Durante la lluvia
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por WinterHime.
Jamás pensé que mi primera vez sería como el del resto de las mujeres. La mayoría, en mi muy personal opinión, imagina un escenario perfecto. Una cita con el príncipe azul, recogiéndolas en su caballo blanco y un ramo de rosas rojas. Una cita inolvidable, a luz de las velas en la intimidad de un restaurante. Montones de besos tiernos y suaves. Abrazos cálidos. Una experiencia romántica, rosa, de un mundo de ensueño. Yo no. Aunque no me crean. Lo único que buscaba era hacerlo con quien yo quisiera, cuando yo deseara. No me entregaría al primer galancete de cuarta que me hablará bonito.
Sucedió un mes después, aproximadamente, de que entrará a la universidad. El maestro de la última hora no llegó así que salí temprano. Una vez que iba en camino, dentro del autobús, se soltó la tromba. Un verdadero aguacero. Maldije para mis adentros y pedí al cielo que dejara de llover antes de llegar a mi parada. Obvio…. No pasó. Terminé hecha una sopa. Al llegar a la entrada del complejo privado, metí la mano a la mochila para sacar las llaves, en eso un vecino salía en su auto y me colé por el garaje. Al pasar junto al carro lo reconocí. Era mi joven, bello y sexy vecino de enfrente. Vislumbre por una sombra en el ahumado vidrio que me saludaba con la mano. Sentí un tirón en el estómago, le regresé el saludo y corrí hacía mi casa.
Tomé la mochila y metí la mano en el bolsillo de la izquierda, donde guardaba las llaves. No las sentí. Sacudí la mochila. Nada. No se oía el tintinear de las llaves. Respire hondo y saqué todas las cosas, una por una. Para ese punto ya estaba enojada. No cabía la menor duda: las había olvidado. Toqué el timbre sin embargo era inútil y las ventanas estaban cerradas con seguro. Mi madre no llegaría del trabajo hasta pasada la media noche, con suerte mientras que mi hermano se había largado de viaje con sus amigotes. El viento había cambiado de dirección haciendo que el curso de la lluvia se alterará. Se estrellaba contra mis piernas y las ventanas. Me calaba hasta los huesos. Mal día para ponerme una minifalda.
De las seis casas en la privada mi familia sólo congeniaba con dos. La de una amiga de la primaria de mi madre y la del vecino sexy. Mi “tía” no era una opción. Los carros no estaban por lógica tampoco había nadie. La única elección que quedaba era la casa del vecino que a pesar de no hallarse en casa podría parapetarme en el pórtico. Deje la mochila en el suelo y corrí hacia allá. La luz del foco estaba prendida y el tapete de la entrada seco, por lo que lo usé de asiento. Subí las rodillas al pecho y las rodeé con los brazos para darme algo de calor. No tenía ni idea de lo caliente que estaría después.
No sabía cuánto tiempo había pasado cuando percibí la luz de unos faros al ir subiendo por mis piernas. Alcé la cara. ¡Diablos! Mi vecino guapo llegaba y yo parecía rata mojada. El pelo pegado al cráneo, la cara curtida por el frío y la chaqueta mugrosa. El rugido del motor se ahogó, la luz se apagó y la portezuela se abrió. Me puse en pie de un salto. Él salía con mucha elegancia. Pude verlo en cámara lenta. Primero una pierna, luego la otra y por fin se erguía a toda su estatura en un fluido movimiento. No sabía si largarme, disculparme o pedirle asilo por unas horas.
—Se te olvidaron las llaves
Quise golpearlo por usar ese tonito condescendiente, burlón.
La lluvia no provocó los mismos estragos en él que en mi. Estaba mojado pero lucia completamente SENSUAL, para nada patético. La camisa blanca se le pegaba a los hombros, en el pecho y se transparentaba; el cabello negro algo alborotado y freezeado caía con elegancia enmarcando su bello rostro. Sentí un poderoso cosquilleo en el vientre al imaginarme su musculoso torso desnudo y su cabello enredado en mis dedos.
—Que más, si no —aparte la vista.
El calor se esparció por mi rostro. Me hice a un lado para dejarlo abrir la puerta. Hasta ese momento vi que llevaba un par de bolsas en la mano izquierda y los lentes sin montura algo empañados.
— ¿Qué compraste?
Introdujo la llave en la cerradura mientras sonreía maliciosamente y me miraba de soslayo.
—Cosas… —El tono de su baja y sedosa voz retumbo en mi pecho. Me miro por primera vez directo a los ojos. El tono café rojizo de sus ojos centelleó de una forma muy particular: me hizo estremecer.
No era que necesitará muchas explicaciones ya sabía que llevaba en las bolsas. De verdad, quería escapar porque no era correcto pensar en JJ de esa forma (él era mucho mayor, apuesto, listo, con un cuerpo de tentación y una coquetería natural y absolutamente masculina), pero estaba engarrotada, azorada. Su intensa mirada me había hipnotizado. Sin darme cuenta respiraba entrecortado, oía el palpitar de mi corazón en los oídos, me temblaban los labios y una convulsión resonaba entre mis piernas. Quería que me besara, que me tocara… toda. Pero sobre todo yo quería tocarlo, besarlo. Todo. Lo deseaba.
De repente sentí que la movilidad regresaba a mí, di media vuelta pero no logré avanzar un sólo paso. Su mano me había atrapado del codo y me metía dentro de la casa.
— ¡Pero qué te pasa! —Grité, intentando zafarme del agarre.
Ejerció más presión y empujó. Choqué contra la pared, me sujetó las muñecas por encima de la cabeza con una sola mano, la otra sujetaba mi cintura por la espalda, me separó las rodillas con el muslo y estampo sus carnosos labios contra los míos. Gemí y traté de apartarlo, retorciéndome pero eso sólo produjo mayor contacto entre nuestros cuerpos. Jadeé e introdujo su lengua después de morder mi labio inferior. Mi primer beso. El beso de un hombre: apasionado y sensual.
A pesar de lo húmedo de nuestros cuerpos empecé a sentir un sofocante calor naciendo desde del estómago. Y un doloroso tirón bajaba por mi ombligo. Jadeé de nuevo. Me ardían los pulmones. Soltó mi boca y bajó por mi cuello. Succionó y mordió. Gemí y volví a retorcerme. Mi pecho subía y bajaba rápidamente al igual que el de JJ. Sentí sus dedos en mi barbilla para levantarme la cara.
—Mírame —. Ordenó con la voz ronca. Abrí los ojos. Ya no traía puestas las gafas. Podía ver claramente el largo de sus pestañas y el matiz rojo en sus alargados ojos—. Debes bañarte. Subiendo las escaleras. Primera puerta a la derecha.
Así sin más se apartó de mí. Sin su soporte me resbalé por pared. Vislumbre sus pies caminado por el pasillo hacia la cocina. El timbrazo de un celular. Estaba desorientada, débil y excitada. Lo sentía en la incómoda humedad entre los muslos. Con mucha debilidad me puse en pie y fui al cuarto principal. Enseguida entré al baño. Me quité la chaqueta de mezclilla, el suéter, la falda, el sostén, las pantaletas y las ballerinas, tan rápido como podía pero el coraje y el desconcierto entorpecían mis acciones.
Entré a la ducha. Nunca había estado en su casa pero no quedaba evidencia de que sus padres hubiesen vivido allí hacia menos de 6 meses. Todo era muy moderno y juvenil. Dejé que la suave y tibia brizna me mojara. Tomé el gel de baño, formé una delicada espuma y comencé a lavarme. Primero el cuello, bajé por mis brazos. No pude evitarlo comencé a imaginarme sus fuertes manos y largos dedos. Subí a mis senos, los masajeé desde la base hacia la cima formando círculos, cuando alcancé el pezón ardían, apreté se irguieron al instante, tiré de ellos ya estaban duros. Bajé una mano. La otra seguía consintiendo uno de mis pechos. Las descargas eléctricas corrían a través de mi esternón por la cintura, la parábola de mi cadera, separé los muslos. Acaricié el vértice. Estaba mojada, todavía. Sentí otra deliciosa y dolorosa punzada. Había olvidado por completo que no estaba en mi casa. La necesidad era apremiante. Comencé a frotar con mayor ímpetu mientras en visualizaba sus labios chupando mi senos; sus largos dedos entrando y saliendo de mi húmedo sexo. Rocé mi clítoris e introduje un dedo. Afuera, adentro. Afuera, adentro. Sin darme cuenta había empezado a jadear y gemir. Sentía la sangre bullir, las piernas me temblaban y mi sexo se contraía.
—Esto es más interesante de lo que pensé.
En seco dejé de acariciarme. Tomé una de las toallas para intentar cubrir mi cuerpo. Sentía la cara toda roja. No sabía dónde meterme. JJ me había besado excitándome de sobre manera, me había prestado la ducha, yo estaba parada bajo la regadera, fantaseando con él mientras me masturbaba. En la vida me había masturbado, y se me tenía que ocurrir precisamente en ese momento. Salí de la tina con la toalla abierta.
—Hey, hey… ¿Qué crees qué haces? —Volvió a empujarme hacia la ducha.
Tropecé con el canto de la tina y caí de espaldas. JJ arrodillado entre mis piernas. En ese momento noté que no llevaba puestos más que unos jeans desgastados que le caían seximente por la cadera. Tenía seca la boca y un enorme nudo en la garganta. JJ se incorporó y apagó la regadera. Se reacomodo de nuevo entre mis muslos, presionando contra mi desnuda intimidad, su dura virilidad. Mi estómago se curvo; gemí cuando empujo de nuevo.
—Has crecido… mucho… —. Apoyando su peso sobre los bordes de la tina, me observaba con avidez y lujuria. Recorrió mi pálido y sonrojado rostro, siguió de largo por el cuello, a mis senos, la cintura, las caderas, los muslos…. se hizo para atrás y… vio mejor entre ellos. Empecé a respirar entrecortado. Estaba acariciándome, besándome, cogiéndome con la mirada. El corazón me latía al ritmo de una samba.
—Nnng…—. Solté un gimoteo, cuando tomó mis pechos entre sus manos. Los acunó, apretó y soltó. Aprisionó los pezones entre sus dedos índice y pulgar y jaló. Sentí el calor deshaciéndose en mi vagina. Otra contracción. Codiciaba sus labios y dientes envolviéndolos.
—Hum… perfecto ajuste. Piel suave…
— ¡Ah! —. Mi pervertido deseo se volvía realidad. Se había llevado uno a la boca. Besó, y arqueé la espalda. Chupó el pezón y lo rodeó con la lengua, trazando círculos invisibles antes de morder. Estrujé la toalla mojada, me retorcía desesperada; luchaba por soltarme y rogaba por más atención; empujé contra su prominente erección. La sangre hervía en mi interior. Mi cuerpo tembló.
—Delicioso…
Me quedé paralizada. Jadeando, la cabeza me daba vueltas y sintiendo las convulsiones en el interior.
—Oh… ¡no puede ser! ¡Te viniste! —. Parecía divertido con eso, hasta la fecha no entiendo por qué— Parece ser que eres muy receptiva —sonrió con mucha maldad y una mirada irascible.
—Ahora —volvió a incorporarse—, flexiona las rodillas. —Ordenó con una voz más dura. Cerré los ojos. Obedecí. Estaba completamente expuesta. Nadie, suponía, debiera verme de esa forma. Sentí vergüenza y algo de excitación.
—Déjame ver… —. Ladeó el rostro igual que un niño curioso y timbre juguetón en la voz.
—N-no… ¡ah!
Arqueé la espalda y me mordí el labio. Introdujo el dedo medio en mi interior. Comenzó a frotar suavemente contra la pared posterior de mi conducto. Intento meter un segundo digito. Sentí un pinchazo y cerré las rodillas.
— Guau. Estás mojada, hinchada y…—Sacó el segundo dedo pero continúo masajeando. Entraba y salía— eres virgen. —Añadió con sorna al examinarme.
Cambió de posición, girando la muñeca. Volví a gemir. Recorría entre los pliegues mientras salía y entraba. La descarga de placer rebotó por todo mí ser. Atrapó el clítoris, lo oprimió y jaló. Grité de dolor y placer. Arqueé la cadera y la agité hacia arriba. Bajó el rostro, atrayéndome por las caderas, hacia él. La parte posterior de mi rodilla derecha sobre su hombro y la otra en el filo de la bañera. Seguía observándome con curiosidad, sin rastro alguno de pena y acercaba su nariz a mi sexo. Un relámpago de excitación me atravesó.
—También huele bien —. Aspiró lentamente, deleitándose con el aroma especiado de mi lubricación—. Estás… —En vez de terminar su oración decidió comenzar a besar suavemente el ápice. Me convulsioné.
Bajó por entre los pliegues, atrapando mis labios. Subió de nuevo, ésta vez usando la lengua. Golpeó mi clítoris con la nariz antes de envolverlo con la lengua, atraparlo con los dientes y succionar suavemente con los labios, otra vez. Siguió subiendo y bajando alternando sus labios, dientes y lengua. Respiraba excitada, arqueaba el abdomen, gemía su nombre en voz alta, sosteniéndome de la toalla, apretando tan fuerte que los nudillos se blanqueaban. Volví a experimentar la sensación de ruptura y la contracción haciendo eco por toda mi figura. Terminé, gritando su nombre.
Dos orgasmos. Y él seguía como sin nada, aparentemente. Lo oí. Agitado, desesperado. Igual de ansioso por algo más.
—Bueno, ya que eres virgen, no tendré que usar esto —. Sacó un empaque cuadrado del bolsillo trasero de los vaqueros. —Pero antes ¿Cuándo fue tu última menstruación?
Vaya preguntita. Eso no le incumbía. Intenté quitármelo de encima dándole un empujón pero tenía las piernas entumidas y me resbalaba por la porcelana de la bañera.
—Última día de menstruación —. Insistió embistiéndome, pegando su torso sobre el mío, apretándome las nalgas.
—Hoy —. Musité, estremeciéndome al oír la dulce amenaza en su voz.
Escuché el sonido de la cremallera y el calor de su erección se esparció a todo lo largo de mi sexo. Gruñó al deslizarse contra mi empapado coño. Era insoportable. Nada más de pensar en él, cogiéndome…se me contraía la raja.
— ¡Fóllame!—. Vociferé, exasperada por tenerlo dentro de mí.
_:_:_
No voy a negarlo me sorprendió verla, toda empapada y hecha una bolita en la entrada de mi casa. Me sorprendió aún más que me dejará besarla, el dulce e inexperto sabor de sus labios. Me quedé completamente anonadado al descubrirla masturbándose, bajo el chorro de agua tibia y gimiendo mi nombre. Ahora me exigía que me la follara. Tengo que mantener la compostura, demostrarle quien manda, a pesar de la punzada que me corre por los testículos y lo dureza de mi pene.
No, primero tendría que obedecer y por fin suplicarme que la desflorara.
—Antes, pequeña Fanne —. Baja la mirada, cruzando los brazos e intenta ocultar sus pechos. —De rodillas —. Ordeno al sentarme sobre el borde de la bañera. Pasa la pierna dentro y se coloca en posición. Mantiene los ojos en el suelo. Le tiemblan las manos.
Siento la agitación envolviéndome por completo. Sus labios rojos entreabiertos, ayudándola a controlar la respiración. Separo las rodillas, y apoyo mi peso sobre las palmas de las manos.
—Como podrás ver, Fanny, tengo una tarea para ti antes. Acércate.
Permanece en medio de la bañera. Tiesa. Temerosa.
—No me gusta repetir las cosas. Acércate.
Mantiene los ojos clavados en la porcelana e inhala profundo. Un zarpazo en el estómago. La ira me invade. Estiro la mano y jalo su cabello por la nuca. Hasta atrás.
—Detesto la falsedad, la mojigatería y la hipocresía —Susurro con los dientes apretados, enterrándole las uñas en el cuero cabelludo. Estoy tan duro que duele. El líquido pre seminal gotea y escurre—. ODIO las mentiras, en pocas palabras. Sé qué lo quieres. No me vengas, con que te resulta repulsivo y humillante. Ahora, vas separar tus lindos labios rojos y te tragarás TODO lo que entre en esta pequeña boquita tuya.
No ha bajado la mirada ni siquiera ha intentado liberarse de mi agarre durante el monologo aleccionador. Un brillo de rabia hace acto de presencia, tornando el iris esmeralda más profundo.
—Y, sinceramente, dudo que sea tu falta de expertise en el área lo que realmente te preocupe. Voy a cogerte la boca.
Jalo su cabeza al tiempo que impulso la cadera por arriba del canto de la tina. Sus labios cerrados se estrellan contra la cabeza. Eso duele. Un temblor me recorre por los brazos y la sangre me hierve.
— ¡ABRE! —Bramo empujándola de nuevo, esta vez con ambas manos alrededor de su cabeza. Gimotea sin separar los labios y menea la cabeza. Hinco las uñas más profundo. La rasguño. Grita. Me hundo hasta el fondo de su garganta sin miramientos. Uno de sus caninos roza una inflamada vena. Me agito. El reflejo de una arcada la invade. Sin embargo no pienso retroceder. La mantengo fuertemente asida, disfrutando de la tibia humedad. Cierro los ojos.
Dios.
Su delicada lengua me recorre desde la base hasta la punta mientras intenta retroceder. Hacer espacio para respirar. Infla las mejillas y succiona. Guau. Se sintió bien. Escucho un ruido agudo y amortiguado. Vuelve a succionar. Esta vez de manera consciente. Con sus largos dedos se sostiene de mis muslos. Aprieta y vuelve a aspirar. Gime más alto al girar la lengua con la que envuelve el prepucio.
Sí, justo así.
Ya está perdida. Esto es lo que había estado esperando, durante tantos años.
Es MÍA. No pienso compartirla nunca. SÓLO mía.
Salgo de golpe, sin que pueda descansar, me interno hasta chocar con pared. Aspira y antes de que terminara, vuelvo a salir para embestir esa húmeda cavidad, sin piedad. Las estocadas son cada vez más rápidas. Mis testículos comienzan a contraerse al sentir sus dientes frontales a lo largo de mi longitud.
¡Carajo!
No aguantare más. Lloriquea, y me envuelve la cintura con los brazos. Toco el fondo, exploto sacudiéndome y llenándola por completo.
Le suelto el cabello. La verga se me contrae dentro de su boca. Me retiro de una vez. Escucho como tose. Mi semilla escurre por la comisura de su boca. Le cae por la barbilla, manchándole los pechos y el abdomen. Tiene los ojos brillosos, la cara sonrojada y jadea.
Giro la perilla de acero cromado. La brisa fría me cae en la espalda. Arrojo los jeans al frio mármol del piso.
Tomo el gel de baño. Aprieto el envase sobre la esponja para crear una suave espuma. Me lavo concienzudamente los brazos, el pecho, el estómago, las piernas, los genitales. Fanny sigue de rodillas como en un trance. Corto la circulación del agua.
—Por hoy fue suficiente.
Alza la vista y sus ojos recuperan el resplandor de la lucidez.
— ¿Qué?
—Termina de bañarte. Puedes tomar lo que te plazca para cubrirte—. Mantengo el tono frío e indiferente en la voz e ignoro el espantoso tirón de deseo surge en mi entrepierna.
—Pero… ¿QUÉ CARAJOS DICES?
Sigo caminando hacia el cuarto, haciendo caso omiso de su incompetencia para mantenerse en pie y bramidos, para tomar una toalla y comenzar a secarme.
—O sea, ¡¿Qué chingados fue todo eso?!
Abro el armario. Saco un par de pantalones de franela. Paso una pierna con lentitud por la cintura de la prenda. Luego la otra. Lo reacomodo justo por encima del hueso de la pelvis. Ajusto el cintillo. Froto la toalla por cabello y la dejo caer por mis hombros. No entiendo ni una sola frase o palabra de lo que brama. De hecho, sólo los murciélagos podrían escucharla. Salgo de la habitación. Cierro la puerta. El seguro chasquea y un golpe seco resuena a mi espalda.
Bajo a la cocina, directo al teléfono empotrado en la pared. Sin ver marco el número. Suena el timbre de espera…
— ¿Diga?
— ¡C.C!
—J, perdón por la demora es que…
— No te preocupes, tengo una sorpresa preparada. Algo que…bueno.
—¿En serio? OK. Ahorita nos vemos.
Sonrió igual que el gato de Chesire mientras volteo a ver el techo.
CONTINUARÁ….
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