LA HISTORIA DE ALICIA
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
LA HISTORIA DE ALICIA
Capítulo I: OTOÑO DE 2016 (Los orígenes)
Me llamo Alicia.
Nací en Madrid, el 16 de Agosto de 1.998, por lo que acabo de cumplir 19 años.
Tengo recién estrenada mi mayoría de edad.
Mi madre era hija única.
Muy joven -solo tiene 34 años-, ya que me tuvo poco antes de cumplir los dieciséis.
Soy fruto de un embarazo no deseado y padre desconocido, ya que mi madre era partidaria en aquel tiempo de lo que denominaba “amor libre”; o sea: jodía con todo aquel que se le ponía a tiro.
En sus frecuentes orgías de sexo, el consumo de drogas y alcohol era la compañía necesaria e imprescindible.
Practicaba la promiscuidad y no tomaba ninguna precaución encaminada a evitar un más que posible embarazo.
Así acabó sucediendo, y cuando mis abuelos descubrieron que su hija estaba embarazada habían pasado más de cinco meses.
Mi abuelo era propietario de una pequeña industria, a medias con su hermano, vivíamos desahogadamente y habría podido costear un aborto.
Pero el embarazo estaba ya bastante avanzado y no se hizo.
Tras soportar las más duras recriminaciones y castigos que podáis imaginar, mi madre lo único que hizo fue reducir un tanto su actividad sexual y rebajar un poco los consumos colaterales de alcohol y drogas.
Continuó adelante con el embarazo y nací yo.
Después de mi nacimiento mi madre no hizo nada para modificar su conducta.
Al contrario, la intensificó -con frecuentes y repetidas ausencias de casa los fines de semana-.
En alguna ocasión durante toda una semana.
En muy poco tiempo acabó cayendo en el alcoholismo y la drogadicción.
Mostrándose mi madre totalmente incapaz de asumir mi existencia y procurarme los cuidados que todo bebé necesita, fueron mis abuelos quienes se ocuparon de atenderme durante los primeros años de mi vida.
Durante esos años mi madre nunca rompió definitivamente el vínculo familiar.
Vivía la vida a su manera, a salto de mata, enrolada en grupos marginales que se formaban y deshacían cada poco tiempo.
Se cobijaban en viviendas o locales, que ocupaban hasta que eran desalojados.
Adoptó indumentarias góticas, pero su comportamiento no varió y siguió enganchada al alcohol y las drogas.
Solía visitarnos de vez en cuando, sobre todo cuando andaba escasa de recursos, que solía ser cada tres o cuatro meses.
Mis abuelos fallecieron en un desgraciado accidente de tráfico, en el que yo resulté ilesa.
Contaba solo ocho años de edad.
Su hermano, y socio en la empresa, con casi 80 años de edad y una salud un tanto delicada, no quiso hacerse cargo de mí, ya que su salud había empeorado bastante últimamente y no se consideraba capaz de atender a una cría de mi edad.
Avisó a mi madre de la situación y quedé a su cuidado hasta tanto se leía el testamento de su padre -mi abuelo-.
De su lectura resultó que salvo la “legitima”, que por Ley correspondía a mi madre, yo resulté heredera universal de los bienes de mi abuelo.
El abogado que se ocupaba de todos sus asuntos personales era nombrado albacea.
Mi madre se entrevistó con el albacea y acordaron que él se encargaría de velar por los intereses de mi capital, llegando al siguiente acuerdo:
1- La mitad de mi abuelo en el negocio, fue adquirida por su hermano, por una cantidad muy importante, a fin de que la Empresa siguiera funcionando.
Se liquidaron el resto de las propiedades de mi abuelo y el resultado fue que yo tenía una verdadera fortuna.
2- Mi madre, consciente de su incapacidad para administrar la cantidad que le correspondió, delegó su administración en el albacea a cambio de percibir una asignación mensual que nos permitiera vivir con un cierto desahogo.
3- El compromiso de mi madre de ocuparse de mí hasta mi mayoría de edad, fecha en la que se me haría entrega de mi herencia.
Su incumplimiento supondría la pérdida de mi custodia acusada de delito de abandono.
El albacea era el administrador de mi fortuna económica, por nombramiento de mi madre.
Esto lo he sabido muy recientemente, pero me era totalmente desconocido en las fechas en que transcurre la historia que os estoy contando.
Mi madre pensó que una cría de ocho años no le impediría continuar con sus “actividades” y aceptó de buen grado las condiciones que se le impusieron.
La asignación mensual era apreciable y le vendría muy bien.
En aquellas fechas mi madre tenía veintitrés años y se encontraba enrollada con un individuo de bastante más edad que ella, que la explotaba sexualmente, dedicándola a la prostitución de alto standing, con su plena aquiescencia.
Con los ingresos que obtenía por sus servicios, Ginés y ella se mantenían y hacían frente a los gastos que les suponía la adquisición del alcohol y las drogas necesarios para sostener su adicción.
A partir de entonces viví en compañía de mi madre y Ginés, su compañero, que me aceptó de buen grado, tratándome muy cariñosamente.
Lo que referiré a continuación es la historia de los últimos diez años de mi vida.
Periódicamente mi madre enviaba al albacea mis notas escolares y de vez en cuando le hacíamos una visita para que él constatara que yo me encontraba bien.
Las visitas eran una mera rutina.
No pasaban de nuestra presencia en su despacho durante algo menos de una hora.
Ese día las dos estábamos radiantes.
Mi madre presentaba muy buen aspecto; no bebía el día antes y no mostraba ningún rastro de su vida disoluta.
**************
Desde los primeros meses de convivencia con mi madre y Ginés tuve ocasión de ser testigo de las frecuentes borracheras de mi madre, que muy a menudo acababa el día completamente borracha, siendo Ginés el que se encargaba de acostarme la mayoría de las noches.
Entonces mi madre tuvo la gran idea de su vida, -según me contó al cabo de unos años-.
Esa gran idea consistía en añadir un poco de ginebra en el vaso de leche que yo tomaba todas las noches antes de irme a dormir.
La ginebra cumplía su cometido en mi cuerpo y me hacía caer completamente dormida al cabo de pocos minutos, con lo que mi madre me acostaba temprano y aprovechaba para continuar con su consumo masivo de alcohol, hasta la plena borrachera.
Los siguientes tres años fui de un lado para otro con mis padres -los llamaré así-, huyendo de todas las deudas y trampas que iban dejando tras ellos.
Fundían con facilidad y rapidez todo el dinero que les llegaba, incluida nuestra asignación.
Mi escolaridad se hizo completamente inestable, pues en ocasiones esa huida se producía a mitad de curso, lo que obligaba a trasladar mi expediente escolar de un colegio a otro.
Pese a estos vaivenes mis notas eran bastante buenas porque yo soy muy aplicada en todo aquello que me interesa.
Hasta Mayo de 2010, cuatro meses antes de cumplir los 12 años, mi vida transcurrió monótona, dentro del consabido ajetreo de cambios de residencia, pero entonces detuvieron a Ginés por un lío de drogas y fue condenado a 5 años de cárcel.
Mi madre aguantó como pudo hasta que finalizó el curso escolar y después inició la búsqueda de una nueva forma de vida.
Falta del soporte y compañía de Ginés, a quién queríamos bastante las dos, nos trasladamos a la costa levantina, donde mi madre se las fue apañando como buenamente podía.
Encontró trabajo -es un decir- en un bar de carretera en el que, además de atender la barra, jodía con el primero que se le acercaba, a cambio de unos pocos euros, que compartía con el dueño del bar, del que también percibía una comisión sobre lo que recaudaba por lo que ella hacía beber a sus clientes.
Era lo que se suele conocer como una “chica de alterne”.
El dueño del bar tenía una vivienda en una cercana localidad de la costa, que no utilizaba, y que cedió a mi madre como parte de su sueldo.
En esa vivienda yo me pasaba sola la mayor parte del tiempo, pues mi madre me dejaba comida hecha para unos días a fin de no tener que desplazarse a diario desde el bar, que estaba a poco más de 30 kilómetros.
Cada semana se las apañaba para que alguien me trajese comida preparada.
Así, mi madre podía alternar libremente con sus clientes durante la noche y dormir hasta medio día en un jergón que había en un cuartucho en el sótano, ya que el bar solo abría durante la tarde/noche y madrugada.
Como en Julio ya no tenía escuela mi vida era plácida.
Casi todo el día estaba en la playa, bañándome y escuchando música, y en casa veía la tele o jugaba con la consola.
Pero al llegar la noche me encontraba muy sola.
Echaba mucho de menos a Ginés y a mi madre.
Las primeras noches tuve dificultades para conciliar el sueño.
Estaba muy inquieta y nerviosa y padecía una especie de insomnio que me tenía en vela hasta bien entrada la madrugada.
Se lo dije a mi madre cuando tuve ocasión de hablar con ella por el móvil y entonces fue cuando me contó el truco que había estado utilizando conmigo desde que se hizo cargo de mí al morir mis abuelos: el de añadir un chorrito de ginebra en el vaso de leche que yo me tomaba todas las noches cuando iba a acostarme.
El consumo repetido de ese alcohol durante años había creado en mi organismo un serio grado de dependencia.
Faltarme esa dosis, al no estar ahora mi madre para ponérmela, es lo que me producía el insomnio.
Pero no debía preocuparme más por ello.
La solución es bastante sencilla -dijo-: si reanudaba la toma diaria de la dosis de ginebra que necesitaba volvería a dormir toda la noche de un tirón.
Me indicó cuál era la copita que tenía que utilizar para añadir la ginebra a la leche, llenándola por la mitad.
Si lo haces bien, verás cómo duermes plácidamente.
La ginebra era lo que ella denominaba, coloquialmente, las “vitaminas para el sueño”.
Me advirtió que como me había hecho bastante mayor, -estaba muy desarrollada para mi edad y hacía un año que tenía la regla-, a lo mejor esa dosis ya no era suficiente.
Si tomándola de nuevo seguía teniendo dificultades para conciliar el sueño, podía aumentar la dosis un poquito, hasta llegar a encontrar la cantidad precisa para que me hiciera el efecto deseado.
Así lo hice y nos estabilizamos un poco en esa situación.
Mi madre caía muy bien a los clientes del bar, porque no hacía ascos a cumplir con cualquier clase de práctica sexual que le propusieran, y el dueño estaba muy contento con los ingresos extras que la presencia de mi madre le reportaba.
La vivienda que nos había cedido era un pequeño adosado, con un par de habitaciones, amueblado de forma muy sencilla; sin ningún lujo.
Estaba ubicado en una zona en la que la casi totalidad de las viviendas eran utilizadas como segunda residencia; había muy pocas habitadas fuera de la época estival, puentes o algún fin de semana.
No tenía teléfono, para evitar que las chicas que en ocasiones se alojaban en él hiciesen un gasto excesivo, de forma que yo tenía que valerme de un móvil para comunicarme con mi madre.
Cuando necesitaba algo enviaba un sms a su móvil y ella me llamaba en cuanto podía.
Me aleccionó debidamente para que pudiera quedarme sola en casa: no debía hacer demasiado ruido y antes de salir a la calle debía asegurarme que no hubiera gente cerca.
No convenía que me vieran casi siempre sola, para que no pensasen que estaba mal atendida.
Cuando mi madre calculaba que se me iba a terminar la comida preparada que me enviaba, o yo se lo pedía, me avisaba por teléfono de que iban a venir del bar a llevarme algo más reciente, al tiempo que la chica que venía aprovechaba para poner alguna lavadora y cosas así.
Una vez lavada la ropa yo me ocupaba de tenderla.
Mi madre, prácticamente, vivía en el bar.
Para ella resultaba más cómodo, así que yo no tuve otro remedio que aprender a valerme por mí misma.
SEPTIEMBRE 2010
Empecé el primer curso de la enseñanza secundaria obligatoria (ESO), en un Instituto de la localidad en la que vivía, e inicié una nueva rutina: al levantarme me preparaba el desayuno y me marchaba a clase; volvía a casa a comer lo que me calentaba en el microondas y luego regresaba al instituto.
A la vuelta a casa hacía los deberes, cenaba algo ligero y me disponía a dormir, después de ver algo en la tele.
Fueron unos meses en los que, prácticamente, me acostumbré a vivir sola.
Durante esas primeras semanas comprobé que, efectivamente, el sistema de poner la media copita de ginebra en la leche funcionaba, pero la tentación la tenía muy cerca: estaba siempre sola y disponía de bastantes botellas de ginebra.
La curiosidad por experimentar qué es lo que sentiría si bebía la ginebra sola, en lugar de mezclada con la leche, era muy grande y difícil de vencer.
Además, si me “pasaba” un poco en la dosis no habría testigos que me abroncaran.
Me venían a la mente muchas de las continuas borracheras de mi madre, en compañía de Ginés y de sus amigotes, y lo bien que parecía que ella se lo pasaba cuando estaba bien borracha.
Así que un buen día me decidí: probé a beber la ginebra sola, prescindiendo de la leche.
Me supo algo amarga, pero me la tragué sin dificultad.
Durante un par de semanas continué con la práctica que había iniciado, sin decirle nada de ello a mi madre.
Me costaba un poco más dormirme, pero no era importante.
Parece ser que la leche también actuaba como relajante.
Lo que no sabía entonces es que el consumo diario iba habituando mi organismo a los efectos de la bebida y, contando además con que me había seguido desarrollando y aumentado mi volumen corporal y peso, el alcohol que ingería se diluía en un mayor volumen de sangre y tenía un menor efecto para lo que pretendía: que me adormeciera.
El insomnio y la inquietud no tardaron mucho en reaparecer.
Así que puse en práctica un principio matemático bien conocido: para mantener el mismo nivel de relación en una mezcla de dos fluidos, hay que compensar el mayor volumen de uno de ellos con un incremento proporcional del otro, para que su relación entre ambos siga siendo idéntica; ergo: si mi cuerpo es ahora mayor que cuando era una niña, tiene más peso y la cantidad de sangre también ha crecido, debería aumentar proporcionalmente la cantidad de ginebra que ingería, para mantener esa relación estable.
En consecuencia: decidí que no tenía otro remedio que no fuera incrementar algo mi dosis diaria de ginebra.
Calculando que pesaría, más o menos, un 50% más que lo que pesaba cuando era una cría, debería pasar a tomar tres cuartas partes de copa, en vez de la media que hasta ahora venía bebiendo.
Para redondearlo y asegurarme que no fallaría en el cálculo, decidí que mi ración fuera de una copita.
El resultado no se hizo esperar: esa noche dormí como si fuera una marmota hibernando: completamente tranquila y muy sosegada.
Y así seguí todas las noches.
Satisfecha con el éxito, establecí como básica la ración de una copita diaria, con alguna excepción, que contaré más adelante.
Algunos días despertaba con un ligero dolor de cabeza, pero se me pasaba enseguida.
Cuando estaba para agotárseme la provisión de ginebra enviaba un escueto mensaje a mi madre: “mándame vitaminas”.
Ella se encargaba de que me llegaran algunas botellas.
Durante casi un año ese sistema me fue de maravilla y acabé tomándole un gusto algo desmedido a la ginebra.
Digo desmedido, porque lo que empezó siendo una copita en el vaso de leche al irme a dormir, no tardó mucho en convertirse en: también una copita para después de la comida y otra para después de cenar.
Más adelante fue copa y media; y pasado un tiempo acabaron siendo dos copas.
Durante el transcurso del 1er año de ESO se hizo habitual mi consumo de alcohol; -dentro de un orden, eso sí-, y solo en casa, llegando a beber alrededor de cuatro o cinco copitas diarias.
Tenía que estar en condiciones de acudir a las clases del instituto sin que nadie advirtiera nada.
Sin embargo hacía una excepción en el fin de semana y otras Fiestas.
En esas ocasiones bebía también alguna que otra copita entre horas y fácilmente llegaba a las seis o siete, más bien, ocho, copas diarias.
Con esas cifras de consumo llegó la finalización del periodo de clases, a finales de Mayo y primeros de Junio.
Yo me encontraba de maravilla en esa situación.
Todo iba sobre ruedas; alcanzaba buenas notas en los exámenes finales que ya había realizado y los que quedaban no eran para mí los más complicados.
Pero sucedió algo que no podía imaginar.
No había ocurrido nunca antes y resultó totalmente inesperado para mí.
Pensaba que ya tenía suficiente experiencia con la bebida y que mi consumo de ginebra lo tenía dominado, pero el sábado 14 de Mayo entró en juego un factor desconocido para mí y no supe controlarme.
MAYO/JUNIO DE 2011: Aparece mi Príncipe Azul
Una compañera de clase llevaba unos meses tratando de conquistarme para que me uniera a su grupo, compuesto de varios chicos y chicas –en total cosa de una docena- con el señuelo de que lo pasaban “bomba”.
Se reunían en una cala muy discreta y contaba y no paraba sobre las “cosas” que hacían: ya te puedes imaginar, me decía; hacemos de todo y a veces nos despendolamos un poco, pero merece la pena.
No seas estrecha y únete a nosotros.
Lo pasarás “guay”.
Elena, que así se llama es un par de años mayor que yo y es repetidora, a pesar de lo cual va un curso más adelantado que yo.
No te preocupes por la edad, me dijo.
Pareces mayor de lo que eres y no vas a tener problema.
Encajarás bien con todos.
El sábado 14 de Mayo había quedado con ella en la playa para pasar la mañana.
Nos llevaríamos unos bocatas y luego ella se iría a la cala con los chicos del grupo.
Cuento contigo, dijo.
Pasamos la mañana juntas en la playa y a media tarde llegó el momento que tanto temía.
–¿Qué? ¿Te animas y vienes con nosotros?
–Lo siento, Elena, respondí. Pero aún no estoy decidida.
-Pensaba que irme con ellos significaba perderme mi ración diaria de ginebra que tanta falta me estaba haciendo ya-.
–Sigo pensando que eres una estrecha.
Ya me lo imaginaba.
Tú te lo pierdes.
Toma; a lo mejor esto te anima y la semana que viene cambias de opinión.
Que te haga buena compañía.
El lunes me contarás qué te parece la fiesta.
Me entregó un dvd casero y me dijo que no se lo contara a nadie.
En cuanto llegué a casa me fui directa al mueble bar y me bebí casi seguidas un par de copitas de ginebra, y me entoné.
Luego encendí la tele y puse en marcha el reproductor de dvd que tengo conectado.
El video duraba poco más de una hora.
Elena y otros chicos y chicas del instituto estaban en esa cala.
Al principio todo era lo más normal, hasta que poco a poco fueron volando prendas.
Al principio solo fueron la parte superior de los bikinis, pero poco a poco se fueron calentando y pronto no había ningún rastro de tela que cubriera sus cuerpos.
Yo me había situado cómodamente frente a la tele, casi sin ropa porque hacía cierto calor y la visión del video contribuyó a que mi calentura aumentase.
¡Qué polla tenía alguno!
Tenía cerca de mí la botella de ginebra y pronto prescindí de la copita y comencé a beber directamente a morro.
Pensaba que tenía dominado mi consumo de ginebra, ya que hasta entonces bebía mis copitas de fin de semana y no me pasaba de rosca, pero el vídeo fue un elemento inesperado y un tanto perturbador.
Las escenas fueron aumentando de temperatura y pronto se formaron algunas parejas que comenzaron a follar.
Todo eso me puso tan cachonda que no tuve más remedio que dirigirme a la cocina, sacar un buen plátano de la nevera y me lo empecé a meter en el coño hasta que llegué al himen y me detuve.
El dolor me frenó.
Pero no frenó mis visitas a la botella de ginebra.
Di un par de vueltas a la cinta y seguí con mi lucha con el plátano y mi himen, sin dejar de lado la botella.
A las diez de la noche había vaciado la botella de ginebra, que estaba mediada cuando empecé a beber.
Estaba bastante borracha, pero aún quería más: más video y más ginebra.
A duras penas y como pude alcancé a levantarme y sacar una segunda botella.
Puse el video en función de “repetir” y seguí viendo el dvd y bebiendo ginebra, hasta que debí quedarme dormida.
Ni idea de que hora sería, pero seguro que alrededor de las doce, o más.
Este episodio no habría significado nada importante.
Al día siguiente me habría despertado y nadie se habría enterado.
Tenía yo entonces solo 12 años; me faltaban tres meses para cumplir los 13.
* * * * *
Pero ese sábado, PRECISAMENTE ESE SABADO, a mi madre, que hacía siglos que no aparecía por casa, se le ocurrió venir.
Y no vino sola, sino que llegó acompañada de un “cliente”, al que pensaba desplumar, pero fuera del bar en que trabajaba y así hacer el negocio solo para ella.
Mi madre pensaba que yo estaría dormidita en mi habitación y que no me despertaría.
Creo que llegó sobre las dos de la madrugada.
La siguiente descripción la hago por referencia de lo que mi madre me contó el domingo por la mañana.
El espectáculo que encontró al entrar en el salón fue el siguiente.
1- Un dvd encendido reproduciendo imágenes de algo que se asemejaba mucho a una orgía juvenil playera.
2- Una cría de apenas trece años, desnuda, con un plátano metido a medias en el coño y completamente borracha.
Será puta esta cría, creo que explotó mi madre al verme.
–Hermosa sorpresa, balbuceó medio borracho el tío que la acompañaba –un tipejo que andaría por los cincuenta-.
Voy a tener a dos por el precio de una.
–De eso nada.
La niña no folla.
Aquí solo folla la madre, que es la puta oficial.
–Pues entre ella y tú yo prefiero a la cría.
¿Cuánto quieres por dejarme follarla? Si no me la follo yo ahora lo hará cualquiera y tú perderás una buena pasta.
¿O crees que todavía es virgen?
–Bueno, supongo que lo es, pero si quieres follártela tienes que pagar como si lo fuera.
Si no, no hay trato.
–Vale.
Quinientos Euros por la cría.
–Mil, por las dos.
–No te pases.
No estoy tan borracho.
Setecientos.
–Hecho, pero en efectivo contante y sonante.
–Voy al cajero a sacar pasta.
No tengo suficiente ahora.
Tú ve despertando a la Bella Durmiente.
No quiero follarme a una cría que está borracha y dormida.
Quiero oírla quejarse y llorar, o a lo mejor le gusta y lo pasamos todavía mejor.
–Mi madre me llevó al baño y me puso la cabeza en la bañera y me regó con agua fría de la ducha.
–Enseguida di un respingo.
¡Joder! ¿Qué coño haces?
–Despertarte, so puta.
¿Cuánto has bebido?
–Yo qué coño sé.
Hasta que me he quedado dormida.
¿Te importa tanto cuánto bebo? Nunca estás conmigo.
Bebo todo lo que me apetece ¿Vale?
–Me importa un huevo lo que bebas, pero ahora espabílate porque tenemos un cliente.
–Querrás decir que tú tienes un cliente.
Tú eres la puta.
No yo.
–A partir de ahora tú también vas a serlo, si es que no lo eres ya.
Buen plátano tenías en el coño.
¿Desde cuándo follas?
–No he follado nunca.
Sigo siendo virgen.
El plátano no me entraba más.
–Pues vas a tener que joderte, Alicia.
Mejor dicho.
Ese cabrón que ha ido al cajero a por pasta es el que te va a joder.
–Pero me va a doler mucho.
No lo he hecho nunca y con el plátano no podía más porque me hacía mucho daño.
–Pues si te duele, bebes ginebra.
Eso sí que sabes hacerlo.
En esto mi madre oyó llegar el coche del tipo y bajamos las dos al salón.
–Tienes suerte, cabrón.
La niña todavía es virgen.
Al menos eso es lo que dice ella.
–Bueno, lo veremos.
Venga, chúpamela y pónmela dura.
El primer polvo será para la princesita.
Mi madre se puso a chupar la polla del individuo y yo los miraba alucinada.
Poco a poco fui tomando conciencia de lo que me podía suceder, recordando las escenas de la playa y viendo cómo crecía y crecía esa polla, que una y otra vez entraba y salía de la boca de mi madre.
El tío resollaba y se ponía cada vez más colorado, hasta que dijo:
–Basta.
Déjalo ya.
Ahora que me la chupe la niña.
Quiero ver si ya ha aprendido a hacerlo.
Mi madre protestó, diciendo que ese no era el trato.
Que solo se trataba de que me jodiese, pero él respondió que o se la chupaba yo también o que se despidiera de la pasta.
–No te preocupes, mamá.
La culpa es mía por haber bebido tanto.
Se la chuparé.
Que luego me joda, te pague y nos deje en paz.
Me arrodillé delante del tío, como había visto ponerse a mi madre, y abrí la boca todo lo que pude.
De inmediato él metió la polla en mi interior y me la llenó con solo introducir el capullo.
Pero él quería más.
Comenzó a coger mi cabeza y sujetarme para que no me retirase, mientras intentaba meter cada vez su polla más dentro de mi boca.
Pronto empecé a tener náuseas y unas arcadas muy grandes, hasta que me hizo vomitar, y llené su polla y su pelo púbico con los restos de mi cena y la bebida que todavía tenía dentro.
Mi vómito le puso frenético y siguió metiendo su polla todo lo dentro que podía mientras gritaba algo parecido a:
–Mámala, puta.
Eres como tu madre.
Dile a ella que te explique cómo lo tienes que hacer.
Quiero que te comas mi polla entera.
Mi madre me aconsejó cómo debía procurar que me entrase más y que me hiciera el menor daño posible y me daba de vez en cuando un poco de ginebra para que me animase.
Al cabo de un rato se dio por vencido viendo que no podría tragarme su polla, por muchos esfuerzos que yo hiciera para intentarlo; como los que ya estaba haciendo.
–Bueno, pues entonces te la vas a tragar por el coño.
Ese sí que tendrá sitio para que te la meta entera.
¿Cuántos años dices que tienes?
–Doce, respondí.
Me faltan solo tres meses para que cumpla trece.
–Entonces ya tienes edad suficiente.
Venga, colócate en el suelo a cuatro patas; como si fueras un perrito.
Y tú, le dijo a mi madre: sujétala bien; no quiero que se caiga del susto cuando le meta la polla hasta los huevos.
No tardé nada en sentir cómo su verga, tiesa y dura a causa de nuestras mamadas, se colocó a la puerta de mi coño, que aún no se había cerrado del todo después de la medio metida del plátano.
El tío comenzó a empujar con fuerza y sentí como se abrían mis entrañas a medida que esa tremenda polla intentaba hacer camino en mi interior.
Empecé a quejarme desconsolada, pues era tal el dolor que sentía que pensaba que me iba a desmayar.
–Dale ginebra, gritaba a mi madre mi violador.
Mi madre me acercó la botella a los labios y permitió que bebiera un buen trago.
Eso me tranquilizó, pero solo un pequeño rato.
Enseguida el dolor se hacía cada vez mayor, hasta que el tío dijo.
–No te ha engañado la niña.
Es virgen.
Pero lo va a dejar de ser enseguida.
Dile que se prepare que se la voy a meter hasta el fondo.
Mi madre me dijo que siguiera bebiendo.
Tranquila Alicia, cariño.
Solo será un momento.
Una vez que te desvirgue seguro que enseguida pasará el dolor y te gustará que siga jodiéndote.
Mientras, sigue bebiendo todo lo que quieras.
No te importe si te emborrachas otra vez.
Seguro que lo vas a seguir haciendo a partir de ahora.
Cuando se empieza a beber no se termina nunca.
Yo lo sé muy bien.
–Vale, mamá.
Dile a ese cabrón que me la meta cuanto antes.
Quiero acabar de una puta vez.
–No te preocupes, guapa.
Allá voy, dijo mi violador.
Dicho eso, sin otro aviso más, me agarró fuerte por las cachas del culo y metió su polla hasta que tropezó con el himen.
Luego pegó un tremendo empujón y, entonces, sí que supe lo que era un dolor agudo.
Sentí que algo me taladraba y pegué un grito que debieron oír hasta en Madagascar.
Mi madre me tapó la boca, temerosa de que alguien pudiera oírme, pero yo le dije que me diera ginebra, porque me gustaba beber y así no me dolería tanto.
Durante un cuarto de hora estuve recibiendo la polla del violador en mis entrañas y poco a poco el dolor fue remitiendo, al tiempo que la ginebra también hacía sus efectos en mi cuerpo.
–Parece que ya no te quejas tanto, dijo el tío.
No me digas que te va gustando.
Anda.
Di que te gusta.
Si ya no te duele y te empieza a gustar es que serás tan puta como tu madre.
La conozco bien.
Es una guarra.
–Lo que de verdad me gusta es la ginebra, cabrón.
Pero no pares de meterla y córrete cuanto antes.
Quiero acabar de una puta vez con este suplicio.
Me sigue doliendo, mucho, ¡hijo de puta!
Mis palabras hicieron que redoblase sus embestidas y su polla entraba y salía de mi coño una y otra vez.
En algún instante sí que sentí algo parecido al placer, porque imaginaba su polla como si fuera el plátano que no logré meterme esa tarde.
Unos minutos más tarde sentí que sus esfuerzos se hacían más y más frenéticos y sus penetraciones más rápidas, al tiempo que mi respiración era cada vez más agitada.
Pronto noté que algo caliente se derramaba en mi interior, como si me dieran disparos con una pistola de chorros de agua, como jugaba cuando era una cría.
El muy cabrón se acababa de correr dentro de mi coño.
Pero la cosa me gustó y no me importó que no me la sacase enseguida, sino que me siguiera follando otro ratito, pero más lentamente.
Cuando al fin me la sacó, mi coño estaba muy dolorido y me escurría por mis muslos parte del semen que se iba saliendo de mi interior.
Mi madre me dio la botella y me dijo que bebiera lo que me apeteciese.
Así lo hice hasta que volví a quedarme dormida en el suelo del salón.
Ese fue mi primer desmadre con el alcohol y mi primera vez en las relaciones sexuales.
Nada placentero en su conjunto y con el consiguiente miedo a un posible embarazo.
Afortunadamente, eso no se concretó.
El domingo mi madre estuvo conmigo en casa, porque el bar de carretera abría solo a partir de media tarde.
Me contó todo lo que había pasado y cómo el muy cabrón me había desvirgado.
–Olvídalo, me dijo.
Si quieres seguir follando hazlo con esos chicos del instituto que salen en el dvd que veías ayer.
Al menos son de tu edad y no tienes que aguantar a hijos de puta cómo el de anoche.
Para eso estoy yo.
Ya sabes que llevo años haciéndolo.
–Al final anoche me gustó algo, ¿sabes?; sobre todo cuando se corrió y me jodía más despacio.
Pero no te preocupes.
No tengo ganas de repetirlo; al menos de momento y, desde luego, no con los del instituto.
Todo lo que hacen lo cuentan y pareceré una puta como las demás que lo hacen.
Esas están en boca de todos y las tratan como lo que son: chicas fáciles.
–Bueno; eso tienes que decidirlo tú.
–Lo que sí te agradeceré es que me des consejos sobre cómo debo beber la ginebra.
Me gusta hacerlo, pero no quiero que lo de esta noche se repita más veces.
–Te vendría bien que durante unos días no la probases.
Ayer cogiste dos buenas borracheras, porque cuando el tío te jodió te dejé la botella y no paraste de beber hasta que te desmayaste.
Hice promesa de portarme mejor y mi madre se despidió de mí.
El trabajo me reclama, dijo, al tiempo que me dejó sola otra vez.
Tras este paréntesis, porque eso fue en el contexto de mi verdadera historia, retomo su narración.
* * * * *
Decidí olvidar el “incidente” y me volqué en preparar bien los pocos exámenes que me quedaban, a fin de sacar las mejores notas posibles.
Mi relación con los compañeros de clase era muy superficial; diría que solo lo más imprescindible, ya que para evitar comentarios sobre la ausencia de mi madre en las diferentes reuniones de padres –no era la única que faltaba, ni mucho menos-, no quise tener una amistad profunda con ningún compañero/a del Instituto.
Casi todos me consideran una tía bastante “borde” y antipática, sobre todo por parte de Elena y su grupo, pero eso no me importaba en absoluto; pasaba abiertamente de ellos.
Por encima de todo quería preservar mi intimidad e independencia.
Como desde mediados de Mayo las clases en el Instituto se limitaban a la mañana, teniendo las tardes absolutamente libres, comencé a pasarlas mayormente en la playa.
Siempre llevaba conmigo una botellita de agua mineral, de medio litro, en la que añadía un par de copitas de ginebra.
Me la solía beber mientras tomaba el sol y nadie se daba cuenta, porque a nadie le extrañaba que bebiera de una botella cuyo contenido parecía que era agua.
Allí inicié una relación muy superficial con un hombre maduro, de trato muy agradable: nos ocupábamos de la ropa del otro cuando se estaba bañando.
Pero nuestra conversación no pasaba de convencionalismos.
El incremento de mi consumo de ginebra llevaba aparejado una menor duración de las provisiones, haciendo que mi petición de reposición fuera cada vez más frecuente.
A todo eso mi madre se hacía la loca, como si nada de eso fuera con ella.
Siempre respondía a mi solicitud de “vitaminas”, con el envío de una abundante provisión de botellas.
Nunca me preguntó qué hacía con ellas, ni cuanto bebía cada día, por lo que supuse que daba por bueno que yo pudiera beber más de lo aconsejable para una cría de mi edad y que tendría muy en cuenta sus consejos de la noche de “marras”.
Pronto comenzaría el verano.
Aún no había cumplido trece años y mi cuerpo seguía con su proceso natural de evolución: aumento de volumen en los senos, aparición del vello púbico y formación de las caderas y glúteos, bien delimitados.
Así que poco antes del iniciarse el verano del 2011, sucedió lo que se iba a convertir en el auténtico inicio de una vida sumida en el más absoluto y total desenfreno.
Continuará…
Dejar un comentario
¿Quieres unirte a la conversación?Siéntete libre de contribuir!