Hacia el corazón del bosque maldito parte 1
Anais y su criada Sonya pasarán por terribles dificultades para llegar a la ciudad de Olgort..
En una época donde la magia y los misterios aún se entrelazaban con la vida cotidiana, dos mujeres se disponían a atravesar un bosque tan antiguo como temido. Anais, una mercader de renombre, era una mujer de unos 50 años, con una presencia que desafiaba el tiempo. Su cabello rubio, largo y ondulado, caía en cascadas sobre sus hombros, destacando su figura voluptuosa y sus grandes pechos. Vestía un corsé de cuero oscuro, ajustado y decorado con intrincados bordados dorados, que acentuaba su figura y le confería una elegancia sensual. La falda que llevaba era larga, de un tejido pesado y resistente, de un color verde musgo que evocaba los bosques que recorría. Sus botas de cuero, resistentes y gastadas por los caminos subían hasta justo por debajo de las rodillas, dejando entrever el borde de unas medias gruesas de lana. Una capa de lana gruesa, con capucha forrada en terciopelo rojo, la protegía del frío y de las miradas indiscretas.
A su lado, Sonya, su fiel criada, no era menos llamativa. A sus 30 años, era baja y esbelta, con un cuerpo delgado y ágil. Su cabello rubio, más claro que el de Anais, estaba trenzado y recogido en un moño, lo que le daba un aire práctico, pero no exento de encanto. Vestía una blusa de lino blanca, con mangas abullonadas que terminaban en puños ajustados. Sobre la blusa llevaba un chaleco de cuero marrón, ceñido a su figura y abrochado con finos cordones. Una falda más corta, de color marrón tierra, dejaba ver sus piernas largas y firmes, envueltas en medias de lana color crema. Como su ama, llevaba botas de cuero, pero más ligeras, ideales para moverse con rapidez. Una capa marrón, más sencilla y menos ornamentada que la de Anais, la protegía de los elementos mientras guiaba las riendas del carro.
El carro en el que viajaban era tanto su hogar como su medio de transporte. Hecho de robusta madera de roble, sus ruedas eran anchas y reforzadas con hierro, diseñadas para soportar tanto el peso de las mercancías como los baches del camino. La cabina, cubierta por un toldo de lona gruesa e impermeable, estaba decorada con cortinas de colores cálidos que brindaban algo de privacidad. En su interior, se encontraba una cama sencilla, baúles llenos de mercancías, y estanterías llenas de pequeños frascos, telas y otros objetos exóticos. En la parte posterior del carro, un pequeño horno de hierro les permitía cocinar y calentar sus alimentos, mientras que un par de bancos acolchados ofrecían un espacio cómodo para sentarse y descansar.
La tarea que les esperaba no era sencilla: debían atravesar el Bosque Maldito, un lugar del que se decían muchas cosas, pocas de ellas buenas. La ciudad de Olgort, con sus bulliciosos mercados, era su destino, pero para llegar allí debían enfrentarse no solo a los peligros del camino, sino también a los oscuros secretos que acechaban entre los árboles milenarios. Con Sonya al frente, sosteniendo con firmeza las riendas del par de caballos que tiraban del carro, y Anais planeando las estrategias y rutas, las dos mujeres avanzaban, conscientes de que el bosque que se alzaba ante ellas no les pondría fácil el camino hacia su objetivo.
El carro avanzaba lentamente, los caballos resoplando mientras sus cascos resonaban sobre el suelo cubierto de hojas secas. A medida que se adentraban en el Bosque Maldito, la luz del sol se volvía tenue, filtrándose a duras penas entre las ramas enmarañadas y las densas copas de los árboles. El aire se hacía más frío, y un silencio inquietante envolvía a Anais y Sonya, interrumpido solo por el crujido ocasional de las ruedas del carro y el chirrido de las correas de los caballos.
Sonya, con las manos firmemente sujetas a las riendas, miraba hacia adelante con el ceño fruncido. La sensación de que algo las observaba desde la espesura la hacía estremecer.
Sonya: Ama, no me gusta esto. Hay algo en este lugar que no está bien. Tal vez deberíamos haber tomado el camino más largo. Este bosque… he oído tantas historias.
Anais, sentada a su lado con una expresión tranquila y segura, sonrió suavemente mientras ajustaba su capa para protegerse del frío.
Anais: Sonya, no seas tan supersticiosa. Estas historias no son más que cuentos de viejas para asustar a los niños. Nadie que haya cruzado este bosque ha visto sátiros ni minotauros. Son solo leyendas, y bastante exageradas si me preguntas.
Sonya apretó los labios, manteniendo la mirada fija en el camino, pero la preocupación era evidente en sus ojos.
Sonya: Pero esas leyendas vienen de algún lugar, ¿no? Se dice que los sátiros atraen a las viajeras con su música, y antes de que se den cuenta, las llevan a lugares donde nadie las vuelve a ver. Y los minotauros… se dice que son tan grandes y fuertes que pueden volcar caravanas enteras y que violan a las mujeres que encuentran. No sé si quiero descubrir si esas historias son ciertas.
Anais: Ya, ya y también dicen que los sátiros en realidad secuestran a las jóvenes viajeras para llevarlas a sus orgías en el interior del bosque – dijo ella lanzándole una mirada pícara y una sonrisa.
Anais suspiró, comprendiendo el miedo de su criada, pero no dispuesta a dejarse llevar por él. Estiró una mano y la puso sobre el hombro de Sonya, ofreciéndole un gesto de calma.
Anais: Escucha, sé que estas historias pueden ser aterradoras, pero piensa en lo que nos espera en Olgort. Si tomamos el camino más largo, perderemos días enteros, y los mejores puestos en el mercado estarán ocupados. Necesitamos llegar lo antes posible si queremos obtener buenos precios por nuestras mercancías. Este bosque es solo un atajo, nada más.
Sonya vaciló, mordiéndose el labio mientras consideraba las palabras de Anais. Sabía que su ama tenía razón en lo que respectaba a los negocios, pero el peso de las historias seguía presente en su mente.
Sonya: Entiendo lo que decís, Ama, pero no puedo evitar sentir que estamos tentando a la suerte. Y si esas criaturas están realmente aquí…
Anais rio suavemente, apretando el hombro de Sonya de manera tranquilizadora.
Anais: Querida, ¿cuántas veces hemos escuchado historias de fantasmas en los caminos o de bandidos que nunca aparecen? La gente siempre teme lo desconocido, y este bosque no es diferente. Pero te prometo que saldremos de aquí ilesas, y llegaremos a Olgort antes de que te des cuenta.
Sonya asintió lentamente, aunque la preocupación no desapareció del todo de su rostro.
Sonya: Espero que tengáis razón, Ama. No quiero descubrir que las leyendas son más que cuentos.
El carro continuó su camino, adentrándose cada vez más en el corazón del bosque. A su alrededor, las sombras parecían moverse, y el viento susurraba entre los árboles como si compartiera secretos antiguos. A pesar de las palabras tranquilizadoras de Anais, ambas mujeres no podían evitar sentir que algo en el Bosque Maldito las estaba observando, esperando el momento adecuado para mostrarse.
Lentamente, el día se desvanecía en un crepúsculo morado y dorado, sumergiendo el Bosque Maldito en sombras cada vez más profundas. Anais y Sonya sabían que continuar su viaje en la oscuridad sería una temeridad, por lo que decidieron detenerse para pasar la noche. Encontraron un claro junto a un lago cuyas aguas reflejaban la luz menguante del sol como un espejo de plata. Era un lugar extraño y silencioso, pero parecía seguro para acampar.
Anais: Este lugar servirá, Sonya. Aquí estaremos protegidas del viento, y podremos reanudar el viaje al amanecer.
Mientras Anais comenzaba a desempacar, Sonya se encargó de preparar la cena. Encendió una pequeña fogata y, con movimientos rápidos y eficientes, empezó a cocinar un guiso sencillo con las provisiones que llevaban. Anais, por su parte, se sentó en un taburete, sacó una botella de vino que había estado reservando para una ocasión especial y se sirvió una copa generosa.
Anais: Mira, Sonya, todo esto habrá valido la pena cuando lleguemos a Olgort. El oro que ganaremos con nuestras mercancías… Nos permitirá vivir como reinas por un tiempo. ¿No te gustaría que tuviéramos una casita en las afueras, lejos de todo este trajín?
Sonya sonrió mientras removía la olla, aunque su mente seguía inquieta por las leyendas del bosque.
Sonya: Sería un sueño hecho realidad, Ama. Poder descansar, dejar de viajar de un lugar a otro. Pero primero, tenemos que llegar allí.
Anais alzó su copa hacia Sonya, con una sonrisa despreocupada.
Anais: Y lo haremos, querida. Vamos, ven, toma una copa de vino conmigo. Esta noche no tenemos más que tiempo y nada de qué preocuparnos.
Sonya dudó un momento, pero finalmente aceptó la copa que Anais le ofrecía. Brindaron por su futura fortuna y empezaron a comer mientras el vino comenzaba a calentar sus cuerpos y liberar sus lenguas. La conversación se volvió más ligera, y pronto ambas mujeres se encontraron riendo y compartiendo planes sobre cómo gastarían su riqueza.
Anais: Imagina… un hermoso vestido de seda para cada día de la semana, joyas que brillen más que el sol… y tú, Sonya, con un sombrero de plumas tan alto que todos se voltearían a mirarte.
Sonya rio, sintiendo el calor del vino subirle a las mejillas.
Sonya: Oh, Ama, estáis loca. Pero admito que no sería nada mal tener un poco de lujo por una vez.
Con el paso del tiempo, la fogata chisporroteaba suavemente mientras las sombras del bosque se hacían más densas y el cielo se cubría de estrellas. Anais, algo borracha, se levantó de su taburete y empezó a moverse al ritmo de una melodía que sólo ella podía escuchar.
Sonya: ¿Qué hacéis, Ama?
Anais: ¡Vamos, Sonya! Baila conmigo. La vida es demasiado corta para no disfrutar de cada momento.
Sonya sonrió, pero de repente su expresión cambió cuando un sonido lejano llegó a sus oídos. Era tenue al principio, pero no podía ignorarlo.
Sonya: ¿Escucháis eso? Parece… parecen flautas.
Anais, ya sintiéndose despreocupada por el vino, solo rio y desestimó el temor de su criada con un gesto de la mano.
Anais: Bah, es tu imaginación. Este vino debe ser más fuerte de lo que pensaba. Vamos, déjate llevar por el momento.
Pero Sonya no podía ignorarlo. El sonido se hacía más claro, como si proviniera de las sombras del bosque que las rodeaban. Pronto, la melodía envolvía el claro, y sin darse cuenta, Sonya sintió un impulso extraño e irresistible de levantarse.
Anais la tomó de la mano, y las dos comenzaron a moverse al unísono, sus cuerpos balanceándose al ritmo de las flautas invisibles. Sus movimientos, al principio tímidos, se hicieron cada vez más fluidos, y con cada giro y vuelta, se sintieron más libres, más desinhibidas. El vino, la música, y la atmósfera las sumergieron en un trance placentero.
De las sombras, como si emergieran del aire mismo, aparecieron seis figuras. Sátiros, con cuerpos mitad hombre, mitad cabra, surgieron desde el borde del claro, tocando sus flautas con una destreza que emanaba un poder sobrenatural. Sus ojos, brillantes y llenos de deseo, se fijaron en las dos mujeres, que seguían danzando, cada vez más perdidas en la música y en la atmósfera mágica que las envolvía.
Sonya: Ama… hay alguien más aquí… – murmuró, pero su voz no era más que un susurro, ahogado por la melodía.
Los sátiros se acercaron lentamente, danzando alrededor de las mujeres, sus flautas guiando cada movimiento. Mientras danzaban, comenzaron a tocar sus cuerpos, sus manos recorriendo la piel expuesta. Anais y Sonya, completamente entregadas al hechizo, empezaron a desprenderse de sus ropas, cada prenda cayendo al suelo mientras sus cuerpos continuaban moviéndose al ritmo de la música.
El claro se llenó de una atmósfera cargada de sensualidad y magia oscura. Los sátiros, con sus sonrisas lascivas y ojos brillando con lujuria, guiaban a las dos mujeres en una danza que se volvía cada vez más intensa, más desinhibida, hasta que la noche misma parecía envolverse en el encantamiento.
Los sátiros, con sus cuerpos robustos y cubiertos de un pelaje oscuro, se movían con una agilidad sobrenatural, rodeando a Anais y Sonya mientras la música de sus flautas llenaba el claro con un ritmo hipnótico. Las manos de las criaturas, cálidas y firmes, comenzaron a deslizarse por las curvas desnudas de las dos mujeres, explorando cada rincón de su piel.
Anais, con los ojos entrecerrados por el placer que la invadía, dejó escapar un suave gemido mientras un sátiro acariciaba sus pechos con una mezcla de rudeza y ternura. Sus labios, entreabiertos, susurraban palabras entrecortadas, pidiendo más, deseando más.
Anais: Oh… sí… más…
El sátiro empezó a jugar con sus pezones, frotándolos y apretándolos, haciendo que Anais gimiera de placer.
Anais: Mmmmm…. sigueee……..
Acto seguido el sátiro empezó a lamer los pezones de Anais mientras otro se acercaba por su espalda y se ponía de rodillas, entonces empezó a masajearle el culo separándole los cachetes para tener fácil acceso a su ano, el cual empezó a lamer con su larga lengua introduciéndose lentamente en él.
Anais: Ssiiiiiiiiiii…… dadme másssssss….. por los dioses no pareissss………- La lengua del sátiro entraba cada vez más profunda en su ano haciendo qué se derritiera en un mar de sensaciones placenteras, mientras el otro sátiro devoraba con saña sus tetas, ella acariciaba su cabeza y agarraba sus cuernos para acercarlo más.
Sonya, por su parte, sentía cómo las manos de otro sátiro recorrían su espalda y se deslizaban por sus caderas, acariciando su cuerpo con una intensidad que la hacía estremecer. Cerró los ojos, dejándose llevar por las sensaciones que la abrumaban, mientras sus propios gemidos se mezclaban con los de Anais. La música, constante y penetrante, parecía enredarse en sus mentes, eliminando cualquier pensamiento racional, dejando solo el deseo.
Sonya: No pares… sigue…
Los sátiros intercambiaban miradas de satisfacción, disfrutando del efecto que su música y caricias tenían sobre las mujeres. Sus dedos, expertos y maliciosos, seguían explorando cada rincón de los cuerpos femeninos, provocando suspiros y jadeos. Anais, completamente entregada, arqueó su espalda mientras un sátiro la tomaba por la cintura, sus labios rozando su cuello.
Anais: Así… no te detengas… – susurró, su voz ahogada por el placer.
Sonya, atrapada en una vorágine de sensaciones, sintió cómo sus propias manos comenzaban a acariciar los músculos firmes del sátiro frente a ella, devolviendo las caricias con una mezcla de anhelo y sumisión. Cada roce, cada toque, intensificaba el fuego que sentía arder dentro de ella, y los gemidos que salían de sus labios se volvieron más frecuentes, más desesperados.
Sonya: Más… por favor… más…
Las flautas seguían tocando, llenando el aire con un ritmo incesante que parecía resonar en los corazones de Anais y Sonya. Las dos mujeres, completamente desinhibidas, se movían al unísono con los sátiros, sus cuerpos contorsionándose al ritmo de la música, completamente sometidas a la influencia de las criaturas.
Sonya, con los ojos medio cerrados y los labios entreabiertos, se entregó a las caricias de otro sátiro que besaba su cuello y dejaba que sus manos vagaran por su vientre y muslos. Sus suspiros y gemidos se mezclaban con la melodía de las flautas, creando una sinfonía de placer y deseo.
Sonya: «Más… no pares…»
Los sátiros, respondiendo a las peticiones de las mujeres, intensificaron sus caricias, sus manos y bocas explorando cada rincón de sus cuerpos con una destreza casi mágica. Anais, completamente sumida en el placer, arqueó su espalda mientras uno de los sátiros acariciaba sus caderas y otro mordisqueaba nuevamente sus pechos.
Anais: «Sí… más… más…»
Sonya, sintiendo una oleada de deseo que la hacía temblar, se aferró a uno de los sátiros mientras sus manos exploraban su cuerpo. Sus gemidos se volvieron más intensos, sus palabras más urgentes.
Sonya: «No te detengas… quiero más…»
Los sátiros, con sonrisas lascivas, obedecieron, sus movimientos volviéndose más audaces y sus caricias más profundas. La música de las flautas se elevó, cada nota resonando en el claro como un hechizo de placer. Anais y Sonya, envueltas en la bruma de la lujuria y la magia, se dejaron llevar completamente, sus cuerpos moviéndose al unísono con los de los sátiros.
El claro se convirtió en un escenario de deseo y lujuria, donde los sátiros se deleitaban en el control que ejercían sobre Anais y Sonya, quienes, perdidas en el trance, no deseaban más que entregarse completamente a esas sensaciones intensas y prohibidas que las habían atrapado en el corazón del bosque maldito.
El aire en el claro, cargado de lujuria y placer, se congeló de repente con un fuerte bramido que resonó a través del bosque. Las flautas de los sátiros se detuvieron bruscamente, y las criaturas se quedaron inmóviles, sus ojos llenos de pánico. Del mismo borde del bosque de donde habían emergido los sátiros, aparecieron dos figuras imponentes: minotauros. Eran gigantescos, con cuerpos musculosos y cabezas de toro coronadas por cuernos retorcidos que parecían capaces de atravesar cualquier cosa.
Los sátiros, aterrorizados, soltaron a Anais y Sonya y salieron corriendo hacia las sombras del bosque, desapareciendo en la oscuridad como si nunca hubieran estado allí. Anais y Sonya cayeron al suelo, sus cuerpos desnudos aun temblando por el éxtasis del que acababan de ser arrancadas. Aún aturdidas por el hechizo de la música y el alcohol, intentaron desesperadamente aclarar sus mentes cuando vieron a los minotauros acercarse a ellas.
La presencia de estas criaturas era aplastante, y una ola de miedo recorrió sus cuerpos, disipando rápidamente cualquier rastro de la embriaguez que las había envuelto momentos antes. Los minotauros eran enormes, sus ojos brillando con una intensidad feroz mientras se dirigían hacia las dos mujeres indefensas.
Uno de los minotauros, con un rugido gutural, se acercó a Anais. Sus manos, tan grandes que podrían aplastar cualquier cosa con facilidad, se alzaron y agarraron el cabello de Anais, levantándola del suelo como si no pesara nada. La elevó hasta que su rostro quedó a la altura de la cara del monstruo, quien la observaba con ojos inyectados en sangre.
Anais: ¡Suéltame, bestia inmunda! – gritó, tratando de zafarse mientras le lanzaba una serie de insultos, sus piernas pataleando en el aire.
Pero el minotauro no la soltó; sus dedos se apretaron más alrededor del cabello de Anais, haciendo que el dolor la recorriera. A pesar del miedo, Anais no dejó de retorcerse, su rostro enrojecido por la mezcla de ira y pánico.
La bestia la acercó hacia sí, y empezó a meterle su lengua en la boca hasta la garganta haciendo que Anais pusieron una mueca de asco y repugnancia mientras sentía esa lengua dentro de su boca.
Anais: Mmmggfff….. mmmggnnnn……..
El otro minotauro, con pasos pesados que parecían sacudir el suelo mismo, se acercó a Sonya, quien yacía en el suelo, temblando y con los ojos llenos de terror. Sus manos temblaban mientras trataba de cubrir su cuerpo desnudo, pero sabía que no había escapatoria.
Sonya: Por favor… no me hagas daño… – suplicó, su voz apenas un susurro quebrado.
El minotauro inclinó su enorme cabeza hacia ella, observándola con una mirada que mezclaba crueldad e interés. El silencio del claro era absoluto, roto solo por el pesado respirar de las criaturas y el tembloroso jadeo de las mujeres. Sonya sintió que su corazón latía con tanta fuerza que pensó que podría estallar en cualquier momento, mientras el minotauro permanecía inmóvil, su presencia aplastante y aterradora.
En ese instante, el claro se llenó de una tensión insoportable, donde el miedo y la desesperación se mezclaban con la inminente amenaza de las bestias que las habían encontrado.
El minotauro que observaba a Sonya llevo una mano a su cintura y se arrancó el taparrabos dejando al aire su enorme verga de toro luego al igual que hizo su compañero agarró a la mujer por el pelo y la acercó hasta su miembro restregándola en él, Sonya llorando de terror y temblando empezó a mover las manos hacia la enorme verga de la criatura y lentamente la agarró y empezó afrontarla al mismo tiempo que el minotauro mantenía su cara pegada a ella. Lentamente notaba como iba aumentando de grosor entre sus manos, al mismo tiempo, el minotauro aflojó la presión sobre su cabeza lo que le permitió a ella levantar la vista hacia él y con ojos llorosos ver que estaba empezando a disfrutar lo que le estaba haciendo, giró un poco la cabeza y pudo ver al otro minotauro mientras estaba introduciendo su lengua en la boca de Anais mientras ella pateaba el vientre del animal que la mantenía en el aire agarrada por el pelo.
Anais pateaba con saña el vientre de la bestia mientras esta seguía introduciéndole su enorme lengua bovina, de repente la separó de él, momento en el que ella escupió de su boca los restos de saliva que le quedaban mientras seguía profiriendo insultos y amenazas.
Anais: Pufff… estúpido animal, suéltame o ya verás… AAAaaaaaaaah….
El minotauro la agarra con su mano derecha por la cintura y empieza a elevarla por encima de su cabeza, levanta su hocico y empieza a olfatear su entrepierna Anais cierra las piernas con fuerza intentando apartar el morro del animal de su entrepierna. El minotauro con su mano izquierda agarra la pierna derecha de Anais y empieza a separárselas poco a poco, ella intenta cerrarlas de nuevo, pero no puede competir con la tremenda fuerza del animal lentamente la criatura va introduciendo su hocico hasta el peludo coño de ella.
Anais: No no…. Por favor no lo hagas – dice ella mientras sigue intentando apartar el hocico del minotauro el cual el lentamente avanza hasta llegar a su objetivo, momento en el que saca la lengua y empieza a lamerlo – Noooo…… Aaaaaaahhhhhhh… para estúpido animaaallll… – lentamente la enorme lengua del minotauro empieza a introducirse en su coño cada vez más profundo y cada vez llenándolo más.
Anais: Noooo… Aaaaaaahhhhhhhh…… Paraaaaaa…. La estás metiendo demasiado adentrooooo…. AAaahhhhhhh… Nnggghhhh…
Anais podía sentir como la lengua del minotauro estaba llegando hasta su útero al mismo tiempo Sonya seguía agarrada a la verga del otro minotauro pajeándola y metiéndola entre sus tetas al mismo tiempo que miraba con una mezcla de asombro horror lo que le estaban haciendo a su ama Anais.
Poco a poco la fuerza de voluntad de Anais se fue agotando y empezó a ser sustituida por una excitación y una calentura que y van creciendo más y más dentro de ella, lentamente sus pataleos y gritos de protesta empezaron a ser sustituidos por gemidos de placer, mientras sentía como el minotauro la agarraba con sus dos manos por la cintura juntándola bien contra su hocico para poder meter bien su lengua en ella, al mismo tiempo Anais empezó a jugar con sus pechos masajeándolos y jugando con sus pezones.
Anais: MMmmmmmmmmm….. siii…….. méteme tu asquerosa lengua hasta el fondoooo…. AAaaaaaahhhhh…. Sigue sigueeeee…… Mmmmmmm….
Sonya miraba con incredulidad y ojos llorosos cómo su ama se iba entregando poco a poco a la bestia mientras ella seguía frotándose con la polla del minotauro, la criatura miró hacia abajo fijando su vista en ella, la agarró por la cintura y la subió poniendo su entrepierna a la altura de su hocico. Ella lo miro con ojos asustados viento que iba a recibir el mismo tratamiento que su ama, intentó resistirse, pero fue en vano ya que el animal metió la cabeza fuertemente entre sus piernas y una vez su coño estuvo pegado a su hocico abrió la boca e introdujo su lengua en el profundamente y sin miramientos.
Sonya: AAAAaaaaaaaaaahhhhhh……… no por favor, me haces dañoooo……..
Unos hilos de sangre empezaron escurrir por el hocico del minotauro cuando su lengua atravesó el himen de Sonya, lo que excito aún más a la criatura introduciéndole su lengua más profundamente. Lentamente el dolor fue siendo sustituido por una sensación de placer que poco a poco iba creciendo en el cuerpo de ella, al igual que hacía Anais, Sonya empezó a jugar lentamente con sus tetas acariciándolas y apretándolas y pellizcándose los pezones lo cual iba aumentando aún más el placer que sentía.
Sonya: Mmmmmm… siiii…. Más profundo…. Más, no paresssss…..
Ambas mujeres empezaron a arquear la espalda mientras seguían jugando con sus tetas, sus cabezas colgaban hacia atrás y su cabello se ondeaba al viento, mientras se entregaban a las lenguas de esas dos bestias que seguían arduamente perforando sus coños sin miramientos, el placer iba aumentando en ambas como un fuego que cogía intensidad. Hasta que Anais estallo en un tremendo orgasmo seguida poco después por su fiel criada.
Anais: ¡Hmmmm, joder! … ¡Qué rico que lo haces! … ¡Ya vengo! … ¡Aaaahhhh! … ¡Aaaahhhh! … ¡Aaaahhhh! … ¡Umpf! … ¡Umpf! … ¡Oooohhhh! … ¡Ummmm! …
Sonya: … ¡Aaaahhhh! … ¡Aaaahhhh! … ¡Aaaahhhh! … ¡Umpf! … ¡Umpf! … ¡Oooohhhh! … ¡Ummmm! …
Ambas bestias sintieron inundadas sus fosas nasales con las corridas de ambas mujeres lo que hizo que las soltaran y cayeran a plomo al suelo todavía retorciéndose de placer, las dos mujeres se sentían como en una especie de nube sus cerebros aún no capaces de procesar lo que estaba pasando. Sin decir nada, el minotauro que estaba junto a Anais se acercó a ella y la cogió por el brazo, llevándola hasta un área más abierta del claro.
Anais: ¿Qué… qué quieres hacer? – preguntó Anais, su voz débil y temerosa.
El minotauro no respondió, sino que simplemente la puso a cuatro patas y se colocó detrás de ella. Anais sintió sus manos grandes y fuertes sobre sus caderas, sujetándola en posición.
El minotauro comenzó a penetrar su ano con su enorme verga, causando una mezcla de dolor y desconcierto en Anais. Ella intentaba resistirse, pero era demasiado tarde. El minotauro ya había introducido la punta de su verga dentro de ella, empezando a moverse lentamente.
Anais: ¡no… ¡por favor! – gritó, tratando de liberarse de sus manos, pero el Minotauro solo respondió aumentando la velocidad y fuerza de sus embestidas.
El dolor fue creciendo en intensidad mientras el Minotauro continuaba penetrándola por el ano. Anais comenzó a llorar y gemir, sintiendo como su cuerpo se estremecía bajo los fuertes movimientos del monstruo.
Sonya veía horrorizada todo lo que le sucedía a su ama temblando y llorando de pánico, entonces se fijó en que el otro minotauro avanzaba hacia ella. Asustada intentó retroceder arrastrándose, pero la cogió por las piernas se puso de rodillas y apuntando su enorme verga hacia su coño la penetro de un solo golpe.
Sonya: ¡AAAAaaaaaahhhhhhh!….. – gritó ella sintiendo como el miembro de ese enorme animal se introducía hasta lo más profundo de ella – me vas a partir en dosss…… ¡aaaaaahhhhhh!….. – decía ella llorosa, en un momento dado miró hacia su derecha y pudo ver a su ama a cuatro patas echada hacia delante, siendo sometida por el otro minotauro que la penetraban analmente con la misma ferocidad con la que le estaban destrozando su coño.
Anais: AAaaaaaahhhhhh….. joder….. aaaaaaaaahhhhh…… estas llegando a mi estómagoooo….. ¡Ooooffff! … ¡Ummmm! … ¡Aaahhh! … ¡Aahh! …
Sonya: ¡Aaarrrggghhh! … ¡Umpf! … ¡Umpf! … ¡Umpf! … ¡Ooohhh! … ¡Aaahhh! … ¡Aaahhh! …
Ambas mujeres poco a poco fueron dejándose llevar por el placer mezclado con el dolor que recorría sus cuerpos.
Anais: ¡¡¡AAaaaahhh!!! Cabrón, me estás enculando, joder, ¡¡¡siii!!!
Sonya: ¡Fóllame! … ¡No te vayas a detener! … ¡Fóllame fuerte! …
Los minotauros seguían penetrando las con fuerza ensañándose con ellas, las sometían sin contemplaciones como si fueran un juguete en sus garras. Tanto Anais como Sonya ya no eran dueñas de sus actos, su cabeza estaba como en una especie de nube, todo parecía una ensoñación y simplemente se dejaban llevar sintiendo la fuerza de las embestidas de esas dos bestias. Esto se prolongó por lo que ambas le parecieron horas, siendo completamente sometidas ya apenas sentían sus cuerpos cuando empezaron a notar que esas enormes vergas temblaban en su interior justo antes de que los dos minotauros soltarán un fuerte bramido y se corrieran en ellas.
Anais y Sonya yacían en el suelo, agotadas y cubiertas de sudor, sus cuerpos desnudos iluminados por el resplandor vacilante de la hoguera. El calor de la noche y el agotamiento se mezclaban con el terror que aún las atenazaba, mientras los dos minotauros, después de haberse divertido cruelmente con ellas, se preparaban para asestar el golpe final. Los monstruos se movían lentamente, sus ojos llenos de una violencia fría y despiadada, como si estuvieran saboreando el momento.
De repente, el aire se cortó con un silbido mortal. Una lanza emergió de la oscuridad, atravesando la cabeza de uno de los minotauros con una fuerza brutal. La criatura lanzó un gemido ahogado, tambaleándose hacia atrás antes de desplomarse pesadamente al suelo, muerto al instante.
El otro minotauro apenas tuvo tiempo de reaccionar cuando un hacha cruzó el aire, impactando directamente en su pecho. El golpe fue tan poderoso que lo hizo tambalearse, sus pezuñas raspando el suelo mientras intentaba mantenerse en pie. Con un rugido de furia y dolor, el minotauro cayó hacia atrás, su enorme cuerpo sacudiendo el suelo al impactar, para no levantarse jamás.
Las criaturas yacían inmóviles, su amenaza eliminada de manera tan rápida como brutal. Desde la dirección de donde habían venido los ataques, surgieron cuatro figuras de la oscuridad del bosque, avanzando con paso firme hacia el claro.
El primero en aparecer fue Grot, un bárbaro imponente de dos metros de altura. Su piel estaba cubierta por una capa gruesa de músculos, y llevaba un taparrabos de cuero y botas que le permitían moverse con agilidad a pesar de su tamaño. Sobre sus hombros, una piel de oso caía como una capa, y sus ojos negros brillaban con una intensidad feroz mientras sostenía en una mano otra lanza como la que había acabado con el primer minotauro.
A su lado, Mut, una mujer bárbara de 1,80 metros, caminaba con la misma seguridad. Su cabello pelirrojo caía en cascada sobre sus hombros, enmarcando un rostro marcado por la determinación. Llevaba un bikini de piel y botas de cuero, su cuerpo atlético y fuerte cubierto también por una piel de oso. En su mano, sostenía un hacha, igual a la que había derribado al segundo minotauro. Era una guerrera en todos los sentidos, y el fuego de la batalla ardía en sus ojos.
Detrás de ellos, apareció Natu, un chico fornido de apenas 13 años, pero con la misma fuerza en su mirada que sus padres. Vestía un taparrabos y botas de cuero, con una piel de oso cubriendo su espalda. Aunque joven, su postura y actitud mostraban que había sido criado en la dureza del combate, preparado para enfrentar cualquier desafío.
La última en aparecer fue Nat, una mujer de unos 45 años, de cabello castaño oscuro atado en dos trenzas que caían sobre sus hombros. Sus ojos grises eran fríos y analíticos, y aunque su cuerpo esbelto y fuerte denotaba su capacidad de trabajo duro, se notaba que había sido capturada y forzada a servir a los bárbaros. Llevaba un simple vestido de campesina, raído y sucio, pero su postura mostraba que no se había quebrantado completamente. Caminaba detrás de ellos, observando con cautela y manteniéndose a la espera.
Las cuatro figuras se acercaron lentamente a las dos mujeres que yacían inconscientes en el suelo, sus cuerpos vulnerables y marcados por la reciente brutalidad. Grot fue el primero en inclinarse sobre ellas, evaluando su estado con la mirada fría y calculadora de un guerrero que había visto demasiado en su vida.
Grot: «Están vivas, pero apenas… han sido maltratadas por esas bestias.» – murmuró, con una voz profunda y grave que parecía resonar en la quietud de la noche.
Mut se acercó a su lado, su expresión endurecida suavizándose ligeramente al ver el estado de las mujeres.
Mut: «Debemos llevarlas con nosotros. No pueden quedarse aquí en su condición.» – dijo, su voz firme, pero teñida de una preocupación que solo una madre podría entender.
Natu miró a su madre y luego a las mujeres, sin decir nada, pero asintiendo en señal de acuerdo. Estaba listo para ayudar, aunque no comprendía del todo la gravedad de lo que acababa de presenciar.
Nat, que había observado en silencio hasta ese momento, se adelantó para cubrir a Anais y Sonya con una manta que llevaba consigo. Sus manos, aunque ásperas por el trabajo, se movieron con cuidado y gentileza, casi maternalmente.
Nat: «Pobres almas… Han pasado por un infierno. Debemos apurarnos, antes de que más criaturas del bosque se acerquen.» – dijo con un tono suave, lleno de empatía.
Grot asintió y levantó a Anais del suelo con facilidad, cargándola sobre su hombro con un movimiento fluido. Mut hizo lo mismo con Sonya, Nat y Natu recogieron lo que quedaba en el campamento de ambas mujeres y se subieron a su carro, y juntos, el grupo se adentró nuevamente en el bosque, alejándose del claro que ahora quedaba en silencio, salvo por el crujido ocasional del fuego menguante.
Las dos mujeres, aunque inconscientes y vulnerables, estaban ahora en manos de aquellos que, aunque salvajes en apariencia, les habían salvado la vida. Pero aún no sabían qué futuro les aguardaba en compañía de estos desconocidos que habían emergido de las sombras para rescatarlas de una muerte segura.
CONTINUARÁ….
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