María Clara, la entrega
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
Un día, una noticia llegó a oídos de Ernesto: su vecino, Don Ricardo, un gaucho que pisaba los 50 años, fuerte y macizo como todo hombre de campo, había decidido vender su estancia, lindera a la de Ernesto.
Viendo la posibilidad de comprarla, éste invitó al vecino a cenar, y a hablar de negocios.
Don Ricardo había heredado un pequeño campo de sus padres y, a fuerza de sacrificios y esfuerzos lo fue mejorando, compró tierras de vecinos y llegó a tener un establecimiento que le permitía un pasar desahogado y tener un buen capital de reserva.
Pero don Ricardo no era feliz: había consagrado su vida a aquel campo, lo había hecho el motivo de su vida, pero ni siquiera se había casado. Y ahora, con un buen pasar y bastante dinero en el banco, había decidido dedicarse a vivir.
Pero el pueblo le quedaba chico. Las mujeres en edad de casarse con él estaban desgastadas por la vida rural y las chiquilinas (que eran su debilidad) lo veían como un viejo
Por eso, había decidido vender todo e irse a la ciudad, donde tendría todas las mujeres que quisiera, y cuando más jóvenes mejor.
Mientras se confesaba de esta manera con Ernesto, una idea cruzó por la mente de éste, acostumbrado a realizar los más brillantes negocios.
Como al pasar, invitó a don Ricardo a tomar el café en su escritorio, mientras le prometía mostrarle algo que lo dejaría pasmado. Curioso, el gaucho fue tras la silla de ruedas, empujada por el fiel Raoul.
Una vez en su escritorio, encendió el televisor de 52”, metió un DVD en la computadora y en la pantalla aparecieron, nítidas y perfectas, las escenas de una sesión de sexo entre Raoul y María Clara, filmada por Ernesto.
La sorpresa de don Ricardo no podía ser mayor: allí estaba Raoul, el enorme negro a quien ya conocía, con una chiquilina de rostro angelical y un cuerpo de diosa, teniendo un sexo salvaje, besándose, con sus cuerpos entrelazados, ella siendo penetrada por la gigantesca verga del negro, retorciéndose de placer y tensando su cuerpo para acabar en orgasmos increíbles, empalada por ese enorme trozo, o arrodillada delante de Raoul, chupando delicadamente su pija, lamiendo su enorme glande, hasta que el esperma saltaba como una catarata y le cubría el rostro.
Cuando terminó el DVD, don Ricardo no salía de su asombro.
– Dígame, Ernesto, de donde sacó esa maravilla. Le doy lo que quiera por una noche con esa nena..
Había llegado, él solo, al punto que Ernesto esperaba.
– Mire don Ricardo, podemos hacer un negocio: usted me da un año para pagarle su campo en cuotas, y va a tener a esa chiquilina durante todo un mes a su entera disposición. Día y noche, lista para que usted le haga lo que quiera, jajaja..
El hombre prometió pensarlo, y se volvió a su casa, pensando en las increíbles escenas que había visto, y con una calentura terrible por esa nena que era una maravilla para el sexo.
Las imágenes de lo visto lo acompañaron durante varios días, hasta que cedió a sus instintos, y al deseo de poseer esa pequeña.
Como a la semana concertó una cita con Ernesto, se reunieron, y ultimaron los detalles: Don Ricardo podría tener, durante un mes, a la hora y por el tiempo que quisiera, a la chiquilina, que no podría ser tocada por otro hombre durante ese mes, con la única condición de que la niña no podría salir de la habitación. Ernesto no quería arriesgarse a perderla.
Si bien esta última cláusula no le gustó mucho, Don Ricardo aceptó.
Entonces, Ernesto le preparó una sorpresa que su vecino seguramente no esperaba..
Cuando faltaban pocas horas para que Don Ricardo viniera a cobrar su deuda, Ernesto entró a la habitación, empujado como siempre por Raoul, con una enorme caja, que había mandado pedir a Buenos Aires.
Se la dio a María Clara y le dijo:
– Tomá , ponete esto.
Pensando en una sorpresa, la pequeña abrió la caja y se quedó pasmada: allí había un ajuar de novia; zapatos, medias adherentes, portaligas, velo, largos guantes blancos, corpiño y una mínima tanguita, todo en color blanco. Era el ajuar de una novia, pero sin el vestido.
Lo miró interrogativamente a Ernesto, y este repitió la orden:
-Poneteló.
María Clara, sin entender mucho, cumplió la orden. Cuando terminó, se veía realmente impactante.
La ropa realzaba su escultural cuerpo, y el velo dejaba traslucir su hermosa cara de niña..
Ernesto maldijo por enésima vez su impotencia, y se retiró de la habitación, sin dejar de ordenarle que se quedara con ese atuendo.
A los pocos minutos se escuchó el bramido del motor de la camioneta de Don Ricardo, que entró en la estancia a toda velocidad: quería poseer, de una vez por todas, a la pequeña.
Ernesto lo recibió, y juntos entraron en la habitación.
Don Ricardo no salía de su asombro: allí estaba la criatura más adorable del mundo, una visión soñada, semi desnuda, como si fuera una novia que estaba esperándolo para comenzar su luna de miel. Ernesto no pudo dejar de reírse por el asombro de Don Ricardo, y le explicó:
– Como usted nunca se casó, y ella tampoco, me gustó la idea de un casamiento simulado entre los dos. Por eso la vestí así .. ¿ qué le parece.¨?
Don Ricardo no articulaba palabra, y miraba lascivamente a María Clara, que no entendía que pasaba.
Ernesto la llamó, los presentó, y le dejó a la niña su mensaje:
– Este es Don Ricardo, tu nuevo novio. Durante un mes vas a ser solamente de él, nadie más te tocará, y vas a hacer y a darle todo lo que te pida. No quiero escuchar ni una queja de Don Ricardo, porque eso me enojaría mucho, y serías castigada. No podés negarle nada, ¿entendiste?.
Tras lo cual hizo girar su silla de ruedas, y desapareció tras cerrar la puerta.
La situación era tensa. Don Ricardo no podía creer que tenía a su disposición a esa criatura perfecta, e inclusive, se sentía cohibido por semejante belleza.
Se acercó lentamente, tomó su cara entre sus manos, y le dio un largo y apasionado beso, que fue devuelto fogosamente por María Clara
Ricardo se desvistió rápidamente, y cuando se sacó el calzoncillo, apareció su aparato, tieso y erguido por la excitación.
Si bien no alcanzaba las dimensiones de la pija de Raoul, se veía duro y firme
El gaucho avanzó hacia María Clara, y comenzó a besarla en todo el cuerpo, mientras arrancaba, con brutales manotones, el ajuar de la pequeña.
Muy pronto María Clara quedó desnuda y y Don Ricardo, en su terrible calentura, y también desnudo, la levantó en sus fuertes brazos, le besó las tetas, la cara y todo lo que quedaba al alcance de su boca, para depositarla en las sábanas negras que había preparado Ernesto.
La escena no podía ser más excitante: aquella muñeca de carne, de curvas perfectas, cuya piel de seda contrastaba con las sábanas negras, lo esperaba, insinuante.
Los pechos, redondos y perfectos, coronados por sus pezones erectos, delataban su calentura.
Y las piernas, suaves y de formas perfectas, lo atraían irresistiblemente.
Se echó entonces sobre la pequeña, chupando los pezones, amasando sus tetas, besándola en los pechos y el cuerpo, bajando lentamente a su cuevita depilada..
María Clara temblaba de pasión: éste era el segundo hombre en su vida que la iba a poseer. Y si bien estaba acostumbrada al enorme pedazo de Raoul, este hombre era más brutal, más caliente, y la trataba sin piedad.
Cuando Don Ricardo llegó a la vagina de la niña comenzó con su trabajo de lengua.
María Clara comenzó a retorcerse y a gemir, gemidos que se convirtieron en gritos, cuando alcanzó dos orgasmos, prácticamente seguidos.
Sus manos se crispaban sobre la cabeza de Don Ricardo, y lo empujaban más adentro: quería que aquella lengua la perforara.
Don Ricardo se incorporó, más caliente aun si cabe por los gemidos y gritos de María Clara, empuño su crecida verga, y penetró brutalmente a la pequeña.
Ésta gritó, porque no estaba acostumbrada a ese trato, pero el gaucho quería sacarse la enorme calentura acumulada.
La bombeó sin compasión, fuerte y duro, hasta que una catarata de semen inundó la vagina de la niña.
Cayó rendido a su lado, la abrazó y continuó besándola: jamás había conocido a una mujer tan perfecta (Contiuará)
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