cómo satisfacer plenamente a un hombre, o a tres al mismo tiempo.
Gabi sabía que poseía tres agujeros indispensables, pero nunca se le cruzó por la mente tener a tres para ella.
Sería algo así como un tabú, porque sabía que si tres hombres la llenaban, la someterían y eso no le gustaba en lo más mínimo.
— Cuando tengas la polla adentro — le había dicho Gloria, desnuda frente a ella y metiéndose un consolador en el coño —, muévete de adelante para atrás, y luego en círculos mientras aprietas los músculos.
¿Entiendes, cariño?
— Sí… creo que sí.
En esos momentos Gabriela recordó las sesiones de aprendizaje con su mamá.
Sólo el tremendo placer de la voluminosa polla le impedía sentir un peso amargo en el corazón por la muerte de su Gloria.
Siguió cogiéndose a Pablo.
El orgasmo no tardó en llegar.
Pablo sintió la leche descargar dentro del condón y Gabi también percibió el orgasmo del hombre cuando subieron sus pulsaciones y la verga se estremeció dentro de ella.
Poco después, se liberó y le quitó el condón a Pablo.
Tomó su pene, que estaba poniéndose flácido, y se lo chupó con renovadas fuerzas en un intento por hacer que se le volviera a parar, aunque no sucedió.
El hombre volvió a eyacular una vez más dentro de su boca.
Gabi frunció las cejas.
El semen era amargo, y lo escupió, embarrándoselo por los senos.
Ella no bebía semen.
Podía hacer de todo con un hombre, pero beber la leche de la vida era algo que no toleraba, sobre todo por la sensación de tener algo cremoso corriéndole en la garganta.
Lo más que hacía eran gárgaras con él, mezclándolo con saliva y luego se lo escurría por todo el busto.
La única vez que ella había bebido el esperma fue cuando dos hombres, en su primer trio, eyacularon en su boca al mismo tiempo.
Había sido tan abundante que le entró por la nariz y le hizo toser, además de que la leche había estado muy amarga.
Se limpió la boca y se recostó al lado de Pablo hasta que él se quedó dormido.
Era un hombre que estaba algo borracho y lógicamente no soportó el cansancio a causa de la tremenda fiera que se lo había cogido.
Gabriela sonrió para sí misma y fue a una libretita donde anotó el nombre correspondiente.
Pablo era el cuarto hombre que se follaba en lo que iba del año, y apenas estaba en la cuarta semana de enero.
Ansiaba hacer suyos a 52 hombres en todo el año, uno por semana si a caso, porque tenía que descontar los días de su periodo, los cuales ella amaba porque a veces se arriesgaba a coger sin que sus parejas se pusieran condones, y honestamente, sentir la lechita llenándole el útero era placentero.
Se vistió con una bata de seda y salió del dormitorio.
Pensó en ir a ver a su hermano, pero antes se metió a la ducha y se dio un buen baño de agua tibia para quitarse el sudor y los fluidos.
Cuando fue a por Adán, lo encontró dormido, con sus bóxers y sin camisa.
Se arrodilló junto a él en la cama y le dio un beso en el hombro.
— Buenas noches, hermanito — le dijo con ternura y le miró un momento embelesada, como una madre que ve dormir a su criatura.
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Gracias por leer, cualquier comentario me lo puedan enviar al mensaje privado jeje, un saludo!
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