El profundo bosque. 2
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por rafapdrst.
Cap. III
Los días que siguieron fueron de descanso para nosotros, pues los profesores de la escuela saldrían a una junta a la capital y como consecuencia no tendríamos clases durante una larga semana. Para mí esos días fueron transcurriendo con pesada lentitud, ya que mi mente, alentada con la primera experiencia tenida con el desconocido, y más aún, con las tremendas visiones de mis hermanos cogiendo y satisfaciéndose en lo oculto del campo, sólo deseaba volver a vivir alguna de aquellas experiencias tan sabrosas que tanto me agradaban ya. Pasado el período de vacaciones fortuitas y habiendo llegado por fin el momento de retornar a la escuela, reanudamos nuestra rutina de estudiantes. Ese día, al llegar al sitio acostumbrado, como siempre mis hermanos me pidieron nuevamente que me quedara a esperarlos en el mismo lugar. Yo me había dado cuenta claramente cómo ellos, durante el camino de regreso, intercambiaban ardientes e intensas miradas de deseo que yo captaba de reojo, causándome todo eso una excitación que está por demás decir que humedecía mis intimidades. Al llegar pues al lugar acostumbrado, esta vez accedí a quedarme a esperarlos mientras ellos se iban a cortar mangos, claro está, ya sin proferir queja alguna. Ellos se fueron apresuradamente y yo dejé pasar algunos minutos, ansiosa y encendida como estaba por volver a presenciar aquella lucha brutal que tanto hacía gozar a mis hermanitos.
Mientras esperaba impaciente el momento de irme hacia donde ellos se encontraban, me abrí de piernas allí mismo donde me hallaba sentada, y sin pudor alguno, comencé a acariciarme suavemente mi pubis sin vellitos y mi rajita sonrosada y virgen, restregándome a todo lo largo mi dedo mayor, causándome todo eso indescriptibles sensaciones de gozo. Me estaba preparando para las escenas que minutos después, estaba segura habría de presenciar con total interés, teniendo a mis dos hermanos como protagonistas principales. Así que, escondiendo las mochilas donde siempre, me dirigí presurosa a observar mi espectáculo favorito. Como yo ya conocía el claro del bosque donde ellos realizaban su habitual sesión de sexo, no se me dificultó en lo absoluto ubicarme rápidamente en el mismo sitio que había descubierto con anterioridad. Al llegar me acomodé detrás de los matorrales, disponiéndome a ver las mejores y más calientes escenas en vivo que con tanto ardor me calentaban. Yo podía sentir, mientras tanto, cómo me escurría ya entre mis piernas un líquido viscoso que humedecía con abundancia mis partes más íntimas y mis braguitas de niña. Por supuesto que María y Pepe se hallaban ya precisamente en el inicio de su ritual, por lo cual comencé a admirar cómo ambos se desnudaban con un apresuramiento inusual, provocado seguramente por la urgencia que sentían de desfogarse mutuamente, sobre todo después de aquella larga semana de no haber tenido contacto con sus cuerpos desnudos frente a frente.
Lo que vino después fue algo maravilloso, pues esta vez me di cuenta que no siempre lo hacían de la misma forma, sino que ellos, a pesar de su juventud, buscaban nuevas maneras de explorarse recíprocamente con la intención de descubrir los más ocultos horizontes del placer; de saciar sus instintos al máximo y lo mejor posible, y de probar las diferentes posiciones con el fin de incrementar el goce sexual que juntos habían encontrado y que tanta brama les proporcionaba. Para mí ver todo aquello, aparte de la calentura que provocaba en mi carne, significaba también, sin duda alguna, una bella y hermosa oportunidad para aprender; para poder descubrir cosas inéditas y desconocidas, y preparar con esas visiones increíbles el terreno para el futuro, pues según me daba cuenta, el panorama que se me ofrecía era bastante prometedor y excitante en ese aspecto. Hallándose los dos completamente en cueros, de pronto Pepe, temblando de pasión, levantó lentamente los brazos de María poniéndose a observar con detenimiento y con la respiración agitada las intimidades axilares de mi hermanita, la cual presentaba en esa oculta zona una suave e incipiente pelusita oscura que desde mi lugar podía observar como una especie de manchas negruzcas bajo sus brazos, producidas sin duda por los pelitos color azabache que comenzaban a salirle a María en sus bellos y exquisitos sobacos. Ya me podía imaginar el penetrante y singular olor que mi hermano estaría disfrutando en esos instantes, oliendo con fruición esa región aún inexplorada por mí. Así que en un acto reflejo levanté yo misma mis brazos para autoexaminarme esa zona, dándome cuenta que ni por asomo aparecían vellitos en mis axilas, lo cual hacía que deseara ardientemente que pronto me saliera también aquella vellosidad en lo íntimo de mis sobacos, para entregarme al disfrute que sin duda significaría tenerlos. Por esa razón, al ver a mi hermana con esos esplendorosos mapas negruzcos debajo de sus brazos me produjo hasta cierto punto cierta envidia, pues como he dicho, anhelaba que los pelitos me salieran, pues estaba segura por lo que estaba viendo ahora, que ese era un punto importante en una relación sexual, al observar que Pepe mantenía su mirada pegada a ese sitio sin quitar la vista de allí, acercando su nariz y su boca, oliendo y lamiendo con fruición aquella riquísima zona erógena, mientras María cerraba los ojos alentada por el fuego que le hacía sentir todo aquello.
Después de largos minutos de estar Pepe inhalando y saboreando las exquisiteces escondidas debajo de los hermosos brazos de mi hermanita hasta saciarse, y habiéndose calentado los dos como consecuencia de aquellas trepidantes caricias, mi hermano la puso al fin en posición de cuatro patas, procediendo ella a abrir lo más que pudo sus piernas mientras Pepe le acomodaba aquel pedazo de verga ardiente que tanto se me antojaba ya. Observé cómo él comenzó primero a tallar su falo por afuera de su chochito, con la intención de humedecer completamente la entrada de aquella cueva que se le ofrecía impúdica y dispuesta frente a sus ojos, para después irla metiendo suavemente empujando su cuerpo arrodillado sobre la grupa levantada de María, que ya emitía leves gemidos pidiéndole a mi hermano que se la metiera toda. Los leves gemidos pronto se transformaron en gritos altisonantes cuando Pepe por fin se dejó caer sobre ella, perdiéndose dentro de la apretada vulva de mi hermana. En seguida él comenzó a balancearse de adelante hacia atrás, metiendo y sacando rítmicamente su inflamada verga por entre los pliegues lechosos de María, en tanto ella contribuía con ansiedad hacíendo lo propio, moviendo su culo de la misma forma de modo que el deseado acoplamiento corporal les produjera las más placenteras sensaciones.
Por algunos minutos Pepe mantuvo a María en esa posición de perrito, empujando y jalando su pene ya con furia, ya con lentitud, de aquella cueva de Alí Babá, donde el único ladrón era el pequeño pito endurecido de mi hermano, mientras la agarraba por las nalgas y por la cintura apretándola contra su cuerpo estremecido por el goce que experimentaba. Aquel espectáculo me parecía ciertamente maravilloso, lo que hizo que de inmediato yo me metiera los dedos con mayor fuerza y rapidez adentro de mi bollito abierto, masturbándome con furia salvaje y explotando en un tremendo orgasmo que por poco me hace gritar de la brama. La explosión orgásmica de mis hermanos tampoco se hizo esperar, pues ví cómo Pepe arreció de pronto sus penetrantes movimientos dentro del conducto frontal de María, metiendo y sacando ahora su verga con mayor velocidad, hasta que profiriendo los dos gritos y obscenidades que no me atrevo a describir aquí, se vinieron en urgentes y estremecedores espamos que ambos disfrutaron hasta el delirio. Al terminar aquel apasionado y primerizo encuentro del día, pude darme cuenta de la ardiente fogocidad de que hcían gala mis hermanitos, pues Pepe aún mantenía una total erección, misma que María quería aprovechar al máximo posible, y sin perder más tiempo, observé cuando ella se recostó sobre la hojarasca jalando a mi hermano sobre su enardecido cuerpo. Él le levantó las piernas hacia lo alto poniéndoselas sobre sus hombros, para después volver a acomodarle de nueva cuenta su falo bien parado y embarrado de leche en la entradita de su ansiosa oquedad. Una vez que los dos estuvieron a modo, él la volvió a penetrar otra vez con saña y salvajismo hundiendo su pedazo de carne rojiza adentro de la cavidad vaginal de mi hermana, que ya rezumaba por los lados parte de la leche que Pepe le había derramado antes, y que ahora le escurría hasta llegar a la entrada de su culito.
Ayudado, pues, por la viscosidad de aquel catalizador natural, la penetración se le facilitó enormemente, pues su verga se perdió rápidamente entre las profundidades de aquella suave caverna de un solo golpe, iniciando ambos un movimiento rítmico y acompasado que los remitió nuevamente a la locura del paraíso. Yo tampoco estaba quieta por supuesto, pues nuevamente aplicaba mis dedos al delicioso tocamiento de mi entradita frontal, con la vista puesta sobre los dos cuerpos trenzados y sudorosos, hasta sentir que las ansias me hicieron llegar a una nueva y tremenda venida que disfruté con deleite incomparable. Ellos, mientras tanto, seguían enrrollados como serpientes en aquel frenético y extasiante juego carnal, besándose, gritando, mordiéndose, y apretando sus cuerpos con desbordante lujuria, hasta que por fin, sin poderse aguantarse más tiempo, se volvieron a venir en tremendos orgasmos que duraron largos minutos. Pasados esos instantes de incontenible pasión, escuché cuando Pepe le dijo a María que ya era hora de irse, pues yo podría desesperarme y venir hasta el lugar donde se encontraban, cosa que desde luego ellos no deseaban. Así que se limpiaron sus partes íntimas con varias hojas que recogieron del piso, situación que yo aproveché para alejarme sigilosamente por donde había venido. Cuando ellos llegaron hasta el sitio donde me encontraba, yo ya los esperaba tranquilamente sin dar a sospechar nada. En seguida nos retiramos de allí hacia nuestra casa. Al día siguiente y deseosa de volver a ver a mis hermanos trenzados en aquella suerte de pelea oriental sin derecho a descanso, ocurrió algo inesperado que de alguna manera favoreció mis más íntimos deseos, y por supuesto, mis secretos planes.
De repente María se sintió indispuesta esa mañana, pues amaneció con gripe y temperatura, así que mamá decidió que no iría a la escuela, dándole un recado a Pepe para que se lo entregara al profesor. En el fondo de mi corazón yo me sentía contenta, presentiendo que tal vez podría presentarse para mí la ansiada oportunidad de que Pepe me hiciera lo mismo, ya que sinceramente y después de haber visto todo lo que hacía con mi hermanita, se me antojaba tanto su verga que hasta estaba dispuesta a insinuárselo, aunque de momento no tenía tan claro en mi mente cómo hacerlo. Al retornar de la escuela y llegados al sitio donde siempre nos desviábamos del camino, yo le dije lo primero que se me ocurrió: -Pepe…por qué no vamos a cortar mangos tú y yo? -No…Angelita, ahora, no….. -me contestó- …se nos va a hacer tarde. -Pero….yo quiero ir contigo….anda llévame, manito….si? -Mira Angelita….., yo te llevaría….pero recuerda que Mary está enferma y quizás mamá nos necesite para algo, o se preocupe por nosotros. -Pero, manito….podríamos ir aunque sea un ratito…. si? -Hummm….y dime, Angelita….por qué quieres ir? -Porque quiero conocer el lugar donde tú y Mary los cortan….Ay, y además porque se me antojaron…..la verdad es que tengo algo de hambre…. -Está bien….iremos….pero sólo un ratito, eh?…. -Ajá… Ocultando las mochilas detrás de un árbol, Pepe me tomó de la mano y me fue llevando por el mismo caminillo que yo ya conocía, pero que lógicamente él ignoraba que yo sabía. Habiendo arribado al claro del bosque donde él y mi hermana se deleitaban con sus hambrientas sesiones de sexo, Pepe se puso a observar los altos árboles de mango que se alzaban majestuosos sobre nuestras cabezas. Escogiendo uno de ellos, el que estaba más cargado, se trepó por las ramas para comenzar a cortar la madura fruta; él me los tiraba y yo los cachaba, depositándolos en el piso y haciendo un montoncillo sobre el musgo. Yo no podía dejar de observar atentamente el atlético cuerpo de mi hermano, que cada día se me antojaba más, mientras mi mente divagaba en qué forma podría incitarlo para que me hiciera lo que le hacía a María. Un rato después Pepe se bajó del árbol todo sudoroso y se sentó en el piso para comerse algunos. Yo hice lo mismo, sentándome también precisamente frente a él; sólo que, habiéndole dado ya forma en mi calenturienta mente a una idea, de manera deliberada me abrí de piernas lo más que pude para que Pepe pudiera ver a su antojo el interior de mis muslos, donde mis calzoncitos se ofrecían ansiosos y sin pudor alguno ante sus ojos, deseosa como estaba de que él tomara de una buena vez la iniciativa conmigo.
Mientras nos deleitábamos cada cual con un sabroso mango de manila, yo movía incesantemente mis piernitas de un lado para otro aparentando distracción y como si no me diera cuenta de ello, tratando de abrirme lo más que podía frente a su vista con la clara intención de que la tela de mis braguitas se corriera hacia los costados de mis ingles y de alguna manera Pepe pudiera observar al menos una parte de mi imberbe chochito. Y en efecto, él no tardó por fin en fijar sus ojos allí donde yo quería, en tanto yo me mantenía atenta a sus reacciones tratando de descubrir aquel brillo que había visto en sus ojos cuando desvestía a María en la soledad del campo. Ahora él, sentado frente a mí, no dejaba de mirar con ojos ansiosos hacia el interior de mis piernas abiertas, mientras yo continuaba regocijándome con aquel incomparable momento abriendo y cerrando las puntas de mis rodillas, dándome cuenta que en la mirada de Pepe aparecía de pronto aquella chispa singular que tan ardientemente yo deseaba contemplar.
Supongo que mi caliente hermanito, recordando seguramente las bellas nalgas de María y las salvajes cogidas que le ponía, se reflejaba en aquellos momentos en el espectáculo sin par que gratuitamente yo le ofrecía, con mis calzones ya humedecidos ligeramente de aquel líquido que me escurría sin parar desde lo más profundo de mis entrañas, pues me miraba cada vez con mayor atención, con los ojos completamente abiertos por la calentura, y sobre todo, podía ver cómo el bultito característico en la parte frontal de su pantalón comenzaba a levantarse poco a poco debido la brutal erección que estaba experimentando.
Al ver que mi plan daba resultados satisfactorios, yo continuaba fascinada y con mayor ánimo con mi caliente jueguito abriendo y cerrando mis piernitas una y otra vez, como esperando una pronta reacción a favor por parte de mi hermano, lo que hacía que mi corazón latiera fuertemente dentro de mi anhelante pecho sintiendo que la sangre corría como caudaloso río dentro de mis venas por la contenida pasión del momento. Y en realidad no tuve que esperar mucho tiempo para que mi hermano se decidiera a dar los primeros pasos, pues acercándose a mí, pero quedando aún los dos frente a frente, me dijo con voz temblorosa: -Ay, Angelita….que linda te estás poniendo…..yo no me había dado cuenta de eso, manita…… -Si?….por qué lo dices, Pepito….? -Pues….porque lo estoy viendo….estás preciosa…. -Ay….no me digas…..ji, ji, ji….. -Oye…Angelita….te puedo decir algo? -Si, Pepe….dime…. -Bueno…es que no sé….quizás te enojes por esto que te quiero decir…. -No me enojaré…..te lo prometo…. -De verdad?….no te enojarás, sea lo que sea? -Sea lo que sea…. –le contesté- con una emoción tal que de seguro él lo notó en mi cara, pues sentía mis mejillas arreboladas. -Es que….no sé si tú quieras…. -Pues…..sólo tienes que decirme qué es, manito…. –le alenté- -Lo que pasa….es que no estoy seguro…. -De qué…? -De que tú quieras hacer lo que te pida….. -Hummm….bueno….y tú cómo lo sabes? –le dije temblando ya de calentura- Si no me lo dices….. pues nunca lo sabrás…. -Ohhhh……. está bien….mira…lo que pasa es que…. -Anda, Pepe…dímelo ya… –le urgí- Yo continuaba abriendo y cerrando mis piernitas sin parar frente a sus desorbitados ojos, que seguían clavados en el centro de mi entrepierna, sintiendo cómo mi calzoncito, a fuerza de los constantes movimientos, por fin se había corrido hacia los lados, dejándole ver a mi hermano una parte de los labios superiores de mi sonrosada oquedad ya humedecida, lo que hacía que a él se le secara la boca y se remojara continuamente los labios con la punta de su lengua. -Lo que pasa es que….me da temor…., me da miedo que lo vayas a decir… –me dijo él con voz entrecortada, síntoma de la calentura que estaba sintiendo- -Decir…?…. a quien? -Pues por ejemplo…..a mamá…. -Cómo crees…? Tú sabes que yo nunca le he dicho nada a ella,…. ni siquiera le he contado nada de que nos quedamos aquí a la salida de la escuela…..no es cierto? -Si…., lo sé, Angelita…., pero…. -Entonces…tenme confianza….por qué no me lo dices de una vez? -Bueno…..pero tampoco debes decírselo a María….ni a nadie más. -Ni a María, ni a nadie….te lo prometo….pero anda…. ya dime qué es…. -Mira, Angelita….hagamos una cosa…si? -Pues dime qué…. -Yo te diré lo que quiero….pero con una condición….. -Cual…? -Que si tú no deseas hacer lo que te pida….pues olvidamos todo….y como si no te hubiera dicho nada….si? -Si…..de acuerdo…. -De verdad, manita….? -Si, Pepe….de verdad….pero anda….ya dímelo…. –contesté ansiosa de la brama- -Bueno….es que yo….ahora que te veo así como estás sentada….pues… -Qué…? -Me gustaste mucho….me gusta mucho verte allí en medio….ver eso que tienes entre las piernas…..yo quisiera…. -Ahhh….es eso….? –le dije haciéndome la desentendida- -Si…..Angelita….es eso….y la verdad es que…..pues yo quisiera verte de cerca tus calzoncitos…. –me dijo por fin, temblando como si fuera un novato- -Ohhh, Pepe………te gustaría hacer eso? –le dije con fingida sonrisa- -No te enojas por lo que te estoy diciendo, Angelita….? ….recuerda lo que prometiste…. -No….., claro que no….pero, dime….cómo me los quieres ver….? -Pues….quiero verlos más de cerca….mirar como tienes allá abajo…. -Ohh….bueno…está bien…., pero sólo un poquitito, si Pepe? -Sssi, manita…..dime….ya te salieron pelitos allí, Angelita….? -No….creo que aún no….pero ya quisiera que me salieran….ya quisiera tener….., como María. -La has visto a ella….? –me preguntó con interés- -Si….la he visto cuando nos bañamos juntas….y ella ya tiene bastantes….en cambio yo…. -Ohhhh….me dejas ver si tú tienes algún vellito allí…..? -Mmmmm….bueno, pues,…. acércate y fíjate bien…. –le contesté conteniendo una emoción que jamás había sentido antes- -Pero……no se lo dirás a nadie, Angelita?….prométemelo de nuevo…. anda…. -Ya te dije que no se lo diré a nadie…….ven, pues…..acércate……míramelos……..y si quieres…también tócame allí…. -Si, claro…..mira, manita, no tengas miedo….aquí nadie nos podrá ver….estamos solitos….-me respondió-, mientras se acercaba hasta quedar prácticamente con nuestras piernas pegadas frente a frente.
Cuando mi hermano se puso juntito de mí, pude oir con claridad su ansiosa y agitada respiración, lo cual me confirmó la irresistible pasión que se había despertado en su sangre. Yo por mi parte no estaba menos caliente que él, pues hacía tremendos esfuerzos para no abrazarlo y besarlo, desnudándome todita para que me cogiera y me hiciera todo lo que él quisiera allí mismo. Pero en realidad deseaba que fuera él quien llevara la iniciativa, así que me contuve lo más que pude. Pepe, embramado de placer, me levantó primero mi faldita hasta la cintura, comenzando a tocarme con suavidad el pequeño centro escondido entre mis piernas, las cuales yo mantenía totalmente abiertas y puestas a su merced, de manera que él pudiera verme y hacerme lo que desde hacía tantas semanas deseaba con intensidad.
Mi hermano me dijo de pronto: -Ohhhh….Angelita….qué bueno que hoy no vino María…. –jadeaba, mientras me tocaba- -Siii…. –le respondí agitada, sintiendo sus manos sobre las intimidades de mi piel- Así podemos estar solitos, no? -Si….linda….ohhhhhh….eres una ricura….. -Ohhhh….Pepeeee….ji, ji, ji, ji….. -Mmmm, manita…fíjate que aún no te salen los pelitos…. -Verdad que no….? -Ajá….pero sin vellitos se te ve muy linda tu cosita….me gusta tanto acariciártela….mmmm….esto es delicioso, Angelita…. Los tocamientos de mi hermano sobre los bordes de la tela arremangada de mi braguita continuaron sin cesar por largo rato, prodigándome esas caricias previas que presagiaban lo que habría de venir, posando sus manos precisamente a lo largo de mi rajita, tallándome sus dedos con suavidad, como queriendo descubrir con su tacto el tamaño del chochito que se escondía tras la breve prenda de algodón que ocultaba a medias mi calzón, lo cual me producía delirantes sensaciones de placer que recorrían todo mi cuerpo enardecido, enchinándome la carne.
Después de regocijarse de ese modo y con generosidad por varios minutos, explorando con sus manos por los lados y por encima de la tela que ya no cubría tanto mis partes íntimas, mi hermano por fin hizo lo que yo tanto deseaba, pues levantó al fin los borditos de mi pantaleta, metiendo sus reptantes dedos por debajo de mi braga, para proceder después a tocarme ya sin impedimento alguno la piel interna y prohibida que tenía entre mis ingles abiertas, lo que me hizo proferir varios gemidos que él captó e interpretó de inmediato. Alentado por mi reacción y sin inhibición alguna, comenzó introducirme con lentitud su dedo central en mi hendidura, moviéndolo poquito a poco entre los pliegues de mis labios vulvares, que para entonces ya se hallaban plenamente humedecidos de savia vital, lo que facilitaba las maniobras exploratorias de sus manos. Aquellos excitantes escarceos hicieron que yo, de plano, echara mi cuerpo hacia atrás recostándome sobre la hierba fresca, con las piernas totalmente abiertas en forma de tijera, en tanto mi hermano, con su mano metida entre el escondido nicho de mis intimidades, hurgaba con delicia las reconditeces virginales que tan anhelantes se le ofrecían, buscando y tratando de palpar en mi montecito de venus una vellosidad que aún no existía. Al verme en ese aletargado estado tendida sobre el césped, él ya no dudó más, y llevando sus dos manos hacia la parte superior de mi pantaleta, se dio a la lenta y preciosa tarea de bajarme cuidadosamente los calzones, cogiéndolos por el elástico hasta despojarme completamente de ellos.
Él me contempló con los ojos abiertos, extasiado por la belleza del triángulo casi infantil que tenía ante su enfebrecida vista, admirando con ojos escrutadores la pepita que nacía entre lo oculto de mis verijas, mientras me seguía tallando suavemente sus dedos sobre la piel prohibida, diciéndome: -Mmmmm…manita…, no tienes nada de vellitos….aún no te han salido….. -Si…..lo sé…. ya lo dijiste antes…. -Ajá…..pero sabes qué…..creo que muy pronto te comenzarán a salir….. -Lo crees, manito….? -Si….claro que sí….Mmmmmmm….te alcanzo a ver una leve pelusita, muy suave, encima de tu lindo chochito….ohhhhhhhh….. Teniéndome acostada y ya sin el obstáculo de mis bragas de por medio, con la falda subida hasta la cintura, Pepe se fue recorriendo poco a poco hacia abajo con la inocultable intención de mamarme mi bollito, mientras iba abriendo mis piernas con sus manos para despúes separar meticulosamente las suaves puertas de delicada y sonrosada carne caliente, hasta dejar al descubierto aquel conducto inviolado y sin pelos que ya manaba lechita, seguramente con la firme determinación de beberse todo el delicioso elíxir que fluía como un manantial desde lo más recóndito de mi recién descubierto tesoro.
Depositando con avidez sus labios sobre mi vulva abierta, inició el consabido lengueteo de una manera suave y delicada, lo que me produjo las más hermosas sensaciones jamás sentidas. Pepe metía lentamente su lengua adentro de mi rajita, intentando introducirse lo más que podía hacia el interior de mi conducto frontal, disfrutando hasta lo indecible de aquel bello animalito limpio de vellosidad que con toda seguridad le atraía hasta el delirio, lo que podía deducir por los intermitentes jadeos y gemidos que exhalaba por su ansiosa boca. Entre leguetazo y lenguetazo, primero me metía un poco la puntita para sacarla después, y volver nuevamente a la carga hasta que yo, sin poder contenerme más, comencé a experimentar una serie de contracciones espasmódicas que atraparon sin remedio la punta de su lengua dentro de mi rajita, apretándosela con fuerza, mientras él movía y removía aquel pedazo de carne caliente que cada vez sentía más alargada adentro de mi cavidad vulvar. Sin poderme contener más, me vine a chorros en su boca, como jamás me había venido antes, en intensos y delirantes orgasmos plenos de humedad, que Pepe saboreó hasta la saciedad, como si fuera un animal en celo.
A pesar de haber experimentado tan tremendos orgasmos yo no estaba llena aún, pues lo que en realidad más deseaba era sentir aquel pedacito de verga dura y colorada penetrándome hasta las recónditas profundidades de mis entrañas. Para mi fortuna, Pepe lo comprendió inmediatamente, y poniéndose de pie, como para no dejar pasar aquellos instantes de incomparable delicia, se quitó con rapidez los pantalones y su ropa interior tirándolos en el suelo, dejando por fin al descubierto y frente a mis ojos su pequeño pero hermoso falo erguido en plenitud, que yo ya me saboreaba y me comía con los ojos. Después de quitarse la camisa hasta quedar completamente desnudo, procedió a hacer lo mismo conmigo, sacándome la blusita, el corpiño y la faldita con la finalidad de que nada impidiera el contacto carnal de nuestros anhelantes cuerpos, deseosos de aparearse ya entre el escondido verdor de la espesura del bosque. Abriendo mis piernas al máximo posible y teniéndome recostada sobre el suelo totalmente preparada para él, mi hermano se me acomodó en medio de mis extremidades con su briosa verga parada y dispuesta, proyectando primero la puntita enrojecida de su glande en la entradita de mi babeante resquicio, y dejándose caer suavemente sobre mí cuerpo, empezó a empujar lentamente su falo endurecido, que ya se abría paso ansiosamente y con dificultad por entre los sonrosados pliegues de mi virginal papayita. Yo sentía cómo aquella verga no tan larga ni tan gruesa como la del hombre desconocido me iba penetrando poco a poco, abriendo y explorando por vez primera mis pliegues y mis carnes más íntimas, rompiendo todo lo que hallaba a su paso, hasta que por fin, habiendo llegado al delgado telar que separa la virginidad de una niña del placer de una mujer en plenitud, traspasó de un golpe con su espada de hierro mi delicado himen perforándome, creo yo, hasta lo más hondo de mi cueva prohibida.
De momento sentí algo de dolor, pero era más fuerte, debo confesarlo, la intensidad del ardor incontenible de ser penetrada por mi hermano, lo cual hizo que me mordiera yo los labios y apretara fuertemente mis mandíbulas para no gritar, no tanto de dolor como del placer que estaba experimentando por primera vez. Para entonces Pepe, que a todas luces no podía soportar por más tiempo la inminente eyaculación producto del apretamiento que le provocaba mi pequeña y apretada hendidura a su inflamada verga, se derramó dentro de mí llenándome con chorros interminables de semen que golpeaban con fuerza las paredes más recónditas de mi chochito. Al sentir fluir aquel caliente líquido hacia adentro de mis entrañas y encontrándome totalmente abrazada a la espalda de mi hermano, yo me volví a venir en sucesivos e interminables orgasmos que duraron una eternidad, gritando, gimiendo, llorando y mordiéndome los labios hasta sangrar, mientras sentía cómo aquel pedazo de nerviosa carne me rellenaba totalmente de leche el interior de mi cavidad primeriza, en medio de los violentos movimientos que mi hermano continuaba efectuando sobre mí, montado salvajemente encima de mi cuerpo.
Así nos mantuvimos pegados uno encima del otro mientras los espamos no cesaban; yo con las piernas entrelazadas sobre la cintura de Pepe fuertemente entrelazada a su cuerpo, y él teniéndome completamente rodeada con sus brazos por mi espalda, atravesándome con su enhiesta verga que se hallaba perdida dentro de mi recién desflorada rajita. Cuando hubimos acabado de gozar tan intensamente de aquellas delicias incestuosas, Pepe, más controlado que yo, me dijo: -Ahora, Angelita….te voy a limpiar allí. -Si, manito…. –le contesté, con una sonrisa de satisfacción en los labios- Pepe procedió a recoger algunas hojas y comenzó a limpiarme mis partes pudendas, totalmente enrojecidas por la feroz lucha que acababa de concluir, haciendo él después lo mismo. Posteriormente nos vestimos y caminamos de regreso hasta el lugar donde estaban nuestras valijas. Pepe entonces me dijo: -Oye, Angelita….recuerdas tu promesa? -Si…claro…. -le contesté- -No se lo digas a nadie….ni siquiera a María… -No lo diré…descuida….pero oye…. -Qué…? -De veras crees que pronto me saldrán pelitos…. como a María….? -Si, claro, niña…..y te pondrás bien linda….ya verás….más linda que ella…. -Y….me lo seguirás haciendo….? -Claro que sí….manita…tú que crees….? Más yo, recordando la relación que él mantenía con mi hermana María, y con el fin de no perderme de otra oportunidad para tener sexo con él, le dije: -Oye Pepe…….antes…..prométeme tú una cosa…. -Lo que tú quieras, Angelita. -Que me seguirás haciendo esto cada vez que podamos…. -Ya te dije que sí, niña…..mira…..me ha gustado tanto, que ya no podría dejar de hacértelo….sobre todo ahora que ya no hay impedimento…., pero dime ….a ti….te gustó? -Ay Pepe….a mi me ha encantado… -Qué bueno….Oye, Angelita…ahora, tengo algo qué decirte… -Pues dímelo… -Cuando lleguemos a casa, sin que nadie te vea, vé al baño y ponte algo de papel higiénico allí en tus partecitas….en tu rajita…. -Para qué….? -Para que no se te vaya a manchar de sangre la pantaletita….no quiero que mamá se de cuenta de lo que hicimos…. -Ohhh….de verdad me saldrá sangre? –le respondí sorprendida- -Si…, debes saber que como fue tu primera vez, sale algo de eso….pero no temas, no durará mucho. -Ahhh….no lo sabía….pero lo haré. -Está bien….ahora vámonos que ya se nos hizo tarde.
Cap IV.
Al llegar a casa, mamá nos recibió con una noticia que casi me hace saltar de júbilo. -Hoy vino el doctor a ver a Mary….y tiene principios de varicela….tendrá que estar en cuarentena y no podrá ir a la escuela durante dos semanas. -Ay….pobrecita –dije yo compungida, fingiendo un dolor que estaba lejos de sentir- -Así que Pepe y tú tendrán que ir solos todo ese tiempo. –dijo mamá- -Si mamá –respondió Pepe con una sonrisa de satisfacción, casi imperceptible- -Mañana le llevarás el certificado médico a su maestro, para justificar sus faltas. –le dijo a Pepe- -Si mamá. Esa noche cenamos como de costumbre y nos fuimos a dormir, sintiéndome contenta estremecida aún por las vivencias de aquel día.
Pero antes, siguiendo el prudente consejo de mi hermano, me metí al baño y me puse un poco de papel higiénico bien doblado entre mis bragas y mi chochito, esperando con ansias a que llegara el día siguiente. Al otro día, sin embargo, sucedió algo que yo no esperaba, pues a Pepe lo habían escogido para que tocara el tambor en la banda de guerra de la escuela, y tendría que quedarse ensayando con el grupo como tres o cuatro horas. Ese indeseado contratiempo me molestó tanto que hasta tenía ganas de llorar de la rabia, pero Pepe me consoló, diciéndome con palabras cariñosas: -Mira, manita….hoy no podremos ir allá….tengo que quedarme a ensayar….y lo peor es que eso será cada tercer día….así que hoy nadamás te encaminaré a la salida y quiero que te vayas rápido a casa. Le dices a mamá que llegaré un poco tarde. -Si….está bien….pero y mañana….? -Si, Angelita….mañana iremos otra vez….está bien? -Bueno….está bien. -Te vas derechito a casa…eh, Angelita?….no te vayas a deterner por allí…. -Si, manito….descuida….no lo haré. Presuroso porque ya lo estaba llamando el profesor para que se incorporara a la práctica, Pepe me encaminó precisamente hasta la salida del pueblo, dejándome donde empezaba la vereda que conducía a nuestro rancho. Yo, con mi mochila a mis espaldas, me fui caminando lentamente invadida de tristeza por no poder estar esta vez a solas con mi hermano, a pesar de que las circunstancias nos favorecían por la enfermedad de María.
Después de recorrer algunos kilómetros, arribé al lugar donde los dos caminitos se encontraban, y donde teníamos por costumbre desviarnos con mis hermanos. Me detuve un momento mirando con nostalgia hacia el sendero que conducía hasta los inmensos y ocultos mangales que me servían de espera mientras mis hermanos se ocultaban para hacer sus cosas. Allí parada me puse a recordar todos los lindos momentos que había pasado con mi hermano el día anterior, añorando ardientemente que él estuviera junto a mí. De recuerdo en recuerdo, vino a mi memoria de pronto la figura del hombre desconocido que me había dado los cinco pesos, de los que ya prácticamente no me quedaba nada. Un pensamiento cruzó como un rayo por mi mente, calculando que tal vez, si iba a aquel lugar, pudiera encontrarme tal vez con él, y por qué no, quizás hasta pudiéramos repetir la experiencia tan excitante que habíamos vivido días antes. Estos calientes pensamientos despertaron en seguida mi morbidez y mi ardiente deseo, sintiendo de inmediato la típica sabrosura del excitante picor que ya se manifestaba urgente entre mis piernas. Sin pensarlo más me desvié del camino principal y me dirigí hacia lo intrincado del bosque.
Cuando hube llegado al sitio de costumbre, me quité la mochila y me senté en el suelo, sudorosa y cansada por el calor tan intenso que se sentía en el ambiente, mientras disfrutaba de la suave brisa del viento debajo de la sombra de los arboles. Allí permanecí descansando un poco con los ojos cerrados, mientras las escenas imborrables del falo enorme y grueso del desconocido llenaban mi mente deseosa y hambrienta. Me daba cuenta de que, aún a mi corta edad, la calentura se estaba metiendo en mi sangre como por arte de magia, en forma silenciosa e inesperada, manifestándose de mil maneras diferentes: ya provocándome el abundante fluido vaginal; ya agitando mi pecho con ansias locas y suspiros incontrolables; o bien produciendo en mis sentidos los intensos deseos de tocarme la pepita, sintiendo la tremenda necesidad de llevar mis manos hasta allí y revolcarme de lujuria sobre el oculto pasto del bosque. Pensaba también en Pepe, en su hermosa y colorada verga, en lo deliciosa que la sentí cuando me la metió por primera vez, y en un pensamiento comparativo que no pude evitar, evoqué cómo sentiría yo dentro de mí la palanca del desconocido, que era muchisimo más grande, larga y gruesa que la de mi hermano. Este sólo pensamiento me hizo sentir un tremendo escalofrío que provocó que se me frunciera el culito y el chochito por el placer sin igual que aquellas visiones me producían.
Ensimismada como me encontraba pensando en todo eso, no percibí la presencia del desconocido, que apareciendo de pronto junto a mi, me dijo en voz baja: -Hola, Angelita….qué milagro… -Ohhhhh –sacudí la cabeza asustada, abiendo los ojos sorprendida- -Te asusté, pequeña….? -Si….pero no importa…..no hay cuidado… –le dije, contentísima de verlo nuevamente- -Oh, perdóname, linda….es sólo que no pensé encontrarte hoy aquí…. -No se preocupe…. -He venido otras veces….pero no te he visto por acá…. -Pues no, -mentí-, lo que pasa es que no habíamos vuelto a venir en estos días. -Hummmm……y viniste hoy con tus hermanos….? -Si –le mentí otra vez- -Ah, bien….y se fueron otra vez al monte….? -Si….a cortar mangos….como siempre hacen… -Y….hace mucho que llegaron ….? -No….apenas hace algunos minutos….por qué? -No, por nada….sólo quería saber si tardarán en regresar….. -Seguro que demorarán un buen rato –fingí, con la clara intención de que él que se quedara conmigo- -Oye, Angelita….y como has estado…?….qué te pareció lo que hicimos el otro día…? -Ohh….muy bien…. –le respondí sonriente- -Dime, linda,….te gustó todo lo que hicimos….? -Si……Mucho. -Oye….y no te gustaría ganarte otros cinco pesos….? –Me dijo mostrando una sonrisa de confianza- -Si….si me gustaría….-le aseguré rápidamente- -Bueno…mira…entonces por qué no aprovechamos el tiempo antes de que tus hermanos regresen? -Ssi….-le dije-…..está bien. –mientras sentía que una especie de babilla me corría ya por en medio de mis piernitas- -Bueno, Angelita….sólo que ahora, nos meteremos un poco más hacia dentro del bosque…. -Si?….por qué? -Porque no quiero que si tus hermanos regresan, nos vayan a ver…. -Oh no….ellos no…. –yo interrumpí rápidamente mi coloquio, dándome cuenta que estaba apunto de cometer un error- -Cómo dices, pequeña….? -No…nada….creo que es mejor como usted dice…. –corregí presurosa- -Bueno….está bien….anda..ven, vámos para allá… –dijo el hombre, señalando un espeso matorral que se encontraba como a unos cincuenta metros de allí- Yo le seguí hasta el sitio que él había elegido.
Una vez metidos entre el intenso follaje, el hombre se sentó en el piso y me dijo que me acercara a él, dándome en seguida la moneda de cinco pesos. Yo, poniendo el dinero sobre el suelo, y sintiendo como que me ahogaba por el placer tan intenso del momento, me acerqué rápidamente a él. Aquel hombre, sudoroso como estaba, comenzó a meter sus manos debajo de mi blanca faldita corta, yendo directamente hasta el centro de mi pubis, el cual comenzó a acariciar suavemente y con toda confianza, sabedor de que todo eso me gustaba y de que ahora sí contaba con mi total y absoluta cooperación. Y efectivamente, presa de la más ardiente lujuria, yo me dejaba trastear por las manazas del desconocido, que ya había metido su mano debajo de mi calzoncito, hurgando aquel rincón de terciopelo, tallando lentamente su dedo más grueso sobre mi rajadita, que rezumaba intensos flujos que contribuían ampliamente a su manipulación.
Él se regodeaba con aquellas caricias sintiendo cómo el apretado resquicio de mi anhelante hendidura se estremecía hasta el delirio entre sus dedos, mientras se daba prisa en bajarme las pantaletas hasta quitármelas totalmente. Una vez que me tuvo al descubierto, con mi pubis desnudo frente a sus ojos, procedió a quitarme el vestidito y el corpiñito, hasta dejarme completamente sin ropa. Suspirando con agitación, él se puso de pie y empezó a desnudarse con ansias febriles, viendo cómo surgía retador aquel tremendo pedazo de carne dura y roja que tanto me hacía soñar, tan inmensamente grande, largo y grueso, que tenía una cabeza del tamaño del corazón de un caballo. Al volver a ver aquel espectáculo sin par de inmediato se despertó en mí una lujuria incontrolable, que apenas podía yo contener. Dándose cuenta de mi brutal excitación, el hombre no esperó más, y sentándose en el piso, me jaló de las manitas hasta ponerme toda abierta de mis piernas encima de su descomunal falo parado, para después comenzar a bajarme con sus manos poco a poco hacia aquella daga de la muerte, que por instantes y por su enorme tamaño me causaba terror. Pero siendo más fuerte el deseo irrefrenable que sentía en aquellos momentos, pronto olvidé todo temor y miedo, recordando que Pepe ya me había desflorado el día anterior, y que seguramente ya no sería tan doloroso para mí que aquel hombre me la metiera.
Él por su parte estaba también completamente enardecido por la fiebre que le causaba mi desnuda presencia. Yo para mis adentros pensaba que aquel desconocido, acostumbrado con toda seguridad al desfloramiento de niñas como yo, pequeñas de mi edad, a quienes de seguro convencía con dinero, al menos tendría la delicadeza de manejar el asunto con toda lentitud y calma, de modo que olvidando por completo mis temores me entregué a la desbocada pasión del momento. Advirtiendo que para entonces ya nada podría detener la embestida definitiva, me abrí totalmente de piernas para facilitar la maniobra del desconocido, quien prestamente ya había colocado la babeante y roja cabeza de corazón en la mera entrada de mi bollito ya no tan imberbe, y sintiendo la gruesa y descomunal punta de aquel animal indomable y furioso queriéndose entremeter en mi tierna caverna vulvar, me dejé caer suave y lentamente sobre él, mientras el hombre presionaba mis hombros hacia abajo, persiguiendo ambos el mismo fin.
Cuando sentí que la cabeza colorada se abrió paso adentro de mi rajadita perdiéndose con gran dificultad entre mis ansiosos labios humedecidos de leche, sin poder evitarlo emití un fuerte quejido de dolor que debió escucharse hasta la bifurcación del camino. El hombre me puso rápidamente una de sus manos sobre mi boca con la finalidad de que no se escucharan mis gritos, que seguían intentando de salir con fuerza de mi garganta, ahogándose entre las manos del libidinoso individuo. Hasta ese momento y contra todos mis pronósticos, él había empujado mi cuerpo con fuerza hacia abajo, sobre su propio cuerpo, lo que provocó que de un solo jalón me entrara más de la mitad de aquella verga salvaje, de animal, produciéndome un dolor insoportable que ni con mucho se podía comparar al dolor que había sentido cuando la verga de Pepe me había penetrado totalmente, desflorando supuestamente mi virgen conducto frontal. Yo sinceramente no esperaba aquel trato tan duro y tan doloroso, por lo cual sentía cómo mis lágrimas salían abundantemente recorriendo mis mejillas, mientras lloraba abiertamente del tremendo dolor que sentía, en tanto aquel brutal falo encendido a más no poder me seguía partiendo en dos, entrando por fin totalmente hasta lo más recóndito de mis anhelantes entrañas.
Manteniendo mi boca tapada con su mano, mientras me empujaba con mayor potencia la tremenda tranca adentro de mi chochito, yo sentía que me iba a desmayar del dolor tan grande que atravesaba mis caderas. Pero él no cejaba; no se detenía ni siquiera un instante, pues continuaba empujándomela y sacándomela para volver a metérmela y sacármela nuevamente con furia y sin piedad, efectuando bruscos y salvajes movimientos hacia arriba y hacia abajo y también hacia los lados, mientras me mantetenía montada y abierta de piernas sobre su titánico pene. Perdí la cuenta de los minutos que pasaron entre el momento en que me acomodó la cabeza y cuando me atravesó completamente con su increíble verga, pues el dolor era tan fuerte que me hizo perder momentáneamente el sentido y la noción del tiempo. No sé cuantos minutos pasaría en eseado, pero a pesar de ello, él continuaba moviéndose con avidez, y al recobrar yo la conciencia comencé a notar que de repente mis pliegues internos, ahora sí totalmente rotos para siempre, se acoplaban por fin y poco a poco al tamaño de aquel vergón ejemplar, tal vez a fuerza de sentir tanto dolor y seguramente también como consecuencia de la salvaje llenura de que era yo objeto.
Así que, aún con los ojos inundados de lágrimas pero ya sin tantos deseos gritar, yo misma empecé a moverme de un lado para otro, empalada como estaba por aquel falo enorme, tratando de encontrarle el ritmo a aquella preciosa verga que tantos estragos me estaba causando. Aquel hombre, mientras tanto, continuaba con sus fenomenales embestidas de toro enfurecido dentro de mí, entrando y saliendo una y otra vez, ya sin impedimientos, de modo que mi chochito acabó de adaptarse completamente al tamaño de aquella vara sin igual, empezando a producir en mí un placer y una brama indecibles. Tan calientes y frenéticos nos encontrábamos los dos que, sin poder contenernos más, nos derramamos al unísono en potentes orgasmos que parecían nunca acabar; él regando las profundidades de mis entrañas de rico y delicioso semen, en tanto mi bollito se contraía entre ríos de sangre mezclados con leche en venidas increíbles, estrujantes y dolorosas, por primera vez sentidas con tal intensidad por mí. Después de eso permanecimos por largo rato con nuestros cuerpos enrollados, estremecidos por los salvajes espasmos de placer, mientras el desconocido me acariciaba, ahora sí, cariñosamente la cabeza, como dándome las gracias por haberle proporcionado tan incomparable tesoro.
Yo, atravesada por aquel delicioso palo, ya no tan duro en esos instantes, me mantenía con mi cuerpecito descansando montada sobre él, disfrutando de aquel salvaje momento. Como volviendo a la cordura, el hombre me susurró al oído algunas palabras: -Angelita…..ya bájate, no vayan a venir tus hermanos…. -Hmmmmmmm. -Anda nena…..no quiero que ellos se vayan a dar cuenta…. -Si…..está bien…. Como pude me levanté para tratar de sacarme aquella bayoneta de largo cañón de mi rajadita ensangrentada.
Cuando me ví mis partes todas embarradas de sangre sentí miedo y me puse a llorar nuevamente. Él, dándose cuenta de mi estado, comenzó a consolarme con palabras dulces, diciéndome: -No te preocupes, Angelita….mira, todo eso es muy normal…. -Uhhh…? -Te diré algo que no sabes….cuando a una chica se la meten por primera allí, siempre sale sangre….pero eso se pasa en seguida….no demora tanto como crees…. -Es que….me duele mucho….y también me está saliendo mucha sangre…. -Sí, pero es por eso que te digo….pero pronto pasará…. -Y ahora…qué haré….? -Por qué, niña….? -No quiero que mamá se de cuenta….. -No, no….. ella no debe saberlo….tienes que guardarte de decirlo….recuerdas? -Si…. -Pues entonces, no pienses más en eso. -Pero…y ahora…cómo me limpio…? -Oh…es eso….no te apures….yo lo haré… Y sacando de su morral una tela y un botellón de agua, comenzó a humedecer el trapo aquel procediendo después a limpiarme completamente la abundante sangre que me había empapado mis partes íntimas. Al terminar, el desconocido sacó un rollo de papel higiénico y me puso un poco entre mis piernas, diciéndome que me pusiera mi calzón. Al verme completamente limpia y protegida de mi intimidad, me tranquilicé y hasta me sentí mejor. Entonces el hombre me dijo. -Ahora, mantén el papel allí todo el día, y por la noche, sin que nadie te vea, te lo quitas y te pones más….entiendes, linda? -Si… -Ya verás cómo mañana no te dolerá ni te saldrá sangre…Angelita. -De verdad….? -Si…te lo aseguro. -Ay, qué bueno… -Bien….ya veo que estás más tranquila….ahora me iré para que tus hermanos no nos vean juntos. -Está bien….pero…cuando volveremos a vernos…? –le pregunté interesada- -Oh…mi niña…pronto nos volveremos a ver…si tu quieres, claro… -Pues si….si quiero…. -Bien….te buscaré por aquí….ya verás que yo te hallaré….como hoy… -Bueno…. -Ya nos veremos otro día, Angelita….y recuerda…ni una palabra a nadie, eh? -Si, claro…
Él se despidió de mí dándome un beso en la mejilla, alejándose por el bosque mientras yo terminaba de vestirme, y recogiendo la moneda me dirigí hacia donde estaba mi mochila, para irme luego a casa. CONTINUARA…….
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