Verano caliente, caliente 3b
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
Verano caliente, caliente 3b
Casi como una consecuencia lógica y al tiempo que alternaban las penetraciones con golosos felaciones de las mujeres, los hombres comenzaron a juguetear con sus dedos en las proximidades de los anos, pero así como Raquel recibió complacida esa estimulación que finalmente se concretó en la introducción de un pulgar, el ciertamente virgen de la muchacha se resistió al empuje.
Succionando con devota aplicación la verga del hombre, hacia que sus dedos no sólo frotaran al empinado clítoris de su madre sino que dos dedos se perdían en la vagina, pero cuando Luis introdujo totalmente el grueso pulgar en el recto, además del martirio que le supuso, unas súbitas ganas de ir de cuerpo la atacaron. En noches inspiradas de masturbación, un secreto duende perverso había sabido conducir algún dedo más allá del perineo para tantear y dilatar el pequeño agujero, pero la sola introducción de la punta del dedo mayor le había provocado exactamente las mismas sensaciones.
Sacando el falo de su boca en tanto suplicaba espantada que no la culeara por miedo no sólo al dolor sino a una posible evacuación no deseada en un momento como aquel. Los tres parecían disfrutar de la pronta sodomía de la chica para así poder alcanzar su propia satisfacción y en tanto los hombres le decían que no se preocupara, que sólo se trataba de una sensación pero que definitivamente no iba a defecar, su madre le explicaba lo indescriptiblemente sublime que era e instó a Diego para que iniciara la penetración con prudencia.
Con Raquel realizándole maravillas con dedos y lengua, vio como Diego apoyaba la ovalada punta del miembro sobre los esfínteres de su madre y empujaba con suma lentitud. El sólo sentirla tratando de abrirse paso pareció enajenar a la mujer, que expresó de viva voz lo maravilloso que era aquello, estimulándolo en medio de rugidos de placer a medida en que la verga socavaba la tripa para que lo hiciera tan profundamente como pudiera, congratulándolo con entusiastas afirmaciones de que sí, esa era la forma de hacerlo. Cuando tras dos o tres remezones y merced a la lubricación de la abundante saliva que Diego dejó caer entre las nalgas, la culeada adquirió un fluido deslizarse a favor del hamacarse del cuerpo acuclillado, Raquel alentó a la chiquilina para que se dejara penetrar mientras ella incrementaba su excitación poseyendo al clítoris entre sus labios y dientes al tiempo que dos dedos masturbaban hondamente la vagina, estimulando rudamente al Punto G.
Notando que Camila se dedicaba a ejecutar igual cosa en el sexo de su madre abrazada a sus muslos, Luis consideró que tenía piedra libre y la tersa suavidad del glande fue presionando sin apuro la prieta estrechéz de los esfínteres. En la medida que iba penetrando, alzaba la cabeza con los dientes apretados para reprimir el grito, sintiendo que el dolor y la urgente necesidad se incrementaban hasta que, llegado un punto donde el sufrimiento ponía una sádica intención en su boca, maceró los gustosos tejidos del sexo de Raquel; como si hubieran abierto un portal mágico, todo dolor desapareció y el transito del falo deslizándose sobre la mórbida superficie del intestino se le hizo tan placentero que cuanta cosa hubiera disfrutado sexualmente.
Expresándolo en un grito de feroz contento, se sumó a los ayes de felicidad que profería Raquel y pronto el cuarto fue un pandemonio de gemidos y bramidos que alcanzó su punto máximo al alcanzar las mujeres sus orgasmos y recibir en la tripa la lechosa cremosidad del semen. Para Camila, la felicidad fue completa cuando junto a los últimos rempujones del hombre en su ano, recibió la recompensa de los fragantes jugos almizclados de su madre en la boca y mientras los deglutía golosamente, fue hundiéndose lentamente como en otra dimensión.
Sin saber a ciencia cierta cómo ni por qué, un algo desconocido la hizo recuperar la lucidez en medio de ese pesado sopor y, aun sin abrir los ojos, le pareció escuchar como a larga distancia, la voz de su madre discutiendo con Hugo, diciéndole que si bien se había prestado a todo lo que hiciera con ellos y hasta con su propia hija, aun habiéndolo disfrutado como nunca lo hiciera, lo había hecho para preservar la seguridad de su familia pero no estaba dispuesta a cometer lo que ahora le pedían.
La voz de Hugo, que mutaba sorprendentemente entre la dulce gentileza y la bronca amenaza de la ira, le recordó que no se lo estaba pidiendo sino exigiendo y que, si bien no había conseguido salvar la honra de su hija sometiéndola ella misma a una tan salvaje como evidente desviación lésbica que disfrutaran las dos sin concesiones, si podía evitar que su marido y su hijo se convirtieran en eunucos.
Entreabriendo los párpados, alcanzó a ver como Raquel era llevada del cuello hasta donde se encontraba Adrián y, haciéndola arrodillar con un apretón que la dejó sin aire, asfixiándola, la hizo aproximar a la entrepierna de su hermano. Como a ella en un primer momento, habían bajado pantalón y calzoncillo del muchacho hasta las ataduras de los tobillos y de un tirón habían destrozado la camiseta playera para. sellar su boca con una ancha cinta adhesiva y para evitar que hiriera a la mujer con sus bruscos movimientos, inmovilizaron sus rodillas abiertas atándolas a la parte superior de las patas de la silla.
Las lágrimas corrían por las mejillas de la mujer mientras los sollozos la sacudían y su voz hipante suplicaba porque no se lo hicieran hacer. Tenazmente trató de negarse cuando Hugo tomó una de sus manos para conducirla en dirección al sexo laxo de su hijo, pero el roce del filo de una navaja sobre los testículos la hizo perder esa crispación y dejar que guiara sus dedos para que rodearan la verga tumefacta.
Raquel no podía negarse que, como toda madre, tenía un subyacente complejo sexual hacia su hijo y, cada vez con mayor frecuencia, al ver su cuerpo musculoso, sin proponérselo concientemente, ese tirón ardiente que anunciaba en sus entrañas la excitación, la conmovía. Ahora la presencia de extraños la cohibía pero el subconsciente colocaba una chispa de perversidad en su mente y, diciéndose que, precisamente el proceder de los delincuentes justificaría cualquier actitud que asumiera, llevó su mano a ejercer un corto manoseo al miembro.
Aun en estado de flaccidez, el pene de su hijo era verdaderamente grande y, aunque no respondía a sus estímulos, su pesado volumen la incentivó a apretarlo y soltarlo para acrecentar la afluencia de sangre. Ella veía como el muchacho tensaba sus músculos pectorales y el vientre se contraía espasmódicamente como para evitar el contacto de Raquel con su pene y eso pareció enfurecer a Hugo quien se encontraba acuclillado junto a la mujer.
Aferrando dolorosamente el corto cabello atrás de la cabeza, le aclaró roncamente que aquello no era una bravuconada suya y que si no lo hacía, su hijo pagaría las consecuencias, tras lo cual le empujó la testa hacia abajo hasta que los labios tomaron contacto con la verga.
Pasmada por lo terrible de esa situación, Raquel no atinaba a despegar los labios y entonces, intensificando el tironeo al cabello, Hugo le movió la cabeza de lado para que la boca restregara al miembro y, ante su propio asombro, se encontró separando los labios para que la lengua saliera al encuentro de ese colgajo carneo. Volviendo a comprimirlo entre los dedos y alzándolo, su boca conducida por Hugo llegó a la base del pene.
Contento porque la mujer hubiera comprendido la gravedad de la situación aunque no estaba dispuesto a cumplir la amenaza, la boca de Hugo se desplegó en una alegre sonrisa mientras le decía cuanto le complacía su colaboración, prometiéndole que Adrián no la iba a defraudar. Ese calorcito que la presencia de su hijo encendía en su vientre, se convertía rápidamente en una hoguera en la deseaba arder fervientemente pero, simulando hacerlo a disgusto, como con renuencia, dejó que la lengua tremolante azotara vibrante las carnes. La acritud del sudor y ese gusto característico de los testículos, hirieron su olfato y aquello gatilló un ser demoníaco en su mente.
Sosteniendo vertical a ese proyecto de falo, la lengua viboreó a lo largo del tronco para cubrirlo de saliva y al llegar nuevamente abajo, los labios lo envolvieron para reiniciar el camino ascendente en medio de sonoros chupeteos a la piel y, al llegar al surco que protegía el prepucio, lo corrió con dos dedos para acceder a la sensibilísima zona que, como suele suceder en los jóvenes no demasiado atentos a la higiene, mostraba la presencia de esa característica cremosidad blancuzca que combina mucosas con restos espermáticos de recientes masturbaciones o micciones. Sólo en una ocasión y en su juventud, Bruno la había obligado a hacerlo en su auto mientras él conducía de vuelta de un partido de fútbol y, aunque desagradable estéticamente, su particularísimo sabor se había fijado en su memoria sensorial como uno de los gustos más extrañamente sublimes por su combinación de agridulces picores.
Engarfiando la punta de la lengua, fue recorriendo la depresión con exasperante lentitud para ir recogiendo la olorosa crema y deglutirla tras saborearla con lenta fruición. Al término de unos momentos y ante la euforia de Hugo, envolvió al redondo glande entre los labios e introduciéndolo hasta el prepucio que había vuelto a soltar, inició un intermitente succionar que la entusiasmó en tal forma que, abriendo desmesuradamente la boca, introdujo casi por completo la verga en su interior.
Aunque sabía que la situación era lo que impedía a su hijo excitarse, el hecho le parecía una especie de afrenta a su feminidad y dispuesta a demostrarle a todos y especialmente a Adrián de lo que era capaz como mujer, mientras con dos dedos formaba un aro con el que masturbaba prietamente la base del miembro, los labios se cerraron sobre la carnosidad para que la lengua la fustigara y macerara contra el paladar, las muelas y el interior de los dientes.
Al cabo de unos minutos y para su complacencia, el volumen de la verga fue ocupando más lugar y cobrando dureza. Con satisfacción, recibió eufórica ese crecimiento y pronto, el tamaño de lo que se estaba convirtiendo en un falo la impresionó. Volviendo a circunscribirse al glande, ya enormemente crecido, inició una serie de cortos vaivenes que complementaba por la verdadera masturbación al tronco de la verga y, a su pesar, hizo bramar a su hijo de satisfacción.
Entre amedrentada y orgullosa, veía como el falo continuaba creciendo hasta que los dedos no alcanzaron a ceñirlo totalmente y el venoso tronco se extendía como nunca había visto en su vida. Buscando un descanso para las mandíbulas y los ahogos que la succión le provocaba y en tanto observaba a Adrián desde abajo, veía como este trataba de reprimir la manifestación de su satisfacción al tiempo que echaba la cabeza hacia atrás para evitar mirar los ojos de quien lo estaba transportando a regiones únicas del placer.
Totalmente envilecida, rodeó con los dedos al poderoso príapo, combinando la acción descendente y ascendente de la masturbación con el girar en sentido contrario de las dos manos, pero ese frenesí la llevó a acomodarse mejor frente a la verga monstruosa y abriendo la boca desmesuradamente, casi al punto de la dislocación, la introdujo hasta que el glande rozó su garganta, provocándole un atisbo de náusea que pareció motivarla aun más y cerrando los menudos dientes, inició un lento rastrillaje sobre la delicada piel al tiempo que los labios se ceñían en intensas succiones.
Al llegar nuevamente a la cabeza, apartó la boca para recuperar el aliento, dejando a cargo de las manos aquella particular masturbación y al cabo de unos momentos, volvió a abrir los labios e introdujo al falo hasta que tomaron contacto con la velluda mata púbica y entonces cerró los labios para repetir aquella alienante succión, al tiempo que sacudía la cabeza de lado a lado.
Aquello se repitió varias veces pero al ver como las reacciones del muchacho hacían presumir que ese grado de excitación lo llevaría indefectiblemente a la eyaculación, Hugo la hizo abandonar la felación para ponerla de pie y colocándola de espaldas a Adrián, flexionar las piernas hasta que su sexo estuvo sobre la entrepierna del muchacho.
A pesar de que la idea de ser penetrada por semejante verga la seducía, un resto de moral y decencia la impedía hacerlo voluntariamente en forma tan descarada. Suplicándole al hombre que no la hiciera cometer semejante depravación, le prometió en compensación dejarse someter a cuanto él quisiera pero sus ruegos recibieron como recompensa que la iracundia de Hugo lo llevara a propinarle dos cachetazos tan violentos que el dolor llenó sus ojos de lágrimas. Furioso por esa negativa que consideraba vana y estúpida, el hombre se apoderó de sus largos pezones y apretándolos mientras los retorcía entre índice y pulgar, la obligó a retomar la posición y embocar al falo en la vagina para después, apoyada en sus propias rodillas, penetrarse lentamente con la verga de su hijo.
Raquel había soportado estoicamente las nada pequeñas de los tres hombres, pero la de Adrián superaba en exceso a cualquiera de ellas y a ella, con tantos años de matrimonio y dos partos a cuestas, le costaba soportar ese volumen que parecía llenar cada rincón del canal vaginal y que, al llegar ante el obstáculo de la cervix y el cuello uterino, los traspasó dolorosamente hasta que la cabeza rozó el propio endometrio. La intensidad del dolor la hacía jadear lastimeramente en tanto que su vientre se contraía en violentos espasmos que sacudían a los colgantes senos y entonces, obedeciendo las indicaciones de Hugo, apoyó sus manos firmemente en las rodillas para flexionarlas y darse impulso para iniciar un cansino galope que ella intensificó de intención al comprobar como el tamaño y rigidez de la verga no le impedía deslizarse gratamente por la vagina, otorgándole un goce como nunca lo hiciera miembro alguno.
Dándose cuenta de la entrega denodadamente voluntariosa de la mujer y sabiendo que sobre ella recaería todo el peso y la culpa de los sometimientos, Hugo simulaba obligarla a la cópula mediante suaves cortos inexistentes de la navaja a sus espaldas y para Raquel, aquel simulacro la hacía dar rienda suelta a toda su concupiscencia. El disfrute le hacía menear las caderas al tiempo que las rodillas eran las bisagras ideales para otorgarle a sus muslos entrenados el vigor de una cadenciosa jineteada y de esa manera, sin concederse nada a sí misma que no fuera el propio goce, se dejó estar en un suave vaivén hasta que, interrumpida por el hombre, tuvo que colocarse ahorcajada a la silla sobre el cuerpo de su hijo y, aferrada al respaldo con las dos manos, repetir la experiencia pero esta vez con el aliciente de poder estregar placenteramente los senos contra el musculoso pecho del joven.
En esa posición, el poderoso falo parecía golpear en su mismo estómago pero también le permitía mover su pelvis con mayor libertad. Utilizando los brazos y las piernas sabiamente, imprimió al cuerpo una combinación de movimientos por los que, al tiempo que subía a bajaba por la magnífica verga, meneaba las caderas adelante y atrás, intercalándolo con una oscilación en redondo cual una lujuriosa danza oriental. Jamás había disfrutado tanto de una cópula y, aun entregada a esa desenfrenada carrera que hacia crujir el armazón de la silla por lo impetuosa, haciéndose eco de las perversas indicaciones de Hugo, bajó una mano para sacar al falo del sexo y aprovechando las abundantes mucosas que lo cubrían, alojar la cabeza contra su ano para, en una especie de deliciosa inmolación, ir descendiendo el cuerpo mientras era penetrada por la verga.
Jamás una sodomía le había proporcionado semejante sufrimiento pero tampoco ninguna la había regalado con ese goce desmesurado. Las penetraciones anales tienen algo por sobre la vaginales que las hace indescriptibles por esa formidable mezcla sin parangón entre dolor y placer. Definitivamente exaltada y con los bazos estirados para alcanzar un ángulo ideal, incrementó la intensidad del galope y, con los magníficos senos zangoloteando sin control en su pecho, en medio de ayes, jadeos y broncas maldiciones, se esforzó en la sodomía hasta sentir como la tibieza del esperma de su hijo se derramaba en el recto al tiempo que ella sentía la riada de la satisfacción correr por sus entrañas y evacuar por su sexo.
A pesar de haber acabado tan impetuosamente, dejaba descansar su cabeza sobre el musculoso pecho del muchacho para seguir moviéndose de manera instintiva, congratulada por lo placentero de aquel sexo incestuoso. Situación esta que Hugo se encargó de interrumpir y conduciéndola frente a su esposo, la hizo realizar la tarea de bajarle los pantalones y despojarlo parcialmente de la camisa.
Ella no opuso resistencia por tener que hacer algo que le era habitual desde hacía veinte años, especialmente cuando vio como la cópula anterior con su hijo había excitado a su marido de tal manera que el órgano sexual ya semi rígido, ostentaba la húmeda apariencia de una micción seminal involuntaria.
Asiéndolo entre sus dedos, lo enderezó para luego llevar la punta de su lengua tremolante a recorrer el óvalo del glande y saborear la almendrada lechosidad del semen. Lo que no advirtiera era que Luis y Diego habían aproximado a Camila y ahora, obligándola a arrodillarse junto a ella, la estaban haciendo competir por chupar el miembro de su padre. Tal como ella frente a Adrián, la chiquilina se resistía a semejante atrocidad pero los hombres no se anduvieron con chiquitas y haciéndole sentir el filo de la navaja en su delicado cuello con un superficial pero sanguinolento rastro, la convencieron de que no debía jugar con ellos y la misma Raquel, atemorizada por semejante demostración de crueldad, farfulló para su hija la instrucción de que les obedeciera en todo y, guiándola con delicadeza, la hizo tomar contacto con la verga de Bruno.
Dándole ejemplo y en tanto ella jugueteaba con labios y lengua en los testículos de su marido, la instó a lengüetear y chupetear la monda cabeza. Para la chiquilina, el haber sostenido un sexo tan placentero con su madre no tenía el mismo valor, ya que los lazos que unen a una mujer con sus hijos es tan intenso que hasta una relación sexual entre madre e hija no adquiere el tremendismo de la homosexualidad sino el de una extensión más profunda de su amor, pero en el caso de su padre era distinto; él era simplemente el hombre que la había procreado, el que tenía sexo con su madre y el que, en definitiva, le hiciera conocer el rigor del macho dominante en cada instancia de su vida.
Después de tanto sexo en tan poco tiempo, el hacerlo con Bruno no sólo la molestaba y hasta atemorizaba, sino que la desmotivaba, pero diciéndose que si todo lo que hicieran con su madre para contener la ira de los delincuentes había dado resultado, no era el momento de hacerse la melindrosa cuando ya la terrible noche parecía tocar a su fin.
Asiendo la verga ya dura de Bruno, dirigió la punta de la lengua para recorrer despaciosamente la monda cabeza y en la medida que encontraba rastros excedentes del esperma, su natural incontinencia viciosa derrumbó toda prevención y pronto el órgano tremolante exploraba todo el derredor del glande, complementándose con los labios en la succión. Observando la voluntariosa entrega de su hija, Raquel fue ascendiendo por el falo hasta llegar a la cabeza y uniendo el viborear de su lengua al de Camila, se sumió en una alienante batalla en la que su lengua no sólo fustigaba al miembro, sino que se trenzaba en deliciosos combates con la de la muchacha.
Siguiendo el accionar de su madre y como si aquella fuera una sacerdotisa que la introducía a tan singular liturgia, envolvió de costado el tronco y conjuntamente con Raquel, iniciaron un enloquecedor periplo ascendente y descendente que entremezclaba chupeteos y lambetazos. Tras varios de esos movimientos succionantes, las bocas se dedicaron a alternarse en la introducción del glande en ellas para luego trenzarse en apretados besos en los que intercambiaban las tibias y fragantes salivas. Ya, ni la jovencita ni la madre ponían resistencia a las exigencias del hombre, imbuidas las dos de que, privilegiando con sus actos la seguridad familiar, satisfacían, la una sus necesidades postergadas y la otra el ingreso a un mundo maravilloso que le aseguraría su futuro como mujer.
Obtenido el objetivo de excitar al hombre, Hugo hizo que Camila se parara para obligarla a acaballarse de espaldas a Bruno y, recostada en su pecho, flexionara las piernas hasta que la verga penetró por entero al sexo.
Sin que nadie le ordenara nada, pero convencida de que esa ocasión le daba pretexto para llevar adelante los actos más aberrantes que sus fantasías elaboraran en todos esos años, Raquel comprendió cuáles eran las intenciones del hombre y acuclillándose frente a su hija, le separó ampliamente las piernas, conduciendo su boca a la parte alta del sexo, apresando parte de los labios menores y chupando con verdadera saña al inflamado clítoris de la jovencita quien, complacida por la introducción del falo en un ángulo que le hacía sentir toda su plenitud, recibía con alborozo las succiones de su madre.
La inminente llegada de su orgasmo hacía que la muchacha multiplicara el ágil flexionar de sus rodillas para que el cuerpo se elevara y así conseguir una tan larga como profunda penetración en tanto que su madre, en la exaltación total, aprovechaba uno de aquellos ascensos para tomar entre sus dedos el miembro de su marido y, mientras lo introducía en su boca para succionarlo saboreando las mucosas de su hija, masturbar a esta con dos dedos en la vagina.
Y aquello continuó hasta que Camila expresó jubilosamente el advenimiento de su alivio, cosa que sucedió cuando los chorros del esperma de Bruno invadieron su vagina y Raquel aceleró ese proceso añadiendo dos dedos junto a la verga, martirizando entre labios y dientes al inflamado y erecto clítoris de su hija.
Cuando la agotadamente satisfecha muchacha se desplomó contra el pecho de su padre para permanecer jadeante en esa posición y aunque ya el cielo comenzaba a adquirir el rosicler que precede al amanecer, Hugo decidió darles un descanso antes de la embestida final con la que concluirían la bacanal. Más habituada a las contingencias del sexo, Raquel le pidió permiso para que ambas se dieran una ducha y bajo su atenta mirada, lavaron prolijamente sus sexos y anos en el bidet para luego dejarse estar bajo los alfilerazos del agua fría que reconfortó sus ánimos y tonificó los cuerpos.
Ya no quedaba en ellas el menor atisbo de rebeldía y, contentas con haber satisfecho aquellas fantasías que siempre rondaban su imaginación, lo acompañaron hasta el living, sentándose junto a él mientras bebían un café que había preparado Luis.
Minutos después, las dos mujeres departían con los hombres como si se conocieran de años, lamentando solamente que tanto Bruno como Adrián tuvieran que permanecer atados a sus sillas después de tantas horas, pero la iracundia que aun manifestaban en sus roncos bramidos ahogados por las mordazas y sus rabiosos movimientos ante la actitud desprejuiciada de ellas, no permitían otra cosa.
Un algo instintivo le decía a Raquel que aquello no sólo no había terminado sino que, por la hora, la última fornicación con los hombres sería monumental pero no imaginaba cuanto.
Quienes tomaron la iniciativa fueron Luis y Diego que, a cada lado de su hija y en tanto la incitaban con procaces e intencionados comentarios sobre sus potenciales virtudes para la prostitución, comenzaron a acariciarla hasta conseguir que la chiquilla empezara a acezar quedamente por la excitación que las manos acariciando pechos, vientre y muslos le producían. Los hombres condujeron sus manos para que tomaran los miembros y Camila, sin orden expresa alguna, hizo que sus dedos iniciaran una manoseo para que lentamente las vergas fueran cobrando volumen y cuando lo consiguió, el toqueteo fue convirtiéndose en lerdas masturbaciones que pronto adquirieron el carácter de premiosas.
Era notable ver la transformación en el rostro de aquella chiquilina que tres horas atrás era una virgen total, por lo menos físicamente; descansando la cabeza en el respalde del sillón, clavaba sus ojos con gula en el rostro de los hombres para observar como manifestaban su satisfacción mientras sus manos se esmeraban en la cansina cadencia con que masturbaba los falos y cuando Luis acercó su boca a la suya para besarla con lascivos chupones, se entregó con apasionado denuedo al beso, al tiempo que recibía con eufórica alegría las manos y boca de Diego en sus pechos.
Los tres expresaron sonoramente su contento hasta que Luis fue haciéndola deslizarse de costado para que, con la cabeza sobre su entrepierna, le succionara el pene, cosa que la muchacha emprendió con entusiasmo, dejando a sus labios y lengua satisfacerse golosamente en la poderosa verga.
Entretanto, Diego no permanecía ocioso y acomodando las piernas de la muchacha a lo largo del asiento, había encogido una de ellas y su boca se solazaba en el sexo oferente. Los gruñidos mimosos de la chica le dijo que aquello le gustaba y lentamente, fue haciéndola rotar para que su cuerpo quedara de costado, con lo que la entrepierna lucía en todo su esplendor, ocasión que él aprovechó para no sólo someter al clítoris al asedio de su boca, sino que introdujo dos dedos a la vagina para iniciar una elaborada masturbación.
Camila expresaba su complacencia acrecentando el vaivén de su cabeza en la succión y cuando Diego dejó de penetrarla con los dedos para, arrodillándose, levantar su pierna izquierda y, sin hesitar, introducir su miembro en la vagina, alternó las chupadas con furiosas masturbaciones al pene con sus dedos. Despaciosa y tácitamente, fueron modificando sus posiciones y en tanto Luis se acostaba boca arriba para facilitar la felación de la chiquilla, esta había ido colocándose de rodillas y Diego, aferrado a sus caderas y ahora acuclillado para darse más envión, la penetraba despiadadamente.
En esa postura se debatieron durante un rato hasta que Luis anunció la proximidad de su eyaculación, cosa que la niña acogió con alborozo y mientras lo masturbaba duramente con las manos, recibió en la boca abierta los espasmódicos chorros de semen que escurrieron melosamente hasta su mentón.
En ese momento y en tanto Diego la arrastraba con él para que quedara ahorcajada de espaldas a su cuerpo, Hugo condujo a Raquel hasta la entrepierna de su hija que, recostada sobre el pecho del hombre, recibía gozosamente los embates del falo. El aspecto del sexo juvenil difería del de horas atrás y ahora, inflamado y dilatado, era una verdadera fiesta para los ojos; la otrora estrecha boca de la vagina se abría para formar un flexible tubo que se ceñía al tronco de la verga acompañando elásticamente su vaivén y los labios menores eran verdaderos colgajos que, saturados de sangre, rodeaban al óvalo intensamente rosado; pero lo que la seducía era la apariencia del clítoris.
El pequeño óvalo había devenido en una grosera punta de bala que la membrana podía separar pero no ocultar y el músculo todo cobraba el carácter de un verdadero pene femenino, grueso como un dedo meñique y erguido bajo el arrugado capuchón epidérmico. Fascinada y olvidada desde hacía rato de que esa espléndida y lasciva muchacha era su hija, Raquel se abalanzó por segunda vez en esa posición sobre ese sexo tan dadivosamente expuesto para que labios y lengua se dieran un banquete con aquellas carnes que exudaban los jugos hormonales más deliciosos.
Aplacada su inicial avidez y tras someter al clítoris a una verdadera carnicería con la boca, succionando sus carnes para luego avasallarlo al delicado filo de sus dientes en urgentes e incruentos mordisqueos, aferrándolo para tirar de él como si quisiera arrancarlo, dejó que su boca se deleitara con el tronco del falo que entraba y salía preñado de fragantes jugos vaginales en tanto su dedo pulgar incrementaba la excitación al clítoris y ella se solazaba lamiendo y sorbiendo las testículos.
Totalmente desmandada, salio súbitamente de esa situación y trepando sobre el vientre de la muchacha, se adueño de los senos; en tanto succionaba vorazmente los gruesos pezones, dejó que dos dedos se alternaran en restregar al enhiesto clítoris e introducirse en la vagina acompañando al falo. La excitación parecía ir ganándolas a medida que las cosas sucedían y respondiendo a un angustioso pedido de su hija, se acuclilló sobre su cara para aproximar el sexo a la boca juvenil; aferrándose a sus muslos, Camilla se contentó al saborear los fuertes jugos de su madre y uniendo el tremolar de la lengua a las avariciosas succiones de los labios, se extasió durante un tiempo haciéndolo, hasta que Hugo, asiendo a la chica por las piernas, la arrastró para penetrarla por la vagina.
Al sacar a la jovencita, tanto Diego como Raquel quedaron expectantes por un momento pero dada su posición y el grado de calentura que ambos tenían, se reacomodaron para formar un perfecto sesenta y nueve. De todas maneras y mientras lambeteaba del falo las mucosas íntimas de su hija mezcladas con el semen del hombre, vio como aquella ceñía sus piernas alrededor de la zona lumbar de Hugo y con los talones tomaba impulso para acrecentar el empuje de la penetración al tiempo que le daba aliento para que la hiciera disfrutar aun más.
Camila no sabía que aquello era el prolegómeno del gran final y cuando Hugo fue echándose hacía atrás sin sacar la verga de su sexo, acompañó ese movimiento para quedar ahorcajada sobre el hombre y allí, con todos sus vehementes impulsos juveniles, inició la jineteada al príapo en un galope infernal con movimientos hacia delante y atrás, arriba y abajo que hicieron eclosión al tomar el hombre entre sus dedos los senos bamboleantes y estrujarlos hasta arrancarle doloridas exclamaciones de asentimiento.
Las sucesivas eyaculaciones no habían hecho mella en Luis como para impedirle tener otra erección y, aproximándose a la pareja desde atrás, acercó la punta del falo al ano de la niña, ejerciendo una leve presión. El espanto de presuponer lo que ella creía y se le hacía imposible concebir, hizo que Camila intentara un vano intento de huída pero los fuertes brazos de Hugo la aprisionaron y una mano de Luis se apoyó en su espalda para impedirle todo movimiento.
Transformando sus complacidos ayes en desgarradoras súplicas porque no se lo hicieran, vio frustradas sus esperanzas cuando el falo de Luis fue introduciéndose lentamente en el ano. Apiadándose de ella, Hugo retiró por un momento el suyo del sexo y entonces, con toda la atención puesta en la sodomía, sintió a la verga penetrar lentamente el recto hasta que los testículos del hombre se estrellaron contra su sexo.
Nuevamente, tras el sufrimiento inicial, una clase diferente del goce la inundó y complacida sintió deslizarse el miembro hasta casi salir para después volver a introducirse. Cada vez era como la primera y sin embargo, ese mínimo dolor se veía recompensado por el inmenso placer de sentirlo totalmente adentro, socavando la lisura de la tripa. Hugo, entretanto, se solazaba mordisqueando y chupeteando los senos, y tras cuatro o cinco remezones iniciales de su amigo, tomó su verga para ir penetrando la vagina de la jovencita que, ahora, sí, sintió la doble carnadura ocupándola por entero.
La sensación era extraña, ya que esa masa de carne ocupando sus entrañas le provocaba una rara mezcla de dolor, satisfacción y placer que, al ponerse los hombres en movimiento en una acompasada penetración, fue llevando a su mente y físico la excitación más maravillosa que hubiera experimentado jamás. Apoyada firmemente en sus brazos y asintiendo repetidamente, se daba aliento a sí misma para hacer que el cuerpo se hamacara al ritmo de la cópula mientras sentía los magníficos falos invadiéndola por totalmente.
Sumándose a ese tiovivo infernal, Diego se colocó frente a la cara de la muchacha e introduciendo en la boca el falo cubierto por la saliva de su madre, tuvo el placer de sentir como Camila lo asía con una mano para chuparlo con la cadencia con que su cuerpo oscilaba de adelante atrás.
A los ojos de Raquel, su hija adquiría la dimensión de una desconocida bacante a la que veía regodearse en la bestialidad de aquel coito y decidida a participar por lo menos en algo, se aproximó al grupo para, tras besar ardorosamente en la boca a Hugo, acomodarse sobre su pecho para gozar de la contundencia de los senos que oscilaban frente a su cara, combinando la acción de labios y lengua con la de los dientes y el filo de sus uñas, estrujando y macerando los pechos de su hija, cuyos gruñidos satisfechos por lo que los demás hacían en ella aumentaban progresivamente de volumen hasta que, cuando la exaltación de los cinco los condujo a una desenfrenada actividad en la que Luis y Diego se turnaron en la sodomía y ella conjuntamente con Hugo se refocilaban en el sometimiento a los pechos, expresó de viva voz la obtención de su mejor orgasmo. Como sí, mágicamente la eclosión de la pasión se hubiera dado conjuntamente en el grupo, los hombres eyacularon la abundancia cremosa de su esperma y, en tanto Hugo y Luis lo hacían dentro del cuerpo de su hija, Diego se masturbó rudamente para que los chorros de semen salpicaran la cara de la chiquilina quien, ávidamente, trataba de atraparlo con la boca desmesuradamente abierta, para que, luego de deslizarse gotosos desde su mentón cayeran en la boca golosa de Raquel.
La formidable cópula sumió a las mujeres en el sopor de la satisfacción y el agotamiento físico, ocasión que aprovechó Hugo para que, en tanto sus socios se vestían y acomodaban los pocos desarreglos de la casa, hacer inhalar tanto a hombres como a mujeres, un poderoso anestésico hipnótico de cuya existencia no quedarían rastros y luego de acomodar a cada uno de ellos en su cama, se retiraron subrepticiamente cuando el primer destello de la bola de fuego cabrilleaba sobre el mar, con la seguridad de que todos los integrantes de la familia – como ya había quedado demostrado en cada casa que “visitaran” -, guardarían para sí el secreto de aquella noche en la que sus verdaderas personalidades había aflorado en toda su dimensión animal.
…continuará
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