LA HISTORIA DE ALICIA, CAP. 2
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
Durante la última semana de Mayo realicé el resto de los exámenes que tenía pendientes.
Las notas deberían ser buenas porque eran materias que tenía muy “curradas”.
De todas formas no las publicarían hasta dentro de diez o catorce días.
Luego: las ansiadas vacaciones.
Seguí dedicando las tardes a la playa, coincidiendo casi todos los días con Ernesto.
El viernes 3 de Junio recibí un whatapp de mi madre.
Era muy escueto; decía:
“Mañana sábado mantente bien despierta hasta que llegue” “Iré de visita y te preparo una sorpresa.
Te gustará”.
Pasé todo el sábado en la playa, en la que volví a coincidir con Ernesto, que así se llama el maduro a que hice referencia en el capítulo anterior.
A la hora de comer saqué de mi mochila el bocadillo que traía preparado de casa, pero Ernesto me sorprendió.
–Si no te parece un atrevimiento por mi parte quisiera invitarte a comer.
Nada protocolario.
Unas raciones en el chiringuito de la entrada, o lo que te apetezca.
–Lo que me parece es un atrevimiento por mi parte aceptar tu invitación, respondí.
No tienes por qué hacerlo.
En la playa, un buen bocadillo es comida suficiente para mí.
–Tómatelo como un cumplido.
El próximo sábado, si te parece bien y tu economía te lo permite, te dejaré que me pagues la cerveza y el café.
¿Te parece un buen trato?
–De acuerdo, pero ten cuidado y no me acostumbres.
Comimos unas raciones de calamares y unas sardinas a la plancha.
Coca Cola por mi parte; cerveza y café por la de Ernesto.
Luego volvimos a bañarnos hasta la caída de la tarde.
Ernesto se brindó a dejarme en casa y me pareció que rechazarle sería una grosería por mi parte.
Me dejó en la esquina más próxima porque mi calle era dirección contraria de tráfico y quedamos en vernos la siguiente semana en la playa.
–¿En el mismo lugar de siempre?, preguntó.
–No hay por qué cambiar de sitio, respondí.
Eran casi las nueve de la noche cuando me preparé una cena ligerita y me puse a ver la tele.
Me aburría.
Intenté escuchar algo de música, pero no hacía más que pensar en el enigmático mensaje de mi madre, que leía una y otra vez en el móvil: “Mañana sábado mantente bien despierta hasta que llegue” “Iré de visita y te preparo una sorpresa.
Te gustará”.
Para hacer más corta la espera –eran solo las diez de la noche-, me puse una copa de ginebra, que bebí despacio.
El tiempo pasaba y m i madre no daba señales de vida.
No me atreví a ponerme en contacto con ella.
Me tenía dicho que no le molestase en su trabajo, de no ser por un motivo grave y estar nerviosa, esperando, no creo que lo considerase así.
Así que si la llamaba ya sabía lo que me esperaba: BRONCA AL CANTO.
La primera copa de ginebra dio paso a una segunda y esa a una tercera.
Así llegué a las doce de la noche y en vista de que no llegaba y empezaba a sentirme adormilada recordé la noche del sábado anterior y subí al baño y me refresqué bien la cabeza con agua a fin de despejarme.
Recuperada del incipiente sueño me puse una cuarta copa de ginebra.
Con ella a medio terminar me dio la una de la madrugada cuando oí el motor de un coche parar en la puerta de casa.
Luego la llave de mi madre y abrirse la puerta de la casa.
¡Hola, cariño! ¿Estás despierta? Traigo visita.
Enseguida apareció mi madre en el salón.
¡Venía con el mismo tipo que me violó el sábado pasado!
–¿Esta es la sorpresa que me traes? El cabrón que me violó la semana pasada.
¿Crees que esta sorpresa me gusta?
–No te precipites, Alicia.
Raúl es una buena persona; sino lo fuera no volvería con él a verte.
Verás; el sábado Raúl estaba algo borracho y fue muy brusco contigo.
Quiere pedirte disculpas.
–Pues que me hubiera comprado un peluche y te lo hubiera dado.
–No seas rencorosa.
Raúl ha estado toda la semana en el bar rogando que le dejara venir a verte hoy.
Además, dice que quiere ser él el que te pida perdón.
–Vale; pues que me lo pida y que se largue.
No quiero ni verle.
–Eres injusta, Alicia, dijo Raúl.
De veras que lo siento.
Pídeme lo que quieras y te lo compraré.
Quiero que lo de la otra noche no sea tan mal recuerdo para ti.
–Pues cómprame un buen equipo de música.
El que tengo es una birria y muy antiguo.
–De acuerdo.
Mañana por la mañana vamos al CC y eliges el que te guste.
–¿De verdad?
–No te preocupes Alicia.
De eso me ocupo yo, dijo mi madre.
Si no lo cumple le corto los huevos.
–Bueno, pues hechas las paces, ¿Qué tal si lo celebramos?
–¿Una copita de ginebra, Alicia? O dos, o tres, las que sean.
–Bueno, una copa de ginebra nunca viene mal, respondí, pero con las que ya llevo no sé las que podré aguantar.
Bebiendo y charlando nos dieron las dos de la mañana y yo casi me caía del sueño y del alcohol que llevaba dentro.
Mi madre dijo que unos “porritos” nos podrían levantar el ánimo y se puso a preparar unos “canutos” con la ayuda de Raúl.
–Hierba de la buena, dijo él.
De primera calidad.
–Pero eso es drogarse le dije yo.
–Que va.
En tu instituto casi todos tus compañeros seguro que fuman porros.
–Es posible, pero yo no lo he hecho nunca.
–Bueno, alguna vez lo tendrás que hacer, Alicia, dijo mi madre.
La marihuana no hace daño, pero te pone en órbita.
Ya lo verás.
–Yo no tenía ganas de discutir nada.
Todo me parecía una encerrona, pero si me dejaban seguir bebiendo ginebra no me importaba nada, así que dije que bueno.
–Las primeras caladas me hicieron toser como una desesperada, pero luego, poco a poco, le tomé el gustillo y los efectos del cannabis me proporcionaron una euforia tal que me volví atrevida y provocativa.
–A ello contribuyó que mi madre se empezó a quitar la ropa con la excusa de que hacía calor, y me animó a que yo lo hiciera también.
Antes de terminar el segundo porro estábamos los tres en pelotas y yo me había tomado una pastilla que Raúl me había dado para que se me pasasen los efectos del alcohol, a pesar de que me había apoderado de la botella de ginebra y le daba continuas visitas.
Mi madre cogió la polla de Raúl y empezó a metérsela en la boca, al tiempo que me decía:
–Alicia, ¿Te acuerdas del sábado? ¿No te da envidia?
–Claro que me acuerdo.
Este cabrón me violó.
No sé si se lo perdonaré algún día.
–Cuando te compre el equipo de música te alegrarás de que te follara.
–¿Qué? ¿Te animas a otro polvete? Me tienes loco.
–¿Sabes qué? Hoy, entre la ginebra, los porros y la pastilla que me has dado estoy poniéndome muy cachonda.
Así que no me importa repetir, pero con una condición.
–¿Qué es lo que quieres?
–Que no seas bruto y me no te corras dentro.
No quiero quedarme embarazada.
Si me lo prometes me puedes joder las veces que quieras.
–Esta es mi Alicia, dijo mi madre.
Lo pasaremos muy bien.
Raúl me ofreció su polla que lamí y chupé tanto como fui capaz.
La ginebra, el porro y la pastilla me pusieron a toda mecha y totalmente despendolada.
Mi madre se encargaba de que siguiera llegándome ginebra y Raúl me acariciaba los pechos y me pellizcaba los pezones.
En ocasiones los mordía, pero de una manera suave y cuidadosa.
Luego me metió la polla en posiciones que yo jamás habría podido imaginar: hice el perrito, metiéndomela por detrás; luego la “carretilla” cogiéndome Raúl de las piernas, metiendo su polla en mi coño y yo andando con las manos por el suelo.
También la “cucharita”.
Después le cabalgué yo, de frente y de espaldas y acabé sentándome sobre su polla y metiéndomela de golpe.
Mi madre me sujetaba sobre la polla y me dejaba caer.
Me entraba hasta el fondo y disfruté como una loca.
A lo largo de toda esta actividad tuve dos o tres orgasmos, cada vez más intensos.
Cuando iba a correrse me la sacó y echó todo su esperma en mis tetas.
Mi madre recogió de mis tetas con sus dedos todo el esperma que pudo.
–¿Quieres probarlo, cariño?
–No sé si me gustará.
–Solo lo sabrás si lo pruebas.
–Bueno, dámelo, respondí, abriendo mi boca.
Mi madre metió sus dedos pringosos en mi boca y pude saborear por primera vez el semen de un hombre.
No me supo bien ni mal, pero no me desagradó.
Luego descansamos un ratito mientras continuamos bebiendo los tres.
–¿Te gustaría repetir? Me preguntó mi madre.
–Mientras pueda seguir bebiendo ginebra y no me emborrache no me importa lo que hagáis conmigo.
Estoy en la gloria.
Sí que me está gustando la sorpresa, rematé.
–Pues Raúl tiene otra proposición que hacerte.
Dice que no podrás rechazarla.
–Pues que me la proponga.
Ya veremos, pero si es que quiere seguir jodiéndome, no me importa nada.
–Verás, dijo Raúl.
Lo cierto es que ya has probado mi polla por la boca y por el coño, pero tienes todavía virgen el culo.
Te propongo darte quinientos euros si me dejas que te lo estrene.
Antes o después alguien te la meterá también por detrás y prefiero ser yo quien lo haga.
Me vuelves loco.
Alicia, solo tienes doce años, pero follas de maravilla y bebes como una cosaca.
Por favor.
Déjame estrenarte el culo.
–Tengo miedo de que me duela mucho.
–Lo haré con mucho cuidado y son quinientos Euros.
Te puedes imaginar la cantidad de cosas que puedes comprarte.
–Pero eso será como convertirme en una puta.
–Dependerá de lo que te guste y de lo que hagas después.
Tu madre sabe que yo me voy el martes de viaje al extranjero y que estaré años sin volver a España.
Me quiero despedir bien a lo grande y no hay nada mejor que un culito de doce años.
–Bueno.
Si no me falta la ginebra y me dais a fumar otro porro creo que me animaré.
Mi madre se encargó de proporcionarme un nuevo porro, que me puso de nuevo en órbita, a la vez que Raúl comenzó a besar mi orificio trasero y a intentar meter su lengua dentro.
Me gustaba mucho cuando pasaba la lengua entra el coño y el culo.
Era una sensación como de nerviosismo y temblores que hacían que mi cuerpo se estremeciese con un placer muy parecido a un orgasmo.
Mi madre facilitó la entrada de la polla de Raúl en mi culo a base de lubricarlo con vaselina y meterme previamente un dedo y luego dos.
Cuando consideró que ya estaba en condiciones de albergar el cipote de Raúl me hizo colocarme a cuatro patas, pero descansando sobre los antebrazos, porque en esa postura mi trasero se ofrecía más elevado y en pompa, consiguiendo que la polla de Raúl se introdujese con mayor facilidad.
Tras unos intentos fallidos, por miedo a lastimarme, Raúl me dijo si estaba dispuesta a aguantar algo de dolor.
–No te preocupes por mí.
Estoy casi completamente borracha y el porro me ha subido a una nube y estoy como si volara por la habitación.
¡Méteme la polla de una puta vez! ¡Estréname el culo, cacho cabrón!
Raúl se enardeció con mis exclamaciones y me dijo que no me defraudaría.
–Te voy a partir en dos, hija de puta.
¡Toma polla!
De un empellón metió su enorme verga en mi culo, ya bastante dilatado por el trabajo previo de los dedos de mi madre.
–Sentí un fuerte dolor y una sensación diferente a la que me produjo la penetración vaginal, pero a medida que la polla de Raúl entraba y salía el dolor se fue atenuando y pronto era yo la que le exigía más vigor.
–¡¡METEMELA DE GOLPE, SO CABRON!! ¡¡¿ES QUE NO TE QUEDAN FUERZAS?!! ¡¡DECIAS QUE ME IBAS A PARTIR EN DOS!! ¡¡¿A QUE ESPERAS, HIJO PUTA?!! ¡¡VAMOS, VAMOS!!
Raúl se desató y sus embestidas fueron creciendo en fuerza e intensidad, a la vez que mis gritos le acompañaban sin desmerecer.
–¡¡QUEEE GUSTTTOOO!! ¡¡ESTO ES BUENISIIMOOO!! ¡¡NO ME LA SAAAAQUES NUNCAAAAA!! ¡¡ESSSTTOOOYYY QUEEE ME COOOORRROOOOO!!
–¿Quieres que Raúl se corra en tu boca? Preguntó mi madre.
–Que haga lo que quiera, pero que no pare.
Yo me estoy corriendo otra vez.
Poco después Raúl sacó su polla de mi culo, me dio la vuelta y metió su polla en mi boca.
Allí se corrió y depositó todo su semen, supongo que con algún resto de mis intestinos.
Lo saboreé al tiempo que daba largos tragos de la botella de ginebra, hasta que me desmaye, pasadas las tres de la madrugada.
El domingo desperté por la tarde.
Conmigo estaba solo Raúl porque mi madre se había tenido que ir a trabajar en el bar.
Me enseñó una foto de mi culo, tomada con su móvil por mi madre en el momento en que me sacó la polla para correrse en mi boca.
Quedé sorprendida del tamaño al que se dilató mi esfínter para albergar su polla.
Raúl dobló su oferta a mil euros y con ese dinero me compró el equipo de música y el resto quedó para que lo usara en la compra de futuros caprichos.
Fue el primer dinero que gané vendiendo mi cuerpo.
Me trajo de vuelta a casa, se despidió de mí y dijo que el lunes lo haría de mi madre.
Luego se marcharía a Sudamérica con un contrato de trabajo de su empresa, por varios años.
–Nunca te olvidaré, Alicia.
Has sido fantástica.
–Yo también te recordaré siempre.
Has sido el primero en todos mis agujeros.
Quién sabe cuántos vendrán después.
Me quedé sola en casa y decidí emborracharme otra vez, como forma de celebrar mi estreno en la sexualidad, y dar por cerrado estos “incidentes”.
Raúl no volvería
El lunes volví a la actividad escolar y a las tardes de playa en compañía de Ernesto, pendiente que publicaran las notas finales del curso.
8 DE JUNIO 2011
Era un miércoles en que no había ido a la playa porque estaba bastante nublado.
Serían las cuatro de la tarde y estaba muy aburrida sentada en la mesa del jardín de casa repasando unas tareas del colegio de la asignatura que más se me atravesaba, con un vaso grande de coca cola, al que había añadido una copita de ginebra.
Se me veía fácilmente desde la acera y pasó por allí Ernesto con el que coincidía casi diariamente en la playa.
Me había contado que era separado y que vivía solo.
Yo le dije que iba siempre sola a la playa porque mis padres estaban trabajando.
Al verme en el jardín me saludó con un:
–Hoy no has aparecido.
Te he echado en falta.
–Está nublado y con este viento no será raro que haya tormenta.
Si me pilla allí me cala antes de volver a casa.
–¿Haciendo deberes?
–No, exactamente.
Repasando un poco de un examen.
–Si necesitas ayuda quizá yo pueda explicarte algo; soy profesor de instituto.
–No me vendría mal, porque algún problema es bastante complicado.
-Me parecía una buena persona y no me inspiraba sospechas, así que abrí la puerta del jardín y le invité a pasar-.
Se había levantado bastante aire, que presagiaba tormenta, y no me apetecía que algún vecino nos viera juntos en el jardín, por lo que recogí los cuadernos y le dije que estaríamos más cómodos en el interior, -a salvo del ventarrón y de miradas indiscretas-.
Ernesto entró y pasamos al salón.
–¿Deseas tomar algo?
–Me conformo con un poco de agua fresca.
Cerré la puerta y corrí los visillos del ventanal para preservar la intimidad.
Fui a la cocina y volví con una botella de agua, que saqué del frigorífico, y un vaso.
Nos sentamos a la mesa y durante hora y media repasamos algunos temas de matemáticas.
Cuando terminamos pasaba de las cinco y media de la tarde, casi las seis.
–Me encuentro algo incómodo, por si llegan tus padres y no les parece bien que me hayas permitido entrar.
–No te preocupes.
Esta tarde doblan turno en el hospital.
Tienen guardia y no vuelven hasta mañana al medio día.
-Fue lo primero que se me ocurrió para no entrar en detalles de por qué estaba sola en casa-.
–Bueno, entonces no tenemos ninguna prisa, porque a mí no me espera nadie; ya sabes que vivo solo.
Estuvimos charlando sobre cosas de actualidad y como su conversación era muy agradable se nos pasó el tiempo volando, sin apenas darnos cuenta.
Cerca de las nueve de la noche Ernesto dijo que se tenía que marchar porque tenía una cita con unos amigos.
Quedamos en vernos al día siguiente en la playa.
Durante una semana o algo más nos seguimos viendo diariamente en la playa.
Acostumbrábamos a ubicarnos siempre en el mismo lugar, bastante alejado de la entrada, donde era muy frecuente que la gente tomara el sol sin ninguna ropa, aunque Ernesto mantenía siempre puesto su bañador y yo mi bikini, -bastante justito de tela al ser del verano anterior, cuando mis formas eran todavía las de una jovencita que empezaba a desarrollarse-.
En esas fechas yo estaba demasiado crecida para mi edad, y plenamente formada: pecho de buen tamaño -no exagerado-, duro y tieso, cintura estrecha, caderas bien marcadas y nalgas prietas y redondas; tenía ya una abundante cantidad de pelo rojizo en el coño, aunque esto no se apreciaba bajo el bikini porque ya me ocupaba yo de esconderlo para que no saliera por el borde de la braguita, que también me estaba bastante justa; en cambio, se producía un notable abultamiento en mi monte de Venus.
El resto de mi anatomía no podía esconderla a la vista de Ernesto, que cada vez mantenía más su mirada en mis formas, de manera a veces harto persistente.
Yo disimulaba y me hacía la loca, como si no me diera cuenta de ello, pero en el fondo me apetecía que fijara su mirada en mí y me considerase como algo más que una cría.
Por mi parte, yo tampoco podía evitar que se me fueran los ojos hacia el miembro viril de los tíos y Ernesto no tardó nada en percatarse de ello.
Un día dijo que nosotros desentonábamos mucho en aquel entorno.
–Parecemos un par de bichos raros; tú con el bikini y yo con el bañador.
–No estarás insinuando que nos quedemos desnudos también nosotros.
–Pues eso precisamente es lo que quería decirte.
Aquí no nos conocen y nadie se va a ocupar de nosotros.
Despertamos en ellos mucha más curiosidad con nuestros bañadores puestos, que si estuviéramos desnudos.
–Es que me da bastante apuro desnudarme.
–Pues no te preocupes y tómatelo como algo natural.
A fin de cuentas parecemos un padre con su hija y, como te puedes imaginar, no serás tú la primera mujer que vea desnuda.
–Estoy segura de ello; sin embargo, esos sí que son para mí los primeros hombres que veo desnudos en mi vida.
–Ya me he dado cuenta de que se te van los ojos detrás de ellos.
No te preocupes por eso, ni te avergüences; es la novedad y no tardarás mucho en verlo tú también como algo natural.
Pero puedo entender tus reparos para desnudarte en mi presencia.
Si lo prefieres, miras hacia el norte y yo me quito el bañador, me voy al agua y te espero dentro; entonces te quitas tú el bikini y vienes a bañarte.
Prometo no espiarte cuando lo hagas.
Al final me convenció; con cierta vergüenza todavía por mi parte, lo hicimos así y al poco estaba en el mar junto a él.
Sumergida en el agua me sentía más segura y parecía que nadie me vería desnuda.
Jugueteamos un buen rato con las olas y no pude impedir mostrar en ocasiones algunas partes de mi cuerpo, sobre todo los pechos, porque no tenía en cuenta la falta del bikini y saltaba y me comportaba como si aún lo llevara puesto.
–Ernesto me preguntó si quería ser yo la primera que saliese del agua y esperarle a él, o al revés.
–Debes haberme visto ya lo suficiente en el agua mientras nos bañábamos, que ya se me ha pasado la vergüenza, así que podemos salir juntos tranquilamente.
Así lo hicimos, sin que nadie reparase en nosotros.
Al llegar junto a nuestras pertenencias nos tendimos en silencio a tomar el sol.
Yo reflexionaba sobre la sensación de libertad que sentí al nadar desnuda y, sobre todo, que Ernesto se había dirigido a mí diciendo que yo no sería la primera MUJER que viera desnuda.
Me había considerado como una mujer y no como una niña; eso me hizo sentir como si fuera ya adulta.
El comportamiento tan afable y cariñoso de Ernesto me llegó en esa edad en que se produce el tránsito desde la niñez a la pre adolescencia.
Mi carencia de afectos y atención, elementos que no recibía en absoluto por parte de mi madre, me tenía en situación de gran vulnerabilidad, haciendo que sobrevalorase todo lo que me brindaba Ernesto.
De alguna forma, lo idealicé y me vinculé a él por completo, sin duda como una vía de escape a mi soledad.
Raúl era ya una historia del pasado.
Completamente olvidada.
Así lo veo yo ahora, a mis dieciocho años.
Entonces todo me parecía de tal novedad y tan atrayente, que mi imaginación volaba sin límite alguno.
JUNIO 2011 (La primera escapada)
Tras el episodio de mi primera desnudez en la playa, parecía que se iniciaba para mí una especie de nueva vida; dejaba atrás la niñez y entraba en otro mundo, desconocido para mí.
Por suerte no lo haría sola porque pensaba contar con la compañía de Ernesto para que me guiara.
Inicié la redacción de un Diario, -muchas adolescentes lo hacen-, para recoger en él todo lo que me fuera sucediendo y mis reflexiones sobre esos acontecimientos.
De parte de su contenido me he nutrido como fuente de esta historia.
Pasó otra semana en la que ya nos desnudábamos en la playa con total naturalidad.
Por mi parte, seguía mirando con fijeza los miembros de los hombres y, por supuesto, también el de Ernesto, aunque él parecía no darse por enterado.
En bastantes ocasiones Ernesto me invitaba a merendar en el chiringuito que hay a la entrada de la playa y lo pasábamos muy bien charlando sin parar.
Nadie se fijaba en nosotros, pues daban por supuesto que éramos un padre y su hija.
Cada vez hablaba menos con mi madre.
El mutuo desinterés entre nosotras era patente y daba a entender que ella se encontraba cómoda con esta situación, sin tener que ocuparse de mí en demasía.
Por mi parte, estaba convencida de que yo suponía más bien una carga para mi madre, o que ella estaba algo arrepentida de mi “incidente” con Raúl.
Me venía muy bien esta situación, porque permitía que tuviera más libertad para estar con Ernesto, del que cada vez me sentía más dependiente.
Jamás me preguntó por mis padres, algo que me extrañó un poco, pero que me venía muy bien porque evitaba que tuviera que inventarme alguna historia sobre ellos.
Un inciso: yo seguía llevando cada día a la playa mi botellita de medio litro de “agua de fuego” y por la tarde/noche seguía tomándome mis copitas de ginebra; había adquirido ya ese hábito y me encontraba muy cómoda así, pero a consecuencia de mi incremento de consumo las provisiones se me agotaban con rapidez y eso me generaba alguna inquietud, pensando en una posible falta de reservas.
23 DE JUNIO 2011
El jueves de esa semana -ya habíamos acabado las clases- puse un mensaje a mi madre para que me llamase.
Hacía tiempo que no hablábamos y quería pedirle “vitaminas” y algo más.
Llamó a medio día y me pilló en la playa comiendo con Ernesto.
Por su voz me pareció que se encontraba bajo los efectos de una borrachera, o que estaba en alguno de sus “viajes”, bien drogada.
Esta fue, más o menos, la conversación.
–¿Qué pasa con tu vida? Desde lo de Raúl no sé nada de ti.
–Hola mamá.
Bien; estoy en la playa.
Necesito “vitaminas”.
–Vale; Julia irá por ahí y te llevará dos cajas de ginebra; así tendrás para un par de meses y me dejarás en paz.
Además de las “vitaminas”, ¿Qué coño quieres?
–¿No volvéis a casa hasta el lunes? ¿Tenéis guardia los dos?
–¿Estás loca?, claro que no voy; ¿Qué coño te pasa?
–Una amiga me ha invitado a pasar con ella el fin de semana.
¿Puedo ir?
–¿No tendrás ningún lío por ahí? Algo parecido a Raúl.
–Es una compañera del instituto.
No tiene hermanos y dice que se aburre mucho y que juntas lo pasaremos bien.
–Puedes irte donde te salga del coño, pero déjame en paz.
Y ten cuidado con lo que haces, pero, por mí, como si no vuelves.
–Si no estuviera en casa que Julia las deje dentro.
–Vale, vale; llevará llave, pero ahora déjame tranquila.
–Gracias mamá.
Un beso.
–Vaya, dijo Ernesto, este fin de semana tendré que buscarme otra hija; Alicia se va con una amiga.
–No hay ninguna amiga.
Le he contado esa historia a mi madre para tener el fin de semana libre y poder pasarlo entero contigo, si no te importa.
–Eso de engañar a los padres no está nada bien.
Pero, además, has sido muy imprudente actuando así sin contar antes conmigo, Alicia.
No has tenido en cuenta que era posible que yo hubiera hecho planes para el fin de semana y que tú no entraras en ellos.
–Perdona, tienes razón, -dije avergonzada-, lo siento; no había pensado en esa posibilidad.
Como me has dicho más de una vez que tienes ganas de que conozca tu casa, creí que te gustaría que te diera esta sorpresa.
–Por supuesto que me gustará que pases un fin de semana en mi casa.
Pero de ahora en adelante no des todas las cosas por hechas de antemano.
A veces se dice una cosa, que es cierta, pero luego las circunstancias la pueden modificar.
¿De acuerdo?
–Conforme.
Acepto la regañina, pero vayamos ahora a lo que tenemos por delante.
Es jueves por la tarde y hoy tienen guardia y no vienen a dormir, así que podemos empezar el fin de semana hoy mismo, si no te parece mala idea.
–Estupendo, Ali.
Un día más, que procuraremos aprovechar al máximo.
Inmediatamente me di cuenta de que había cometido otra imprudencia: al hacer mención a que tenían una “guardia” hice una referencia a algo que podía vincularse al trabajo de mis padres.
Debería tener mucho más cuidado en el futuro.
Menos mal que Ernesto no dijo nada al respecto.
Nos dimos un baño después de comer, tomamos un poco el sol y a media tarde nos vestimos, cogimos el coche y Ernesto me dejó cerca de casa.
–Coge solo la ropa imprescindible; no mucha, para que puedas meterla en una mochila; si te vieran salir de casa con una maleta despertarías sospechas.
Voy a comprar algunas cosas que necesitaremos y te recojo a las ocho en el sitio de costumbre.
¿De acuerdo?
–De acuerdo.
Entré en casa y me encontré en el salón no unas botellas de ginebra, sino dos cajas enteras, unas botellas de vodka y otras de whisky, junto con una nota de mi madre y más de quinientos euros, en billetes pequeños.
La nota decía:
“Voy a tomarme unas pequeñas vacaciones; más o menos un mes.
El jefe abre otro bar y quiere que me ocupe de controlar a las camareras.
Estaré de un lado para otro mientras aprenden su trabajo.
Te dejo bastantes vitaminas.
Es para que cambies: cada día toma una clase distinta.
Te irá bien acostumbrarte a variar.
Te envío dinero suficiente para que compres comida o que vayas a comer a esos burger asquerosos que tanto te gustan.
Llámame si necesitas algo más y procura hacer durar las vitaminas; no te las tomes muy de golpe ya que, si lo hicieras así, tendrás graves perjuicios y no sería bueno para ninguna de las dos –recuerda lo de Raúl-”.
Preparé con prisa algo de ropa, la metí en la mochila y me fui a esperar a Ernesto, algo nerviosa por la aventura que iba a iniciar: pasar un fin de semana en la casa de un hombre mayor, separado, y los dos solos.
Después de esto no seré una niña nunca más, pensé.
También pensé que podría estar metiéndome en un buen lío.
Es cierto que Ernesto siempre me había dado un trato muy cortés; nunca me había hecho insinuaciones en el aspecto sexual ni me hablaba con doble sentido, pero hasta entonces nuestros encuentros habían sido siempre en lugares públicos: playa, chiringuito, etc.
Ignoraba cómo podría actuar conmigo cuando estuviéramos a solas, en su casa; quizá tuviera un comportamiento peligroso.
Podría hasta intentar violarme, -¿qué haría yo si lo intentaba?-.
No encontré respuesta para esas situaciones.
Pero eran tantas las ganas que tenía de vivir esa experiencia, que no quise imaginar nada que pudiese estropear lo que a mis ojos era una aventura excitante.
No lo pensé más.
Cogí la mochila y salí de casa.
Llegué puntual a la cita.
Ernesto ya me estaba esperando.
Subí al coche y partimos.
Ernesto vivía no muy lejos de mi casa, como a unos cinco kilómetros, pero al otro extremo del pueblo, en un chalet grande y con un jardín bastante amplio, que rodeaba la casa.
Entramos con el coche al sótano donde estaba el garaje y desde allí, por una empinada escalera, a la casa, que enseguida me enseñó en su totalidad.
Era cómoda y muy funcional.
En la planta baja había un gran salón, una salita de lectura, la cocina, una despensa, un dormitorio y un baño.
Tres dormitorios más en la planta alta; el principal, con baño, vestidor y amplia terraza; los otros dos con aseo y ducha.
El que yo iba a ocupar era muy coqueto.
En el sótano estaban el garaje, amplio; una sala de servicio con las máquinas necesarias: lavadora, secadora, aire acondicionado y demás servicios, y lo principal:
Tenía una hermosa sala de proyección con una gran pantalla y un fantástico equipo de cine y sonido –en adelante la denominaré “cine”-.
Se accedía por una escalera algo empinada que daba a la despensa de la cocina.
También se podía acceder desde el garaje.
No había sillones sino cómodos cojines, repartidos por todo el suelo, que tenía una mullida moqueta.
También había un equipo informático, todo conectado a la misma pantalla, -Ernesto es un gran aficionado al cine y a la música-.
En una de las esquinas había una pequeña barra de bar, mullida, con eskay y una puerta tras ella, que daba a un pequeño almacén y a un amplio aseo.
Todas las paredes estaban cubiertas de estanterías, abarrotadas de CD, DVD, y vídeos.
La sala contaba con una suave iluminación, que podía graduarse en intensidad y estaba completamente insonorizada, de forma que a ella no llegaban ruidos procedentes del exterior y los producidos dentro de la sala serían inaudibles para quien estuviese fuera.
Una vez vista su casa me dijo que me arreglase.
Saldríamos a cenar a un centro comercial cercano y luego iríamos al cine, si no me parecía mal.
Acepté muy contenta el plan.
Cenamos en una hamburguesería, cosa que me gusta mucho; luego un enorme vaso de helado y pasamos a una sala de cine, en la que proyectaban una película muy divertida.
Al salir del cine tomamos otro helado y volvimos a su casa.
Era ya madrugada: casi las dos.
Yo nunca había estado fuera de casa hasta tan tarde y se me hacía todo nuevo.
Al llegar a su casa Ernesto calentó un vaso de leche y me dijo que me lo tomase para que me relajase y durmiese bien, porque era muy tarde y al día siguiente teníamos muchas cosas que hacer.
Subimos al piso de los dormitorios y nos fuimos cada uno a nuestra habitación: Ernesto al principal y yo al mío.
Me desnudé y me metí en la cama, pero no conseguía conciliar el sueño.
Ernesto se había portado muy bien conmigo; no había intentado nada deshonesto, pero la nueva situación, las emociones del día y la falta de mis copitas de ginebra hacían que estuviera inquieta –no había bebido nada desde que acabé el “agua” en la playa, por la mañana-.
No dejaba de dar vueltas en la cama y respiraba agitadamente.
Esa noche aprendí lo que era el “mono” que sufren los adictos.
Pasado un buen rato oí unos golpecitos en la puerta de mi habitación, como pidiendo permiso para entrar.
Me levanté, abrí la puerta y apareció Ernesto.
Yo tenía puesto un camisón ligero, que se transparentaba bastante, dejando entrever todos mis encantos.
–Perdona que me presente así.
Me pareció oír ruidos; como si estuvieras inquieta ¿Te ocurre algo?
Primeras Confidencias
Decidí no disimular y contarle la verdad:
–Verás; me da mucha vergüenza decírtelo, pero es que tengo la costumbre de echar en mi vaso de leche una copita de ginebra, para poder dormir; mi madre me lo viene haciendo desde hace años.
Al no haberlo hecho esta noche me encuentro algo nerviosa, porque mi cuerpo ya está habituado a ello y parece que lo echa en falta.
–Pensé que te había hecho daño la cena o algo así.
Si solo es eso, tiene fácil arreglo.
Levántate y bajamos al salón; nos tomamos una copa, te tranquilizas y luego intentas dormir.
Lo hicimos así y una vez en el salón abrió una botella y me puso una generosa ración de ginebra en una copa, se sirvió él otra y nos dispusimos a tomarlas cómodamente sentados en un sillón.
–Qué sorpresa.
Así que mi querida Alicia, tan jovencita como es, tiene una pequeña dependencia de la ginebra.
¿Sólo de ginebra? ¿No has probado algún otro tipo de droga: pastillas, u otras cosas?
–No; nunca he probado ninguna droga, mentí.
–Bueno, eres muy joven; alguna vez las probarás.
Creo que es conveniente que te conozca un poco mejor para saber cómo debo tratarte, ya que me has dado la sorpresa de tu afición a la ginebra.
¿Te importa contestarme algunas preguntas sobre drogas y cosas así?
–No me importa contestar a lo que me preguntes.
Te aseguro que responderé con la verdad.
No te mentiré.
–Gracias por la sinceridad que me prometes.
–No miento nunca.
Bueno, “casi nunca”.
–Veamos; doy por supuesto que no fumas, al menos no te lo he visto hacer nunca desde que nos conocemos.
Me has dicho que no has probado ninguna droga, ni pastillas, o algo parecido.
¿Es así?
–Así es.
–¿Porqué no has tenido la oportunidad, o porque cuando te lo han ofrecido lo has rechazado?
–No me lo han ofrecido nunca directamente, aunque de forma indirecta sí he tenido alguna oportunidad para la toma de alguna pastilla –otra mentira-.
No he fumado nunca tabaco, ni he probado ningún porro -otra más-.
–¿Me puedes explicar esa oportunidad indirecta para la toma de alguna pastilla? No contestes si no quieres.
–Escucha.
“Un lunes hace cosa de un par de meses, en un descanso de quince minutos en el cambio de una clase a otra, estábamos reunidas unas cuantas alumnas de primero cuando se nos acercó Elena, una compañera de segundo, repetidora, que se dirigió a Marisol, repetidora de primero, para contarle cómo de bien lo habían pasado el sábado anterior en una quedada que tuvieron varios chicos y chicas del instituto para celebrar el cumple de uno de ellos.
Parece ser que se reunieron en una pequeña cala a la que suelen ir las parejitas, porque está un poco escondida.
Estuvieron casi solos y se lo pasaron en grande.
Alrededor de las seis de la tarde, que ya no apretaba el sol, se juntaron cerca de una docena y se pusieron a escuchar música y a tomar chucherías de las de picar y a beber coca cola y cosas así.
Pero resultó que el del cumple se las arregló para que su hermano mayor les proporcionara unos botellines de “mojito” -ya sabes: ron y zumo de limón con algo de hierbabuena-.
Llevó un par de cajas, con lo que la panda se pudo tomar cada uno un par de ellos.
A las siete apareció Álvaro, un chico mayor, que el próximo año empezará la Universidad.
Se presentó con una botella de Ron Bacardí, una bolsa de cubitos de hielo, que compró en la gasolinera, unos vasos desechables y varias bolsas de patatas fritas.
Rápidamente se liquidaron toda la botella de ron a base de hacer cubalibres con la coca cola que aún les quedaba de las primitivas provisiones.
Entre los mojitos y los cubatas se achisparon bastante, no tardando mucho en empezar a morrearse, sobarse y darse alguna que otra mamada.
Parece ser que el promotor fue Álvaro, que dijo que como había contribuido a la fiesta con el ron y el resto del picoteo, las chicas debían tener con él la atención de hacerle unas chupadas.
Animadas como estaban, se apuntaron todas enseguida y Elena nos dijo que ella fue la última que se la chupó.
Álvaro no pudo aguantar más y acabó corriéndose apenas le sacó la polla de la boca: “me puso las tetas perdidas de esperma”, -dijo-.
Así que Elena se quedó en pelotas y se fue al agua a quitarse la corrida de encima.
Enseguida le siguieron todos, diciendo que así se espabilarían un poco de todo lo que habían bebido.
Al salir del agua y vestirse para volver a casa, Álvaro pidió disculpas a Elena por no haberse controlado cuando se corrió: la próxima vez procuraré hacerlo mejor, y le dio una pastilla.
Si te la tomas ahora te ayudará a que desaparezcan los efectos de la bebida.
Como resumen final, Elena dijo: Fue una pasada: sobos, morreos y mamadas.
Hubo una que se aficionó tanto a mamarla que no se contentó con una, sino que siguió prodigándose generosamente con las demás pollas.
Solo faltó follar, pero eso acabará pasando cualquier día.
Yo llegué a casa sobre las diez y media y no se me notaban nada los dos mojitos y los cubatas, -terminó Elena-.
Marisol preguntó si tenían previsto hacer más quedadas de esas y Elena le dijo que pensaban hacerlas todos los sábados del verano.
Chicas, -se dirigió a nosotras-: estáis todas invitadas; la que pueda, que ponga diez Euros para bebidas y así será más divertido”.
–¿Qué hiciste tú, Alicia, fuiste a la fiesta o no?
–Verás, Ernesto.
Yo soy la más joven del grupo porque cumplo los años justo antes de que empiece el curso.
En la clase no se me puede conceptuar de huraña, pero sí soy bastante reservada.
Escuché toda la historia que contó Elena y durante los siguientes días estuve dudando si acudir o no.
Por un lado pensaba que en mi situación no podría corresponder con ellas llevándolas a casa así que, como la invitación no fue directa sino genérica, pensé que si me invitaban expresamente diría lo que se me ocurriera entonces; si no lo hacían yo no tomaría la iniciativa.
Además me pareció que Elena no era muy de fiar, en cuanto a que fuera capaz de mantener la necesaria discreción; me temía que si yo fuera y, por alguna razón, me despendolara, Elena no tardaría mucho en divulgarlo, y yo no quería por nada del mundo estar en boca de los demás y crearme una fama que no me beneficiaría en absoluto.
No me invitaron expresamente, por lo que no fui; esa ha sido la ocasión más cercana de consumir alguna pastilla.
Me consta que ha habido más quedadas como aquella y que, tal como vaticinó Elena, al final ha sido más de una la que ha acabado por follar con varios.
He visto una grabación que lo atestigua.
–Muy bien, Alicia.
Así que estás virgen de drogas y de sexo.
Sin embargo, aún tengo que hacerte una pregunta más.
Tú y yo estamos viviendo lo que la gente normal podría considerar una aventura.
Muchos hombres maduros suelen presumir de sus aventuras amorosas con sus amigos, máxime cuando la “víctima” es una jovencita: ¿No tienes miedo de que sea yo quien divulgue todo lo que ha sucedido hasta ahora, o que pueda suceder en el futuro, entre nosotros?
–Tengo la intuición, por cómo te has comportado conmigo desde que nos conocemos, de que tú eres una persona seria, muy agradable y cariñosa: creo que serías respetuoso con mi intimidad y no lo divulgarías.
¿Has contado a tus amigos las aventuras que, sin duda, has tenido antes?
–Algunas veces sí que las he contado, incluso para que ellos también tuvieran la oportunidad de participar.
Pero, tranquila: en esos casos siempre ha sido con el previo conocimiento de la chica y su autorización para que lo hiciera; a veces no solo con su autorización, sino con petición expresa por su parte para que lo contara a mis amigos y pudieran ser partícipes de la fiesta.
Explicado convenientemente todo esto, creo que lo mejor que podernos hacer ahora es bajar a la sala de proyección, dijo Ernesto.
No se escuchará nada desde el exterior, ni ruidos ni luces.
Ahí estaremos más cómodos y podrás terminarte tranquilamente la ginebra ¿Tienes sueño?
Contesté que el sueño se me había pasado y sin dudar le dije que de acuerdo.
Ya me había bebido casi toda la copa de ginebra que Ernesto me había puesto, haciendo un gran esfuerzo para no bebérmela de un trago y que Ernesto lo advirtiera.
Ernesto cogió la botella de ginebra y su copa, yo cogí la mía y bajamos a su cine.
Encendió una luz muy tenue, nos acomodamos en los almohadones que había en el suelo y me preguntó si quería ver alguna película, pero me advirtió que eran, casi todas, algo “picantes”.
–¿Son pelis porno?
–Bueno, algo por el estilo.
Tengo muchas caseras, algunas comerciales, y bastantes bajadas de internet.
Creo que eso no te extrañará.
Soy separado, vivo solo y de vez en cuando me consuelo con alguna película subida de tono.
–Y te masturbarás cuando las ves, ¿No?
–Claro.
¿Tú no lo haces?
–Una vez le hice una paja a un chico del colegio, hasta que se corrió, pero era un soso; no aguantó casi nada y fue incapaz de que me corriera yo.
Llegué tan cachonda a mi casa que tuve que masturbarme sin descanso en el baño nada más entrar.
Últimamente lo hago más a menudo, sobre todo desde que veo a los tíos en pelotas en la playa y llego a casa bastante excitada.
A veces hasta me meto en la vagina alguna salchicha.
–Veo que ya has terminado la copa de ginebra, ¿Quieres que te ponga otra?
–Bueno; no sé cómo me sentará.
A lo mejor me emborracho y tienes que subirme a la habitación y acostarme, -la verdad es que estaba loca porque me pusiera otra copa-.
–Por eso no te preocupes.
Si llegara el caso me cuidaría de ti adecuadamente.
Continuará… Primeros excesos: Alcohol y sexo.
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