Pablo y Amalia. Orgía bisexual
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por LODGER.
Me sorprendió la llamada del gran jefe. No es habitual para mí hablar con el presidente de la Compañía, pero aquel jueves por la tarde el gerente estaba de viaje y cuando me llamó Mari Carmen, la secretaria del presidente, creía que era para otra cosa. Era una mujer increíble, guapa, buen tipo y tremendamente caliente. Al oír su voz inmediatamente pensé en sus tetas y su culo y me dije, esta quiere que tomemos algo esta tarde.
Cuando me dijo de qué se trataba me puse un poco nervioso y le confirmé que pasaba de inmediato.
Mientras me dirigía a su despacho, repasaba mentalmente de que querría hablarme, normalmente todas las instrucciones me llegaban directamente de mi jefe directo el gerente de la compañía. Mari Carmen me anunció y pasé, me hizo sentar después de darme una acogida muy calurosa que me sorprendió un poco.
– Carlos, tengo que pedirle un favor muy importante. ¿Está disponible este fin de semana? Tenía que ir a Madrid a recoger el premio de Medio Ambiente que nos han concedido, pero me acaba de llamar mi esposa, por lo visto acaban de ingresar a su madre en la clínica y debo estar con ella. Supongo que dispone de un smoking y podrá remplazarme. Lamento avisarle con tan poco tiempo, pero la cosa ha surgido así.
Por supuesto que le contesté a todo que si. Cualquiera le pone pegas al gran jefe.
-Hable con Mari Carmen, ella tiene todo preparado, la reserva de avión, el hotel, la documentación, en fin todo, cambien el nombre y adelante. No sabe como le agradezco su gesto y lo tendré muy presente.
Salí del despacho abrumado, rápidamente arreglé todo con Mari Carmen, la cual no pudo aceptar mi invitación a acompañarme como hubiese sido mi deseo.
Ya en mi despacho repasé mentalmente lo sucedido y me hice una composición de lugar, llamé a mi mujer para decirle lo que había pasado y que tenía que irme el fin de semana fuera, no le hizo mucha gracia pero se tuvo que conformar. Inmediatamente llamé a Pablo, mi amigo de Madrid, protagonista de mi anterior relato: Pablo y Amalia…. Con Pablo y Amalia, habíamos tenido otros encuentros posteriores al que conté en el relato, todos ellos muy calientes y satisfactorios. Debo decir que acabamos teniendo una amistad muy sincera y una complicidad muy estrecha. Amalia me parecía una diosa y compartía con Pablo la adoración que sentía por su mujer y el sometimiento a todos sus caprichos y ordenes.
El plan de trabajo era el siguiente, volar el viernes a media tarde y por la noche recoger el premio en una cena que se iba a celebrar en el mismo hotel en el que tenía reservada una suite, el Melia Castilla. El sábado, por la mañana, la organización había preparado una visita a una instalación de incineración cerca de Madrid, que terminaba a mediodía con un vino español, del que podía escaparme por lo que quedaba listo para comer con mis amigos.
Así se lo comenté a Pablo y quedamos para comer los dos, el sábado, en un céntrico restaurante a las tres, ya que Amalia tenía otro compromiso. Le propuse que cenáramos los tres, pero Pablo me comentó que Amalia y él cenaban un compañero de Pablo, de la universidad, Oscar, que había venido a Madrid a otro congreso. Para mi fue como si me echaran un jarro de agua fría, me las prometía tan feliz pasando la noche con mis amigos. Mi desencanto se debió notar en mi voz porque, inmediatamente, le oí decir a Pablo que iba a hablar con Amalia y si le parecía bien, podríamos cenar todos juntos.
Llegué al hotel a eso de las siete de la tarde, así que tenía tiempo de darme un buen baño y prepararme para la cena. No había podido hablar con Pablo aunque tenía una llamada perdida en el móvil. Rápidamente le llamé y me confirmó que no hiciese planes que cenaríamos todos juntos al día siguiente, en la comida concretaríamos los detalles. Aquello me hizo muy feliz, conocía a Oscar de oídas y sabía de sus “cualidades”, con una alegría interna difícil de describir, bajé a cenar a la hora prevista.
Como diría Rajoy, todos estos actos son un coñazo. Yo estaba eufórico interiormente y no iba a dejar que eso me fastidiara la noche. Me colocaron en la mesa de los premiados junto a cuatro matrimonios y otro caballero, que como yo estaba solo. Mis compañeros de mesa eran, a la izquierda el director general de una empresa de Sevilla que fabricaba unos filtros revolucionarios y que por eso se habían hecho merecedores del premio, a mi derecha una elegante dama de unos cincuenta años de edad, que no hacía nada por ocultar la desgana que le producía la velada. Su marido, un presuntuoso director de empresa que, se esforzaba en mostrarnos como se debían llevar los negocios para conseguir el éxito. Pronto pude colegir que los negocios le irían muy bien, pero a su señora le cargaba y aburría soberanamente.
Después de recoger los premios, pesado y original, por cierto, mientras los demás se preocupaban en como prevenir y proteger el medio ambiente, dama y yo estábamos arreglando el mundo entretenidos y muy animados. Una orquesta comenzó a tocar una música de baile y le pedí permiso al marido para bailar con su señora si a ella le apetecía. El marido que seguía disertando de cómo llevar los negocios al éxito, se mostró encantado y allí nos vimos, tiernamente enlazados y girando al son de la música.
La dama tenía una serena belleza, una figura muy apetecible, seguramente fruto de horas de gimnasio y masajes. Su escote generoso, dejaba entrever unos no menos hermosos pechos y a medida que avanzábamos en el baile, me sentía más motivado y más audaz. Comencé a hacerle comentarios cada vez más incisivos, alabando su belleza, lo esbelto de su figura, lo solos que nos encontrábamos, los dos, en medio de aquella algarabía y que de no ser por lo que era, podríamos pasar una noche mucho más placentera en cualquier otro lugar. La dama lo escuchaba complacida, aunque diciendo que era un chico terrible, aunque muy gentil. Nuestros cuerpos se fueron acercando y ya bailábamos totalmente pegados y era evidente que ella tenía que notar mi verga exultante, pegada a su vientre. Le sugerí que abandonásemos la velada y le reté a que convenciese a su marido de dejarla ir.
Volvimos a la mesa y entré en aquella aburrida conversación, mientras veía a mi distinguida dama hablar con su marido muy quedamente entre sonrisas para el auditorio.
Unos minutos después, la orquesta atacó una melodía muy sugestiva y la dama me invitó a volver a la pista. Rápidamente me dijo que lo había arreglado todo y que se retiraría en unos momentos y me daba media hora para dejar la velada y reunirnos en su habitación; al igual que yo se alojaban en el mismo hotel. Le dije que era preferible que nos reuniéramos en la mía, para evitar sorpresas y quedamos en media hora en mi suite.
Me retiré discretamente y fui a mi habitación a prepararlo todo, puse una música suave y ordené que me subieran unas fresas con champán. Me desprendí de la chaqueta y la pajarita y esperé a que llegara.
No habían pasado ni veinte minutos y la dama envuelta en un abrigo de piel lamaba a mi puerta. La hice pasar y tomando su mano le di un calido beso que continué en sus labios, apretándola contra mí. Se sentó en el sofá, cruzó las piernas y pude contemplar sus hermosos muslos, moldeados y cubiertos por unas medias negras que acababan en un bonito encaje. Le ofrecí una copa de champán y le acerqué la bandeja con las fresas, tomo una la introdujo en la copa y le dio un pequeño y sensual mordisco mientras me miraba a los ojos. Sentí como un escalofrío al pensar que me lo daba en otro sitio y ello me animó. Sin abrir totalmente el abrigo lo echó hacía atrás. Sus hombros se veían desnudos y se apreciaba sus hermosas tetas, justo hasta sus aureolas. Me senté a su lado y comencé a besarla, un familiar perfume me envolvió, Arpege de Lanvin, mi mujer lo usa, aunque ello no fue un obstáculo para mi, no me cortó en absoluto, seguí besando sus pechos, sus pezones, llevaba un sujetador sin copas, que hacía sus tetas más agresivas, desafiantes.
Era una mujer muy ardiente, el abrigo desapareció al instante, al igual que sus pequeñas y delicadas braguitas, se tumbó sobre la cama y me dijo que necesitaba mi polla dentro, me urgía a hacerlo inmediatamente. La complací, jamás he visto follar con tanta desesperación, o estaba muy necesitada o era una ninfómana desbocada. Pedía más y más, más fuerte, aprisionaba mis brazos con fuerza, sus ojos parecía que iban a salirse de sus orbitas, suspiraba constantemente, no pares, no pares, me gritaba, finalmente, después de varios minutos de vertiginosa locura, empezó a chillar, ¡¡¡¡¡ me coorroooooo, yaaaaaaa, ssssssiiiiiiiiiiiiiiiiiiii, sigue, sigue, ssssiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii.
Quedó tumbada sobre la cama, desmadejada, suspirando y estremeciéndose, con los ojos cerrados. Su pecho subía y bajaba como si acabase de correr una maratón, y eso creo que había sido para ella. Al cabo de unos minutos, yo seguía a su lado sobre la cama, abrió los ojos, me miro tiernamente y giro incorporándose ligeramente para darme un suave beso sobre mis labios. Miró mi verga, todavía morcillota y amorosamente me dijo,
– He sido una egoísta tremenda, solo he pensado en mi, mira como te he dejado. Espera que lo termino.
Dicho esto, tomo mi verga, acercó su boca y me hizo una mamada de lo más efectiva. Note que iba a eyacular y se lo dije tratando de sacársela de la boca, pero me lo impidió, pidiéndome que lo derramara dentro. Trago todo cuanto tiré que no fue poco, dejándomela limpia y reluciente.
Pasó al baño, se arregló ligeramente, se puso el abrigo, me dio un último beso apasionado y comentando que había sido maravilloso, salió de la habitación. Todavía sin hacerme una idea real de lo que había sucedido, me arregle y me metí en la cama, teniendo un sueño reparador hasta que sonó el teléfono a la hora que había solicitado. Me arreglé, desayuné y baje al lobby a la hora prevista para tomar el autobús que nos llevaría a la visita a la planta incineradora.
El grupo estaba cerca de la puerta mientras la guía trataba de coordinar todo. Saludé a algunos conocidos de la noche anterior, intercambiando con ellos algunas palabras, cuando le vi venir. Venía directo hacia mí, pero lejos de asustarme, me sorprendió, su cara lucía una sonrisa de lado a lado, y muy efusivo me abordó,
– Gracias por la velada de anoche, mi mujer, Gisela, ha que dado entusiasmada, tenemos que volver a vernos. ¿Te quedas en Madrid esta noche?
Estaba tan sorprendido que no podía reaccionar, al cabo de un momento y haciéndome una idea de lo que quería proponerme, contesté,
– Si me quedo en Madrid hasta mañana por la tarde, pero esta noche tenía pensando salir con unos amigos.
Antonio, que así se llamaba, quería imponer su criterio por encima de todo.
– Queda para comer mañana, esta noche salimos nosotros tres y quemamos Madrid.
No sabía por donde salir, era tan insistente que me aventuré a decir,
– No puedo tengo reservada esta noche con anterioridad y no puedo anularlo, por otra parte tampoco quiero, es una noche muy especial.
– ¿Qué quieres decir, se trata de unos “amigos” especiales?
Al hombre no se le escapaba una, notó algo raro en mi contestación y prosiguió.
– ¿Te refieres a que son una pareja, digamos, como profesional?
Yo ya no sabía por donde salir y para quitármelo de encima le confirme,
– Si se podría decir así, son tres amigos, muy dispuestos.
– ¿Tres, has dicho tres?
Había saltado como un resorte, aquello le sonó a cosa realmente especial, morbosa, no se lo que estaría pasando por su cabeza en aquellos momentos. Nervioso, contesté,
– Si el matrimonio y un amigo que colabora con ellos, un chico realmente especial. Tenemos pensado ir a cenar juntos y después venir a mi suite para pasar la noche.
No me dejó hablar más, estaba realmente excitado. A todo esto ya habíamos entrado en el autobús y estábamos camino de la incineradora, susurrando discretamente, me dijo,
– Carlos, ¿puedo hablarte sinceramente?, tengo un grandísimo interés en poder participar junto a mi mujer, por favor, si no lo haces por mi, hazlo por ella. Si tú no tienes inconveniente habla con tus amigos y propónselo, por el dinero no te preocupes.
– Antonio, no se si estarán dispuestos y por otra parte, comprenderás que no es barato.
No sabía donde me estaba metiendo, ahora había mezclado la cosa económica, si Pablo se enteraba seguro que me mataba.
– No hablemos más en cuanto lleguemos les llamas al móvil y lo concretas, por dinero no tiene que quedar. ¿Cuánto puede ser?
– Pues ni idea, mínimo por encima de los mil euros. Eso si, es para toda la noche y para lo que queramos, admiten todo.
– No se a que puedas referirte, pero adelante, eso suena muy bien, muy cachondo, trata de convencerles.
Seguimos el viaje, cada uno inmerso en sus pensamientos. A medida que pensaba en la proposición, me gustaba más la idea. ¿Qué diría Antonio a una propuesta bisexual, tanto para él como para Gisela? Sin darme cuenta, sonreía abiertamente cuando llegamos a la planta.
Mientras nos facilitaban, las prendas de seguridad, me aparté un poco y llamé a Pablo, sucintamente le explique en el lío en que me había metido y le pregunté si tanto él, como Amalia y Oscar, tendrían problemas en participar en esta sesión, como unos profesionales, y por lo tanto con pingües beneficios. Inmediatamente le vi. superdispuesto y me pregunto de cuanto estábamos hablando, le dije que dependía de ellos, pero no menos de 1.550/2.000 euros, limpios. Eso si tendríamos que ser muy atrevidos y proponer cosas especiales para esta parejita de Murcia.
Quedó en hablar con su mujer y con Oscar para confirmarlo y me volvía a llamar a vuelta de teléfono.
No habían pasado ni cinco minutos cuando recibí la llamada, ningún problema. Hablaríamos en la comida tal y como habíamos quedado, eso si, seguramente iría con Antonio al restaurante, le pedí que fuese de lo más profesional y que regateara el mismo los emolumentos a tenor de lo que habíamos hablado anteriormente.
– Antonio, todo confirmado, sigue en pie una comida que tenía programada con Pablo este mediodía, si quieres puedes venir y preguntar lo que gustes, así además le conoces.
Estuvo de acuerdo en comer con nosotros y vi que llamaba nuevamente por teléfono. Supuse que antes habría hablado con Gisela de nuestro plan y ahora se lo estaría confirmando.
La visita fue un tostón de mucho cuidado y cuando terminó, nos ofrecieron un vino español. Aquello podía prolongarse demasiado y solicité que nos pidieran un taxi para volver a Madrid porque teníamos otro compromiso.
Llegamos al restaurante justo a tiempo y allí estaba Pablo, muy elegante en su papel, nos saludamos con un fuerte abrazo y le presente a Antonio. Realmente Antonio era un hombre de mundo y un gran negociador, la comida se desarrolló de una manera muy amigable, y en cuanto la negociación, quedaron de acuerdo que se pagarían al menos 1.500 euros y que si tanto Antonio como Gisela, quedaban satisfechos, a su criterio, se llegaría a los 2.000. Tomamos unas copas y alargamos la sobremesa hasta las cinco de la tarde. Pablo se interesó acerca de la bisexualidad de Gisela y de él mismo y Antonio quedó descolocado, por lo visto sería la primera vez para los dos, caso de que se atrevieran. Dudábamos si sería más conveniente ir a cenar a un restaurante o preparar una cena Buffett, en la suite de Antonio y Gisela. Optamos por lo primero y desde el mismo restaurante reservamos una mesa en una marisquería muy conocida cercana al hotel. Sin más quedamos a las nueve en la marisquería.
Fuimos paseando hasta el hotel y vi a Antonio entusiasmado. Tenía ganas de contárselo a Gisela. Nos separamos en el lobby y fuimos cada uno a nuestras habitaciones, después de quedar a las nueve menos cuarto cerca de la puerta del hotel, para ir al restaurante.
A la hora prevista salíamos paseando hasta el restaurante, la noche era fría pero estaba relativamente cerca. El reencuentro con Gisela, que estaba realmente guapa, con la melena suelta, enfundada en un abrigo de piel y unas botas altas de tacón, fue muy efusivo, traté de besarle la mano y atrayéndome hacia ella nos dimos dos besos muy cariñosos, como si de dos viejos amigos se tratase. Se colgó de nuestros brazos y salimos paseando.
– Estoy excitadísima, tenía tantas ganas que el tiempo no pasaba. Antonio, aunque le ves con esa cara de poker, está peor que yo. ¿Es guapa tu amiga?
Realmente estaba disfrutando con la situación, ver a esta pareja, metidos en los cincuenta, aunque de muy buen ver, con este nerviosismo, también me daba un puntito de excitación.
– Yo creo que si, ya sabes que estas cosas dependen mucho de cada persona, pero si, son muy agradables. A Oscar no le conozco, pero por lo que me ha dicho Pablo, esta muy bien, una dotación esplendida. Supongo que nos gustará.
Dejé caer ese gustará con un tono especial, muy cómplice, que no pasó desapercibido para Gisela.
– ¿A ti también?
La pregunta le salió disparada, aunque al momento parecía arrepentida de hacerla.
– ¿Porque no?, ¿tienes algo contra la bisexualidad?
– No, yo no, no… se…, nunca me lo he planteado.
– ¿De verdad?, ¿nunca has mirado a una mujer con admiración, porque te parecía atractiva? ¿Porque te gustaban sus ojos, o su pecho, o sus piernas, o su culo?
– Bueno, si, pero…. Qué cosas tienes!!, las he mirado, pero nada más.
– ¿Y no te hubiera gustado acariciarlas y que te acariciasen?
Su brazo se apretaba al mío con fuerza. Comprendí que estaba siendo muy directo, pero estaba seguro que Gisela, en el fondo de su ser, estaba nerviosa y expectante al considerar esa alternativa. Antonio escuchaba pero no hizo ningún comentario. Ya en el restaurante, dejamos las prendas de abrigo en el guardarropa y aprovechando el momento, pregunté a Gisela directamente.
– ¿El hecho de que esté tu marido te da corte para lo de esta noche, sea lo que sea?
– No en absoluto, lo hemos hablado y estamos de acuerdo en ir adelante con lo que sea, no te preocupes por eso, de verdad, le conozco bien. Al contrario, le gustará.
En la pequeña barra del restaurante nos esperaban nuestros tres amigos. Hice las presentaciones y decidimos pasar a la mesa. Con la mirada pregunté a ella que le parecían, me guiño el ojo y con un gesto de cabeza, me confirmó que le habían gustado. Nos sentaron en una mesa redonda, que como habíamos solicitado, estaba en un rincón, discretamente aislada con unas plantas y un biombo.
Las chicas lucían maravillosas, las dos habían optado por las transparencias, Gisela, con una blusa negra cuyos bolsillos, estratégicamente colocados impedían ver en su totalidad sus hermosos pechos, realzados por el sujetador que ya conocía de la noche anterior. Amalia, más atrevida, lucia un escotado top, menos transparente, pero que igualmente, permitía adivinar que no llevaba nada debajo, y que sus pezones se marcasen deliciosamente. Una minifalda de infarto, igualmente negra, pantys y botas negras de tacón de aguja, completaban el atuendo de Amalia. Gisela, también había optado por una falda negra, pero algo más larga. Los hombres como siempre, más convencionales, de oscuro, con una nota de color en la bufanda fucsia que llevaba Oscar anudada al cuello y que no se había quitado.
Nos colocamos adecuadamente, yo estaba situado entre las dos mujeres, Gisela a mi izquierda, que a su vez tenía a Oscar a su lado. Antonio al lado de Amalia y Pablo a su derecha. Nos sirvieron unos aperitivos mientras escogíamos el menú. Yo estaba sorprendido del buen ambiente que reinaba en la mesa, alegre, abierto, distendido, aparentemente sin nervios, sin lugar a dudas nos habíamos caído muy bien. Finalmente nos decidimos por un poco de jamón, unas gambas de Huelva a la plancha, almejas vivas y después un pescado a gusto de cada uno, todo ello regado con un buen vino blanco, Milmanda de Torres, una pasada de Antonio.
Las conversaciones de lo más animadas, me acerqué a Gisela y le pregunté que le parecían mis amigos, me dijo que eran muy agradables y apretándome la mano me comentó que Amalia era una preciosidad. Siguió sujetándome la mano y disimuladamente la llevó bajo la mesa, dirigiéndomela por debajo de su falda, hasta que pude tocar sus labios vaginales. La muy osada, por no decir algo más gordo, se había atrevido a venir a pelo. Aquello prometía, le di un piquito en la boca que prácticamente paso desapercibido.
Cuando hubieron servido los primeros platos y empezamos a comer, un cubierto de Pablo cayo al suelo, rápidamente se agachó y le vi desaparecer bajo la mesa, Gisela dio un pequeño respingo y volvió a sujetarme la mano fuertemente. Estaba rígida y su gesto pasaba del asombro inicial a una sorpresa infinita, su muslo derecho se apretó contra mi pierna y su boca permaneció entreabierta por la sorpresa y el goce que algo le estaba proporcionando.
Su mano se crispó sobre la mía y comprendí en el acto que estaba teniendo un orgasmo muy controlado. Un momento después, Pablo se sentaba en su silla y continuaba comiendo como si no hubiera pasado nada.
– ¿Lo has visto?, me ha comido en coño, y lo más increíble, entre los nervios, lo excitadísima que estaba y lo bien que lo ha hecho, me he corrido como una boba, ¿se habrá dado cuenta la gente?
– Aquí lo hemos notado todos, y de los demás ni te preocupes. Mira tu marido que cara tiene y adivina donde tiene Amalia su mano derecha. Por cierto, ¿has comprobado si Oscar está tan bien dotado como dicen?, creo que deberías hacerlo y ya me dirás.
– Eres un cabrón con pintas, ¿de verdad pretendes que le meta mano?
– Claro, seguro que a él no le importa, y tú te lo estás preguntando, así que adelante.
Seguimos cenando alegremente, con un juego de manos, arriba y abajo, muy gozoso y entretenido. Nos sirvieron los pescados y nuevamente, a un gesto de Amalia, Algo le cayó a Pablo y nuevamente desapareció bajo la mesa. Esta vez fue Antonio el que se quedo rígido como un bloque de granito, con la mirada fija en la pared de enfrente y las manos crispadas sobre la mesa. Jamás se hubiese esperado una cosa semejante. No se que pasaría por su cabeza, pero mantuvo el tipo, eso si absolutamente crispado.
Terminamos de cenar nuevamente en perfecta armonía, aunque yo pedí la cuenta, fue Antonio el que se empeño en pagarla, dándole al camarero su AMEX de platino, la tercera que veía en mi vida. Recogimos los abrigos y los bolsos, el de Amalia bastante grande, y salimos paseando hacía el hotel.
Amalia y Gisela, del brazo y charlando animadamente, detrás Antonio y yo, y cerrando el desfile, Oscar y Pablo.
– ¿Has visto, lo que ha pasado?, me había sacado la polla Amalia y me estaba tocando por debajo de la mesa, pero no esperaba que Pablo bajase y me hiciera una mamada. ¿Tú crees que la gente se habrá dado cuenta? ¡¡¡ Joder que trago!!! Y la verdad es que lo hacía que daba gloria. – Realmente estaba chocado, pero era curioso que no parecía enfadado.
– Que va hombre, aparte de nosotros nadie se ha dado cuenta, piensa que estaban las plantas y el biombo, y si alguien se ha dado cuenta, pues que le aproveche, no dejes que eso te preocupe, esta noche es para olvidarse de todo y gozar a tope.
El comentario me había salido del alma y parecía que Antonio estaba de acuerdo. Me hizo otros comentarios acerca de lo que Pablo le había hecho a Gisela y cuando le comente que me había confesado que se había corrido, ya sea por la excitación, la calentura o el bien hacer de Pablo, soltó una carcajada y solo dijo. ¡¡¡Qué cabrones!!!. Arriesgándome a parecer indiscreto le pregunté si el tomaba algún estimulante para el sexo, me contesto que no, aunque tampoco tenía muchas oportunidades como la de aquella noche. Le sugerí que sería bueno quizás tomar algo y me ofrecí a facilitarle una pastilla de Cialis, solamente de 10 mg., no tenía problemas de corazón y según él estaba en plena forma, aunque le pareció una buena idea y sin pensarlo mas se la tomó.
Subimos a la suite, sobre la mesa del salón, un par de bandejas de riquísimas fresas y una botella de champán en la cubitera, unas cuantas más en la nevera. Pablo se encargó de colgar los abrigos en el armario y con el bolso de Amalia se dirigió al baño. Entre tanto, el resto nos estábamos colocando en los sofás y decidiendo si queríamos ver TV o poner música para bailar. Estábamos en esto cuando salió Pablo del baño, vestido de lo más coqueto, medias negras y tacones de aguja, un liguero negro sujetando las medias y un delantalito blanco de encaje, tapando su cosa, una cofia blanca completaba su atuendo. Descorcho la botella de champán y nos fue sirviendo una copa a cada uno con una bandeja, todo de lo más profesional. Luego no fue pasando la bandeja de las fresas, muy serio, mientras nosotros comenzamos con las bromas.
Las chicas se despojaron de su blusa y top, mostrando sus turgentes pechos al tiempo que se abrían de piernas y se dejaban pasar las fresas por sus rajitas, ante de meterlas en las copas de champán para saborearlas. Al poco rato ya estábamos todos prácticamente desnudos. Amalia, sentada junto a Gisela, jugaba con esta, intercambiándose las fresas luego de pasarlas por sus jugosos conejitos, al tiempo algún piquito en la boca, sin que hubiera ningún rechazo por parte de Gisela. Los chicos mirábamos embelesados sus juegos, que empezaban a calentarnos. Pablo dejo las bandejas cuando vio que todos estábamos servidos y muy decididos, se dirigió hacia Antonio y sacó su polla de los calzoncillos, dejando deslizar estos hasta el suelo. Este volvió a crisparse, pero esta vez se dejo hacer, como decía Pablo, es bueno terminar lo que se empieza.
Ya estábamos todos desnudos, Oscar y yo no sabíamos donde dirigir la mirada, ambos espectáculos eran inigualables, Antonio miraba a su mujer y sus ojos no daban crédito a lo que veían, las dos mujeres habían iniciado un juego caliente e intenso, Amalia después de morrearse literalmente con Gisela, había bajado hasta los pechos de Gisela y estaba devorándole los pezones, mientras esta, ya fuera de si acariciaba el coño y las tetas de Amalia. Pablo seguía con su mamada y Antonio literalmente se retorcía sobre el sofá, Yo vi que la hermosa polla de Oscar empezaba a cobrar vida y sin pensármelo dos veces me deslice hasta él y sujetándola con una mano empecé a pasar mi lengua por su glande y poco a poco, fui introduciéndomela en la boca. La sensación era deliciosa, la suavidad de su piel, aquel olor ligeramente acre, pero irresistible, me invitaban a chuparla cada vez con más avidez.
Gire la cabeza y vi a Antonio, con los ojos cerrados y totalmente entregado a la mamada que Pablo le estaba proporcionando. Si los hubiera abierto, habría podido ver como su amantísima esposa se colocaba para comenzar un sesenta y nueve con Amalia, entre suspiros, con unos ojos llenos de vicio, que probablemente no habría visto en su esposa en todos los años de su vida. Al poco Amalia hizo girar a Gisela y la situó en el sofá, de espaldas y con las piernas abiertas, mientras su boca y sus dedos, se apoderaban de aquel chochito y la llevaban directamente al orgasmo. Como tuve oportunidad de vivir la noche anterior, esta mujer era una furia desatada, se retorcía aprisionando, primero la cabeza y luego la mano de Amalia entre sus muslos, mientras gritaba y pronunciaba palabras y silabas inconexas. Su cuerpo siguió retorciéndose y estremeciéndose por un buen rato, mientras todos nosotros, la mirábamos atónitos, sobre todo su marido, que quizás por la emoción del espectáculo, se había corrido en la boca de Pablo, que tragaba con avidez la descarga de Antonio.
Poco a poco nos fuimos calmando todos, mientras Gisela, besaba dulcemente a Amalia y le daba las gracias por haberle proporcionado un momento tan placentero.
Amalia, buena maestra de ceremonias, cuando consideró que era oportuno, hizo un gesto a Oscar para que se ocupase de Gisela, mientras ella misma se sentaba junto a Antonio y le preguntaba directamente si la velada estaba siendo de su agrado y si prefería descansar un rato, o le iba a permitir que ella se ocupase de él adecuadamente. A estas alturas, nuevamente emparejados, habíamos bebido un nuevo trago, servido por nuestra servicial y amable doncella, Pablo. Yo me había acercado al sofá donde Oscar ya estaba acariciando a Gisela, la cual nada mas verme, me hizo sentar y se puso a chupar mi verga con verdadera pasión. Aquella mujer era un portento para el sexo, no se si contribuimos a despertar la fiera que por años tenía dormida en su interior, pero el caso es que ya sería difícil pararla.
Amalia hacia un sesenta y nueve con Antonio y trataba de recuperar su morcillona herramienta, mientras que dejaba que este saborease sus jugos, mientras que sus manos acariciaban, ora sus nalgas, ora sus tetas. No me arrepentí de haberle dado la pastilla de Cialis, aquella noche le iba a ayudar adecuadamente. Al poco rato su polla, de buen tamaño, estaba exultante y aprovechándose de ello, Amalia se sentó a horcajadas sobre la misma y comenzó a cabalgar sobre aquella montura que rebosaba lujuria por todos lados. De vez en cuando lanzaba miradas en nuestra dirección y, probablemente satisfecho y excitado viendo disfrutar a su esposa, levantaba su pelvis contra Amalia con verdadero frenesí.
Oscar le comía el coño y el ano con dedicación y efectividad, ayudado por sus dedos que se abrían paso en uno y otro conducto dilatándolos, aquello estaba volviendo loca a la dama que no podía contener su excitación y que yo notaba esa excitación mientras mamaba mi verga con verdadera fruición, introduciéndosela hasta la garganta y volviendo a sacarla a una velocidad endiablada que me estaba llevando a mi punto de no retorno. Gisela, cuando consideró que era el momento, colocó a Oscar sobre el sofá y subiéndose sobre el se fue introduciendo aquel mástil en su coño, recibiéndolo jubilosa. Bastó una mirada suya para me percatase de lo que quería que hiciese. Inclinada sobre el pecho de Oscar su ano se ofrecía, adecuadamente lubricado y abierto, para que con cuidado, pero con decisión fuera introduciendo mi herramienta hasta que mis huevos chocaron con sus nalgas y rozaban la polla de Oscar, que una vez acompasada con la mía, perforaban aquellos dos deliciosos agujeros con dureza, tal como demandaba su dueña.
La cara de desesperación y placer de Gisela era un poema, sus gritos demandando más y más fuerte, animándonos a destrozarla. Los brazos y la espalda de Oscar con sus arañazos y las señales de sus uñas clavadas en su carne, eran un pequeño reflejo de lo que aquella mujer estaba sintiendo. Sus estremecimientos, sus bruscos movimientos, su respiración jadeante, todo delataba que estaba teniendo un orgasmo debatasdor. Finalmente, sin fuerzas para moverse, cayo sobre Oscar, en el momento en que ambos descargamos toda nuestra leche en sus agujeros llenándola las entrañas de nuestra néctar de vida. Así continuamos un buen rato mientras nuestras respiraciones se hacían más regulares. Gisela, derrumbada en el sofá, con sus piernas cruzadas, su mirada perdida y su respiración forzada, ofrecía un espectáculo tremendamente morboso, de sus dos agujeros salían regueros de semen, mezclado con sus jugos que manchaban sus piernas y caían sobre el sofá.
Para su marido, la visión de aquel hermoso cuerpo, desmadejado sobre el sofá, perlado de sudor, que con dificultad trataba de dirigirle la mirada, una mirada llena de complicidad, con una débil sonrisa, que quería transmitirle su agradecimiento por haber hecho posible que gozase hasta la extenuación, también fue el detonante que provoco un orgasmo y consiguiente eyaculación que Amalia recibió con placer en el fondo de amorosa cueva. Los estremecimientos de Antonio y sus sonidos guturales, al igual que los de sus esposa, parecían mas propios de animales salvajes, que de una pareja de sofisticados miembros de una respetable alta sociedad de provincias.
Vi acercarse a Pablo y situarse a mi lado con una sonrisa maliciosa, acercando su boca a mi oreja me dijo muy meloso que todos habíamos tenido nuestra ración de sexo, pero que el necesitaba desahogarse y dulcemente me preguntó si podría hacerlo. Le entendí al punto y al recordar nuestra experiencia anterior, besé sus labios que se me ofrecían lujuriosos y le dije que era todo suyo. Me hizo poner de rodillas sobre el sofá y su lengua se apoderó de mi arrugado agujero, chupándolo y dilatándolo ayudado de sus dedos. Volví a sentir una sensación de desasosiego que me hacia retorcer de placer. Mirando entre mis piernas veía la polla de Pablo en todo su esplendor y en mi fuero interno solo deseaba que me penetrase y sentir aquella carne palpitante llenando mis entrañas.
Pablo consciente de mi estado, comenzó a metérmela, primero suavemente y después con mayor intensidad. Si bien me gustaba cada vez que la metía hasta el fondo, no era menos el placer que sentía, cuando al retroceder, una sensación de vacío en mi interior me hacia estremecer de placer. Pablo siguió bombeando mientras su mano derecha, se apoderó de mi verga, ya muy animada, y comenzó a pajearme acompasadamente, logrando que, olvidándome de todo lo que me rodeaba, alcanzase niveles de éxtasis maravillosos. Aquello duró varios minutos hasta que noté que Pablo llenaba mis entrañas con su caliente semen, y yo igualmente, entre estremecimientos, eyaculaba abundantemente sobre el sofá. Ambos caímos desmadejados sobre el sofá, al tiempo que Pablo con una expresión en su cara de placer y agradecimiento, depositaba un apasionado beso en mis labios.
Al tiempo que me iba recuperando observé el espectáculo que ofrecíamos, Oscar dormitando en la butaca situada a nuestro lado, Gisela, Alicia y Antonio, arrastrándose, se echaron sobre la gran cama en la habitación contigua y Pablo y yo, aun recuperándonos de nuestro reciente envite, desmadejados en el sofá.
Desperté por la mañana, probablemente debido a unos familiares ruidos que me desvelaron. Busqué la procedencia y puede ver a Gisela, Antonio y Oscar, follando, yo diría que salvajemente, sobre la mullida alfombra del salón. Era difícil entender que después de todos los acontecimientos de la noche y madrugada anterior, a alguien le quedasen ganas de seguir con la juerga, pero aquellos dos machos, estaban empalando a Gisela, entregándose con verdadero apasionamiento a la tarea, que por lo que escuchaba era muy gratificante para ella y no lo era menos para sus dos esforzados amantes. Cuando culminaron su faena, los gritos, suspiros, imprecaciones se dejaron sentir profusamente en la estancia.
No era yo solo él que se había despertado, a mi lado Pablo, miraba feliz, el desenlace de aquella velada realmente hermosa. Alicia se había venido a nuestro sofá y los tres, maravillados y satisfechos, seguíamos atentos a aquel inesperado remate de la velada. La escena nos estaba excitando, Amalia nos recordó que nosotros no le habíamos hecho caso durante toda la noche y que le gustaría sentirnos dentro de ella. Juan bajó hasta su entrepierna y empezó a chuparle su rajita con delectación, jugando y ensalivando, tanto su coño, como su anito. Era un verdadero conocedor de los gustos de su esposa y se deleitaba dilatando sus agujeros y haciendo que las caricias sobre su clítoris la hicieran gozar salvajemente. Amalia se deslizó, de lado sobre mí y apoderándose de mi semierecta verga, se dedicó a darme una mamada que acabó por despertarme totalmente y me puso a cien. Cuando consideró que estaba lo suficientemente caliente se subió felínamente sobre mí y fue introduciéndose lentamente mi polla en su vagina, caliente y estrecha. Pablo seguía acariciando su otro agujero, hasta que a una indicación de Amalia enterró toda su virilidad en su hambriento culo. Acompasamos nuestro ritmo y comenzamos a gozar como posesos, aumentando la velocidad e intensidad de nuestras embestidas. Los minutos que duró aquella doble penetración, me confirmaron la buena química que teníamos los tres para el sexo y lo felices que éramos y podríamos serlo en el futuro. Acabamos simultáneamente de forma apoteósica llenándole sus entrañas de semen, entre gritos, obscenidades y estremecimientos.
Realmente todo resultó fantástico. Por supuesto, Pablo recibió los 2.000 Euros y la invitación para que aquello tuviera continuidad en su casa de Murcia. Por supuesto que la tuvo, pero eso lo dejaremos para otros relatos.
Amigos lectores, agradeceré vuestros comentarios y críticas, si consideráis que los merezco, me ayudarán para tratar de mejorar en próximos relatos.
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