Las victimas de Dante: Mi hermano – Por Xeda
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Xeda.
Creo que la mejor forma de introducir este relato al lector es presentado a mi amada.
La única que de verdad sabe cómo darme placer, la que nunca me falla.
Solo tocar su cuerpo blanco y brillante, de perfectas proporciones, hace que mis otros sentidos enloquezcan.
Su boca silenciada y susurrante hace del acto un placer inaudible, no emite ruido alguno, el silencio tras acabar te regala un placer silencioso, que nadie más siente, el placer más grande que me puedo producir.
Su empuñadura plateada con motivos dorados se adapta perfectamente a mi mano que, con un dedo, acaricia el gatillo a la hora de disparar.
Me llamo Dante, tengo 29 años y soy un asesino.
No trabajo para nadie.
No obedezco órdenes.
Elijo a mis presas solo porque me atraen, por pura diversión.
Hoy he matado a mi hermano.
No distingo entre hombres o mujeres, tan solo les doy el placer máximo antes de que mi amada me produzca el clímax.
Me encantan los tríos.
Das placer a uno mientras que el otro te lo produce a ti.
Mi amada siempre está presente en ellos, siempre acaba el trabajo.
Vivo en una ciudad en la que los ricos son muy ricos y los pobres son felices con lo poco que tienen.
La policía ha dejado de hacer su trabajo en Grand Town.
En las calles se mueven drogas, prostitución, se dan palizas, se producen asesinatos.
No tenemos gobierno, no tenemos un Rey.
Tú elijes como vivir y cuando morir.
Mi hermano es uno de esos ricos muy ricos.
Siempre hemos estado muy unidos.
Hablábamos, reíamos, compartíamos todo, pero nunca hemos hecho nada… físico, por así decirlo.
Tenía ganas de darle placer a mi hermano, de hacerle sentir que un hombre puede darle tanto o más que una mujer.
Como ya he dicho no elijo entre hombres y mujeres, solo disfruto.
Esta tarde hubo una fiesta en el edificio Gold Royal.
Por supuesto, yo no había sido invitado.
Era una fiesta de máscaras, algo anticuada para el tiempo en que vivimos.
No me hizo falta esconderme entre las sombras o hacerme pasar desapercibido.
Tan solo conseguí una máscara, me guarde a mi amada en el bolsillo interior de la chaqueta y me cole en el edificio.
Gente ataviada con lujosas ropas, máscaras de oro, adornos más caros que la pintura más valorada.
Bebida, mucha comida y lo único que me gusto de aquella horrible estampa: música clásica.
No hay mejor regalo para el oído que saber apreciar cada nota de una buena composición.
Perderte en sus compases, dejarte llenar con su sinfonía.
Encontré a mi hermano rodeado de mujeres que babeaban por él.
Todos sabemos que el dinero hace de un hombre un ser atractivo, pero es que encima el siempre había tenido un don para atraer a las mujeres.
De hecho, se le podía ver por los bajos fondos de la ciudad utilizando este don para traficar con mujeres.
Exacto, a mi hermano le gustaba más una mujer que a un niño pequeño una piruleta.
Pero no seria para mí un impedimento.
Hasta el hombre más mujeriego puede sucumbir al deseo de otro hombre.
Gracias a mi interminable paciencia aguante unas largas tres horas en aquella inmunda estancia.
El alcohol había hecho efecto en muchos de los invitados.
Mi hermano se dispuso a salir con dos mujeres bastante bien dotadas.
Era mi oportunidad.
Les seguí hasta el ascensor.
El momento no podía ser más propicio.
Los cuatro, sin testigos, bajando unos interminables 20 pisos.
Hay veces que es mejor hacer las cosas rápidas, actuar sin pensar pero con eficacia.
Dos pañuelos de cloroformo hicieron soñar a nuestras jóvenes acompañantes.
Mi hermano se volvió hacia mí con la intención de hacer algo en tan extraña situación.
Le descubrí mi cara y su rostro, enfadado hacia escasas milésimas, se tornó en felicidad.
Ya le daba igual lo que le había hecho a las ahora dormidas jóvenes.
Me dio un abrazo que mostraba su alegría al verme.
Frio como el hielo paré el ascensor, me acerqué a él y empecé mi conquista: “Hermano, ¿quieres gozar como nunca?” No asombrado con mi pregunta, él me respondió: “Jajaja, sabía que me habías preparado algo con estas putas, pero no hacía falta que las durmieras”.
Me acerqué a su oído.
El calor de mi aliento y mi tranquila respiración cerca de su oreja le erizaban la piel.
“No tiene nada que ver con ellas.
Yo puedo darte mucho placer hermano” Antes de que pudiera articular palabra, paseé lentamente mi lengua por su cuello mientras que con una mano palpaba su cada vez más abultado pene.
Su piel se ruborizo más, casi temblaba, y me dijo: “Dante hermano, me parece que has bebido demasiado.
Sabes que soy más de mujeres así que mejor dejémoslo”.
Yo nunca me doy por vencido, y mucho menos ante una víctima.
Intentó apartarse pero mi mano, ya dentro de su pantalón, apretó sus testículos fuerte pero muy placenteramente, lo que hizo que se detuviera.
Ya no le cavia el pene en el pantalón.
Le estampé contra la pared del inmóvil ascensor, le quité la chaqueta y le arranqué la camisa.
El temblor de sus piernas me confirmaba que un par de palabras y actuar rápido es la mejor táctica para hacer que alguien sucumba a tus encantos.
Seguí lamiéndole el cuello mientras masturbaba su largo y grueso pene.
Seguí bajando hasta llegar a los pezones, que después de unas cuantas visitas de mi lengua, se empinaron como si nunca lo hubieran hecho, lo que me permitió morderlos y sacarle su primer gemido.
La clave es no preguntar si le gusta, lo mejor es seguir, no dejar reaccionar a tu víctima.
Su pene ya empapado latía entre mis dedos.
Tenía un pene bastante grande, algo curvado hacia la izquierda y bastante grueso.
Sus marcadas venas seguro que ayudaban a dar placer a cualquier vagina o ano.
Su glande era grande y pedía a gritos que alguien lo empapara de saliva.
Le bajé los pantalones y deje al descubierto su culo perfectamente colocado sobre una delgada cintura.
Empecé a chuparle los testículos, le daba pequeños y suaves mordiscos que hacían que su pene latiera con más fuerza entre mis dedos.
Llevé mi lengua desde ellos hasta su glande, ya completamente empapado de líquido pre seminal.
Con una mano restregué el líquido por todo su pene, con la otra, le acariciaba la entrada de su ano que ya empezaba a dejarme meter la punta del dedo.
Empecé a chupársela.
Tengo que reconocer que me dio mucho más morbo de lo normal, tal vez por el incesto que estaba cometiendo… Tendría que haberlo hecho mucho antes.
No cesaba de masturbar su ano mientras exprimía al máximo su pene con mi boca.
Me levanté y le besé.
Me devolvió el beso como si llevara toda la vida amándome en secreto.
Nuestras lenguas se abrazaban, nuestra saliva se mezclaba y el aroma de su pene invadía su boca.
Estábamos los dos muy excitados, hace mucho que mi pene se me había salido de los pantalones a causa de la erección que tenía.
Le di la vuelta, le apoyé contra el ascensor y le penetre su ano.
Sentía mi pene muy apretado y caliente.
Llegue hasta el fondo con la primera penetración, lo que le hizo emitir un gemido de placer.
Empecé a follarlo muy fuerte.
No sé si alguna vez le habían penetrado el ano, pero lo que es seguro es que había descubierto el paraíso.
Mientras le daba placer en su ano, mi mano hacia lo propio con su pene, masturbándolo rápido y fuerte.
Un temblor excesivo de pies a cabeza, el doblarse de sus rodillas y su semen caliente resbalando por mis dedos me hizo ver que acababa de correrse.
Había llegado el momento de que yo le llenara el culo de mi caliente leche.
Mi momento de placer.
Eché mano a mi amada, había llegado el momento de empezar el trío.
Solté el pene de mi hermano, le cogí del cuello mientras seguía follándole su ya bien dilatado ano y le susurré al oído: “Espero que te haya gustado hermanito.
Ahora, voy a terminar dentro de ti.
Te voy de llenar el culo de semen.
Después, te lo chupare para tragármelo.
Aunque eso no creo que lo sientas”.
Una caricia, un susurro y una penetración: mi dedo acaricio el gatillo, el silenciador hizo del ruido sordo del disparo un susurro y la bala penetro rápidamente su espalda acomodándose en su corazón ya muerto.
Sin necesidad de seguir follando su cuerpo inerte, un gran clímax invadió mi cuerpo e hizo que le llenara el culo de semen.
Tal como le dije, le chupé el ano para beber mi caliente semen.
Volví a activar el ascensor y salí tranquilamente por la entrada principal del edificio.
Me había follado a mi hermano.
Había matado a mi hermano.
Todo el mundo cae ante un par de palabras bien enlazadas y unas cuantas acciones rápidas.
Mi amada lo había vuelto a conseguir.
Con tan solo acariciar su gatillo me da placer.
Siempre me lo da, nunca me falla.
Una víctima más que tachar de mi lista.
No es la primera ni será la última, pero ella siempre estará conmigo.
Xeda
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