MI MEMORIA DE ANA
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por WOTAN.
Ana, o ananudista, como decía su nick. Mi primer contacto por Internet en mi vida. Siempre he pensado en la frialdad de conocer mujeres por la red; un medio que carecía por completo de magia y de misterio. Pero ella tenía algo.
Contestaba rápido en las conversaciones por messenger, gustaba de ponerme dilemas y desarmarme dialécticamente. Ello junto al intercambio de fotografías hizo que me sintiese atraido al momento, expectante y un poco ansioso por conocerla. Tras un par de semanas de conversaciones, de contarnos nuestras fantasías y deseos, me invitó a un encuentro en una vieja casa de la sierra madrileña. Un encuentro que jamás olvidaría, me aseguró.
Terminamos los postres y mis amigos intentaron convencerme para tomar una sólo copa con ellos antes de partir. El aburrimiento y la excitación que sentía por conocer a Ana me llevó a rechazar esa copa y me fui corriendo a la estación de Atocha a coger el último tren que salía hacia al pueblo. El trayecto se me hizo eterno pero mis nervios se calmaron al mirar por la ventana la entrada en los bellos verdes del norte madrileño y volví a pensar en ella. Sólo tenía un cuerpo desnudo sin cara. Me preguntaba como sonaría su voz, como caminaría; ¿sería una poligonera inculta, una diva inútil?. No. No lo creía en absoluto, pero otras decepciones me he llevado.
Llegué al pueblo, pregunté la dirección de la calle de la casa y comencé a caminar absorto en la noche cerrada. Tras unos veinte minutos caminando, finalmente vislumbré la casa, una auténtica mansión de estilo neoclásico que parecía el hogar de los antiguos Titanes. Mientras me acercaba no podía dejar de preguntarme sobre lo que me iba a encontrar ahí. Sabía que había más gente; no estaríamos solos. Me empecé a sentir inquieto ante la incertidumbre de si me dirigía hacia el jardín de Epicuro o hacia el corazón de las tinieblas. Crucé el inmenso jardín de la casa y entré en la casa; la puerta estaba abierta.
El murmullo interior me llevó hacia un salón poblado por distintos hombres, todos ellos trajeados, bebiendo, fumando y hablando en voz muy alta, casi desagrable. Al entrar me miraron y me sentí totalmente fuera de lugar. Yo en medio de tanto trajeado vestido de negro y mis cabellos largos y sueltos hasta la mitad de mi espalda. Nos saludamos y empecé a curiosear por el inmenso salón de mármol y nogal, veía los libros en las estanterías y me quedé perplejo ante una estatua gris situada en una de las esquinas. Una de las manos tapaba su pecho y un relieve de hojas ocultaba su pubis. Preciosa. Pero yo no había ido a ver estatuas. Me distancié del resto y me senté a esperar.
Mi ánimo aumentó al escuchar una voz femenina.
_ Os doy a todos la bienvenida. Yo soy la razón por la que todos habéis venido. Bebed tranquilamente, ponéos cómodos, bajaré en unos minutos.
Caras de sorpresa por todo el salón, incluyendo la mía. La estatua era Ana. La diosa bajaba de su pedestal sin hacer la menos mueca de emoción ante las ridículas caras que la contemplaban. Los hombres aplaudieron. Yo no sonreí. La miré y ella me miró. Increíble. Bajé los ojos, avergonzado. Me sentí mal. Desapareció.
Al volver en mi, sabía lo que ocurriría. Una diosa iba a ser adorada por catorce siervos, quince conmigo.
Estallaron risas, algunos hombres me daban palmadas en la espalda. Si tenía que follar con Ana junto con catorce hombres así iba a ser.
Ella se presentó al cabo de 20 minutos. Llegó desnuda al salón. Pechos turgentes, depilación brasileña en el pubis, melena negra al viento, ojos felinos de miel. Y la palabra PUTA pintada en su frente con pintalabios. El prólogo dio paso al instinto animal. Todos fueron hacia ella. La tocaban y acariciaban y ella reía como una posesa. La diosa se convirtió en vampira y bruja mientras tocaba pollas. Todos se sacaron sus vergas y empezaron a masturbarse con fuerza mientras ella se arrodilló y empezó a chupar las primeras pollas de la noche. Sus manos ocupadas, su boca a punto de explotar con nada menos que dos pollas en su interior. Lo que veía me repugnaba y me excitaba. Me estaba empalmando a la velocidad de la luz y ella me miraba riéndose de mi vergüenza hasta que no pude más y embestí contra el círculo de pollas con piernas. Los aparté y le metí la polla en la boca. Empecé a sufrir el suave placer de su mamada al compás de gritos de “PUTA”, “CÓMETELAS”; ella no dejaba de reir, de dejarse hacer; disfrutaba siendo tocada y manoseada. Chupaba las pollas mientras otras manos le acariciaban el coño y algún dedo le penetraba el culo al ritmo de jadeos infernales. La empezaron a penetrar con fuerza. Ana exigió que todos se pusiesen alrededor de ella y se pajearan con fuerza. La perrita estaba a cuatro patas con dos pollas en la boca, una en cada mano y otra en su coño. Nueve hombres se pajeaban a su alrededor y yo contemplaba la escena desnudo masajeándome mi pene ya de acero.
La levantaron y la follaron en volandas, sus risas se convirtieron en carcajadas infames y me volví a acercar tocándola y sintiendo su mirada de hielo sobre mi, humedeciéndose los labios, y la palabra Puta brillaba en su frente como una constelación. Comenzó una cola de dobles penetraciones. Yo estaba bloqueado. No estaba preparado para eso pero no dejaba de pajearme devolviéndole sus miradas felinas al compás de bruscas penetraciones que la hacían disfrutar como a una reina de los súcubos. El placer de ellos mirándola no se acercaba ni de lejos al placer de la vampira-puta que se deshacía ante cada lametón, cada azote, cada embestida en su delicado y perfumado coño que pedía más y más a pesar de tener todos sus orificios llenos. Los hombres disfrutaban como locos, se reían, no podían esperar a que ella les chupara las pollas. La obligaban y ella se sentía dichosa ante esas catorce pollas y ante mi mirada entre complicidad y deseo incontrolado
_ ¡Folládme, folládme, cabrones… esta noche soy vuestra puta!_ gritaba Ana.
Comenzaron las primeras corridas, disparadas a su vientre, a sus tetas perfectas, a sus mejillas y ella saboreaba la leche con ansia de niño ante los dulces de navidad. Se acariciaba el cuerpo para llenarlo de la leche de sus perritos mientras la seguían follando sin parar. Se corrieron unos siete que se retiraron a tomarse un descanso. El resto nos acercamos a ella y cerramos un nuevo círculo a su alrededor. Ella se masturbaba sobre el suelo pringado y viscoso de semen con la lengua fuera y el cuerpo contraido. Nosostros nos pajeábamos mirándola ante su expresión de gozo. Frunció el ceño y pidió más.
No podía seguir quieto. Me tumbé sobre ella y se la empecé a meter. Sus manos y su boca pedían pollas y fueron complacidas. Me dedicó las mamadas. Me miraba con la cara de pantera de las mujeres fatales de películas olvidadas y me excité aún más. La penetré con el ansia del tibuón que huele un banquete de sangre y en cuanto Ana vio que me moría del placer, que mi cuerpo se estremecía ante la explosión que estaba por llegar se incorporó sobre sus rodillas y me la chupó hasta que descargué un río de placer esclavo sobre su boca. Y la besé. El “Puta” de su cara se había desavancido y quedaba como una difuminada mancha roja sobre su rostro lleno de leche. No tardaron en correrse los que faltaban. Ana quedó inundada de afluentes de semen que recorrían su cuerpo dibujando mapas de placeres prohibidos. Los hombres aplaudieron y comenzaron a vestirse. Nos dirigimos a la puerta. Ana seguía desnuda. Me cogió la mano y me pidió que me quedase. No me pude negar.
Escuchamos como los motores de los coches arrancaban y se perdían en la noche. Ana agarró mi mano sin decir nada. Nadie te prepara para esos ojos. Me llevó al piso de arriba por las escaleras a un dormitorio que me hacía sentir como en casa. Me beó en los labios y me pidó con un agradable y suave acento andaluz que la esperase. Escuché abrir la ducha del baño contiguo y me senté en la cama y me volví a desnudar. La luna estaba casi llena y reflejaba mi rostro sobre la ventana.
Ella volvió envuelta en una toalla. Nos besamos suavemente y comenzamos a acariciarnos como dos adolescentes en su primera vez. Apagué la luz y nos tumbamos en cama entrelazando nuestras man. La luna se paseaba invadiendo nuestra piel. Los rayos de Selene se posaban sobre ella como en una misteriosa pintura romántica y comencé a masajearle la espalda con mis largos cabellos. Ella cerró los ojos y me acarició las mejillas. Vovlimos a besarnos e hicimos el amor al compás de melodías de Pink Floyd que había puesto con el mando de una cadena musical alojada en la coqueta mesilla de noche.
Dormimos.
Al día siguiente, me desperté solo. Me pasée por la casa y no había nadie. ME duché, me vestí y descubrí en la mesita de noche un papel pintado con pintalabios. Había un número de teléfono y bajo él, algo escrito. Decía: Gracias, ya conoces la salida”.
Caminé hacia la estación con el corazón en un puño, sintiendo frío de la brisa matutina. Ana.. ¿La llamaré?, difícil saber. Quizás sea ella mi último tango en París, o puede que sólo el primero; de lo que no había ninguna duda es de que ella tenía razón. Fue un encuentro que nunca olvidaré.
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