La fiesta Swinger 2
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Crystal69.
Capítulo 2
Adán se despertó con una gran erección tensándole los bóxers.
La cabeza le dolía un poco, a pesar de que no había bebido mucho en la discoteca.
En comparación con su hermana, que era una gran y refinada bebedora, conocedora de grandes vinos y otras delicias, él estaba más habituado a la cerveza suave y a uno que otro cigarrillo ocasional.
Se metió a la ducha para despertar por completo y luego fue a ver a Gabriela, encontrándose con que su cuarto estaba vacío.
Se había ido a trabajar a la secundaria y Pablo tampoco estaba, aunque la tanga de Gabi seguía tirada en el suelo.
Murmurando maldiciones, Adán fue a por la cesta de ropa y empezó a recoger la ropa de su hermana mayor.
Metió la tanga y el corpiño, también el vestido, los shorts y una gran variedad de sostenes de encaje, alguno más pequeño que otro, y los llevó a la lavadora.
Después preparó algo de comer y miró entusiasmado el reloj.
Tenía algo especial pensando para aquella mañana: le declararía a Joana su gusto por ella y le invitaría a dar un paseo por el parque.
Se vistió con sus mejores ropas, casuales y pulcras, y salió del departamento.
Eran las once de la mañana cuando llegó hasta el pequeño restaurante donde trabajaba la muchacha.
Un sitio al que casi no iban clientes, hasta entrada la noche.
En la mesa de siempre le estaban esperando Mary y Gerardo, una pareja de amigos a los que venía conociendo desde hacía dos años.
La mujer era de baja estatura, con una piel olivácea y una cara redonda y bonita.
Gerardo era su esposo, media cabeza más alto que Adán, pero no más intimidante que éste.
Era un buen hombre, de treinta y tantos años y dirigía un negocio de pesca en el muelle.
— ¿Todo está listo para la declaración? — le preguntó Mary, con una coqueta sonrisa.
— Espero que sí.
— Todo irá bien, Adán.
Sólo dile lo que sientes — Gerardo siempre sacaba alguna frase chunga de novela barata para decir.
Era un gran lector, especialmente del género erótico.
Él y su esposa estaban entre las parejas más guarras que Adán conocía, y si seguía juntándose con ellos, era sólo porque le traía muchas ganas a Mary y a su hermoso culo de gimnasio.
Le atraía sólo sexualmente, claro.
Su interés era, en esos momentos, la pelirroja de Joana.
Camarera, de menos de veinticinco años, había cautivado a Adán desde que le sirvió un café, dos meses atrás.
Joana se aproximó con el menú.
Los tres amigos eran algo así como sus clientes favoritos, sobre todo porque Adán siempre le dejaba buenas propinas para dejar ver su interés, el cual ella ignoraba.
— Buenos días.
Les traje el menú, aunque sé que siempre piden lo mismo.
A Adán le pareció que se veía más hermosa.
—Buenos días, Joana.
Gracias por ser siempre tan servicial.
— Me gustaría… pedir algo más — dijo Adán, tratando de no mirar las hermosas pecas que recorrían el pecho de la camarera —, es más bien, eh, un pastel de chocolate.
— Claro, cariño.
Ahora mismo te traigo una rebanada.
Joana fue a la cocina y volvió luego de unos minutos, durante los cuales Adán se la pasó mirando cómo Mary le metía la lengua tranquilamente en la boca a su esposo siempre que se besaban.
Se preguntó cómo serían los dos en la cama y qué clase de cosas podrían hacer.
La camarera regresó pronto y dejó los cafés y le puso a Adán el trozo de pastel.
Esbozó una sonrisa y se alejó, momento en el que Adán decidió sacar del bolso de su camisa un pequeño anillo.
— ¿Vas a pedirle matrimonio? — le preguntó Mary, intrigada.
— Me pareció un buen detalle.
¡Camarera!
Joana regresó con una sutil sonrisa.
— ¿Sí?
— Creo… que hay algo en mi pastel.
Mira.
— Veamos…
Encontró el anillo guardado entre las capas de chocolate.
La sonrisa servicial se le borró y miró a Adán con confusión.
Éste deslizó un labio y le tomó de ambas manos.
Se puso de pie.
— Joana… desde que te conocí, me has gustado mucho y…
—Pero… Adán, es decir, señor, yo soy casada.
— ¿Qué?
— Y estoy en mi segundo mes de embarazo.
Adán sintió cómo se le comprimía el corazón y la cara se le tornaba roja.
Abochornado, se sentó.
Joana comprendió que ese no era el mejor momento de estar ahí, y regresó a la cocina rápidamente.
Mary y Gerardo se quedaron de piedra, mirando cómo los ojos perdidos de su pobre amigo se tornaban vidriosos.
Sintieron pena por él.
No había forma de saber que joana estaba casada.
Era una muy buena camarera que atendía siempre con cariño y por eso Adán había confiado en que había química entre los dos.
Claro que hasta ese momento, nadie se había dado cuenta de esa verdad.
Abatido, Adán se limpió los ojos.
— Bueno… creo que mejor comemos.
El pastel está… rico.
Mary resopló.
Conocía la historia de Adán y del fiasco de prometida que tuvo.
El pobre se había enamorado de las mujeres menos indicadas y no necesitaba sufrir tanto.
Además, Adán le gustaba.
Era un chico alto, de buen carácter y apasionado, casi poético, con buen cuerpo y un bulto interesante en los pantalones.
Había soñado con comerle la polla en más de una ocasión desde que habían ido los tres a las piscinas y le había visto con el bañador.
Estiró la mano y tomó a Adán del brazo.
— Oye, tranquilo.
— Creo que a partir de ahora ya no habrá más mujeres para mí.
Sólo me concentraré en el sexo.
Al diablo con todo.
La pareja vio cómo su amigo se levantaba de la mesa y salía sin decir nada a cambio.
— ¿Crees que esté bien, amor? — quiso saber Mary.
— Pues… sí.
Pobre, pero las cosas mejorarán.
De repente la mujer tuvo una buena idea.
— ¿Deberíamos… invitarle a una de nuestras reuniones?
— No creo que Adán sea esa clase de persona.
— Pero de seguro se la pasará bien ¿no crees? Es nuestro amigo.
Merece que le ayudemos a olvidarse de lo malo.
Gerardo reflexionó un momento.
En efecto, una gran amistad les unía a los tres, y cuando ellos se deprimieron cuando se enteraron de que Mary tenía problemas para concebir, Adán y Gabriela les fueron de mucho apoyo y les consolaron.
A los amigos no se les deja así, a la deriva.
Miró a su mujer y le besó la punta de la nariz.
— Vamos a preguntarle.
En casa, Adán empezó a romper las fotos que se había tomado con Joana.
Él, Mary, Gerardo y la camarera aparecían en varias, sonriendo después de celebrar alguna cena o simplemente una selfie tomada de la nada.
Las arrojó todas al bote de la basura y se sentó en el borde de la cama, pensando en cómo sacar de su pecho todo el deshonor por el rechazo.
Maldijo al esposo de Joana, pero sabía que estaba comportándose como un niño.
Más tarde llamaron a la puerta.
Mary y Gerardo entraron.
— ¿Qué les trae por aquí? — les preguntó, sirviéndoles un café.
— Adán… — habló Mary, alto sonrojada —.
Queremos proponerte… si quieres, que asistas a una reunión especial.
Tú ya sabes que nosotros somos… una pareja algo liberal.
— ¿Qué quieren decir?
Gerardo intervino.
— Existe un lugar al que Mary y yo vamos.
Allí hacen reuniones… del tipo swinger.
Una fiesta swinger es cuando…
— Sé lo que es — farfulló Adán.
Había visto esa sección en sus páginas porno.
— Puedes coger con quien quieras — le animó Mary, que ya podía sentir la deliciosa verga metiéndose en su garganta.
Adán sabía que era cuestión de tiempo para que sus amigos le invitaran a una de esas prácticas sexuales.
La verdad es que no le importaba el sexo en estos momentos, ni las mujeres.
Sólo quería dedicarse a su vida y olvidar que el amor existía.
Observó a la pareja de esposos, que aguardaban su respuesta con ojos expectantes.
El pecho le latió fuertemente al darse cuenta de que si iba, podría penetrar a su amiga Mary, y a otras mujeres.
Claro que habría hombres también, pero eso era lo de menos.
La lujuria se le despertó más al ver los apretujados pechos de Mary, embutidos en el sujetador blanco que llevaba puesto.
Imaginó la dulce cara redonda comiéndole la polla.
Su miembro reaccionó.
— Puedes follar a Mary, claro — Gerardo pareció adivinar sus pensamientos y Adán se sonrojó.
— Bueno… está bien.
Supongo que no tengo mucho qué perder.
Gabriela había terminado de apuntar los deberes de la clase de historia en la pizarra, y se sentó tranquilamente a revisar las tareas que sus alumnos le habían entregado.
El grupo estaba sumido en un controlado desorden.
Trabajaban en equipo y ella paseó su mirada para ver que todos estuvieran haciendo sus actividades.
Notó que Juan, un muchachito precoz y el más pervertido del salón, estaba embobado mirándole las piernas por debajo del escritorio.
Gabriela sonrió y cruzó los muslos, intentando bloquear su mirada, pero sus firmes pantorrillas sólo despertaron un mayor interés en los jóvenes.
— Maestra, terminé el resumen — Esteban, un chico rubio y el más alto de la clase se aproximó a Gabi y le mostró la libreta.
Mientras ella lo revisaba, notó que la mirada verde de muchacho se paseaba concienzudamente por el canalito entre sus tetas.
Llevaba una blusa de oficina, como sugería el reglamento, pero el modesto volumen de sus senos tensaba la tela y el sostén apretujaba sus carnes firmemente.
— Si me sigues mirando los pechos, vas a seguir haciendo trabajos malos — le dijo a su alumno con una coqueta sonrisa en sus labios rojos.
Le colocó una F de nota, y Esteban se fue, agradecido por la mirada radiante de su maestra y el bonito espectáculo a la vista.
Flor, la jefa de grupo, miraba a Gabi con el ceño fruncido desde su lugar.
No le caía bien en lo absoluto la maestra de historia, sobre todo porque sus alumnos conocían su Facebook y le daban like a sus fotos, en especial a las más coquetas que subía.
Flor era una niña de religión.
Consideraba a Gabi como una perversa que miraba con lascivia a los chicos, especialmente a Esteban, de quince años, el cual casualmente era el muchacho que le gustaba.
Pero lo peor era lo siguiente.
Un hombre alto, bien parecido, con la camisa arremangada y una barba de candado, llamó al salón.
A Flor le chispearon los ojos cuando vio a la profesora acercarse a su papá.
Julio venía seguido a hablar con Gabi, supuestamente para preguntar sobre el rendimiento de su hija, aunque en realidad sólo iba para coquetearle a la maestra.
— Tu futura mamá — le bromeó una de sus amigas.
— ¡Cállate! — gruñó Flor, viendo cómo su papá le entregaba a Gabriela una cajita de chocolates y ella le sonreía abiertamente.
Después de eso, Julio le hacía un saludo a su hija y se iba, sin siquiera hablar con ella —.
Voy a destruirla — prometió Flor, furiosa con su maestra —, voy a destruirla y se va a arrepentir de todo…
Adán estaba echo un manojo de nervios.
Miraba el reloj y tenía la pija dura ante la idea de que podría follarse a Mary.
Le habían citado a las cinco de la tarde, bastante temprano para su gusto.
Esperaba a que su hermana llegara pronto para pedirle el dinero de su parte de la renta, pero cuando dieron las cuatro y media, supo que no llegaría.
Le dejó una nota en la mesa, cogió su abrigo y salió rápidamente del edificio.
Cuando llegó a la casa de los swingers, vio que se trataba de una gran residencia ubicada en una zona privilegiada de la ciudad.
Mary, vestida con una cortísima minifalda, le estaba esperando en la entrada.
Le dio un beso en los labios con tanta velocidad que Adán se quedó de piedra.
— Ven.
Te estamos esperando.
— ¿Les dijiste que vendría?
— Sí.
Todos lo saben.
Adán no era bueno con las multitudes, y se quedó de piedra cuando vio a casi veinte personas allí, en la sala.
Mary se apresuró a presentarle, y le sonrieron con cordialidad.
La vista de Adán estaba puesta en las mujeres del lugar.
Todas eran morenas, con la piel cremosa o bronceada, vestidas con atuendos cortos y bonitos.
Olía delicioso, como a flores de otoño.
Algunos bebían copas de coñac o vino tinto.
Eran gente refinada, bonita y de rostros simétricos.
Se sintió un poco feo en comparación con ellos, pero la idea de que pronto podría cogerse a todas las chicas de allí si quisiera, hizo que sus pantalones se tensaran.
— Vamos a comenzar —le dijo un hombre a la multitud.
Se extendió un pequeño grito y todos brindaron.
A continuación marcharon hasta un salón espacioso.
Adán fue el último en entrar.
Habían tres camas grandísimas, y dos sofás y varias colchas y almohadas en el piso.
Las paredes estaban pintadas de rojo.
Luces amarillas colgaban de los muros y telas de seda adornaban las columnas de mármol que sostenían el techo.
Sonaba una música suave, erótica.
Los chasquidos de los besos empezaron a hacerse audibles.
La polla del hombre reaccionó más al ver a una pelirroja sacarse el sujetador y rebelar tetas impresionantes, de pezones rosas y acaramelados.
Él mismo empezó a quitarse la camisa y los pantalones, quedándose sólo en calzoncillos.
De repente una chica morena de ojos azules le tomó de la mano y se lo llevó en medio de los que estaban en el piso.
En menos de diez minutos, el noventa por ciento de los swingers ya estaban desnudos, incluido Adán.
La morena le había bajado los pantalones, y en medio de una sonrisa, se había metido su miembro a la boca.
La chica no debía tener más de veinte años, y un pecho pequeño, pero grandes nalgas.
Acomodada entre las piernas de Adán, le mamaba mientras otro hombre se acomodaba tras ella y empezaba a penetrarla.
Adán buscó a Mary, y la encontró completamente desnuda.
Su pene lanzó una gota de esperma al ver que ella se le acercaba a gatas y con lujuria.
— ¿Te diviertes?
— Sí…
— Perfecto… — le dijo ella, y se apresuró a besarle con la lengua.
Adán le correspondió.
La morena, de nombre Susy, chupaba y le masturbaba al mismo tiempo.
Se sacaba el glande sólo para gemir, a la vez que el hombre la penetraba.
A la derecha, dos chicas con las piernas completamente abiertas recibían la atención de Gerardo.
Las vaginas estaban depiladas, suaves y mojadas.
Ellas se besaban fogosamente, y Adán extendió sus labios hacia ellas, que sonrieron y también le besaron.
Mary había hallado un sitio junto a Susy, y mientras la morena le seguía mamando la verga, Mary se buscó un sitio y empezó a lamer los pesados huevos de su amigo.
Desde hacía tiempo Mary había fantaseado con él.
Toda su lengua se movía por el saco, mojándolo y succionando cada uno de sus huevos.
De repente sintió su concha abriéndose ante la verga de José.
Era un hombre de tez negra, un semental por naturaleza, con una pija que iba poco más allá de los veinte centímetros.
Mary le guiñó un ojo.
Él le dio una nalgada.
Estela, una voluptuosa madre de familia que venía con su amante, le tocó el hombro a Adán.
— Cómeme el coño — le solicitó, y Adán no se pudo creer cuando ella le acostó y se sentó sobre su rostro.
El hombre comenzó a beber los jugos que salían en abundancia.
Alzó la vista y vio que Carlos, otro de los hombres, le estaba zampando la polla en la boca y goteaba saliva de las comisuras de su boca.
Gerardo abrió las piernas de Maya y vio el piercing que tenía en el clítoris.
Empezó a penetrarla rápidamente mientras Andrea, de pezones marrones, le abría el coño a su amiga.
A dos metros de ellos, sobre la cama, Patricia y Antonio hacían un 69 invertido.
La polla se clavaba en la garganta de la chica mientras éste le comía el coño con rapidez y le tanteaba el culo.
— Quiero penetrarte — le pidió a Mary, que asintió y se sacó los huevos de su boca.
Hizo que la otra chica se hiciera a un lado y se sentó sobre la verga de su amigo.
Mary exclamó un grito.
Gerardo miró a su esposa cabalgar deliciosamente a otro hombre y reanudó sus embestidas para con Maya, que chillaba y sus tetas se bamboleaban frenéticamente.
José había ido donde Patricia para meterle la verga ala mujer, y ésta mamó antes de la gran y gorda pija negra que le estaban ofreciendo.
Al otro lado de Adán, Marta y Katy hacían un 69, comiéndose los coños mientras se penetraban con consoladores que vibraban dentro de sus apretadas conchas.
Adán sonrió al verlas.
Se dejó llevar por el momento y le dijo a Mary que iba a eyacular.
Ella empezó a moverse más de prisa, más de prisa hasta que sintió la descarga de semen caliente embarrándole todo el coño.
Gimió de gusto, y sonrió, acariciándose las ubres y pellizcándose los pezones.
Se sacó la polla y llamó a Maya, que estaba con Gerardo.
Maya, a regañadientes, se arrastró hasta él.
— Anda, cómele la polla un rato y haz que se le pare.
— Sí, mientras tú ve con tu esposo, que se ve que te quiere coger.
— Anda, pero si aquí todos cogen contra todos — dijo Adán, feliz cuando Maya empezó a darle besitos a sus huevos y luego a lamerle el semen que se le había escapado del glande.
— Cállate y disfruta — le regañó Maya, echándose el pelo para atrás.
Después de un rato de cogida, hubo un pequeño concurso de lamer conchas.
Las chicas, diez en total, se sentaron en los sofás y se abrieron de piernas.
Exponían vaginas jugosas, depiladas, de carnes rosadas con pequeños anitos contraídos debajo.
A Adán se le había vuelto a poner dura, y hacía fila junto a otros tíos a la espera de poder comerse todos y cada uno de los coños.
Los hombres pasaban y cada uno tenía permiso de lamer por cinco minutos cada vagina.
— Lo único que nos falta es la squirting — le dijo Gerardo.
En ese momento José le estaba comiendo el coño rosado a su esposa.
— ¿Tienen una?
— Sí… pero no vino a la reunión.
Hombre, ella es maravillosa.
No sólo es buena en la cama, sino que es una squirt de lo mejor.
¿Has visto esas pelis porno donde las mujeres gritan mientras se corren? Eso es puro engaño.
Ella de verdad se corre, y no hace un escándalo.
Y no importa cuántas veces se la hayan metido.
Su coño sigue estando igual de apretado.
— Es la diosa de por aquí — le dijo Carlos.
Era su turno de pasar.
Las mujeres se reían mientras les daban sexo oral, y soltaban sus dulces jugos para sus hombres.
Mantenían las piernas bien abiertas, acariciándose las tetas entre sí.
José trató de meterle la polla a Patricia, pero todos los demás le regañaron.
Ese concurso era comer conchas y nada más.
Adán estaba feliz, pronto sería su turno.
Iría a por la vagina de Mary, que a leguas parecía ser la más experimentada de todo el grupo de mujeres.
No le daba asco lamer un coño que ya había sido comido.
En ese momento tampoco le daba asco ver otras pollas.
Pensó que a su hermana le hubiese encantado estar allí.
De repente la puerta del salón se abrió.
Los hombres giraron las cabezas — ambas —, pero sólo a Adán le brillaron los ojos.
Había caído un ángel del cielo.
La mujer joven que estaba allí no parecía encajar con los estándares humanos, según vio él.
Llevaba un vestido floreado, apenas por encima de las rodillas, cuando todas las otras mujeres habían venido con minifaldas y escotes.
Los finos tirantes mostraban unos hombros pequeños y delgados.
Tenía zapatos de tacón bajo, una cantidad de pulseritas en las muñecas.
El escote cuadrado del vestido dejaba entre ver un par de apretujados senos de piel clara.
El pelo, entre rubio y pálido, le caía en suaves ondulaciones detrás de la espalda.
Los ojos verdes destellaban una alegría infantil.
— Aquí está — dijo Pablo —, la reina del swinger.
— ¡Oigan! — protestó la chica, dando un zapatazo de frustración.
Su voz era tierna y suave, pero de esas voces que causan placer al oírlas reír.
Las delicadas y simétricas facciones de su rostro, labios pequeños, nariz respingona y hoyuelos en ambas mejillas le conferían un aire casi divino — .
No se vale, comenzaron sin mí…
— Llegas tarde, como casi siempre — le dijo Mary, yendo hacia ella.
— No fue mi culpa.
Tuve unos problemas que atender antes de salir del trabajo.
Adán estaba estupefacto ante la belleza de la mujer.
Parecía ser la más joven de todas, casi una adolescente todavía, aunque su edad no debía de ser mayor de los veinticinco años.
Riendo, le dio un beso de pico a Mary y se dio la vuelta.
Mary, amigable, le ayudó a abrirse el vestido.
La espalda perfilada de la reina era muy blanca y limpia.
Llevaba un sujetador rosado, y una pequeña tanga de color rojo.
Luego le desabrochó el sujetador.
La mujer se giró, sonriendo mientras dejaba caer la prenda.
Sus pechos eran de una perfección tal que para Adán podían ser incluso mejores que los de todas las presentes.
Eran firmes y respingones, con las puntitas rosadas mirando un poco hacia arriba.
Tenía un lunar en el derecho.
El ombligo, más abajo, llevaba un delicado brillante.
Se sacó la tanga y mostró una vagina tan dulce y lisa como la de una niña pequeña.
Delicadamente, la reina dobló sus ropas y las metió en un bolso que había dejado a un lado.
Se pasó el cabello rubio por detrás de las orejas y corrió, con sus pechos rebotando graciosamente, al final de la fila y se abrió de piernas.
Adán no pudo más, y eyaculó.
— ¡Perdiste! — le gritó el que estaba detrás de él y Adán tuvo que apartarse a un lado, pero sin dejar de ver a la joven ángel que ofrecía su tierna vagina para todos los hombres.
Se sostenía las piernas abiertas tranquilamente y relajada, como en su casa, y conversaba animadamente con Mary en medio de sonrisas y cuchicheos.
— ¿Cómo se llama esa mujer? — se preguntó a sí mismo, pero el de la otra fila le contestó.
— Ah, la reina.
Es muy dulce para estar aquí.
Te gustará.
— Sí… pero quiero saber su nombre.
— Se llama Rebeca.
Dejar un comentario
¿Quieres unirte a la conversación?Siéntete libre de contribuir!