la santa iglesia
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
Acudiste nuevamente a la iglesia para encontrarte con el padre confesor, el estaba como esperándote por que le prometiste fervorosamente cumplir con la cita. Con esa mueca libidinosa el padre contaba las horas para escuchar de nuevo los pecados que te atormentaban. Por fin entraste al espacio donde se encontraba el confesionario. Lucias un vestido sencillo, de tela de lino que enmarcaba tu grácil cuerpo de púber, apenas doce años ya para trece el numero de la suerte, que suerte pero para el sacerdote.
En cuanto te miro sus ojos mostraron un brillo lujurioso, anhelante, su aliento entrecortado – haj haj haj- denotaba el impulso contenido desde el día domingo anterior en que le pediste que escuchara nuevamente aquella continuación de la confesión de tus inicios de zoofílica –el amor a tu mascota que él interpreto como el sacrilegio de la entrega que no de cuerpo pero si de espíritu al demonio del contacto intimo con la bestia- que la iglesia castigaba en otros tiempos con la hoguera, pero que en la actualidad es tan común como acariciar un perro o un gato.
Y bien hija mía, dime tus pecados, -espeto el prelado acercándose sospechosamente a tu cuerpecito -casi de niña pero despuntando las primeras redondeces que te hacían sentir culpable por aquello de que los chavos mas grandes que tu, te pedían un beso o pensaban en el favor de una caricia en los huevos- y que en parte motivaba aquel acercamiento a Dios, capullo aun pero con la carga psicológica de ser una futura ramera.
Padre me confieso que estuve acariciando a mi mascota, pero a la hora de darle de comer, me movía insistentemente la cola y como estaba agachada comenzó a lamerme mis cositas y sentí unas cosquillas que no me dejaron dormir, y tuve pesadillas donde soñaba que mi Roky me hacia suya, y era una pesadilla que se fue convirtiendo en un sueño que no he podido apartar de mi. Por eso recurro a usted para que con su intervención, dios y la virgencita me perdonen y me pongo en sus manos padres para que usted me ponga la penitencia.
¡Hija mía! has cometido sacrilegio y pecado mortal, no tanto por el animalito te haya olido tus partecitas, sino porque tu cabeza no puede apartar esos pensamientos pecaminosos del camino correcto de dios. ¡hay de ti! Yo no creo que alcances el perdón a tus pecados, esos pensamientos van mas allá de lo que yo pueda lograr y creo que te estas condenando de por vida.
¡no padre! Usted tiene que ayudarme, es usted la primera persona que sabe de mi pecado y necesito que usted se apiade de mi, debe pedir por mi por que si no lo hace, ya no quiero vivir este infierno, siento que en cualquier momento alguien mas lo va a saber…….Si Dios y el cielo no puede perdonarme y si usted no hace algo, no quiero vivir en esta pesadilla los días que me quedan, entonces ya no quiero vivir ¡ya no!
El sacerdote gozó hasta las últimas lagrimas que tu vertiste y mascullaba quien sabe que cosas en Latín y te abrazo atrayéndote a su regazo. Que dirá la gente que te conoce?, no quisiera saberlo.
Respondiste tu: No padre, usted me debe ayudar, me pongo en sus manos. Hare lo que usted me pida, rezare lo que haya que rezar, lo que usted me pida.
Lo que yo te pida?, pon atención a lo que me estás diciendo.
Si padre lo que usted me pida.
El recinto se quedo en silencio por un momento, el padre te dijo: reza hija mía, reza mucho (que de nada te va a servir porque yo seré tu guía en esta tu aventura de lujuria y concupiscencia pensó para sí), yo me retiro un momento para pedirle a nuestro creador para que te imponga la penitencia que salve tu alma, que te libre del pecado. Acto seguido se alejo del lugar.
A los 10 minutos, regreso para interrumpir tus plegarias que eran de verdadero arrepentimiento y culpa en tu corazón.
Hija mía, estoy compungido, la penitencia es muy larga y dolorosa y no sé si tú quieras avenirte a los designios del señor: el considera que tu mente está perdida porque descubrió los rincones más abyectos de los instintos humanos y que para redimirte tendrás que purgar tus culpas en una serie de flagelaciones y castigos que purifiquen tu alma, la única condición es que no lo sepa nadie más, será como el secreto de confesión y también que no hagas preguntas de por qué o para que. Tu aceptación deberá ser incondicional y sumisa para que seas salva y puedas entrar al reino de los cielos.
¿en verdad padre? En verdad me perdonara?
Siempre y cuando cumplas con lo que el te pida.
Yo me entregare a los castigos y torturas que el me tenga deparado para que mi alma y mi cuerpo sea salvo.
Momento, tu alma si, pero tu cuerpo es el que va a sufrir, tu carne es la que se sacrificara para redimir la culpa de tu alma.
De acuerdo padre así lo hare
Lo que sigue son las escenas más humillantes en la historia del mundo, el apoderamiento del espíritu por el hombre mismo, el arrancar de las entrañas de un cuerpo núbil, los alaridos mas espeluznantes en aras de la culpa, del pecado, del escarnio y la mentira.
El cura que era un padre más o menos joven – de unos treinta y seis años – alto, corpulento pues se daba a la buena comida y bebida y hacia un poco de ejercicio y gimnasia para apagar las llamas de la hoguera que representaban los ayunos de la carne y el tormento de la pasión, bien parecido y quizá por lo mismo tu lo habías elegido para que el fuera tu confesor, en ese sentido existía comunión; te hizo pasar a sus aposentos y te dijo:
es voluntad de mi padre que apagues este fuego que desde hace mucho tiempo me consume y no me deja vivir en paz, eres la elegida por él para que me salves.
Tú asentiste y se dibujo una sonrisa pensando que ya te estabas ganando el perdón que te prometiera. Hare lo que me pida padre.
Ni una palabra de esto a nadie.
No padre, lo guardare como un dulce secreto para siempre.
Ahora contare yo misma mis aventuras.
Me condujo a sus aposentos y yo me deje conducir pensando en el tipo de penitencias que me impondría, pero ni por un momento llegue a sospechar lo que urdía la mente de aquel engendro que dios había puesto en mi camino.
El padre hablo: Aquí en el centro de mi cuerpo, al igual que en el centro del tuyo, tengo un instrumento que me atormenta, que no me deja dormir en paz desde hace tiempo, mas o menos como el que a ti te puso en mi camino. Quiero que apagues aunque sea un poco el fuego que me consume para que sea perdonado yo también.
Aquello era impresionante, le colgaba la verga de entre las piernas ( yo no había visto ni en sueños una así), quizá porque era de raza negroide, pero aquello era escalofriante, contuve la respiración y después comencé a respirar agitadamente, me acerque poco a poco como reflexionando si aquello valía la pena ( y concluí que era además una buena oportunidad de satisfacer mi curiosidad que me aguijoneaba desde aquella noche en que me entregue en sueños a mi mascota).
Quiero que me lo toques.
yo largue mi linda mano, regordeta aun con mis uñas bien recortadas y comencé a acariciar aquella piel del capullo que escondía una cabeza como el fruto de flor amarilla que crece en el patio de mi casa y que es como la cabeza de aquello que veía). Mediría como veinticinco cm y aun estaba dormida, colgaba pues: las bolsas de los testículos llegaban a la mitad. Pensaba: no será que por esto que se decidió a ser sacerdote? Esto es verdaderamente cosa del diablo.
Conforme lo comencé a acariciar, aquello se fue poniendo duro y como a desenrollarse, pues estaba inicialmente un poco torcido. Comenzó a levantarse y como a palpitar, tratando de llegar al ombligo, crecía y se engrosaba aun mas. Finalmente tuve que emplear ambas manos y apenas podía asirla, era un fenómeno. Media ya erecta alrededor de los 30 cm y era tan gruesa como la del burrito que mi papa tenía en el rancho. Un verdadero garrote. Yo no podía ni hablar, el lo sabia y me dijo:
no hables, comienza a besarla y luego me la chupas.
Cuando ya llevaba unos minutos de hacerlo, se puso lisa la piel violácea que cubría aquella cabeza, palpitaba verdaderamente, el resto del cuerpo estaba lleno de venas como un bejucal, estaba caliente, aquello estaba muy caliente. Ahora le besaba la cabeza y no podía ni introducírmela en la boca, hasta que me di mis mañas y casi se me desarticula la quijada. Me ahogo, me ahogo! Decía y el ya me había tomado de los cabellos y me bombeaba con aquella serpiente. Vomité el jugo que me había tomado temprano. Me dio unas servilletas y me limpie la boca. Me agarro las manitas y me instruyo de cómo masturbarlo, yo estaba temblando de la emoción, estaba aprendiendo como ser una putita dentro de la iglesia. Reflexione: habrán mas putitas como yo en la iglesia? Si yo lo pensaba seguramente mi respuesta era si.
Me costaba trabajo seguir con aquello porque la mandarria se me escapaba de las manos, de tanto respingo y saliva, se me resbalaba como una anguila, como una mojarra tilapia.
Me aparto bruscamente y se abalanzo hacia mí sobre un sofá amplio, allí sin quitarme el vestido prácticamente me bajo los tirantes y me subió la parte inferior del mismo, así que sin quitármelo, expuso ante sus ojos mis atributos, los pechitos que me venían brotando y que con la emoción resaltaba la areola y el pezón hasta sentir dolor cada vez que me rozaba o besaba, la panochita que solo tenía un pequeño bozo sobre la horquilla de los labios mayores.
Como si él fuera muy diestro, mientras me metió un dedo en la boca que yo comencé a chupar, con la otra mano me toqueteaba los pezones, con la cara metida entre las piernas comenzó a chuparme el clítoris haciendo que me quebrara prácticamente del cuello, colgando la cabeza en el borde del sofá y dejando a su capricho mis pechos y las piernas abiertas que exponían a su lengua mis labios virginales que ya estaba muy hinchados – creo que también los labios de mi boca estaban hinchados pues no soltaban su dedo. No pude soportar mucho tiempo, comencé a sentir un cosquilleo por mi espalda que recorrió todo mi cuerpo: el cuello, mis pechos detrás de mis orejas, mi vientre mis piernas en fin, se dirigía hacia el centro de mi cuerpo, mi pelvis, mi pubis, mi clítoris. Ha!, ha!… un orgasmo, y después otro porque el no se movía de su posición, estaba yo desfalleciente.
Cuando comenzaba a desentumirme, cambio de posición y aprovechando la gran cantidad de lubricante natural que manaba de entre mis labios vaginales – junto con la saliva por el depositada- me penetro bruscamente acomodando los primeros 5 cm de su verga enorme. No entraba mas por el diámetro pero el seguía empujando con el mete saca que finalmente fue relajando mis paredes vaginales. No lo puedo creer, a punto de desfallecer comencé otra vez a sentir la misma descarga que había precedido la penetración y me abandone al dolor- no podía ser mayor al pecado cometido- lo vi sobre mi entregado al loco frenesí como un macho cabrío con una seguidilla que he visto en los perros en brama, escuchando el ruido característica al penetrar su gran verga en mi chochito que ya se había dilatado enormemente de tal suerte que esta se perdía hasta el fondo de mi vagina y no lo podía creer.
Pero así era. Yo lo abrazaba por la espalda y el casi me estrangulaba pues me tenia asida del cuello. Casi no podía respirar y eso enardecía mi cuerpo, mis senos, mis nalgas, mi clítoris, todo, todo, el comenzó a contorsionarse y en sendas sacudidas de su pelvis y su abdomen, sentí inundada la vagina escuchando como un chorro de agua el exceso de semen que escapaba de los bordes de mis labios menores, el casi lloraba, ay, ay, ay, decía me aprietas, me matas. Yo sin saberlo le estaba dando una venida con chuchito, comprimiéndole el pescuezo de la verga rítmica y acompasadamente durante un buen rato, hasta que el rodo del sillón quedando tirado viendo el cielo, con los ojos en blanco y quejándose. Yo me pare sobre su cara conteniendo el esfínter de mi vagina y ya estando a pocos centímetros de su rostro, le vacié el contenido de todos los jugos mesclados dentro de mi vagina (semen, efluvios míos y también algo de mi sangre) como era impresionante la cantidad de semen acumulada quien sabe desde cuanto tiempo atrás.
Con sorpresa para mi en ningún momento sintió asco, sino que comenzó a beberlo y en el clímax de mi entrega y complicidad, yo me incline para besarle la boca y en el límite de lo patológico comenzar a pasarnos el elixir de nuestro primer encuentro -que aun tengo girando alrededor de mi cabeza y se ha vuelto otro sueño circular que me alimenta mientras lo vuelvo a visitar- y después para terminar comencé a verter mi orín sobre su cuerpo para lavar los restos de la leche que todavía quedaba impregnada.
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