Rompeme en pedazos – 2
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por ViejitoMalo.
Rompeme en pedazos – Capítulo 2
Dos años antes
Me obligaste a tomar un vaso de leche tibia, que sabés que detesto.
Me hiciste poner de pie, y mirándome fijamente a los ojos empezaste a desabrochar los botones de mi camisa, tras lo cual te ubicaste de espaldas a mí y agachándote un poco para llegar a mi altura, apoyaste tu cara entre mi hombro y mi cuello, y respirando suavemente en mi oído, me quistaste la prenda, tocando y rozando con tus dedos mi cuerpo, siempre sin decir ni una palabra, pero disfrutando de la piel de gallina con la que yo reaccionaba al contacto de tus manos.
Hiciste un bollo con la camisa y la tiraste, lejos de nosotros. Tus enormes manos fueron a los lados de mi cara y se deslizaron apretando con fuerza por ella hacia mi cuello, luego mis hombros y finalmente se apoyaron en mi pecho, en el que hiciste una suave presión que me empujó hacia atrás, hasta apoyar todo mi cuerpo en el tuyo, haciendo que un escalofrío me sacudiera cuando apoyé mi espalda desnuda en tu fornido pecho, siempre libre del más mínimo pelo.
Deslizaste tus manos por mis flancos mientras te acuclillabas, hasta que llegaste a la cintura de mi short. Enganchaste tus dedos en él y mientras lo bajabas a lo largo de mis piernas, apoyaste tu cara en mis nalgas, refregándola en ellas.
Te alzaste detrás de mí, me tomaste por los brazos y empezaste a besar y mordisquear suavemente mi cuello, haciéndome empezar a gemir.
-¿Estás listo?
-Siempre estoy listo para vos.
Me hiciste acostar en la mesa, boca arriba y con la cabeza girada mirando hacia donde estabas vos, mientras te quitabas tu bóxer, mostrándome a “la bestia”… Los dos sabíamos todo lo qué me ibas a hacer, y ambos lo queríamos.
Te acercaste a mi costado y miraste mi erección con una sonrisa. Manoseaste mi pija, apresándola en tu mano junto con mis testículos. Te agachaste a buscar algo en el estante debajo de la mesa y sacaste una bolsita de plástico transparente y una banda elástica. Metiste mi pija parada dentro de la bolsita y usaste la gomita con varias vueltas para sujetarla alrededor de mi tronco, mientras mi respiración se agitaba cada vez más.
Te acercaste a donde estaba mi cabeza y aprovechando tu altura apoyaste tus testículos en mi boca para que yo pudiera chupártelos, y de paso, para que ambos pudiéramos ver hasta dónde llegaba tu verga, apoyada sobre mi cara y mi cuerpo… ¿Veintiocho…? ¿Treinta…? ¿Ocho o nueve de diámetro…?
Mida lo que mida, es “la bestia”. La bestia de mi animal. Si me la pudieras meter toda por la boca, llegarías hasta bien adentro de mi estómago… Un escalofrío me recorrió, porque sabía que algún día finalmente me lo harías.
Sacaste tus huevos de mi boca, y fuiste acercando el glande…
-Chupala, pero un poco nada más, no te entusiasmes.
Te la chupé y lamí todo lo que pude, mientras suspirabas roncamente.
-¡Basta, puto!
Me tomaste por las axilas y tiraste de ellas hacia vos, hasta que mi cabeza quedó colgando de la mesa. Fuiste metiendo en mi boca esa verga de burro que tenés, desgraciado, y sin dejarme tomar nada de aire, traspasaste el fondo de mi garganta una vez tras otra hasta que en medio de mis arcadas y gorgoteos agónicos, tal como querías que ocurriera, vomité la leche que había tomado, ensuciando mi frente y mi pelo, pero también enchastrándote la pija. No te importó nada, y seguiste serruchando en mi garganta, en medio de mis arcadas, hasta que la sacaste, reluciente y enaceitada con leche y mis propias babas.
Reubicaste mi cabeza sobre la mesa, con mi cara chorreando. Me rodeaste, caminando con parsimonia, disfrutando anticipadamente de lo que me ibas a hacer, mientras la punta de tus dedos recorrían mi cuerpo, presionándolo desde el hombro hacia abajo, pasando por el centro de mis axilas, subiendo a mi pecho, descendiendo por mi estómago hasta el ombligo, pasando por mi pubis, mi pija, mis huevos, hasta detenerte en mis caderas, que tomaste con fuerza con ambas manos, para girarme como si fuera un muñeco de trapo, y dejarme boca abajo.
Me tomaste fuertemente por los tobillos y diste un brusco tirón, que me deslizó hacia atrás, hasta quedar la punta de mies apoyados en el piso.
-Despacio, por favor, despacio… No me lastimes…
-¿Ahora pedís que te tenga contemplaciones, hijo de puta? Vos vas a aprender lo que es una orden mía.
Enterraste tus pulgares en la parte interna de mis nalgas, que rodeaste con tus manos para estrujarlas con fuerza, y escupiste con fuerza en mi ojete, como con bronca. Apoyaste el glande en mi ano, y me la enterraste de un golpe, sádicamente… Como nos gustaba a ambos. Tu “castigo” no había hecho más que empezar.
Grité. Grité para vos, que te gusta escucharme, y grité por mí, porque el dolor era inhumano. Y grité para los dos, para darnos ánimo a que me rompieras otra vez el orto, con bronca y furia, y a empujarme a que te pidiera más y más.
-¡¡¡AAAAGGGGHHHH!!!! ¡¡Así!! ¡¡Reventame, por favor…!! ¡¡AAAGGGHH!!… ¡¡Más fuerte, dale, matame hijo de puta!!
Tu reacción no se hizo esperar: mientras me la enterrabas hasta los huevos, me cagabas el culo a cachetadas, escuchándose el ruido de tus golpes por sobre mis gritos.
-Sos un puto de mierda, pero tu ojete todavía no está bien dilatado. Un día de estos te voy a aplicar mi tratamiento especial, -decías, mientras con la mano izquierda me levantabas la cabeza tirándome de los pelos, y me mostrabas tu mano derecha, cerrada en un puño que más se parecía a una maza que a una mano humana. –Quedate tranquilo, que cuando te entierre este puño en ese culo de puto, aunque te duela un poco, va a terminar gustándote.
-¡Dale, hijo de puta! No veo el momento de que me lo agrandes bien… ¡¡¡¡AAAAGGGHHHHH!!!!
Me enterraste toda esa verga en el orto una, y otra, y otra vez, llegando siempre hasta el final de mi recto, haciéndome gemir, resoplar y gritar de dolor, hasta que finalmente lograste hacerme acabar un torrente de semen hirviendo, que llenó la puta bolsita en la que habías encerrado mi pija.
-¡Qué acabada te mandaste, nene! Alcanza para encremarte bien el cuerpo…
Me sacaste la verga del orto, mientras sacabas la gomita que habías puesto en mi tronco, quedándote con la bolsita repleta con mi leche. Mi izaste y tendiste nuevamente sobre la mesa, boca arriba, mientras yo trataba de no apoyarme en mi dolorido culo. Tomaste la bolsita y derramaste mi propia acabada en mi pecho. Con tus manos desparramaste mi semen sobre mi cuerpo, luego sobre los hombros, y finalmente en mi estómago. Cuando terminaste, te alcanzó para acariciar mi cara, y dejarla igual de embadurnada que el resto de mi cuerpo.
-¿Te gusta así, putito?
No habías acabado. Tenías esa terrible resistencia, perro…
Me sentía como una bolsa de papas, pero pese a ello me incorporaste, y como sabías que si me soltabas me caería, no te quedó más remedio que atarme, con los brazos arriba, enganchados con una soga de la argolla que hace tanto tiempo instalaste en la madera del techo, aunque a ninguno de los dos nos gustaran las ataduras, ni las necesitáramos…
Giraste la polea hasta que quedé con el cuerpo estirado, con mis pies rozando el piso.
Encendiste tu habano, mientras me clavabas la vista, con esos ojos grises, de gesto duro.
-¿Te vas a hacer una pajita después? -Pregunté. -Digo, con la leche que te guardaste…
Aspiraste con fruición, hasta que la colilla quedó incandescente.
-No esperes más –te dije, desafiándote.
Buscaste con tu mano a mis espaldas, y con dos dedos recogiste el hilo de sangre que salía de mi culo y los llevaste a tu boca, degustándolos. Acercaste tu boca a mi oído y mientras agarrabas con fuerza mis huevos musitaste: -están sobrando, algún día te los voy a aplastar a patadas…
Y acercando tu cigarro a mi testículo, lo apoyaste con fuerza.
El ramalazo de dolor me hizo estirarme sobre la punta de mis pies, mientras a ambos nos llegaba el acre olor a carne quemada.
-¡¡¡AAAAGGGGHHHH!!!… ¡Aggghhh, ah, agh!… ¡El otro, maldito! ¡Ahora el otro…! Quemame el otro, hijo de puta… ¡¡¡Quemame el otro, quemámelo, que no te sirven para nada!!!
-No. El otro lo dejo para otro día. Ahora preparate –Dijiste mientras te retirabas, acariciando con tu mano mi cara.
Agarraste el rebenque que más te gusta, ese que tiene nudos en los extremos de los tientos de cuero… Te paraste, mirándome.
-Pedí…
-Pegame.
-¿Así? –Preguntaste, soltando sobre mi cuerpo un golpe corto, que restalló sobre mi pecho.
-¡¡Que me pegues, te dije!!… Las caricias dejalas para después… ¡¡Ma-ri-cóóónnn…!!
Te vi parado frente a mí, con tus ojos desorbitados por mi insulto, y supe con alegría que acababa de despertar al animal salvaje, escondido en ese cuerpo que no tenía parecido alguno con el mío. Era una masa de músculos que se estaban tensando.
Iba a cobrar, ahora sí que iba a cobrar…
Levantaste tu brazo derecho, mientras mascullabas una retahíla de insultos, a los que siguió una lluvia de feroces azotes en todo mi cuerpo, en medio de mis gritos, de mis insultos, de mis puteadas… Y de mis suspiros de excitación.
Azotaste mi pecho, mi vientre, mi cuello y parte de mi cara, dejando marcas en todas partes, pero donde más golpeaste fue en mis pechos, extrañamente algo hinchados desde mi niñez, y que te fascinan, haciéndolos sangrar casi enseguida.
Cuando terminaste, el frente mi cuerpo estaba surcado por las marcas rojas y negras que dejaron tus latigazos, mientras yo respiraba pesada y agitadamente, y un hilo de semen se proyectaba desde mi pija al piso…
Te acercaste a mí, y te pusiste a lamer mis heridas, mientras me mirabas a los ojos. Tu lengua estaba manchada con mi sangre, y cada tanto la metías dentro de tu boca y tragabas… ¡Te tragabas la sangre de mis heridas! ¡Cómo hubiera querido besarte en ese momento, para compartir el gusto!
-¿Te gustó, puto?
-Hhhh.
-Todavía no terminó, -dijiste mientras te ibas a mis espaldas.
-Este culito de mina que tenés también va a recibir lo suyo, -dijiste mientras acariciabas mis nalgas con restos de sangre seca, de cuando me hiciste pedazos el culo.
Escuché tus pasos alejándote de mí.
-Puto de mierda… Ya vas a ver para qué me guardé la leche. –Y otra lluvia de azotes empezó a caer sobre mi zona dorsal, no sólo sobre mi culo, sino en mi espalda, con más fuerza – si cabe – que los golpes que me diste por delante. Grité, grité y grité con todas mis fuerzas, pero nada te detenía…
Ni ninguno de los dos lo quería…
Te paraste a mi costado izquierdo y empezaste a azotarme en la axila, descargando fortísimos golpes de derecha y de revés, haciendo que mis alaridos atronaran la sala…
Me empecé a mear encima, provocando tus risas, mientras buscabas mi otro costado para repetir la azotaina en la otra axila.
Todo mi cuerpo, todo, era una masa sanguinolenta, mientras de mi pene también sangrante (ahí siempre te gustó pegarme con más saña) volvía a emerger un postrer chorrito de leche, síntoma inequívoco de que junto con el brutal dolor, alcanzaba otro orgasmo.
Desde el costado, me abrazaste y mientras juntabas tu musculoso cuerpo sin un solo pelo y con una fina capa de sudor, con el mío, transpirado y sangrante, chupaste la sangre que goteaba de mi axila, que después mordiste con algo de fuerza, avanzando con tus mordiscos por mi pecho, mis tetillas, y finalmente mi cuello, donde mordiste con más fuerza, haciéndome fantasear con que algún día quisieras comerme, pedazo a pedazo, desde una parrilla donde me asarías a fuego lento.
Cuando te separaste de mí, tu cuerpo estaba manchado en varias partes con mi sangre… Estabas para chuparte, hijo de puta.
-¿T… T… Ter…m… Terminaste?
-Por ahora sí.
-¿Y…, y l…Laa… Laa leche?
-Ahora vas a ver para qué era la leche, puerco de mierda –dijiste, mientras soltabas mis ataduras, con lo que mi cuerpo cayó al piso como si no tuviera huesos.
Levantaste mi cabeza tironeándome de los pelos, y pusiste tus dedos pulgar e índice en mi frente, levantándome en vilo y forzándome a poner mis ojos sumamente abiertos a la altura de tu verga enhiesta.
-Te van a arder un poquito los ojos, nene, -dijiste, mientras te pajeabas fuertemente con tu mano derecha.
-¡¡Dámela…!! ¡Tirámela toda donde vos quieras…! ¡¡¡Llename toda la cara con tu leche!!!
En medio de rugidos empezaste a acabar sobre mi cara, llenándome de leche los ojos que por no poder cerrar ardían más todavía. Toda mi cara quedó bañada con chorros de tu semen, mientras me mirabas, en medio de tus últimos estertores posteriores a la feroz eyaculación que te (me) guardaste para este momento… En eso sí éramos parecidos: acabábamos los dos como si tuviéramos un sifón de semen…
Me quería agarrar la pija para masturbarme, pero era imposible tocármela sin que me doliera. Desistí. Ya me mataría a pajas en otro momento.
-Limpiátela con los dedos… Ya sabés lo que tenés que hacer…
Pasé mis dedos por encima de mis ojos, antes que nada, pero igual me seguían ardiendo. Los llevé a mi boca y me los chupé para limpiar toda tu leche, que después tragué. Repetí el procedimiento con toda mi cara, mirándote, aún con mis ojos enturbiados y ardidos. Toda tu abada pasó de mi cara a mis manos, de mis manos a mi boca, y de mi boca a mi estómago, para digerirte, y para que así fueran a mi torrente sanguíneo, para que tus espermatozoides pudieran coger y preñar a cada una de mis células.
Me soltaste los pelos. Me apoyé en las manos para no caerme al piso. Me mirabas, todavía con la pija – ahora un poco más floja – en la mano.
-¿Qué? ¿Hay postre…? –pregunté.
-¡¡Sí, vicioso de mierda, tomá!! –y empezó a caerme un fuerte chorro de tu tibia meada en el pelo, la cara, los ojos, el cuerpo, la pija, las piernas… Estabas bañando en orina todo mi lastimado cuerpo… Hasta que cortaste abruptamente el chorro.
-Abrí la boca.
Todo lo que te quedaba de orina, que era bastante, fue a parar a mi boca, para que yo la degustara y tragara, mientras me pasaba mi mano por todo mi cuerpo, para asegurarme de que todo él quedara cubierto en tu meo… ¡Hubo postre completo!
-¿Listo, putito?-me preguntaste.
-Por ahora sí.
-Vamos, entonces, que te llevo a la ducha y después a curarte.
Te agachaste y me levantaste en tus brazos como si yo fuera un muñeco, mientras me abrazaba a tu cuello, y apoyaba mi cabeza en tu pecho.
-Te amo papá.
-Y yo a vos, nene, pero tenés que hacerme caso cuando te ordeno algo… Besame, dale, y dejá te cogerte a tu vieja cuando yo no estoy.
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