¿Maduras? … Dejadlas a mí …
Sentada en una tumbona estaba una señora de unos cuarenta años, vestía solo la parte de debajo de un pequeñísimo bikini.
Lo primero que hice luego de graduarme y obtener mi primer empleo fue arrendar una casa pequeña en un sector de clase media acomodada. Tenía finalmente un lugar todo para mí y me prometí disfrutarlo a concho … y así fue.
En la universidad ya había probado prácticamente de todo con las chicas, el sexo con ellas era casi a diario. Había aprendido a disfrutar del sexo libre y sin compromisos, afortunadamente nunca faltaron voluntarias que la pensaban igual que yo.
Lo más reconfortante en mi vida en lo sexual, es que, durante la secundaria, había descubierto que había algo mucho más emocionante que follar con jóvenes chicas, y esto era simplemente follar a sus madres. Muy temprano entendí que mi fetiche eran las mujeres maduras, las mujeres de verdad, mujeres reales y dispuestas a todo.
La primera vez, tenía una cita con un compañero de colegio de familia adinerada. Llegué a la dirección que me había proporcionado, los guardias del condominio luego de escribir todos mis datos personales me indicaron donde estaba la propiedad y me fui para allí caminando. Había un lujoso Porsche estacionado a la entrada de la casa, pero no había un maldito timbre, toqué a la puerta varias veces y nadie salió a abrirme, entonces rodeé el jardín y entré por la parte trasera, pasando unos setos me encontré con una piscina mediana, sentada en una tumbona estaba una señora de unos cuarenta años, vestía solo la parte de debajo de un pequeñísimo bikini y sus enormes tetas brillaban con protector solar. No me escucho porque tenía unos pequeños audífonos puestos y evidentemente escuchaba algo de su celular.
Me paré frente a ella e hice sombra con mi cuerpo, ella se percato de mi presencia, pero no se alborotó ni se asustó, solo bajo sus sofisticadas gafas de sol y me miró inquisitivamente. Era la madre de mi amigo que tomaba sol en toples. Me puse rojo de pies a cabeza, yo la había visto varias veces antes, pero siempre vestida con vestido o con pantalones y remera, se notaba un poquito entradita en carnes y al parecer todos esos kilos demás se concentraban en sus esplendorosas tetas, me dijo:
—¡José! … ¿Vienes por Roberto? …
Su hijo se llama Roberto y somos compañeros de colegio.
—Sí, señora … pero veo que no está …
—Bueno es culpa de su padre que vino a última hora y lo llevo a Valparaíso … no sé si volverán esta tarde … ¿Y tú que haces en medio a este calor? … ¿Quieres un jugo o una bebida? … acomódate un rato en esa tumbona de allí …
—Está bien, gracias … ¡Emh!, un jugo estará bien …
Se echó hacia adelante y con el contrapeso de esas maravillosas ubres, se levantó de su silla playera, se dirigió hacia la casa y no pude evitar de mirar sus blancas nalgas y su bikini perdido entre sus glúteos carnosos, volvió al cabo de unos minutos y me tendió un gran vaso de jugo fresco y frio.
—Señora … vine porque pensaba que podríamos estudiar … ya estamos a fin de año y tenemos que reforzar varias materias para los exámenes …
—Pues creo que lo tendrán que hacer otro día … Roberto no creo que vuelva esta tarde … quizás mañana …
Sorbiendo lentamente el jugo, mis ojos no se despegaban de su chocho, el bikini era estrecho y se amoldaba dibujando claramente los gruesos labios de su vulva, sin siquiera poder evitarlo mi verga inició a levantar la delgada y fina tela de mis pantalones cortos. Sin mediar dialogo, ella se volvió a levantar de su silla y apuntó directamente a la protuberancia de mis shorts:
—Al parecer tu amiguito necesita una ayuda … ya que tú y yo estamos cachondos … ¿Por qué no nos masturbamos juntos? …
Me resultaba difícil creer de haber escuchado lo que me había dicho, pero ella simplemente desplazó su bikini hacia un lado y volvió a sentarse con sus piernas abiertas y sus dedos acariciando su coño enfebrecido. Rápidamente pensé ¡¡Que demonios!! Y me baje los shorts para dejar que mi pija blandiera amenazantemente el cálido aire. Bajo las oscuras gafas no sabía si me estaba mirando o no, pero al parecer sí lo hacía, se ladeó un poco y pasó una mano debajo de su muslo izquierdo e inserto dos dedos en su chocho, mientras con la otra mano frotaba su clítoris. Por supuesto mi joven edad me traicionó y muy pronto exploté lanzando potentes chorros perlados en el aire, sentí el chapoteo de sus dedos profundamente en su coño y lanzando unos gemidos avasalladores, se corrió con una mueca de lujuriosa agonía en su rostro maduro. Se levantó con sus piernas temblorosas y me dijo:
—Ha sido bello … quizás lo volvamos a intentar en un futuro cercano, ¿te parece? …
Me despidió con un beso en la mejilla y me fui sudando bajo el sol de noviembre. No paso nada más, pero esa no fue la única vez que nos vimos. Pero debo admitir que fue el comienzo de mi fetiche con mujeres maduras. Bueno, esto es solo parte de lo que les quería narrar, la historia es otra, vamos a ella.
Bueno como dije al principio, me hice de un lugar propio y me dediqué a surfear en la internet a la búsqueda de mujeres maduras, quería volver a sentir lo que solo ellas me hacen sentir. No pasó mucho tiempo antes de obtener respuesta de una mujer de verdad. Intercambiamos algunos correos cachondos y también fotografías, decidimos de encontrarnos en mi casa.
Era una señora de unos cincuenta años, divorciada, una mujer de carrera profesional. Se había producido elegantemente para la ocasión, su apariencia era exquisita y refinada. Apenas pude controlarme cuando la vi en el umbral de la puerta frente a mí, tampoco fue necesario, ya que ella en vez de estrecharme la mano, metió su extremidad en medio a mi entrepierna y aferro mi miembro flácido, era ligeramente más alta que yo encima de esos tacones altos, se inclinó y me preguntó:
—¿Me esperabas? …
Había un brillo de fuego en sus ojos que me hechizaban y hacían erizar la piel. Cómo lo habíamos conversado ampliamente de antemano, ninguno de los dos estaba interesado en chacharas superfluas y de allí a poco, nuestras prendas comenzaron a volar por los aires. Estaba en el edén cuando frente a ella, la rodeé con mis brazos y abrí su sostén. Mis manos se deslizaron y aferraron las copas de la prenda que escondían unos pechos grandes, exuberantes y bien formados, sus pezones eran excepcionales y sus areolas majestuosas. Mi verga se alzó pulsante y vibrante, ella se dio cuenta del efecto de sus senos y los apoyó en mi pecho, mi corazón latía desbocado.
Ella se dejó caer en sus rodillas y mi pene emergió entre sus tetas enormes. Si hay algo que debo remarcar, es que las mejores mamadas las hacen las mujeres mayores de cuarenta, todas las demás son principiantes aficionadas. Al cabo de algunos minutos y sin poder evitarlo, sus chupadas y los girones de su lengua tuvieron el resultado esperado y descargué una copiosa remesa de esperma en su jugosa boca. Ella me miró un tanto sorprendida y decepcionada. Le sonreí diciéndole:
—No te preocupes … esto no es todo … estamos lejos de haber terminado …
No sé cuanto tiempo estuve empeñado a jugar con sus tetas, pero no había modo de conformarme, sus increíbles pezones tenían que ser lamidos, chupados, mordidos, exprimidos, magreados, etc., etc. A Dios gracias, ella parecía disfrutarlo tanto como yo.
Me hizo señas de que le acercara su bolso, se lo pasé y de él sacó un enorme consolador negro marrón.
—¿Sabes cómo se usa uno de estos? …
Había visto varios, pero nunca había tenido uno así en mis manos. Cuando me vio que lo miraba interrogativamente, me dijo:
—¿Tienes imaginación? … ¡Pues úsala, fóllame! …
Me deslicé entre sus muslos y hundí mi cabeza en la convergencia de sus piernas. La esencia que emanaba su coño era portentosa, creo que justo en ese instante mi verga comenzó a resucitar otra vez, mi lengua aterrizó sobre su coño chorreante, el exquisito sabor hizo que mis ojos se encendieran de lujuria:
—¡Más! … ¡Más! … ¡No te detengas! …
Imploraba ella mientras mi lengua incansablemente sondeaba las profundidades de su vagina ardiente. Me senté a su lado arrodillado, ella abrió sus ojos inquisidores preguntándome porque me había detenido, entonces comencé a lamer el consolador cual, si fuera una polla de verdad, ella me miraba con una sonrisa de complacencia viéndome saborear los fluidos de su coño directamente del dildo, evidentemente le gustaba lo que veía. Cuando ella y mi excitación alcanzaron nuevos ribetes, volví a darme un chapuzón en su coño encharcado y empujé el falo ficticio dentro de ella, lanzó un chillido y yo me acomodé a beber de su fuente inagotable de fluidos. Puse una mano en su vientre mientras se retorcía de placer pasando de un orgasmo a otro sin descanso.
En el intertanto, mi polla se había endurecido como un monolito de granito, saqué el consolador de su concha, se lo metí en el culo y enterré mi pija en la intensa incandescencia de su panocha. Aulló como un animal y se contorsionó como una anaconda tratando de estrangular el dildo y mi pija con sus dos agujeros calientes. Al momento de comenzar a correrse volvió a aullar cómo una loba, se corrió consecutivamente al menos tres veces, me pidió de detenerme, entonces le hice que me prometiera que volveríamos a encontrarnos sino no me detendría. Rápidamente ella prometió y juró volvernos a ver y dejé de follarla.
Se acomodó en el diván y me dijo que me iba a dar la mejor mamada de mi vida visto que yo me había corrido solo una vez.
—Déjalo a mí …
Me dijo y se arrodillo entre mis muslos. Su cálida mano envolvió mis cojones y su lenguas comenzó a dejar trazas de saliva en mi pene.
—¡Quiero ver si te han hecho probar esto! …
Y sin preámbulos chupó un poco su consolador y lo empujo con suavidad en mi trasero, créanme que lo disfruté. Sentado allí con los labios más increíbles y la lengua más exquisita jugando con mi pija enardecida, mi esfínter comenzó a contraerse deliciosamente, su consolador bombeaba mi culo con intensos movimientos, giro la tapa en el extremo y comenzaron unas vibraciones que me enviaron al cielo. Puse todo el autocontrol que pude, hice de todo para evitar lo irrefrenable, pero no me pude contener y disparé una abundante ronda de semen en su boca.
Apagados y sudorosos, permanecimos en silencio, sentados juntos en el sofá. Luego, rápidamente me dijo que su agenda le impedía quedarse por más tiempo y comenzó a vestirse. Acordamos de vernos nuevamente, le dije que le haría ese culo suyo esplendido la próxima vez y ella dijo que también lo haría ella a mí, nos dimos un último beso y nos despedimos con la promesa de vernos el fin de semana siguiente, pero esa es otra historia.
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