Los maduros y sus placeres – I
La experiencia es la madre de la ciencia..
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Relatos cortos nº 1: REBECA – I
– ¿Y se puede saber que cojones te pasa a ti para decirme delante de mi madre que soy una cría?
Quien a casi grito pelado me hablaba así desde la calle, era Rebeca, una nueva vecina mía de escasos 12 años, casi normal en todo menos en sus tetas, que eran maravillosas mandarinas perfectamente comestibles.
– Me paso la vida diciéndole a mi madre que ya soy una mujer para que me deje salir, me deje fumar, tomar licor y hasta me deje follar, y vas tú, y ayer le dices al saludarla estando conmigo, «a donde vas con esa niña tan guapa». Niña ¿cómo voy a ser una niña con las ganas de follar que tengo? Tú mismo ¿quieres follarme y lo verás?
Y claro, me la quedé mirando. Llevaba un vestido corto veraniego que permitía ver unas piernas normales con muslos macizos, culo relativamente marcado, cuerpo proporcional con el resto, un rostro agradable sin más, con una boca algo grande de labios relativamente carnosos, ojos que en estos momentos arrojaban rayos laser contra los míos… y esas tetitas bien desarrolladas, y que debían tener unos preciosos pezones que se le marcaban perfectamente.
Pero a veces y aunque ya tengas 59 años y montañas de experiencias, no eres consciente que, mientras mis ojos miraban esa tetuda niña, mi cerebro miraba y pensaba otra cosa, y mi polla empezaba a crecer, y tal y como estaba yo tumbado en mi hamaca con pantalones cortos, el crecimiento de mi polla se notaba más que perfectamente. Y esta niña ¡porque era una niña!, dejó de gritarme, sonrió, se acercó a mí y sin importarle que mi pequeño jardín diese a la calle, puso su mano sobre mi polla y la acarició.
Yo me levanté más rápido que si me hubiese picado un escorpión, y sin darme tiempo a pensar, la muy hijaputa me dice:
– O me follas ahora mismo o empiezo a gritar que quieres violarme, y toda la calle se enterará y tú irás a la cárcel. Menuda polla se te ha puesto ¡violador!
Yo no podía creerme lo que me estaba pasando. Una maldita cría me estaba poniendo entre la espada y la pared, y la muy cerda seguía sonriendo mientras me decía:
– No se te olvide Fernando, las muchas veces que en la escuela nos previenen de los violadores y pederastas como tú. Y hasta mi madre, que es más puta que las gallinas, me previene ¿de dónde crees que aprendo estas cosas? Pues ya sabes y no pierdas el tiempo, quiero polla y la quiero ahora.
– Rebeca, ahora no es posible entrar tú conmigo en mi casa. Mira esas mujeres que están frente al super, nos están mirando porque tú me has estado gritando. Ven dentro de un rato, dejaré la puerta de la verja abierta y la de mi casa también, y podrás entrar y hablaremos.
– Que no Fernando, que no. No quiero hablar. Quiero fumar, quiero beber licor y sobre todo quiero follar. Y me tiene igual chillar que me violas desde este patio que desde dentro de la casa, así que si entro será para que me folles ¿queda claro o tu cerebro no entiende lo que entiende tu polla… mira como la tienes de dura?
– De acuerdo, te follaré. Ven cuando esas mujeres se vayan y nadie te vea entrar.
Recogí la hamaca, entré con ella a la casa, la deposité como siempre junto al armario de la entrada y me dirigí al salón, me senté en el sofá y encendí un cigarrillo. Estaba tenso, desorientado, nervioso, sin saber qué hacer porque ¿qué puede hacer un adulto como yo, soltero, camionero de toda la vida, follador nato de jovencitas, con una cría de unos 12 años que encima me chantajea. Y antes de darme cuenta, oí como la puerta de la calle se cerraba casi sin ruido y entraba ella ¡pero ya no era ella!
Se había cambiado. Ahora llevaba una camiseta ultraligera de tirantes que casi dejaban la totalidad de sus pechitos al aire. Y una faldita de cuadritos como del cole, pero que solo le tapaba algo más que el culo. Me miró desde la puerta del salón y sin más, se quitó la camiseta y con ella en la mano se acercó lentamente. Dios mío, yo os había dicho que tenía un par de mandarinas preciosas pero no era cierto. Sus tetas, que ya no tetitas a esa edad, eran casi naranjas con unas areolas y pezones preciosos y muy destacables, que me la pusieron más dura aún si eso era posible.
Dejó la camiseta sobre el sillón y ahora su rostro ya no era sonriente, era más bien tenso. Cogió mi cigarrillo y empezó a fumarlo con toda naturalidad mientras su mano derecha se introducía dentro de mis cortos pantalones, y poco a poco iba agarrando mi polla. Cuando la pudo coger bien y comprobó su tamaño con su mano, dijo:
– Joder Fernando ¡menuda polla… me vas a destrozar!
– Entonces Rebeca, mejor lo dejamos, porque no tienes ni idea de la leche que saca
– ¡Ni de coña! Jamás he tenido nada parecido a esto entre mis manos y ¡ya era hora! Vas a follarme y no solo ahora, sino que todos los días vendré a verte.
Mientras dejaba el cigarrillo quieto entre sus labios, abrió el corchete de su falda y la dejó caer ¡no llevaba bragas! Dioses del Olympo ¡qué vulva más majestuosa y poderosa! Era un imán para mis ojos. Una preciosa colina sin césped, maravillosamente sonrosada entre sus dos piernas y en la que se destacaba un pequeño corte en su centro ¡la entrada de su divina cueva y que yo iba a atravesar sin misericordia alguna! Se quitó el cigarrillo de la boca, expulsó su humo hacia mi rostro y sonriendo me dijo:
– ¿Te gusto, cabrón de mierda? He tenido suerte de encontrarte a ti con esa preciosa polla que estoy tocando. Te voy a convertir en mi macho personal, en mi semental, vas a hacer todo lo que yo te ordene o te denunciaré por violarme. Y no pierdas más el tiempo ¡fóllame ya!
Tiró el cigarrillo al suelo y se puso a mi lado en el sofá ofreciéndome toda la panorámica de su cuerpo y su culo. Y en ese momento perdí todo mi juicio y mis principios si alguna vez los tuve. Tenía un culo carnoso, sonrosado, prieto, y con dos agujeros de placeres celestiales a mi vista y a mi lado. Me arranqué más que quitarme, el pantalón y el calzoncillo, y me tiré sobre Rebeca.
Su cuerpo era grácil, suave, su piel, aunque ligeramente sudada por el calor y los nervios, era sencillamente placentera. Mis manos resbalaban por todo su cuerpo y cuando mi fuerte y grande mano derecha cogió su vulva y la estrechó, casi se corre del placer. La besé en la boca, le metí mi lengua hasta el fondo de la misma y ella se arrojó sobre mí, y me abrazó nerviosamente devolviéndome cada uno de mis besos mientras me decía:
– Hazme feliz Fernando, fóllame duro y hazme tuya para siempre.
No pude aguantarme más. La cogí con mis manos y la apoyé sobre el brazo del sofá entre las risas nerviosas de la niña que sabía lo que vendría ahora. Ese culo y esos dos infantilmente divinos agujeros me atraían con locura. Jamás había visto y mucho menos disfrutado, de esta posibilidad de hacerlos míos y de gozar con ellos y menos a mi edad. Pero Rebeca quería follar duro y yo la iba a follar duro sin importarme nada más.
Separé sus glúteos, incliné mi cabeza sobre ese pequeño espacio que los cobija y mi lengua penetró con fuerza, con furia, con un desbordante deseo de sentir esa sensación tan primitiva del sabor anal y del vaginal de una preadolescente. Mi lengua penetraba alternativamente en cada agujero y jugaba unos momentos con él, mientras la niña me insultaba, me pedía más, y que la follase de una puta vez. Estaba muy excitada, tan excitada, que en pocos minutos tuvo una corrida que la estremeció. Sorbí tan maravillosos néctares recién salidos, y me di cuenta que su cuerpo se había relajado.
Aproveché esa relajación. Me incorporé, me acerqué desde atrás a ella, y sin avisarle, apoyé mi glande en la entrada de su pequeño coñito y me dejé caer sobre ella… tapando con mi mano su boca para que no se oyese el enorme rugido que iba a salir de su garganta… ¡y que realmente salió! Su grito fallido fue brutal, pero no solo no sentí compasión por ella, al revés, me excité como jamás creí posible.
Casi la penetré hasta el fondo en ese primer golpe. Mientras seguía con mi mano tapando su boca, mi otra mano agarraba su cuerpo para que dejase de moverse. Si la niña quería ser follada, iba a ser terriblemente follada. Ya no me importaba lo que me pasase si me denunciaba, solo quería satisfacer mis deseos más salvajes, deseos que ella misma había provocado. Sus tetitas eran duras, sus pezones desarrollados y mis manos las aplastaban y apretaban cruelmente sus pezones. La estaba volviendo a calentar.
Mi polla, pese a la fuerza que yo hacía, entraba lentamente, muy ajustada a sus paredes, como pegada. Incluso pensé en que me estaba follando a una niña virgen, pero ¿cómo pensar que Rebeca fuese virgen con esa forma de hablar, de fumar, de desear llenarse de licores y de dirigirse a las personas maduras como yo? Pero pensase yo lo que pensase, su coño era muy estrecho. Mi polla se pegaba a las paredes y el cuerpo de la niña bailaba para todas las partes, ya que no es nada cómodo follar en un sofá estando yo de rodillas detrás de una niña tumbada sobre el brazo.
– ¡Para, para, maricón de mierda, para, que me estás destrozando y me haces mucho daño! Para, Fernando por favor! Esa polla más parece un brazo. ¡No puedo más!
– No Rebeca, no voy a parar, tú deseabas follar y follar duro, y te estoy follando tal y como querías. Me es igual que me denuncies porque el placer de esta follada me durará hasta más allá de mi tumba. Como me es igual si te quedas preñada, porque te estoy follando sin condón y me voy a derramar dentro de ti, voy a llenarte de semen.
– No joder no, no me tomo nada y estoy entre dos reglas. No me jodas Fernando.
Pero si, la jodí. Aunque ella se corrió otras dos veces, y la segunda vez fue tan intenso su orgasmo que me mordió la mano de su boca. Jamás he deseado a nadie como la estaba deseando a ella. Ni jamás había follado a nadie con las ganas que tenia de destrozarla a ella. Mi polla entraba y salía muy apretada, extraordinariamente apretada a su vagina, y ese mismo placer me impulsaba a hacer locuras, a disfrutar más aún de ese pequeño cuerpo tan lloroso e inquieto.
Pero yo la seguí forzando. Pellizcaba sus pezones, agarraba como loco sus tetas mientras mi polla destrozaba y dilataba como nunca ese coñito. Y ya cuando el cuerpo de la niña era una madeja de lloros y mocos, me corrí dentro de ella. Totalmente dentro de ella, Hasta el último espermatozoide y sin importarme nada más que mi placer.
Poco a poco fui dejando ese cuerpecito sobre el brazo del sofá, mientras yo sacaba mi polla de su estrechísimo canal vaginal y disfrutaba viendo como poco a poco, mi espeso semen abandonaba esa preciosa y estrecha cueva. Cuando de repente, oigo como la muy puta de la niña, con voz entrecortada y nerviosa me decía:
– Qué cabrón ¿has disfrutado mucho follándote a una niña virgen y con ese pollón de bestia? Joder, no me imaginaba tanto placer ¡ha sido una pasada!
¡Joder con la niña… realmente era virgen… hasta ahora!
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Libre95 ** [email protected]
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Este título de «Los maduros y sus placeres», es un conjunto de «relatos cortos» que iré escribiendo por solicitud de bastantes lectores. Espero os gusten y los puntuéis bien. Y si no os gustan, los dejaré. Gracias por leerme.
Buenísimo amigo, espero que no tardes en continuar con los relatos, estos como maduro vicioso me ponen durusimo
Excelente muy excitante.
Extraordinaria historia