Día fatídico
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
Carlos es un chico de familia acomoda. Sus abuelos poseían una importante constructora. Estudiaba ADE en una privada. Era un chico guapo, alto, de 190 cm, delgado, aunque de cuerpo fibrado. Era un chico que se cuidaba mucho, tomaba rayos uva y asistía a sesiones de depilación, donde se depilaba mediante láser cada centímetro de su cuerpo, pese a ser un chico casi imberbe.
Un día estaba en casa de unos amigos, celebrando una fiesta, tomando cerveza, carne asada, y disfrutando en la piscina, la mejor forma de pasar un día de verano. En la fiesta había sólo chicos, puesto que la idea era salir de noche de discoteca, donde ligarían con chicas, dado que solían ir a las discotecas más selectas de la ciudad.No obstante, pese que todo era diversión, el dueño de la casa, les advirtió de un vecino un tanto raro, que tenía la casa al lado. En ella, las persianas casi siempre solían estar bajadas. Justamente mientras en la piscina jugaban con un balón, tras un chute desafortunado, la pelota paso a la otra finca. Carlos, que era elmás atrevido de todos, dijo:
– Voy a ir a por ella.
– Ten cuidado – dijo uno de sus amigos.
– Es solo saltar el muro y volver – respondió Carlos, quien salió de allí corriendo vestido solo con el bañador y descalzo.
Al saltar, vio que la casa parecía aparentemente deshabitada, puesto que la hierba estaba para cortar, el jardín descuidado y el aspecto de la fachada no parecía el de una casa en la que hubiese mucha vida. Carlos se confió al no ver a nadie y buscó por todo el jardín casi cuidadosamente, mientras sus amigos le miraban desde lo alto de la verja. Tras ver que el balón no aparecía, se dirigió a casa de sus amigos, pero éstos le advirtieron de una ventana que estaba con el cristal roto: el balón había entrado dentro de la casa, y le tocaría a él meterse allí dentro. Carlos se dirigió allí. La casa le imponía cierto respeto, estaba tenso, sus músculos se marcaban contra su piel. Entonces se asomó a la ventana, escrutó en la oscuridad no se veía nada. Al entrar, el bañador se enganchó en uno de los cristales y se lo rasgó, dejando ver parte de su muslo.
– Vaya era casi nuevo – se lamentó – ya compraré otro.
Al entrar, la casa estaba a oscuras, olía a humedad y hacía frío. La piel de Carlos se estremeció, pues aún estaba mojado, se puso de gallina, los pezones se le encogieron y marcaron, su vello se puso de punta y no pudo evitar sentir como sus testículos y su pene se contrajeron. De pronto escuchó un sonido sordo. Una placa de acero cerró la ventana por donde había entrado. Estaba completamente a oscuras. Intentó abrir la ventana. Fuera se escuchaban los gritos de sus amigos. Hizo fuerza, pero era imposible abrir aquella placa. Empezó a escuchar un zumbido, y oyó disparos fuera. Tras ello, noto una corriente eléctrica en los pies, con una sacudida cayó al suelo inconsciente.
Recordó despertar, sin ser muy consciente de donde estaba. Había una sábana blanca en el suelo y una luz, muy potente que lo cegaba, y otra luz, como si fuera el flash de una cámara, que lo deslumbraba, se encendía y se apagaba. Carlos era consciente de todo lo que veía, pero no era capaz de moverse. Se intentó mover, pero tenía las manos y los pies atados. Estaba sujeto a una especie de X gigante, que se ahuecaba en su centro, estando solo sujeto por los tobillos y muñecas. Carlos se puso tenso, sus pectorales se hincharon, al igual que sus bíceps. Pese al forcejeo, solo consiguió enrojecer la piel y sudar. Al estirarse, sintió aun mayor presión, puesto que también tenía atado el cuello. La tensión provocó que sus músculos y venas se marcasen aún más. Tras un rato en el cual se tranquiló, pudo analizar la situación mayor tranquilidad y vio que lo habían desnudado y como ropa apenas tenía los girones de una túnica, como si fuese Jesucristo, que a duras penas le cubrían sus partes más íntimas. De debajo de las ropas vio que salía un cordel.
Entró un hombre de repente. Llevaba una túnica de cirujano y la cara tapada. A pesar de que Carlos le habló, no le hizo caso, el hombre se fue. Entonces Carlos volvió a forcejear. Pensó que había una holgura y que quizás tirando pudiera sacar al menos las manos de los grilletes. Lo intentó durante unos segundos, se alegró, con más tiempo lo conseguiría, pero justo en ese instante volvió el hombre y Carlos intento disimular. Traía unos largos tornillos, que Carlos miró con curiosidad. Lo apoyo en las muñecas. En el grillete justo había un círculo, por el que pasaba el tonillo. Podía cruzar de parte a parte, atravesando las muñecas de Carlos, quien entonces comenzó a gritar. Aquel hombre, empezó a taladrar las muñecas de Carlos, primero la derecha, y luego la izquierda. Tras ello, aplicó a Carlos una plancha de calor que cicatrizó al instante las heridas del chico, quien no podía parar de gritar y estremecerse. Tanto se retorcía de dolor, que la exigua vestimenta de Carlos se bajó, dejando al aire la parte superior del pubis. Tras ello, clavó unos tornillos en los agujeros que le había hecho, ajustándolos a su piel. No contento con ello, el hombre repitió la misma operación en los tobillos, siguiendo exactamente el mismo ritual. Carlos quedó desmayado. De pronto, un cubo de agua le despertó: Estaba desnudo, sujeto a aquella máquina, en la que no podía moverse, ni sentir sus miembros, que tenía entumecidos, estando todo su cuerpo, su fabuloso cuerpo, desnudo y expuesto a aquel sádico.
Lo primero que hizo, fue levantar la cruz para poner al chico lo más alto posible y cuando lo consiguió, empezó a tirar de la cuerda que tenía atada a los genitales. El dolor cada vez era más intenso, la cuerda presionaba más los testículos de Carlos, que empezaron a hincharse y amoratarse, así como su pene. Tanta era la presión, que reventó el escroto, quedando unos de los testículos fuera de su bola, colgando, mientras el otro estalló dentro del mismo escroto. Al mismo tiempo, y por la presión, el pene de Carlos estaba erecto. La piel del prepucio se retrajo tanto que le tiraba, impidiendo bajar la erección que no reportaba placer alguno a Carlos, quien lloraba de dolor.
Después de unos días, Carlos se sentía mejor, por llamarlo de algún modo, puesto que aun seguía atado a aquella X. Sus miembros estaban completamente entumecidos. En la entrepierna había una cicatriz que aún le escocia. Apenas había sido alimentado, su cuerpo había perdido masa muscular, su pelo estaba mojado y despeinado, había crecido su barba y de su pene colgaba un tubo que iba hacia un recipiente que estaba lleno de orina. El hombre le cuidaba las heridas de las manos y los pies, puesto que no quería que una infección le privara de aquel juguete.
Más tarde, se presentó con unos alicates y una aguja de sutura. El hombre se apoyó en los pezones del chico, los pellizco y comenzó a darles vueltas y vueltas hasta arrancarlos Carlos comenzó a gritar, retorciéndose de dolor.
Al cabo de unos días, la policía encontró a Carlos muy débil, apenas se mantenía con vida. Fue trasladado a un hospital donde consiguieron recuperarle. Pero nunca fue el mismo: A consecuencia de su crucifixión no podía andar bien, tampoco mover bien los brazos, era completamente dependiente. Su pene había encogido, su voz era más aguda y femenina, engordó y perdió todo su encanto. Ya nunca más volvió a hacer vida social, quedando postrado en una cama, donde era atendido por su madre e enfermeras.
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