El gordo Lito ( Segunda parte )
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
El Gordo Lito
( segunda parte)
Una semana transcurrió desde aquellos escabrosos acontecimientos y desde entonces el gordo no volvió a ver a Leila, quien siempre solía jugar por esos descampados lugares con otros niños.
Para Lito, esos fueron los días más largos y tormentosos de su vida, vivía asustado y con temores de que la petisa pudiera acusarlo, o de que alguien se diera cuenta del infame acto, le parecía escuchar que de pronto tocarían a su puerta para llevárselo por violación, en fin, una serie de sombríos pensamientos atormentaban su paz y tranquilidad.
Pero en el transcurso de la segunda semana, por fin para alivio del preocupado viejo, pudo divisar a Leila desde su vieja caseta, jugando alegremente con sus amiguitas cerca de la vieja piscina.
Los eróticos sucesos estaban aún frescos, motivo por el cual los deseos por fornicar nuevamente a la candorosa negrita estaban latentes en el gordo, quien en el acto se percató que tenía otra vez la verga dura como un garrote.
Al instante recordó el inmenso placer que ese sensual cuerpito le había causado y que ahora, se divertía despreocupadamente como si nada hubiera pasado.
Esto alentó y avivo aún más en Lito, el deseo de seducir nuevamente a la apetecible muchachita.
Olvidándose por completo ya de sus temores, fue movido nuevamente por renovados impulsos y se dirigió disimuladamente a los abandonados cuartuchos.
Pronto el verraco obeso hizo notar su presencia a propósito, – ! gordo…gordo ¡ – le gritaron las traviesas petisas, riéndose burlonamente mientras Este, se introducía en el viejo establecimiento donde se encontraban los destartalados baños.
Leila miro al viejo y también cruzaron por su mente, las dolorosas y placenteras vivencias que por primera vez había experimentado con un hombre mayor.
Motivada por los recuerdos, los naturales e inevitables instintos sexuales se apoderaron ávidamente de la masoquista negrita.
– Ya no quiero seguir jugando, – les dijo a sus amigas mientras se tendía perezosamente en el pasto, las niñas que eran casi de su edad además de un niño de ocho años, también imitaron a Leila recostándose en la grama sudorosas y algo cansadas.
Caía la tarde y como era de suponer, después de un rato, las amiguitas de Leila ya sin ánimo por seguir jugando, se fueron retirando poco a poco dejando a la aviesa morocha completamente sola.
Percatándose de que ya no había nadie, Leila se puso de pie y armándose de valor se dirigió al lugar donde se encontraba el astuto viejo.
Entrando por el inmenso pasadizo, uno por uno la pequeña fue repasando las habitaciones sonriendo nerviosamente.
Por fin, abriendo el único cuarto que tenía puerta, sigilosamente Leila se fue introduciendo.
– ¡ Te atrape pendeja, ! – gruño Lito mientras cogía a la niña por los hombros.
–¡ hay Gordo me has asustado,¡ – replico la nena fingiendo temor, – ¿ Dónde has estado mi amor, ? – Pregunto el viejo mientras recorría con manos golosas el cuerpo de la chiquilla.
Sin decir nada y con sensual sonrisa, Leila empezó a contornear su deliciosa anatomía y solo se dejó hacer.
Acariciando los suaves hombros y casi sin tocarla, el hábil cerdo deslizo a ambos lados, las tiritas que sostenían el ligero vestido de la nena que resbalo hasta el piso, quedando Esta, solo con su prendita íntima.
Luego tomándola por una de sus manos después de trancar la puerta, la sentó junto a una sucia cama, para luego quitarse los anchos pantalones y quedar completamente desnudo.
Luego sentándose en el viejo y sucio colchón, empezó a masajearse la verga mientras devoraba a leila con sádica mirada.
Era increíble contemplar semidesnuda a la hermosa morenita, quien con coqueta sonrisa observaba el voluminoso miembro del gordo que cada vez se erguía más.
Su rosado calzoncito con múltiples e inocentes dibujitos, le daban a Leila una marcada tendencia infantil, sin embargo de la cintura hacia arriba la negra era tremendamente apetecible, pues con sus ya notorios e hinchados pechos, sus anchos hombros, su abultado vientre y su agraciado rostro, destilaba voluptuosidad y lujuria por todos sus agujeros.
Soltando ahora su gruesa verga, Lito se recostó un poco hacia atrás mostrando impúdicamente su durísimo miembro.
Mirando salaz y provocativamente al gordo, la niña se puso de pie y se despojó de su prenda íntima, quedando completamente desnuda.
No pudiendo ya contenerse más, el libidinoso gordo jaló a Leila hacia sí y luego la sentó de espaldas en su erecto miembro, que como nunca alcanzo su máximo tamaño y rigidez.
Al sentir nuevamente la ardiente pinga entre sus partes íntimas, la nena cerrando los ojos lanzó el primer gemido de placer, Lito completamente enloquecido por encajar nuevamente su enorme ariete en tan deliciosa y provocativa vagina, tomo a Leila por sus erectos pechos acariciándolos y estrujándolos suavemente, mientras su membrudo pene rozaba vehementemente la negra vulva de la petiza.
Deslizando lentamente una de sus toscas manos por el suave y exquisito vientre de la niña, el excitado cerdo llego hasta la entradita vaginal, para frotar una y otra vez el erecto clítoris de la negrita y hacerla delirar de placer.
Esta, cogiendo fuertemente la hinchada verga con una de sus manos, intentaba desesperadamente metérsela por la glutinosa concha.
Al comprender las vehementes y desesperadas ansias de la niña, por ser penetrada nuevamente, el alborotado obeso apresuro un poco más las cosas.
Echando abundante saliva en una de sus manos lubricó su rígida y quemante tranca, también hizo lo mismo con la negra vulva, que ya de por sí, estaba completamente resbalosa y empapada por viscosos fluidos.
La avezada negrita sudaba copiosamente, mientras bregaba por alojar en su rendija, la tremenda verga de Lito que estaba por reventar.
Para que no estorbe su abultado vientre, el viejo se tendió de espaldas y levanto a la mulata por sus recias nalgas para acomodarla mejor.
Esta, abriendo las piernas a ambos lados, cogió fuertemente la durísima vara, guiando su roja bellota hasta sus negros labios vaginales que se abrieron complacientes para recibir una vez más a su invasor.
Cuando el insano sujeto, sintió su lúbrica cabeza encajada en la quemante vulva, tomó a Leila por las anchas caderas, y aprovechando todo el peso de la niña, hundió toda la longitud de su grueso embutido en la estrecha intimidad de la negrita, quien lo recibió hasta los enormes testículos.
Esta vez el grueso relleno resbaló sin dificultad dentro de la dilatada vaina.
El dolor de la primera distención, había cedido su lugar a un inmenso y delirante disfrute para La infante.
– ¡ aaaahhh ! – exclamo el infame cerdo, con ojos centellantes de lujuria y sus gruesos labios babeando de gusto.
– Que rica concha tienes mi pequeña zorrita, como quema – balbuceo de gusto, mientras su duro miembro entraba y salía extrayendo y devolviendo el ajustado esfínter vaginal de la negra.
Con los ojos cerrados y la boca entre abierta, Leila percibía placenteramente el calor del invasor en su vientre, claramente podía sentir como el inmenso miembro, se cubría y descubría cada vez que recorría su pequeño y ensanchado tracto vaginal.
La dilatada concha de la negra, recibía ahora sin dificultad el grueso y macerado miembro, cuyo constante roce calmaba el intenso prurito vaginal del que era presa la arrecha petisa, quien ahora gozaba delirante cada vez que aquel asno, le enterraba el cálido y recio musculo hasta sus enormes huevos.
Era increíble como la niña podía ahora soportar el duro castigo al que era sometida por el gordo, quien hundiendo furiosamente su tremenda tranca, en vez de arrancar gritos y sollozos de dolor, esta vez solo se escuchaban gemidos y suspiros de placer.
– ¡ Empújamelo… empújamelo más! – Suplicaba Leila arrebatadamente, – ¡ métemelo todo… que rico… que rico ! murmuraba la niña y en el acto, acometida por un acceso de espontanea lujuria, dejó escapar un grito desmayado, mientras regalaba al gordo los cálidos fluidos que emanaban de su interior.
Lito al borde del paroxismo, no necesitó de mayores incentivos.
Teniendo a la petisa sentada de espaldas la cogía por ambas caderas y se la clavaba hasta lo más hondo con cada embestida.
Pronto las profusas contracciones vaginales, fueron haciendo mella en el insertado musculo viril, el goce llegaba a su clímax.
Levantando a Leila por sus fornidos glúteos, retiro un poco la longitud de su miembro salvo la roja cabeza, para luego sentarla con fuerza y enterrársela hasta la raíz.
Un sórdido gruñido emitió el panzudo sujeto, mientras arrojaba un verdadero torrente de cálido esperma, en el interior de la dilatada vagina.
Leila sintió los ardientes y cosquilleantes chorros disparados violentamente en su jodida matriz, recibiendo con espasmódicos sollozos y gritos ahogados de satisfacción, las grandes emisiones de semen que a regulares intervalos inundaban sus órganos vitales.
Estos producían en la negra, las más deliciosas sensaciones y elevaban su placer al máximo durante las descargas.
Ya completamente exprimido, el malvado obeso dejo escapar los últimos aullidos de placer, mientras la complacida párvula con la verga aun insertada, se recostó de espaldas en la gelatinosa panza del individuo, quien termino acariciando los pechos y el agitado vientre de su tierna amante, que ahora sudaba copiosamente.
Luego de unos instantes Leila se acomodó en posición de evacuar para vomitar por su maltrecha vagina, abundantes fluidos de blanquecino semen acompañado de los característicos chirridos que todas las hembras producen después de ser copuladas.
Luego que descansaron por unos minutos Lito se puso de pie, – límpiate bien la concha negrita – le dijo, mientras le alcanzaba una vieja toalla, – quiero volvértela a meter, pero esta vez por el chico.
– Al escuchar esto, Leila sonrió ingenuamente sin comprender, mientras miraba como el pene de Lito nuevamente empezaba a erguirse.
Bamboleando su grueso y semierecto miembro, el rustico hombre invitó a la mulata a que esta vez se la mame.
Leilita no necesitó mayores incentivos y al instante ya tenía entre sus suaves manos, la inmensa verga del impúdico cerdo que al contacto alcanzo toda su dimensión y dureza.
Abriendo los húmedos labios y con algo de esfuerzo, la niña se embocó casi la mitad del macizo bloque de carne, que parecía iba a reventar dentro de la boca de la hermosa lolita.
Leila se atragantaba golosamente con su rolliza verga y a veces intentaba engullirse por completo semejante desproporción, porque como ya dije, además de largo ese pene, tenía un respetable calibre.
También he de hacer notar aquí, que los testículos eran inmensos y le colgaban como dos melones unidos.
Esto para cualquier niña de nueve años habría sido intimidante, sin embargo a Leila parecía no importarle y por el contrario exacerbaba aún más, sus ávidos apetitos sexuales.
Luego de unos minutos Lito levantó suavemente por los cabellos a la petisa y agazapándose la cogió por ambas piernas teniendo a la negrita frente a él, para alzándola en peso ponerla nuevamente en suerte.
Leila rodeó con sus brazos el robusto cuello del gordo, quien ahora la tenía levantada por las recias nalgas punteando y buscando con avidez la entradita vaginal.
Solo bastaron breves momentos de tanteo, para que la verga resbalara suavemente, hasta alojarse por completo en la concha de la negra que lo esperaba con ansias.
Al sentirse nuevamente penetrada, Leila experimentó una vez más como aquel monstruo ensanchaba su intimidad y con su constante roce, aplacaba deliciosamente los tremendos deseos copulativos de la niña.
Con sus brazos y piernas se sujetó fuertemente de Lito, mientras este con rápidas y furiosas embestidas, sacaba y metía violentamente su grueso relleno de la ardiente vaina.
El verraco gordo estaba como enajenado, poseído de sádico placer.
Por fin podía disfrutar despreocupadamente de aquel hermosísimo, y cándido cuerpo infantil.
Para Leila eran las más placenteras sensaciones jamás soñadas a su tierna edad.
Con furiosos movimientos de pelvis, se enterraba la vigorosa verga hasta la empuñadura y apretando con sus poderosos muslos, se quedaba por un instante enclavada, tratando de alojar hasta el máximo el durísimo miembro del viejo.
Con los ojos fulgurantes y la boca jadeante, el libidinoso sujeto castigaba sin compasión a la precoz infanta, pero a cambio solo escuchaba quejidos de inmenso placer y disfrute.
Algo ya cansado por el peso de la niña, el rústico individuo, la depositó en el catre y le pidió que se pusiera en perrito, al instante la insaciable petisa, se acomodó en posición canina y con ambas manos abrió su enorme trasero, invitando al lascivo marrano a que la penetre desde atrás.
Al contemplar el enorme y sugerente trasero de la negra, Lito no pudo evitar mirar de cerca tan excitante y erótica visión.
Arrodillándose detrás del enorme culo de Leila, el gordo pudo observar entre asombrado e incrédulo, la inmensa y colorada abertura que su poderosa arma había dejado como secuela, en la jodida vagina de la candorosa negrita.
Sin poder contenerse, introdujo su sucia lengua hasta lo más hondo que pudo dentro de esa abierta rendija, que por dentro se veía inmensa y al rojo vivo.
Seguidamente le regaló una profusa chupada de culo que dejo a Leila al borde del desvanecimiento.
Luego de esto, el gordo se irguió cual asno alborotado y guiando su roja cabeza hasta la resbalosa vulva, calzo espectacularmente a la hermosa mulata.
Ahora Lito tenía un excitante panorama, podía percatarse claramente de como su vigoroso miembro ensanchaba tremendamente el anillo vaginal de Leilita.
Cogiendola por las anchas caderas, enterraba su durísimo relleno, hasta que su abundante mata de pelos chocaba con el recio trasero de la nena.
Casi como drogado, ebrio, enajenado, el rijoso cerdo se deleitaba disfrutando de inefables sensaciones que es imposible describir con palabras.
La palpitante concha de la mulata, semejaba un crisol ardiente y con repetidas contracciones, estrangulaba fuertemente el vigoroso miembro del gordo, haciéndolo delirar de placer hasta la locura.
Como queriendo retardar aún más, tan tremendas e indescriptibles sensaciones y sabedor que el orgasmo era inminente, Lito se la saco por un instante para luego hundírsela con sumo deleite.
No pudiendo contener ya más los inevitables espasmos el libidinoso obeso tuvo una mejor idea, vaciar el fruto de su lubrica satisfacción en los jugosos labios de la niña.
Rápidamente retiro la verga de su deliciosa vaina y le pidió a Leila que se pusiera de rodillas frente a él.
– Abre bien la boca mi zorrita que te vas a tragar toda mi leche, – le dijo, al instante que arrojaba un potente chorro de semen sobre la cara de la negra, ésta abriendo la boca, cerró los ojos fuertemente, mientras era ahogada por las consecutivas descargas del espeso y ardiente fluido.
El gordo Lito gruñía cual exacerbado porcino y su gelatinosa panza, saltaba al compás de las potentes emisiones que poco a poco se fueron debilitando.
Ahora la vista era increíble, el rostro angelical de la niña, estaba inundado por el pegajoso líquido, mientras que de su boca resbalaban abundantes chorros de perlino semen que la niña con sumo deleite se untaba por sus diminutos pechos y parte de su vientre.
Lentamente la verga del gordo fue perdiendo tamaño y rigidez.
De esto aprovecho Leilita para mamárselo con comodidad y poder embocárselo por completo, hasta exprimir y succionar la última gota de leche.
Lito completamente agotado se tendió pesadamente de espaldas mientras la picara negra aun erguida disfrutaba sonriente de su segundo triunfo y disfrute.
Después de este encuentro, además del intenso placer sexual que la precoz y desvergonzada negra había experimentado.
Se sintió tremendamente atraída por el lascivo gordo.
Lo buscaba y seguía a todas partes para que la cogiera.
Todos los días, al caer la tarde, lo esperaba completamente desnuda en el sucio cuartucho.
Ahí, encerrados, pasaban horas disfrutando incansablemente de sus enfermizos e insanos apetitos carnales.
Llego el momento en que Leila habría dado cualquier cosa por que esa pinga, encajada en su negra y pegajosa vulva, aplacara el intenso prurito vaginal del que a veces era presa la niña.
Sin embargo Lito, se daba plena cuenta de que le faltaba, mucho por disfrutar de ese capullito recién abierto.
Una de esas calurosas tardes de placentera orgía, el gordo, después de consumar uno de sus tantos estupros, descopulo a la negrita dejándole la concha rebalsando de espeso semen, luego se desparramó de espaldas en el sucio colchón, mientras la niña acurrucándose a su lado comenzó a masajearle su ya flácida y musculosa verga.
A medida que los inusuales amantes se iban relajando, el viejo abrazó a la petisa prodigándole besos y atrevidas caricias, mientras esta soltando la verga, rodeo con una de sus piernas el inmenso cuerpo del cachondo obeso.
– ¡ hay Lito ¡ que rica pinga tienes, me has dejado la chucha ardiendo,– dijo Leila, al tiempo que con una de sus manos le acariciaba suavemente el velludo pecho.
– aaah pendeja, como te gusta la verga…ahora tranquilamente te dejarías coger por un burro, ja ja ja ja, – ya, no seas malo gordo huevón, Yo todavía soy una niñita, – protesto la chiquilla apenada, – Si mi ricura, pero con ese enorme trasero fracturarías el miembro a cualquier hombre y a mí, ya me está faltando verga para complacerte.
– ¡ ha sí pendejo,! pues ahora te la voy arrancar, – y agarrando nuevamente el laxo relleno.
Lo apretujó jalándolo fuertemente diciendo: – ¡ y ahora que dices pendejo, y ahora que dices,¡ – ¡ ya no negrita…ya no negrita…! perdón, – se quejaba Lito entre gritos y sonrisas, – solo estaba bromeando.
– y haciéndole cosquillas a la niña, logro que esta soltara el flácido pene.
– Gordo no seas malito me he quedado con ganas, hazme un poquitito más, – está bien mi pequeña putita, pero primero vamos a bañarnos.
– Seguidamente Lito, se ciñó una toalla alrededor de su enorme panza y la mulata completamente desnuda, se montó en su ancha espalda.
Luego se dirigieron a una de las pocas duchas que aun funcionaban.
Una vez ahí, el gordo abrió la llave y comenzó a jugar con la agraciada chachita.
Entre gritos y risas empezaron a divertirse y echándose agua con las manos, acabaron totalmente empapados, luego el cachondo viejo, cariñosamente fue enjabonando el robusto cuerpo de la arrecha morenita.
– Como sobresalían marcadamente su enorme trasero, sus exquisitos pechos y sus bien contorneadas piernas.
– A medida que Lito fue recorriendo con ásperas manos los encantos de la pícara petisa, esta se fue cargando nuevamente por lúbricos apetitos.
Algo agazapado y teniendo de espaldas a Leila, el sádico hombre, masajeaba fuertemente sus suaves y rígidos pechos que ya sobresalían con notoriedad.
Cerrando fuertemente los ojos la excitadísima y tierna mulata, contorneo su erotizado cuerpo, al sentir en su trasero la enorme verga del alborotado marrano, que se encontraba otra vez dura como el fierro.
La inquieta morenita busco con febril ansiedad ser nuevamente atravesada por ese enorme relleno.
Sin embargo el abultado vientre del gordo dificultaba un poco la penetración.
Cual exacerbada perra en celo y con la concha destilando aun emisiones de semen, Leila se agachó apoyando ambas manos en el murito, para abriendo las piernas y levantando su vigoroso trasero ponerse en cuatro.
Esta erótica y sugerente pose volvió loco al enfermizo hombre, quien con ávido deseo, guio su erecto miembro hasta la abierta y resbalosa rendija, que esperaba latente a su formidable campeón.
Abriendo con ambas manos las poderosas nalgas de la cachonda negra, el viejo pudo ver claramente, el enorme boquerón que el desmesurado calibre de su pene, había dejado en la prostituida vulva de la impúber, producto de las constates violaciones.
Ni siquiera tuvo que colocar con sus manos su durísimo pene en la jodida concha, este, resbalo por sí mismo hundiéndose lentamente hasta chocar con la ensortijada mata de pelos.
Como toda mujer de color, Leila era extremadamente ardiente e insaciable, gozando desenfrenadamente cada vez que la cogían.
Con convulsivos y persistentes movimientos, la fogosa negra regalaba a Lito arrebatadores delirios de placer.
Debido a la frenética arrechura de la procaz morenita, esta tenía la vagina desmesuradamente abierta y siempre que era estimulada por el grueso miembro vertía abundante moco cervical que facilitaba tremendamente una placentera penetración, el obeso viejo metía y sacaba su pene con suma facilidad de la saturada cavidad vaginal.
Dominando un poco sus arrebatados impulsos, Lito, retiró de la vagina su duro embutido completamente embarrado por blanquecino fluido seminal, luego, poniéndose de rodillas detrás de Leilita, el gordo separo nuevamente con sus gruesas manos, las bronceadas nalgas de la niña y luego, lleno de mórbida satisfacción, observo con asombro como esa roja y lacerada abertura circundada por negros y enormes labios, seguía aun emanando líquido seminal.
Usando como ungüento las profusas emisiones de espeso semen.
El sucio cerdo se dio a la tarea de relajar los constreñidos pliegues anales, provocando en la nenita tremendos y novedosos disfrutes.
Leila estaba pronto a cumplir los diez años y además de hermosa, su cuerpo se desarrollaba con singular precocidad.
Desde hacía algún tiempo, el rustico hombre venía estimulando analmente a la procaz morenita y ésta, ya recibía complaciente el inmenso dedo de Lito.
Sin embargo esta vez, juntando dos dedos los introdujo violentamente por su pequeño orificio, arrancando a la niña un tremendo grito de dolor.
– ¡ haaay gordo ! no seas tan tosco…por ahí no,– se quejó la negra, quien como movida por un resorte, se puso de pie y adolorida se sentó al borde del murito.
– Nooo Lito, no me hagas por ahí que me duele.
– El pervertido hombre estaba resueltamente decidido por reventar el invicto ojete de la salaz mocosa, para gozar contra natura, de tan delicioso y apetecible trasero que ya empezaba a ser deseado.
Con persistentes suplicas, el libidinoso puerco rogaba desesperadamente a la indecisa mulata, a que se dejara coger por atrás.
Luego de unos minutos que parecieron eternos, por fin la atractiva jovencita acepto algo temerosa probar el sexo anal.
El exacerbado asno cerró los ojos de plena satisfacción, sabedor de que otra vez como en todo, iba a ser el primero en reventar el cerradito conducto anal de la bella jovencita.
No de muy buena gana, Leila se puso otra vez en suerte, ante la algarabía del aprovechado obeso.
Con las manos en el muro, las piernas separadas y el recio trasero levantado, la intrépida negrita se dispuso a soportar una nueva y dolorosa experiencia.
Rápidamente Lito, estaba ya agazapado detrás de la expectante chiquilla y con la durísima verga en una de sus manos, friccionaba tanteando ávidamente el pequeño orificio trasero, mas sobando que penetrando, para calmar los temores de la asustada negrita.
– Relájate mi niña que después vas a pedir a gritos que te la zampen por atrás, – vocifero el perverso individuo, quien para calmar aún más los miedos de Leilita, astutamente bajo un poco el fibroso músculo de carne, para encajárselo completo por la glutinosa concha.
La niña soltó un débil gemido de placer y nuevamente se fue impregnando por deliciosas sensaciones.
Cada vez que el embotijado músculo de carne ensanchaba al máximo su ardiente intimidad, la niña perdía el control por completo y era poseída por arrebatadores disfrutes de lujuria.
Aprovechando la tremenda excitación que en ese momento dominaba a su pequeña amante, el viejo gordo, ávido e impaciente por embutir su rígido y glutinoso miembro, en el incólume orificio anal, se le ocurrió una ingeniosa e inusual idea.
Se unto la verga con abundante y espumoso jabón, tornándose esta tremendamente resbalosa y escurridiza, lo mismo hizo con el constreñido culo de la morocha.
Luego juntando dos de sus enormes dedos, se los fue introduciendo por el apretado ojete, solo que esta vez, muy despacito, cuidando no lastimarla.
Por un momento el gordo se dio a la paciente tarea de ensanchar, dilatar, el intransitado conducto de la morenita.
Esta, ya un poco más relajada, asimilaba valientemente no sin dolor, aquellos novedosos y extraños estímulos que el gordo le prodigaba.
Cuando pensó que ya era el momento, El panzudo sujeto se puso de pie rápidamente, luego afirmándose detrás de la niña fue guiando su durísimo miembro hasta los pliegues del orificio anal, que lo esperaba en sugerente posición.
Colocando con firmeza la roja bellota en la cavidad anal.
Lito empujó resueltamente su fibroso miembro y tanto da el cántaro al agua hasta que por fin, después de arduas y perseverantes tentativas, los comprimidos músculos del recto cedieron, para permitir después de una lucha que duro unos minutos, dar paso al extraño invasor, que ayudado por el abundante y resbaloso jabón, penetro violentamente rompiendo y desgarrando, la inútil resistencia, para alojarse triunfante en el ajustado recto de la negrita.
Con ahogados gritos de dolor, Leila aguantó estoicamente las furiosas embestidas del enloquecido marrano.
Las hermosas y robustas nalgas de la niña, ejercían un especial atractivo sobre el lascivo regordete.
Este, una vez que hubo logrado la penetración gracias a sus brutales esfuerzos, se sintió excitado en gran extremo y comenzó a joderla salvajemente sin contemplaciones, rápidamente empujaba y sacaba su poderosa arma, sin importarle el dolor que esta provocaba con la dilatación.
El goce y la dicha más placentera que un hombre puede jamás imaginar las estaba disfrutando con una agraciada jovencita de solo nueve años.
Leila se mordía los labios gimiendo rabiosamente, cada vez que el tieso dardo se enterraba por completo, ensanchando violentamente su jodido recto.
Con una inmensa y sádica satisfacción, el morboso viejo sentía como su grueso embutido, entraba y salía apretadamente del enjabonado y resbaloso culo de la petisa.
Por un breve momento, apiadándose un poco de su adolorida víctima, Lito extrajo su rígida verga de la sodomizada niña, observando curiosamente, como este se abría y contraía violentamente expulsando el abundante y espumoso jabón.
El pendejo gordo enjabonó nuevamente su poderosa tranca, dejándola totalmente escurridiza y guiando una vez más su palpitante cabeza, la volvió a colocar ansiosamente entre los pliegues del recién profanado orificio anal, para sin contemplaciones encajársela por completo hasta sus desproporcionados testículos, sintiendo como las apretujadas contracciones de las delicadas partes íntimas de la niña, masajeaban deliciosamente su hinchada verga.
Por un breve instante el libidinoso gordo, observo con gran asombro como su corpulento miembro, ensanchaba al máximo el tierno esfínter anal de la sometida mulata, borrando por completo los pliegues de su reventado trasero.
La constante fricción que el estrechísimo recto ejercía sobre la punzante verga, no tardaron en hacer estragos sobre la embutida mole de carne.
Como era de esperar, la naturaleza exigió su recompensa.
Cogiendo fuertemente por las caderas a la exhausta negra, el cachondo gordo la acomodo un poco más hacia sí, para embocarle el miembro por última vez, arrojando potentes y abundantes chorros de semen, que golpeaban una y otra vez el interior de la bella mocosa, – ¡ ya nooo gordo…ya nooo…aaaghh ! – se quejaba Leila mientras que su palpitante vientre era inundado por ardiente y espeso líquido.
Como queriendo retardar un poco más, el intenso deleite que le había producido el apretadísimo recto de la niña, Lito, agotando las ultimas fuerzas, extraía e introducía furiosamente su lúbrica verga, empujándosela por completo, hasta verter la última gota de leche en el prostituido conducto anal de la abusada morenita.
Por fin ya satisfecho el gordo retiro su exprimida verga del lacerado culo de la niña, quien adolorida y cansada se sentó de costado en el murito.
– ¡ Hay Lito me has hecho doler !.
ya me hago, ya me hago.
– Se quejaba la niña, al tiempo que se masajeaba fuertemente el ojete, – aauuu me has reventado mi culito.
– Luego Leila se sentó en el wáter pero en vez de evacuar, solo consiguió vomitar por el culo abundantes fluidos de espeso semen.
Lito empezó a reír, luego tomándola cariñosamente por los hombros, la ayudo a levantarse.
– Vamos a ducharnos mi amor que estas sudorosa y untada de jabón.
Seguidamente ya más calmada y serena, la niña, como tantas veces, de pronto se encontraba bañándose con el desvergonzado cerdo.
Luego del aseo, regresaron al viejo cuartucho para después de vestirse, desaparecer del oscuro lugar raudamente como de costumbre.
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