El Jefe (59) se despide de Nina (13), con una ayudita del doberman Mandinga
Como cada año, el Jefe se irá de vacaciones tres semanas a Cuba. Antes, el depravado la hace fumar marihuana y cogen desenfrenadamente. Mandinga hace una aparición estelar en medio de la romántica orgía, preparándose para tenerla 25 días sola para él..
CAPÍTULO 17: semanas con Mandinga
Los amantes se durmieron temprano y se despertaron temprano. Nina ya estaba con los ojos como el dos de oro a las seis y pico de la mañana, el Jefe duró hasta las siete y pico. Lo de Nina era comprensible: cada vez que el viejo verde se quedaba a dormir en la Habitación 1, a la mañana siguiente le propinaba las peores palizas o las más retorcidas torturas.
La nena debió esperar para orinar a que su macho se despertase y dejase de aferrarla entre sus rudos brazos. No pudo evitar que Mandinga se abalanzase sobre su conchita cuando estaba de cuclillas orinando y se la limpiase ávidamente. Se lavó los dientes en el lavabo sin hacer caso al perro, que la seguía lengüeteando aprovechando su posición inclinada sobre el lavabo, y de inmediato se dio una rápida ducha helada, mientras el Jefe se levantaba y se ponía una abrigada bata. Cuando Nina se acercó a la mesa, el viejo verde sostenía un finísimo y suavísimo kimono dorado con un estampado de dibujos de niñas hentai que yo mismo había diseñado, inspirándome en su melenita carré color cocacola. Se lo puso y después la estrechó entre sus rudos brazos y la frotó cariñosamente. ‘¿Te gusta?’, le preguntó.
‘Sí, es muy lindo’, contestó la nena escrutándolo.
‘Todo para mi putita preferida’, la besuqueó el viejo verde. Después de chuponearla así parada al lado de su silla un par de minutos, agregó ‘Hoy vamos a coger mucho y todo el día, ¿sabés? Así no nos extrañamos tanto las próximas tres semanas. Andá a traer el desayuno’, le ordenó finalmente.
Devoraron el doble desayuno americano. Luego la nena, obediente, le fue a servir desayuno y agua al perro. Cuando volvía, el viejo tenía entre sus manos la cola peluda con el plug anal. El Jefe le hizo señas de que se girara, levantó la parte trasera del sexy kimonito y atornilló pacientemente el plug rosa. La nena apenas emitió algunos sordos quejidos. Luego la sentó sobre su falda y cada uno aspiró un par de rayas de un centímetro. La nena ya sabía tomar merca: el Jefe contempló extasiado la pequeña naricita contorsionándose y la expresión atenta de la nena, que se cambió por una expresión placentera de ojos cerrados mientras se pasaba dos deditos por la nariz y luego se los lamía para limpiar los restos.
‘No me gusta que te saques los restos vos, me gusta sacártelos yo con la lengüita’, sonrió el Jefe, besuqueándola.
‘Perdón’, rogó coquetamente la putita con una sonrisa y una mirada que ya pedían verga. ‘Te convido’, agregó, y le encajó un besazo de lengua que el Jefe recibió asombrado y complacido. Era evidente que la nena pretendía minimizar la posibilidad de una sesión de torturas matutina.
Me fui a orinar y, cuando volví a la Habitación 2, el chuponeo seguía, aunque ahora la mano derecha del Jefe tironeaba para arriba la cola peluda, mientras la mano izquierda hurgaba picaronamente entre las piernas de la putita, que se retorcía como si la estuvieran cogiendo entre dos. Lo más llamativo para mí es que el Gotexc de la noche anterior ya se había disipado en sus cuerpos, y el que acababan de probar tardaría un par de horas antes de empezar a excitarlos.
El viejo verde se puso de pie, con la nena colgada de sus hombros con las manos y aferrando las caderas de su macho con las piernas. La ensartó ahí nomás y la llevó ensartada hasta la colchoneta, besuqueándola y chuponeándola toda.
Se tiraron sobre la colchoneta chuponeándose desesperados. El Jefe le abrió el kimonito hentai y le chupó golosamente las tetas ya adolescentes: gordotas, hinchadas, de pezones diminutos, infantiles aún, pero puntudos. Los labios y las manos del Jefe recorrieron el vientre translúcido hasta llegar a la conchita. El Jefe apartó los muslitos mientras los plegaba sobre el torso de Nina, para darse un buen banquete de concha.
Después de doce minutos de Nina retorciéndose contra la lengua del Jefe, el viejo verde se apartó, vio las casi invisibles marcas de dientes caninos en el muslito derecho de Nina y sonrió. Se encaramó sobre la nena y la penetró lentamente, degustándola con la pija, mientras la nena rodeaba las caderas viejas con sus piernitas y acariciaba el pecho peludo y fofo de su macho. Se la cogió así, lenta y largamente, y recién después de veinte minutos terminó poniéndola en cuatro, quitándole el plug de un destemplado tirón y ensartándole el ojete para empezar a darle con mayor tenacidad. El Jefe tenía muy claro que a la nena no le gustaba por ahí (y uno de sus mayores goces era cogerle el culo cuando la tenía más caliente), pero pese a que se estaba despidiendo de ella por tres semanas y quería complacerla, no pudo evitar gozarse ese culazo que era sólo suyo hasta que se cansara de él.
Esperó hasta último momento y recién ahí la sacó y le llenó las nalgas, las caderas, la espaldita, los hombros y la melena de leche a su putita. Silbó a Mandinga para que le quitara los restos de semen a la nena, que se dejó hacer, exhausta boca abajo en la colchoneta, y fue al servicio a recoger dos nutritivos desayunos, más una pipa de agua y una bolsita llena de flores de marihuana. Luego, por primera vez, llamó por su nombre a la pendeja, que se quedó discretamente conmocionada al oírse nombrar por primera vez en casi ocho meses: ‘Nina, pegate una ducha así desayunamos’.
La nena se duchó rápidamente con agua tibia, seguida por el perro como si hubiera un imán en su conchita. Se secó con el toallón que había quedado colgado en el hasta ese momento inútil toallero entre el lavabo ínfimo y la letrina sórdida, esquivando con mínimos movimientos pero a veces infructuosamente los lengüetazos íntimos de Mandinga. Luego se envolvió el toallón verde claro divinamente, como un turbante, alrededor de la cabellera, recogió de la colchoneta el arrugado, sudado y un poco lecheado kimono hentai, se lo ciñó y fue hasta la mesita a desayunar. Olió con gula infantil el jamón y los huevos fritos calientes, el pan de miga recién horneado y con manteca derretida.
‘No aspires tanto que no es merca’, bromeó el Jefe, antes de darle un beso en la mejilla izquierda y ponerse a engullir el primer desayuno a medias con la ninfa, chuponeándola toda cada tanto, engrasándole el cuello y el hombrito izquierdo, y pasándole bocados de huevo frito y pan de vez en cuando en chupones que llenaban a la nena de asco y deseo.
Terminaron de desayunar y cada uno se bebió un vaso de agua. Luego la nena llenó de nuevo los cuencos de Mandinga con agua de la canilla. De pasada volvió a lavarse los dientes; el viejo seguía invicto esa mañana, pero, quizá por complacer a la nena en su despedida, acto seguido se lavó los dientes (con el cepillo de ella).
Cuando volvió, le dijo a la putita sentada en la silla de tijera ‘Parate y apoyá la barriguita en la mesa’. La nena obedeció impertérrita y el Jefe fue a la colchoneta a buscar la cola peluda con plug anal vibrador. Cuando lo vio, la nena alcanzó a reprimir un gesto de contrariedad que en otro contexto podría haber redundado en una paliza.
El viejo le levantó el kimono y le atornilló pacientemente el plug en el ano, dejando la cola peluda enhiesta. Luego se sentó y volvió a sentar a la nena en la falda. Con ella entre sus brazos, preparó la pipa de agua y le enseñó a la nena cómo tenía que fumarla.
Las flores eran una bomba, una sola seca larga nos dejaba seis horas grogui a nosotros, de manera que imaginé un largo día de lujuria con la nena recontra dada vuelta. En esta jornada, las órdenes excluían al perro del Gotexc; el Jefe la quería gozar a sus anchas, y se había guardado estas flores para que la fiesta fuera inolvidable: se iba a llevar los videos que yo editase de estos dos días para no extrañarla tanto. La nena, si había agua en la canilla, invariablemente le servía agua a Mandinga de allí (es decir, sin Gotexc), de manera ella misma colaboraba de modo ignaro con nuestros objetivos.
Volviendo: pegaron tres secas cada uno. Ya en la segunda la nena estaba con los ojos rojos y la cara transformada; se trastornó visiblemente cuando el Jefe empezó a mordiquearle el cuellito y el hombrito izquierdos mientras ella fumaba. En la tercera seca, la nena ya clavaba el pubis en la huesuda, peluda y regordeta pierna derecha del Jefe, que le iba pasando la lengua por toda la piel que el kimono no tapaba.
Cuando terminaron de fumar, empezaron a chuponearse fervorosamente. El Jefe se detuvo luego de unos pocos minutos para introducir su mano izquierda entre los muslitos de la nena y (según mostró perfectamente una cámara de zócalo) masturbar suavemente el clítoris frotando su capuchón de manera lenta y metódica. La nena empezó a retorcerse al segundo y a gemir a los pocos segundos. Al minuto ya estaba pidiendo ‘Ay sí, cogeme. Cogeme toda’.
El Jefe, también sacado, le dijo ‘Me encanta violarte. ¿Te gusta que te viole?’.
‘Síii, me encantaaa’, gimió la nena, convulsionándose ante la inminencia del orgasmo. Entonces el Jefe aceleró su pajeo de clítoris y la nena se orgasmeó tempestuosa y largamente, sus buenos tres minutos, hasta quedar con la cabeza apoyada en la mesa y jadeando.
El Jefe la dejó recuperarse un momento y luego le ofreció un vaso de agua. Él se tomó otro. Los dos estaban con los ojos rojos y cruzados. La nena observó en plena paranoia la mirada diabólica del Jefe, que le ordenó ‘Pedime que te viole’.
A juzgar por la expresión que puso, la nena casi se orgasmea de nuevo y en seco al oír la orden del Jefe. Temblando de deseo y de miedo (quizá), mirándolo a los ojos con esa cara de puta amedrentada que excitaba tanto al Jefe, Nina obedeció ‘Violame’.
De inmediato, el Jefe la alzó como a una plumita y se la llevó en andas hasta la colchoneta. La arrojó boca arriba y la nena lo miró abriendo las patas, con las manos apoyadas en la colchoneta. El viejo verde se le arrojó encima y le desgarró el kimono hentai a tirones, empezó a chuponearla y mordisquearla toda, le abrió las patas con sus rodillas y la ensartó ahí nomás.
Le abrió los brazos en cruz y así, amarrándola de las muñecas, la cabalgó briosamente mientras la miraba con expresión malévola. La nena se debatía entre el placer, el dolor y el furor sexual.
Después de cinco minutos, la aferró fuertemente de los hombritos y le siguió dando con saña; al rato, empezó a escupirla en la cara; entonces la nena soltó dos meadas cortas, abruptas, que bastaron para empaparle los pelos de las bolas al Jefe (según me contó después). El depravado metió la mano derecha en el bolsillo correspondiente de su bata y puso el plug vibrador (por lo visto) al máximo. De inmediato, Nina lo levantó de dos conchazos como nunca jamás había pasado, dando dos alaridos, el último desfalleciente: recién empezaban y ya tenía la boca seca de tanto sudar y orgasmear fumada.
El Jefe le puso las rodillitas juntas a un costado y ensartó la conchita de sentado, con la nena ya exánime, aplaudiendo los jamoncitos a pijazo limpio. Al costado, la cola se sacudía como un rabo real por los estremecimientos anales de la nena. Los dos estaban empapados en sudor, pese al frío atroz (cuatro grados a esa hora); el perro se había echado en el centro de la Habitación 1, en diagonal al vértice más cercano de la colchoneta, y los observaba olisqueando y moviendo las orejas; pese a su aspecto feroz, el doberman era bonachón y juguetón, pensé; no era la imagen que me había dejado cuando se cogió a la hija quinceañera del concejal.
Cuando sintió que las piernas y los orificios de la nena ya no hacían ninguna presión, el Jefe se sentó con la verga sobre la cara de Nina y se la refregó bien. Le pellizcó fuerte un pezón para hacerla revivir y, cuando la nena reaccionó, le preguntó ‘¿Estás bien? ¿Querés agua?’.
‘Sí’, replicó la nena de inmediato, todavía semidesvanecida. El Jefe apagó el vibrador y fue a buscar agua. Bebió él dos vasos y volvió a la colchoneta vaso y jarra en mano. La nena se tragó dos vasos y revivió un poco.
El Jefe la esposó con las manos atrás, le puso la almohada abajo y le cogió la conchita aplastándola contra la colchoneta y apretándola entre sus piernas y sus brazos. Después de un rato, prendió otra vez el vibrador y Nina empezó a aullar como tigresa en celo; el Jefe le daba pijazos más lentos pero más duros, que se quedaban clavados con saña hasta el fondo, desbordando completamente de placer a la nena, que al ratito ya se quedó sin aliento, toda flojita y con sólo su conchita y culazo, por reflejo, estremeciéndose orgásmicamente.
‘Ahí te va la leche de tu macho, puta, recibilaaa’, exclamó el viejo verde deslechándose. Esto recrudeció el orgasmo perenne que la nena venía gozando desde hacía un par de minutos; revivió, se sacudió como pudo bajo su amo y gimió un par de veces, agotada.
El Jefe se acostó boca arriba y la abrazó, envueltos en el jergón (la conchita, invisible, chorreando leche de viejo sobre la colchoneta).
‘Ay, qué rico que estuvo’, valoró la nena, toda sudada y todavía estremecida y esposada.
‘¿Te gustó, puta? A mí también. Me encanta violarte’, concedió el Jefe.
Nina se sonrió y admitió ‘Me encanta cuando me das con todo’.
‘Lo sé’, repuso su macho.
Se besaron unos minutos como novios en luna de miel y luego la nena, sedienta, obtuvo permiso para ir a beberse dos vasos, tras ser desesposada. Se envolvió en el kimono hentai ya desgarrado (y que le quedaba así, toda despeinada por las salvajes cogidas recibidas esa mañana, todavía más sexy) y fue hasta la charola a buscar una de las dos jarras llenas que había dejado yo recién. En la segunda mitad del trayecto, Mandinga se le acercó como una luz y le lambeteó la leche de los muslitos, llegando hasta la conchita y haciendo retorcerse a la nena, que, no obstante, no intentó eludir la picarona lengua.
Se bebió dos vasos de agua casi a fondo blanco y la mitad de un tercero, ya apoyada en el hueco del servicio, mientras Mandinga tenía la cabeza oculta bajo el kimono y entre las piernitas de ella.
Ya convulsionando, abandonó el vaso de papel en el servicio y se fue deslizando, con las palmas de las manos apoyadas en la pared, hacia el suelo. En cuanto las manitos de la nena tocaron el piso, Mandinga intentó montarla. Nina, notando que ya no estaba siendo chupeteada por su macho más peludo, se puso en cuatro paralela a la pared, se enrolló el kimono hentai sobre la cintura y dejó que Mandinga intentara subírsele; acomodó las patas delanteras para que la aferrase, agarró la verga a medio parar de Mandinga y se la ensartó en la conchita. Había pasado en menos de 24 horas de ser violada horrorizadamente por un doberman a violar ella al doberman.
En otro plano, el Jefe se había quedado mirando entre sonrisas la escena, pero desde que Nina se deslizó hacia el suelo ya miraba con ojos desorbitados por el asombro. ‘No puedo creer que sea tan puta’, murmuró con admiración, no sé si para sí o para mí también.
Huelga decirlo, en cuanto Mandinga se sintió adentro de la nena empezó a galoparla con esa velocidad auténticamente sobrehumana que su cadera propiciaba, agarrado de las patas traseras por Nina para que no se le zafase. Todo mientras la verga se iba terminando de parar en dos minutos. A los cuatro minutos de cogida (el efecto del Gotexc del día anterior ya se había disipado, esto era puro amor del doberman), la nena ya chillaba incesantemente y de modo animal; el Jefe, desde la colchoneta, había afirmado la almohada y la espalda contra la pared de la cabecera y había prendido el plug vibrador con el control remoto que tenía en el bolsillo de su bata.
A los ocho minutos, el animal, desorientado probablemente por la vibración del plug en el ano de Nina, intentó zafarse, pero la experta putita lo mantuvo aferrado entre sus manitos todavía infantiles. El perro se quedó inmóvil, pero la nena siguió sacudiéndose y el vibrador vibrando, de modo que a los tres o cuatro minutos Mandinga empezó a lanzar su precum, generando una expresión de plácido reconocimiento en el rostro de Nina, que ya estaba evidentemente esperándolo.
La putita siguió sacudiendo el culazo para gozarse más el plug anal y la poronga de Mandinga, hasta que, después de un cuarto de hora, el doberman le lanzó su verdadera lecheada. A la putita se le aflojaron las piernas y se derrumbó en el piso con las rodillitas medio flexionadas y abiertas, pero las manitos todavía lograron aferrarse a las patas delanteras de su macho más peludo hasta que éste se vació de manera completa, al cabo de varios minutos.
Luego de su último y aniquilador orgasmo, Nina soltó, casi exánime, las patas de Mandinga, que lamió primero el inmundo charco de leche y luego la inmunda conchita llena de ídem hasta que se aburrió. Cuando acabó, se apartó y fue a beber agua y acostarse bajo la ducha. La nena, en cambio, quedó tirada en la misma posición en la que la había abandonado el perro, aún chorreando semen canino.
El Jefe se paró, se sacó la bata, caminó hacia la diagonal opuesta de la Habitación 1 donde yacía toda lecheada su putita, la alzó en brazos, le quitó el kimono hentai, que cayó sobre el charco de leche, y caminó hasta la ducha. Echó al perro, que fue a tirarse al centro de la pieza, y abrió la canilla de la ducha, que empezó a expeler agua a la temperatura perfecta para esa fría mañana.
Sin dejarla tocar el piso, bajo el agua abundante que la caída de la habitación iba llevando suave pero inexorablemente hacia la letrina metálica, la abrió de patas y la empezó a coger contra la pared, chuponeándola y exclamando desesperado, ‘¿Cómo podés ser tan puta? Me volvés loco, Nina’.
La nena revivió enloquecidamente al oír tan próximos su nombre y su adjetivo calificativo, y gritó ‘Síiii, soy muy puta y me encantaaaa. Voos mee hiciste asíiiii’.
El Jefe enloqueció de deseo y empezó a sacudir a la plumita de poco más de un metro cincuenta y menos de 40 kilos pero cada día más pulposa y cogible. La levantaba y la bajaba de las caderas a toda velocidad mientras la nena, primero, tragaba un montón de agua, ahogándose entre gemidos, y luego se abrazaba a su macho menos peludo para recibir mejor los pijazos sin tragar agua.
Cuando se le cansaron los brazos, el Jefe la dejó en el suelo, la puso de cara a la pared, le abrió las patitas pateándole suavemente los tobillos a modo de indicación, la levantó de la empapada cola peluda hasta dejarla en puntitas de pies, la agarró de una cadera con la mano libre y le ensartó la conchita. Teniéndola así, con las manitos apoyadas contra la pared, el culo bien parado por la cola peluda en tensión, bien abierta de patas y en puntitas de pies como una experimentada putona, la sacudió salvajemente por unos cinco minutos. Entonces se detuvo bruscamente, sacó la verga de la conchita, hizo dar medio giro y arrodillarse a la nena y le cogió salvajemente la bocaza adolescente, aplastándole la cabeza contra la pared, aferrándole los cabellos fuertemente para darle verga a gusto hasta llenarla de leche entre rugidos. Aplastada, la nena se contorsionó como pudo para no ahogarse tanto mientras recibía varios lechazos torrenciales en su garganta, sin intentar apartar a su violador con las manos para no concitar una paliza.
Al final, el Jefe se dejó caer de rodillas contra la pared de la ducha, mientras la nena expelía una materia viscosa que científicamente se podría definir como ‘guasca’ y respiraba fuerte tratando de recuperar su ritmo normal. Ambos, mientras la ducha seguía derramándose sobre ellos.
Todavía jadeante y en el piso, el Jefe apagó la ducha, se levantó y ayudó a levantarse a su putita de lujo. ‘Estuviste maravillosa, nadie me saca la leche como vos’, la elogió. La putita agradeció con una expresión de modestia y timidez angelical que me hizo cimbrar la pija sin tocarme, desde mi puesto en la Habitación 2.
Se fueron a tirar a la colchoneta a mirar TV, exhaustos, un par de horas. Al final, el Jefe comentó ‘Tengo ganas de tomar mate. ¿Sabés cebar?’.
‘Algo’, concedió la modesta putita.
A los cinco minutos les bajé por el servicio un juego de mate y un termo lleno (de agua y de Gotexc) y el Jefe contempló extasiado cómo su linda criollita preparaba la cebadura. La había dejado vestirse a elección de su ya nutrido guardarropas (o más bien, cuelgarropas). Ahora bien, su nutrido guardarropas estaba enteramente compuesto de disfraces de putita, por lo que eligió un vestido micromini negro con flores verdes estampadas de tela bastante gruesa, y arriba un cardigan verde agua que cuyo cierre subió hasta el cuello. En los piecitos, sólo las pantuflas peludas que el Jefe le dejaba usar. Y, por supuesto, sin tanga ni corpiño, ad maiorem viri gloriam.
‘Sos una gran cebadora, gauchita. Te merecés muchos pijazos en recompensa’, elogió el Jefe luego de unos mates. La gauchita agradeció con una modesta y subyugante sonrisa de putita.
La nena ya estaba alzada por el Gotexc, de manera que el agotamiento por las palizas sexuales de las últimas veintipico de horas no lo sentía tanto, apoyada por la merca y relajada por la flor fumada. Pero el Jefe no le dio bola porque ya le había dado hambre, así que enseguida les bajé un nutritivo estofado de cordero que los dejó pipones.
Después de eso fumaron de nuevo, se echaron a mirar TV un rato y durmieron una siesta de casi dos horas, mientras el perro correteaba sin parar por la pieza, ya sintiendo el encierro.
El resto de la tarde (hasta una tardía y nutritiva merienda), lo pasaron cogiendo como novios, fumando y tomando merca. Al final, el Jefe sacó a pasear un rato a Mandinga y volvió para dejarlo en la Habitación 1 y despedirse. La chuponeó dulcemente, aplastándola en un abrazo de oso de parado, hasta que se resignó a irse. Le esperaban cinco días encerrado en el sótano de su casa, liquidando sus últimos asuntos antes de partir hacia Cuba y observando por el circuito cerrado de la Habitación 1 cómo evolucionaba el noviazgo entre Nina y el doberman.
Hola ¡Buen relato! Me gustaría saber si podrías considerar darle un final feliz a Nina, o tal vez seguir la historia así con menos maltrato. Muchas gracias
Sí, de hecho estoy reescribiendo dos capítulos y me falta escribir el último, que tiene un final feliz. Pero me tengo que sentar a escribirlos 😛
Gracias por comentar!