El gordo Lito ( Tercera y última parte)
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
CAP.
3 Ultima parte
Después que Leila fue violentada brutalmente contra natura, brotaron en ella desenfrenadas tendencias por el deleite carnal.
La niña se volvió insaciable, voraz, como gozaba exhalando profusos y estruendosos gemidos de placer cuando Lito con su fibroso miembro la atoraba por atrás.
Con el transcurrir del tiempo, llego el siguiente verano y el calor se hizo insoportable.
La exuberante morenita ahora de diez años, lucía más apetecible que nunca y ya no veía muy seguido al gordo, debido a que este tenía ahora múltiples ocupaciones.
Además, Lito, no siendo ya tan joven, había perdido el entusiasmo y la vitalidad del comienzo, pues las intensas sesiones sexuales que a diario había mantenido con la niña, habían mermado notoriamente su potencia sexual.
A veces tenía que huir de la pegajosa negra quien lo seguía a todas partes con vehemente insistencia.
Esta situación empezaba ya incomodar al viejo, quien temía ser puesto en evidencia.
A veces solía encontrar a la mocosa con su amiga María masturbándose en el oscuro cuarto donde la desvirgó por primera vez, otras, siendo penetradas por un jovencito de catorce años al que llamaban Cotito, y con quien las niñas saciaban sus prematuros instintos sexuales.
Esto para el gordo era un alivio y cada vez que se topaba con estos escabrosos cuadros, se hacia el de la vista gorda pues era bueno para Él.
Solo en ocasiones el viejo se acostaba con la fogosa jovencita, quien siempre le pedía más.
Lito estaba cosechando tempestades y ahora era víctima de su propia creación.
Las cosas que vendrían más adelante estaban ya marcadas por el caprichoso destino, y los escabrosos eventos cargados de inagotables corrientes pasionales, iban afluir a raudales sin que nadie pudiera ya detenerlos.
La vida tiene muy curiosas y variadas formas de resolver las cosas.
Para suerte del acosado gordo y siendo este el guardián del viejo club campestre, los propietarios le ordenaron que contratara un albañil, para que se encargara de la construcción de una gran poza de concreto, pues iban a tapiar un inmenso trecho de más o menos ochenta metros de largo, para lo cual necesitarían abundante agua.
Por recomendaciones de un amigo llegó para hacer el trabajo, un joven y atlético moreno de más o menos veinticinco años llamado Toribio.
– Y vaya que si era un toro.
– Al igual que todo pueblerino era de rústicos modales, de mediana estatura y anchas espaldas.
Sin ser tan guapo tenía la frescura que da la juventud, además de una hermosa dentadura que la lucía con una contagiante sonrisa, sus manos eran enormes y ásperas.
Como todo moreno, Toribio era jocoso pero de noble carácter además de obediente, al instante congenió con Lito y se hicieron muy amigos.
Los trabajos se iniciaron sin demora y el mismo gordo se ofreció como ayudante para poder ganar un dinero extra.
Mientras tanto en el otro extremo del inmenso club campestre, Leila a través de María había encontrado en Cotito el remplazo perfecto para saciar sus impúdicas tendencias sexuales.
– María se convirtió en la mejor amiga de Leila: era menor por un año y al igual que esta, también una niña de color, poseía una figura delgada y un cuerpo no tan fornido como su compañera, pero sexualmente se desarrollaba con gran precocidad, tenía los pechos prominentes y ya empezaba a brotarle el vello púbico.
Era una niña problemática, malcriada, grosera y no respetaba a nadie, no le gustaba estudiar y andaba de su cuenta.
Pero como le gustaba la pinga, siendo mañosa y precoz por naturaleza, le gustaban los chicos mayores y se dejaba coger con facilidad.
No siendo tan bonita era más despierta y vivaz que Leila.
A los siete años había sido sodomizada por unos primos por lo cual su madre la envió a vivir con sus abuelos, esto quizá explicaba en algo sus impúdicas tendencias.
En fin, era una niña terrible, los ancianos no podían con ella y siempre recibían quejas.
Encontró en Leila la compañera perfecta y no era del agrado de Lito.
– Un caluroso sábado, después de una ardua faena y recibir su paga, Toribio y el gordo se sentaron sobre el pasto y a la sombra de un frondoso árbol, para tomar unas refrescantes cervezas, mientras bebían fueron compartiendo recíprocamente sus íntimas vivencias.
– Mi nombre es Manolo, pero de pequeño mi madre para no confundirme con mi padre, cuyos amigos le llamaban Manolito, optó por apodarme simplemente Lito.
– Luego continuo el gordo: – tengo dos hijos ya mayores que viven con su madre, me separe de ella hace quince años, de los cuales diez, trabajé de mozo en este enorme club vacacional cuando aún recibía visitantes.
Luego lo cerraron y me dieron el trabajo de guardián.
– Por su parte Toribio, también conto algo de su corta vida y mientras departían amenamente sus vivencias, tocaron como no, el tema de mujeres.
Los dos hombres se fueron contagiando de lujuria conforme cada uno contaba con lisuras y groserías, sus experiencias sexuales cargadas de sucia morbosidad.
Mientras departían alegremente entre risas y carcajadas, de pronto interrumpió la privacidad de los pervertidos sujetos, una robusta y curiosa morenita de diez años, quien se aproximó sin temor ante la presencia de los ebrios individuos, Era Leila, – Lito, ¿qué estás haciendo, ? Te he estado buscando hace días.
– Como movido por un resorte el viejo regordete reaccionó sorprendido, – ¿ están trabajando aquí, ? – siguió preguntando la osada jovencita, mientras miraba al joven moreno con suma curiosidad.
La tentadora mulata lucía más apetecible y hermosa que nunca.
– ¿ Quién es ella, ? preguntó el moreno, devorando con la mirada a la sensual y juvenil negrita.
El abochornado gordo, no sabía que argumentar y a pesar de su ebriedad trataba de controlar su evidente nerviosismo.
– Se llama Leila, vive aquí en la entrada y a veces le permito jugar con otros niños, – balbuceo el panzudo viejo, al tiempo que era observado inquisitorialmente por su amigo.
– aaah gordo pendejo, con que te gustan tiernitas ja ja ja ja – bromeo el negro quien no se andaba por las ramas.
– Si ya está pal catre la mocosa, – decía el insano mancebo que con destellante mirada ruborizaba a Leila, luego le pregunto: – ¿ Cuántos años tienes ricura, ? – pronto cumpliré once años – respondió la negra, quien atrevidamente se sentó cerca de los borrachos, Estos, siguieron bebiendo ante la incitante y provocativa niña, que disimuladamente fue entrando en confianza con el joven.
A medida que aquellos patanes se embriagaban, les fueron aflorando ya sin control, sus perversas tendencias.
Hacía un calor insoportable por lo cual los rústicos individuos parecían veranear, luciendo solo cómodas y anchas trusas.
La bella mulata solo tenía ojos para el joven y recio moreno, quien con cariñosas y perspicaces frases cargadas de doble sentido, fue enamorando y estimulando sexualmente a la petisa, quien tenía la vista puesta en el enorme bulto que notoriamente levantaba la holgada trusa del negro.
Como toda niña, Leila era intranquila y de tanto en tanto se levantaba como jugando, alrededor de los ebrios sujetos, a veces el viento levantaba su ligero vestido blanco, dejando al descubierto sus enormes y rollizas piernas: Otras, de repente se sentaba bruscamente entre Lito y el negro, desparramando sus enormes muslos y dejando ver impúdicamente su calzoncito, ante el asombro del trastornado moreno, que ya de por sí, estaba completamente encendido.
En tanto para El gordo esto parecía no importarle y por el contrario riendo, tuvo una idea genial, incitar la lascivia de ambos jóvenes para librarse de una vez por todas, del acoso de la niña, que para él ya era molesto y hasta en cierta forma peligroso.
– Leila, dice Toribio que Esta enamorado de ti, y que le gustas mucho, – la preciosa mulata se abochornó sin decir nada, y cada vez que lito le hacia la comparsa al negro, esta solo atinaba a sonreír coquetamente.
A medida que tomaba y hablaba las palabras del viejo se iban cargando de groseras expresiones.
Lito conocía perfectamente a Leila, ya que esta, criada por una vieja tía, había crecido con muchas libertades y al andar ahora en compañía de una niña como María, estaba acostumbrada ya, a escuchar lisuras de todo calibre.
El sádico gordo continuo mientras hacía un gesto con las manos: – ¿Sabías que el negro tiene una verga de este tamaño, ? – ¡ no asustes a mi novia Gordo pendejo… ja ja ja ja !– rio Toribio, mientras miraba a Leila, como avergonzada cubría su carita con sus manos a medida que se iba impregnando de erotismo.
Como leyendo el pensamiento de Lito y aprovechando de que Leila se había alejado un poco, el cachondo negro preguntó casi susurrando: – Gordo ¿crees que la negra se deje coger, ? – sí, pero tienes que tener cuidado de que no te vean, llévala al almacén y ahí te la culeas.
– El astuto verraco le daba la posta a Toribio, y aunque este, sospechaba que el gordo ya había disfrutado de ese culito, no tenía evidencia, pero poco le importaba y estaba también El, decidido a gozar del robusto y apetecible cuerpo de la bella mocosa.
Toribio era un negro joven, fuerte y en tragos no era rival para Lito, pronto el fatigado viejo sintió los efectos del alcohol y con el pretexto de comprar más licor, totalmente ebrio se retiró para no regresar más.
Al negro, le importo un carajo que el gordo se marchara y por el contrario lo deseó.
Desde el principio, la negra se sintió tremendamente atraída por tan formidable espécimen que había caído como del cielo.
Seguidamente la sensual mulata se sentó junto al joven mientras este comenzó a enamorarla, – Eres muy bonita, ¿ sabías ? – le susurro a Leila mirándola fijamente a los ojos, – te dejarías coger por mí dulzura ? – continuó el negro mientras encendía un cigarro.
Al escuchar estas palabras la excitada lolita con un dedo entre sus labios empezó a reír tímidamente, – ¡ay qué cosas dice señor!.
todavía soy niña, – pero así me gustas más y te deseo desnudita mi amor, – insistió el moreno.
Al escuchar estas incitantes palabras, Leila se estremeció de pies a cabeza, nunca la habían enamorado, su pulso se aceleró y antes de que pudiera reaccionar, ya tenía encima al arrecho y ebrio moreno.
Por un momento los jóvenes se miraron con recíproco deseo, – solo déjate hacer mi pequeña negrita, así… despacito… despacito…– decía Toribio con voz acariciante, mientras su poderosa mano recorría hábilmente el tembloroso cuerpo de Leila.
A diferencia del Gordo, la encantadora chiquilla fue correspondiendo deliciosamente a los requerimientos de un pretendiente joven, quien con eróticas y amorosas frases la fue despojando lentamente de sus temores.
Igualmente Toribio a pesar de su ebriedad, estaba siendo cautivado por tan bella y esplendorosa mulata.
Ahora: cogiéndola suavemente por los ondulados cabellos, acerco sus gruesos labios a la dulce carita de Leila, – que linda eres, que dulce boquita tienes, me gustaría besarla, así… así… así.
– musito el negro.
Al sentir en sus soflamadas mejías los cálidos labios del muchacho, la niña lo buscó con los suyos encontrándose en un apasionadísimo beso.
Los dos jóvenes rodaron por el pasto y olvidándose por completo de sí, se besaron con descontrolada pasión, ante estos nuevos estímulos Leila aprendía con espontanea rapidez y montándose en la dura verga del negro, se refregó salvajemente la vulva con impetuosa voracidad, calmando así, sus exacerbados apetitos ante el asombro del vertiginoso negro.
Al igual que el gato juega con el ratón antes de comérselo, Toribio inició una estrategia; después de calmar los ímpetus fogosos de la pequeña lolita, al rijoso caballo, no le fue difícil conducir a la niña hasta el fondo del almacén donde se encontraba su habitación.
Seguido por la impaciente y arrecha papusa, Toribio, después de cerrar la puerta, se tiró de espaldas triunfante en la cama, echándose a jugar con la desvergonzada mulata.
Teniendo ya toda la confianza y con juegos que ya no eran tan sanos, el vicioso negro empezó a manosearla descaradamente, con el apacible consentimiento de la instigadora mocosa, quien solo atinaba a reír complaciente, mientras el ebrio muchacho le tocaba sus partes íntimas ya con todo desparpajo.
Cuando el sucio y cachondo negro acariciaba los enormes muslos y el trasero de Leila, esta, con una de sus manos, masajeaba fuertemente por sobre la trusa el inmenso miembro viril de Toribio, que comenzó a erguirse espectacularmente ante el estupor de la agrandada chachita.
– Hay Toribio que grande lo tienes – dijo la pequeña con salaz sonrisa.
– No pudiendo ya contener más su excesiva curiosidad, la negra suplico con dulce voz.
– A ver muéstramela, por favor no seas malo, – primero enséñamela Tú y después te la muestro, – respondió el astuto negro, al tiempo que se daba cuenta de cómo la aguantada petisa ardía en ganas por ser cogida.
Después de insistentes ruegos y súplicas, por fin la ingenua infante, accedió a los requerimientos del astuto negro.
Despojándose de sus modestos atavíos, la bellísima chamita quedo solo con sus pueriles braguitas.
El joven y vigoroso semental, controlando un poco los efectos del licor, se sentó como un resorte enfrente de Leila, contemplándola arrebatadoramente en todo su esplendor.
Con ojos centellantes y la boca babeante, el enfermizo moreno comenzó a recorrer con sus ingentes y ásperas manos, el tembloroso cuerpo de la bella y ardorosa chachita, que cada vez se iba encendiendo más de pasión y lujuria.
Manteniéndose aun sentado, el sátiro hombre se bajó la ancha trusa, para finalmente mostrar ante la horrorizada niña, un miembro cuyas tremendas proporciones, hubieran asustado a la más avezada de las prostitutas.
Sin embargo para Leila era el paraíso y observaba frenéticamente tan arrebatadora visión.
Es imposible describir con palabras las sensaciones despertadas en la amatoria joven, por el repentino descubrimiento de tan formidable instrumento.
La voluminosa y jugosa verga aun semi erecta se arqueaba hacía abajo colgando cual delicioso salame.
Leila sentía como su cuerpo se estremecía, respondiendo involuntariamente ante tan terribles y excitantes estímulos, sus pechos se hincharon e instintivamente los apretujó fuertemente con sus manos.
Sin quitar la mirada de la gigantesca verga, sentía como su enorme vulva se dilataba al máximo ensanchando sus empapados y negros labios, un delicioso y placentero cosquilleo vaginal, producido por abundantes emisiones, exacerbaron tremendamente su desenfrenada lujuria, preparándola para la inevitable y placentera copulación.
El morboso negro sentado al borde de la cama, separó sus atléticas piernas, ordenando a la petisa que se arrodillase frente a su poderosa arma.
La impávida mocosa tenía ahora ante su rostro, el oscilante y rígido musculo viril, que el negro mantenía impúdicamente expuesto.
Observando de cerca la exquisita estructura de tan apetecible cipote, Leila, incapaz de soportar más la tentación y ante la absorta mirada del negro, lo tomó entre sus manos, lo apretó, lo estrujó, deslizando hacia atrás los pliegues de piel, que cubrían la inmensa bellota negra.
Luego recorrió con sus labios amorosamente, toda la longitud de la enorme polla que se manejaba el aventajado negro.
Consumida por febriles arranques de lascivia, la hermosa doncella rodeando con sus dedos el largo y voluminoso dardo, lo apretujó en un trémulo deleite, percibiendo como el vigoroso pene se endurecía cada vez más, por efecto de los intensos estímulos trasmitidos por sus hábiles caricias.
No conforme con esto y animada por su joven amante, la negra se engullo espectacularmente el desmesurado y duro embutido, ante el delirante regocijo del jadeante mozalbete.
Era excitante ver como los lúbricos labios de la agraciada niña, encajaban perfectos mientras recorrían amatoriamente, toda la extensión del fornido y oblongo miembro viril y cuando se posaban suavemente en la brillosa cabeza, la negra saboreaba ebria de placer, los copiosos fluidos que emanaban de ese agujerito que la volvía loca.
En tanto Toribio acariciaba cariñosamente los ensortijados cabellos de su tierna amante, esta se deleitaba prodigándole al licencioso papión, el mayor de los disfrutes que una mujer puede ofrecer a un hombre.
El negro era un semental joven y de una increíble resistencia, mas ahora con los efectos del alcohol, su dureza e inagotable fuerza copulativa se acrecentaban tremendamente.
Poniéndose de pie el pervertido gorila, recostó de espaldas a la aviesa lolita, con el trasero al borde de la cama y los pies sobre el suelo, de inmediato se hincó entre los recios muslos de la negra, para abriendo con sus enormes manos los labios vaginales, contemplar sobrecogido la desgarrada y roja abertura saturada por viscosos fluidos que esparcían un olor peculiar.
Al instante el mórbido negro se dio cuenta de que Leila ya no era virgen, pero poco le importó.
Ebrio de licor y placer el sucio moreno, clavó su áspera lengua en la glutinosa vaina de la ardorosa mulata, haciéndola delirar hasta la locura.
– ¡ Ya no… por favor, ya no,… ya no… ! – suplicaba Leila, mientras el sádico joven ignorando sus ruegos, bebía ávidamente tan delicioso néctar.
Una vez satisfecho y harto de lamer tan exquisita vulva, poniéndose de pie el negro, comenzó a ensalivar su terrible aparato disponiéndose a penetrar a la hermosa morenita, Leila, completamente desnuda, era consumida por intensos deseos de ser poseída por aquel vigoroso y arrecho potrillo.
No pudiendo ya contenerse más y con atrevida sugestión, la impávida petisa se levantó para poniéndose en perrito, menear provocativamente su enorme trasero, lista para dar pelea.
Cualquier hombre sobre la tierra habría sucumbido ante tan sugerentes y provocativos encantos.
– No hay duda que ante tan perfectos y sensuales atributos, Leila había nacido para amar y ser amada.
– Ante tan excitante invitación, el libidinoso joven dirigió su arma hasta la tentadora e irresistible abertura que lo esperaba con ansias.
El lubrico caballo de ebano, encontrando delirante placer al contacto de su pene con los ardientes labios de la negra vulva, empujó resueltamente y con preciso golpe, embocó la mitad de su voluminoso apéndice.
Tan pronto como la ardiente lolita sintió su concha embutida por la entrada de tan terrible miembro, levantó desafiante su fornido trasero, luego, pegando la cara y llevando los brazos hacia adelante, apretujó las cobijas mordiéndose los labios, alentando así a su poderoso invasor, a no guardarle consideraciones.
Cogiendo a Leila por las rechonchas caderas y con la rígida verga ensartada parcialmente, el bien dotado semental puso en acción sus tremendos poderes copulativos.
Empujando frenéticamente hacia adelante y hacia atrás, fue midiendo su ardorosa verga y con cada arremetida, la iba alojando cada vez más profundamente, hasta que por fin; con poderosa estocada se lo enterró hasta la empuñadura, haciendo gritar a la robusta mocosa.
– ¡ Ay mi amor !.
suave… suave, que me… arde…me arde, – esta furiosa penetración por parte del brutal caballo negro, fue más de lo que su tierna víctima, animada por sus propios deseos, pudo soportar.
El negro gozaba con la glutinosa vaina que tenía empalada con su enorme ariete.
Sentía un enloquecedor contacto y con inexplicable placer, recorrió con sus inmensas manos el palpitante vientre de la niña, deslizándolas hasta apretujar sus duros y erectos pechos.
Luego aferrándose con desesperación, obsequio al ondulante y angelical cuerpo toda la longitud de su quemante vara metiéndosela por completo.
Leila, en cuyo vientre se había acomodado aquella gigantesca anaconda, sentía al máximo los efectos del intruso, caliente y palpitante.
Poco a poco la embutida concha de la negra, se fue amoldando a su nuevo invasor colmándolo de profusos fluidos, que iban haciendo exquisitamente tolerable la penetración.
Pronto una intensa sensación de placer provocada por la vigorosa arma del lascivo negro, no tardaron en arrancar quejidos y lamentos en la linda chiquilla, entremezclados con agónicos quejidos que expresaban un sumo deleite.
Es claro suponer que un rustico hombre como Toribio, ignoraba el tremendo poder de goce y morbo, que su miembro podía provocar en una niña de diez años.
Por un momento el rijoso negro pudo ver como su inmenso embolo, era circundado por el apretadísimo musculo vaginal, que a manera de ventosa succionaba y masajeaba exquisitamente el engrasado pene, mientras este, entraba y salía salvajemente de la castigada vulva.
A veces el enorme cipote se arqueaba para lentamente hundirse sin dificultad en toda su extensión.
Al cabo, Leila no pudo resistir mas tan infinito placer y obsequió al arrebatado violador, una cálida emisión que inundo todo su rígido miembro.
Resulta indescriptible el frenesí de lujuria, que en aquellos momentos se apoderó de la ávida y encantadora niña, Esta, se aferró con desesperación de las cobijas, en tanto el fornido moreno agasajaba a su voluptuoso cuerpo con todo el vigor y poderío de sus viriles estocadas.
Pero ni aun así, sumida en su éxtasis, Leila no perdió nunca de vista la perfección del goce.
Sabía que su musculoso verdugo más poderoso y fuerte que el de Lito, tenía que expeler su semen en el interior de su jodida intimidad, tal como lo hacía el gordo, y de solo imaginarlo, esta procaz idea añadió más combustible al fuego de su lujuria.
Sin embargo, aún para el insaciable negro, estas sensaciones eran ya demasiado y a pesar de su vigorosa juventud, tuvo que sucumbir a la intensidad de las sensaciones, dejando escapar abundantes torrentes de viscoso fluido, que a cortos intervalos empezaron a golpear la intimidad de la dulce jovencita, quien los recibía con profundas manifestaciones de placer, traducidas en gritos y contorciones de suma satisfacción.
Las copiosas emisiones de la sádica bestia, pronto rebalsaron de perlino semen la congestionada vulva de Leila, quien con exquisito deleite, seguía recibiendo los copiosos líquidos que el membrudo campeón derramaba en su interior.
Con la palpitante verga aun insertada, el alborotado moreno tiro de vientre a la niña con el montado y tomándola por sus robustos hombros, empezó a meter y sacar su pinga vertiginosamente de la ardiente rendija hasta verter los últimos residuos de semen.
La desfallecida negra percibía ahora placenteramente dentro de su vientre, los peristálticos latidos del caluroso miembro.
Poco a poco los movimientos fueron cesando, ahora la niña con su estuprador encima, solo podía sentir en su cuello los resoplidos y el clásico tufo de los que beben.
Por unos instantes que parecieron eternos, los inusuales amantes permanecieron inmóviles, estaban exhaustos.
Luego, extrayendo lentamente su inmensa y ya flácida verga de la abiertísima concha, el robusto gorila se tendió de espaldas y descansó brevemente.
Poco después, Toribio no podía creer lo que había acontecido, pensaba que lo había soñado pero no era así, como era de esperar, los efectos del alcohol paulatinamente fueron pasando y dejaron más lúcido al joven amante.
Luego de unos minutos que parecieron eternos, él negro se levantó de la cama y pudo contemplar a Leila en todo su esplendor.
De espaldas y completamente desnuda, la bellísima jovencita era la perfecta personificación de la lujuria y el deseo; no parecía una niña, con sus recios y bien torneados hombros, su exquisito talle y sus enormes piernas, levantadas por ese enorme trasero, la bella mulata semejaba ya a una mujer adulta.
Sin embargo aún para un hombre procaz y atrevido como Toribio, estas escabrosas experiencias habían sido ya suficientes.
Algo nervioso y con sentimientos de culpa, le pidió cariñosamente a Leila, que por favor se levantara para vestirse, pues era hora en que debía marcharse.
– Bueno pues, ¿y donde está tu baño ? – preguntó la niña, – al final del patio a la derecha, ahí podrás asearte – respondió el negro, quien preocupado y con obvios remordimientos no veía las horas en que Leila desapareciera.
Como era de esperar, y siendo esta su primera experiencia con una doncella de diez años.
Toribio iba a pasar también por lo de Lito, solo que a diferencia del gordo, las cosas para él habían sido demasiado rápidas y fáciles, ya que tan solo en poco menos de una hora había llevado a Leila a la cama.
Finalmente para alivio del preocupado negro, Leila salió del baño y acompañada por este, atravesaron un largo pasadizo llegando a un inmenso portón, donde después de abrir la pequeña portezuela, la niña sin despedirse se retiró silenciosa.
Después de un domingo, aburrido y preocupado, El joven albañil se reincorporó al trabajo.
Ayudado por Lito y tres peones más tuvieron un lunes ajetreado, pues tenían pocos días para terminar y dejar operativo el gran reservorio de agua, sin embargo lograron el objetivo y el jueves por la tarde la obra estuvo terminada, ahora habría que esperar unos días para llenarlo de agua.
Después de pagarles el gordo despidió a los peones y se fue a almorzar con Toribio, luego al regreso y sin ya nada que hacer, se pusieron de acuerdo para refrescarse con unas cervezas, total, tenían tres largos días de asueto.
Recostándose en el fresco césped y a la sombra del viejo árbol como de costumbre, los hombres empezaron a tomar mientras departían amenamente ya sin preocupaciones.
Hasta el momento no habían tocado el tema de Leila, pero fue el gordo quien interrogo a Toribio sobre lo ocurrido aquella tarde.
– que paso con la negra Toribio, ¿ te la llegaste a coger, ? – sí gordo, se comió toda mi verga la muy pendeja, y ya no era virgen porque tenía la concha más abierta que una vaca, además era recontra mañosa.
– ¿ ja.
Ja, ja, ja, ¿de veras ? – respondió el viejo como haciéndose el desentendido; – dime la verdad gordo, ¿Tu ya te la has culeado no ? – él cínico obeso miro severamente al negro mientras llenaba su vaso con cerveza, – te diré la verdad negro: La niña y otra amiguita que creo que se llama María, son unas avispadas putitas, las conozco de pequeñas, pues Yo, por orden de los dueños, les permito jugar acá, y no solo a ellas como veraz, sino también a los otros niños del lugar, que vienen sobre todo en época vacacional a bañarse en la piscina.
– Después de beber su vaso Lito continúo: – Por estas épocas de mucho calor, las niñas como has visto, andan prácticamente semidesnudas y algunas ya desarrolladitas como Leila, se les ofrecen a los niños de una manera ingenua y casi natural.
Sin embargo no faltan unos ya no tan pequeños que sacan provecho de la situación.
– ¡ Gordo calzonudo, me estas acusando ! – interrumpió Toribio mientras soltaba una carcajada.
– No lo digo por ti negro huevón, una tarde, – continuo Lito: – Encontré a la negrita que estaba siendo cogida por dos muchachos ya mayorcitos, a los que tuve que correr para defenderla, por lo que esta me agarro un buen aprecio, por lo demás no era de extrañar que Leila no fuera ya virgen.
– Parte de lo que el chapucero cerdo contó era verdad, pero lo que no dijo, era que él había sido el aprovechado y había sucumbido profanando los encantos de la apetecible morenita.
Toribio se tragó la mentira completita, pero poco le importaba.
– He estado algo preocupado gordo, pensando en que de repente la niña me acuse y pueda Yo tener problemas, – cálmate zambo, a las chamas se las tiran a diario por aca, solo date una vuelta por los baños cayendo la tarde y lo veras, además la pendeja solo vive con una Tía que es alcohólica, y como Tú mismo dijiste, no es primerisa y se comió tu verga como si nada.
Ahora solo has tus cosas con cuidado.
– Por un momento el joven quedó pensativo las palabras de Lito lo habían sosegado, pero en el fondo y a pesar de sus lógicos temores, no había podido olvidar a Leila.
Anhelaba ver nuevamente a la joven, deseaba amarla, besar sus jugosos labios, sentir su tembloroso cuerpo y agasajarla con toda la fuerza de su juventud.
Una vez dicho esto, los agotados individuos se retiraron a descansar.
Al día siguiente el negro inspeccionó la obra con Lito; – todo esta perfecto zambo, Yo iré a ver lo de los materiales, de todas maneras le das una revisada, – le ordeno el gordo para luego retirarse.
Después de dar una última ojeada al reservorio, El joven, camino al almacén, se detuvo en el lugar donde había conocido a Leila.
Ahí se recostó a descansar en el pasto y recordó los hermosos y excitantes momentos que había pasado con la parvula, de solo pensar en eso la verga se le ponía durísima y sentía unos tremendos deseos por fornicar.
Llegada la tarde, el joven moreno se dio a la tarea de limpiar y ordenar un poco su habitación, olvidándose ya por completo del escabroso tema.
Totalmente entretenido en sus quehaceres y mientras movía unas enormes cajas, escuchó de repente unas risas que provenían cerca del portón.
Como asaltado por un rayo, Toribio sintió por un instante que el corazón se le salía por la boca, mientras escuchaba como tocaban con insistencia.
Dirigiéndose nerviosamente a la entrada y abriendo la portezuela El cachondo moreno se topó cara a cara con la agraciada petisa que en compañía de una amiguita, le prodigaba coquetamente la más blanca de sus sonrisas.
– ¡Leila!… ¿ pero qué haces aquí y quien es ella, ? –inquirió el moreno.
– Es mi amiga y se llama María… ¿ qué estas haciendo, no has visto al gordo? – preguntó Leila contorneando su cuerpo provocativamente, – Lito salió a ver unos asuntos y no vendrá hasta mañana y Yo estoy limpiando mi cuarto, – ¿ podemos ayudarle señor ? – pregunto María con atrevida osadía.
Las aguantadas negras estaban pidiendo verga a gritos y de todo esto se percató Toribio.
Pero no tenía confianza con María a quien recién conocía y esto lo hizo dudar un poco.
Sin embargo no pudiendo controlar sus ímpetus, el libidinoso moreno iba a cometer aquí, un error que más adelante le iba a costar muy caro.
Haciendo pasar a las intrépidas morenitas pronto comenzó a jugar con estas tratando de ganar la confianza sobre todo de María.
Al igual que las perritas en celo juegan ingenuamente con los alborotados machos antes de ser penetradas, las dos lolitas entre empujones y sonrisas, tumbaron al negro de espaldas en la cama, quien solo vestía una ancha y cómoda trusa, luego se montaban impúdicamente para sobarse la chucha en la dura verga del negro, mientras eran acariciadas obscenamente por este.
Paulatinamente María fue abandonando su fingida compostura, entregándose por completo a los morbosos requerimientos del cachondo negro.
Lo que más encandilaba a las fogosas niñas y sobre todo a María, era el enorme bulto que levantaba la trusa del bien dotado moreno, esto avivaba tremendamente los naturales instintos sexuales de las arrechas jovencitas.
Entre jaloneos y bruscos movimientos, el astuto babuino fue despojando de sus escasas ropas a las procaces mulatas, que finalmente quedaron completamente desnudas frente a él sin inmutarse, – Ahora te toca a Ti, quítate la trusa – dijo Leila ante la mirada expectante de María quien ardía de mórbida curiosidad.
Parándose bruscamente frente a las dos petisas, el lascivo negro dejo caer su única prenda dejando al descubierto su desproporcionada verga ante la mirada atónita de María.
La avezada mocosa quedó petrificada, absorta, no podía creer lo que estaba observando, el pene de cotito era un juguete en relación a ese monstruo, había visto cantidad de vergas en la piscina y ya se había comido algunas, pero nunca de ese tamaño y calibre.
Mientras la negrita no salía de su asombro, Leila arrodillada, ya tenía entre sus manos el poderoso instrumento de Toribio, y mordiéndose los labios empezó a masajearlo con ávido deleite ante la algarabía del negro.
Aún que María ya se las sabía todas, esta era una nueva y sobrecogedora experiencia, que encajaba perfecta con sus enfermisas inclinaciones.
– Acércate mi pequeña putita y solo déjate hacer, – le dijo el negro al tiempo que tomando su mano la sentó a su costado, luego cogiéndola por los hombros empezó a estrujar suavemente sus erectos y durísimos pechos que eran bien proporcionados para una niña de casi diez años, mientras que Leila mamaba su verga deliciosamente.
María se sentía en el paraíso a medida que el indecente babuino recorría con una de sus manos sus más recónditos encantos.
Volviendo la cara miró a Toribio con los ojos entreabiertos, Este, clavó su lengua en la jadeante boca de la temblorosa lolita, que lo abrazo fuertemente entregándose por completo al vigoroso semental, que empezó a besarla apasionadamente como nunca nadie lo había hecho.
Era la primera vez que María era besada y amada así por un hombre mayor y era lo que siempre había soñado.
Seguidamente se invirtieron los papeles, era Leila quien ahora recibía las caricias y manoseos del licencioso negro, en tanto su amiga tenia frente así, el gigantesco miembro de Toribio y con ojos briosos lo devoraba en toda su extensión.
Una fuerte corriente estremeció el frágil cuerpo de María cuando cogió con sus manitos el inmenso y viril instrumento del negro.
Empezó a Lamerlo, chuparlo, mamarlo enloquecidamente, había encontrado el puño perfecto para su guante, la pica exacta para ser sacrificada.
No pudiendo soportar ya más la desmesurada excitación y ante el asombro de Leila, María se montó abrazándose fuertemente del cuello de Toribio, para sobar furiosamente su empapada vagina en el durísimo miembro del sádico negro quien también quedo sorprendido.
– ¡ dame por la concha… dame por la concha, ! – suplicó María fuera de sí ante la incrédula mirada de su mejor amiga.
Esto éxito tremendamente al alborotado caballo que rápidamente guio su lubrica bellota hasta los húmedos y complacientes labios de la fogosa niña, que, al sentir el delicioso contacto de la quemante verga, con un desesperado movimiento de pelvis, se enterró la mitad del enhiesto y resbaloso miembro de Toribio.
Este, al sentir las cálidas entrañas de la niña, enloquecido la tomó por las caderas e inició un ataque despiadado.
La masoquista mulata al sentir como la concha se le ensanchaba al máximo, mordiéndose los labios con furia incontenible, clavó las uñas en las anchas espaldas de su verdugo mientras la desproporcionada verga se abría paso dilatando salvajemente su lacerada vagina.
Por su parte Leila, completamente excitada presencia desde atrás como empalan a su amiguita, y con sádico morbo observa como el gigantesco y brioso miembro se arquea, para lentamente irse acomodando, hasta hundirse por completo en la jodida vaina de la ardiente nenita, el poderoso ariete entra y sale con furia de la infantil matriz.
Con cada arremetida el negro se la empuja hasta los huevos, y luego saca y mete rabiosamente la pinga extrayendo y devolviendo el esfínter vaginal, este, tremendamente distendido por el estupro, se enrolla como un anillo, ajustando fuertemente el grueso y candente miembro, llevando a Toribio hasta los máximos delirios del placer.
Con la carita constreñida y los ojos en blanco, la enfermiza niña siente de pronto como sus entrañas se encienden, producto de los incontenibles chorros de semen que el negro está bombeando dentro de su jodida intimidad.
La abierta rendija de la menudita nena distendida al máximo, recibe sin piedad las abundantes y poderosas descargas del negro que parecen interminables.
Pronto Leila se percata como esa negra anaconda, sale del jodido orificio vaginal vomitando espeso y viscoso fluido que llega a caerle por su carita.
Por fin el impúdico moreno suelta a su desfallecida victima dejándola fuera de combate y con la concha rebalsando de semen.
Antes de perder la erección, el indecente negro montó a Leila en su espumante verga, Esta, al sentir la enorme y resbalosa mole de carne que el negro a colocado entre sus partes, se abraza fuertemente para rodear con sus robustos brazos el inmenso cogote de Toribio, en tanto la pringada verga del verraco negro, se hunde lentamente hasta desaparecer por completo entre los empapados labios vaginales de la joven, que siente como la punzante vara va muriendo con débiles latidos en su intimidad.
Mientras recupera su vigorosa fuerza copulativa, el negro introduce su áspera lengua en la boca de Leila para besarla apasionadamente, y con sus enormes manos masajea y acaricia las robustas nalgas de la niña.
Luego de instantes, el libidinoso negro vuelve a recuperar sus naturales instintos copulativos, que vuelven a aflorar pero esta vez con más fuerza.
De pronto Leila siente como el inerte monstruo cobra vida en su interior y en pocos segundos siente la concha distendida al máximo.
Al sentir tan delirante sensación la niña comprimió el terrible dardo alojado hasta lo más profundo de su juvenil matriz, sintiéndolo crecer y endurecer tremendamente.
La experimentada lolita teniendo debajo a su estuprador y ensartada hasta los negros testículos por el infame papión, empieza a gozar de las infinitas delicias que una verga de tan grandes proporciones puede provocar en una hembra.
Bajando y levantando su enorme trasero inserta y extrae la descomunal verga disfrutando arrebatadoramente de tan exquisito y poderoso instrumento.
El ajustado roce era enloquecedor Pero la masoquista mulata tremendamente excitada, deseaba experimentar algo más, quería recibir por el culo todo el gigantesco miembro del negro.
Sacando la empapada y briosa verga de su distendida vaina, cogió con una de sus manos el durísimo badajo, para colocarlo en su pequeño orificio anal, esto avivo tremendamente la lujuria del pecaminoso moreno, que sin medir consecuencias cogió a Leila por las anchas caderas, y con furiosa embestida, se la enterró en seco hasta los pendejos haciendo gritar a la hermosa jovencita.
– ¡ aaayyyy despacito…despacito…que me duele ! – Grito Leila llamando la atención de María.
El gordo Lito ya había abierto el camino, sin embargo la intrépida petisa no había previsto el tremendo tamaño de semejante arma, más el poder copulativo del joven semental que había dejado maltrecha y adolorida a su pequeña amiga.
Aguantar todo esto era demasiado, aún para Leila que ahora sentía como le revolvían los intestinos.
Levantando su enorme y negro trasero la joven trataba en vano de librarse del suplicio al que ella misma se había sometido, ahora era María quien contemplaba absorta el desigual combate, miraba como el aventajado papión castigaba sin compasión a su robusta amiga.
El negro y durísimo embolo de carne, entraba y salía violentamente, incrustado entre las deliciosas nalgas de Leila, que parecía que la iban a partir en dos, los distendidos pliegues anales de la negra, soportaban al máximo la tensión, que el desmesurado miembro provocaba en su jodido recto.
– ¡ ya nooo…por favor ya nooo… sacamelo…sacamelo, ¡ suplicaba la niña.
Pero Toribio enceguecido por tan delicioso y ajustado culito, no estaba dispuesto a renunciar a tan inefables y exquisitos placeres nunca antes gozados por El.
Levantando sus enormes posaderas la ensartada papusa para aplacar en algo el dolor, sacaba un poco el extenso y pringado relleno, pero el rabioso babuino que la tenía asida fuertemente por las caderas, la sentaba nuevamente con fuerza para hundirle el punzante miembro hasta la empuñadura, poco a poco Leila fue resignándose y cual potranca vencida se entregó por completo a su joven amante y no le quedo más que dejarse sodomizar.
Aquella indescriptible visión había encendido nuevamente los eróticos instintos de María, quien empezó a refregarse la crujiente vagina que aun vomitaba espesos fluidos de blanquecino semen.
Pero Toribio tampoco era de acero y finalmente para alivio de Leila, terminó pagando el precio de su lubrica satisfacción, potentes chorros de espeso y ardiente liquido eran vertidos sin parar en el vientre de la abatida párvula, mientras el sucio negro aullaba desaforadamente pleno de satisfacción.
Una vez consumado el infame acto, Toribio abrazo a las dos sambitas prodigándole besos y agradecidas caricias, mientras estas se acurrucaron como cariñosas gatitas junto a él.
Esto iba a ser el inicio a constantes momentos de impúdicas orgias y largas veladas de placer.
Pese a las advertencias de Lito, no había lugar donde el negro no se culiara a las niñas; las cogía en el campo, en la piscina, en los baños, a veces a una, otras a las dos juntas.
Las procaces negras se habían convertido en un festín para el frenético papión y ya había murmuraciones en cuanto a su conducta.
Lito estaba preocupado y había pensado en despedirlo, empero aun lo necesitaba.
Terminado el verano Leila cumplió los once años y por recomendaciones de un pariente, se fue a trabajar de sirvienta a un cercano municipio, viniendo solo los fines de semana, por lo cual las cosas se calmaron un poco.
Toribio quedó solo con María, que ya con diez años, terminó por enamorarse perdidamente del negro y prácticamente se convirtió en su mujer.
Una mañana en que la niña hacía compras en el mercado, de repente sintió fuertes mareos y siendo auxiliada por los vecinos, fue llevada a un centro médico, donde observaron extrañados los enormes pechos y el abultado vientre de la pequeña.
Luego de simples exámenes el diagnóstico era evidente, María ya de diez años, tenía dos meses de gestación.
Pronto se hicieron las investigaciones y detuvieron a Lito, que sin acusar al negro, demostró que no tenía nada que ver en el asunto por lo que fue liberado.
Siendo la mejor amiga de María además de que andaban siempre juntas, Leila también fue interrogada en privado, después María, quien admitió, confesando haber sido penetrada anal y vaginalmente por Toribio en repetidas ocasiones, pero nunca menciono a Leila, no se dijo nada del gordo, que había estado al borde del infarto y ya se sentía en prisión.
Pero el negro no corrió la misma suerte, pues más adelante admitiendo su culpa fue detenido y encarcelado provicionalmente.
Sin embargo siendo María de una condición muy pobre, Toribio asumió su responsabilidad y se comprometió a correr con todos los gastos y tomar bajo su protección a la pequeña, que sin él, prácticamente quedaría desamparada y su hijo en la completa orfandad.
Esto fue lo que salvo al negro de la prisión, más la declaración de la niña que confesó no haber sido forzada y ella misma se había entregado a su joven amante.
Por lo que supe después, las declaraciones de las niñas se hicieron por separado y Leila había embarrado al gordo y a Toribio hasta las orejas, empero el oficial a cargo de las investigaciones que conocía y estimaba a Lito, decidió ocultar el testimonio de Leila, del cual nadie sabía nada, ni siquiera María a quien Leila nunca le manifestó su relación con Lito, De haberlo hecho los dos hombres habrían tenido serios problemas, pues sus casos se habrían ventilado en instancias superiores y hubieran terminado en prisión.
Termina aquí este escabroso relato que como señale al principio, usando términos quiméricos y algo exagerados, ocurrieron en la vida real, pues aún conservo en mi poder, las declaraciones escritas por las dos pequeñas que sirvieron de inspiración para esta recreación narrativa.
UN ABRAZO…….
RICARDITO
COROLARIO
– En épocas en que la pedofilia pasaba desapercibida, era casi natural en estos pequeños y pintorescos pueblitos ver a hombres mayores, embarazar a niñas de entre doce y quince años e incluso noviazgos con edades muy desiguales, y aun así, a veces la ley les permitía el matrimonio, con tal de no dejar desamparada a las jóvenes o niñas madres, que por lo general eran de condición humilde.
Quiero agradecer a los editores por haber publicado estas secuencias narrativas, que como es lógico
Siendo Yo, un literato aficionado, debe haber incurrido en muchos errores…Gracias.
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