El esposo adolescente de Doña Susana 2- La hospitalidad de Pamela
Transcurre en el mismo universo narrativo que la primera parte, pero con otros personajes. El título es solo una referencia. Pamela es una profesora que le ofrece su hospitalidad a un alumno desvalido que no tiene a nadie ni nada salvo su apetito sexual. .
Desde el exterior no llegaba ninguna noticia. Pamela escuchó algunos rumores, que las grandes ciudades habían sido invadidas por extraterrestres y por eso no sabían nada de los hombres que llamaron a integrar el ejército de resistencia hacía más de tres años. No obstante, no había manera de corroborar aquella loca historia, pues los hombres que se opusieron fueron ejecutados y los exploradores que se aventuraron en busca de noticias del exterior jamás volvieron.
Cuando pasó un buen tiempo, las esperanzas de que retornaran los hombres se esfumaron. Las mujeres tenían familias que mantener y por ello, comenzaron a organizarse. La señora Carmen Gloria asumió el liderazgo de la comunidad sobreviviente y asignó tareas a las mujeres, la mayoría según la profesión que tuvieron antes de que cayera la ciudad. Algunas trabajaban cosechando alimentos, otras cazaban mamíferos pequeños que sobrevivieron a la catástrofe, mientras que otras se dedicaban a tareas administrativas, comunicaciones, vigilancia y atención médica. Pamela no tuvo más remedio que continuar lo único que supo hacer durante su vida: ser profesora en la improvisada escuela que se construyó para educar a los más jóvenes.
Con cuarenta años, estaba desconsolada porque sus oportunidades de emparejarse se esfumaron junto con la sociedad. Antes de la supuesta invasión mantenía una vida sexual más que activa, recibiendo hombres en su casa que disfrutaban de su bien mantenido cuerpo.
Se mantenía delgada, con un cabello ondulado que llegaba hasta su cintura. Su rostro era bello aunque unas pequeñas patas de gallo asomaban bajo sus ojos. Su piel era morena y sus piernas estaban muy bien formadas, llamando la atención de sus alumnos mientras impartía clases. Ella sabía que varios de ellos mantenían relaciones con mujeres mayores. Vicente, por ejemplo, llevaba un tiempo viviendo con Doña Susana, y se vanagloriaba de sus hazañas sin tapujos.
Lo cierto era que, como profesora, no podía evitar ver a sus alumnos como una madre. Uno de sus alumnos llamó su atención en particular. Estaba siempre solo y no tenía amigos. Era delgado y tenía 15 años. Se llamaba Álvaro y no tenía padres.
Álvaro vivía en la calle pues sus dos padres se aventuraron al exterior para saber noticias y jamás regresaron. La casa estaba en tan mal estado que debió dejarla. Solo asistía al colegio por las raciones de comida que daban en las mañanas, cortesía de la administración de Carmen Gloria. Pero durante el resto del día pasaba mucha hambre. Debía pedir limosna o realizar pequeñas tareas a cambio de un poco de comida. Dormía a la intemperie, donde debía lidiar con su otro problema.
Pese a su precaria situación, vivía con erecciones permanentes que no le dejaban en paz. Le atormentaban desde hacía más de dos años. Por lo general se aliviaba por sus propios medios, cuidando de que nadie lo viese pues vivía en la calle. Aunque a veces disponía de otra opción.
Jazmin era una puta que también vivía a la intemperie, ya que se rehusó a realizar los trabajos que Carmen Gloria quiso asignarle. Para vivir, le chupaba el pene a los jóvenes a cambio de dinero, y en ocasiones se acostaba con ellos en un cobertizo que tenía. Con Álvaro se conocían y si se veían, se saludaban.
De tanto en tanto, Jazmin se apiadaba de la soledad del joven y le regalaba sexo oral de cortesía, sin pedirle nada a cambio. Esa fue una de esas ocasiones. Apenas lo vio, notó la descomunal erección que asomaba en sus andrajosos pantalones y, cogiéndolo de la mano, se lo llevó a sus aposentos, donde le propinó una mamada que Álvaro agradeció de las mil maravillas. Sintió la húmeda boca de la cincuentona deslizarse a través de su tieso pene y se dejó consentir, gimiendo para deleite de la mujer, quien disfrutaba de las atenciones que brindaba al pobrecillo. Al cabo de unos minutos, el muchacho se corrió escandalosamente, llenándole la boca de semen que ella degustó. Una de las ventajas de solo chupar penes de adolescentes es que tenía la certeza de que no se iba a contagiar nada. Además, su leche era una de las más ricas que probó en su vida.
Luego de besarlo tiernamente en la boca, lo dejó ir, prometiéndole que se lo volvería a hacer. Álvaro caminó durante horas, pero pasado un tiempo el frío y el hambre lo volvieron a atormentar. Además, la mamada no fue suficiente y su pene volvía a estar duro. Su estómago rugía y decidió, como tantas otras veces, pedir comida en alguna de las casas.
Tocó la primera puerta y quien le abrió era Pamela. Ambos se sorprendieron al reconocerse, y la profesora no pudo sino invitar a pasar a su alumno. Este tiritaba de frío y la conmovió. Sin embargo, no pudo evitar notar que un enorme bulto levantaba la tela de su pantalón. Un extraño cosquilleo recorrió su entrepierna y sus muslos.
Lo invitó a sentarse a la mesa y le preparó un caldo con papas, verduras y un ave que sabía bastante similar al pollo. Álvaro engulló con avidez los alimentos y le dio las gracias a su benefactora.
- Pobrecito – le dijo esta -. No deberías vivir afuera y no tienes nadie que te cuide. A partir de ahora, cuando necesites algo no dudes en pedírmelo, por favor.
- Muchas gracias profesora – le contestó con sinceridad el joven -. ¿Usted vive sola aquí?
- Así es, no tengo hijos ni marido, así que me encuentro algo sola, por lo que tu compañía me agrada mucho.
Álvaro se fijó en la profesora Pamela. Sus piernas morenas eran hermosas y sus labios lucían sensuales. Ella se percató de la manera en la que era observaba y se sintió halagada. Notó que el joven, pese a sus 15 años, ya tenía un cuerpo desarrollado, brazos fuertes y un torso firme, pese a que se notaba que pasaba privaciones alimentarias. Entonces este se puso de pie.
- Muchas gracias por la comida. Me moría de frío y me recompuso, me calentó el cuerpo.
- ¡Pero no puedes irte! – le dijo ella – ¡Te congelarás de nuevo allá afuera! Puedes dormir acá.
Entonces Pamela se percató de que solo había una cama en su casa.
- No te molesta dormir en mi cama, ¿verdad? Es grande y de todos modos será mejor que helarte afuera.
Álvaro enrojeció al escucharla. Su erección pareció aumentar y no supo qué hacer. No era tonto y sabía que varios chicos de su edad se encamaban con mujeres mayores, pero, ¿y si no era así? ¿Y si la profesora solo estaba siendo amable con él y cuando notase su pene tieso lo echaba a patadas? Era un riesgo muy grande.
- Espérame un momento – le dijo ella mientras iba a su pieza.
Al cabo de unos minutos lo invitó a pasar. Pamela usaba un camisón blanco que dejaba ver su escote, así como su cuello, sus hombros y sus piernas. Los ojos del muchacho se abrieron al máximo y su mandíbula casi se le cae.
- N..no tengo ropa para dormir – balbuceó.
- No te preocupes, quítate los pantalones y puedes acosarte de ese lado. Yo no te molestaré – le dijo la mujer, señalándole al lado izquierdo de la cama.
Reducido a un manojo de nervios, Álvaro se acostó con timidez, procurando mantener cierta distancia entre la mujer y su tremenda erección. Cuando ambos estuvieron bajo las sábanas, notó que la suave piel de las pantorrillas de Pamela acariciaba las suyas. Se quería morir.
La mujer no podía más de la calentura. En un principio solo tenía una intención honesta ayudando al muchacho, pero todo el tiempo no pudo quitar su vista de esa erección. Deseaba iniciarlo en las artes amatorias. Una parte de ella se sentía culpable por aprovecharse de un menor, pero, a fin de cuentas, ¿a quién le estaba haciendo daño? No al joven, eso era seguro. De todas las veces que tuvo sexo con hombres antes de la catástrofe, todos quedaron felices y encantados de disfrutar a aquella hembra. Y en estricto rigor, Álvaro ya era un hombre, y su virilidad lo confirmaba.
Álvaro no sabía si irse para aliviarse solo o intentar algo, ¿y si la estaba malinterpretando? Era poco probable. Su profesora yacía de espaldas a él, apuntando su culo a pocos centímetros de su pene. Podía acercarse un poquito y excusarse con que fue sin querer. Ella olía muy rico. Su pelo y su piel, a escasos centímetros suyo, despedían un perfume que lo atontaba.
Pamela entendió que debía ser ella la que diese el primer paso, pues su alumno era joven e inexperto. Discretamente extendió su mano hacia atrás y cogió la del joven. Era la señal que este esperaba.
Se acercó a la mujer y la abrazó por detrás. Esta sintió la dureza en sus nalgas y dejó escapar un suspiro. Álvaro cogió una de sus tetas y la acarició mientras besaba el cuello de su mentora. Inició un vaivén de su cadera, como ensayando los movimientos de penetración. Con la otra mano se bajó el pantalón hasta la rodilla.
Pamela buscó con su mano el pene de su alumno y lo cogió con firmeza, para luego dirigirlo a su vagina. Estaba empapadísima y Álvaro la penetró con facilidad. Sintió los glúteos de la mujer chocar con su pelvis. Ambos comenzaron a moverse sincronizadamente, dando rienda suelta a la calentura reprimida por horas, gimiendo y acariciándose.
- ¡Dame más fuerte, Álvaro! ¡Qué rico! ¡Así, sigue!
- ¡Ahhh, sí, Pamela, síi! – Vociferaba Álvaro presa de la lujuria.
- ¡Qué duro te siento! ¡Qué duro y qué rico! ¡Me encantaaaaa!
De pronto el estudiante se sintió desvanecer. Un placer indescriptible recorrió todo su cuerpo y se corrió a chorros. Fue una corrida muy intensa, muy diferente a cuando Jazmin se lo chupaba. Fue como si su alma se escapara por el agujero de su pene.
Al sentir ese duro mástil hincharse dentro suyo y escupir tanto semen, Pamela también se corrió como no lo hacía hace mucho tiempo. Debió agarrarse a las sábanas mientras su cuerpo se convulsionaba. Sentía la boca seca.
Cuando se separaron, Pamela se dio la vuelta y le dio un beso amoroso.
- Estuviste increíble, mi niño. ¡Qué digo niño, mi hombre! – exclamó mientras continuaba besándolo.
- Tú también estuviste espectacular, Pamela – dijo Álvaro mientras le acariciaba el culo. Ya no sonaba como un niño tímido, algo había cambiado en él. Su voz, sus ojos, eran los de un hombre que había conocido la confianza de saberse capaz de hacer disfrutar a una mujer.
Entonces Pamela notó algo. ¡Una nueva erección apuntaba hacia ella! ¿Qué pasaba con aquel muchacho? De todos modos, iba a aprovechar esa cualidad. Se colocó boca arriba y abrió sus piernas, invitando a su amante a que gozaran una vez más.
No bien comenzó la penetración, esta lo abrazó con sus piernas, mientras la cama de madera rechinaba estrepitosamente. Álvaro estuvo pistoneándola durante más de media hora, arrancándole intensos orgasmos a su amante y manchando de humedad la sábana. Besaba su boca, su cuello y sus tetas mientras la poseía, hasta que volvió a vaciarse en abundancia.
Antes de que la pareja durmiese, Pamela debió cambiar la sábana que ostentaba una enorme mancha en el centro donde tuvo lugar la cópula. Finalmente pudieron dormir abrazados, entablando una charla post coito más propia de una pareja que de una docente con su estudiante.
- Nadie se preocupó por mí como tú lo hiciste hoy, mi amor- dijo Álvaro mientras besaba su cuello.
- No es bueno vivir solo, la compañía es importante. A partir de ahora yo me ocuparé de ti. Y tú de mí – le dijo Pamela a Álvaro.
- ¿Entonces ya no debo preocuparme por los estudios?
- ¡Por supuesto que sí! – exclamó ella -. Sigo siendo tu profesora y tu educación me preocupa. También me ocuparé de darte de comer, de tu ropa, y todo lo demás. No volverás a estar falto de comida, cuidados, ni cariño.
Al terminar de decirle eso lo besó. Álvaro no sabía qué sentir. Desde que sus padres se fueron, nadie mostró interés en él, y su profesora era sincera al querer hacerse ayudarlo. Se sintió afortunado. Durmieron profundamente y al despertar volvieron a tener sexo. Las erecciones de Álvaro eran intensas y debían culiar unas cinco a seis veces por día. Pamela estaba encantada con su nuevo amante.
Al cabo de unos meses, Pamela comenzó a sentirse mal. Algo avergonzada pues tenía sospechas, acudió a la doctora de la comunidad. La noticia sacudió a todos: estaba esperando un niño. La mayoría de las mujeres que se acostaban con adolescentes eran cincuentonas sin capacidad para concebir, pero Pamela, aún en sus cuarenta, fue bendecida con una criatura que le daría continuidad a la sociedad en ciernes. Era esperanza para un futuro que sin hombres representaba un vaticinio para la extinción.
Álvaro no podía estar más contento y trató como una reina a Pamela. Siguieron teniendo sexo, pero cuidando siempre la condición de su profesora.
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