Vivan los curas… y sus amigos – I
El saber no ocupa lugar, y todas las enseñanzas y experiencias son altamente positivas para el hoy y para el futuro, pero ¿todas son realmente necesarias para una buena educación? Para mí, cuantas más enseñanzas y experiencias mejor..
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Al oír esa especie de quejidos en el despacho de don Rosendo, mi párroco, me asusté-sorprendí un poco, abrí lentamente la puerta que daba a la sacristía y me lo encontré viendo en el ordenador una peli porno, y a él, sentado frente a su portátil, con las piernas abiertas, y con la polla sacada por la bragueta y los pantalones abiertos, no bajados ¡se estaba masturbando… y menuda polla!
Hola amig@s, me llamo Laura y soy la hija mayor de la sacristana de mi parroquia. Mi madre es viuda desde hace 3 años y compagina su trabajo de conserje de uno de los colegios de mi pueblo, con el de sacristana de mi parroquia y hoy, viernes tarde, tenía que cambiar los cirios de la capilla y del altar mayor y como las mujeres de la limpieza del templo habían terminado muy tarde, mi madre, como otras tantas veces, me envió a mí para hacerlo ya que yo la ayudaba en muchísimas cosas.
Ser hermana mayor y con una madre de no demasiadas luces desde que falleció su esposo, pero si con demasiados trabajos para poder llegar a fin de mes, te hace más mayor y a mis 13 años, yo era ya demasiado adulta para mi edad mental. Media 167 cm de altura, algo delgada con mis 44 kilos de peso, pelo en melena castaño claro, ojos azules y un par de tetas que destacaban más por mi delgadez, pero que ya las quisieran muchas chicas de 15 años con un contorno de 86 cm. Y lo peor, es que ya hacía más de dos años que me vino mi maldita regla ¡La odio!
Acostumbrada a jugar con las pollitas de mis amigos, esa polla de don Rosendo me parecía gloriosa, y en mi coño, millones de hormigas empezaron a morderme. Con bastante vergüenza pero sin miedo, me acerqué un poco a él ¡y de repente me vio o me oyó! Yo me paré. Su mano se paró y sus ojos se clavaron profundamente en los míos. Yo le conocía desde que siendo pequeña vino destinado a nuestra parroquia. Tendría ahora unos 60 años y era un buenazo querido por todos. Y la persona que más nos ayudó a nosotras tres y sobre todo, en los momentos más necesarios. Sinceramente, yo le tenía un profundo afecto. Quizá por eso fui atrevida ¡quién sabe!
Yo no me moví, él tampoco se movía. Sus ojos no se apartaban de los míos y los míos no se apartaban de su polla, y por las razón que sea, yo fui la primera en hablar.
– Don Rosendo, todos los cirios de la capilla y del altar mayor ya están cambiados, y los viejos usados están en el cajón del almacén ¿necesita que haga algo más en la iglesia?
– No Laura, nada más y muchas gracias por todo tu trabajo, pero… ¿comentarás con alguien lo que acabas de ver?
– ¿Por qué tengo que hacerlo? Hacernos unos deditos lo hacemos todos, yo misma también me masturbo. Ya lo sabe Vd..
– Si lo sé, de vez en cuando te lo confiesas pero yo soy el cura.
– Pues si quiere se lo hago yo y así Vd. realmente no se masturba y no se lo tendrá que confesar a otro cura amigo suyo.
Se lo dije de corazón, sin malicia alguna en ese momento. No sé el por qué, pero no me importaba masturbarle o incluso darle una chupadita. Como hacía con mis amigos del cole. Pero él se quedó parado, como una estatua de piedra, mirándome con los ojos muy abiertos… hasta que empezó a reírse como nunca le había visto, estremeciendo todo su corpachón. Y mientras se reía, su barriga subía y bajaba y la polla se movía en todas direcciones. Y fue ver ese pollón moverse así, como el badajo de una campana, tan cerca de esa barriga que subía y bajaba y me acerqué a él y se la cogí con una mano y empecé a subir y bajar mi mano.
Y ahora sí se quedó de piedra. O al menos su polla parecía de auténtica piedra por lo dura que la tenía. Nunca había visto ni tocado una polla como esa, grande, gruesa, cálida, muy rugosa, con unas venas muy marcadas que la palma de mi mano notaba perfectamente y mi mano no la abarcaba entera. Nos mirábamos a los ojos y aunque no lo creáis, yo pensaba que en cualquier momento me rompería la cara a bofetadas y se lo diría a mi servicial madre. Pero no, don Rosendo no me pegó. Y como tenía las piernas abiertas, hice lo que otras veces había hecho con mis amigos, me arrodillé frente a él, cambié mi mano de posición y volví a masturbarle con más comodidad para los dos.
Al menos para él. Porque empezó a respirar más agitadamente y sin oponerse a mi «trabajo». Cerraba los ojos y sus manos agarraban el extremo de los brazos del sillón donde estaba sentado, pero lo agarraban con fuerza porque sus nudillos estaban blancos ¡bien! Eso me gustó, porque eran señal que lo que yo le estaba haciendo le gustaba, y sonriéndome un poco traviesamente, apreté mi mano un poco más su polla, moví mi mano con más rapidez para excitarle, la subía todo lo que podía y la bajaba hasta su base.
Y su cuerpo empezó a agitarse, a moverse, pero sin abrir los ojos. Y de repente empecé a oír en voz muy baja pero perfectamente audible para mí:
– Así Laura, así. No pares, lo haces muy bien… sigue, sigue… Joder ¡que gusto!
Y yo seguí dándole al badajo arriba y abajo entre los movimientos de su cuerpo y su respiración cada vez más agitada y ronca. Él seguía con los ojos cerrados y sus manos agarrotadas en el sillón. Hasta que muchos minutos después, le oí decir:
– ¡Me corro, joder, me corro!
Y no lo pensé dos veces. Ni siquiera fui consciente de lo que hacía ni del tamaño de su redondo capullo. Me incliné sobre su polla, abrí mi boca y dejé entrar con dificultades a su enorme glande y apenas lo hice, como si de un pistolero de las pelis de vaqueros, empezó a disparar: una, dos, tres, cuatro… cuatro descargas de semen recibió mi boca y mi garganta, y a pesar de que ya sabía lo que era eso, esta era mi primera polla de adulto muy adulto y mi boca fue incapaz de sorber y tragarme toda esa cantidad de leche, muy cálida, espesa y extraordinariamente pegajosa.
Tan pegajosa que se me pegaba por todas partes y no sabía qué hacer con ella ni como tragarla. O mi cerebro no sabía qué hacer o mi boca era la que no sabía o las dos cosas. Me tragué toda la que pude, pero por las comisuras de mis labios salió parte de ella como también por mi nariz. De repente, la mano de don Rosendo vino en mi salvación y me dió, cogido de su mesa, uno de los pequeños manteles de hilo que se ponen en el altar para la Consagración. Con eso me pude limpiar mi cara y sacar lo de mi nariz y luego, con eso le limpié la polla y se la dejé de cine.
Me cogió de los codos y me ayudó a levantarme. Y nos volvimos a mirar a los ojos. Su polla se estaba arrugando y adivinando hacia donde miraba yo, se la metió dentro del pantalón y se la tapó. Yo cogí el trapo que me sirvió de pañuelo y de limpiapollas y dije:
– Si le parece bien, me lo llevaré a mi casa para que mi madre lo lave y lo planche con todo el resto de la ropa a lavar que hay en el armario de la ropa de misa.
Y fui a salir para irme como si no hubiese pasado nada. Y cuando mi mano se posaba sobre el picaporte de la puerta para salir a la sacristía, le oí llamarme suavemente:
– Laura…
Y como no decía nada más, yo le contesté:
– ¿Quiere que venga otro día y se lo hago mejor? O si lo prefiere y como no tengo práctica en pollas grandes como la suya, si me la enseña a mamar, puedo mamársela o masturbarle siempre que quiera y tragarlo todo. O podemos hacer otras cosas. Y si Vd. no se lo dice a mi madre, yo tampoco se lo diré a nadie. Solo para nosotros dos.
– Laura, ¿es que no te importaría volver a hacerlo? Eres muy guapa y a pesar de tu edad estás buenísima. Me ha gustado lo que me has hecho y cómo me lo has hecho, pero si seguimos así, podría yo querer más cosas de ti, muchas más.
– ¿Serías capaz de follarme? -Le dije sonriendo y hablándole de tú-
Durante un tiempo que a mí me pareció eterno, solo el silencio atronó esa habitación. Luego, lentamente y en voz muy baja y sin mirarme a los ojos, sino al suelo, me dijo:
– No lo sé Laura, no lo sé, seguramente sí, casi seguro que si porque eres un tesoro y los tesoros los quieres para disfrutar de ellos. Dios ¡creo que si sería capaz de follarte todos los días… soy cura, pero bajo este alzacuellos hay un hombre como los demás! Y tú eres preciosa y si te pruebo una vez, no querría renunciar a ti. Pero mis gustos sexuales son muy alejados de lo clásico, soy muy vicioso.
– Pues vale. Cuando quieras nos vemos. Y si me enseñas bien, haré todo lo que quieras. Y te lo digo de verdad ¡TODO! Es lo que estoy buscando, un adulto que me enseñe sin importarle lo que me haga.
La leche ¡pues no tenía yo ganas de follar de verdad y con una buena polla!, no como la de Jorge de 16 años que quería ser mi novio y follarme el coño, como ya dos veces me había penetrado en el culo. Cogí la bolsa de la ropa sucia, metí el paño y me fui a casa. Me sentía rara, no me sentía culpable, ni me sentía pecadora. La verdad es que esos minutos en el despacho de don Rosendo con su polla en mi mano, fueron unos minutos casi automáticos en mi cerebro, lo hice y ya está. Pero no sé por qué lo hice, ni por supuesto pensé en todo lo que podría seguir a esos minutos.
Y como os he dicho antes, yo era más mayor de esos 13 adolescentes años. Preparé la lavadora y fui separando la ropa de la iglesia y mirándola una por una para ver si estaba manchada o solo sucia del uso habitual de las celebraciones. Pero cuando vi el mantelito (o paño) que me sirvió para limpiarme y limpiar la polla de don Rosendo, algo malévolo penetró en mí. Sonreí, lo cogí, me lo llevé a mi habitación, me desnudé, me tumbé en la cama y empecé a masturbar ese coñito mío tan amado por mí, que ya estaba casi lleno de un césped de pelo abundante.
Separé mis labios y con el paño sequé mi parte interna y los alrededores, Mi mano derecha empezó a acariciarlos ¡eran gorditos… seguro que le gustarían a don Rosendo! Mi respiración empezó a agitarse porque me imaginaba ese pollón metiéndose dentro de esos labios y separándolos casi tanto como mis labios bucales se habían separado para tragársela. Mis dedos penetraron dentro y apenas toqué el botoncito de mi amado clítoris, un chorro enorme de no se qué cosas salió fuera… y con el paño lo fui secando.
Realmente estaba en éxtasis. Cerré los ojos y seguí masturbándome. Rápido unas veces, lentas otras. Y tuve otros dos orgasmos brutales ¡cómo no entregarme totalmente a ese cura pecador… y que además confesaba que yo le gustaba! Y cada vez que me corría, me secaba con el paño.
Hasta que una voz me despertó de mis fantasías y me devolvió a la cruda realidad.
– Joder Laurita ¡cada día eres más puta! Y no veas cómo se entere don Rosendo de lo que haces con sus paños de misa. Vas a tener que lavarlo varias veces para poder limpiarlo bien.
Era mi hermana Asun, una niña que acababa de cumplir los 8 años, una preciosidad con los huesos más rellenos de carne que yo, y que creo que del sexo sabía más que yo, y que según me dijo su amiga Estrella, ya sabía lo que era «fumarse» una pollita y no de primaria, sino directamente de la ESO. Se acercó a mí, se puso de rodillas en la cama, me cogió el paño y solo me dijo:
– Joder, está todo mojado ¿me lo dejas?
Y sin esperar respuesta, tal y como estaba, dejó caer el vestido, se bajó las bragas y empezó a masturbarse tal y como yo lo había hecho. La mano derecha en el coño y la izquierda con el paño. Cerró sus ojos y en unos tres minutos se corrió. Se secó (si es que aún podía ese paño secar algo) y lo tiró al suelo mientras se tumbaba encima mío, me besaba en la boca y decía:
– Ya no podrá don Rosendo echarte la culpa solo a ti de ensuciarlo.
Pobre e inocente hermanita mía ¡si llegase a saber de dónde salían todas esas manchitas del paño y el por qué yo me estaba masturbando pensando en eso!
Abracé y besé a mi hermanita, como tantas veces hacía y tantas veces dormíamos juntas, y en poco tiempo oí su respiración maravillosa de niña durmiente ¡se había dormido cansada y satisfecha de su orgasmo! A mi hermanita le iba mucho el sexo, yo le enseñaba cosas ¿tendría que enseñarle muchas más cosas ya… Quizá a mamar pollas más grandes para acostumbrarla? Miré detenidamente su desnudo cuerpo y me gustó. Esa noche lo haría mío nuevamente. Acaricié su cabeza, le di un beso en la mejilla, me levanté, la tapé con la sábana, puse la lavadora y preparé la cena de las tres mujeres de la casa.
Al día siguiente, sábado, llevé la ropa a la iglesia, antes de la misa de la tarde. Como siempre, entré con la llave que teníamos por la puerta del almacén y fui a la sacristía dejando cada pieza de ropa en su lugar del armario, en los estantes o colgadas según cada una. Y de repente, mi corazón se puso a galopar al oír que la puerta se cerraba y pensar que a esa hora solo podría ser don Rosendo. Y así fue. Instantes más tarde, mi cura pecador entraba en la sacristía y no se extrañó de verme porque ya había visto la luz encendida.
Los dos nos miramos mientras él avanzaba lentamente. Los dos nos quedamos quietos, él cerca de la puerta y yo junto al armario, a unos 3 metros de distancia. Y sonreí al ver cómo le iba creciendo un bulto justo donde la cremallera de sus vaqueros. Y cómo su camisa a cuadros se agitaba con su respiración. Como nadie hablaba, me acerqué a él, puse mi mano sobre su bragueta, acaricié su polla y me arrodillé ante mi confesor. Pero él me apartó y me dijo:
– Falta un cuarto de hora para tocar las campanas y abrir las puertas de la iglesia. No me la mames ahora, solo mastúrbame y después de misa me ayudas a recoger las cosas del altar, las limosnas, a cerrarlo todo y hablamos un poco.
Tal y como estaba de rodillas, le bajé la cremallera de la bragueta y le saqué la polla que ya estaba prácticamente dura. La miré detenidamente, la acaricié ¡era preciosa! De un color marrón oscuro, con unas venas enormes que se notaban como grandes canales de riego, bajé su piel para dejar libre el glande y me extasié ante esa cabeza redonda y gordota. Vi que ya tenía un poco de liquido seminal y mi lengua se quiso meter dentro, pero don Rosendo, cogiendo con sus manos mi cabeza, dijo con voz nerviosa:
– Vamos, vamos Laura que pueden venir los de liturgia y la liamos, termina.
¿Y cómo cojones quería que terminase si aún no había empezado! Así que me enfadé, le masturbé como una loca y cuando me apretó con sus manos mi cabeza, comprendí que se iba a correr e hice lo mismo que el día anterior, metí su capullo en mi boca y antes de 20 segundos estalló volviéndome a disparar tiros de su leche. Pero esta vez ya me cogió un poco más entrenada, y entre la que me fui bebiendo y la que fui depositando en mi boca sin problemas, toda su leche se fue a mi estómago. Y como ahora no tenía un paño a mi alcance ni un pañuelo, le limpié su polla con mi boquita.
Mientras él se metía su polla en su bragueta, yo me levanté y de repente sucedió algo impensable. Me cogió de los codos, me acercó a él y me besó en los labios. Fue un beso cariñoso, solo fue eso, un beso, algo largo pero sin lengua y al separarse, me dijo:
– Eres maravillosa Laura, un sol, un cielo, un pecado del que nunca me arrepentiré de tomar. Ya verás que bien nos lo vamos a pasar… ¡y ahora conecta ya las campanas y abre la puerta principal y la de la capilla!
Y es que un cura es siempre cura. Primero follamos y luego a las cosas de la iglesia: las campanas y las puertas ¡y que se ventile la iglesia! Pero esas campanas me supieron a gloria. Su volteo y su sonido era como si a todo el mundo les anunciasen mi entrega al pecado sexual desde la misma iglesia donde pequé. Y me consideré feliz, contenta, casi satisfecha, adulta…
Cuando terminó la misa, entré en la sacristía para hacer todo lo que debía hacer mi madre como sacristana y hacía yo tantas veces, y me lo encontré hablando y tomando notas con varias señoras de Cáritas y fui guardando los trapos usados en la misa, las copas del altar y sus servicios… y lógicamente las llevé a la sacristía para limpiarlas y usarlas al día siguiente. Y me puse nerviosa porque las mujeres no se iban, al revés, llegó el esposo de una de ellas. De repente, don Rosendo se levantó, se acercó a mí que estaba lavándome las manos en la pileta que había en un rincón y noté como metía su mano en el bolsillo de mi pantalón, y en voz muy baja me dijo:
– Como ves, me es imposible hablar ahora contigo, haz lo que te digo en el papel que he metido en tu bolsillo.
Mañana a las 16h. ven a la casa de la tía Rosa.
Entra por detrás y cierra al entrar.
Y así lo hice. Era domingo y el único día que comíamos juntas mi madre, mi hermanita y yo. Después de comer ayudé a limpiar la mesa y me puse a fregar y de esa manera, mi madre y mi hermanita podían jugar entre ellas un rato y yo era feliz viéndolas como crías a las dos. Fui a mi habitación, me desnudé y me puse una falda corta con la más pequeña de mis pocas braguitas, me quité el sujetador, pellizqué varias veces mis extraordinarios pezones y me puse una camiseta de manga corta bastante ajustada y conseguí lo que quería, marcar mis tetas y sobre todo, mis poderosos pezones que volvían locos a los chicos del cole. Me puse una chaquetilla y me vi de cine.
Salí de casa con tiempo, ya que esa casona de finales del XIX, estaba en las afueras del pueblo a casi media hora de camino. Era una enorme casona en un pequeño bosquecillo que casi la ocultaba y además, rodeada de una gran tapia de al menos dos metros de alto que una solterona sin hijos, la tía Rosa, había regalado a la iglesia en su testamento hacía dos o tres años y que de momento, estaba sin usar, como abandonada a pesar de su tamaño y valor, aunque esa opinión general ya veréis que no era real.
Al entrar por la puerta indicada, vi una terraza que daba a una gran cuadra y a la cocina, vi que el jardín no estaba cuidado, pero al entrar, estaba todo limpio y reluciente. Di voces llamando a don Rosendo y oí la suya. Seguí la dirección de su voz y entré en un enorme salón, que en una parte estaba amontonado de muebles antiguos, pero en perfecto estado, y en el otro, habían tres enormes sofás enfundados en plásticos y unos sillones también plastificados. Y entre ellos, un espacio como una pequeña pista de baile. En uno de esos sofás, estaba don Rosendo fumándose un puro.
Me acerqué hacia él y sobre una mesita a su alcance, vi una cafetera humeante, varias tazas, copas y tres o cuatro botellas de licor fuerte, cigarrillos, varios porros y una caja de cigarros como el que se estaba fumando. Yo estaba como seria, aquello no me lo esperaba, mi mente intentaba asimilar la situación a toda prisa. Yo estaba segura que querría follarme, pero no allí, no en esa enorme sala y con todo aquello. Y oí su voz:
– Puedes coger todo lo que quieras, fumar, beber hasta que te caigas al suelo. Y del café, si lo quieres te pones pero no hay azúcar, a mi me gusta fuerte, solo y sin azúcar.
Yo no era fumadora pero los porros me atraían y me gustaban, así que cogí uno y lo encendí aspirando profundamente ¡estaba fuerte, me gustaba! Llené una taza grande con café que puse a un lado de la mesita y cogí una copa y la llené casi hasta el borde de coñac. Don Rosendo me miró con una cara rara como preguntándose ¿y cómo una cría se pone una copa así a estas horas? ¡Pues anda que con lo que a mí me gusta el coñac, la ginebra y el ron y siendo gratis…!
Pegué un buen trago de la copa, la volví a llenar, me quité las zapatillas y me senté en el sofá. con las piernas cruzadas pero abiertas y la faldita bien arriba, a menos de un metro del cura. Por supuesto, las braguitas las tenía al alcance de sus ojos desbordadas por mi mata de pelos crecientes. Tal y como estaba sentada, cada vez que me inclinaba hacia la mesa para dejar la ceniza del porro, o tomar o dejar el café o la copa, mis piernas se abrían y mi braguita se iba encogiendo y metiéndose en mi entrepierna. Y la polla del cura iba creciendo ¡menudo bulto! Y el puro, más que fumarlo, se lo comía.
– Bien don Rosendo, Vd. me dijo que quería hablar conmigo ¿prefiere hacerlo antes que se la mame otra vez o dejamos la mamada para después de la charla?
Me miró muy detenidamente (la braguita y el coñete también) y me soltó:
– ¿Te has tomado en serio ser mi mamona, mi puta? Sabes que soy sacerdote, que haciendo esto contigo estoy pecando mortalmente y que si lo hago es por placer y porque me gustas hace tiempo. Me gusta el sexo, el placer sexual y a eso no le pongo límites. Soy un pervertido y lo reconozco ¿lo eres tú? Porque si te hablo así es porque creo que te conozco y sé que eres una niña, demasiado adulta para tu edad real, pero que eres incapaz de mentir. Si yo soy pervertido, haré contigo toda clase de sexo depravado. Todos disfrutaremos.
– Contésteme antes a una pregunta: Si me quedo preñada ¿qué me pasará… podrá hacerme abortar o no?
– Primero haré lo imposible para que no te quedes preñada, pastillas, inyecciones, DIU… lo que mejor te pueda ir y convenir a tu edad y tu cuerpo. Pero follarás siempre sin condón. Y si te quedas preñada, te doy mi palabra de cura que si quieres abortar, abortarás.
– Y qué es para Vd. sexo pervertido, depravado, porque yo aún soy virgen.
– ¿Aún eres virgen?
Y dejó el resto del puro en la mesita, me miró con ojos brillantes, puso su mano sobre mi pierna y acariciándomela y subiéndola hacia mis braguitas y con voy ronca del deseo de ser él quien me desflorase, empezó a decir:
– Usaré tu coño, tu boca, tu culo. Te follaré por todos tus agujeros, mamarás mi polla y te lo beberás todo, con tu lengua me harás el beso negro y serás mi vater particular cuando estés conmigo, mearé lo que quiera y te lo beberás todo… y tal y como lo vayas asumiendo todo, te iré metiendo en más cosas de las que disfrutarás plenamente y tú misma las buscarás.
*** Y otra cosa. Como ves, aquí se puede reunir mucha gente y a veces nos reunimos hasta 12-15 personas, hombres y mujeres, unas para follar y otras para ser folladas. Tú serás una de las que vendrán para ser folladas, para ser parte del grupito de servidoras sexuales. Si quieres follar solo conmigo o en grupo, solo tú lo decidirás. Serás la más joven de todas, la más joven de las que han venido nunca, pero al igual que las otras mujeres serás recompensada y nunca te faltarán ni regalos ni dinero. Pero nunca, NUNCA, podrás hablar de lo que se haga aquí y de los invitados. Y eso es todo… por ahora.
Me quedé mirando a mi párroco, a mi confesor ¡menudo cabrón pervertido! Pero además de poder enseñarme a follar y follarme que es lo que yo quería hacer de una puta vez, con él tendría porros, alcohol, supongo que poco a poco otras cosas más «fuertes», no tendría que preocuparme si me quedaba preñada… y además tenía más amigos para follarme y más mujeres para ser folladas ¿quiénes serían esas amigas suyas… las conocería yo… sería mi madre una de ellas?
Y sonriéndole abiertamente, puse mis manos en la parte baja de mi camiseta, me la subí hasta arriba y me la quité arrojándola detrás de mí. Mis tetas se quedaron libres y mis pezones estaban desafiándole, durísimos, por mi propia agitación sexual y los deseos salvajes que se estaban abriendo en mí, y solo le dije:
– ¿Cuándo quieres que empecemos?
Y antes de darme cuenta, se tiró sobre mí y su cuerpo aplastaba al mío. Yo había triunfado. Realmente me deseaba. Y eso era bueno, muy bueno para mí.
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Aida88 *** [email protected]
Perverso y cachondo a madres !!!
Sigue por favor
Pinta mas que bueno👍continua…
Caliente relato, por favor continúa así, como me gustaría estar en el lugar del cura.