Palabra clave: Anahí
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por narradortristan.
Aunque llevo ya dos años con este trabajo siempre espero ansioso cuál será la palabra clave de cada uno de mis encargos. Yo no conozco personalmente a la persona que le pone los nombres, pero siempre eran nombres de canciones. Mi hobbie es la música. Tenía que hacer lo posible para en el futuro conocer a esa mujer. Porque es una mujer seguro. Ya conozco sus gustos sólo por las canciones que utiliza. Creo que hasta me he enamorado de ella.
De todas formas es un sueño imposible. De la agencia sólo conozco a mi enlace: Marie.
A las 15,35 llegaba el vuelo procedente de Madrid. Según instrucciones yo debía esperar en el aparcamiento de la Terminal de coches alquilados con el coche en marcha.
Tenía que esperar a la persona que se acercara hasta el coche, se sentara en el asiento trasero y me dijera la palabra clave: Anahí.
Como era costumbre no sabía nada más de la persona o personas que tenía que recoger. Esta vez sabía que era una mujer y lo que aproximadamente deseaba que se cumpliera en un día y medio. Nada más.
Mis órdenes eran comprobar la llegada del vuelo y esperar 30 minutos en el parking. Si en ese tiempo no llegaba nadie. Irme. Y con el dinero cobrado ya. Nunca se había dado el caso de no aparecer el cliente aunque siempre esperaría más tiempo si fuera necesario, pero esta vez, no sé porqué, no me importaba que no llegara nunca.
Llevaba ya un rato esperando con el coche en marcha, quizá veinte minutos, mientras tatareaba la canción de la indiecita guaraní que quemaron en la hoguera título de la palabra en clave cuando observé a una mujer que se acercaba lenta y nerviosa hasta el coche.
Ojalá fuera ella, pensé.
Llevaba un abrigo largo que le protegía del viento de poniente y unas gafas de sol muy grandes. El pelo recogido.
No era muy alta, más bien pequeña, tal vez no llegara ni al metro sesenta de altura. Yo mido uno noventa y por eso veo a la gente casi siempre más bajita de lo que realmente son.
Medio temblorosa, y casi impaciente se acercó hasta la puerta trasera. Abrió la puerta del coche y me dijo:
_ Anahí.- lo dijo entre afirmativa e interrogante. No estaba muy segura de haber acertado. De todas formas era el único coche en ese sitio y en esas condiciones. Era difícil equivocarse. Su voz entrecortada me resultó muy dulce. Casi de niña.
_ Correcto. Nos vamos ya.- le contesté mientras dejaba la bolsa de mano que llevaba como equipaje.
No dijo nada más. Y ni siquiera se quitó el abrigo hasta que salimos del aeropuerto. Miraba hacia el suelo para evitar ser reconocida.
Unos diez minutos más tarde se incorporó para quitarse el abrigo y las gafas. Sacó el móvil del bolso y llamó por teléfono.
_ Cariño. Ya he llegado a Girona. Me ha recogido el chofer de mi prima. Mañana por la noche llegaré a casa. No te preocupes tomaré un taxi. Te quiero.
Estaba claro que hablaba con un contestador automático. Pude verla un poco más relajada conforme nos alejábamos del aeropuerto camino de la frontera con Francia. Definitivamente me gustaba su voz lo poco que la había oído. No habíamos hablado desde que se subió al coche. Según mis indicaciones no debía hablar si ella no lo hacía. La verdad es que ni me importaba. En esta misión yo sólo era el enlace entre ella y sus fantasías. Además tenía claro lo que deseaba. No tenía que interactuar si ella no lo pedía. Se dispuso a leer unas hojas que traía encuadernadas y a contemplar el paisaje cuando le apetecía.
Nuestro destino era un hotel de la costa francesa a 200 kilómetros del aeropuerto.
Llegamos sobre las seis de la tarde. La agencia había hecho las reservas. Recogí las llaves de las habitaciones y la acompañé hasta la puerta de su habitación, junto a la mía.
_ Le aconsejo espere en la habitación. Está todo pagado. No tiene que preocuparse de nada. No saldremos hasta las ocho de la noche. La recogeré aquí mismo. Si necesita algo no dude en llamarme. Estoy a su disposición.- le dije antes de dirigirme a mi puerta de mi habitación.
_ Muchas gracias.- me contestó y desapareció tras su puerta.
Faltaba una hora y media así que me desnudé, me di una ducha y me senté a ver el canal porno de la habitación. Mientras me tomaba una copa del minibar y me relajaba acariciándome la polla no dejaba de pensar porqué una mujer como Anahí (llamémosle así) necesitaba de los servicios de la agencia.
Debía de tener unos 24-25 años como mucho, con unas tetas grandes y bien puestas, casi nada de cintura y un culo bien formado. Las piernas delgadas pero musculosas. Seguro que trabajada en el gimnasio. Salvo porque era algo bajita para mí, me parecía una chica que estaba muy buena. No era guapa, porque no era una belleza, pero sí tenía cierto atractivo que me ponía cachondo. Tenía los ojos y la boca grandes y la cara redondita. Casi virginal. Su aparente timidez e imaginármela en su futuro más cercano, del que yo era responsable, me ponía a cien. Yo seguí haciéndome la paja viendo la tele y pensando en ella.
Realmente hace falta mucho dinero para pagar los gastos de la agencia. Si ella los tenía era porque era hija de familia de bien. Imagino que por eso había que llevar tanta precaución. La ropa que gastaba era muy cara y además se le notaba con clase. Estaba casada o tenía novio porque por teléfono dijo “cariño”. No entiendo porqué nos necesitaba. Pero éramos los mejores y los más discretos en realizar fantasías y necesidades sexuales y nuestra agencia, aunque no tenga publicidad y esté enmascarada en una agencia de eventos, funcionaba realmente por el boca a boca.
Me preparé y antes de salir a recogerla a la puerta de la habitación volví a leer el dossier que me había enviado la agencia.
Palabra clave: Anahí.
Llevar al Club.
Discreción absoluta.
La cliente quiere ser observada y observar a desconocidos.
Quiere participar en una orgía.
No sabe hasta dónde puede llegar.
El límite de sus deseos los pondrá ella y sólo ella.
No quiere entablar conversación con nadie si ella no lo pide.
El agente sólo ha de actuar para su seguridad y compañía.
El agente ha de estar a su disposición.
La recogí en la puerta de su habitación a la hora acordada. Estaba muy nerviosa. Llevaba puesto el abrigo y no se adivinada qué llevaba puesto debajo de él. Me siguió sin decir palabra hasta el coche. En media hora estábamos en la puerta del Club. Nos abrieron la puerta para poder acceder en coche a la finca.
La casa principal era una mansión de estilo francés del siglo diecinueve, de dos plantas y muy grande. Yo ya había estado allí en tres ocasiones anteriores con la agencia.
Estas reuniones sólo se celebraban una vez al mes. Venía gente de toda Europa. Sólo gente vip. Por participar en esta reunión los socios debían pagar 1000 euros. Era obligatorio asistir con pareja. Parejas mixtas. Y sólo podían asistir socios y acompañantes de éstos que debían también pagar su entrada y llevar también pareja. Ni que decir que los socios podían ser hombres y mujeres, pero las parejas mixtas.
Estaba limitada la asistencia a cada reunión a 150 parejas. El pago se realizaba con antelación. Allí sólo había que acreditarse y todo estaba incluido.
Al entrar una camarera nos dirigió a los vestuarios y nos ofreció un albornoz a cada uno y toallas limpias. La ropa había que dejarla en las taquillas del vestuario. Se permitía llevar el calzado que cada uno quisiera (botas, zapatos de tacón, etc.) pero la única ropa permitida era el albornoz, la toalla, o nada.
La sala principal era la más iluminada, tenía una barra donde pedir bebidas, una mesa central llena de comida: bandejas de frutas cortadas, marisco, ostras, bandejas de comida, aperitivos, etc.
Disponía de muchas mesas con sillones alrededor donde la gente hablaba de sus cosas. Algunas parejas ya se conocían de otras reuniones anteriores. Y el que no se preocupaba de hacerse conocer. En estas reuniones se permitía todo pero siempre debía de ser mutuamente acordado. En la misma planta baja había también otros dos salones más pequeños, con luz más tenue, con sillones, pista de baile donde las parejas que ya se habían conocido previamente daban rienda suelta a sus deseos.
En la planta superior todo eran habitaciones grandes sin puerta de entrada con diferentes decoraciones según el tipo de prácticas que se daban y se necesitaban en ellas. Todo el mundo podía entrar sin problemas y observar o participar si era invitado a ello.
_Le voy a explicar las normas del Club. Usted puede participar en todo lo que desee. No la obligarán a hacer nada que usted no quiera hacer. Todo se basa en el respeto mutuo. Está permitido mirar y observar todo lo que ocurre aquí. Si le apetece participar en algo sólo tiene que pedir permiso. Yo me mantendré al margen y quedaré a una distancia a la que usted me pueda ver. Si en algún momento necesita de mi ayuda no dude en llamarme. Si se encuentra molesta con algo yo la socorreré. Y cuando quiera que nos vayamos no tiene más que decírmelo. Me puede llamar Tristán. ¿Tiene alguna duda? ¿Quiere tomar algo?.- le dije nada más entrar en el salón principal.
Ella asintió sin saber siquiera lo que le había preguntado. No se había enterado de nada. Se quedó absorta contemplando el espectáculo que se ofrecía ante ella. Seguía nerviosa pero sus ojos no parpadeaban para poder obtener la mayor información posible. Sin duda no esperaba encontrar nada así. La realidad superaba lo que había imaginado.
Lo que nos encontramos mientras nos acercábamos a la barra fue, en principio, de lo más normal. Muchos hombres y mujeres, de todas las edades. Entre las mujeres aún predominaban más las jóvenes y atractivas. Bastantes de ellas seguro que contratadas para compañía del socio que había ido. Para ser el principio de la reunión pudimos contemplar ya a una mujer masturbando en la barra a un hombre mientras se besaba con otro. Una mujer de mediana edad en una mesa haciendo una mamada a dos hombres y comiéndole el coño a su vez a otra mujer que permanecía recostada en la mesa con ostras sobre su vientre. Ella hacía de mantel pero también se ofrecía para lamer a quien pasaba cerca de ella. Gente simplemente observando los diferentes espectáculos, esperando para actuar si fuese necesario, y muchas parejas hablando y concertando lo que harían después en el resto de habitaciones.
La mayoría de la gente observaba a los demás y entraban en calor. Habían empezado los más exhibicionistas a hacer de las suyas para disfrute de los demás.
Le ofrecí a Anahí una copa de champagne mientras yo me tomaba otra. Bebía apresuradamente, se fijaba en los diferentes espectáculos que nos estaban dedicando. Tenía miedo de moverse de la barra, de alejarse de mí. Quizá intentaba organizarse para saber qué es lo que le apetecía hacer pero aún tenía miedo. No miraba a la cara de nadie. No se atrevía o no le importaba. Miraba sus cuerpos, sus sexos, le daba igual hombre o mujer, inspeccionaba cada centímetro de carne que le mostraban los cuerpos desnudos. Se estremecía cada vez que veía una poya bien dura, disfrutaba contemplando las felaciones que se producían en los sillones. No hacía ascos a mayores o jóvenes. Ni siquiera a hombres o mujeres. Lo observaba todo. Disfrutaba aparentemente con todo.
No comió nada. Sólo bebía champagne. Después de cuatro o cinco copas en al menos media hora se atrevió a acercarse a una mujer rubia que la estaba llamando con la mano para que se acercara a su mesa. La había llamado porque Anahí llevaba un rato sin poder apartar la mirada de la verga de su pareja. Él era un chico joven y atlético, de piel muy morena, y ella mucho mayor que él de unos cincuenta años. Él estaba con el albornoz totalmente abierto mientras ella le chupaba la poya entre sorbo y sorbo de la copa que estaban tomando mientras conversaban. Tenía una verga grande y bastante dura gracias a los cuidados y mimos de la mujer rubia. Los dos ofrecían su espectáculo a la gente que miraba desde la barra. Estaban buscando compañía para sus juegos y Anahí era una buena presa.
Anahí se acercó tímidamente. Intercambió unas palabras al oído de la mujer y aceptó sentarse con ellos, en medio de los dos. La mujer estaba desnuda, sólo vestía un collar ajustado al cuello que caía sobre la espalda y unos zapatos de tacón altos. La mujer rubia le susurró palabras a Anahí mientras le abría el albornoz lentamente y ella asentía muy tímidamente. No sé qué podían estar hablando ni en qué idioma. Ella parecía tal vez alemana. Quizá hablaban en inglés. No las podía oír.
Anahí primero se resistió un poco a que la mujer le abriera el albornoz para dejar al aire sus pechos pero cuando el chico que estaba con la verga enhiesta le cogió la mano para evitar que se resistiera ella se quedó paralizada, cerró los ojos y se dejó hacer por los dos.
La gente que miraba la escena se sorprendieron de la belleza de los pechos de Anahí y se oyeron voces de aprobación y murmullos en la sala. Incluso yo no me esperaba el tamaño y la redondez de esas maravillosas tetas. Se veían duras, con unos pezones grandes y puntiagudos. Ella estaba preciosa con el pelo recogido y el albornoz abierto hasta la cintura. No se podía ver nada más porque lo tapaba la mesa.
La mujer comenzó a acariciar los pechos de Anahí y el chico a lamer desde su oreja al cuello, lentamente con la punta de la lengua. Anahí se estremecía en cada contacto de los dos, pero no abría los ojos. De vez en cuando intentaba taparse los senos y quitar la mano de la mujer rubia que le estaba acariciando pero no le dejaban hacerlo. La mujer comenzó a lamer sus pezones enhiestos y puso una de las manos de Anahí en su coño y la otra en la base de la verga del moreno que seguía chupando su cuello y bajaba lentamente lamiendo hasta el pezón que le quedaba a su lado. Anahí se estremeció al momento y abrió los ojos apresuradamente.
Tal vez no sabía lo que hacía y se había dado cuenta de su situación. Separó las manos de ambos sexos que tenía cogidos y se incorporó zafándose de los dos. Igual era demasiado para ella por ahora. Al levantarse el albornoz quedó en el sillón y dejó a la vista de sus espectadores su coño y sus labios totalmente depilados, excepto una minúscula matita de pelo encima del clítoris. Sus labios estaban hinchados de placer, colorados y húmedos por la excitación. Sobresalían bastante más de lo normal. Hubo otro murmullo de aprobación. Se veía preciosa, tan pequeñita, con el cuerpo tan bien formado, las piernas delgadas y el culo respingón. Mujeres y hombres miraban lo que estaba ocurriendo en aquella mesa porque en ese momento era lo más interesante del salón. Ella pudo ver cómo frente a su mesa se acercaron al menos cinco hombres a unos metros comenzando a masturbarse mientras la miraban a ella desnuda. Se volvió a quedar paralizada mirando las poyas de sus espectadores, siguió mirando alrededor, mujeres y hombres la deseaban y admiraban palmo a palmo, centímetro a centímetro su cuerpo. Eso la puso a mil por hora y se dejó hacer cuando la rubia y el chico moreno se incorporaron también para sobarla ambos de pie, uno a cada lado de ella. Dejó puesta las manos sobre la mesa mientras los dos la manoseaban por todo el cuerpo. Su coño y sus tetas eran sobados alternativamente por ellos dos, acariciados, y ella, de momento se dejaba hacer, pero no les prestaba atención, ni siquiera los miraba, miraba a la gente que la miraba a ella. Era un acto de voyeurismo mutuo. De placer consentido. Se estremecía con las caricias y se notaba cómo su respiración aumentaba en ritmo por el movimiento de su pecho. Estaba disfrutando dejándose hacer y, sobre todo, mirando cómo la observaban hacerlo.
Llamó para que se acercara a un hombre canoso, de pasados los cincuenta años y algo barrigón, que se estaba masturbando en el grupo que había frente a ella. Tenía un pene gordo pero mediano, tal vez pequeño, y todavía un poco flácido, con una mata de pelo blanca y dispersa en el pubis que se podía apreciar donde dejaba la barriga. Él se acercó hasta Anahí y ella le comenzó a sobar la verga suavemente con su mano derecha. Con la otra se apoyaba sobre la mesa.
La rubia metía y sacaba sus dedos del coño de Anahí y el chico moreno le restregaba su poya sobre sus nalgas mientras sobaba sus tetas. Ella no se inmutaba con lo que le estaban haciendo y se preocupaba más por lo que tenía ahora en sus manos. Seguía aumentando el ritmo de su respiración. De vez en cuando cerraba los ojos unos instantes y soltaba algún pequeño gemido de placer echando la cabeza hacia atrás. El hombre canoso la miraba agradecido por haberle elegido a él. No se daba cuenta que él no le importaba a ella, era su poya la que la había hecho reaccionar. Quería ver poyas duras y no podía permitir esa flacidez. Su mano recorrió dulce y suave de la base a la punta la verga del hombre canoso hasta que ésta reaccionó a las caricias de los finos dedos de Anahí y adquirió el tamaño necesario y deseado, amoldándose a la mano y la palma de Anahí en una unión casi perfecta. Cuando notó que la verga hacía caso y respondía a sus caricias, empezó a aumentar el ritmo de sus movimientos, cada vez más ligeros y veloces. Esa verga tomó vida propia, se mostraba alegre y dispuesta con la colaboración de Anahí, y cuando no pudo más y el hombre empezó a eyacular la cara de satisfacción de ella era similar a la de él. El semen salpicó y desbordó la mesa, corrió por los vasos, por su mano y su brazo, algunas gotas llegaron hasta el pecho de Anahí y besaron sus pezones en punta. Ella lo dirigió nerviosamente por donde le venía en gana. Disfrutaba de la eyaculación. Y de sentirse dominadora y responsable de la situación. Ese torrente de leche estaba dedicado a ella. En ese momento ella también se corrió, su cara no lo delataba totalmente pero su sonrisa y sus movimientos entrecortados sí.
Cerró los ojos sólo unos instantes, abandonándose durante unos segundos y mordiéndose los labios. Fue una corrida rápida. Influyó el hecho de que la rubia llevaba unos minutos ya sentada tras de ella comiéndole el coño y jugando con sus dedos dentro de ella, que mantenía el equilibrio como podía, con las piernas abiertas y notando también el roce de la inmensa verga morena de su compañero de juegos por sus nalgas y su cintura, y sus manos por todo su cuerpo. Ella ni siquiera miró a la cara del hombre canoso que educadamente le dio las gracias por su trabajo. Quizá sí asintió al movimiento de gratitud de su poya al correrse y volver a su estado de flacidez inicial, pero él, el dueño de esa verga, no le importaba en absoluto.
Volvió a poner las dos manos sobre la mesa mientras detrás suyo la rubia seguía comiéndole el coño. Ella abrió un poco más si cabe sus delgadas piernas para dejarse hacer y comenzó a sobar la verga inmensa, dura y morena del joven. Sus ojos estaban blancos. Le dominaba el placer. La rubia pasaba del coño al ano lamiéndole también las piernas y los cachetes del culo respingón y duro. Tampoco dejaba de introducirle dedos alternativamente entre el coño y el ano mientras seguía lamiendo y sorbiendo sus jugos. Ella seguía con la exploración de la nueva verga, esta vez quizá la más grande que había tocado nunca. Seguía disfrutando. Tanto, que al cabo de unos minutos no pudo más y su respiración y gemidos volvieron a su clímax más intenso mientras pajeaba eléctricamente esa poya tan grande que no le cabía en la mano.
Se convulsionó sobre la mesa y menos mal que tenía apoyada una de las manos porque casi se desmaya del orgasmo que sintió. Esta vez fue mucho más intenso. No paraba de gemir y agitarse con los ojos en blanco. Se mordía los labios para no gritar. Era un sentimiento íntimo que no quería compartir. Pese a su exhibicionismo eso quería que se quedara en su interior. La rubia estaba trabajándole muy bien clítoris y ano consiguiendo que el orgasmo fuera repitiendo y alargándose sin parar durante muchos segundos orgasmo tras orgasmo, inacabables. Ella con cada uno de sus espasmos agitaba más su presa morena abarcándola con su mano derecha desde la punta hasta la base. La agitaba nerviosamente con todas sus fuerzas, a punto de separarla del cuerpo del chico de los tirones que le daba. Él, que no podía aguantar más, se dispuso a coger a Anahí de la cintura para girarla hasta su cuerpo y follársela por detrás allí mismo, sobre la mesa. Penetrarla con su enorme verga hasta romperle el coño por puta y por viciosa y a la vista de cada vez más gente que dejaba sus asuntos para contemplar el bonito espectáculo y lo que se veía venir. Se fueron sumando pajilleros y mujeres alrededor de la mesa a una distancia prudencial para que no tapar la visión de los demás espectadores. Más de quince personas se pajeaban frente a ella. El espectáculo prometía.
Yo seguía observando desde la barra. La verdad es que la situación me había puesto bastante cachondo. Era mucho más de lo que me imaginaba por la tarde en la habitación pensando en ella. Había entablado una conversación con una pareja de españoles en la barra que se sorprendieron cuando les dije que Anahí había venido conmigo a la reunión. Mientras el chico se acercó para ver mejor el espectáculo, la chica española se dispuso a sobarme el nabo. Yo la dejé hacer porque aunque no valía mucho físicamente sí que demostró ser muy diestra con la mano y me la puso al máximo de excitación. Con su otra mano ella jugaba con sus labios y con su sexo. También a la salud de Anahí. Era la estrella que más brillaba en la reunión.
Anahí seguía absorta mirando a la gente y dejándose hacer con las manos apoyadas sobre la mesa, quizá escudriñando si había alguna poya más que necesitara de sus cuidados, o tal vez recuperándose del segundo e intenso orgasmo o andanada de ellos que la había dejado exhausta. Veía como algunos de sus espectadores se corrían y eyaculaban a su salud. Sonreía de placer y se dejaba seguir haciendo por el chico joven, que la giró sobre sí, la apoyó sobre la mesa y se abrazó sobre ella juntando su pecho sobre su espalda. Con las manos le apretaba las tetas y su verga golpeaba la entrada de su sexo y su entrepierna. Le mordía el cuello y la nuca mientras la abrazaba. Eso a ella le tuvo que gustar porque se estremeció otra vez. Cuando el chico liberó una de las manos de sus tetas y empezó a sobarle el coño también se dejó hacer, a ella le gustaba sentir esa situación de sumisión, pero en el momento que notó que la punta de esa verga inmensa y morena estaba entrándole por el coño para romperla en dos mientras él era envidiado por todos por la victoria que tenía asegurada, se giró bruscamente para impedir que se la follara. Eso no entraba todavía en los planes de ella. No era el momento. O no estaba preparada.
Se separó de la mesa empujando al moreno y soltándose de la mano de la rubia que la intentaba sujetar también y se vino corriendo hasta la barra donde yo estaba. No le dio tiempo ni a coger su albornoz. Corrió desnuda hasta mí en pequeños saltos que hacían bambolear sus preciosas tetas. Se sentía indefensa y yo era la única persona que conocía y le había prometido protegerla esa noche. No levantó la mirada del suelo cuando llegó hasta mí y me abrazó para sentirse protegida por el lado opuesto donde estaba la otra española todavía con mi poya en su mano, cada vez más interesada porque ahora la miraban a ella. Anahí se sentía avergonzada, como una niña indefensa. Volvió a cerrar los ojos y con la cabeza agachada se apretaba fuerte contra mi brazo. Se veía tan pequeña y frágil junto a mí que recordó de nuevo a la indiecita de la canción. Pero se estaba apretando demasiado. Ella no se imaginaba lo que estaba haciéndome sentir. Seguía con los ojos cerrados y la cabeza agachada. Ahora las miradas se dirigían hacia nosotros tres.
_ Tristan. Por favor, necesito ir al baño. ¿Me puedes acompañar?.- me dijo casi a punto de llorar, o eso parecía.
No contesté. Me solté de la otra española que ya tenía a su pareja de nuevo a su lado dedicándole sus caricias y la abracé por los hombros mientras la acompañaba a los aseos. Ella se abrazaba también a mí esta vez con los ojos abiertos pero mirando al suelo todavía avergonzada. Yo caminando con el albornoz abierto, la poya casi tocándome la barriga de lo dura que estaba y ella desnuda junto a mí con sus pasitos cortos pero rápidos.
Algunos hombres y cuatro o cinco parejas nos siguieron. No querían perderse lo que tuviera que pasar. Anahí era esa noche la sensación de la reunión. Y yo su acompañante. Tenía que aprovecharlo. Estaba de trabajo pero podía también volverlo placer.
Entré junto a ella a los aseos que eran compartidos, y además sin puertas. Pude ver a una morena desnuda orinando mientras dos hombres la miraban frente ella masturbándose.
Anahí se acercó al lavabo y al mirarse al espejo casi se pone a llorar. Se lavó la cara y los restos de semen secos que tenía sobre las tetas del hombre canoso. Se secó con una toalla y yo le cedí mi albornoz para que se abrigara y se tapara, si quería, de las miradas de la gente. Ella lo aceptó y se lo puso. Ahora el que estaba desnudo era yo. A la luz de los aseos me agradeció el gesto con una semisonrisa de agrado mientras se fijaba en mi poya que la apuntaba directamente, sin reparos. La morena que estaba orinando ahora pajeaba y lamía alternativamente las dos poyas, quizá desconocidas, que la estaban apuntando momentos antes mientras seguía sentada orinando. Anahí se les quedó mirando, junto a mí. Se volvía a interesar por la escena.
La morena aumentó el ritmo y la intensidad de las mamadas hasta que uno de ellos se corrió vertiendo su esperma sobre la cara y el pelo de la morena. Eso puso cachonda a la morena que se puso de pie y apoyó sus manos en uno de los lavabos que estaban junto a Anahí. El otro hombre la empaló por el coño con su verga. La morena podía ver la cara del hombre por el espejo, pero se fijó en nosotros. Sus pequeñas tetas se movían con el vaivén del que se la estaba follando por detrás. Gemían los dos diciendo palabras en francés ella y él creo que alemán. Anahí disfrutaba de la visión y se acercó para acariciarla a ella. La morena agradeció las caricias de Anahí. Ahora estaba recibiendo por el culo. Dos gritos dio la mujer con cada una de las embestidas del hombre que la estaba rompiendo por detrás hasta acoplarse completamente por su recto. Anahí se fijaba en cómo entraba y salía ese trozo tenso y duro de carne por el pequeño agujero de la mujer morena. La mujer se restregaba frenéticamente la palma de la mano por su clítoris y llegó al orgasmo antes que el hombre que al terminar vertió su semen sobre la espalda y piernas de su presa.
Esta visión calentó sobremanera a Anahí que se acercó de nuevo a mí y me dijo:
_ Enséñame la casa. Quiero mirar. Me gusta ver esto.- me dijo mientras se volvía a sujetar en mi brazo desnudo.
La llevé a la primera de las habitaciones nada más subir las escaleras. Era un cuarto casi oscuro. Sólo lo iluminaba una pequeña luz ultravioleta y la tenue luz que entraba desde el pasillo. En él hombres y mujeres se revolcaban y daban placer sin saber cuál era su pareja. Daba igual. Apoyados en las paredes de la habitación había hombres de pie que permanecía inmóviles para que los inquilinos de ésta pudieran pajear, chupar, lamer o morder a gusto de ellos y del dueño de las mismas sus poyas. No les importaba saber si quienes jugaban con sus nabos eran hombres o mujeres. Ni reconocerlos. Ese era el morbo del asunto. En esa habitación lo único prohibido era la penetración. El que quisiera follar tenía que irse a otras habitaciones preparadas para ello. Allí se sentía el morbo de tocar y ser tocado. Y sin saber con quién.
Anahí se quedó paralizada mirando desde la entrada de la habitación y se decidió a entrar, pero detrás de mí y abrazada a mi cuerpo. Se sentía una amalgama de cuerpos desnudos, de formas en la oscuridad. En la habitación se olía a sexo y a curiosidad. Nada más entrar se acercaron varios cuerpos a acariciarnos. A darnos la bienvenida. Éramos plato de buen gusto en esa orgía.
Anahí no se separó de mí. No sé si me agradaba más su contacto o el de los cuerpos que nos abrazaban y acariciaban. Un hombre desnudo me rozaba con su poya por la pierna mientras me acariciaba el pecho. Yo le dejé hacer. Esa era la condición de la habitación. Al que no le gustara el contacto de otros cuerpos desnudos sin rostro podía salir. Otras dos mujeres mientras tanto me sobaban la verga y a Anahí le abrían en albornoz para acariciar su rajita y sus pechos pegados a mi brazo. Se volvió a apretar aún más a mi cuerpo al sentir las manos desconocidas por su entrepierna y su culito. Yo notaba la tensión de su cuerpo y el estado de nervios que estaba soportando. Su pecho en mi brazo latía a mil por hora, casi temblaba, pero aún así gemía y daba pequeños suspiros cada vez que algún dedo exploraba el interior de su vagina, dentro de su culito y en cada zona erógena de su pequeño cuerpo.
Yo tenía ahora de rodillas a una mujer chupándome la verga mientras alguien me lamía las piernas y los pies. Otra lengua y dos manos muy hábiles jugaban en mi espalda y mis glúteos. Tuve que apretar el culo para que no pudieran introducir los dedos dentro de mí. No me apetecía por ahora, aunque me daba bastante morbo.
La boca experta que me chupaba la poya y con la mano me pajeaba se iba intercambiando con otra boca que lo hacía igual o mejor y casi consiguen su objetivo de correrme. Anahí gemía con mayor intensidad. Sus piernas empezaron a temblarle y se fue dejando caer lentamente al suelo resbalando por mi brazo hasta quedar de rodillas en el suelo abrazada a mi pierna. En su posición con sus manos rozaba mi entrepierna y mis huevos. No se daba ni cuenta. Una mujer estaba comiéndole el coño acostada en el suelo y ella apoyó sus labios hinchados de placer sobre su boca. Otras personas lamían sus pezones y una poya golpeaba sus dientes para que abriera la boca y poder introducírsela. Ella se estaba resistiendo pero en uno de los gemidos abrió lo suficiente los dientes para que la verga insistente entrara casi entera en su boca. En lugar de rechazarla, la engulló aún más y comenzó a chuparla con cada espasmo que le producía la lengua de la mujer que estaba en su coño y los dedos y las manos que la sobaban por todo el cuerpo y el interior de su culito. Se dejaba hacer.
Yo estaba sudando de la erección que tenía y de las manos y las bocas que me chupaban y lamían. Alguien me estaba chupando la entrada de mi culo y mis nalgas que yo seguía apretando. Otros acariciaban mis piernas, una señora me chupaba los pies. El hombre se frotaba con mi cuerpo. Las bocas y las manos me pajeaban y chupaban la poya con maestría y dedicación. No podía en esos momentos ni siquiera saber el sexo de las personas que me estaban lamiendo. Los frágiles dedos de Anahí seguían rozando sin querer mi entrepierna, mis huevos y la base de mi poya con cada movimiento enérgico. Pude resistir toda esa excitación hasta que Anahí soltó un quejido al llegar al orgasmo, seguido de otros tantos que repetía nerviosa y excitada. Todo lo que podía con una poya dentro de la boca, que lamía y mordía cada vez más fuerte. Esta vez no disimuló sus orgasmos múltiples. Yo no pude aguantar más, sentí un orgasmo bestial, como si un rayo me partiera la columna vertebral, y descargué en las bocas y rostros que me estaban chupando. Una de las bocas siguió lamiendo mi verga para limpiar el rastro de semen que dejaba chorrear, víctima de la eyaculación. La poya que tenía Anahí en su boca comenzó a eyacular dentro de ella. Con el primer chorretón casi se atraganta, pero no podía reaccionar por el efecto de sus orgasmos continuados. El hombre la sacó y vertió todo el semen sobre su cara, sus pechos y sobre la mujer que permanecía acostada sobre el suelo. Alrededor otros hombres eyaculaban sus chorros de semen sobre nosotros. A mí me alcanzaron sobre la pierna y la espalda. Anahí que hacía tiempo le habían quitado el albornoz era quien recibía más chorros de esperma. Como premio a su dedicación la estaban bañando en leche. Así permaneció un rato, descansando en el suelo, desvanecida, recibiendo las gotas calientes de semen sobre ella de muchos hombres a la vez.
Se levantó y salió corriendo de la habitación. Yo la pude seguir cuando conseguí separarme de la gente que seguía sobándome y agarrándome para que no me fuera. Salió al pasillo y se dirigió al otro extremo de la casa. Entró en una habitación sin mirar lo que ocurría dentro. Sólo buscaba la protección de un escondite donde no la pudieran ver y seguir. Volvía a sentirse avergonzada. Estaba sudada, sucia y bañada en sexo. Yo me quedé en la puerta vigilándola y observando si necesitaba mi ayuda.
Entró nerviosa y atemorizada. Cansada también de la carrera. Con la mano se intentaba quitar de la cara los restos de semen pegajosos que tenía mientras observaba lo que ocurría en el interior de esta habitación. La luz que la iluminaba era de color rojo y permitía distinguir con mayor claridad lo que ocurría dentro de ella. En esa habitación sólo había hombres. Algunos en el suelo, sobre unas alfombras y cojines, al estilo árabe se besaban y acariciaban. Otros hacían el sesenta y nueve. Había hombres de todas las edades. Poyas de todos los tamaños. Unos eran sodomizados apoyados con las manos sobre una barra de la pared por sus parejas. Otros directamente en el suelo, sobre los cojines. Se estremeció con el sonido de los gritos de placer de tantos hombres entremezclados. Se respiraba sudor, sexo, semen. Nadie hizo caso de Anahí que se fue a una esquina de la habitación y se apoyó en la pared a mirar lo que estaba sucediendo. No esperaba este espectáculo. Sus ojos grandes se salían de sus órbitas viendo cómo las poyas vigorosas se introducían en los culos de otros señores y jóvenes que gritaban de placer. Hombres chupando y follando a otros hombres, y ella la única mujer, y no estaba invitada a esa fiesta. Empezó a masturbarse. Sus gestos demostraban que estaba plena de excitación.
Se acercó a la pareja que tenía más cerca y mientras uno daba por el culo al otro ella comenzó a acariciar y pajear la poya del que estaba siendo sodomizado. El que recibía las caricias de Anahí y la verga grande y vigorosa de un chico atlético de raza negra era de mediana edad, un poco gordito y lleno de vello por todo el cuerpo. El chico negro no tenía nada de pelo. Estaba sudando y su piel brillaba por el sudor producto del calor y la excitación. Repetía palabras en francés que el hombre sodomizado respondía en su mismo idioma. El hombre se dejó acariciar por Anahí, que lo masturbaba a él mientras con la otra mano acariciaba su culo y el pubis y el pecho del más joven. Se quedó absorta viendo cómo la poya grande, venosa y vigorosa del chico negro rompía el culo de su amante. No entraba en toda su dimensión por el tamaño descomunal del miembro. Eso le permitía también acariciar y rozar la base y los huevos del chico joven. El chico a su vez acariciaba los pechos de Anahí y metía sus dedos en su boca. Estaban disfrutando los tres.
El hombre sodomizado acercó a Anahí hacia él y le pidió que le chupara la poya. Ella no supo negarse. Se agachó y su pequeño cuerpecito se colocó de rodillas debajo del hombre sodomizado que apoyaba sus manos fuertemente sobre la barra de la pared. Tomó con una mano la poya que ya conocía por su tacto y comenzó a lamerla desde la base de los huevos hasta su punta. Con una mano la pajeaba suavemente mientras con la boca recibía las cornadas de su miembro. No era de gran tamaño pero tenía un glande desproporcionado que hacía cosquillas en la boca de Anahí. Le estaba produciendo mucho placer esa verga caliente en la boca. Con su otra mano se acariciaba el clítoris y la entrada de su rajita para buscar mayor excitación si cabe. El hombre comenzó a gritar de placer con cada embestida del joven de color hasta que eyaculó en la boca de Anahí. El chico, que aún no se había corrido, sacó su verga del cuerpo del hombre y levantó a Anahí del suelo como si fuera un pañuelo, la colocó contra la barra de la pared, en la misma posición que momentos antes estaba el hombre de mediana edad y se dispuso a partirla en dos con su tremenda poya. Por acercarse donde no había sido invitada ahora le tocaba pagar.
El hombre mayor intercambió posiciones con Anahí, ahora era él el que le estaba lamiendo el coño a ella mientras le sujetaba las piernas para que no se moviera. El negro también se puso de rodillas para lamer su raja y su ano por detrás. Los dos estaban chupando y lamiendo la intimidad de Anahí, que no pudo ni soltarse de la barra de la excitación a la que estaba siendo sometida. Los mismos hombres que hace un momento se estaban sodomizando ahora la estaban lamiendo a ella. Le volvieron a temblar las piernas. Se imaginaba que iba a ser sometida por la poya más grande que había visto nunca y por un hombre que acababa de ser dado por el culo. Un negro vigoroso con el que se estremecía sólo al contacto de su lengua por su culito y los labios hinchados y carnosos de su sexo. El joven se levantó, agarró su verga, apuntó contra el coño todavía sin explorar en su totalidad esa noche e introdujo de un poyazo y de golpe hasta la mitad de su tamaño en el interior de ella. Anahí lanzó un grito desgarrador y empezó a moverse para zafarse y separarse de la poya del negro. El hombre que le comía el coño le sujetaba las piernas para que no le golpeara. El negro sacó su poya hasta la punta y volvió a embestir con otro poyazo que llegó aún más adentro de las entrañas de Anahí. La tremenda verga estaba acoplándose a las paredes del coño de ella que se dilataba poco a poco hasta tomar la forma del cuerpo extraño que entraba y salía. Volvió a gritar y a quejarse. No quería ser follada. Pero la tenían sujeta. Gritó para que la soltaran, se giró, y como pudo empujó al negro hacia atrás hasta lograr que saliera de su vagina que comenzaba a chorrear de la excitación en la cara del hombre que la estaba chupando. Los dos hombres se quedaron inmóviles por la reacción de Anahí. Entonces, ella, agarró la verga negra y la volvió a acercar hasta su culo respingón pero esta vez no apuntaba a sus labios vaginales sino a la entrada de su ano. No quería que la follaran. Quería ser sodomizada como al hombre al que minutos antes chupaba la poya.
Su ano, que ya estaba algo dilatado por tantos dedos intrépidos y desconocidos que le habían introducido anteriormente y por la saliva de tanta gente, recibió la punta de la inmensa verga que empezó a empujar su entrada con dificultad. Era un cuerpo demasiado pequeño y frágil como para soportar las envestidas de esa poya salvaje y descomunal. Poco a poco y con ayuda del hombre que se encontraba debajo fue entrando la punta de la verga dentro de Anahí. Su ano se dilataba muy lentamente acoplándose esta vez a algo inusual. Ella gemía y gritaba de dolor. Apretándose contra la barra. Quería más. El chico siguió lentamente saliendo y entrando del culito de Anahí. Algo de sangre de ella se mezclaba con sudor y con los líquidos que chorreaban desde el coño de Anahí por sus piernas. El hombre no dejaba de lamer cada vez con más fuerza el clítoris de Anahí para que se relajara y el placer dejara entrar más poya cada vez.
Algunos de los hombres que estaban allí dejaron sus asuntos y se acercaron a mirar alentados por los gritos desgarradores de Anahí. Yo, que estaba en la puerta de entrada, me tuve que acercar al grupo para poder ver porque me estaban tapando la visión y tenía que estar a una distancia prudencial de ella por si me necesitaba. Me puse en la pared cerca de ella. No me vio. Ni veía a nadie. Sus ojos estaban cerrados. Mordía sus labios con claros gestos de dolor.
El joven ya tenía media poya insertada en el culito de Anahí y empezó a moverse lentamente de atrás en adelante por la estrechez de su camino hasta las entrañas de ella. Otros hombres se acercaron a sobarle las tetas. Ella se mordía los labios y lanzaba pequeños gritos en cada una de las embestidas. Los gritos comenzaron a hacerse gemidos entrecortados. Sólo emitía sonidos ininteligibles por la boca producto de la excitación, cada vez más sonoros. La estaban rompiendo por dentro, sobando las tetas y comiendo el coño, todo al mismo tiempo. El negro comenzó a aumentar el ritmo y cada vez le bombeaba la poya más rápido por el culo. La cara de placer del joven al sentir la carne prieta y caliente de Anahí, y la sumisión de ella, empezaba a hacer efecto. Sudaba cada vez más y las gotas corrían sobre su cuerpo resbalando por su perfecta anatomía. Anahí empezó a contraer todos los músculos de su cuerpo hasta que no pudo más y lanzó un grito desgarrador seguido de otros gemidos con la respiración entrecortada y nerviosa. Abrió los ojos y me pudo ver a mí cerca de ella. Vigilándola. Desde ese momento no dejó de mirarme a los ojos. Temblaba enérgicamente. Los orgasmos se sucedían uno tras otro mientras los dos hombres le trabajan el culo y el coño, uno con una poya descomunal y el otro con la boca. Apretaba cada vez más las manos sobre la barra. No dejaba de mirarme a los ojos. Gritaba. Gemía. Lanzaba pequeños gritos entrecortados con cada embestida brutal del joven. Sus piernas le temblaban y su cuerpo se estremecía. Varios hombres seguían acariciándola, pellizcando sus tetas y sus pezones.
Todo la hacía sentir una perra y aumentaba su excitación. El chico no aguantó más y descargó dentro de ella. Cada uno de los chorros calientes de esperma notaba que le llegaban al alma. El negro sacó su poya del culo de Anahí y ella sintió un frescor y una liberación en el ano que le produjo un nuevo orgasmo. Chorreaba por sus piernas sudor, esperma, saliva, flujos. El chico no dejaba de eyacular, esta vez sobre sus nalgas y sobre el hombre que estaba debajo de ella. Esa verga parecía una fuente de esperma. Así estuvo por lo menos 30 segundos hasta que paró. Ella no pudo aguantar más y se meó encima como cenit de su excitación. El pis mojo la cara y el cuerpo del hombre que le lamía y que no se apartó. Seguía bajando por sus piernas mojando el suelo hasta que notó que el mundo se movía y se desvaneció. Cayó al suelo sin conocimiento bajo los aplausos y vítores de la concurrencia.
Me acerqué a ella. La recogí del suelo, la envolví en un albornoz usado y la llevé en brazos, inconsciente, hasta la salida del Club. Recogí nuestras ropas. Le puse sólo su abrigo por encima de su cuerpecito desnudo y la llevé en el coche hasta el hotel.
Al llegar a su habitación le quité el abrigo y la recosté desnuda sobre la cama. Preparé el baño y todavía dormida la bañé y limpié. En el agua retomó en parte el conocimiento y se dejó hacer todavía medio dormida. Tenía restos de semen seco en el pelo, en la cara y por todo el cuerpo. Se había orinado encima y todavía le salían restos de esperma por el ano cuando la metí en la bañera. Fui poco a poco limpiándola, como a una niña pequeña con la esponja. Por la cabeza, cara, hombros, le lavé bien las tetas, quizá recreándome un poco más en su limpieza por lo duras y ricas que estaban. Bajé hasta la cintura y me recreé un poco más en el coño y el culo para su perfecta limpieza. Tenía el coño enrojecido y el ano todavía dilatado y con restos de sangre. Ya estaba casi despierta y con conocimiento cuando la estaba limpiando pero cerró los ojos y se dejó hacer.
Al terminar la puse de pié, la sequé bien con la toalla y la volví a llevar hasta la cama. Eran las cinco de la madrugada cuando la tapé desnuda bajo las sábanas.
Cuando iba a salir para irme a mi habitación me susurró:
_Muchas gracias por todo, Tristán. Por favor, no me dejes sola y quédate conmigo a dormir. No puedo quedarme sola esta noche.- me lo dijo casi en sollozos y entre la consciencia y la inconsciencia.
Me desnudé y me acosté con ella en la cama. Ella se abrazó a mí. Yo era su protector. Su único apoyo. Se durmió abrazada a mí. Desnuda. Casi entre lágrimas. Yo volví a empalmarme con la situación y cuando noté que se había dormido me pajeé a la salud de Anahí. Descargué contra el suelo y me limpié con las sábanas. Con la primera luz del día logré dormirme. Yo había disfrutado mucho de mi misión. Y me había enamorado de mi cliente. No conocía su nombre. Para mí sólo era Anahí. El título de una canción guaraní.
Al día siguiente la dejé a su hora en el mismo sitio del parking del aeropuerto donde la recogí. No me dijo nada durante todo el trayecto. Mejor. Así sólo me quedaría el recuerdo de Anahí. Me agradeció con un beso en la boca mis atenciones y se marchó. Tal y como había llegado. Envuelta en el mismo misterio con el que llegó.
¿Porqué necesitaba de los servicios de la agencia? y ¿Porqué se había comportado así?.
Si ustedes lo saben o se imaginan el porqué estaría encantado de leer sus mensajes a mi email narradortristan@yahoo.es
Si les ha gustado el relato vótenlo. Así me decidiré a enviar más relatos de mis misiones en la agencia.
Y por supuesto, si eres Anahí, no dudes en escribirme…
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