ESPECIAL NAVIDEÑO 2017: CAPITULO 2 Los placeres del castillo
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por rxxa4.
Eran las 11 de la noche del 24 de diciembre, el señor y la señora Córdoba habían salido a disfrutar de un gran baile navideño, dejando al menor de sus hijos solo en el castillo donde vivían.
Los señores siempre andaban ocupados haciendo negocios con grandes empresas, ganando mucho dinero, tanto que sus tres hijos mayores asistían a las mejores escuelas en el extranjero, y así prepararse para en el futuro heredar las riquezas de sus padres.
El pequeño Alejandro a la edad de 11 años todavía no se preocupaba por la riqueza de su familia, jugando y disfrutando de sus días libres lo más que se pudiera al lado de sus amiguitos, pero si se entristecía al saber que pasaría otra navidad sin su familia, aunque sabía también que no la pasaría del todo solo y se divertiría con algunos miembros de la servidumbre.
– ¡Aaaah, aaaah, aaaah! – gemía el pequeño llegando a su orgasmo, mientras era penetrado en posición de perrito dentro de su habitación por una gran verga de un hombre Afroamericano llamado Tomás, que hacía contraste con la piel blanca del niño.
– ¡Oooooh señorito Alex! ¡Ooooh! – gemía el hombre.
Mientras el hombre lo cogía, otros dos más de piel morena pero más clara que el primero, cogían dentro de la misma habitación a dos niñas caucásicas de la misma edad que el niño y en la misma posición pero por sus vaginitas en la misma recamara
– ¡Aaah, aaah! – gemían las pequeñas Cintia y Silvia.
– ¡Oooh si! – un hombre llamado Juan disfrutaba de una de las infantes.
– ¡Uuuf! – bufaba el otro llamado Ramón.
Alex disfrutaba de su noche navideña al lado de sus dos amiguitas, hijas de doña Chelo la cocinera, cogiendo con aquellos hombres quienes los hacían sentir placer.
– ¡Ooooooooh! – Tomás gimió sacando la verga y disparando su leche en la espalda del niño.
– ¡Gaaaah! – Juan llegó a su orgasmo, inundando con su leche la vagina de Cintia.
– ¡O-oooooh! – Ramón al igual que los otros dos había llegado también a su orgasmo, inundando la vagina de Silvia.
– ¡Aaaah! – gimieron las dos niñas al unísono.
Después de la cogida, los hombres y las niñas se retiraron, dándole las buenas noches al señorito de la casa, quien se metió al baño de cuarto para darse una ducha, pues quería estar limpio cuando Santa Claus lo visitara.
El viejo barrigón visitaba a Alex desde hace dos años, cuando él tenía nueve, pues el niño lo descubrió una noche pidiendo más regalos de los que el viejo le traía.
Santa estuvo de acuerdo pero debían hacer un "ritual" que consistía en beber néctar mágico y llenar sus intestinos con este para que esto se cumpliera, y así lo hizo el niño, recibiendo ese año el triple de regalos que de costumbre.
Cuando Alex tenía diez años, espero a Santa y le pidió algo más que cualquier regalo: pidió poder gozar al lado de hombres distintos al padre de la navidad durante el año, y gracias a eso es que cogía con sus empleados, con el subdirector de su colegio, el maestro de educación física, el conserje, y por último su tío, hermano de su papá.
Pero, aunque había gozado en demasía ese año, había algo que lo hacía sentir incompleto.
Después de bañarse, el niño se puso su pijama blanco con dibujitos de Dragon Ball, se subió a su cama cubriéndose con una manta calentita y se quedó dormido.
El pequeño se encontraba muy a gusto soñando en un gran campo donde se encontraba con su familia jugando, cuando sintió entre sueños algo conocido, estaba moviéndose junto a todo a su alrededor.
Cuando el niño abrió sus ojitos, se encontró de frente a un rostro familiar, un hombre viejo de cabello y barba blancos sujetaba sus piernitas sobre sus hombros mientras clavaba su verga en el pequeño orificio trasero del infante, notando también que ambos se encontraban completamente desnudo.
– Hola Santa- dijo Alex sonriéndole al viejito para después cerrar sus ojitos y disfrutar de la penetración, la cual cada vez era más profunda.
– Mmm… Alex… Ya te extrañaba pequeño.
Oooh.
– gemía Santa.
Papá Noel movía sus caderas lentamente tratando de disfrutar cada centímetro dentro del culito cálido de aquel niño.
– ¡Aaaah! ¡Saaantaaa, Saaaaaaaantaaaaaa! – gritaba de placer el pequeño.
– ¡Uuuffff! – el viejo bufaba de excitación.
En un momento, Santa paró la cogida, puso al niño en cuatro y nuevamente dejó que se anidara en el agujerito infantil.
Santa Claus tomó al niño de sus caderitas y comenzó el vaivén entregándose ambos ante la situación.
El niño se había convertido en un adicto del sexo anal desde el primer momento en que Santa lo utilizó para saciar sus bajos instintos, y ahora cada vez que podía estar con un hombre disfrutaba al máximo su adicción.
– ¡Ay! ¡Uuaa! – Sollozaba el niño ante las ahora violentas embestidas que el viejo Noel le daba, pero aun así gozaba de la cogida que este le daba.
– ¡Toma putita! ¿Quieres más? ¡Toma! – gritaba Santa todo poseso de lujuria.
– ¡Uuu! ¡Aaaaah! ¡Siiiiii Saaaaantaaaaa! ¡Dame más! ¡Siiii! ¡Aaaaaah! – gemía Alex.
– ¿Quién es tu macho? ¡Di mi nombre! ¡Aaaaah! – Santa trataba al niño como toda una puta.
– ¡Eres mi macho Santa! ¡Aaaah! ¡Santa, Santaaaa! – el niño correspondía al juego del señor Claus.
Los veinte centímetros de la verga de Santa Claus entraban y salían violentamente del anito del niño, y cada vez que sus cuerpos chocaban el clásico sonido del plaf plaf se escuchaba, excitando al viejo.
Santa sacó nuevamente su verga del orificio trasero del niño, se acostó en la cama con su verga apuntando hacia el techo y le hizo una seña al pequeño, quien entendió de inmediato.
Alex tomó con su mano derecha la verga de papá Noel y se fue sentando en ella colocando la cabeza del pene en la entrada de su ano.
El niño no metió más verga, comenzando a menear circularmente su cadera, lo cual era una tortura para Santa Claus, pues quería tener su verga hasta el fondo de aquel culito maravilloso.
– Alex, mi niño, no me hagas esto, ooooh.
– gemía el viejo tratando de convencer al pequeño.
– Shh.
Pórtate bien caballito y hazle caso a tu jinete.
– decía el niño jugando con el barrigón.
– ¡Uuufff! – Santa bufaba y deseaba sobremanera meterle la verga hasta adentro, pero dejaría al niño jugar un rato más.
– Eso, buen caballito.
– el niño seguía torturándolo.
Alex estuvo haciendo lo mismo por cinco minutos más, hasta que…
– Muy bien caballito, ahora tendrás tu premio.
– dijo el pequeño sonriéndole pícaramente al viejo.
El niño repentinamente se dejó caer sobre la verga, penetrándose todo el culo con ella.
– ¡Aaaaayyyy! – gritó el niño sintiendo un poco de dolor.
– ¡Aaaaaaaah! – gritó Santa con total lujuria.
– ¡Arreeee caballito! ¡Aaaah, aaaah, aaaah! – el niño cabalgaba a Santa de una manera tan exquisita que se antojaba ser Santa de solo verle.
La verga salía casi por completo para volver a entrar hasta lo más profundo del niño, en una cabalgata que ganaría medalla de oro en este tipo de olimpiadas.
En un momento que el niño lo cabalgaba, Santa tomó el pequeño pene de nueve centímetros con dos dedos de su mano derecha y pronunció unas palabras, haciéndola brillar junto con los huevitos.
– ¡Aaaaaaaah Santaaa! ¿Qué me haces? ¡Aaaaah! – gemía Alex sin entender lo que pasaba.
– Tranquilo mi niño, déjate llevar y sigue cabalgando.
– dijo Santa casi murmurando.
– Pero… – el niño quería saber lo que ocurría.
– Tú haz lo que te digo.
– lo tranquilizó.
El niño reinició la cabalgata dejándose llevar por el momento, al igual que el padre de la navidad, quien estaba a punto de venirse.
– ¡Aaaaaah! ¡Saaaantaaaa! ¡Me sieeeeentoooo raa-rraaarooo! – apenas podía decir el niño, debido a su repentino orgasmo que trajo consigo su primera eyaculación, salpicando la panza de Santa Claus con su lechita.
– ¡Siiii mi niño! ¡Aaaaaaaah! – gimió llenando el culito del niño con su néctar mágico.
Chorros y más chorros de néctar calentito inundaban los intestinos del pequeño Alex, quien una vez más disfrutaba de las cogidas que daba el barrigón, considerándolas las mejores de su vida.
– Ah, ah, ah.
– jadeaba Alex de cansancio.
– ¡Uuufff! Eres fenomenal Alex.
– Santa expresó incorporándose y dándole un beso en la frente al infante.
– Gracias Santa.
– el niño contestó sonriendo y abrazando al padre de la navidad.
– Dime bomboncito, ¿Cómo has estado? – comenzó la plática el viejo teniendo todavía su verga erecta dentro del pequeño, dejándolo descansar un poco.
– Muy bien Santa.
– contestó el niño.
– Y dime, ¿Qué te pareció tu deseo del año pasado? – el hombre quería saber la opinión del niño.
– ¡Me encantó! – grito efusivamente el niño
– Los empleados de la casa, mis maestros, el señor de la limpieza y hasta mi tío han dejado su lechita en mi colita.
– expresó el niño sonriendo de felicidad
– Que bueno mi niño.
– dijo Santa dándole un fuerte abrazo.
– Pero sabes Santa, este año quiero pedirte que mi papá también me haga lo mismo.
– comentó Alex.
– Mmm, entiendo.
– dijo Santa asintiendo.
– ¿Si se puede Santa? – preguntó el niño haciéndole un pucherito.
– Claro que si mi niño, tú sabes que cumpliré lo que me pidas.
– dijo golpeteando con su dedo el labio inferior de la boca del chiquito.
– ¡Siiiii! ¡Te quiero mucho Santa! – gritó el niño abrazando nuevamente al viejo.
– Ahora continuemos con lo que estábamos.
– dijo Santa colocando al niño en posición del misionero sin sacar su verga de aquel delicioso agujerito.
– Okay Santa.
– afirmó el niño.
Santa Claus comenzó a mover su cadera suavemente, haciendo pequeños círculos por momentos, provocando la excitación del niño y la suya por igual.
– Mmm… Santa… – gemía el niño quedamente.
– Eso mi niño, disfruta de mi verga.
– decía Santa con perversión.
La penetración era facilitada por el néctar que el viejo Noel había depositado anteriormente en los intestinos del niño.
– Mmm… Más rápido Santa.
– suplicaba el niño.
– Calma chiquito, siéntelo, disfrútalo, gózalo.
– dijo Santa cerrando los ojos mientras disfrutaba del culito del niño.
– Mmm, mmm, mmm… – el niño estaba gustoso.
Nuevamente Santa tomó la verguita haciéndola brillar como antes, al igual que tomó los pezoncitos del pequeño para darles el mismo tratamiento.
– ¡Aaaaaah, aaaaaah! ¡Saaaantaaa, Saaaannnntaaaa! – gemía el niño.
Santa Claus aumentó la velocidad de sus movimientos, con la finalidad de sentir cada vez más placer.
El niño se retorcía por la intensidad de las sensaciones que percibía en ese instante.
– ¡Uuuffff! ¡Aaaah! ¡Mi niñoooo! – bufaba Santa por tanto placer.
– ¡Aaaaah, aaaaah! ¡Máaaaas! – el niño demandaba placer.
Santa aceleró más sus movimientos y no aguantando más explotó nuevamente dentro del culo del niño, llenándolo hasta el tope de su semen.
– ¡Gaaaaaaah! – gimió Santa.
– ¡Nggaaaaah! – gimió el niño lanzando semen sobre sí mismo.
– ¡Uf! Maravilloso mi niño, tú y tu culito tienen un diez.
– alagó al niño mientras sacaba su verga chorreante.
– Gracias Santa.
Ahora a cumplir mí deseo.
– le dijo el chiquillo con el culo chorreando mucho néctar de Santa.
Rápidamente Santa Claus levantó la mano mientras el niño cerraba sus ojitos, y pronunció sus palabras mágicas, cumpliendo de esa manera el deseo de Alex.
– Listo Alex, en estos días tu papá te verá con ojos distintos.
– le informó.
– ¡Gracias Santa! – el niño se lanzó emocionado y le plantó un beso en los labios.
– Que rico beso.
A ver otro.
– Santa le devolvió el beso al niño, quien sonrió con picardía.
– Te quiero mucho Santa.
– el niño le dio un tercer beso al hombre, en señal del cariño que le tenía.
– Y yo a ti mi niño.
Ahora báñate y luego acuéstate a dormir, que este viejo necesita seguir repartiendo juguetes.
El niño obedeció a Santa Claus y se metió nuevamente al baño para darse un duchazo y regresar a dormir nuevamente, mientras el viejo se vistió a toda prisa y salió de la recamara del niño.
Al llegar a la planta baja de ese gran castillo, mientras caminaba por el pasillo cercano a la cocina, alcanzó a escuchar un leve gemido proveniente de la sala.
Cuando se acercó al lugar de donde provenían esos gemidos se sorprendió al ver una ardiente escena: Cintia cabalgaba la verga de quince centímetros de su ayudante Aaron el duende quien se encontraba acostado sobre la alfombra metiéndole toda la barra en su colita, mientras Oscar, primito de nueve años de la niña, se encontraba sobre la cara del duende, quien le chupaba su culito.
– ¡Aaaaah! ¡Señor duendeeee! ¡Su cosa esta bien dura! – gritaba Cintia.
– ¡Oooh! ¡Su lengua esta calentita! – gemía Oscar.
En ese momento Santa Claus se desvistió nuevamente y se acercó al trío con la intención de unirse a su juego.
– Jo, jo, jo.
– carcajeó Santa con su característica risa haciendo que los niños voltearan.
– ¡Santa! – gritaron las dos al mismo tiempo.
– Si niños, veo que están jugando con mi ayudante.
Bueno yo también quiero jugar así que Oscar ven aquí que tú serás el primero.
El barrigón tomó al niño de la mano y se dirigió hacia uno de los sillones cómodos y elegantes, donde acomodó al niño sobre uno de los brazos del sofá más largo y lo puso en cuatro.
Se puso detrás del chiquillo y acomodó su verga en la entrada del culito del niño, haciendo presión para meterle sus veinte centímetros.
Lentamente la verga ganó terreno dentro del culito del nene de nueve añitos, quien se aferraba soportando la larga y gruesa verga del señor Claus.
– Oooh que culito tan sabroso, bien apretadito.
– dijo Santa al deleitarse con el culito del pequeño.
– Sa-sa-santa.
Me… duele… – se quejaba el niño, que ya tenía dieciocho centímetros de verga dentro de su anito.
– Relájate pequeño.
¿Es la primera vez que tienes una verga dentro? – preguntó Santa.
– Si.
– pujó el niño.
– Pues para ser tu primera vez te entró muy fácil mi verga.
– comentó el viejo.
– Es que mi papi siempre le mete dos dedos.
– dijo su prima quien detuvo su cabalgata.
– Aaaa ya veo.
– comprendió Santa Claus.
– Por… fa-vor.
Lent-to.
– dijo el niño.
– Muy bien.
Hagámoslo lento.
– expresó San Nicolás.
Santa Claus comenzó a moverse muy despacio, mientras el nene de nueve años se acostumbraba a la gran verga del viejo, mientras que la primita del niño, con más experiencia cabalgaba manteniendo un buen ritmo sobre la verga de Aaron.
– ¡Aaaah! ¡Qué rico! – gemía Cintia.
– ¡Que culito tan rico tienes chiquilla! – gritó Aaron.
– ¡Aaaaah, aaaaah, aaaaah! ¡Señor duende! ¡Su pene me encanta! – dijo la pequeña haciendo que el duende se motivara más.
– ¡Santa! ¡Debes probar a esta niña! ¡Es una experta! ¡Gaaaah! – sin controlarse dijo el duende.
– ¡Uff! ¡Deeejaaa… termi-no con este culito! – Santa gozaba el apretado orificio de Oscar.
Santa Claus culeó al niño unos minutos más con lentos movimientos hasta que sintió que se venía y aumentó la velocidad de sus embestidas.
– ¡Aaayyyy! ¡Saaaantaaaa! ¡Dueeeeleeee! ¡Aaaaaah! – suplicaba el niño aunque ya le estaba gustando.
– ¡Uuuffff! ¡Lo sieeeentoooo pequeee, pero yaaa no aguaaantooo! ¡Gaaaaaaah! – bufó santa viniéndose dentro del culito del pequeño de nueve años, quien al sentir los chorros de leche caliente dentro suyo su orgasmo también se hizo presente.
– ¡Aaaaaah! – gimió el niño desmayándose de tanta excitación.
– ¡Uf! Descansa Oscarito, ya fue suficiente para ti.
Ahora tu turno Cintia.
– dijo elviejo.
Santa Claus volteó a Cintia hacia donde el se encontraba, dándole la espalda a Aaron pero sin sacar la verga del duende; acomodó la punta de su miembro en la entrada de la pequeña y de un solo empujón se la clavó hasta el fondo.
– ¡Oooooh! – solo alcanzó a gemir la pequeña, quien por primera vez disfrutaba de tener dos vergas en su interior.
– Ahora a movernos juntos.
– sentenció Santa Claus.
Los dos machos comenzaron un rítmico vaivén dentro de la pequeña, haciéndola mirar las estrellas.
Las vergas entraban y salían de los dos agujeritos, chocando ambas en el interior de la niña, quien convulsionaba después de entregarse a tan semejante placer.
El mundo alrededor de Cintia se desvaneció, todo lo que conocía dejó de existir, el universo era ella, sentía explosiones dentro de su cuerpo que la hacían sentir muy bien.
– ¡Aaaaaaaaaaaagggh! – dio un gemido gutural lleno de placer, denotando la llegada de su orgasmo, uno tan fuerte que cayó rendida por completo, casi desmayandose.
– ¡Oooooh siiiii! – gritó Aaron, inundando de leche los intestinos de Cintia.
Santa Claus, quien no terminaba aún, cargó a la niña sin sacarle su verga, y dejó acostado a su duende, se sentó y comenzó subirla y bajarla, haciendo que lo cabalgara.
Cintia sin fuerza pero consciente de lo que ocurría, se dejó hacer por el viejo, sin oponer resistencia alguna.
– ¡Gaaaaaaaaaaaaaaaaagh! – gimió San Nicolás, viniéndose dentro de la pequeña.
Después de haber terminado con la cogida, Santa Claus cargó a ambos niños y los dejó en sus respectivas habitaciones, para después abandonar aquel castillo.
Ya arriba de su trineo, encaminándose hacia otra ciudad comenzaron a charlar.
– Que rica cogida con esos dos niños.
– exclamó Santa.
– ¡Uf! Por supuesto.
Ya veo porque te encanta la Navidad Santa.
– dijo el duende.
– Ahora entiendes porque me demoro a veces amigo mío.
– sonrió Santa orgulloso de sí mismo.
Santa Claus continuó su rumbo hacia donde se encontraba un objetivo que tenía en mente: una pequeña llamada Michelle.
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