El renacer de un viejo 2. Follado y humillado
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Yakul.
Era evidente que después de ese primer encuentro con Laila a mi padre se le había saltado un relé.
Parecía como si hubiera descubierto… no, descubierto no.
Como si hubiera recordado una vida sexual que había dejado aparcada durante muchos años y que para todos nosotros era todo un misterio.
Parecía como si hubiera logrado dejar a su familia al margen de todas sus perversiones.
Lunes 17 de marzo de 2006
Desde la paja que me hizo Laila lo veo todo un poco más claro.
Durante los cuarenta años que había durado mi matrimonio jamás le puse los cuernos a mi mujer, y no fue por falta de ganas, no, si no por respeto a ella simplemente.
Como mujer era genial, pero como amante siempre fue pésima.
Nada de sexo anal, casi nada de sexo oral.
Si lo había nada de tragarse mi corrida.
Nada de juegos sexuales.
De posturas, el misionero y rara vez a cuatro patas.
En fin, cuarenta años de monotonía y muchas pajas.
Pero ahora puedo hacer lo que me dé la gana.
Bueno, lo que me dé la gana y me deje mi limitado presupuesto.
Tras el pajote, Laila siguió trabajando como si no hubiera pasado nada.
Al finalizar me dijo que no vendría en los próximos diez días porque iba a visitar a su hermana en Francia.
Se dio la vuelta y se fue.
Ni sombra de remordimientos ni de vergüenza.
Ese culo y esas tetas enormes ensambladas en un cuerpo gordo se fueron tranquilamente tras haberme follado el culo.
Pasados unos días decidí que tenía que retomar una vida sexual activa, y que en cuanto Laila volviera le propondría algo, no sabía aún muy bien el que, pero sabía que me la tenía que follar hasta por las orejas.
Mientras tanto decidí seguir el camino que había seguido el dedo de Laila.
Sabía de un travesti ya entrado en años y algo en carnes que se follaba a los viejos por una cuarta parte de lo que cobraban los travestis del centro.
Así decidí coger el autobús a media tarde hasta el barrio en el que vivía Silvia la cerda, que así la llamaban los que había disfrutado de sus habilidades.
¡Por veinte euros no ibas a querer lujos!
Llegué a la puerta de la casa unifamiliar donde vivía Silvia.
Era un edificio antiguo, de los años cincuenta, mal cuidado, con la pintura descascarillada, y con los cristales de algunas ventanas rotos y tapados con cartones.
El barrio estaba igual de bien conservado que la casa, y pronto descubriría que estaba igual que su dueña.
Llame a la puerta.
No abrió nadie.
Volví a llamar.
No abrió nadie.
Insistí.
Cuando ya me iba a ir se abrió la puerta.
He de decir que nunca había visto a Silvia la cerda, porque si no, no hubiera ido allí en la vida.
Era un tío de unos cincuenta años, delgado de brazos y piernas, pero gordo de barriga.
El pelo grasiento le caía por encima de los hombros sin orden ni concierto.
Hacía mucho que una peluquera no tocaba esa cabeza.
El color era entre blanco-pus y castaño-mierda de gato.
Una nariz grande imperaba en una cara amorfa por culpa de las hormonas o sabe Dios de que.
Al abrir la boca se veía que le faltaba una paleta y se apreciaban varias caries.
Iba vestida solamente con un tanga blanco que se estaba convirtiendo en color marrón por la falta de lavado.
Las tetas eran pequeñas, apenas dos pimientos morrones que colgaban sobre la barriga prominente, terminando en dos pezones larguísimos.
Para terminar de arreglarlo estaban llenos de pecas y manchas.
Las piernas eran muy largas, con unas rodillas grandes, amorfas, artríticas, y acababan en unos pies que llevaba descalzos, lo cual permitía ver las uñas.
Las de los dedos gordos estaban negras de haberse dado numerosos golpes.
La del meñique izquierdo no existía.
En uno de los pulgares tenía un callo que parecía un dedo dentro de otro dedo.
En el brazo derecho tenía un tatuaje carcelario, en forma de corazón y unas letras difíciles de ver.
Al mirarle el tanga vi que el huevo izquierdo le salía por el pernil.
Lo peor quizás fuera el olor a sudor agrio y reseco que emanaba de ese cuerpo, así como el olor a tabaco, alcohol y caries que salió de la boca cuando la abrió para decir
-Me has pillado cagando.
Pasa.
Al entrar en la casa vi que estaba igual que la dueña.
En un pequeño salón se acumulaba toda clase de ropa sucia.
Sobre la mesa había varios platos con comida sin recoger y un cenicero lleno de colillas.
Frente a una televisión apagada, un sofá de tres plazas cubierto con una sábana que en su día era blanca y ahora no tenía un color definido.
Ahí estuve a punto de irme.
Tengo ochenta años y me queda poco, pero tampoco quiero morir de una infección, pero cuando me disponía a irme me puso una mano en la polla, que curiosamente empezó a despertar, así que decidí quedarme, a ver qué tal follaba Silvia la cerda.
–Son veinte euros – Me soltó – Nos la chupamos, nos follamos y hoy voy a correrme.
Hace dos días que no me follo a ningún viejo.
Algo cortado saqué un billete de veinte euros arrugado del bolsillo.
Se lo di y me dijo que me desnudara.
Puse la ropa sobre una silla y por último me quite los calzoncillos, dejando el rabo morcillón a la vista.
Estaba excitado por la situación tan sórdida en la que me estaba metiendo.
Silvia se había sentado en el sofá.
-Ven, cómeme el rabo.
Se te ve con cara de hambre.
Me arrodillé frente a ella.
Cuando fui a bajarle los calzoncillos me llegó el olor de su entrepierna.
Orina y heces.
Frescas y viejas.
Sudor.
Suciedad.
Dudé un segundo.
Ella se dio cuenta y cogiéndome la cabeza con la mano derecha me acercó de un tirón hacia su paquete.
La nariz se me apretó contra el tanga.
El olor era repulsivo.
Con la otra mano se sacó el rabo.
La tenía flácida.
–Chupa.
¡Chupa viejo!
Me la fue dirigiendo hacia la boca, pero me negué a abrir la boca.
Aquello era como chupar los aseos de una estación de tren.
Viendo mi indecisión decidió vencerla dándome un bofetón.
–¡CHUPAMELA MARICON DE MIERDA!
Me volvió a abofetear dos veces.
Estaba asustado.
Nunca me había pasado algo así.
Le dije que dejara de pegarme.
Me volvió a abofetear.
Finalmente abrí la boca.
Me la metí poco a poco en la boca.
Intenté que el capullo no saliera del prepucio.
–No seas tímida maricona.
Se sacó el capullo.
Olía a leche seca.
A meados.
Y lo peor era el líquido blancuzco que se quedó pegado a los pliegues del pellejo cuando se sacó el capullo.
–Límpiala bien.
Verás cómo te gusta el requesón.
Con asco me la metí de nuevo en la boca.
Me dio una arcada, y con miedo a vomitar me la saque, pero la cerda, rápidamente me la encajó en la boca nuevamente.
Se le estaba poniendo dura.
Empezó a meterla y a sacarla.
Después paró y empezó a moverme la cabeza.
Cuando la tuvo completamente tiesa me la metió hasta las bolas.
Gimió.
La muy puta me estaba follando y le estaba gustando.
En ese momento hubiese preferido que se hubiese corrido y haber acabado con todo esto.
Las lágrimas se me escapaban y apenas podía gemir con la boca llena de carne.
El sabor a orina me invadía la boca, la nariz.
Era nauseabundo.
Me la sacó y se sacó los huevos por completamente del tanga.
Me obligó a lamérselos.
Al final me metí uno en la boca.
Al menos no sabían a meados de vieja.
Después de cinco minutos de chuparle el nabo y los huevos, paró.
–Venga, ahora te toca disfrutar a ti.
Se dio la vuelta y se bajó el calzoncillo hasta las rodillas.
–Fóllame.
Rápido que te tengo que follar yo a ti.
Aquello era surrealista.
La puta casi que me había violado y ahora quería que la follara.
–¡Que me folles bujarrón asqueroso!
Tenía la polla lacia, así que me escupí en la mano y empecé a meneármela.
Ella , impaciente se giró y sin más historias se la metió en la boca.
Me habría pegado, me habría follado la boca y me habría obligado a limpiarle el rabo, pero a mi se me puso tiesa como un palo.
–Coge un condón y fóllame.
Obedecí.
Cogí un condón de encima de la mesa y tras abrirlo me lo puse.
Había un bote de gel lubricante.
Me eché las gotas que quedaban en el rabo.
–Se ha acabado – le dije.
–Peor para ti.
En ese momento no caí en lo que me decía.
Puse el capullo sobre el culo y empujé.
Entró el capullo.
Lo saqué y volví a empujar.
Entro la mitad.
Empecé a meter y a sacarla.
A la tercera embestida la polla salió llena de mierda.
A la quinta el culo rezumaba mierda.
Un hilillo de un líquido verduzco le fue resbalando hasta los huevos y empezó a gotear encima del sofá.
La cerda gemía.
Era una puta de verdad.
Se dio cuenta de que le estaba bozando la mierda.
–Ya te dije que me pillaste cagando.
Seguí empujando.
Me la iba a follar así se cagase encima, que básicamente era lo que estaba haciendo.
Me llegaba el olor de la mierda fresca, y al meterle la polla hasta el fondo el vello púbico y los huevos se me iban llenando de mierda.
Me apoyé sobre Silvia y le cogí la polla.
Empecé a pajearla.
Ella aumentó el ritmo de los gemidos y yo notaba en la mano que se le estaba humedeciendo el capullo.
De repente puso sus manos hacia atrás y haciendo fuerza se separó de mí.
Al salirse la polla de su culo un trozo de mojón cayó sobre el sofá.
Ella estaba jadeando.
Fue a buscar un condón pero se ve que yo había acabado el último.
Me cogió la polla, me quitó el mio que estaba pringando en mierda y se lo colocó ella.
De un empujón me tiró de espaldas sobre el sofá.
Los dos estábamos manchados de heces pero a ella no le importaba y yo no tenía elección.
–Ábrete de patas mariconazo.
Te voy a follar.
–Espera, échame lubricante, échame algo.
Hace mucho que no me meto nada más gordo que un dedo.
–Pues va a ser que no.
Has acabado el gel.
A continuación se puso sobre mí, obligándome a abrir las piernas.
Aquello iba a ser una agresión sexual en toda regla.
Me resistí pero dos nuevas bofetadas hicieron que desistiera de toda resistencia.
Escupió dos veces en mi agujero.
Metió y sacó un par de veces un dedo, después dos y tras escupir otra vez, me metió tres dedos.
Empecé a gritar
–No, por favor, no me folles, ¡PARA!
Lo único que conseguí es que con una mano me tapara la boca y con la otra enfilara su polla en mi culo, al tiempo que se echaba encima de mí, impidiéndome que me moviera.
Mis ochenta años, mi metro y setenta y mis sesenta y cinco kilos no daban para muchas resistencias.
Me abrió de patas tanto como pudo y para facilitarle la labor termine encogiéndolas sobre mi barriga.
Empujó una vez.
Mi culo cedió.
Un dolor terrible me recorrió la espalda.
Empecé a gritar, a aullar, lloraba, se me caían los mocos.
Me estaba violando.
Aquí no iba a haber placer al final de la violación como en los relatos porno.
En la tercera embestida noté como mi esfínter se rasgaba.
Me estaba rompiendo literalmente el culo.
Cuando pudo liberar su mano ya que la polla estaba dentro de mí, hasta los huevos, me cogió de los pelos y tiró arrancándome un mechón de pelos.
–Deja de gimotear y de patalear vieja asquerosa o te dejo calva.
¿No querías que te follaran?
Decidí darme por vencido.
El siguió bombeándome el culo con un condón lleno de su mierda.
Finalmente, antes de correrse se salió, se quitó el condón y agarrándome del pelo otra vez hizo que me incorporase, dejándome sentado en el sofá.
La cerda se puso de pie, se colocó de espaldas a mí, y abriéndose el ojo del culo me espetó.
–Límpiame el culo con la lengua.
Me lo has dejado lleno de mierda.
No quería chuparlo, pero ya me había follado la boca y el culo y encima me había partido la cara.
Había pocas opciones.
Pegué la lengua a su culo.
Tenía una almorrana que se había salido mientras me lo follaba.
Del agujero salía un hilillo de mierda líquida, y en los pelos del culo tenía trozos de mierda solidificada.
Empecé a chupar.
Una arcada hizo que vomitara en el suelo parte del almuerzo.
Seguí lamiendo.
Me metí la almorrana en la boca.
–Sigue chupando vieja puta.
Eso hice.
Le metí la lengua por el culo.
Siempre había tenido ganas de ser la puta de alguien pero no de ese modo.
De repente hizo fuerzas.
Se pegó un peo que me entró directamente en la boca.
Un chorreoncito de mierda le siguió hasta mi garganta.
Volví a vomitar.
Aquello era demencial.
Se giró y sin más historias me la metió en la boca y empezó a bombear.
Creí que me la iba a sacar por la nuca.
Finalmente se corrió.
La leche se desparramó por mi boca, pero me salió hasta por las narices.
La muy puta se arqueó y me dejó la polla metida en la boca unos segundos hasta que el último espasmo le sacó la última gota de leche en mi boca.
Se la escurrió con una mano
Cuando por fin la sacó, me mantuvo la cara sujeta con una mano, mientras que con la otra cogía el trozo de mierda que se le había salido del culo cuando me la follaba.
La estrujo y me lo restregó por la cara, espachurrándolo.
Al final me metió los dedos en la boca haciéndome que se los limpiara de mierda.
–Estas hecho un asco.
Ve y te aseas un poco y vete a tomar por culo maricona.
Me empujó y caí del sofá sobre la vomitona.
Tambaleándome me fui hasta el cuarto de baño para limpiarme algo y salir huyendo de allí antes de que esa loca me violase otra vez.
.
Continuará
Dejar un comentario
¿Quieres unirte a la conversación?Siéntete libre de contribuir!