No. 2
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
No. 2
Su nombre era Adán, tenía diez y siete años, al límite de mi deseo y al mismo tiempo la joya más bella que he tenido en mis manos, gemía con complicidad y culpa cuando besaba su cuello, cuando le mordía suavemente el labio inferior, el chico creo disfrutó tanto como yo nuestro encuentro y no era para menos me di el lujo de desearlo más allá del sadismo y las ganas de sangre, me di el placer de embriagarme con sus besos y de poseerlo como si fuese mi amante, el al principio se negó, pero poco a poco a base de regaños, caricias, golpes y palabras cedió hasta ser el más sumiso de las criaturas.
Lo encontré en un parque lejos donde vivo, un lugar que había seleccionado para hacer mi casería, el recuerdo de Miguel aún me perseguía me incitaba a repetir la acción, por eso fui a aquel pequeño parque, en medio de una colonia tenía todo para atraer a los jóvenes que yo buscaba, una zona de patinaje era el escenario ideal, no saben cómo agradezco al gobierno por incluir varias por toda la ciudad. Llegué al lugar a las seis de la tarde había algunos chicos y me acomodé cerca para apreciarlos sin llamar la atención, noté como sus delgadas figuras deambulaban entre las rampas, haciendo trucos en las skate, riendo y animándose, dándose consejos como si tratara de un complicado arte, sus cuerpos delgados me resultaban apetecibles, sus pieles manchadas por el sol, sus frentes llenas de sudor, su piernas algunas aún lampiñas que salían de sus pantalones cortos indicándome el camino para subir a placeres más pecaminosos, sus traseros torneados por la actividad física y la inocencia de su edad, ninguno de ellos alcanzaría los diez y ocho años de edad, todos oscilaban entre los trece y diez y siete, en la edad perfecta.
Tuve que entretenerme en el gimnasio al aire libre para no llamar demasiado la atención, las ansias me consumían, deseaba tomar a cualquiera de esos dulces efebos para hacerlo mío, para tomarlo con brusquedad, arrancarle las ropas y penetrarlo a fondo, escuchando sus gritos sus gemidos al sentirse poseído por un hombre, mis pensamientos pecaminosos me distrajeron no me percaté cuando un grupo de 3 chicos se acercaba y se sentaba en una banca al costado de donde yo estaba, fueron sus voces las que me trajeron a este mundo de vuelta.
-Tú no podrías- dijo uno de ellos, tendría 14 años, no era agraciado más que por los dotes normales de esa edad, sus ojos marrones me miraban e invitaban a sus compañeros a hacer lo mismo, yo estaba en las barras subiendo y bajando con relativa facilidad, mi cuerpo marcado, musculoso me hacía presa de miradas de mujeres y algunos hombres, pero el saberte observado por un grupo de adolescentes era algo que me excitaba bastante.
-claro que si puedo- refutó el chico que cambiaría para mi esa noche y todas las siguientes, ahí estaba mirándome con sus ojos esmeralda, aceptando el reto de su compañero caminó a paso lento pero seguro hacia la barras, mi corazón latía con fuerza y mis pantalones a penas y podían ocultar la erección descomunal que tenía en ese momento, me sonrió y le regresé el gesto, bajé de la barra y le miré fijamente, miró las barras a sus 167 cm debí parecer un gigante con mis 210cm de alto, agache la mirada tomé una toalla que había llevado y sequé el sudor de mi cuello y frente, noté que me miraba detenidamente, en segundos recorrió mi pecho orgulloso, mi marcado abdomen y estoy seguro que miró mi entrepierna con deliciosa calma, fueron segundos de su contemplación, se acercó a la barra e intentó tomarla, pero esta escaba de su alcance por centímetros, fue tierno y gracioso ver como intentaba estirarse para tomarla, sus amigos reían a lo lejos, dio un salto y pudo tomar con una mano la barra, se estiró lentamente y se sujetó con ambas manos, batallaba, sus delgados brazos daban a entender que fuera del skate y algunas abdominales el chico no hacía más ejercicio, se estiró e hizo un para antes de que quedar colgado medio cansado.
-te lo dije- remató uno de sus amigos, me levanté y me acerqué a él le di algunos consejos y le animé a seguir, escuchó atento colgado de esa barra mientras lo alentaba, aprendió a hacerlo no hizo muchas pero las suficientes para acallar a sus amigos.
-gracias- dijo con ese tono tan delicioso de la voz joven pero masculina, le sonreí, estuvieron un rato revoloteando y jugando por ahí a las diez de la noche ya casi no quedaba nadie, yo seguí en una rutina sencilla, sólo para tener un pretexto para estar ahí, ellos continuaban siendo víctimas de mis miradas, en especial Adán, al poco rato sus amigos se despidieron y él se quedó sólo, era su plan, me deseaba, el joven era homosexual y me deseaba, se acercó y empezó una charla informal, hablamos de deporte y ejercicios por varios minutos, al casi dar las 11 me dijo que ya se iba, le contesté que yo igual, le pregunté por dónde vivía y fingí que tomaría ese camino por si quería que lo llevara, me sonrió enseñando sus blancos y hermosos dientes, caminamos a mi camioneta, abrí la puerta trasera con el pretexto de que la puerta delantera estaba descompuesta, subió por su propio pie, antes de que pasara hacía el pasillo delantero le tomé del brazo, me vio extrañado, pero sonriente, sintió el calor de mi cuerpo a través de mi mano, lo jalé hacia mí, sentí su corazón agitado y nervioso, pegué mis labios a los suyos y no me rechazaron, al contrario pareció derretirse ante mi beso, saboree aquella boca juvenil con sabor a miel y canela, mis manos sujetaron su cuerpo y al poco tiempo cayó desvanecido entre ellos, le inyecté el tranquilizante sin que lo notara.
Era realmente angelical la vista que tenía desde mi espejo retrovisor, Adán en la parte de atrás inconsciente, amarrado de piernas y manos, con una cinta en la boca por si despertaba en el viaje a la fábrica de mi familia, el viejo edificio estaba a las afueras de la ciudad al otro lado, fue un camino largo pero permaneció dormido todo el viaje, despertó hasta que ya estaba amarrado sobre la mesa de trabajo, se le notaba confundido con su mirada perdida y sus labios entre abiertos, cuando descubrió su desnudes intentó cubrirse pero sus manos estaban atadas una a cada lado, su piernas igual, llegué un segundo después y le sonreí, forcejeaba intentando liberarse pero inútil.
-Déjame!!!- Gritó, sonreí ante su impotencia, me acerqué a él y acaricié su cuerpo desnudo, él no podía impedírmelo, gritaba diciendo que lo soltara, que lo liberara, pero sus suplica y gritos eran inútiles, recorrí cada rincón de su cuerpo sintiendo lo terso de su piel, viendo la blancura de esa carne, llegué a sus genitales y empecé a jugar con ellos, acariciándolos suavemente, con delicadeza, ahí fue cuando cedió dejó de gritar y empezó a disfrutar de mi caricia, su miembro respondió a mis toques, erecto y lubricando, infantil a la vez que viril, ese pene de 16cm se levantaba orgulloso, sus huevos se retraían contra su cuerpo, en un jalón de mi mano podría castrarlo por completo, sus pequeñas joyas lucían diminutas entre mis dedos, y el gemía con cada rose de mis dedos.
-Te gusta- afirme pero no hubo respuesta, volteó su rostro lleno de culpa, pero sus mejillas sonrojadas, el calor de su cuerpo, su erección, y su corazón agitado lo delataban por completo, mi mano descendió por su perineo hasta sus glúteos que estaban bajo la mesa, me introduje entre sus piernas y a penas rosé su ano no pudo sofocar el gemido, una sonrisa iluminó mi rostro.
-Déjame- dijo suplicante, pero en un tono que nadie le hubiese creído, incluso sabía él que a pesar de no tener las amarras en ese momento no intentaría huir, si no que se entregaría a mí, bese sus labios colocándome sobre de él, y lo liberé, sus brazos se prendaron de mi cuello mientras su boca respondía a mis besos, mi lengua exploraba aquella suave cavidad y el sabor a canela invadía mis sentidos, liberé sus piernas y le cargué sentándonos frente a frente, su boca desesperada empezó a saborear mi cuello, mis manos acariciaban su espalda y en esa posición ya podían explorar sus blancos glúteos, gimió y mordió sus labios cuando rosé su ano y casi enloquece cuando sintió mi dedo entrar en sus carnes, gemía como nunca he vuelto regodearse a alguien con algo dentro de él, el joven dejaba que mi dedo entrara más y más en él hasta que uno no fue suficiente y otro se introdujo, soltó un pequeño quejido, pero no se resistió en absoluto.
-Te gusta?- cuestioné y sus ojos esmeralda se prendaron de los míos, sonriente afirmo en silencio, le cargue aún con mis dedos dentro de él, le voltee y lo coloque sobre la mesa, sus piernas a penas y alcanzaban el suelo, sus trasero levantado se venía suculento con mis dedos ahí metidos, los saqué y él gimió, no le hice esperar mucho, bajé mi pantalón deportivo y mi pene erguido estaba listo para lo que mi mente deseaba, de un solo golpe, sin piedad alguna introduje la inmensidad de mi carne en su recto, gritó pero no me importaba, me insultó e intentó zafarse pero era inútil, mis manos se aferraron a sus caderas y su forcejeo sólo me hacía disfrutar más, empecé a embestirlo con fuerza, la mesa rechinaba con cada embestida, su boca lanzaba maldiciones y gritos de dolor, mi pene entraba más y más en su cuerpo llegando a lugares jamás tocados, el lloraba, sus lágrimas corrían por sus mejillas llenas de pecas, gritaba que lo soltara, que parara, y a cada suplica recibía el rigor de mi deseo, su ano se abría y cerraba enrojecido, prácticamente se la sacaba entera sólo para volver a entrar, sus manos poco a poco dejaron de resistirse, empezó a aceptar su calvario con resignación, aún se quejaba con cada embestida y sollozaba como una puta, pero no había nada que pudiese hacer y lo sabía, continúe sin detenerme, entrando y saliendo de su cuerpo, cuando dejó de resistirse pude levantar su pecho y llegar a sus labios, me beso con desdén, pero poco a poco dejo que lo hiciera mío, poco a poco el dolor de su ano pasó, poco a poco su sufrimiento se hizo gozo, poco a poco sus quejidos se volvieron gemidos, poco a poco empezó a disfrutar de mi verga en su culo.
-Te gusta?- pregunté de nueva cuenta, no contestó, pero empezó a moverse, a marcar un ritmo más cordial para su cuerpo y le dejé hacerlo, dejé que lo gozara que sintiera lo que es tener un hombre dentro, al poco rato sus gemidos me indicaron que estaba listo, empecé de nuevo a aumentar el ritmo, llevándolo lentamente a la agonía del placer, su pene estaba erecto y cada embestida palpitaba, le di vuelta y lo senté en mis piernas sin salir de él, lo deje montarme y empezó solo a enterrarse mis carnes en su ano, no sonreía pero lo disfrutaba, estaba molesto por el abuso, y eso me excitaba, aceleré el ritmo de sus sentones y lo hice correrse abundantemente, mancho su pecho, su cuello en los primeros chorros de semen, luego su abdomen y sus piernas, lentamente sus jugos bajaron a mí, me corrí también dentro de él, lo levanté y sus piernas temblaban, lo ayudé a llegar a un pequeño catre y cayó rendido, le mire ahí desnudo boca abajo con el culo abierto y enrojecido, se veía suculento con sus hombros llenos de pecas y su cuerpo blanco sin bello alguno, sólo tenía un pequeña mata sobre sus genitales, del mismo claro color que sus cabellos.
-Descansa- le dije mientras preparaba lo siguiente, no tuve que amarrarlo, sabía que no huiría y así fue incluso pude dejarlo sólo por minutos y no intentó nada, en su interior las emociones luchaban, el miedo, el deseo, la ira, el dolor, el placer, el gozo, la culpa, se notaba su confusión en su silencio apacible, lo había domado, le había mostrado que si yo deseaba podría sentir dolor y placer por igual, preparé todo y cuando estaba listo, le tomé del brazo, lo cargué como si se tratara de un hilacho y lo pasé sobre mi hombro, el semen empezó a escurrir de su culo abierto, lo llevé hasta la X de madera, la miró con miedo pero no se resistió, le amarré de espaldas, sujetándole pies y manos, con los metálicos grilletes, me alejé a contemplar la escena de ese culito respingón y su espalda blanca, relamí mis labios, la boca se me hacía agua y mis ojos estaban abiertos de par en par, tomé el fuete de negra piel y di un primer golpe que quedó marcado en un rojo vivo en su espalda, de su hombro derecho a su glúteo izquierdo, grito como nunca en su vida, un segundo golpe para completar la equis roja en su blanca piel, y uno más, empecé a golpearlo sin piedad alguna, dejando marcas carmín en su espalda, el gritaba, maldecía, pedía en vano que parara, cuarenta golpes cayeron en su espalda, al final estaba tan roja como una manzana, el gemía y lloraba, le ardía como nada en su vida, cambié de herramienta por el látigo de 6 puntas, y empecé ahora a marcar sus glúteos, el gritaba presa del dolor, cada golpe propinado hacía que su garganta se abriera liberando el quejido ensordecedor, yo disfrutaba de cada uno de sus bramidos, hasta que ya no pudo más y a pesar de abrir su boca completamente no salía nada más.
-Te gusta?- pregunté con ironía, su piel estaba roja intenso, el sollozaba, le dejé descansar mientras apreciaba mi obra, me acerqué y sobé aquella piel magullada, el gimió al contacto de mis manos y susurró un déjame tan apagado como el de quien sabe que cualquier suplica es inútil, di una suave nalgada con mi mano mientras le indicaba que esto aún no acababa, tomé una vara de la mesa, una vara de bambú y empecé a golpearle la espalda y los glúteos por igual, cada más fuerte y seguido, sin detenerme, como poseído, sollozaba y presionaba sus dientes mientras lagrimas escurrían de su rostro, cada golpe fue maltratando su blanca piel hasta que se empezó a partir, soltando livianas gotas de sangre, en poco tiempo su espalda sangraba y estaba llena de morados moretones, sus glúteos tenía marcadas líneas purpuras, y el ya no podía gritar, lloraba desconsolado, seguí sin detenerme hasta que mi brazo se cansó y su espalda estaba al rojo vivo, sangrando, mostrando piel viva rojiza como si se tratara de solo un trozo de carne roja, me acerqué a él y bese sus heridas, el gemía al contacto de mis labios pero disfrutaba del sabor de su sangre, lamí y disfrute de esa delicia, pensé incluso en devorarlo, comérmelo como si fuera simplemente una cabrito y yo un lobo hambriento, pero la idea duró poco en mi mente, tenía otros planes, caminé a la mesa y tomé una botella de vodka, le di una trago que bajó por mi garganta caliente, le di a beber a él y casi se ahoga ahí amarrado, tosió ante el calor de la bebida.
-Te serviré otro- le dije, el negó en silencio, pero al sentir el líquido recorrer su ensangrentada espalda se volvió loco de dolor, el traslucido fluido entró en sus heridas y limpió la sangre, le vacié la botella entera en su espalda hasta que perdió el conocimiento.
Goce de su cuerpo por diez y ocho horas, las mejores horas que un chico me ha dado.
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