El gordo Lito
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
EL GORDO LITO
(Primera Parte)
Son casi las seis de la tarde, es verano y el cielo poco a poco se va obscureciendo.
Al fondo de un viejo y abandonado centro de esparcimiento, en unos baños abandonados, una preciosa morenita de unos nueve años de edad llamada Leila, está sentada al borde de un muro con el short y las braguitas bajadas hasta las pantorrillas y con el torso completamente desnudo.
A su costado, un vulgar individuo de unos cincuenta años apodado “El Gordo Lito”, está completamente desnudo manoseando obscenamente los diminutos y erectos pechos de la negrita, mientras ésta, con una de sus suaves manitos, se deleita masturbando el duro y vigoroso miembro del depravado sujeto.
La cándida y traviesa mocosa completamente erotizada, manipula incesantemente el cada vez más grande y rígido pene de Lito, su manito cada vez con más ligereza, no se cansa de subir y bajar corriendo y descorriendo el prepucio del sádico y libidinoso viejo.
( el miembro del regordete hombre era de un tamaño más que regular, sin embargo este tenía un desproporcionado grosor, coronado por una enorme y roja cabeza además de unos protuberantes testículos que le colgaban como melones )
Este, poniéndose ahora de pie frente a la niña, acerca la amenazante verga a la soflamada carita buscando los suaves y húmedos labios de Leila.
Abriendo al máximo su cálida boca, Leila engulle no sin dificultad, el rígido miembro del licencioso marrano.
Luego dándose mañas, coge con ambas manos su delicioso relleno y cerrando sus grandes ojasos negros, empieza a mamarlo y chuparlo con febril ansiedad.
Los tiernos y empapados labios de la candorosa párvula, succionan y exprimen la inmensa mole de carne.
Por su parte el rustico e impúdico Gordo, con fogosas movidas de pelvis y sosteniendo por los ensortijados cabellos a la arrecha mocosa, mete y saca con rapidez su pringado miembro de la babosa boquita de la niña.
Esta, expeliendo abundante saliva: es embocada, atorada, atragantada, por esa robusta y tiesa verga que la penetra y viola oralmente sin compasión.
Por momentos la pitusa morena presa de incontenibles náuseas, logra volteando su carita, librarse del bloque macizo de carne, que la sofoca incesantemente.
Una y otra vez aquel membrudo y macerado falo, entra y sale de la golosa garganta de la niña expeliendo abundantes y jugosos fluidos, el desvergonzado Gordo con los ojos volteados: gime, aúlla, rebuzna cual animal desenfrenado, ante el delicioso y placentero cosquilleo que le provocan los tiernos y jugosos labios de Leila.
Pronto el inmenso disfrute que la ardiente boca y lengua de Leila están produciendo en el robusto miembro, hacen sus estragos, llevando a Lito al máximo límite de los deleites que provocaron finalmente el inevitable orgasmo.
Al instante potentes descargas de espeso y blanquecino líquido son vertidas en la garganta de Leila, quien volteando abruptamente su rostro retira sus labios de la vigorosa verga, que disparando copiosos fluidos de perlino semen golpean ahora la cara de la niña dejándola completamente embadurnada.
Esta escabrosa experiencia aún para el impúdico y experimentado cerdo había sido ya demasiado, recostándose en un viejo sillón, Lito se desparramo quedando completamente exhausto y aun gimiendo pleno de satisfacción.
Por su parte Leila, miraba al gordo con pícara sonrisa al tiempo que de su boca, resbalaban abundantes residuos de semen que caían sobre sus hinchados pechos y parte de su vientre.
— Estos eróticos y obscenos juegos no eran desconocidos para Lito y la avispada negrita, pues habían pasado ya dos meses desde que el pervertido individuo completamente borracho, sorprendió a Leila, quien con unas amiguitas escondidas tras unos baños, se deleitaban observando con curiosidad el diminuto y erecto pene de un niño.
– ¿ Quieren ver un auténtico pene,?– dijo El Gordo mirando pícaramente a las abochornadas mocosas, luego bajándose sus anchos pantalones, mostró su flácido y enorme miembro a las inquietas y osadas infantes quienes quedaron perplejas y estupefactas, al contemplar por primera vez el miembro de un adulto.
– ¡ Aaaah pendejas !.
les gusta la verga? – vocifero, luego riendo burlonamente se dirigió al local, donde se encontraban los servicios higiénicos y metiéndose en una de las regaderas, se dio su acostumbrado baño.
Lo que para Lito fue solo una broma, para Leila fue el despertar a precoces e insanas tendencias carnales.
Más tarde cuando el viejo se había olvidado del asunto y se afeitaba placenteramente en una de las viejas duchas, notó por el espejo como tras la pared era observado por una agraciada morenita, era Leila.
Haciéndose el desentendido, el sádico viejo bajó disimuladamente su trusa para enseñar nuevamente su membrudo pene, solo que esta vez en completa erección.
Para la candorosa negrita, esta impúdica y provocativa visión fue ya demasiado, pues avivo más en ella la tremenda curiosidad, por experimentar antes de tiempo los placeres propios de adultos.
Desde ese día y casi como jugando, el libidinoso hombre había iniciado una peligrosa relación de la cual ya no podría escaparse.
Entonces fue espiado constantemente por la salaz morenita, quien fue despertando en el solitario sujeto animalescos y depravados instintos sexuales.
Como es obvio, no le fue difícil al viejo ganarse la confianza de Leila, pues con acciones e insanas actitudes además de algunas propinas, Este, había alborotado prematuramente los naturales instintos sexuales de la negra, quien también ahora gozaba placenteramente, de los lúbricos estímulos que aquel rijoso cincuentón le provocaban y que cada vez eran más atrevidos.
La niña lo buscaba desesperadamente llamándolo todos los días por el inmenso y abandonado centro recreacional.
Por las tardes se metían a los viejos baños hasta entrada la noche.
Donde el gordo daba rienda suelta a sus insanas tendencias.
Estos abandonados servicios higiénicos se encontraban al final de un ancho pasadizo, a cuyos lados se apostaban varias habitaciones, algunas ya sin puertas, que habían servido de camerinos donde los otrora visitantes, se cambiaban para refrescarse en la piscina, o para practicar su deporte favorito.
Era ahí, donde el rijoso cerdo se bañaba solo o a veces con la niña completamente desnuda, para luego introducirla a una de las habitaciones, donde disfrutaba del hermoso y bien proporcionado cuerpo de la negra.
Como le gustaba a Leila tener entre sus manos el grueso y compacto miembro, para después de masajearlo, pasarlo por sus ruborizadas mejillas o engullírselo mamándolo con ávido deleite, ante la algarabía y regocijo del Gordo.
A veces la niña se tendía de espaldas en un viejo colchón de paja, para levantando las piernas abrirse con las manos los negros labios vaginales y recibir las arremetidas del exacerbado marrano.
Ya con la bellota completamente incrustada en la viscosa vaina, Lito, con los ojos en blanco, espoleaba una y otra vez tratando de penetrar la invicta rendija de la niña.
Otras, echada de panza, recibía en su enorme trasero abundantes descargas de semen que emanaban de los inmensos testículos del Gordo.
Como le gustaba recibir el cálido y espeso fluido en sus emergentes y duros pechitos, para con sus manos, untárselo por todo su vientre, o recibir por la boca y su hermosa carita potentes chorros del ardiente semen, esto era lo máximo para la precoz y bellísima lolita.
Lito era el guardián del viejo y abandonado centro recreacional, los vecinos le tenían en gran estima por ser una persona correcta servicial y respetable, era bonachón y se ganaba rápidamente el cariño y la confianza de la gente.
Sobre todo de los niños, a quienes regalaba golosinas y les permitía jugar y bañarse en la pequeña piscina, que era lo único que aun funcionaba del viejo establecimiento, además de algunos destartalados juegos.
Fue ahí, donde Lito conoció a la picara negrita, cuando en un caluroso día de verano, esta se bañaba completamente desnuda con otras niñas.
Otras veces, observaba a Leila como complaciente se dejaba montar por algunos maltones que le hacían cositas ya no de niños.
Por lo tanto, siendo un hombre solitario, estas visiones fueron debilitando sus valores morales, para que en su lugar aparezcan con fuerza morbosas tendencias e insospechados apetitos que todos llevamos, aunque nunca lo aceptemos.
Hasta entonces el Gordo había actuado con prudencia, pues nunca había intentado penetrar a la niña por temor a lastimarla y tal vez ser descubierto.
Sin embargo lo inevitable tendría que ocurrir.
Una tarde en que había bebido más de la cuenta, Lito encontró a Leila jugando cerca de los baños con unas amiguitas.
Al ver a la sensual y provocativa petisa.
El gordo le hizo unas señas mientras se dirigía a uno de los viejos y deshabitados cuartos, Estaba excitadísimo y tenía la verga reventando producto de una tremenda e inusual erección.
Completamente adormecido por los efectos del alcohol, el cachondo y regordete hombre se desvistió y luego completamente desnudo se recostó en el viejo sillón y empezó a masajearse su durísima verga mientras esperaba a su víctima.
Para Leila que ya había divisado al gordo, no le fue difícil deshacerse de sus inocentes e ingenuas acompañantes y presurosa se dirigió al encuentro de su singular amante.
Lito, ya sin control, estaba decidido esta vez a reventar ese tierno y virginal capullito.
Leila era preciosa, tenía una carita de ensueño y lucía un cabello corto y ensortijado sin ser pasita, sus labios eran gruesos y cada vez que reía se le hacían hoyitos en sus mejías adornada por una hermosa y blanca dentadura que volvía loco al Gordo.
Tan pronto como llego.
La candorosa lolita se detuvo riendo coquetamente frente al gordo, tenía solo un diminuto vestido blanco sostenido por dos tiritas a ambos lados de sus robustos hombros.
Mirando salazmente a su estuprador, Leila se despojó rápidamente de sus dos únicas prendas quedando completamente desnuda.
La vista era espectacular el recio y sudoroso cuerpo de la avezada niña lucia en todo su esplendor, sus pequeños y erectos pechos relucían notoriamente y contrastaban con las anchas caderas y sus enormes muslos, su vientre algo abultado descendía deliciosamente hasta las comisuras, de donde emergía una enorme protuberancia partida por una deliciosa rendija que hace tan apetecible a las niñas.
Ebrio de licor y lujuria más los testículos cargados, el sádico hombre recorre con golosa mirada el voluptuoso y apetecible cuerpo de Leila que se contornea provocativamente frente a El, La hermosa niña muestra ahora su enorme trasero sin dejar de mirar el macizo bloque de carne, que Lito tiene entre sus manos.
No pudiendo ya contenerse, la erotizada párvula se arrodilla lentamente para coger entre sus manos la rolliza verga, luego mirándola embelesada, empieza a besarla y lamerla por todos sus contornos ante el frenético delirio del gordo, quien ahora con las manos sobre la cabeza cierra los ojos sintiendo los cálidos labios de la niña.
Excitada al máximo, tanto por la vista como por el contacto del enorme objeto que tenía cogida entre ambas manos.
Leila descorrió suavemente el prepucio dejando la inmensa y espumante bellota al descubierto, luego abriendo los labios se la introdujo hasta donde le fue posible, con la esperanza de provocar con sus toques y suaves caricias de su lengua, la deliciosa eyaculación que tanto le gustaba.
En otras circunstancias El lubrico gordo ya habría sucumbido ante la tremenda mamada que la niña le estaba propinando, pero ahora se encontraba completamente duro y adormecido por los efectos del alcohol.
Retirando su tiesa verga de los gruesos labios de Leila completamente baboseados, el Gordo salió por un momento al callejón y mirando a todos lados, se aseguró de que estaban totalmente solos, Acto seguido el corpulento hombre se agazapa pesadamente, para ponerse de rodillas delante de la pequeña mulata.
Levantando las suaves y voluminosas piernas Los ojos del sádico sujeto se centran ahora en la virginal rendija de la hermosa y dulce morenita.
Abriendo a cada lado los poderosos muslos, separa suavemente con sus dedos los negros y húmedos labios genitales, para contemplar embelesado la roja e invicta entradita vaginal impregnada por blanquecinos y viscosos fluidos que invitaban a la penetración.
Fuera de sí y completamente arrebatado por animalescos instintos.
Lito comienza a lamer, chupar, succionar la mojada y cerradita hendedura de la excitada nena.
Con su cimbreante y áspera lengua el sátiro viejo, recorre con sumo deleite la virginal grutita, empapada por deliciosos e infantiles juguitos que emanan de la exacerbada negrita.
Su erecto y duro clítoris es mordisqueado una y otra vez por los hábiles labios del gordo, quien embebecido lame y relame ensalivando abundantemente la vulva de la niña.
Esta, producto del incesante sexo oral al que es sometida, se contornea agitando el pubis ebria de placer, gritando y gimiendo convulsivamente.
El viejo, con la boca completamente abierta, introduce su áspera lengua hasta lo más profundo de esa glutinosa vaina, tratando así de distender el estrecho orificio, Chupa y rechupa con su temblorosa lengua los negros labios, los pliegues, las comisuras, la roja entrada de la virginal intimidad de la criatura.
Para Leila ya es demasiado placer y goce el que le están provocando, sus pechos se han tornado voluminosos y duros, su lampiña y lubricada vulva está completamente dilatada.
Con incesantes y libidos gemidos, la pueril negrita rodea apretando con sus rellenas piernas, el enorme cuello del gordo y ebria de placer experimenta sensaciones que nunca antes había sentido.
El lúbrico cerdo bebe completamente embriagado, los escasos fluidos que emanan de la virginal y candente vagina.
Finalmente la desfallecida pitusa, afloja sus gordas piernas y soltando el cuello del gordo queda totalmente exhausta.
Retirando su babosa y sucia lengua de la palpitante concha, el sádico hombre ahora contempla embelesado, la estimulada rendija y observa como su pequeño agujero se ha agrandado notoriamente.
Calmándose un poco y con la verga dura como el fierro, el sucio cerdo se prepara para reventar la tierna y delicada intimidad de la mulata, quien con los ojos cerrados y la boca entreabierta ésta ardiendo en deseo.
Lito sabe que hoy es el día y el momento para inaugurar a la candorosa negrita.
Seguidamente deposita el recio cuerpo de su tierna amante en el viejo colchón de paja, ahora volteándola boca abajo coloca unas sucias almohadas en el bajo vientre, levantando así el enorme trasero de la niña.
Como ya se dijo Leila a pesar de sus nueve años tenía un cuerpo bien desarrollado, voluminosas piernas, cintura delgada que contrastaba con sus anchas caderas además de sus enormes y levantados glúteos.
Los ojos de Lito brillaban de enfermizos deseos.
Cogiendo fuertemente el duro y caliente cipote, se preparó para la arremetida final.
La ingenua niña separa sus piernas para con ambas manos, abrir sus enormes nalgas, dejando en suerte sus dos incólumes agujeros e incitando al pervertido verraco a que la fornique.
Lito ya está de rodillas detrás de la inocente chiquilla ensalivando su grueso y robusto miembro, luego abalanzándose cual rijoso caballo, apunta su bien lubricado embutido en la hinchada y resbalosa vulva de la negra.
Con la mayor sensación y deleite, la arrecha pitusa siente como esa compacta y glutinosa cabeza, comienza a frotar salvajemente sus delicados y virginales encantos, la endurecida y lúbrica verga roza peligrosamente con furia, los empapados orificios de la niña.
Esta, completamente excitada, soporta heroicamente las arremetidas del exacerbado verraco, quien busca penetrarla desesperadamente.
Con el desparramado vientre sobre el cuerpo de la sofocada mulata, el sádico gordo tantea una y otra vez con su fibroso miembro la entradita vaginal de la niña, expeliendo abundantes fluidos en la dilatada vulva de leila.
Con ojos desorbitados y la boca jadeante el alborotado asno desmonta por un instante a su inocente víctima, pero antes de montarla nuevamente, junta sus separadas piernas y abriendo sus nalgas, lame insaciablemente el comprimido culito de leila con ávido deleite, luego escupiendo abundante saliva en la negra rendija, coge su durísimo miembro y con las rodillas abiertas a ambos lados de la párvula, apunta el candente fierro encajándolo entre los húmedos labios vaginales.
Con sensaciones de placer y temeroso deleite Leila, recibe el palpitante miembro en su glutinosa y ardiente vaina.
Con la verga fuertemente asida, aquel bruto se la empuja violentamente por la concha, buscando resueltamente hundirse en el tierno cuerpo de la pequeña.
Esta vez la colorada y roja cabeza, no soba, lude, ni fricciona la hinchada vulva, sino que incrustada entre sus dilatados labios, busca clavarse, hundirse, alojarse dentro de la comprimida vaina.
Una y otra vez esa deliciosa y ardiente rendija es espoleada brutalmente.
Por fin, después de un certero golpe, la mitad de aquel fibroso y compacto musculo, logra resbalar apretadamente dentro de la complaciente vagina – ¡ AAAAAYYYY ! – Grito la niña, mientras sentía como la punzante y candente vara se hundía rompiendo, desgarrando, venciendo toda la resistencia y protección que la naturaleza había depositado en su tierna intimidad.
Sin embargo para el sádico viejo, era el inefable paraíso, las máximas sensaciones de placer y lujuria jamás soñadas.
En el afán por soltarse de su abusador, Leila con cada movimiento solo consigue enterrarse cada vez más el grueso y durísimo miembro.
Sin embargo la negra ya resignada, no le queda más que soportar valientemente el dolor, sabiendo que ya tiene el macerado miembro del gordo enterrado hasta los huevos.
Este tensionando fuertemente con ambas piernas, sujeta a la negrita para que no se saque el grueso embutido.
Poco a poco el voluptuoso cuerpo de la niña se va acostumbrando a su nuevo invasor y ya solo se deja hacer, mientras tanto Lito, mete y saca furiosamente su ardiente vara de la estrecha y quemante vaina.
Con la niña ya vencida, el depravado cerdo experimenta como esa caliente y apretada rendija: Le estruja, le exprime con latentes contracciones el rígido miembro, causando en este, inefables delirios de placer.
La inocente victima teniendo encima a su estuprador, aprieta las manos y mordiéndose los labios soporta el inmenso dolor, cada vez que el verraco cerdo le emboca vaginalmente el duro embutido, enterrándosela por completo entre las robustas nalgas, mientras sus enormes testículos golpean con furia las rechonchas posaderas de la niña, una y otra vez, aquel duro embolo de carne, entra y sale salvajemente de la maltrecha y dilatada vaina, acompañados por los quejidos y lloriqueos de la abusada morenita.
Paulatinamente la valiente niña va cediendo para tranquilita y resignada dejarse someter, pues no le queda más que soportar las profundas arremetidas del punzante miembro.
Enterrado por completo en el tierno cuerpo de la infante, el sádico cerdo aceleró con poderosas embestidas la consumación del infame acto.
Sintiendo su vigorosa verga estrujada dentro de la infantil intimidad de Leila, el infame Gordo, experimenta por fin el delicioso y placentero cosquilleo que precede a la inevitable eyaculación.
Sujetando fuertemente el sofocado cuerpo de la adolorida niña, El pedófilo sujeto le hunde por última vez toda la longitud de su rolliza verga, descargando con fuerza abundantes y espesos chorros de semen.
Un bramido como de fiera salvaje dejó escapar de su pecho el estuprador, a medida que inundaba una y otra vez con enérgicas emisiones de perlino semen la matriz de la niña.
La jodida y palpitante concha ensartada en su robusto miembro, exprime, succiona las copiosas eyecciones de leche, mientras la párvula completamente vencida, deja que su instintiva naturaleza se encargue de terminar el insano acto, para lo cual su inmaduro y tierno cuerpo no estaba aún preparado.
Leila siente como ese torrente de ardiente y espeso fluido, inunda rebasando y quemando su ya prostituida intimidad.
Finalmente el robusto y fibroso musculo aun insertado entre los negros labios vaginales, va perdiendo lentamente rigidez y tamaño, mientras las incesantes contracciones vaginales, absorben las ultimas y ya débiles emisiones de semen.
Acto seguido el impúdico gordo desenvaina su enorme verga de la jodida matriz de la niña, quien al fin quedaba libre de su violador.
Por unos instantes Leila se quedó tendida, estaba exhausta, sin fuerzas ni siquiera para vestirse, lentamente se sentó en el viejo y destartalado colchón mientras con una de sus manos, masajeo suavemente su adolorida y maltrecha vulva, para calmar un poco el ardor que esa inmensa verga le había causado.
Con una mezcla entre dolor y placer la la negra miro acusadoramente al gordo mientras este terminaba de vestirse, para rápidamente desaparecer asustado y nervioso, dejando a su suerte a la desvirgada nenita para quien aún no terminaban los tormentos.
Copiosas y abundantes emisiones de semen comenzó a vomitar la abierta y crujiente vagina, esto para una pequeña de nueve años era algo inusual, raro, sin embargo se dejó llevar por sus naturales instintos.
No solo semen evacuo la pequeña sino algunos rasguitos de sangre, que se mezclaron con el blanquecino fluido, Antes de vestirse Leila observo su intimidad por última vez percatándose de la enorme abertura que aquel bruto le había dejado, tenía la concha sangrante y al rojo vivo.
Después de algunos minutos que parecieron eternos, Leila se vistió lentamente, para salir luego y perderse por entre los oscuros matorrales del inmenso y abandonado centro recreacional.
Dejar un comentario
¿Quieres unirte a la conversación?Siéntete libre de contribuir!