ESPECIAL NAVIDEÑO 2017
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por rxxa4.
En una ciudad enorme como la ciudad capital, habita todo tipo de gente.
Ricos, pobres, guapos, feos, educados, groseros, entre muchos otros tipos.
Sus calles siempre transitadas, con actividad de todo tipo en todo momento.
Desde que los primeros rayos del sol iluminan la mañana, hasta la penumbra de la noche la gente anda por doquier.
En el barrio más pobre de esa ciudad vivía una niña morenita de diez años, delgada pero sin llegar a ser flaca, de cabello lacio largo hasta la cintura de color castaño oscuro, ojitos oscuros.
Esta niña era conocida por el nombre de Michelle y vivía con su padre alcohólico, en una casa de material vieja.
Desde que amanecía, hasta casi la media noche, la niña se encontraba en la calle, tratando de evitar cualquier contacto con su padre, quien la maltrataba cuando se encontraba borracho, y eso era casi todo el tiempo.
El padre de Michelle no siempre fue así, pero a partir del fallecimiento de su hija Andrea, mayor que Michelle por siete años, su mundo se tornó oscuro y se refugió en el alcohol.
La chica era muy alegre, transmitiendo felicidad a todo aquel que estuviera cerca, no importando el estado de ánimo que se encontrara la persona, siempre sonreía después de estar cerca de la joven.
Pero aquella felicidad se terminó el 24 de diciembre de hace dos años, cuando después de un arduo día de trabajo en uno de los almacenes de una empresa reconocida, fue violada y asesinada a sus 15 años de edad por un joven millonario de 19 y un amigo de él de la misma edad.
Siendo hijos de personas sumamente ricas, quedaron totalmente absueltos del terrible crimen que cometieron.
A partir de ese momento, el señor Ismael comenzó a beber a todas horas grandes cantidades de licor, perdiendo así su trabajo y descuidando por completo a su hija menor, quien aprendió a defenderse por sí sola a partir de lo ocurrido.
Se sentía culpable por la muerte de su princesa, pues aunque tenían mucha necesidad, no era obligación de ella trabajar, pero le había permitido hacerlo porque la chica quería apoyarlo trayendo también dinero a su hogar.
Andrea trabajaba de 7 am a 3 pm, pero en días festivos le gustaba doblar turno pues la paga era más del triple, y por eso en aquella fecha festiva terminó a las 11 de la noche de trabajar.
Creciendo sin madre, pues cuando ella tenía dos años esta falleció debido a complicaciones de un tercer embarazo, sin su hermana que era su gran apoyo y sin la atención de su padre, tuvo que buscar la manera de salir adelante ella sola.
Como no había dinero para comer, y lo poco que su papá conseguía se lo gastaba en licor de caña, la niña salía desde temprano a trabajar en lo que fuera, desde lavando autos, hasta levantando basura, pero la paga por estos trabajos era muy mala, llegando a obtener muy poco dinero para poder comprar algo de comer, así que no le quedó de otra más que aprender a robar para sobrevivir.
Cuando las señoras que venden frutas y verduras se descuidaban, ella rápidamente tomaba una manzana o la fruta más cercana a ella y se la escondía entre sus desgastadas prendas, casi siempre teniendo éxito y cuando no lo tenía, corría lo más rápido que podía, esquivando todo tipo de obstáculos.
Después de algunas veces en las que tuvo que escapar de sus perseguidores, aprendió a esconderse en lugares en los cuales nadie se atreviera buscar, o algunos impensables, como contenedores de basura, alcantarillas, debajo de autos, en medio de cajas y muchos más.
Michelle conocía a otros niños de su edad y otros mayores que ella, con los cuales convivía a diario, aprendiendo nuevos métodos de escape gracias a ellos, quienes le mostraban como moverse y las rutas de escape que tenían.
Aunque se divertía con ellos, no les tenía mucha confianza a algunos, pues veía como comenzaban a entrar en el mundo de las drogas y el alcohol, cosa que le desagradaba, pues ya tenía suficiente con su padre.
También comenzó a darse cuenta como algunas de las niñas de su edad, e incluso más chicas que ella, se iban con muchachos más grandes a donde no los vieran.
Un día, por curiosidad, y sin que nadie más se diera cuenta siguió a una parejita que comenzó a apartarse de los demás.
Se trataba de un muchacho de 17 años y una niña de 10, la misma edad que Michelle, quienes iban tomados de la mano dirigiéndose a uno de los baldíos cercanos.
Al llegar al lugar indicado, la niña rápidamente entro detrás de ellos y buscó un lugar cercano a la parejita donde pudiera esconderse y a la vez observar lo que hicieran.
Los dos chicos estaban detrás de unos arbustos muy frondosos, así que no fue difícil para Michelle ocultarse y mirar de cerca.
El muchacho cargó a la nena de 10 añitos y comenzó a besarla tiernamente en los labios, a lo que la infante correspondía, mientras Michelle no perdía detalle alguno.
Un par de minutos después, el joven bajo a la pequeña y comenzó a desnudarla lentamente, disfrutando del cuerpo de ella, quien se dejaba hacer todo lo que el muchacho quisiera.
Pronto el joven procedió a quitarse sus prendas, quedando los dos completamente desnudos, y acostándose los dos sobre unas sabanas viejas, sintiendo el calor corporal de su pareja.
Michelle no perdía detalle de lo que ocurría, sintiendo sensaciones raras en su cuerpo, y sorprendiéndose a cada minuto que pasaba, pues los chicos iban haciendo cosas nuevas cada vez, como el hecho de que el joven comenzara a comerle el coñito a la niña y después ella chupara la gran daga del muchacho, sin asco alguno.
Cuando pensó que dejarían de sorprenderla, el muchacho tomó su verga de quince centímetros y la metió por completo en la vagina de la pequeña.
Esa acción sorprendió sobremanera a la pequeña Michelle, quien sentía como su puchita iba teniendo un cosquilleo y comenzaba a sentir humedad en sus calzoncitos.
Michelle no aguantó más y comenzó a tocar su rayita, sintiendo sensaciones nuevas, que casi hicieron que se desmayara.
Cuando se calmó un poco, observo que la niña se encontraba en posición de perrito, mientras el muchacho metía su miembro en el culito de ella.
Después de esto Michelle, se levantó y salió corriendo del lugar, no podía dar crédito a lo que los demás hacían, sabía de alguna manera que estaba mal, pero le había gustado ver aquello.
Los días posteriores Michelle siguió a cada parejita que se apartaba del grupo, confirmando sus sospechas: todos hacían lo mismo que la primera pareja.
Pasó el tiempo y todo siguió su rumbo, ella ya sabía que hacían los demás cuando se perdían por ahí, todos excepto ella y Karla, su mejor amiga un año mayor que ella, y aunque en tres ocasiones un muchacho de 18 quiso llevarse a las dos, ninguna lo permitió.
El día 23 de diciembre de ese año llegó, y la niña salió una vez más desde temprano de su casa, quedando verse con Karla en el mercado de la sección norte del distrito donde se encontraba su barrio.
Al llegar se encontró con ella y estaban listas para llevar a cabo algo que planearon durante días, robarían un buen pedazo de carne al viejo amargo del carnicero.
– ¿Lista Karla? – preguntó Michelle.
– Como siempre Michelle.
– sonriente contestó.
Todo estaba listo y cuando vieron la oportunidad, Karla distrajo al viejo mientras que Michelle, tomó una buena pieza.
Cuando el viejo se dio cuenta ambas echaron a correr lo más veloz que podían, pues eran perseguidas por trabajadores de aquel hombre,, esquivando a la gente que se atravesaba al igual que los puestos.
En un momento tuvieron que separarse para tratar de perder a sus grandes perseguidores, tomando caminos distintos.
Pasados unos minutos, Michelle se percató que ya no era perseguida, así que decidió ocultarse y esperar un rato más antes de encontrarse con su amiga en el lugar de siempre.
Cuando sintió que era el momento se dirigió al lugar donde se encontraría con Karla y comerían juntas su botín.
Al llegar al lugar acordado vio que su amiga aún no se encontraba allí, así que se dispuso a esperarla.
El tiempo transcurría y su amiguita no aparecía, – ¿le habrá pasado algo? – pensaba para sí misma, preocupándose por la otra pequeña, de la cual no había señal alguna.
Michelle regresó a donde habían robado la carne para ver si se encontraba por ahí, pero lo único que encontró fue el local cerrado, cosa que le preocupó aún más.
Se pasó el día completo buscándola, sin preocuparse por los rugidos de su estomago, que estaba más vacío que de costumbre.
Sin más por hacer, la niña volvió a su casa a las 11:30 pm, encontrando dormido a su papá en un sofá, totalmente borracho.
La pequeña recogió las botellas de caña como de costumbre y las tiró en el cesto de basura, para después dirigirse al patio para llenar unas cubetas y poder bañarse.
Veinte minutos después la niña ya había terminado su ducha, y ahora debía descansar, para continuar con la búsqueda de su amiguita.
El día 24 había llegado, era una fecha muy importante para todos, pues era la víspera de Navidad, día de amor, paz y alegría, pero para Michelle era un día triste, pues significaba recordar como su hermana, quien fue como una mamá para la pequeña a pesar de su corta edad, fue asesinada.
Por eso para ella el 24 no era especial como lo era para los demás.
Desde las 7 am salió a buscar a su amiga, dirigiéndose primero al lugar de reunión más cercano, donde para su sorpresa ahí se encontraba Karla.
– ¡Karla! – gritó Michelle con alivio mientras corría en dirección a su amiguita.
– ¡Michelle! – la niña le respondió sonriendo.
Al llegar hasta su amiga, Michelle no se contuvo y la abrazo, pues había estado muy preocupada desde el día anterior, cuando le perdió de vista.
– ¿Dónde estabas? Me tenías muy preocupada.
¿Y ese vestido nuevo? – le dijo Michelle con voz quebrada y lagrimas en los ojos.
– Descuida Mich, ya estoy aquí.
Vamos a desayunar.
– le dijo tomando una bolsa color negro de la cual sacó dos tortas grandes de pierna ahumada y dos jugos embotellados.
Michelle no podía creerlo, por primera vez en su vida y va a desayunar algo más que una fruta o restos de comida, teniendo entre sus manos aquella enorme y deliciosa torta, la cual procedió a comerse junto con su amiguita.
Ambas niñas disfrutaban en silencio de su desayuno, riendo de vez en cuando al cruzar sus miradas.
Michelle se sentía feliz de que Karlita, su mejor amiga, se encontrara sana y salva, después del susto que se llevó, pero le intrigaba saber donde se había metido y porqué traía puesto aquel vestido color rosa muy bonito, zapatos nuevos, una diadema que combinaba con su vestido, calcetas blancas y además estaba bien bañadita.
Después de terminar con las tortas, las niñas quedaron unos minutos en silencio, mientras se regocijaban con sus simples presencias, hasta que Michelle comenzó con la charla.
– Karla, me tenías preocupadísima.
Te busqué por todas partes y no te encontré.
¿Dónde estabas?
– Bueno Michelle, te diré porque eres mi mejor amiga.
– dijo Karla acomodándose en el lugar en donde se encontraba.
– Ayer, después de separarnos, corrí y corrí mucho, tratando de no caerme con todos los objetos que habían en ese camino, pero para mi mala suerte, antes de llegar a una reja que planeaba saltar, pisé una botella de vidrio, provocando que me resbalara y cayera al suelo, lo que aprovechó uno de los trabajadores del carnicero y me atrapó.
Este tipo me llevó hasta donde se encontraba su jefe, quien ya me esperaba para darme mi merecido.
Cuando el carnicero me tomó del brazo me llevó a la parte de tras de su negocio, donde me ató las manos a un tubo que se encontraba detrás de un sillón y en el cual me apoyó boca abajo, me levantó la faldita y comenzó a nalguearme duro.
Yo comencé a gritar por el dolor pero en vez de hacer que se detuviera, bajó mis calzoncitos y me dio ahora directamente en mis nalguitas.
Después de un rato el viejo paró, y pensé que mi castigó había terminado, pero no fue así, ya que el viejo sacó un tubito largo y delgado color rosa, junto con un bote de líquido aceitoso, con el que unto el tubito y se acercó a mí, separando mis nalguitas y metiéndome eso en mi colita.
– dijo Karlita.
Michelle escuchaba atenta el relato de su amiguita, sintiéndose muy sorprendida por los detalles que ella le daba.
– Al principio sentí dolor, – continuó Karla con su relato.
– pero después de un rato comenzó a agradarme esa sensación, haciendo que mi respiración se agitara cada vez más.
Después de eso, el viejo sacó su pájaro que era más grueso que el tubito rosa, pero no más largo que este.
Fue algo difícil que entrara, pero al final logró meterlo, haciéndome sentir más rico de lo que sentía con el tubito.
– ¿Y luego? ¿Qué pasó? – preguntó Michelle sintiéndose mojada de su puchita.
– Luego de un rato me llenó mi colita con su leche, y me dijo que eso era lo que merecían las niñas que se portaban mal.
Después bajó su cara hasta mi colita, la observó y de ahí vio mi rayita, alegrándose por que vio que era virgen.
– dijo Karla.
– ¿Eras qué? – preguntó Michelle.
– Virgen Michelle, o sea cuando ninguno hombre te ha metido su pájaro por la rayita.
– le dijo explicándole.
– Pero bueno, esto lo alegró mucho y tomó su celular, marcando a un tal señor Rosas, un empresario muy importante al parecer, el cual no tardó mucho en llegar.
Este señor como de unos cincuenta años, delgado, alto, bien afeitado y con pocas canas, por lo que escuché, le pagó 50 mil al carnicero y me llevó consigo en su camioneta hasta uno de sus departamentos, donde me dio de comer, me bañó el mismo y me regaló este vestido, mi diadema, mis calcetas y mis zapatos.
De pronto, me quitó de nuevo toda mi ropita y me acostó en su cama, desnudándose el también, donde me besó todo el cuerpo, me chupo bien mi rayita, con lo cual sentí tan rico que casi me desmayo, y después me metió su pájaro en mi colita como hizo el carnicero, y por último me lo metió en mi rayita.
Por eso ya no soy virgen, pero me gustó mucho lo que me hizo, pues metía y sacaba su gran pájaro en mi rayita, haciéndome sentir aún más rico de lo que ya había sentido hasta el momento.
El señor me puso en varias posiciones, abriéndome las piernitas para que su cosota llegar hasta el fondo.
Yo sentía que mi puchita se mojaba mucho, y sentía también como el pájaro del señor Rosas entraba y salía con mucha más facilidad, haciendo un ruidito extraño por los líquidos que salían de mi rayita, haciendo en un momento como una espuma rara.
Eso hizo el hombre hasta que vació su leche dentro de mi rayita.
Dejándome descansar al igual que él para hacerlo una vez más.
Además, me pago 10 mil a mi también y me dijo que me vería el día 26 para repetir lo mismo y que esta vez me dará 2 mil, pues ya fui usada.
Michelle no podía creer lo que escuchaba, su amiguita querida había tenido sexo con un señor, cosa que le sorprendió más que descubrir a los demás niños hacerlo entre ellos.
Las niñas quedaron en silencio por un momento, no sabiendo que decir al respecto, mientras Karla pensaba en cómo decirle a Michelle que se le uniera para ganar dinero, Michelle no sabía que decirle respecto a lo ocurrido.
– Michelle, quiero que también lo intentes con el señor.
Ya verás que no pasa nada y además, te pagará muy bien, porque tú todavía eres virgen.
– dijo Karla tratando de animar a su amiga a que hiciera lo mimos.
La morenita guardó silencio por un largo rato, no sabiendo que decir.
Ella quería tener dinero tanto como su amiga, le daba miedo el solo hecho de pensar que estaría con un hombre, desnuda al igual que él.
– Piénsalo.
– dijo Karla retirándose del lugar.
Michelle todo el día se la pasó pensando en el mismo lugar, dando vueltas por todo el sitio, sentándose, acostándose, acurrucándose y más.
No sabía que contestar a la petición de su amiga, no sabía si sentirse feliz porque recibiría dinero, tener miedo a lo que pudiera pasar, o llorar por la situación que la sobrepasaba.
Tanto estuvo pensando que no se percató de la hora, dándose cuenta al mirar hacia la gran torre del reloj de la zona, que podía visualizarse desde cualquier parte del área.
Michelle se asustó solo de ver la hora, eran las 3 am del 25 de diciembre, sobresaltándose y echando a correr hacia su casa.
Pensaba que su papá estaría tan molesto que la molería a golpes, por no presentarse y guardar luto por su hermana fallecida dos años atrás.
No sabía qué explicación darle para salir libre de la golpiza que seguramente recibiría.
Al llegar a casa, Michelle abrió con mucho cuidado la puerta, tratando de no hacer ruido alguno que despertara a su papá.
Al entrar en la casa vio entre la oscuridad como los pocos muebles que tenían estaban hechos un desastre y vio también que una silueta se encontraba tirada en el suelo.
Se trataba de su papá, quien yacía tirado con un arma en la mano derecha, ensangrentado por detrás de su cabeza todo inerte.
El hombre se había dado un tiro en la boca, destrozando su cerebro terminando así con su vida.
Michelle quedó congelada ante tal situación, no sabía qué hacer, todo a su alrededor le daba vueltas, su vida no podía ser más miserable, se había quedado sola en este mundo, pues aunque Ismael prácticamente la había abandonado dedicándose solamente a beber licor, al final era su padre, y ella lo amaba aunque él no la quisiera.
Michelle salió corriendo del lugar, corría sin rumbo fijo, con lágrimas en sus ojitos, y sus pensamientos dándole vueltas.
Después de correr un rato, llegó a uno de los baldíos y se sentó detrás de unas cajas de cartón, donde agarró sus rodillas y se puso a llorar.
Las lágrimas de Michelle se habían convertido en ríos, sus ojos le ardían de tanto llorar, su cabecita le seguía dando vueltas, así como la sentía estallar.
Después de un rato, la niña se quedó dormida, acurrucada en el arenoso suelo, hasta que un extraño hombre comenzó a moverla con una mano.
– Michelle, Michelle, Michelle.
– Susurraba aquel hombre vestido de rojo.
– ¿Qué? ¿Quién? – dijo en voz baja la niña, despertando de su doloroso sueño.
– Hola Michelle.
– dijo sonriendo el hombre.
– ¿Qué hora es? – preguntó la niña, mientras se incorporaba.
– Han sido las 3:45 de la mañana desde que el tiempo se detuvo.
– dijo ese hombre misterioso.
– ¿Se detuvo qué? – preguntó incrédula la niña.
– El tiempo Michelle, se detuvo el tiempo.
– explicó el varón.
– ¿Pero cómo? Eso no es posible, además, ¿tú quién eres? – interrogó con algo de desconfianza, haciéndose para atrás.
– ¿No me conoces Michelle? – preguntó el hombre.
La niña observó detenidamente al sujeto, quien vestía ropa de algodón muy suave color roja con algo de peluche en los bordes, gorro rojo con una bolita blanca en la punta y bordado blanco, guantes blancos y botas color negras con una hebilla dorada muy brillante.
Además el hombre ya era un anciano prácticamente, gordo y portaba barba blanca algo larga y su cabello igual de blanco, con unos ojos azules que denotaban ternura.
– N-no… ¡No puede ser! – exclamó la niña.
– Di mi nombre Michelle, yo se que lo sabes.
– dijo sonriente el viejito.
– ¡Eres Santa Claus! – gritó la niña sorprendida.
– ¡Jo, jo, jo! Así es pequeña.
Él mismo en persona.
– confesó Santa.
La niña no podía creer lo que veía, pues nunca en su vida había tenido la creencia en aquel viejo que estaba agachado frente a ella, ya que toda su vida le habían negado su existencia y jamás había recibido un solo regalo de navidad de parte del viejo, solo de su hermana y su padre antes de ser alcohólico.
– No puede ser.
¡Tú no existes! – gritó la niña lanzándole golpes a Santa Claus.
– Calma Michelle, calma.
– decía el viejo tratando de detener los golpes de la niña.
– ¡Tú no existes, tú no existes, tú no exiiisteees! – gritó la niña sacando todo su enojo.
La niña lanzo y lanzo golpes, haciendo que el viejo retrocediera un poco, hasta que comenzó a llorar de nuevo.
– Buuuu ah, ah, buuuu.
– sollozaba la niña.
Santa Claus se acercó con cuidado y abrazó a la pequeña, quien se rindió en sus brazos llorando intensamente.
El viejo comenzó a acariciar la cabeza de la chiquilla, tratando de calmarla un poco.
Cuando la niña se tranquilizó un poco, Santa dio un paso atrás y se arrodilló frente a la niña.
– Pequeña Michelle, se que tu vida ha sido muy difícil, pues tu mamá dejó este mundo cuando tú eras bebé; a tu hermanita te la arrebataron y tu papá tomó el escape fácil.
Por eso es que estoy aquí mi niña, porque se que necesitas a alguien en este momento.
– argumentó el barrigón.
– Buu… Pero, tú nunca estuviste antes, nunca me dejaste regalos ni ayudaste en algo.
– le reclamó la niña.
– Porque tú me alejaste desde un principio pequeña.
Al no creer en mi yo no puedo acercarme.
Es por eso que jamás estuve presente en tu vida, ni pude ofrecerte mi ayuda, pero a pesar de las reglas, y arriesgándome a que mi magia se vuelva contra mí por acercarme a alguien no creyente.
Así que lo primero que voy a hacer es pedirte perdón por todas las navidades en las que no estuve y me necesitaste.
– dijo Santa Claus.
Michelle permaneció en silencio un par de minutos sollozando, tratando de entender lo que Santa Claus le había dicho, y así empezar a creer en él.
– T-te.
P-perdono Santa.
– dijo la niña.
– Gracias Michelle.
Ahora te pregunto ¿Crees en mí? – interrogó a la niña.
Michelle derramó una lágrima y levanto su vista para verlo directamente a los ojos, aquellos ojos que hacían que cualquiera sintiera paz en su corazón, y de un momento a otro asintió con su cabeza diciendo al mismo tiempo…
– Sí.
Creo en ti Santa.
En ese momento Santa la abrazó con mucho cariño, pues sabía que era verdad, pues el tiene la capacidad de sentir los verdaderos sentimientos de las personas, y así saber si mienten o no.
– Jo, jo, jo.
– carcajeo el viejo.
– Santa, ahora necesito de tu ayuda.
– dijo la niña.
– Dime mi niña.
– contestó Santa.
– Quisiera que mi hermanita regresara conmigo, para quedarme por siempre con ella.
– Michelle expresó desde el fondo de su corazón su más grande deseo.
Papá Noel se puso un poco serio y se sentó en una de las piedras que estaban cerca, se quitó el gorro y se dispuso a explicar algo a la niña.
– Michelle, mi niña.
Aunque yo quisiera y utilizara toda mi magia, sería en vano, pues no hay poder en este mundo que pueda regresar a los muertos, y aquel poder capaz de hacerlo no está al alcance de ningún ser humano.
Inclusive para mí.
– argumentó.
Michelle en ese momento se puso muy triste, pues sabía de algun modo que Santa decía la verdad, y eso significaba que su deseo jamás se cumpliría, y que su vida seguiría destruida, quedándose sola en el mundo.
– Entonces eso significa que estoy sola en este mundo.
Y lo único que me queda es aceptar la proposición de Karla.
– dijo la niña con sus ojitos cristalinos y su carita llena de tristeza.
En ese momento, Santa pondría en marcha el plan que había ideado por semanas, un plan que haría que la vida de la niña cambiara por completo, al igual que la suya lo haría también.
– Michelle.
Hermosa Michelle.
Existe una solución a todos tus problemas.
– dijo Santa Claus.
– ¿Cuál es Santa? – dijo la niña con un poco de esperanza en su rostro.
– ¿Te gustaría volverte mi compañera? – el viejo lanzó su propuesta.
– ¿Ser tu compañera? – preguntó un poco confundida.
– Si Michelle.
Me gustaría que fueras mi compañera.
– afirmó el hombre navideño.
– Pero… ¿Eso que significa Santa? ¿Qué tengo que hacer yo? – preguntó la niña.
– Eso significa que vivirás conmigo Michelle, te convertirás en mi ayudante, dirigiendo a los duendes en el taller de juguetes, y nos divertiremos juntos, jugando y observando a todos los demás niños del mundo.
Además de que todo el sufrimiento de esta vida sanará, ya no tendrás pena alguna mi niña.
– argumentó el viejo de rojo.
Michelle se quedó pensativa, visualizando en lo que se convertiría su vida si ella aceptaba la propuesta de Santa Claus, que no sonaba tan mal después de todo, además que no le quedaba nada en el mundo, y un cambio de vida parecía la respuesta.
– Sí Santa.
Acepto tu propuesta.
– dijo la niña muy segura de su decisión.
– ¡Jo, jo, jo! – carcajeo al mismo tiempo que abrazaba y cargaba a la niña con mucha felicidad.
– Que felicidad mi niña, que bueno que tomaste la decisión de ser mi compañera.
Ahora solamente falta cerrar el pacto con un ritual.
– dijo Santa al tiempo que sus ojos le brillaban.
– ¿Un ritual Santa? – preguntó curiosa la pequeña.
– Si Michelle.
Debemos llevar a cabo un ritual que es muy antiguo, y significa la unión tuya conmigo y mi equipo de duendes.
– dijo Noel.
– ¿Es muy antiguo dices? ¿Quiere decir que ya has tenido otras ayudantes? – interrogó directamente al padre de la navidad.
– No Michelle.
Aunque ya he llevado a cabo el ritual para cumplir los deseos de otros niños y niñas, tú serás la primera y la única compañera que tendré.
Estuve buscándote durante mucho tiempo, de entre muchas niñas y niños tú y nada más que tú eres la indicada.
Y créeme cuando digo que te estuve buscando durante mucho tiempo.
– argumentó el viejo.
– ¿En serio Santa? – pregunto Michelle sintiéndose alagada.
– En serio Michelle.
– reafirmó Santa Claus.
– Bueno mira te voy a explicar.
Este ritual requiere total cooperación de tu parte, y consta de tres partes para que quede listo.
– Si Santa.
Haré lo que digas.
– dijo la niña secándose las lágrimas.
– Bueno Michelle la primera parte del ritual consta de que bebas de mi néctar mágico.
– dijo Santa Claus.
– Sí Santa, lo beberé.
¿Y dónde está el néctar? – preguntó para beberlo de inmediato.
En ese momento, Santa Claus sacó su poderosa verga ya erecta de sus pantalones, sorprendiendo sobremanera a la pequeña Michelle, quien ya no se encontraba muy segura de su decisión, retrocediendo un poco.
– ¿Qué pasa Michelle? – preguntó Santa Claus.
– ¿Por qué te sacaste tu pájaro Santa? – preguntó con algo de desconfianza.
– Porque de aquí sale el néctar mágico Michelle, tienes que chupar mi miembro para que saque el líquido mágico.
La niña nunca se imaginó que haría lo mismo que su amiga le había propuesto hacer con el señor Rosas, y ahora no estaba muy convencida de querer ser la compañera de Santa Claus.
– Ya veo Michelle.
– dijo Santa Claus con seriedad.
– Veo que no confías en mi, y no estas dispuesta a convertirte en mi compañera.
Michelle se quedó seria, mirando hacia el suelo, mientras Santa Claus guardaba su miembro.
– Ni hablar.
Por un momento pensé que había encontrado a mi compañera, que tú eras la indicada.
Pero veo que me equivoqué.
– dijo Santa.
Santa Claus caminó entre los arbustos, saliendo de donde estaban escondidos y en camino hacia su trineo, mientras que Michelle se quedaba en su sitio.
El viejo llegó hasta donde se encontraba su trineo, en el centro del baldío, donde lo esperaba Aaron cuidando de los renos.
– Santa.
¿Qué pasó? ¿Y la niña? – preguntó su ayudante.
– No viene con nosotros Aaron.
Al parecer no era la indicada.
– dijo Santa Claus subiendo a su trineo.
– Ni hablar.
Tendremos que seguir buscando.
– finalizó Aaron.
Santa Claus se acomodó en su trineo y tomó las riendas de este agitándolas.
El trineo comenzó a levitar en ese momento, y los renos, comandados por Rodolfo hasta el frente de los demás, se preparaban para seguir su rumbo hacia otras casas para que su amo entregara más regalos y así finalizar una noche de navidad más.
De pronto el avance del trineo es interrumpido por un gritó infantil, que provenía de una niña que salía de los arbustos.
– ¡Saaaantaaa! ¡Lo haré! ¡Completaré el ritual! – gritó Michelle.
En ese momento el viejo de rojo sonrió y dio el comando para que sus renos pararan y el vehículo descendiera.
Una vez que el trineo estaba en el suelo, Santa Claus bajó de este y extendió su mano a la niña, quien de inmediato la tomó y caminó hacia los arbustos al lado del barrigón.
Una vez entre los arbustos la niña se arrodillo frente a Santa y le desabrochó los pantalones, liberando una vez más su poderosa verga erecta.
– Lamela con tu lengüita mi niña.
– le dijo Santa con ternura.
Michelle tomó y comenzó a lamer la verga como si se tratara de un helado, con algo de torpeza pero dando su mayor esfuerzo, pues era la primera vez que lo hacía, y aunque había visto a sus amiguitas hacérselo a chicos mayores.
– Oooh Michelle.
Así oooh.
– gemía Santa Claus al sentir la lengüita de la niña recorrer la cabeza de su verga.
– Santa.
Tu pájaro está bien duro y caliente.
– dijo la niña haciendo una pausa.
– No se llama pájaro Michelle, se llama verga, y está así porque tú la pones así mi amor.
– dijo Santa Claus.
– ¿Yo la pongo así? – preguntó la niña.
– Luego te explico mi niña.
Ahora dedícate a sacar el néctar para poder completar el ritual.
Asintiendo y sin decir otra palabra, la niña continuó lamiendo la verga navideña, haciendo que Papá Noel se retorciera de placer.
– Así mi niña, aaaasíiiiii.
Ahora métela en tu boquita, sé que mi verga es gruesa, pero inténtalo, yo sé que tú puedes.
– ordenó a la niña alagándola.
Michelle sin chistar metió la cabezota de la verga de papá Noel en su boquita, haciendo un gran esfuerzo.
En ese momento Santa tomó a la niña por la cabeza y comenzó a empujarla hacia él, obligando a la niña a meter su verga un poco más, iniciando también un vaivén dentro de la boquita cálida y húmeda.
– ¡Ooooh Michelle! – gemía Santa Claus cada vez con más intensidad.
– Mmm.
– Michelle saboreaba el miembro blanco del viejo, que contrastaba con su piel morena.
– ¡Aaaaaah, aaaaah, aaaaah! ¡Miiicheeelle! – gritaba Santa lleno de lujuria.
Pronto, la torpe mamada de la niña se convirtió en una decente, haciendo gozar al viejo cada vez más, hasta que sus huevos comenzaron a inflamarse, señal que pronto le daría a la niña su premio.
– ¡Micheeeeeeeelle gaaaaaaghhh! – el gemidó tan sonoro de Santa indicó que estaba teniendo un orgasmo muy fuerte, disparando chorros de su néctar en la boquita de la niña, los cuales llegaron hasta su garganta.
Michelle poniendo todo de sí, logró beber toda la leche mágica de Santa Claus, sin desperdiciar gota alguna.
– Ah, ah, ah.
– Jadeaba el hombre después de su gran venida.
– ¿Cómo lo hice Santa? – preguntó Michelle ansiosa por escuchar la respuesta del viejo.
– Fenomenal mi niña, fenomenal.
– le contestó Santa Claus.
– ¡Viva! – gritó la chiquilla aplaudiendo a la vez.
– Muy bien mi amor, es hora de pasar a la segunda parte del ritual, la cual consiste en llenar tu colita con mi néctar.
– comentó el gordo.
– Muy bien Santa.
Hagámoslo.
– dijo la niña con seguridad.
Rápidamente, Michelle se quitó los desgastados shorts que traía, mostrando a Noel sus pantaletitas rosa también desgastadas.
Santa en ese instante tomó a la niña y la acomodó dándole la espalda a él, haciéndola inclinarse un poco hacia adelante, mientras él se agachaba a besar el hermoso, redondito, firme pero suave culito de Michelle.
– Mmm… Santa.
– gemía casi murmurando la pequeña.
– Que hermoso culito tienes preciosa.
Es único.
– decía San Nicolás.
– Gracias Santa.
– contestó la niña sonrojándose.
Santa Claus besó un rato las suaves nalguitas de la niña, disfrutándolas lentamente, acariciándolas y pellizcándolas con ternura, para después tomar las pantaletas por el elástico y jalarlas hacia abajo, descubriendo el rosadito esfínter de la pequeña, el cual de inmediato recibió un tratamiento especial por parte de la lengua y los dedos del padre de la navidad.
– Mmm, Santa, tu lengüita se siente bien.
– dijo la niña.
Entonces el viejo, colocó la punta de su dedo medio en el cerrado culito de la niña, y comenzó a empujar lentamente, ganando terreno cada segundo que pasaba.
– ¡Aay! ¡Santa! ¡Duele un poco! – gritó la chiquilla.
– Tranquila mi amor, debo preparar tu culito para que mi verga entre.
– dijo el viejo calmando a la nena.
– Muy bien, Santa.
– dijo con valentía la chiquita.
Después de un rato, cuando el dedo medio entraba hasta lo más profundo de la pequeña, agregó un dedo más, tratando de dilatar bien el culito de la niña.
Un rato después, teniendo ya el esfínter de Michelle bien dilatado, escupió en su mano y untó su verga con la saliva, para después poner a la niña en cuatro y colocarse detrás de ella, metiendo sin demora la cabeza de su verga dentro del culito de la niña.
– ¡Ay, ay, ay! ¡Duele mucho! ¡Sácala Santa por favor! – suplicaba la niña tratando de zafarse, siendo inútil su acción, pues Santa Claus la sujetaba con fuerza de la cintura.
– Lo siento mi amor, pero debes aguantar un poco.
Así que relájate y déjame continuar con mi trabajo.
– sentenció papá Noel.
Michelle no tuvo de otra más que soportar el dolor, sintiendo como la verga de Santa iba avanzando dentro de ella, gracias al vaivén que el viejo había iniciado ya.
Cuando las bolas del viejo chocaron contra la infantil vagina, Santa Claus se preparó para aumentar el ritmo de la cogida.
– Muy bien Michelle.
Prepárate que aumentaré la velocidad un poco.
– avisó el gordo a su futura compañera.
– ¡Aaaah! – gimió la pequeña al sentir la verga entrar y salir a gran velocidad de su culito.
– ¡Uuufff! ¡Micheeeelle! ¡Tu culito está bien apretadito! ¡Es toda una deliciaaaa! – gritaba Santa Claus.
La verga del hombre entraba y salía, velozmente y sin piedad, de la cuevita trasera de la infante, dejando escuchar el típico plaf plaf plaf por la velocidad con la que sus cuerpos chocaban.
– ¡Oohh! ¡Ayyyy! ¡Aaaah, aaaah, aaaah! – eran los gemidos que emitía la niña, disfrutando de la primera cogida anal y en general de su vida.
– ¡Fuuuu! ¡Fuuuu! ¡Fuuuuuuuuuuu! ¡Gaaaah! – bufaba Santa Claus, liberando al animal hambriento de sexo que llevaba dentro, y era satisfecho por la niña a la cual sometía.
– ¡Saaaantaaaa! – gritaba la chiquita.
– ¡Uuuuuffff! – mientras Santa Claus estaba perdido en otra dimensión por la lujuria que tenía.
En un momento, papá Noel se detuvo, pues quería cambiar de posición, así que sacó el pene del anito de la pequeña, provocando que ella liberara un sonoro pedo.
– Perdón Santa.
– dijo la niña sonrojada, llena de vergüenza por lo ocurrido.
– No te preocupes preciosa, a veces pasa.
– le dijo calmándola.
Santa Claus vio que en la punta de su verga había pocos restos de excremento, pues la niña no se aseaba de manera correcta.
Después el hombre se acostó en el suelo y le pidió a Michelle que ella sola se clavara la verga en su culito, a lo que la niña obedeció.
Michelle tomó la verga con su manita y se sentó en ella, regresándola a lo más profundo de su ser, para continuar con la cogida, pero que ahora dirigiría ella.
– Oooh mi niña.
– gimió quedamente el viejo.
– Li-listo Santa.
– dijo la niña todavía acostumbrándose a tener la gran verga de Santa en su culito.
– Ahora mi niña, quiero que tu solita metas y saques mi verga de tu colita, como si estuvieras jugando a los caballitos.
Cabálgame, como a un caballito.
– instruyó Santa a la niña.
Michelle comenzó a subir y bajar, metiendo y sacando la verga del viejo de su culito.
-¡Oooh sí! ¡Así Michelle! ¡Asíiiii! ¡Aaaah! – gritaba una y otra vez el hombre, desahogando su calentura.
– ¡Ngaaahh! ¡Mi coliiiitaaaa! – gritaba la niña.
– ¡Goza de mi verga mi amor! ¡Gozalaaa! – Santa Claus gritaba a la niña.
De un momento a otro, Santa Claus se incorporó y besó los labios de la niña con mucha pasión, tomándola de la cintura mientras ella se detenía para aprender bien ese arte.
Así estuvieron los dos durante largos minutos, incrementando cada vez la intensidad de los besos, los cuales habían iniciado solo con el uso de sus labios, para continuar con el uso de sus lenguas, disfrutando de la mezcla de su saliva, mientras se fundían en un pasional y ardiente beso francés.
Luego de unos minutos, Santa Claus reinició la cogida, separando su boca de la de la niña, emitiendo nuevamente gemidos de intensa pasión, provocando que la lujuria de la niña también se desatara.
– ¡Aaaaaah! ¡Ooooh! ¡Siiiiiiiii! – gritaba la niña, quien se deleitaba con la verga del viejo en sus entrañas.
– ¡Aaaaaah, aaaaah, aaaaah! ¡Mi amooor! ¡Gaaaaaaaaaaaagh! – gimió Santa intensamente llegando a su orgasmo y depositando gran cantidad de su néctar dentro de los intestinos de la niña.
– ¡Saaaaantaaaaa! ¡Sieeeeentoooo tuuuuu néeeeectaaaar! – gritaba Michelle teniendo su orgasmo también.
Santa Claus continuó bombeando a la niña unos segundos más, quien cayó rendida en sus brazos.
– Ya terminamos la segunda parte muñeca.
Descansa un rato para que continuemos.
– dijo Noel.
– Ok Santa.
– contestó Michelle acostadita en el suelo.
Mientras la niña descansaba en el suelo, Santa Claus se dirigió a su trineo para asear su verga, solo portando la parte de arriba de su atuendo, con las pelotas al aire.
– ¿Cómo vas? – preguntó Aaron.
– Bien.
Ya solo me falta penetrar su puchita.
– dijo el viejo sintiéndose orgulloso de sí mismo.
– ¡Ufff que bien! ¡Aaaah! – dijo Aaron.
Santa Claus, lavó muy bien su verga, y utilizó su magia para que quedara mucho mejor y totalmente desinfectada, para así penetrar a la niña por la vagina.
– Bueno Aaron, mi verga ya está parada de nuevo, ahorita regreso con mi compañerita.
– dijo Santa Claus mientras regresaba al lugar donde se encontraba la pequeña.
Al llegar, la nena se encontraba esperando a su macho, totalmente desnuda, pues había aprovechado a quitarse su blusita y dejar sus planas tetitas al aire.
El viejo rápidamente se lanzó sobre ella y comenzó a chupar y morder sus pezones, los cuales reaccionaron y se pusieron duritos.
– Santa te quiero.
– dijo la niña.
– Yo te adoro pequeña.
– le contestó.
Entonces, el viejo Noel tomó las piernas de la niña y las separó, colocando la punta de su verga en la entrada de la vagina de ella, e hizo aparecer un frasco de vaselina, la cual unto en su verga y en la puchita de Michelle, preparándola para el último paso.
– Bien Michelle, aquí voy.
– dijo Santa albergando la cabeza de su pene en la vagina.
– Mmh.
– la niña aguantaba el dolor, pues sabía que terminaría gozando como hace un rato.
– Debo advertirte que te dolerá un poco.
Pus tengo que romper tu himen para que mi verga entre por completo y así volverte toda una mujercita.
– le explicó.
– Ah, ah, ah.
Ok Santa.
Confío en ti.
– dijo la pequeña sonriendo y con su respiración agitada.
Santa comenzó amover en círculos su verga, a la vez que la empujaba un poco cada vez, hasta que tomó a Michelle por la cintura y con un esfuerzo, metió su erecta daga hasta la mitad, desgarrando la delgada membrana de la niña.
– ¡Aaaaaaaayyyyyy! – gritó la niña cuando su himen se rompió, dejando en ese momento de ser una niña.
– ¡Aaaagh Micheeelle! No solo tienes tu culito apretadito, también tu vaginita ¡Aaaah! – comentó el viejo.
– Ah, ah, ah.
Santa… ah, ah, ah.
Hazlo despacio.
– dijo la niña con su respiración muy agitada.
Santa Claus comenzó a mover sus caderas lentamente, ocasionando que la nena comenzara a gozar poco a poco y sin prisa alguna.
La verga blanca pero sonrojada entraba y salía de la vaginita de Michelle, quien contrastaba una vez más con el color de piel del viejo.
– Mmmmm.
Sí, ah, ah, ah, ah.
– gemía dulcemente la pequeña.
– Oh mi niña.
Oh, oh, oh.
Sí.
– Santa Claus le hacía segunda a Michelle, regalandole unos cuantos gemidos.
– Santa.
Hazlo más rápido.
– murmuro la niña.
Esto prendió al viejo, quien aceleró el movimiento de sus caderas, embistiendo a la niña ahora sin piedad.
-¡Aaaaaah! ¡Sí, sí! ¡Así! – gritaba la niña posesa por la pasión.
– ¡Ooooh ¡ ¡Uuuffff! ¡Gaaaah! – Santa no se quedaba atrás, entregándose por completo a la pasión.
– ¡Así! ¡Más, más, máaaaas! – Michelle trataba de gozar su primera penetración al máximo.
Para que la niña gozara más, Santa Claus usó su ya conocida técnica, pellizcó levemente los pezones de la pequeña y pronunciando unas palabras hizo que le brillaran.
– ¡Aaaaaaaaaaaaagh! – la niña sintió que explotaría en cualquier momento de tanto placer.
– ¡Eso putita! ¡Eso! ¡Grita! ¡Goza de mi verga! ¡Aaaagh! – de tanta excitación, papá Noel le decía cosas sucias a la pequeña.
La cara de ambos lo decía todo.
Por una parte Michelle tenía sus ojitos cerradas y su boquita abierta, tratando de jalar aire a la vez que gemidos pasionales salían de esta; por otro lado, Santa Claus el padre de la navidad tenía los ojos bien abiertos, observando a su presa con mucha lujuria, desapareciendo la mirada llena de paz que antes tenía.
Santa Claus tomó a la niña la cargó sin sacarle su verga, para después acostarse el sobre el suelo y que ella lo cabalgara nuevamente.
– ¡Aaaarrreeee cabaaaalliiitooo! ¡Aaaaaah! – gemía Michelle metiéndose en su papel de jinete.
– ¡Uuuuffff! ¡Aaaagh! – Santa no podía meterse en su papel, pues estaba cegado por la lujuria.
En un momento en el que la niña cabalgaba intensamente la poderosa verga del viejo, metiéndola y sacándola con sus brinquitos, unas manos empujaron suavemente a la niña por la espalda, haciéndola voltear y descubriendo que se trataba del duende que acompañaba a Santa Claus, quien ya tenía su verga totalmente erecta y ansiosa por penetrar el culito de la niña.
– Yo también te haré gozar putita.
– dijo Aaron colocando la punta de su verga en el culito de la niña.
– ¡Aaaaaaaaaah! – el grito de placer de Michelle fue asombroso, pues sentir como una segunda verga avanzaba en por su culito era lo mejor.
– ¡Uuuy! ¡El néctar de Santa me facilitó las cosas pequeña.
– dijo Aaron al sentir como su verga entraba llenándose del semen depositado por Santa en los intestinos de la niña.
– ¡Uuuffff! Aaron, vamos a enseñarle a nuestra amiguita un nuevo nivel de placer.
– dijo Santa.
Ambos machos comenzaron a mover sus caderas rítmicamente, haciendo que Michelle gimiera más fuerte.
– Aaaaaaaaaaaaaahhhh! – gimió Michelle desvaneciéndose de tanto placer y cayendo sobre el pecho de Santa Claus.
– ¡Uuufff! ¡Este culito es hermoso! ¡Aaaah! – gimió Aaron.
– ¡Así es querido Aaron! ¡Oooohhh! – Santa Claus contestaba entre gemidos a su ayudante.
Así estuvieron,las dos vergas entrando y saliendo por los orificios de la niña, hasta que ambos varones se vinieron al mismo tiempo.
– ¡Ooohhh! ¡Aaaah! – gritaron los dos.
Ambos se limpiaron y vistieron apropiadamente, entonces Santa Claus pronunció unas palabras, haciendo que la niña comenzara a levitar y a brillar, era la magia de la navidad, la cual estaba convirtiendo a la pequeña en la compañerita del viejo Santa Claus.
Cuando la niña dejó de brillar, la niña portaba un vestido de tirantes blanco que le caía arriba de sus rodillas, en sus muñecas tenía dos pulseras plateadas y sus piecitos portaban zapatitos blancos con un pequeño tacón.
Michelle entonces abrió sus ojitos dejan ver que su color había cambiado.
Ahora era poseedora de ojos azules, igual a los de Santa Claus.
– Santa.
– dijo la niña.
– Dime pequeña.
– Me siento diferente.
Como si estuviera y a la vez no.
Además, puedo sentir lo que los demás sienten, y escucho algunas voces en mi cabeza.
– explicó la pequeña.
– Es porque ya no perteneces a este mundo mi niña.
Tú ya eres parte del espíritu navideño como yo.
– dijo Santa.
– Entonces está hecho.
– expresó la niña sonriendo y mirando hacia el cielo.
– Ahora Michelle, es hora de irnos.
– Santa Claus le dijo.
– Espera.
– dijo la niña haciendo que Noel se detuviera.
– Quiero despedirme de alguien.
En una casa pequeña, una señora ya mayor dormía en su sillón en la sala, mientras que una niña de once añitos dormía plácidamente en su cama, cuando unas cálidas manitas tocaron su cabeza y una luz continua salió de estas.
– Karla.
He venido a despedirme.
Quiero decirte que durante todo este tiempo que has sido mi mejor amiga, he vivido cosas muy lindas, y que jamás olvidaré.
Te voy a extrañar mucho amiga.
– dijo Michelle.
– No te vayas Michelle.
Quédate conmigo.
– decía Karlita.
– No puedo amiga.
Pero quiero que sepas que estoy muy bien, mejor que nunca.
Y quiero que recuerdes que siempre que me necesites ahí estaré.
– dijo Michelle dándole un beso en la mejilla a su amiguita.
– Te quiero mucho.
Hasta luego.
En ese momento la niña desapareció y Karla despertó.
No podía explicarse lo que había ocurrido, pero sabía de alguna manera que no volvería a ver a su amiga, y aunque presentía que ella estaría bien, no pudo evitar derramar sus lágrimas.
Michelle llegó hasta donde estaba Santa Claus y Aaron, subió al trineo y se sentó.
La niña los volteó a ver y les sonrió.
– Es hora de irnos Santa.
– dijo la niña.
– Así es pequeña, es hora de irnos.
– finalizó Santa Claus.
El viejo agitó las riendas de su trineo y los renos comenzaron a saltar, elevando así el trineo, y entonces Aaron silbó un silbato rojo y los renos comenzaron a correr en el aire, mientras jalaban el trineo de Santa y Michelle alejándose lentamente en el horizonte.
– ¡Jo, jo, jo! – la risa del viejo Noel se escuchó a lo lejos, siguiendo su itinerario para después regresar al polo Norte.
FIN
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EPILOGO
1.
A la mañana siguiente, la pequeña Marijo se sentía feliz, pues sabía que Santa no le mentiría, y su deseo se cumpliría.
Se levantó de su cama y caminó por el pasillo con dirección a la escalera para así continuar a la cocina para prepararse un plato de cereal, cuando escuchó un ruido proveniente de la recamara de sus papás.
Con mucho cuidado y sin hacer ruido, la niña se acercó a esta y vio que la puerta estaba entre abierta, y llena de curiosidad la abrió ligeramente y lo que vio la sorprendió pero la puso muy contenta: su madre estaba cabalgando la verga de su padre, que entraba y salía de su vagina.
– ¡Aaaaah, aaaah! – gemía la mamá de la niña, llamada Sofía.
– ¡Ooooh! ¡Amor perdóname! ¡Ya no lo volveré a hacer! ¡Tú eres la unicaaaagh! – gemía don Ernesto, tratando de hacer las paces con su señora.
– ¡Aaaaah! Esta… bien.
¡Aaaaah! ¡Te perdono! ¡Aaaaahhh! – dijo la señora Sofía.
La niña cerró la puerta y miró hacia la ventana al final del pasillo.
– Gracias Santa.
– dijo la pequeña sonriendo.
Pasaron los días, y su familia estaba más feliz que nunca.
Ella sabía que era gracias a la magia de Santa Claus, y le estaba eternamente agradecida.
Como Marijo había disfrutado del “ritual” de Santa, quiso volver a intentarlo, y en la fiesta de año nuevo en casa de sus abuelos, logró seducir al viejo mayordomo, quien descansaba en su recamara, en la casa de la servidumbre, ahí nadie los molestaría pues se les había dado el día a todos, contratando un servicio de meseros para la fiesta.
Solo el viejo se quedó ahí.
– ¡Oooh! ¡Qué rico culito tiene señorita! ¡Aaaah! – dijo el mayordomo mientras embestía a la niña, que se encontraba en posición de perrito.
– ¡Aaaaah! ¡Gracias Jaime! ¡Aaaaah! – gemía la niña disfrutando de la verga de aquel hombre de 70 años.
2.
Todos dormían en el gran castillo, todos excepto dos personas que se encontraban en una recamara
– ¡Aaaaah, aaaaah, aaaaah! ¡Así papi! ¡Así! – gritaba de placer el pequeño Alex, mientras era penetrado por la verga de 22 centímetros de su papá.
– ¡Ooooh! ¡Alex! ¡Mi niño! ¡Aaaaagh! – gritaba el señor Apolinar, padre del niño.
El deseo del pequeño se había cumplido gracias a la magia navideña de Santa Claus, y mientras la señora Filomena Gutiérrez, madre del pequeño se encontraba en Suiza, padre e hijo disfrutaban de los placeres del incesto.
Ya llevaban poco más de 40 minutos cuando…
– ¡Gaaaaaaaaaaagh! – el hombre tuvo su orgasmo dejando su verga en lo más profundo del niño mientras disparaba varios chorros de lechita caliente.
– ¡Aaaaaaah! ¡Papiiiiiii! – gimió el niño.
Los días pasaban y cada vez los encuentros de los dos eran más intensos hasta que en la fiesta de año nuevo, la señora Filomena los descubrió, pero en vez de armar un escándalo decidió unírseles, teniendo el pequeño a partir de ese momento, incontables tríos con sus padres.
3.
Michelle disfrutaba de los días en el Polo Norte, donde se la pasaba ayudando a Santa Claus y a los duendes en todo lo referente a la construcción de juguetes, observación y vigilancia de niños y organización de entregas.
Su vida había cambiado por completo, llenándola de mucha felicidad.
Cada Navidad acompañaba a Santa Claus para entregar juguetes, a la vez que disfrutaba de las travesuras que hacían con los niños y niñas a quienes les entregaban los juguetes.
– ¡Aaaah, aaaah! – gemía Michelle disfrutando cabalgar la verga de 15 centímetros de un niño de 13 años.
– ¡Oooh! – gimió el niño disfrutando de la vagina de la niña.
– ¡Aaaaagh! – mientras Santa Claus disfrutaba del culito de la hermanita de 8 añitos del niños.
– ¡Ay, ay, ay! – gritaba la niña que era sometida por el viejo.
Los años pasaron y la pequeña seguía disfrutando de su nueva vida, mientras que por las noches gozaba de la verga de Santa Claus y una que otra vez de algún duendecillo travieso.
Además de entregar juguetes a los demás niños, cada Navidad visitaba a su amiga Karla, quien mientras pasaban los años iba creciendo, mientras Michelle seguiría siendo niña por la eternidad.
El último día de vida de Karla, Michelle se presentó ante ella para acompañarla.
La niña y la anciana platicaron largas horas, recordando cuando eran pequeñas y contándose nuevas anécdotas de la vida de cada una de ellas, hasta que Karla, tomó la mano de su amiguita y se despidió de ella dando un último suspiro.
– Descansa amiga.
Te veré luego.
– dijo Michelle despidiéndose de su amiga.
Los siglos pasaron y Santa Claus había fallecido después de milenios de repartir regalos a los niños, pero su leyenda seguía viva gracias a su fiel compañera, quien había tomado la batuta para continuar con el trabajo de Santa Claus.
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