La resistencia, tormento y dominación de un alma
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
Una gota, dos, tres, cuatro, el eco del agua me incomoda, espero que no sea sangre, no mi sangre, que se trate de un grifo cercano ¿Dónde estaré? Siento el escozor en todo mi cuerpo, la superficie plana y dura en la que estoy está lastimándome las heridas de la espalda, nalgas, talones e incluso me hace tener presente las lesiones en los muslos. Cada segundo siento el ardor de alguna laceración recordándome el daño que ha sufrido mi cuerpo, apenas logro un recuento decente de las torturas que he recibido: cuento los treinta y tantos latigazos en la espalda como una grave laceración, los azotes en las nalgas iguales a una quemadura que aún arde efusivamente, también estoy consciente de las pequeñas desgarraduras por todo mi cuerpo, aquellas que amenazan con desangrarme completamente. No deseo abrir los ojos, esta mesa de torturas es fría y percibo humedad.
—Despierta, veo el esfuerzo que hacen tus ojos por mantenerse herméticamente cerrados. No tengas miedo, ya no estás en las manos de esos carniceros, no te prometo paz, pero seré menos ruda que ellos. Me separa las piernas, no soporto la fricción de la mesa contra mi piel. — ¿Te duele mucho? No tiembles, no tengas miedo. Hurga entre mis piernas y toca mi lastimado miembro, no puedo evitar soltar un quejido, he recibido descargas eléctricas y golpes crueles en esa específica parte de mi cuerpo. Ella intenta masturbarme, sube y baja su mano tensa sobre mi verga, me muevo con brusquedad, entonces noto que mis manos y pies están atados.
—Por favor, es demasiado el dolor… una voz entrecortada sale de mi boca, no he bebido agua desde el día anterior y mi garganta está seca, tampoco he probado alimento alguno desde hace dos días y estoy muriendo de hambre. Despacio van cobrando vida las heridas que presenta mi ser y con ellas comienza a nacer una desesperación peligrosa. Convulsiono sobre la mesa, amarrado como estoy no consigo nada excepto lastimarme más las muñecas y la espalda, mi cuerpo entero se abrasa en un ardor insoportable. Vuelve la calma, ella me observa y no entiendo en qué momento abrí los ojos. Su mirada tiene compasión impresa, sin embargo sus manos no dejan de intentar introducirse en una herida abierta y sangrante que punza a un costado de mi abdomen, eso me altera nuevamente. Miro hacia el techo e intento concentrarme, quedarme quieto y no demostrarle mi agonía.
Sus manos me sueltan, van hacia abajo, siento su suave tacto rosar cada llaga, duele pero es soportable, están nuevamente cerca de mis genitales, acaricia mis testículos y los levanta despacio, tienta el terreno y hunde uno de sus dedos en mi ano, la sensación es indescriptible; desde la tarde de ayer me han violando doce hombres aproximadamente, perdí la cuenta, me siento desgarrado y sus dedos van recordándome un dolor que yo creía superado. No puedo evitar mover las piernas tratando de librarme del sufrimiento, ella introduce otro dedo y observa cómo me descompongo ante la tortura.
— ¿Cuántos hombres? Pregunta hundiendo sus dedos en la pared de mi cavidad, el silencio me supera, me ahoga el daño. — ¿Cuántos te han provocado esto? Ocho contesto por decir algo, pero ni yo me creo la respuesta. —Una historia interesante supongo, vas a contarme todo. Mira alrededor y agrega: —No aquí, sígueme. Al tiempo desata mis manos y luego pies, se aleja de mí y camina, le sigo como autómata, estoy perdido y me aferro a ella igual que a la luz en una caverna. Camino despacio, mis pies se aferran al piso aunque no son suficientes para sostenerme frente a los mareos que siento, mi alrededor está oscuro y tiento con las manos las paredes para sostenerme en pie.
Llegamos al baño, en el centro hay una enorme bañera, detecto que tiene agua caliente, puedo ver el vapor escaparse hacia arriba. Ella me ordena que entre y desaparece en la habitación contigua. Apenas entro el agua se tiñe de rojo. El calor se siente bien en todo mi cuerpo, ella se coloca detrás de mí, me inclina hacia el frente y con sus uñas rasga las laceraciones que tengo debido a los latigazos y otros golpes que he recibido en la espalda. Mis manos se aferran a la orilla de la tina e intentan soportar el castigo. — ¿Cuántos latigazos te dieron? Espera no, vamos en orden. Traeré hielo. Acerca una mesita con objetos que no puedo distinguir, pero el simple hecho de traerla me preocupa, la tortura siempre empieza de esa forma.
Ella se quita la túnica que trae puesta, debajo está completamente desnuda, no puedo evitar mirar sus enormes pechos y sus movimientos para entrar en el agua irremediablemente me muestran su pubis. Una vez adentro, conmigo, abre las piernas para poner las mías entre las suyas, la idea de que sus genitales están completamente expuestos sobre los míos me provocan una dolorosa erección, ella no puede notarla gracias a la sangre. Se hinca juntando mis piernas debajo de las suyas, nuestras rodillas se tocan, se sienta sobre mí y me observa la frente; estirándose y poniendo sus tetas en mi rostro toma una esponja de la mesa, regresa y exprime el objeto sobre mi cabeza, cae más sangre en forma de lluvia.
— ¿Qué te pasó aquí? Hunde su dedo en una herida poco profunda en mi sien, todavía no acaba de preguntar cuando enfoca mi boca, mis hechos mil pedazos debido a los puñetazos. —Mejor explícame qué le sucedió a tu boca. Pone la punta de sus dedos sobre mis labios y jala hacia abajo sin consideración ¡Dime! Me niego a explicarle que me golpearon repetidas veces porque no quise practicarle sexo oral a un hombre. Ella enfoca mis ojos, yo clavo la mirada en el agua escarlata de la tina, ella me mira penetrantemente, me siento intimidado, no aparta sus ojos de los míos, entonces usa su mano para levantar mi barbilla, me obliga a mirar sus ojos. — ¡Habla! Me ordena, ante mi negativa me da una bofetada, instantáneamente vuelven a abrirse las heridas de los labios, el sabor a sangre impregna mi boca. —Seguiré golpeándote hasta que…
—La primera herida fue hace dos semanas, me negué a practicarle sexo oral a un hombre, él primero me abofeteó, posteriormente me dio un puñetazo y cuando mi boca se abrió a la fuerza y él introdujo su miembro en mi boca lo mordí. Recibí varios golpes en la cara, conseguí otras dos heridas en los labios y la hinchazón de los ojos. Eso también provocó que sangrara mi nariz, la que supongo cubre mis labios ahora y hace más aparatoso el daño en la boca.
—Muy bien. Me dice mientras frota un hielo en mi carne castigada, no es alivio lo que siento, es un ardor desquiciante. —Tu cuello presenta marcas rojizas…
—Me estrangulaban. Mientras me violaban ellos ponían sus manos en mi cuello, me privaban de aire para luego liberarme. Pero sucedió después, hace dos días. Ella me pide la razón, el por qué sucedió todo. Respiro hondo e intento retener su recuerdo, el sabor de su boca, la ternura de sus caricias. —Deje de trabajar, descuidé algunos clientes y Jefa tuvo que reembolsar mucho dinero. Mi respuesta no es suficiente, me mira atenta esperando más. —Lo hice por estar con un hombre, él y yo dejamos de trabajar; nos propinaron una larga tortura a ambos y después nos separaron, yo terminé lejos de donde solía trabajar y Jefa me vende a los clientes sádicos porque ya no le importo.
— ¿Con el perdiste la virginidad?
—Sí. Contesto rápidamente, le oculto que él fue obligado a violarme, Marco nunca me pidió que fuera pasivo. Mi silencio la hace fijarse en mis pezones, desearía que esa parte de mi cuerpo estuviera vedada a la sensibilidad, el mismo viento en reposo los hace sufrir debido a dos alfileres que descansan atravesando ambas partes de mi cuerpo. Ella los contempla, toca y frota con un hielo; suelto un improperio y recibo una bofetada, entonces jala el alfiler hacia ella y me hace ahogar un grito, lo saca entero de un solo movimiento; más sangre circula a través de mi abdomen hacia el agua. Apenas estoy componiéndome del suplicio cuando ella toma el segundo y lo saca con la misma saña que el anterior, no me es posible gritar, mi vista se nubla, siento nauseas.
— ¿Quién te hizo esto y por qué? Tengo los ojos cerrados y mis manos se afianzan al borde de la tina, aprietan tan fuerte que ya no siento los dedos, su pregunta la escucho pero no la entiendo y no hago esfuerzo alguno por contestar. Mis ojos están apretándose, de pronto siento agua circulando por mi pecho, esa simple sensación me arranca una lágrima, oscila por mi mejilla y se precipita hacia el agua. — ¿Te duele mucho el pecho? Su pregunta es amable, acerca su boca a mi pezón izquierdo y comienza a lamer, no hay nada de placentero en ello así que trato de guardar la compostura hasta que sus dientes sierran con encono mi pezón. Grito sin censurarme y ella me suelta. — ¿Cuál fue el motivo de esta tortura?
—Querían arrancarme un grito. Me han violado, han fustigado mis genitales y les han propinado electricidad, pero nunca había gritado para ellos, querían doblegarme. Lo consiguieron usando esos alfileres y aplicando un líquido que me hacía llorar del ardor. Así lograron escucharme gritar. Al confesarle esto tengo la mirada puesta sobre mi mano izquierda, la vergüenza absurdamente me está molestando más que el dolor.
—Veo que eres capaz de darme detalles, de ahora en adelante quiero escuchar más y de no ser así, lo pagarás. Sus manos bajan hacia mi abdomen, pone especial atención en las marcas rojas, las rasguña con sus uñas e intenta abrirlas, pero ya tienen bastante tiempo cerradas y no cederán. —Descríbeme qué te sucedió aquí, cada una de estas heridas. Miro hacia abajo disimulando ignorar de qué habla, pero sé perfectamente lo que sucedió y no sólo me da pena contarlo, también me incomoda recordar el susto que me llevé, creí que moriría desangrado esa misma noche a manos de aquel sádico.
—Un hombre me cortó la piel con una navaja mientras me poseía. Mi cabeza se hunde aún más y ruego que no pregunte los detalles.
—No creas que no he notado tu erección hace un rato, te compensaré bien si me explicas, tendrás una ganancia, de cualquier modo, si no lo haces por las buenas tendré que obligarte. Termina la frase y jala mi miembro, lo acaricia delicadamente. —Mientras dormías pude notar que tienes marcas rojas en el pene, parece que tienen el mismo tiempo que las de tu abdomen ¡Así que cuéntame detalladamente! Las últimas palabras las pronuncia con enojo al tiempo que tritura mi miembro, eso aumenta mi excitación, ya ha pasado mucho tiempo para que duela.
—Ocurrió una noche en la celda de los sádicos, entró un hombre con dagas, me dijo que tenía el derecho de cortarme y que si no me comportaba cortaría mi garganta, pues tenía dinero de sobra para pagar mi absurdo precio a la dueña del burdel. Me violó y cortó mi abdomen. Termino el relato y ella me abofetea una y otra vez. Toma mi barbilla, me mira a los ojos atentamente y hunde la otra mano en el agua, prende mi pene y lo martiriza con sus uñas, toma una mínima cantidad de piel de mi glande y la pellizca. Mi cuerpo convulsiona y sin darle tiempo a tranquilizarme introduce sus dedos en la herida que tengo abierta a un costado del abdomen. Tomo aire y comienzo el relato.
—Cuando estás encerrado ahí, cada noche te amarran las manos a la cabecera de la cama y flexionan tus rodillas para atar tus pies a la base de manera que puedas mover la cadera en caso de que el cliente exija que lo penetres o que te muevas una vez penetrado, no hay nada que puedas hacer para defenderte excepto sacudir tu centro torpemente. Después de que el hombre me amenazara enseñó sus armas y me pidió que levantara la cadera para permitirle entrar en mí. Lo hizo con prisa, de un solo tajo y una vez encima de mí hizo la primera incisión arriba de mi pezón derecho al tiempo que me embestía con rudeza, así fue hasta que terminó, cada corte simboliza una embestida y la marca larga sobre mi muslo se extiende tan larga como la duración de su orgasmo, sin embargo, justo después de correrse empezó a infligir heridas a mi miembro con el único objeto de introducirlo flácido y sangrante en su ano, y de esta forma arrastrarme al peor de los infiernos con ayuda de su esfínter.
— ¿Era tanto pedir? Lo hiciste muy bien, te lo has ganado. Dice mientras coloca algo húmedo entre mi boca y mi nariz. Es una fresa, huele como una, es dulce, es acido y se siente fresca al roce de mis labios, tiene un buen tamaño, imagino su desquiciante sabor, la sensación en mi boca: primero jugosa, luego ácida, después granulada y finalmente suave. Una mordida ¡La quiero toda! —Come un poco, debes estar hambriento, ese Virtz es un maldito con ustedes, si va a destrozarlos al menos debería alimentarlos. Sin embargo, no te daré mucha comida, eso podría distraer tu ingenio. Me da unos cuantos trozos y se detiene.
—Ya estás bastante limpio, no recuerdo haberte contratado antes, pero me gusta mucho tu rostro ¡sal de la tina! Me levanto como puedo, ella me abraza con una toalla y comienza a tocar mi cuerpo delicadamente, roza mis brazos, nalgas, se regocija tocando repetidamente mis muslos y termina con mis pies. —Sube a la cama y colócate en cuatro. Cuando ordena eso soy consciente de que en algún momento se nos unirá un hombre. Camino despacio hacia la habitación que ella me ha señalado indirectamente con la mirada y busco la cama perezosamente. Me gustaría más descansar en vez de aguantar la postura mientras el dolor aumenta.
Una vez en la cama ella se coloca detrás de mí y acaricia mis nalgas, luego las golpea y rasguña mi espalda, siento algo parecido a un falo en la entrada de mi ano, separa mis nalgas y me preparo para la penetración, empuja despacio, el objeto es muy grueso, tiene dificultad para entrar y entonces escucho su voz detrás de mí: —Quiero oírte gemir, igual que cuando él te arrancó la virginidad. Le explico que no hubo la oportunidad. Me toma del cabello y jala hacia atrás. —Ya lo sé, Jefa obligó a tu amante a violarte. Así que quiero una buena actuación, grita que es muy grande y pídeme compasión. Ante mi silencio ella tira de mis cabellos más fuerte, seguro me los arrancará de raíz. Como mi orgullo no cede, ella se para frente a mí; observo el objeto que intentaba penetrarme, se trata de un consolador que trae amarrado a la cintura con ayuda de un arnés. —Bien. Ya vuelvo.
Desaparece de la estancia y yo corro a la puerta buscando mi salida, a pesar de mi torpeza lo consigo rápido, afuera el pasillo se extendía libre, doy el primer paso sin velocidad, al segundo le sucede el tercero y cuando quería dar el cuarto una mano me toma por el hombro, no era una mano pequeña, era la mano de un orangután. —Vuelve adentro, han pagado una fortuna por ti esta noche, debes obedecer. Era Braulio, el guardaespaldas estrella de Jefa y tenía razón, si ella lo había enviado conmigo, la suma de por medio era muy grande. Usando una sola mano coloca las mías en mi espalda y me obliga a entrar, le digo muchas cosas absurdas para que no le diga nada a mi clienta, pero no me escucha y espera conmigo en la cama hasta que ella regresa.
—Te vi salir corriendo desde el momento en que me di la vuelta. Fui por algunas cosas para divertirnos mejor, sin embargo es un gusto que Braulio esté con nosotros ¿Braulio, usted ya disfruto de este hombre? Me dijeron que ayer le dieron una despedida entre todos los del servicio. El orangután contesta que no me tocó y que debe retirarse a vigilar afuera. —No, por favor, yo insisto en que lo tomes frente a mí, te daré una buena propina si no quieres hacerlo por gusto. Alan, sube a la cama y colócate en cuatro amor. Él me observa, ella le ofrece un fajo de billetes y vuelve a mirarme. Toma el dinero y se aproxima. —Hazme un favor, primero penétralo con el consolador y luego, al mismo tiempo, hazlo tú. A ver si con eso suplica piedad.
Escuché todo, las noticias me hacen palidecer, Marco me había dicho muchas veces que una doble penetración no tiene nada de placentero, la primera vez perdió el conocimiento mientras dos hombres embestían su interior al mismo tiempo. Braulio se coloca tras de mí y yo respiro profundo, levanto más la cadera para que él maniobre mejor, el hombre mete de prisa el artefacto en mi ano y el esfínter, ya herido con anterioridad, me provoca un ardor insoportable al tiempo que se contrae y las palpitaciones me matan de dolor. Hundo el rostro en mi brazo derecho y ella se para junto a mí, me prende de los cabellos y enfoca mis ojos, su rostro refleja cuánto le complace mirar las lágrimas que escurren por mi rostro.
—Ahora penétralo tú Braulio. Bajo la mirada lo más que puedo y siento el ardor, la desesperación, el miedo, el tormento que supone una segunda verga en mi ano. Ella me libera y se aferra a mis testículos, los aprieta con crueldad, perfora uno con algo que no alcanzo a distinguir desde mi posición. Me levanto con rapidez y Braulio me devuelve a mi posición agarrando mis caderas. El miedo pasó, regreso a mi estado anterior, no siento malestar en mis testículos, sólo algo caliente que escurre por mis piernas. Creo que perdí el conocimiento, ahora estoy recostado en la cama y las embestidas de Braulio me mecen estrepitosamente, lo escucho gemir y ella me está mirando arrodillada junto a la cama. El orangután se corre y saca su enorme verga junto con el consolador de un solo tajo. Sólo entonces dejo escapar un gemido.
—Eres duro Alan. Me hubiera gustado conocerte en otro momento, habría sido tu mejor clienta. Voltéalo Braulio, amárrale manos y pies a la cama. Una vez boca arriba ella toma una navaja y la clava en mi muslo derecho jala hacia abajo y lame el arma. Mi boca reclama, pero mi orgullo la hace callar; ahogo un grito que deseo hacer escuchar. — ¿No vas a gritar? Ante mi silencio recorre con la navaja mi pecho, busca mis pezones y les hace un rasguño, los pincha con crueldad. —Una última pregunta Alan, ¿cómo te hiciste esta herida? Pregunta por la desgarradura que tengo en un costado del abdomen. Ya no tengo voz, es un hilo de ésta la que quiere responder. —Está bien, pensé que no serían tus gritos lo último que escucharía esta noche, me equivoqué. Me apresuro a hablar: —Fueron los guardaespaldas de Jefa, querían hacerme creer que moriría si no gritaba e hicieron la incisión.
—Es interesante, pero ya es muy tarde. La idea de escucharte gritar me enloquece. Aún no ha terminado la frase cuando un ardor abrazador se incrusta en mi costado, ha vertido el mismo líquido que usaron en mis pezones. Cierro mi boca herméticamente y la mandíbula me duele del esfuerzo que hago por no gritar, tristemente, mis esfuerzos son inútiles, pues ella vierte el líquido en mis testículos: al principio no grito, son gemidos, luego pellizca mis genitales, los retuerce con sus manos y me obliga a aullar. — ¿Braulio cuánto debo pagar si él fallece aquí? Él responde en voz baja, no alcanzo a escuchar.
—Bien, llévatelo ya, de cualquier forma no creo que sobreviva esta noche y tengo otro hombre esperando en la habitación contigua, con él saciaré toda mi excitación. Ella me da un beso, me dice adiós al oído y me desea suerte. Braulio desata mis manos, estoy tan cansado… me ayuda a incorporarme y caminamos dos, tres, cuatro pasos no sé, estoy a punto de perder el control.
* * *
Despierto, escucho el viento soplar frenético, hace frío, tengo demasiado. Estoy en el suelo, mi cuerpo convulsiona y la pequeña bata que traigo puesta no me protege del suelo helado y duro, miles de granitos de arena se incrustan en mi piel castigada y apenas alcanzo a vislumbrar a Isobelle de rodillas junto a mí, otras dos mujeres a su lado y un hombre igualmente arrodillado a mi lado izquierdo. Todos temblamos de frío o miedo, como un rezo escucho la voz de Katty: Las bestias nos devorarán, van a violarnos y luego nos comerán, jamás regresaremos, somos basura. Lo repite una y otra vez.
Al frente, se vislumbra un horizonte contrastado por la oscuridad de la noche y la del piso en un exterior gélido y desolador. Las figuras de cuatro hombres se aproximan lentamente, conforme se acercan veo el tamaño descomunal de dos de esos hombres, tienen al menos dos metros y medio de altura. Hay poca luz, lo único que distingo bien es el rostro de un joven que se acerca lentamente hacia nosotros y entonces veo a Jefa, ella le hace frente, se nota el nerviosismo en sus manos, las revuelve una y otra vez. El muchacho le sonríe y nos contempla, me observa y sus facciones cambian, creo que siente pena por mí.
—Buenas noches ¿es usted Alexander?
—No, le fue imposible presentarse hoy, sin embargo, yo puedo manejar la transición, tengo el permiso de Dark. Jefa no dice nada más, nunca la había visto tan nerviosa, se dirige a nosotros, le explica que yo soy carne muerta o a punto de morir, lo mismo señala de Lorena y dice que Isobelle podría ser una gran ayuda en la cocina, ensalza las virtudes de las otras chicas y a mi compañero lo describe como alimento fresco. El joven agradece y sin más hace una señal para que las criaturas que están detrás de él nos tomen a Lorena y a mí como si fuésemos bultos de harina, los otros tienen que caminar por su cuenta detrás de nuestros captores.
He vuelto a desvanecerme, sin embargo me ha despertado el agua fría al contacto con mi piel, unas regaderas enormes nos están bañando, estoy desnudo otra vez y ese muchacho me observa fijamente mientras intento mantenerme despierto. A la luz del lugar puedo admirar mejor a las bestias, son altas y negras, tienen garras y colmillos descomunales, me miran con hambre y no entiendo qué los detiene. Sería mejor que terminaran conmigo ahora, el dolor se ha confundido completamente a partir de mis caderas, ya no entiendo cuál es la herida más grave. De la nada aparece un hombre alto con una autoridad de hierro, nos observa y nos reconocemos enseguida, nos miramos un momento y él decide ignorarme por completo.
—John, Dark quiere darte un regalo, es tradición que en cada donación su elegido pueda quedarse con algún humano, puede ser tu capricho esta noche o tu esclavo hasta que te canse, no importa cuánto te dure, lo que importa es a quién eliges. Estoy seguro que será una mujer, la que tenga mejores proporciones, sin embargo, algo dentro de mí lo intuye: tal vez fue el corto pero revelador momento en el cual nos miramos Alexander y yo, tal vez la compasión del chico, su rostro comunicándome que sentía pena por mí exclusivamente entre todos o simplemente mi mirada suplicante rogándole que me dejara morir en paz en algún rincón de esa caverna.
—Quiero a ese hombre. Me señala. Alexander quiso disuadirlo, pero el chico no cambió de opinión. Soy consciente de que mis heridas no sanarán, esta noche fue la última que contemplé, he perdido tanta sangre que el frío ha penetrado en mis huesos y ya no me es posible sostenerme en pie ¿salvarme la vida? No, salvarme la muerte, finalmente conseguiré la paz. Espero que Marco no haya sido tratado igual, que siga retozando con hombres por dinero y se sienta un poco más libre de lo que yo me he podido sentir.
Una bestia me está trasladando a otro recinto, me colocan en la cama y vuelven a amarrarme, el chico se sienta frente a mí y entonces lo veo salir de las sombras: es una bestia enorme y oscura que me mira ansioso, no entiendo qué es, pero su presencia no es igual a la de las otras bestias, él me atemoriza de sobra y el tacto de su lengua en mis testículos me avisa que mi agonía todavía no llega a su fin.
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