Botín de Guerra
Finales de la Segunda Guerra Mundial. Los vencedores disfrutan de su botín.
El Mayor Michel Connors condujo su jeep por la destrozada carretera, cubierta por ambos lados por una densa arboleda. Era el 8 de Mayo de 1945, la guerra había terminado hacía 4 días, pero no se fiaba. Igual alguien no se había enterado o aparecían algunos de los “werwolfs” que querían continuarla. Por ello, en el asiento del copiloto, llevaba su carabina M-1.
Su objetivo era llegar hasta las líneas sovièticas para conversar con su homólogo, ayudante del General Vasily Kropskin, para comunicarle que las tropas norteamericanas habían llegado al límite de su ocupación en Alemania, no fuera que algún listo procediera a bombardearles.
Llegó hasta el campamento sovietico, saludó al centinela y se detuvo frente al barracón donde ondeaba la bandera soviética. Un sargento le recibió, saludando y danto un taconazo, mientras abría la puerta que daba al despacho de su homólogo, el Comandante Piotr Igor Abramovitch, que se levantó sonriente a saludarle:
-Salud, tovarich Connors, ¿que tal disfruta de la victoria? ¿Le apetece un vodka?
Realmente eran las 10 de la mañana, pero, en fin, la cortesía es la cortesía:
-Muy amable, Comandante.
El Comandante ruso sirvió dos copas de una botella que extrajo de un armarito. Brindaron.
-Nashdarovie, Gospodin Mayor -alzó la copa Piotr Igor
-Nashdarovie, Comandante -respondió Connors.
El Mayor Connors informó sucintamente, sobre el plano, de la posición de las tropas norteamericanas, dejando claro los límites de ocupaciòn de cada uno, tomando las notas necesarias para impedir cualquier contratiempo. Al rato, tras aclarar todos los conceptos, ambos se levantaron, a la vez que un grito femenino sobresaltaba a Connors. El Comandante ruso no pudo impedir una sonrisa:
-Tranquilo, Mayor, son los muchachos divirtiéndose.
Salieron del barracón que hacía las funciones de oficina, y Connors observó cómo de otro barracón, más alejado, salía una mujer joven, rubia, desnuda, tambaleándose. De entre sus piernas caía unos goterones de esperma, así como un goterón de sangre. Detrás apareción un soldado ruso, fuerte y alto como un armario, vestido sólo con unas botas. Su pene, monstruoso, colgaba casi hasta medio muslo, y daba muestras de haber estado, hasta hacía muy poco, entre las piernas de la fugitiva. Dio un largo trago a la botella que llevaba en la mano y, riéndose a carcajadas, le increpó a la mujer:
-Ukhodi, nazi shlyukha!!! (Vete, puta nazi)
El Comandante ruso, ante la mirada extrañada de Connors se explicó:
-Se trata de “Katiusha”
-Combate en los lanzacohetes? -preguntó el Mayor americano.
-Nooooo, – se carcajeó el soviético- Nooo, es por el tamaño de su pito. Por eso lo llamamos “Katiusha”. Desde que entramos en Alemania, por lo visto ha decidido repoblarla de bastardos bolcheviques, y se folla a todas las mujeres que vé. Una media de 6 diarias. Pero sólo apunta los virgos que se carga – señaló la puerta del tanque IS2, plagada de palitos.
Lleva 94, 95 con la de ahora. Quiere llegar a 200 antes de volver a la Madre Rusia. Está un poco loco, en efecto…- siguió riéndose Piotr Igor- Pero le sigue el camarada Vlad “El Empalador”.
-Empalador? Por el Principe Vlad, de Valaquia, el antepasado de Drácula? -preguntó el americano.
-Noooo, ese bestia ni sabe donde está Valaquia ni si existio Drácula. Acompáñeme
Se dirigieron a la barraca de donde había salido “Katiusha”, y allí observaron como, un soldado ruso, fuerte y desgreñado, sodomizaba, entre gritos, a una joven, no mayor de 14 años, con una camisa de la Liga de Muchachas alemanas (las Hitler Jugend femeninas), tumbada con el cuerpo sobre una mesa, mientras “Vlad” le separaba las piernas y la penetraba sin ningún miramiento. “Vlad” se retiraba, sacando totalmente su grueso miembro, para volver a introducirlo hasta que su vientre chocaba con las nalgas de la alemana, produciendo un nuevo alarido de la muchacha. Al rato, con un rugido, el ruso incrustó aún más su pene en el ano de la joven y entre espasmos eyaculó durante un rato, aferrado a sus caderas. Se retiró satisfecho, y la muchacha se deslizó hasta el suelo, mientras borbotones de esperma se corrían por los muslos. No pasaron segundos hasta que otro soldado la cogiera por el pelo y le incrustara la verga en la boca obligándola a una felación.
-Esa zorrita nazi está disfrutando de las habilidades de los “untermench”, igual que la otra -se carcajeó el ruso.
Salieron y se dirigieron al jeep norteamericano. El mayor no dejó de sentir un escalofrío al observar un hombre, con uniforme de las “Volksturm” alemanas, balanceándose de un árbol.
-Ese? Es, bueno, era, el jefe de los nazis del pueblo. Como no quería ver cómo mis hombres se follaban a sus hijitas, le sacaron los ojos con un palo, y luego lo colgaron. Pero oyó lo que hacía, ¡vaya si lo oyó!. Aqui nos despedimos, y no quiero que se vaya con mal sabor de boca. Es costumbre en Rusia intercambiar regalos. Voy a darle uno que le gustará.
Hizo un gesto hacia el sargento que les escoltaba, y éste a su vez, se lo hizo a un soldado que custodiaba a una joven con trenzas rubias, falda negra y camisa parda, simbolos de su militancia. Sus ojos verdes contrastaban con los tiznones y chafarrinones de su cara, surcados de huellas de lágrimas. Una cadena rodeaba su cuello y sujetaba las manos. De un fuerte empujòn, la jovencita cayó a los pies del norteamericano.
-Aquí le regalo un hermoso ejemplar de la raza superior. Haga lo que guste con ella. No creo que “Katiusha” la eche de menos. Yo, con un cartón de Lucky me conformo -sonrió el ruso.
Connors se rascó el cogote y observó la mirada anhelante de la alemana. Estaba claro que con tal de salir de ese infierno, saltaría aun perol de aceite hirviendo. Sacó del jeep un cartón de Lucky y se lo entregó a Piotr, así como una botella de bourbon.
-Esto es para “Katiusha” y “Vlad”, para que repongan fuerzas. Tú sube al jeep -ordenó a la alemana.
-Spasibo, gospodin Mayor Connors, da svidania. (Gracias, mayor Connors, hasta la vista).
-Spasibo, comandante Piotr Igor.
La alemana se acomodó en el asiento de detrás del jeep, con la cadena atada en el interior del jeep y la carabina M-1 al alcance de la mano de Connors, por si las moscas. Condujo por la carretera en silencio, hasta que al final preguntó sin volverse a la joven:
-Wie alt sind Sie, Hündin? (qué edad tienes, puta?)
-14 jahre (14 años). Danke mein herr. (14 años, gracias, señor).
–Y vete leyendo algo de inglés, que mi alemán es muy justito. Aunque creo que mi hija se encargará de enseñártelo, seguro, putita nazi.
Condujo por la carretera llena de baches, y de vez en cuando echaba una ojeada a la chica a través del retrovisor. Se había quedado dormida. Suponía que poco habría dormido desde que cayó en manos de los rusos. Sonrió. Bueno, él tampoco lo habría hecho…..
Llegaron al pueblo, con nombre indescifrable incluso para Connors. Se cruzó con varios soldados de ocupaciòn, que le saludaron, a los que correspondió con el saludo. Había instalado su residencia en una casa de dos plantas, jardín, establo y garage, propiedad anterior de un jerarca nazi del pueblo, que en estos momentos iba camino de un campo de concentraciòn para depurar responsabilidades. No estaba mal el caserón, aunque, claro, mejor era el casi-castillo que se había agenciado el coronel jefe del sector. Pero la casa se encontraba en muy buenas condiciones, pues la zona casi no había soportado combates. La presencia de una compañía de la Volksturm, con viejos mausers y algún „panzerfaust“ no habia significado ningùn problema. Todos habían depuesto las armas, habían retirado los ridículos parapetos y se habían largado a sus casas. Las jóvenes alemanas coqueteaban con los soldados a cambio de caramelos y tabaco….. Casi igual que con los rusos, pensó Connors.
Detuvo el vehiculo en el interior del garaje, despertó sin miramientos a la joven alemana, y tirando de la cadena, la llevó al establo contiguo, donde un excelente ejemplar de caballo negro azabache les lanzó una indiferente mirada. Un gran mastín, asi mismo negro, entró como una tromba, saludando alegre a su dueño. Luego olfateó a la chica un momento, intentó hozar con su hocico entre sus piernas, y a un grito de Conmors, se marchó por donde había venido.
La dejó en un montón de paja amontonado en una esquina, sujetó la cadena con un candado a una argolla, se guardó la llave y silbando, sacó de nuevo el jeep y lo dejó enfrente de la entrada de la casa. Luego subió al salón y se sirvió un whisky mientras ojeaba una fajo de documentos mientras fumaba un cigarrillo.
Al rato decidió que era hora de comer algo, así que estuvo trasteando en la cocina y se preparó algo de comer. Reparó en algunos platos del dia anterior, así que juntó las sobras, de no muy buen aspecto, en un plato militar de aluminio y bajó de nuevo al establo. La alemana permanecía hecha un ovillo sobre la sucia paja. La cara llena de churretones, la camisa y la falda llena de mugre y las trenzas rubias desordenadas y con briznas de paja. Los primeros botones de la camisa habían saltado, y se podian observar unos pechos grandes para su edad, a primera vista duros y con unos pezones provocativos. Puso el plato al lado de la chica, llenó un cuenco de agua del grifo cercano y con el pie se lo acercó. La chica debía estar hambrienta, pues rápidamente, casi como un animal, se lanzó sobre el plato e intentó comer con las manos encadenadas. Le fue imposible, por lo que Connors le acercó algo más el plato con el pie y poniendole la bota sobre la nuca le hundió la cara sobre las sobras, dio media vuelta y se marchó a comer.
A la tarde, tranquilamente, se acercó al Puesto de Mando del Cuartel General. El Cuartel General era un hormiguero de militares subiendo y bajando por las escaleras, como si todo fuera urgente.
-Menos mal que se acabaron los combates -pensó divertido – Ahora la gente morirá de infartos.
Entró en su despacho, mirando la correspondencia acumulada, las comunicaciones, órdenes de despliegue, y por supuesto, solicitudes de permiso. Llamaron a la puerta, y a una voz suya, entró un sargento de la PM, que se cuadró, saludó y recibió el saludo correspondiente.
-A sus órdenes, mayor. Tiene una visita. Creo que es su hija.
-Adelante.
Una mujer jóven, con larga melena pelirroja, entró en el despacho. Lucía una gorra de plato de las Fuerzas Aéreas norteamericanas, así como una cazadora de cuero marrón, asi mismo de igual procedencia, camisa blanca muy ceñida, abierta hasta el nacimiento de los pechos y pantalón de campaña con botas militares.
-Hola papá, buenos días. ¿Sabes que la carretera está llena de baches. Menos mal que que el General Cartwrigth me prestó un jeep para volver. Pero el trayecto de Nüremberg hasta aquì es infernal. Tengo los huesos molidos.
-¿Qué tal por Nüremberg?
-He cubierto nuestro despliegue por la zona. La ciudad está prácticamente en ruinas. Parece como si la Fuerza Aérea se hubiese empeñado en borrarla del mapa. Luego los combates callejeros fueron brutales, así que la ciudad es una escombrera. Pero ya está realizandose una limpeza para intentar restablecer agua, luz, etc.
Alice, la hija de Connors, de venticinco años, era periodista de guerra, acreditada ante el Cuartel Geneal de Patton. Previamente había estado asignada a un escuadrón de bombardeo, para cubrir las noticias de los bombardeos sobre Alemania. Como recuerdo le habían entregado la gorra y la cazadora, de las que no se separaba. Soltera decidida, tenía una relación un tanto „especial“ con su padre, aunque, lógicamente, de cara a la galería, eran un pareja normal, padre-hija.
-Gracias, sargento, puede retirarse. Ocúpese que devuelvan el jeep de la señorita Connors al General Cartwright.
El sargento de la PM saludó y salio del despacho, cerrando la puerta a sus espaldas. Alice aprovechó ese momento para pasar los brazos por el cuello de su padre mientras buscaba su boca. Le introdujo la lengua apasionadamente mientras con su mano derecha buscaba el cierre del pantalon de Connors. Consiguió abrirlo e introducir la mano, cogiendo la enhiesta polla de su padre. Comenzó a acariciarla y moverla, a la vez que frotaba su entrepierna con la rodilla del hombre. Connors la apartó suavemente.
-Anda cariño, déjalo para casa, que pueden volver a llamarme. Veo que has vuelto muy caliente, ¿quieres que vayamos a ver a los rusos? Seguro que ahí aún les queda tiempo para ocuparse de tí.
-Sabes que sólo me gustan los rabos de mis machos, papá. -frunció Alice los morritos.
Subieron al jeep de Connors y se dirigieron al caserón done se alojaban. Alli, mientras conducía, el Mayor puso a Alice al corriente de su visita al campo sovietico, y su adquisición, regalo del comandante ruso.
-Es una Hitler Jugend nazi, dice que tiene 14 años. Oficialmente se lo he comunicado al coronel Jennigs, como personal de servicio en casa. Me ha dicho simplemente que organice lo mejor posible sus papeles y que al ser antigua Hitler Jugend, que la vigile por si acaso.
-¿14 años? A esa edad me hiciste tu mujer, te acuerdas? -sonrió Alice.
-Cómo no me voy a acordar? Pero este caso es diferente, cariño. Con 14 añitos muchos HJ se han cargado tanques, nuestros o rusos con sus „panzerfaust“. La tengo encadenada en el establo, y de vez en cuando le bajo sobras para comer. Que vaya domesticándose un poquito la zorrita nazi.
– Déjame a mí. Seguro que la dejo más suave que un guante. Además, me encantará pervertirla y ofrecerte una verdadera putita para que disfrutes. Aunque no sé si hacerlo, porque igual empiezas a pasar de mí.
– Si lo haces disfrutaremos los dos. Aunque sí, admito que tener dos perras sumisas para mí me hace ilusión, jajajaja.
– Todo el placer que proporcione a mi hombre es poco, papá -replicó Alice mientras de nuevo acariciaba la entrepierna de su padre.
Llegaron al caserón y entraron por el establo. La joven permanecía igual, encadenada, hecha un ovillo en el suelo, entre la paja. Se notaba que había hecho sus necesidades, sin poder alejarse mucho, por la poca longitud de la cadena, y tanto el plato de aluminio como el cuenco de agua estaban totalmente vacíos, rechupeteados. Connors la movió con la puntera de su bota, despertando a la chica. Volvió al jeep y sacó de la guantera un paquete con un sandwich que había dejado ahì hacía unas días. Lo desenvolvió, y efectivamente, se encontraba un poco mohoso. Volvió a mover a la alemana con la puntera y se lo lanzó al suelo, casi al lado de una bosta del caballo que permanecía en el establo. La chica se lanzó a por él, y hambrienta, sin mirarlo siquiera, lo engulló en un abrir y cerrar de ojos.
-Así me gusta, perra, que no desperdicies la comida – rió el Mayor – Parece que estás hambrienta.
-¿Le has dado de comer? Y está literalmente llena de mierda -recriminó Alice
-Ya nos ocuparemos de ella, anda, vamos arriba
Subieron al salón, donde Connors se sirviò una cerveza de un barreño lleno de hielo y se sentó tranquilamente en un amplio sillón. Alice se quitó la cazadora de cuero, dejándola spbre una silla y se desabrochó la camisa, mostrando un bonito sujetador de encaje. Se arrodilló frente a su padre y le desabrochó la camisa, acariciando suavemente el pecho del Mayor, pasando por sus pezones, para ir bajando hasta el cinturón. Lo desabrochó asimismo, bajándole tanto pantalones como calzoncillos y dejando libre una polla de excelente tamaño, que acarició despacio, subiendo y bajando lentamente la piel y pasando la mano por el escroto. Se inclinó, y despacito, posó sus labios sobre el glande, que ya apuntaba algunas gotas de liquido seminal. Con la punta de la lengua recogió esas gotas y comenzó a lamer la polla, desde la cabeza hasta los huevos, metiéndoselos en la boca golosa.
Subió un poco la cabeza y entonces fue cuando engulló toda la polla en su boca, mientras movía la lengua aumentando la dureza del pene. Su padre pasó las manos sobre la cabeza de su hija, guiándola en su movimiento. La cabeza subía y bajaba lentamente, mientras la saliva de Alice comenzaba a chorrear a lo largo del tronco.
-Así, zorra, así, babea como la perra que eres -murmuró Connors, avanzando las manos hasta agarrar los pechos de Alice. Los sacó por encima del sujetador y los masajeó, pinzando con los dedos los pezones endurecidos. Apretó, y un leve gemido surgió de Alice, que incrementó sus movimientos a lo largo del tronco enhiesto. Un gruñido le indicó que su padre estaba al borde del placer e incrementó el ritmo de su mamada, hasta que el gruñido subió de tono y un volcán de esperma llenó su boca. No pudo retenerlo todo y comenzó a salir por sus comisuras, derramándose por sus pechos. Connors quedó momentáneamente desmadejado, momento que aprovechó Alice para relamer todo lo que había quedado fuera y limpiar suavemente con la lengua la polla de su padre, que poco a poco comenzaba a desinflarse.
(CONTINUARA)
No me extraña que no tuvieras comentarios. Acá en este sitio solo les interesan las historias para el calentón. Las historias buenas como la tuya, que tratan de relatar desde otra perspectiva o contexto no son muy apreciadas. Te leí con gusto. Con interés desde lo narrativo e histórico y no sólo desde lo erotico. Veo que ya publicaste otros seis. Los leeré con avidez. Saludos.
Agradecido por tu comentario. Intentaré mejorar, pero sin perder la perspectiva de la escritura.
Está buenísimo el relato! Excelente escritura. Estos son los relatos que más me gustan.
Agradecido. Seguiré con la historia.