Pablo y Amalia, pareja con un toque bisexual.
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por LODGER.
Es una pareja muy poco convencional. Les conocí de forma casual, pero muy placentera, con motivo de uno de mis viajes de negocios. Estaba en Barcelona después de un día de bastante trabajo, había tenido una reunión que se prolongó toda la tarde y llegué al hotel, cansado y con un dolorcillo de cabeza que no presagiaba nada bueno. Me di un baño y más relajado, bajé al restaurante del hotel a tomar una cena ligera. Me encontraba bastante mejor y me apetecía tomar un güisqui y oír un poco de música.
Entre en el piano-bar del mismo hotel y allí estaban, al principio no reparé en ellos, pero mientras, apoyado en la barra, saboreaba mi güisqui, llamaron mi atención. Sentados a la barra en sendos taburetes, a no mas de un metro de distancia, ella le reprochaba no sabría decir qué. Eran jóvenes, no más de treinta y muy pocos años, muy atractivos, especialmente ella. Vestía de una forma llamativa, casi se podría decir provocadora, con un vestido blanco que transparentaba casi todos sus encantos, por supuesto se notaba que no llevaba sujetador y se adivinaba un tanga, muy breve, también blanco. Tenía una cara angelical, con unos ojos preciosos y una boquita sensual, pequeña, con una sonrisa encantadora, todo obligaba a mirarla. Su acompañante era también un buen mozo, miraba a su pareja con admiración, y parecía pedirle disculpas por algo que le habría hecho y que la tenía muy enojada.
El pianista tocaba una balada, con cara de aburrimiento. En el local no habría más allá de diez personas y no parecía que le hicieran mucho caso, yo, que había bajado a oír un poco de música, en aquellos momentos, prestaba más atención a la pareja que discutía, que al pianista. Otra pareja de más edad, que estaba situada en una mesa del fondo, hablaba de sus cosas, muy amarteladitos. Otro grupo de tres personas estaba terminando sus copas y se disponían a salir, por todo ello no extrañaba que el pianista se pudiera sentir un poco frustrado.
Llevé mi vaso a los labios y una voz que se dirigía a mi me sobresaltó.
– Perdona, me llamo Amalia, ¿puedo hacerte una pregunta?
Sin esperar mi respuesta y sin apenas tiempo para reponerme, me soltó.
– ¿Tu crees que este sitio tiene mucho ambiente?
Resaltó el “mucho”, con sarcasmo. Sin dejarme responder, prosiguió con su monologo.
– Aquí mi querido esposo, dice que este es un sitio muy cachondo, con mucho ambiente.
El marido quiso protestar, su voz sonó quejumbrosa con tono de disculpa.
-Yo le he preguntado al portero de nuestro hotel por un sitio agradable y con ambiente y nos ha dirigido aquí. Yo no conocía el sitio.
– ¡¡¡¡Si quiero un sitio agradable me voy al salón parroquial!!!!. No sabes hacer nada. Tenías que haber preguntado por un sitio con marcha, con mucha marcha, donde se pueda ligar y otras cosas. ¿No te parece? Sobre todo para evitar malos entendidos.
Se había dirigido nuevamente hacía mi y yo no sabía que contestar. En un alarde de ingenio, no se me ocurrió otra cosa que preguntar.
– ¿No sois de Barcelona?
La chica me miró como quien mira a un extraterrestre, me di cuenta inmediatamente de la tontería que había preguntado. Rectifiqué sobre la marcha.
– Yo tampoco soy de aquí, he venido por trabajo, pero supongo que tiene que haber sitios con mucha marcha, Barcelona es famosa por su ambiente liberal. Seguro que en este mismo barrio habrá alguna discoteca.
Nuevamente la chica volvió a hablar como para ella misma.
– El caso es que ya son más de las doce y para cuando queramos salir, encontrar el sitio y hacernos con el ambiente, nos dan las tantas.
Se volvió hacia mí y como una ametralladora, empezó a hacerme preguntas.
– ¿Estás en este hotel?, ¿estás solo?, ¿cómo es tu habitación?, ¿te gusto?, ¿te gustaría acostarte conmigo?
Yo estaba atónito, iba asintiendo a todo con la cabeza, pero ella no me daba tiempo para contestar. Se dirigió a su marido con tono autoritario.
– Venga paga y vámonos con este chico tan marchoso.
Me habían dicho muchas cosas en mi vida pero lo de marchoso era la primera vez. Mi mujer siempre dice que soy un soso.
– Dejarme a mi, lo cargo a la habitación.
Llamé al camarero, le pedí la cuenta, firmé y precedidos por Amalia, nos dirigimos al ascensor y subimos a la habitación. Era una suite júnior, con dos estancias, una era un pequeño salón con un cómodo sofá y dos butacas, un mueble con el bar, una gran televisión plana, a su lado una cadena musical con una selección de cd´s, de música variada y una mesita de despacho para trabajar. En la otra, una gran cama “King size” y otro mueble con una TV algo más pequeña. El baño completaba la estancia. Unos grandes ventanales daban sobre las nuevas playas de la zona del Forum, al fondo el mar.
Amalia revisó la estancia en un momento, se la veía encantada, se puso a revisar los cd´s y rápidamente colocó uno de ellos en la cadena. Era música de salsa, pidió a su marido que le ayudase a apartar un poco la mesa de centro y dejó un sitio adecuado para bailar.
– ¿Cómo te llamas?, Pablo, ayúdale…, esperó que le dijese mi nombre, Carlos, y prosiguió, a Carlos a quitarse la chaqueta y cuélgala en el armario.
Tomó mi mano y sin mediar palabra se pegó literalmente a mí y empezamos a bailar. Entrelazó sus manos a mi cuello y su pelvis, siguiendo el ritmo de la música, se frotaba contra la parte baja de mi vientre, mientras que sus tetas estaban clavadas en mi pecho. A pesar de que seguía sus pasos como un autómata, aquellos movimientos estaban despertando mi dormida libido y algo empezaba a moverse entre mis piernas.
– Uhmm, así me gusta cielito, ya sabía yo que tú y yo teníamos química y lo vamos a pasar de miedo. Pablo, prepara unas bebidas, a mi lo de siempre, y un güisqui para Carlos. Ya has visto abajo, con dos piedras de hielo y un poco de agua. ¡¡¡Rápido!!!
Aquella mujer era un terremoto, seguimos bailando muy apretados y con un movimiento tan insinuante que mi verga ya estaba a tope. Sus labios se apoderaron de los míos y se fundieron en un beso con nuestras lenguas luchando a brazo partido. Amalia era una fiera, su vestido se había enrollado en su cintura y yo olvidándome de Pablo, estaba entregado a acariciarle las nalgas con ambas manos. Mientras seguía el ritmo de la salsa, sus manos, prácticamente arrancó los botones de mi camisa, con un gesto me la quitó y salió volando por los aires. Sus manos se dirigieron a su vestido y con un rápido movimiento igualmente salió volando y sus tetas se clavaron en mi desnudo pecho. Pablo, como en un susurro dijo.
– Las bebidas están preparadas, ¿quieres que haga alguna otra cosa?
Amalia tomó mi mano y nos dejamos caer en el sofá, le conminó a Pablo.
– Ayuda a Carlos a quitarse el pantalón, los zapatos y todo lo demás. Sabes que no me gusta verte sin la cofia y el delantal, deberías haberlas traído, esto te va a costar caro.
Pablo, obediente y sumiso, me ayudó a desnudarme, mientras Amalia me hacía brindar y bebimos de nuestras copas. Nuevamente se dirigió a Pablo.
– Pablo, como muestra de respeto y consideración, arrodíllate ante Carlos y muéstrale tu admiración y agradecimiento por hacer feliz a tu mujer; dedícale una mamada de campeonato para que se sienta feliz. Espero que te esmeres y quede plenamente satisfecho y con una erección de caballo, lo necesito.
Yo realmente estaba alucinando, jamás me había encontrado en una situación similar, creía que era un hombre de mundo y que había visto de todo, lo que no podía comprender era esta actitud de total aceptación de la situación por parte de Pablo, no obstante, en el momento que se arrodilló entre mis piernas y sujetando mi pene con sus manos se lo llevó a la boca, toda mi sorpresa y pensamientos se desvanecieron. ¡¡Que maestría, que dulzura, que morbazo!! realmente aquel hombre era una maravilla. No me atrevo a decir que era la mejor mamada de mi vida, pero sino la mejor era una de las mejores. Ni mi cansancio, después de un día de duro trabajo, ni mi dolorcillo de cabeza, nada, en un instante se me pasó todo y solo pensaba en disfrutar de aquella mamada que me estaba transportando al séptimo cielo.
Bruscamente, como casi todo lo que hacía aquella mujer, apartó a Pablo, nos dirigimos a la cama y me tumbó boca arriba, sentándose a horcajadas sobre mí, se clavó mi polla y empezó a cabalgarme, al principio suavemente, mientras sus labios recorrían todo mi cuerpo, mi boca, mi cuello, mis pezones. Realmente era un torbellino, pero un torbellino maravilloso. Aquella mujer sabía como hacer feliz a un hombre y sacar lo mejor de él para su propia satisfacción.
No soy un eyaculador precoz, más bien todo lo contrario, pero aquella mujer sabía dosificar los tiempos, era capaz de llevarte hasta el límite, luego reducía la intensidad de las caricias y de la cabalgaba y cuando uno estaba más relajado, volvía frenéticamente hasta llevarte al paroxismo, así una y otra vez, hasta acabar en un orgasmo conjunto, realmente increíble. Sin duda uno de los mejores polvos de mi vida. Caímos exhaustos sobre la cama, pero aun le quedaron fuerzas para ordenarle a Pablo que limpiase mi pene con su boca y después hiciese lo mismo con su jugoso conejito.
El día había sido muy largo, tanto para ellos como para mi y tal como estábamos sobre la cama nos quedamos dormidos, no reparé en la hora que era, pero probablemente había sido el polvo más largo y placentero de mi vida. Desperté hacia las seis de la mañana, con las primeras luces de la mañana, Amalia seguía en el mismo sitio, profundamente dormida, su rostro reflejaba una dulzura infinita, realmente era un bellezón, con una cara angelical y un cuerpo de diosa. Pensé en lo que había pasado la noche anterior y todavía no salía de mi asombro. ¡¡Que pareja tan peculiar!!
Inmediatamente me acordé de Pablo, me incorporé buscándole y lo vi hecho una bola, durmiendo sobre la moqueta a los pies de la cama, ni tan siquiera se había atrevido a utilizar el sofá de la salita. La sumisión de aquel hombre y el inmenso amor que demostraba por su mujer, aun a pesar del trato que recibía, me impacto fuertemente.
Pensando en todas estas cosas me levanté silenciosamente de la cama y me dirigí al baño, me lavé la cara y salí nuevamente a la sala, había despertado a Carlos y allí estaba, sentado en el sillón esperándome. Nos dimos los buenos días y se interesó por saber como estaba, sorprendido le dije que muy bien, pero que mejor me lo decía él, que había dormido sobre la moqueta, – Al menos podías haber dormido en el sofá. Su contestación me dejó totalmente desmarcado
– No, he dormido muy bien, además quería estar cerca de vosotros por si necesitabais alguna cosa.
Tenía ganas de hablar con aquel hombre, lo miraba y lo veía realmente varonil, su aspecto no cuadraba con aquella persona sumisa y obediente, me desconcertaba y quería saber como se podía llegar a esta situación. Me levanté y traté de cerrar la puerta corredera que daba a la habitación para no molestar a Amalia, pero suavemente me paró y me dijo que quería estar atento por si ella se despertaba y lo necesitaba para algo.
Seguimos hablando en voz baja y me explico que él solamente era feliz cuando su mujer gozaba plenamente de la situación en la que se encontraba. Me decía que él se consideraba un mal amante, que creía tener eyaculación precoz, y dado que ambos se querían con todo el amor del mundo, le propuso tener experiencias con otros hombres para que fuera feliz y a su vez, para que él se sintiera profundamente satisfecho.
En un principio ella se negó en rotundo a hacer lo que le proponía, pero después de insistir y volver muchas veces sobre el tema, ella fue cediendo y poco a poco, fue sintiendo más interés por la propuesta, hasta que un día, finalmente le dio la sorpresa.
Habían ido a la fiesta de cumpleaños de un buen amigo de Pablo, que este celebraba en su casa, allí estuvieron hablando y participando de todas las actividades hasta que los invitados se fueron marchando. Amalia insistió en quedarse un poco más, hasta que se quedaron solos con el anfitrión. Cuando estaban solos los tres en el salón, Amalia se acercó al amigo y tal como estaba sentado en el sofá, se arrodilló a sus pies y decidida le abrió la bragueta, sacando su pene, al tiempo que le decía:
– Tu amigo Pablo quiere que te haga este regalo, un poco especial, tu dirás si te gusta o debo parar.
Dicho esto, comenzó a hacerle una mamada de campeonato. El bueno de Pablo se quedó tan paralizado como su amigo, y a partir de aquí, ella empezó su nueva vida, poniéndole los cuernos y haciéndole el hombre más feliz de la tierra, sobre todo cuando vio que ella disfrutaba de la situación y que, cada vez con más interés, ella preparaba los encuentros y se volvía más dominante con el pobre, más bien diré, afortunado Pablo.
Mientras me explicaba esto, miraba su cara y veía que lo contaba feliz, que estaba contento de que le estuviera pasando, así, desnudo como estaba, notaba que se iba animando a medida que me contaba las aventuras de su mujercita, ahora dormida en la habitación contigua, su pene, ya de un buen tamaño, denotaba bien a las claras que eso le gustaba. Me contó que una vez su mujer quiso saber que se siente follando por dinero y vistiéndose de una forma muy provocativa, hizo que la llevara a la Casa de Campo para ver si tenía éxito. Completamente empalmado me decía que había parado un coche a su lado, hablaron y se fue en él. Habían pasado 40 minutos y nuevamente la trajeron a su lado, había sacado 15.000 Pesetas y según le comentó, un señor polvazo, el tío tenía una polla enorme y se la había metido por todos los agujeros, vamos que había sido un éxito su prueba de puta.
Aquel pene, con un pequeño liquido preseminal y aquella historia, me estaban animando. Nunca, hasta ahora, había pasado por mi cabeza que pudiera hacer una cosa así, pero sin pensarlo me vi acariciando su pene con mis dos manos, sin darme cuenta, había empezado a masturbarle lenta y delicadamente. Aquello debió sorprender igualmente a Pablo que instintivamente se colocó de forma que fuese más fácil mi maniobra, al tiempo que comenzó a acariciar mi pene, igualmente muy animado. El caso es que me vi, sin tener en cuenta ninguna consideración, con su pene en mi boca, en un delicioso 69. Jamás hubiese pensado que eso podría sucederme a mí, pero en aquellos momentos no podía pensar en nada, solo en obtener y dar el mayor placer del que fuéramos capaces.
Me encantaba el contacto de aquella polla en mi boca, la notaba caliente, jugosa, nunca lo había hecho, pero trataba de hacer lo que a mi me gustaba que me hiciesen y al parecer con buenos resultados. Pablo seguía con su mamada, pero me gustaba cuando sacaba mi verga de su boca y me decía que era maravilloso, en verdad no se si me gustaba más sus caricias o sus comentarios.
– ¿Te gustaría que te folle yo o prefieres hacérmelo tu? Este comentario, dicho tan dulcemente, me descolocó por un momento, pero asombrosamente le conteste que lo hiciera él, tenía ganas de seguir probando esta nueva faceta del sexo que tanto me estaba gustando.
Sin dejar de chupármela, ensalivó uno de sus dedos y lo fue introduciendo en mi ano, suavemente, comenzado unos movimientos para dilatar mi esfínter, alternativamente, pasaba su lengua por el arrugado ojete, tratando de meterla. Aquel juego, unido a la superior mamada y a mis encontrados pensamientos, me estaban llevando al éxtasis. Después fueron dos dedos y finalmente, cuando entendió que estaba suficientemente dilatado, se colocó a mi espalda y apoyó su glande en mi orificio, lubricó adecuadamente su pene y con una enorme suavidad comenzó a introducirlo. Sentí que entraba el glande y una mezcla de dolor y gusto me invadieron, esperó un momento y suavemente siguió metiéndola hasta hundírmela totalmente. Sentí chocar sus testículos en mi culo, aguantó otro momento y suavemente empezó a bombear, una sensación extraña y placentera se apoderó de mi, cuando salía era como si mi alma se fuera tras ella, sentía un placer intenso a cada embestida.
En la puerta de la sala, una espectadora de excepción había contemplado toda la escena, Amalia se acercó y colocándose a mi lado me soltó:
– No sabía que te gustaban estas cosas. – Yo tampoco, pero es buenísimo.
Sin decir nada más se colocó debajo de mí y tomando mi polla se la metió hasta la garganta, comenzando una mamada espectacular. Yo no sabía que hacer, no sabía donde estaba, era un placer inenarrable. Creo que Pablo me preguntó si quería que se corriese dentro, la verdad es que no se si contesté, cuando sentí que se derramaba en mis entrañas, empecé a soltar leche en la boca de Amalia que la engullía con frenesí. Mis últimos espasmos coincidieron con la salida del pene de Pablo. Quedé absolutamente derrengado, supongo que fue uno de los orgasmos más intensos de mi vida.
Como dice el tópico, aquello fue el comienzo de una gran amistad. Terminamos el fin de semana en Barcelona probando nuevas cosas, todas ellas muy placenteras y hemos seguido viéndonos desde entonces, con nuevos amigos y nuevas historias, que si os parece interesante os iré contando.
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