Mi hermana, mi ama 2
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
Segunda parte.
Escándalo, muerte y cambios
Pasaron los meses, Lidia nos controlaba a todos.
Madre también estaba bajo su dominio, no sabía por qué motivo, pero lo cierto es que también obedecía a mi hermana.
Hubo algunos escándalos protagonizados por Lidia.
Se rumoreaba que andaba liada con hombres casados del pueblo.
Una esposa contrariada le dio una paliza en la calle, el escándalo fue de aúpa.
Una noche padre llegó, como tantas otras, bebido.
Ese día no fue al trabajó, al parecer lo habían despedido, por lo que estaba descansado y… con ganas de jarana.
Fue directo a su cuarto y llamó a madre.
Entró y oímos voces, Lidia estaba asustada; cuando venia borracho era impredecible, no sabíamos que ocurría allí dentro.
Padre se presentó en la cocina, desnudo, donde estábamos mi hermana y yo, a decirnos que entráramos a su dormitorio.
La imagen que vimos era penosa.
Madre, desnuda, tendida sobre la cama, llorando, cubriéndose la cara por la vergüenza y cruzando los muslos para cubrir lo que pudiera de su frondoso coño.
— ¡Desnudaos! ¡Esta noche vamos a follar todos!… ¡¿No es eso lo que querías Lidia?!… ¡Y tu, mariconazo!… ¡Hoy te vas a hacer un hombre! ¡Vas a joder con tu puta madre!… Con tu hermana ya sé que estas más que harto.
Intenté escapar, pero padre se interpuso en la puerta, de un empellón me arrojo hacia la cama y caí sobre mi madre, que me abrazó y aprovecho para utilizarme como cobertor y tapar sus vergüenzas con mi cuerpo.
Pero padre no se detuvo.
Retorció mi oreja hasta que me levanté y me desnudé.
Mi hermana ya lo estaba, ella trataba de calmarlo pajeando su rabo.
A pesar de lo dramático de la situación, ella intentaba dominar a la fiera en que se había convertido padre.
Claro que había sido ella quien empezó, chantajeándolo, para que lo hiciera con ella.
Al menos eso pensaba yo entonces.
Una vez estuve en cueros, obligó a mi hermana a chupármela hasta ponérmela tiesa y de esa guisa, me empujó sobre madre que no tuvo más remedio que dejarse follar por su hijo de dieciséis años, mientras su hija le chupaba las tetas y padre follaba a mi hermana.
Durante varios días padre nos obligaba a joder entre nosotros, incluyendo a Isabel, amiga de Lidia, a la que sorprendió un día que vino a por mi hermana para ir de juerga.
A empellones la metió en el cuarto y la folló por todos sus agujeros, estando todos presentes.
Mi padre estaba como loco.
Con la puerta de la calle cerrada, se paseaba en cueros y nos hacía lo que quería a cualquiera de nosotros, en cualquier sitio de la casa.
Todas estas cosas se hacían sin que nadie del pueblo sospechara nada.
Unos días después de estos hechos, padre se fue a trabajar y no volvió a casa por la noche.
Al principio pensamos que estaría bebido y dormido en cualquier rincón, pero al día siguiente tampoco apareció.
Madre habló con el capataz de la finca donde trabajaba y este le dijo que hacía dos días que no había aparecido por el tajo.
Denunció la desaparición a las autoridades, lo buscaron pero sin éxito.
Casi un mes después de la desaparición nos llamaron al cuartelillo para decirnos que habían encontrado a padre, ahorcado en un árbol, en la sierra.
La verdad, no me afectó, me sentía aliviado y madre también debía sentir lo mismo.
No lloró.
Por alguna extraña razón Lidia si lo hizo, la trágica muerte de padre fue un duro golpe para ella.
Supongo que se sentía culpable por haber sido la causante de la desgracia.
El ajetreo del entierro, fuera del camposanto, en la zona reservada a los no cristianos.
Los vecinos entrando y saliendo a darnos el pésame.
Fueron unos días de locura.
Lidia se encerró en el cuarto y no quería salir ni ver a nadie, solo yo entraba a llevarle algo de comer y a dormir por la noche.
Dormía en mi cama, conmigo.
En cuanto la calma de la noche invadía la casa, se pegaba a mi cuerpo, cogía mi verga y me obligaba a follarla una y otra vez hasta el agotamiento.
Decía que era la única forma de poder dormir.
Pasados unos días madre nos llamó a la cocina.
— Tenemos que marcharnos del pueblo.
Aquí ya no podemos seguir, sin el jornal de padre, solo con lo que saco limpiando no nos llega para vivir.
Me han ofrecido un buen precio por la casa y el huerto de padre y pienso vender.
Con ese dinero buscaremos algo donde vivir en la capital y nos sostendremos hasta que encontremos trabajo.
El semblante de Lidia cambió.
A mejor.
Le gustaba la idea de irnos a Valencia.
Así nos vimos en la gran ciudad, viviendo en un pisito de alquiler con dos habitaciones, saloncito, cocina y baño.
Por fin agua corriente, ducha, WC…
Al tener solo dos dormitorios, madre se quedó con el pequeño y lidia quiso compartir el grande conmigo.
Tenía una cama de matrimonio.
Madre no lo veía bien, pero la alternativa era dormir ellas dos juntas y sabia que Lidia le metería mano.
Madre encontró pronto trabajo como limpiadora, en un bloque de viviendas y Lidia en una tienda, como dependienta.
Me contaba lo que le hacia el dueño cuando cerraban por la noche.
Algunas veces se la llevaba a cenar, de copas y a follar en un apartamento que tenía en el Cabañal.
Como ella le contara que también se lo hacía conmigo, el hombre quiso conocerme.
Una noche, mientras ella me masturbaba, me propuso llevarme con Oscar, así se llamaba su jefe.
Pocos días después, al llegar por la noche a casa, me dijo que al día siguiente, por la tarde, me esperaban en un bar, en la Avenida del Puerto.
Llegué con tiempo de sobra, la barra, situada a la izquierda del local, estaba atendida por una chica, morena, muy guapa.
Me sirvió un café y se puso a charlar conmigo.
Entró un parroquiano mal encarado, que empezó a gastarle bromas de mal gusto y querer cogerle las tetas.
La muchacha se alejaba del tipo y se acercaba a mí, sin prestarle atención.
El otro le pide un cigarro, ella le dice que no tiene, me mira, la miro y le digo:
— ¿Me puede dar un cigarro, señorita?
Yo no fumaba, era solo por fastidiar al estúpido.
— ¡A ti sí te lo doy! ¡Toma!
Se lleva el pitillo a su boca y lo enciende, después lo coloca en mis labios.
El tipo me mira con muy mala hostia… Sostengo la mirada, desafiante, aunque por dentro estaba temblando… Esperaba una reacción violenta, por parte suya, menos mal que me equivoqué.
Agachó la cabeza y se fue.
La chica, al quedarnos solos, encaramó su pecho en la barra para acercarse a mí y me dio un piquito en los labios.
Mi corazón se me salía del pecho.
— Me llamo Lola, ¿Y tú?
— Miguel.
¿Hasta qué hora estas aquí?
— Salgo a las diez, pero luego voy a un bar de copas, donde trabajo, hasta las tres o las cuatro de la madrugada.
Mañana tengo la noche libre.
Ven a buscarme, a las diez aquí.
— No faltaré.
Te lo aseguro.
Me apoyé en la barra para alcanzarla, ella se acercó y me dio un beso, de tornillo, que aún recuerdo.
No era la primera vez que me besaban, pero la dulzura de sus labios, su lengua entrando en mi boca.
Fue fantástico.
En ese momento entraron mi hermana y su acompañante.
Lidia hizo las presentaciones, me despedí de Lola y nos marchamos al apartamento de Oscar.
Por el camino mi hermana, se reía.
— ¡Vaya con mi hermanito! ¡Es todo un Casanova! ¿Te has dado cuenta Oscar? ¡Como lo miraba la camarera….
!
— Venga ya, déjate de cachondeo — Dije ruborizándome.
Oscar se reía.
Llegamos al apartamento, casa típica de playa de los años veinte, reformada para alquilar.
Es interior, sin ventanas.
Los muros gruesos, típicos de las construcciones antiguas, magníficos aislantes acústicos.
Podíamos gritar sin que nadie oyera nada.
— ¿Qué queréis beber? Como veréis el bar esta surtido.
— Yo quiero un “barrejat”.
Lidia me mira extrañada.
— ¿Y eso qué es?
Oscar se lo aclara.
— Es una bebida típica de aquí.
Mezcla de aguardiente y mistela.
Pega fuerte ¡Eh!
— Ya lo sé, ahora lo necesito.
— ¿Por qué? ¿Qué piensas que te vamos a hacer? — Dice Oscar con una sonrisa maligna en los labios.
— No lo sé.
Pero puedo imaginarlo — Me eché a temblar.
Lidia también sonreía.
— ¿Y no te gusta? ¿Qué te imaginas?
— Ya veremos.
Los dos sonríen con malicia, Oscar me da la copa y se sienta frente a mí, junto a mi hermana.
Empiezan a besuquearse.
El acaricia su muslo y sube, levantando la faldita, hasta alcanzar el triangulito blanco de las braguitas.
Pasa un dedo por el borde y lo aparta, ella se abre de piernas, ofreciéndome la vista de su vulva acariciada por los dedos de su jefe.
A pesar de haberlo visto tantas veces, en esta ocasión parecía distinto, nuevo, me excitaba ver aquellos labios, los pelitos alrededor.
Oscar me invita, con un gesto a sentarme al otro lado de mi hermana.
Al levantarme no puedo ocultar la erección que empuja con fuerza los pantalones, hasta producirme dolor y que me obliga a colocármela bien, con ese gesto que a tantas mujeres desagrada, pero necesario en esas circunstancias.
Tomo asiento a la izquierda, Lidia coge mi mano para colocarla sobre su pecho; siento como, a través de la tela, su pezón se endurece.
La muy zorra sabe que me encantan sus tetas.
Oscar sigue masajeando su sexo, ella se gira hacia mi cara para mordisquear mis labios, después los de su otro amante, ora izquierda, ora derecha.
Bajo mi mano hacia su vientre, acaricio, seguimos vestidos y la tensión es insoportable.
Ella se levanta, baja la falda, hasta sus pies, se descalza y la aleja de un puntapié.
Sus braguitas siguen el mismo camino, el jersey de punto, la camisa, el sostén… Me desprendo de la ropa con rapidez, Oscar también.
Lidia con la cara encendida.
— ¡Vamos a la cama! ¡No aguanto más!
En el centro de la habitación, una cama enorme, en la pared de la derecha, frente a la puerta, un gran espejo.
Lidia asida a mi mano, se arrodilla sobre la cama, me empuja, caigo de espaldas y se abalanza a chupar mi pija, como si fuera la primera vez.
Oscar se aparta, nos observa sentado en un sillón, junto a la cama.
Me sitúo debajo de ella, en un sesenta y nueve y chupo sus belfos, chorrean esos líquidos que tanto me gusta saborear.
No quiere llegar aún, me aparta y llama a Oscar.
Ella sigue en cuatro, el penetra su coñito por detrás.
— ¡Migue, chúpame los pies!
Arrodillado en el suelo enmoquetado, voy lamiendo los piececitos, como tantas veces.
Es algo que me fascina.
— Por el culo, Oscar!
Saca el badajo del coño, empapado en jugos, escupe y comienza el ritual de penetración anal.
Cuando están sus testículos pegados al perineo, se quedan quietos.
— ¡Ahora tú, Migue! ¡Métesela por el culo a Oscar! — Grita mi hermana sorprendiéndome.
Mi polla esta dura, me duele.
Ella se aplasta sobre la cama.
Él, con su polla incrustada en el ojete de Lidia, se deja caer sobre su espalda, ofreciéndome su ano, es raro, parece cuero viejo, pellejo arrugado alrededor de un agujero negro, donde escupo, apunto y empujo, entra la cabeza, poco a poco voy penetrando hasta el fondo.
Él se mueve adelante y atrás, perforando y siendo perforado.
Me invade un gran placer, estar dando por el culo al que se folla a mí hermana, me pone a mil.
Los orgasmos no tardan en producirse.
Primero Lidia, que al tiempo que era enculada se masturbaba con su mano.
Su jefe descarga en sus intestinos, su esfínter se contrae con fuerza, me produce un delicioso orgasmo y deposito en su vientre mi esperma.
Derrotados, caemos en la cama, jadeando, respirando profundamente.
Mi hermana se reía.
— Por fin has cumplido tu deseo, hermanito, follarte a otro tío.
Hasta ahora solo te jodían a ti.
Jajaja.
Descansamos un rato, ella nos la meneaba a los dos.
Se incorporaba y nos la chupaba.
Al poco estábamos los dos con la polla tiesa de nuevo.
— Venga hermanito, se me está ocurriendo algo que nunca hemos hecho.
Taparme los dos agujeros.
¡Venga Oscar! ¡Tú por delante! ¡Quédate como estas! Me pongo encima de Oscar y Migue me entra por el culito.
Así lo hicimos.
Ella se coloca sobre su jefe introduciéndose la pija por el coño y poniendo a mi disposición su delicioso orificio, lo chupo, rezuma el semen del otro, lo aprovecho para meter mi polla dura de golpe.
Nos acoplamos y comienza la acción, ella movía su abdomen de forma que, estando nosotros quietos, al avanzar adelante se clavaba la de Oscar y al retroceder, la mía.
Ellos se comían la boca y yo amasaba y pellizcaba sus suaves y deliciosas tetitas.
Oscar fue el primero; tras su rugido, seguido de un aspaviento, se quedó quieto bajo nosotros, yo seguía bombeando.
El culito de mi hermana me volvía loco, llevábamos años haciéndolo y no me cansaba de follarlo.
Al poco, Lidia gritó y se desplomó sobre Oscar.
A mí me gustaba seguir después que ella se corría, porque algunas veces se enfadaba y me quitaba, impidiendo mi llegada a meta.
El sufrimiento de no poder vaciarme, también me producía un extraño placer.
Pero esta vez me dejó.
Y disparé dentro de su cuerpo la carga de mis testículos.
Tras reponernos, tomamos un refresco, Oscar nos dio una bebida a la que llamo zarzaparrilla, era una especie de cola, parecida a las cocas actuales.
— ¿Sabéis que se me ha ocurrido una idea mientras follábamos? — Dijo Oscar misterioso.
Mi hermana lo mira con gesto interrogante.
— ¿Qué idea? Mira que te temo, Oscar, eres muy peligroso — Dice mi hermana.
— ¿Queréis ganar dinero? — La pregunta de Oscar nos deja intrigados.
— ¿Cómo? — Pregunto.
— Follando.
Haciendo lo mismo que hacéis, entre los dos, pero como espectáculo.
No podéis imaginar lo que pagarían por ver a dos hermanos, de verdad, jodiendo.
— Y eso ¿Cómo lo haríamos? — Pregunta Lidia, que ya se veía ganando dinero.
— Facilísimo.
Yo me encargo de todo, como vuestro representante.
Busco locales, clientes, en fin, todo… Vosotros, al terminar, cobráis vuestros duros y a casa.
¿Qué os parece?
— Podemos probar, a mi me gusta follar y mi hermano hará lo que yo diga.
— Pues no se hable más.
Mañana mismo empiezo a hacer las gestiones…
Nos vestimos y en su coche nos llevó hasta nuestra casa.
Era tarde.
Madre estaba sentada en la mesita de la cocina, con tres platos de comida, estaba fría, ella no la había probado.
A pesar de todo, nos sentamos y cenamos.
No nos decía nada, pero sus gestos eran de estar muy enfadada.
Por fin estalló.
— ¡¿No tenéis nada que decirme?! ¡Llevo horas esperando! ¡No tenéis conciencia! Me mato a trabajar para traer un duro a casa, mientras vosotros os gastáis el dinero por ahí.
Miraos como estáis.
¿Qué habéis estado haciendo?
Lidia la miró fijamente.
— Follando, madre… Follando… Y ahora te toca a ti.
Estas muy tensa y vamos a relajarte un poco.
Tienes razón, últimamente te tenemos un poco abandonada.
Vamos a la cama.
Madre no podía creer lo que oía.
La miró con los ojos muy abiertos, después se tapó la cara con las dos manos y se echó a llorar.
Lidia la consolaba, la acogió entre los brazos, la levantó y los tres nos fuimos a nuestro cuarto.
La desnudamos, ella se dejaba hacer.
Sabía que no podía oponerse a los deseos de mi hermana.
Los tres en cueros, acostados, madre en medio, empezamos a acariciarla, a besarla por todo el cuerpo.
No se protegía, abierta de piernas y brazos, dejaba que llegáramos hasta los más recónditos rincones de su anatomía.
Palpé su coño y rezumaba, embadurne mi mano con su licor, lo saboreé y se lo di a probar, metiendo los dedos en su boca, acariciando sus labios, besándolos, las lenguas se entrelazaron.
No solo la besaba, bebía su boca.
El deseo crecía, mi verga estaba dura como una piedra, me dolía, la frotaba sobre su mano, que descansaba sobre la cama.
Al principio estaba inerte, pero al poco me acariciaba, la meneaba.
Me estaba pajeando mi madre.
Solo lo había hecho con ella una vez, cuando padre nos obligó.
Pero esto era distinto, sus tetas grandes, blancas, las aureolas oscuras, coronadas por los pezones gruesos y que ahora estaban rugosos, duros, casi como mi pija.
Lidia bajó hasta su felpudo, apartó la mata de pelo con las dos manos y se zambulló en la rosada raja, por donde había venido al mundo.
Chupó, lengüeteó, desde el ano hasta el pubis, con parada en el perineo y más arriba, el clítoris.
Madre empezó a temblar, no era de frio, su cuerpo se movía sin control.
Lidia levantó su cara empapada de flujos.
— ¡Ahora, Migue, es tu turno!
Yo deseaba aquel momento, llevaba tiempo soñando con volver a estar dentro del coño de madre.
No me hice esperar, me coloqué entre sus piernas, con el prepucio pinté la grieta, arriba, abajo, apunté y lentamente, introduje el miembro hasta el fondo.
El tacto era cálido, entró con deliciosa suavidad, lubricado al máximo por su licor.
Solo entró una vez.
Madre gritó, me rodeo con sus brazos por la espalda y las piernas apresando mi culo.
Lidia acariciaba sus negros cabellos.
Su orgasmo fue un huracán.
No se detuvo, se movía espasmódicamente bajo mi cuerpo, buscaba mayor penetración, adelantando su pelvis, con golpes de cadera.
Encadenó varios orgasmos hasta quedar exhausta.
Me tendí a su lado, Lidia al otro y nos quedamos dormidos los tres juntos.
Mi mano sobre su teta, la mano de Lidia en su coño.
La luz de la mañana me hiere los ojos.
Mi hermana esta a mi lado, duerme con su cara de ángel, como si nunca hubiera roto un plato, me levanto.
Madre está en la cocina preparando el desayuno.
Refresco la cara en el baño, hago mis necesidades sentado en el inodoro.
Lidia entra, desnuda, directamente a la ducha.
— Termina Migue, lávame.
Venga — Me manda, segura de ser obedecida.
Aun no se ha despertado y ya está dando órdenes.
Pero yo obedezco.
Cuando llego a lavar su sexo noto un chorro caliente que sale de su fuente.
Me gusta sentir el chorro de orín en mis manos, ella empuja mi cabeza hacia su coño, para que lo chupe… Madre nos llama.
— ¡Venga, a desayunar!
Terminamos de asearnos y nos sentamos en la pequeña mesa de la cocina.
Rebanadas de pan frito con azúcar y café con leche.
Estamos los tres en cueros, madre esta risueña.
Parece raro, si anoche casi la violamos… ¿O no?… Ella aceptó de buen grado lo que le hacíamos.
No lo entendía, recordé a padre.
— Madre ¿Por qué se colgó padre?
Su cara se ensombreció.
— Hay cosas de vuestro padre que no sabéis.
Lidia conoce algo, pero no todo.
Lidia levantó su cara airada.
— ¿Qué es lo que no sé?… ¿Qué te acostabas con los señoritos en el pueblo?… Eso lo sabía hace mucho.
Pero y padre ¿Lo sabia él?… Y si se enteró… ¿Fue lo que lo llevo a suicidarse?
— No lidia, él lo supo siempre.
Es más, él me empujó a hacerlo.
— ¡¿Cómo?! — Lidia arrugó el entrecejo, a mí también me sorprendió mucho la revelación de madre.
— Si hija.
¿Sabes que tu padre era un vicioso del juego?
— No, no sabía nada.
Y tú Migue ¿Lo sabías?
— No, es la primera vez que lo oigo.
— Pues sí, vuestro padre jugaba a las cartas.
Cuando vosotros erais pequeños, se organizaban partidas clandestinas, algunas veces en nuestra casa, se apostaba muy fuerte… En una de esas partidas en casa, perdió una gran suma de dinero.
Yo estaba en la cama, dormida… Me despertó una caricia, creí que era vuestro padre, pero no.
Era uno de los jugadores.
Me levante y traté de irme, pero él estaba en la puerta, me dijo que me apostó y perdió.
Me obligó a follar con el ganador toda la noche.
— ¡Es horrible madre!
— Sí, lo fue al principio.
Después me hice a la idea y me gustó.
Aquel hombre me hizo cosas que mi marido no me había hecho nunca, fue el primero en comerme el coño y el culo.
Disfruté como nunca antes, en mi corta vida de casada.
Aunque lo disimulé ante el cornudo, le hice creer que lo había pasado fatal, lloré y simulé estar enfadada, pero la verdad era que quería repetir… Y lo hice… El señorito, donde servía se enteró de lo que había pasado y me “chantajeó”, a partir de entonces era raro el día que no lo hacíamos.
Y no solo con él, también con otros amigos suyos.
A vuestro padre le daban trabajo, normalmente lejos de casa, para que estuviera toda la semana fuera, mientras ellos venían y pasaban la noche conmigo.
— Yo también recuerdo haber visto entrar a un hombre en tu habitación, madre.
Pero era muy pequeño y no sabía qué pasaba.
Ahora lo entiendo.
— ¿Sabes quién era, Miguel?
— No madre, no pude verle la cara.
Cerraste la puerta y no vi nada más.
— ¿Recordáis cuando estuve en el hospital?
— Sí, Lidia me dijo que estabas enferma, por eso ella se acostaba con padre.
— No era una enfermedad Miguel, fue un aborto.
Quede embarazada de alguno de los que me lo hacían y se corrían dentro, aunque yo me lavaba enseguida con vinagre y agua… Una mujer del pueblo, me dio a beber una infusión de unas hierbas y me metió algo por ahí, provocando el aborto.
Pero no pudo evitar la hemorragia.
Estuve al borde de la muerte… El médico intervino a tiempo y me llevaron al hospital.
Se silenció todo gracias a la influencia de los que se acostaban conmigo… De haberse sabido, el escándalo hubiera sido desastroso, para ellos y para nosotros.
Al volver del hospital ya no quisieron nada conmigo.
Durante algún tiempo me dejaron tranquila.
Yo lo había pasado muy mal y no quería quedarme de nuevo preñada.
Pero algunos meses después, el señorito, volvió a meterme mano y todo comenzó de nuevo.
— ¿Por qué le tenias miedo a Lidia Madre? — Le pregunté.
— Una mañana, Lidia, me sorprendió en la cama con un hombre.
Nos habíamos quedado dormidos.
Tu hermana me amenazó con contárselo a vuestro padre y a todo el pueblo para organizar un escándalo.
A partir de entonces me convirtió en su esclava
— Madre.
¿Cuánto tiempo estuviste haciéndolo con los señoritos del pueblo? — Pregunté.
— Durante años.
Vuestro padre no lo sabía, o no quería saberlo.
— Bueno madre, me voy a la tienda, que ya es tarde.
Sigue contándole a Migue tu vida como puta en el pueblo, yo ya me la sé.
— Pero lo que no sabes es lo que ocurrió el día antes de desaparecer vuestro padre.
— ¿Qué pasó?
—Don Ernesto vino a casa cuando se enteró que había desaparecido y me contó que el día que vino borracho a casa, cuando nos hizo desnudar y follar, había estado en el casino con Felipe.
Estaban los dos bebidos, discutieron no sé por qué, pero Felipe le dijo, gritando, que yo era una puta, que medio pueblo había pasado por mi cama y que si puta era la madre, mas puta era la hija, o sea tú.
Se liaron a trompazos y tu padre le estrello una silla en la cabeza.
Menos mal que el médico le dio unos puntos nada más.
Por eso llegó hecho una furia y nos hizo todo aquello.
Después, cuando se enfrió, supongo que no pudo con la vergüenza y se fue al monte.
— Entonces era lo que sospechaba.
Se ahorcó porque no podía con el peso de los cuernos que él mismo se había puesto… No me da ninguna pena… Y no lo digo más, me voy a trabajar.
Lidia se levanta y se marcha.
Nos quedamos los dos.
Madre me acaricia la mano.
— ¿Y tú, Miguel? ¿Cómo estas después de saber todo esto?
— Pues… Bien, madre.
Sobre todo después de lo de anoche.
No puedes imaginarte la de veces que me la he meneado pensando en ti.
— ¿Te gusto?
— Mucho.
Y me daba mucha rabia cuando los chicos del pueblo me decían, cuando te veían, que estabas muy buena y les gustaría follar contigo.
Por eso me peleaba con ellos y tenía tan pocos amigos.
Pero en el fondo pensaba que yo también lo haría si me dejaras.
Lo de anoche fue genial.
Yo pensaba que te resistirías, por eso me sorprendió tanto que participaras y lo pasaras bien con nosotros.
— Llevaba mucho tiempo sin hacerlo y con la vida que he llevado, el sexo se ha convertido en un vicio.
Lo necesitaba.
¿Te gustaría repetirlo?
— ¿Ahora?
— Pues claro.
¿Por qué no?
— Eso.
¿Por qué no? ¿Vamos?
— Vamos mi vida.
Aprovechemos el momento.
Con lo que hemos hablado he recordado cosas que me han puesto muy caliente.
— ¿Me las contaras?
— Claro que sí.
Nos levantamos y cogidos de la mano vamos al dormitorio.
Por el pasillo, madre me besa los labios, acaricio los pechos que me dieron de mamar.
Ella sonríe y me abraza, agarrada a mi miembro, que duele de lo duro que está.
— Madre, cuéntame con quien follabas en el pueblo, qué te hacían ¿Te gustaba?
— A veces, la mayoría eran muy brutos, iban a lo suyo, la metían se corrían y ya está.
Muchas veces me quedaba caliente y cuando se iban me tenía que dar con la mano para acabar.
Pero con el señorito Ramón lo pasaba bien, era amable, le gustaba comerme el coño y ver cómo me corría de gusto.
Con él pasé muy buenos ratos, hasta que un día nos pilló su mujer, doña Mercedes.
Disimulamos como pudimos, pero nos había visto, aunque no dijo nada.
Al día siguiente le pregunté al señor y me dijo que no había problema, su mujer sabía lo nuestro desde hacía mucho y lo toleraba, pero que al vernos le picó la curiosidad y quería participar.
Me preguntó si aceptaría que estuviera presente, le dije que era raro, pero que aceptaba.
— No me digas que te follaron los dos.
— Pues sí.
Y no una vez, fueron muchas y lo pasábamos muy bien los tres.
La señora me hacía comerle el coño y ella a mí, mientras el señor elegía a cuál de las dos nos la metía, alternaba, pero la mayoría de las veces se vaciaba en mi conejo, como él decía, por miedo a dejar preñada a la mujer.
Yo, con el aborto, quedé estéril, podía descargar las veces que quisiera sin peligro.
Por cierto, el aborto creo que fue de él.
Por aquella época era el único que me lo hacía, pero no le dije nada.
Haber tenido el niño hubiera sido un desastre, sobre todo con tu padre.
— ¿Por qué? Padre lo sabía ¿No?
— Si y no… Tu padre sabía lo que sabía, pero no mucho.
Creía que habían sido dos o tres veces nada más.
Desconocía que lo hacía a diario y con muchos.
No llegó a enterarse del embarazo… El médico también me la metía de cuando en cuando.
Al enterarse me dijo que debía habérselo dicho a él, antes que poner en peligro mi vida en manos de una sabia.
Lo arregló todo para que pasara por una operación para extirpar quistes ováricos… Tu padre nunca lo supo.
Tendidos, abrazados, lame mi cara, acaricio su poblado pubis, peino el vello con mis dedos y abro la oquedad de su sexo.
Acariciándolo, subo a su cuerpo, hasta posar mi boca sobre los carnosos labios de su vulva, su vello acaricia mi barbilla, su aroma invade mis fosas nasales, su boca acaricia mi verga con maestría.
Estoy muy excitado.
Lame, chupa, traga.
Voy a correrme en su boca, se lo digo para que se aparte pero ella se aferra a mis glúteos, no puedo separarme y descargo en su garganta.
Ha sido todo tan rápido que me da vergüenza.
Me sonríe con dulzura.
Hace que me tienda a su lado.
Lame mi cara, sus manos mesan mis cabellos, mira mis ojos.
Me besa.
Siento un amor infinito.
Con Lidia no es igual.
Ella es violenta, agresiva.
Disfruta con mi dolor, busca solo su satisfacción, sin importarle la mía, pero madre no.
Madre me da placer y no pide nada a cambio.
Quiero hacerla feliz.
Sobre su cuerpo, el calor, la suavidad de la piel bajo mi piel, el miembro se tensa de nuevo, está entre sus muslos.
No precisa guía, al enderezarse, entra solo en la suave y dulce vagina que me alumbró.
Sus brazos estrechan mi espalda, sus piernas se abren y rodean mis nalgas, aprisionándome, empujándome con sus talones, para que la penetración sea más y más profunda.
Se mueve, suavemente, el vaivén de sus caderas me enloquece.
Me sumo al ritmo, sincronizamos nuestros movimientos.
Mis manos, asiendo sus pechos, pellizcando los pezones, mi boca en su boca.
— ¡Madre, te quiero! ¡Me vuelves loco! ¡Estoy dentro de ti, dentro de tu vientre!
— ¡Si, mi amor! ¡Donde te lleve nueve meses! ¡Por donde te parí! ¡Me gustaría meterte entero dentro de mí! ¡¡Mi vida!! ¡¡¡Me corroooo!!!
Arañaba mi espalda, golpeaba con los puños, gritaba, lloraba, me besaba, mordía mis labios hasta casi hacerlos sangrar.
Abrió los ojos, con la cabeza hacia atrás, le faltaba el aire, la boca muy abierta, el cuerpo se movía espasmódicamente.
De pronto se quedo muy quieta, sin respirar.
Sinceramente, me asusté.
Poco a poco se repuso, respiraba con dificultad, pero fue normalizándose.
Los ojos cerrados, las yemas de sus dedos acariciando mi rostro.
Un beso, sin lengua, labios sobre labios, dulce y tierno.
— Miguel, ha sido el mejor polvo de mi vida.
Jamás, nadie, me ha dado tanto placer.
Tienes un don Miguel.
No es pasión de madre.
Envidio a la mujer que te lleve.
— Madre, yo estaré siempre contigo.
No te dejaré nunca sola.
Quiero ser tu marido, tu amante, darte placer todos los días de mi vida.
— No mi amor.
Tú debes encontrar una mujer que te ame, que te dé hijos, formar una familia…
— Y tú conmigo, con mi mujer, con mis hijos y con nuestra familia.
Follaré con las dos.
O con las tres, porque también quiero que Lidia esté con nosotros.
— Jajaja.
Bueno mi vida, ya veremos.
Demos tiempo al tiempo.
Ahora vamos a levantarnos, que ya está bien por hoy ¿No?
El resto del día pasó entre besos, caricias y arrumacos.
Parecíamos dos recién casados.
La felicidad nos embargaba.
Lidia llegó con noticias.
— Oscar ha preparado una función para el fin de semana.
— ¿Cómo? ¿Una función, de qué?
— Tranquila madre.
Migue ¿Estás dispuesto?
— Sabes que haré lo que tú digas.
— Pero ¿Me queréis explicar qué función? ¡Collóns!
— Tranquila madre.
Ayer, Migue y yo, estuvimos liados con Oscar y nos propuso un negocio.
Follar, nosotros dos, delante de unos señores que pagan por ver a dos hermanos liados.
Lo mismo que tu hacías, pero cobrando.
— ¿Follar los dos delante de gente? ¿Eso es legal? ¿Y si os pilla la policía?
— Oscar lo ha previsto todo.
Iremos a una finca, en la huerta.
Tiene a los clientes, son personas poderosas, con mucho dinero y mucha influencia.
— Bueno, sea como, sea.
Yo voy con vosotros.
— Pero madre ¿Cómo va a venir con nosotros?
— Vamos a ver.
Pagan por ver a dos hermanos haciendo eso ¿No?… Pues a lo mejor pagan más si también están con la madre.
Yo voy.
— Vale, pero antes se lo consultaré a Oscar.
— Consulta lo que quieras.
¡Pero yo no os dejo solos! Lo que tenga que pasar, nos pasará a los tres.
Aprovecho un momento que madre va al lavabo.
— Lidia, veras, tengo que salir y no sé a qué hora volveré ¿Me ayudaras con madre?
— Pero qué golfo estas hecho! ¿Vas a salir con la camarera no?… Vale, vete ya, yo se lo diré luego a madre.
Me marcho, se me hace tarde, cojo el tranvía del Grao hasta el puerto.
Lola está sentada en un taburete fuera de la barra.
Al verme sonríe.
— Ya creía que no venías.
Anda vamos, te voy a presentar a unos amigos.
Paseamos hasta una whiskería cerca del puerto.
No hay clientes, aún es temprano.
Lola saluda afablemente a la camarera, una chica muy bonita, rubia, ojos azules, rodea la barra.
— ¿Y este quien es, Lola? ¿Tu novio?
— Pues sí.
Es mi novio, se llama Miguel, esta es mi amiga Lina.
— Mira por donde, ahora soy solo amiga… ¿Ya no te acuerdas cuando nos acostábamos juntas y nos comíamos el coño?… ¿Entonces qué éramos? ¿Novias?
— Miguel, no te fíes de esta puta, te utilizará y después te dejará tirado, como a mí.
Lola sonríe descarada y satisfecha.
Tengo la sensación que me está utilizando para encelar a Lina.
Ha habido algo entre las dos y busca vengarse.
Lina se acerca, coge mis manos y me da un beso, en la boca, me pilla desprevenido, pero no lo rechazo.
Lola le da un empujón.
Trata de separarla.
— ¡Deja a mi hombre y vete a buscar otro coño que comer! ¡Bruja!
Lina no le hace caso.
Sigue con mis manos en las suyas, no las suelta y vuelve a besarme, pero esta vez no se lo permito.
Soy yo quien se suelta y me alejo de ella.
— Déjalo ya Lina, sírvenos dos copas.
Ven Miguel, vamos a sentarnos en aquella mesa.
De la mano me lleva hasta una mesita en el fondo del local, la luz es muy tenue, casi no se ve nada.
Un banco corrido, en forma de ele, pegado a la pared, y unos taburetes bajos alrededor de la mesa.
En el muro cuelgan cuadros con motivos marinos, barcos, un panel con nudos marineros, conforman el decorado.
Lola se sienta en el banco y me atrae, casi caigo encima de ella.
Apenas logro recuperar el equilibrio y me está besando la boca.
La penumbra no me permite ver, pero si sentir, el contacto de sus labios carnosos, blando, suave, cálido, las bocas se esfuerzan en penetrar a la otra con la lengua.
Se separa un poco y me permite respirar.
— ¡Qué bien besas joder! ¿Quién te ha enseñado?
— Mi hermana, mi madre, amigas.
Llevo años practicando.
Tú también lo haces muy bien, casi me dejas sin aliento.
Un roce en mi espalda me hace girarme hacia atrás y tropezar mi cara con la de Lina, que aprovecha para besarme de nuevo.
No me retiro.
Su lengua entra en mi boca, le doy un suave mordisquito y se separa para servir las copas.
No es muy original, cubalibre, ron con cola.
Lina vuelve a su trabajo, adivino, ya que no veo, su sonrisa de triunfo.
Lola parece no haberse dado cuenta.
Seguimos el besuqueo, alternándolo con sorbos de cubata.
Lola abre la cremallera de mi pantalón, mete la mano bajo la cintura del calzoncillo y coge el aparato, que, al contacto con el frio de los dedos se endurece, logra sacarlo de su encierro, se inclina y lo mete en su boca.
El contraste entre el fresco de la mano y el calor de sus labios es alucinante.
Casi me da un mareo.
Acaricio la espalda, paso la mano bajo en cuello de su vestido hasta llegar al broche del sostén.
La práctica de años con mi hermana, me permite soltarlo con suma facilidad.
Sigo con las manos por sus axilas llegando a las grandes, duras y suaves tetas, que me afano en amasar, pellizcar…
Preocuparme por complacerla, retrasa mi excitación, a pesar de que su boca provoca estragos en la resistencia a correrme.
No puedo permitir que me pase lo que esta tarde con mi madre.
Suelto las tetas para incorporarla y seguir con los besos… Sigue masturbándome, llevo mi mano a su muslo, acaricio, deslizo los dedos por su piel hasta llegar a… — “¡Hostia! ¡Redeu! ¡No pòrto calçes! ¡La mare que va!” — No llevaba bragas.
Mis dedos entran en una selva, una maraña de pelos empapados.
Llevo la mano a mi nariz, huelo a mar, es un aroma embriagador.
Pienso en los olores de mi hermana, los de madre, este es distinto y me gusta.
Quiero comerle el coño ¡Ahora!
La muy zorra parece haber leído mi pensamiento, se deja caer de espalda sobre el banco, sube las piernas.
Aunque no puedo verlo bien, sé que su gruta está dispuesta a ser lamida y chupada.
No pierdo el tiempo, mi olfato me guía hasta las profundidades del gran coñón, porqué lo tiene grande, hundo mi cara en la brecha, abierta, mojada…
La lengua castiga la línea desde el orto hasta el monte de venus, mordisqueo los muslos, cerca de las ingles.
Gime, balbucea palabras inconexas, mis manos suben hasta apoderarse de las magníficas tetas y pellizco los pezones hasta obligarla a gritar, pero no me detiene.
Mis dientes mordisquean el clítoris, que es grande, sobresale de los labios como el mascarón de proa de un navío.
Lola se estremece, grita, grita muy fuerte, golpea la mesa, vuelca los vasos, cae sobre mi espalda el líquido y el hielo de las copas, pero sigo, hasta que me coge por el pelo para apartarme de su tesoro, espera unos segundos y empuja de nuevo, excito el botón, del tamaño de un garbanzo gordo, me retira, me atrae, una y otra vez… Así hasta que me aleja de ella y cierra los muslos.
— ¡Joder Miguel! ¿Qué me has hecho? — Me dice con un gran suspiro.
— ¿Yo? Nada ¿Por qué?
— Vaya corrida, tío, en mi vida me han dado tanto gusto.
— ¿Ni yo?… ¿Entonces conmigo que hacías? ¿Fingir, puta? — Lina estaba plantada a mi lado.
No me había percatado de su presencia hasta ahora.
— Y lo peor es que me habéis puesto cachonda.
¿Me hacéis un dedito? Con eso me conformo, Lola, por favor… — Suplicaba la chica.
— Ven putilla, déjame que te lo coma.
Tiéndete aquí — Le dice Lola con cariño.
Lina sube la falda, baja sus bragas, las aleja de un puntapié y se tumba en el otro banco.
Lola se tiende sobre ella, oigo el ruido de sus bocas besándose.
Mi verga esta tiesa.
Lola se repliega, a cuatro patas, sobre Lina para comerle su coñito, aparto la falda subiéndola hasta la cintura, me sitúo tras ella y penetro el horno chorreante en que se ha convertido su coño.
No recuerdo cuanto tiempo estuvimos, pero sí los orgasmos que nos prodigamos los tres.
La entrada de clientes al local rompió el embrujo del momento.
Lina se colocó la falda, sin bragas y atendió a dos hombres que se sentaron en una mesa en el otro extremo del establecimiento.
Lola se levantó para ir a los servicios y asearse un poco.
La seguí.
No dejó que entrara en el de señoras, aunque lo intenté.
Esperé, en la barra, a que terminara.
Lina nos invitó a las copas y nos marchamos.
Paseamos la noche del Grao valenciano.
Entramos en dos establecimientos más, abiertos hasta altas horas de la madrugada.
Andando llegamos a la playa del Cabañal.
Estaba llena de grandes hoyos, sacaban arena para llevársela en camiones.
En uno de los agujeros nos tumbamos contemplando las estrellas… Hacia frio, la humedad calaba hasta los huesos, pero recordar la escena vivida unas horas antes, me excitaba.
De lado, acariciando su vientre, sobre la ropa, besándola, notaba como subía la temperatura.
Su mano acariciaba mi verga sin abrir la portañuela.
Crecía dentro del pantalón, ajustado por arriba y ancho, acampanado por abajo.
Solté el cinturón y di libertad a la serpiente que pugnaba por salir de la madriguera, solté un par de botones, de la parte delantera del vestido, para acariciar sus generosas tetas.
Los pezones respondieron con rapidez, ya tenía hasta calor, la cara me ardía con la excitación… Cuando, de pronto, una luz nos ciega…
— ¡¡Alto, quien va!! ¡Salgan de ahí!
Una pareja de guardias nos apuntaba con los mosquetones.
Salimos con los brazos en alto, mi bragueta desabrochada, Lola con las tetas fuera, intentando cubrirse.
— ¡¿No saben que no se puede estar aquí a estas horas?! ¡Vamos, váyanse!
No lo pensamos, salimos casi a la carrera hacia los edificios más cercanos.
Pasado el susto, Lola me llevó a un bar, cerca de allí donde paraban los pescadores, pedimos cerveza y pescado frito, Lola comía con ganas.
— Follar y correr me da mucha hambre, vaya susto.
No sabía que vigilaban las playas por la noche.
— Yo tampoco.
Menos mal que no les ha dado por llevarnos al cuartel.
Venga, termina que te acompaño a casa.
¿Dónde vives?
— En una pensión, cerca del puerto.
La patrona es un hueso y no deja entrar acompañantes, si no fuera por eso te venias a dormir conmigo.
Tengo ganas de despertarme al lado de un hombre.
— No te preocupes.
Tampoco íbamos a hacer mucho, estoy hecho polvo.
¿De dónde eres?… No hablas valenciano
— No, nací en Albacete, allí tengo a mi familia, mis padres y seis hermanos mas, yo soy la mayor y me ha tocado salir para trabajar.
Casi todo lo que gano lo mando a casa, mi padre está alcoholizado y no se puede contar con él para nada, como no sea para hacerle barrigas a mi madre, que se parte el lomo limpiando escaleras… ¿Vendrás a buscarme otra noche?
— Sí, ya sé los días que tienes la noche libre, te esperaré en el bar.
Me gustas mucho Lola.
Acompañe a la muchacha a la pensión y me fui a dormir a casa.
Madre y Lidia dormían juntas en nuestra habitación, seguramente habrían tenido jaleo.
Me tumbé vestido en la cama de madre y me dormí enseguida.
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