MARÍA: Experiencia laboral (1 de 5)
Una de sus amigas de colegio le comentó del empleo que estaba disponible, le dio un número de teléfono y tres días después, un viernes a la salida del instituto, estaba dirigiéndose a su primera entrevista de trabajo: su primera experiencia laboral… No era lo que esperaba, pero le encantó..
Jazmín tenía algo de razón, estaba harta de tener que compartir ropa con sus hermanas, y esa maldita habitación tan pequeña para las cuatro, ¡el jodido apartamento era pequeño como una caja de fósforos! María había decidido que haría lo necesario para mejorar su situación económica y evitar que la trasladaran a un instituto público, quería terminar su secundaría con sus amigos y los profesores que ya sabía manipular a su antojo.
Una de sus amigas de colegio le comentó del empleo que estaba disponible, le dio un número de teléfono y tres días después, un viernes a la salida del instituto, estaba dirigiéndose a su primera entrevista de trabajo. Para llegar a la tienda tenía que tomar un autobús y caminar sólo un par de cuadras, pero ella sabía muy bien que ese trayecto era suficientemente largo para que muchas cosas ocurrieran y más por la forma en que iba vestida.
Si bien el uniforme escolar era lo que vestía, el corte que tenía era demasiado pequeño para ella pero por los recientes “cambios” en su vida familiar, su papito le había permitido mandarlo a hacer como ella quisiera principalmente porque él también se deleitaba de verla como una colegiala putita cuando llegaba a casa. La faldita era una pieza de ropa color celeste con dos cortes en las piernas y debido al culo de mula de María apenas y se sentaba y se subía hasta dejar ver debajo sus braguitas blancas, la camisa era una tipo polo color blanca con el cuello a juego con la falda, pero ella la había mandado a remendar para hacer que se le ajustara de la cintura y los senos luciendo sus tetitas pequeñas como limones, al final llevaba unas calcetas blancas altas hasta sus rodillas y los zapatos de charol negros bien lustrados.
Nada más subirse al autobús las miradas se giraron hacia ella, incluso el chofer se giró y la contempló mientras hacía su pasarela hasta el final, entremetiéndose entre la decena de pasajeros que iban de pie en el pasillo, rozándoles las tetas y el culo en sus espaldas. El bus arrancó y María se afianzó al tubo del techo, se echó el cabello a un costado, ondas castañas y sedosas que llegaban hasta sus protuberantes nalgas, el bolso del instituto se lo acomodó a la derecha y esperó a llegar a su destino.
La tiendita, le habían dicho, no era la gran cosa, sólo una tienda pequeña de suvenires y remedios caseros, no era muy concurrida y la administraba un tipo muy amable en su mediana edad, Ruiz era su apellido, no le dieron el nombre. En su mente sería algo sencillo: atender clientes, ofrecer productos… Sus pensamientos fueron interrumpidos cuando sintió a su izquierda el movimiento de uno de los otros pasajeros que iban de pie, escurriéndose entre los demás para llegar a su lado e interrumpir sus pensamientos.
Lo siguiente que sintió fue una mano palpando la parte inferior de sus glúteos y al ver a su izquierda uno de los tantos homies que circulaban por las cercanías del instituto le sonreía. Era el “Panda”, un tipo dos años mayor que ella que tenía tatuados los dos brazos y llevaba siempre una camiseta blanca holgada que ocultaba sus abdominales, y el pantalón jean igual de flojo, no era feo a pesar de los dos tatuajes en las mejillas y tenía un diente de oro que brilló con el sol de la tarde cuando sonrió.
—Hola, Panda.
—Hola, María, hace mucho no te veía por ésta línea del autobús, ¿qué te trae por mis dominios? —preguntó él metiéndole mano debajo de la tela para palpar sus carnes, ella abrió las piernas como una buena perrita y él entendió el permiso para frotar su coñito sobre las bragas, detrás de ella y a su derecha los demás viajeros pretendían no ver al maleante manosear a la colegiala. Él estaba armado y lo sabían.
—Tengo una entrevista de trabajo, quiero laburar medio tiempo —respondió ella, sintiendo su sangre comenzar a hervir por el manoseo del homie.
—¿Trabajar? Parrita, si tú sólo tienes que decirme qué necesitas y yo te lo doy, ya sabes qué quiero a cambio nada más —continúo, colocándose detrás de ella para levantarle un poquito la faldita y apoyarle la verga al medio de sus nalgas, le tomó las bragas blancas y las haló hasta que las absorbieron y quedaron en la línea de su culo como un hilo. María se empinó un poco más y dejó que el Panda se masturbara entre su culo mientras le frotaba el coñito con la mano libre. Era rico ver a esa putita ser usada al medio del transporte público por un maleante cualquiera.
—¿Quieres probar? —preguntó el Panda al hombre sentado frente a ellos, le levantó la faldita de la parte de enfrente para que el oficinista de edad media viera las braguitas húmedas de María, y aunque intentó resistir la tentación al ver a la chiquilla que lo miraba fijamente con unos ojos castaños preciosos y brillantes se rindió al deseo y extendió la mano izquierda donde llevaba el anillo de bodas y le frotó con temor el pubis, poco a poco tomó confianza y se regodeó en el coñito de la adolescente mientras ésta gemía quedito por las caricias y el roce de esa verga en su culo.
—Ya sabes, perrita, cuando necesites cualquier cosa sólo vienes a mí —repitió en el oído de María apartándose de ella y bajándole la falda, el Panda se alejó y ordenó que pararan el autobús, le dijo al chofer que no le cobrara pasaje a María y ella se quedó allí con la mano del oficinista aun magreándole el coño y las piernas. Miró a los ojos al tipo en cuestión y se apartó ella misma la braga para que él pudiera meter sus dedos en ella y hacerle una paja de ley allí mientras los demás intentaban no mirar en su dirección.
—Disculpe, señorita —dijeron a su derecha, ella abrió los ojos y se concentró en el señor que le hablaba, quizá menos edad que el oficinista—. ¿Puedo tocarla? Es que es muy hermosa.
María se mordió el labio y, dubitativa, asintió entre gemidos, lo siguiente que supo después es que tenía dos manos en sus senos y dos más en su culo y abdomen mientras el oficinista la dedeaba a un compás pausado. Quería correrse allí mientras esos hombres la tocaban, en su mente la cogían todos en ese autobús y la dejaban exhausta y llena de leche caliente, pero la próxima parada era la suya, así que con dolor en su corazón anunció que debía irse y le rompió el corazón a la media docena de hombres que disfrutaban de ella, se reacomodó la ropa mientras el oficinista se relamía los dedos y el autobús se llenaba con el olor de sus flujos, muchos le pidieron el número y mientras pasaba por el pasillo no faltaron las manos que la manoseaban hasta que puso pie en la calle y dando un vistazo al papelito con la dirección se encaminó hacia la tiendita.
“HOUSE OF FUN” se leía en el gran rótulo de letras góticas que brillaba con un color azul neón, los escaparates estaban cubiertos por unas cortinas rojas de satín y no dejaban ver nada en el interior, la puerta de cristal estaba polarizada y tampoco se podía ver nada excepto el cartel que decía “open” en más letras neón. Se guardó el papelito en la bolsita del maletín y empujó la puerta.
“Ring” sonó una campanita cuando ella entró y dejó la puerta cerrarse sola detrás, y lo primero que sus bonitos ojos castaños vieron fue un gran dildo negro de veinticinco centímetros exhibido en una vitrina con luces led rosa, sobresaliendo entre otros dildos de diversos tamaños. Su boquita carnosa se abrió con sorpresa, como si esperara una corrida de su papito, y se continuó abriendo más cuando sus ojos comenzaron a pasearse por el resto de los artículos y secciones de la tienda: disfraces, ropa y accesorios, hasta lubricantes, vibradores y pasando por la sección especial de “sado”, un pasillo más a la derecha oculto tras una cortina más de satín rojo y a la izquierda, hasta el final, el mostrador con la caja registradora.
Le silbaron y ella giró hacia la caja.
—¿En qué te ayudo? —preguntaron, pero ella se mostró algo confundida al no ver a nadie, de todas formas respondió.
—Estoy buscando a Ruiz, mi amiga Katan me dijo que estaban buscando una ayudante de tienda. —Le costaba hablar y concentrarse cuando cada dos por tres se topaba con un pene, una fleshlight o una sexdoll de lujo, pero se las arregló para dar pasitos hacia el mostrador y acomodarse el maletín con algo de nervios—. ¿Pueden ayudarme?
—¡Ah! ¡Eres la amiga de Katan! Ya estoy contigo, dame un segundo
Detrás de unos percheros y estantes se alzó un maniquí recién vestido con un disfraz de diablita erótica, parecía que se alzaba por sí mismo, cobrando vida, pero en cuanto estuvo erguido se detuvo y arrastró hasta casi tocar la pared cubierta con satín rojo, lo que por fuera se veía como la ventana. La mayor sorpresa llegó cuando detrás de los estantes emergió un pequeño hombre de 1 metro y diez centímetros caminando en su dirección, era un enano.
—¡Uff! Pero sí que eres preciosa, preciosa. No me esperaba menos de una amiga de Katan, ven aquí, detrás del mostrador —le dijo él y se encaminó hacia un costado señalándole con la mano. No volvió a ver atrás así que María, confundida, lo siguió detrás de la caja hacia una puerta que daba a una pequeña oficina con un escritorio, aire acondicionado, un par de sillas colchadas muy cómodas, muchos archivos bien organizados y un estilo de decoración bastante formal y clásico, en alto contraste con el aspecto del resto de la tienda—. Siéntate, preciosa, mi nombre es Camilo Ruiz, pero con Ruiz me quedo. ¿Y tú?
—M-María, señor —respondió ella, aún de pie y absorta.
Ruiz, para ser el administrador de una sex shop y un enano le parecía muy bien educado, o quizá, se dio cuenta pronto, sólo eran sus estúpidos prejuicios: Ruiz se veía como cualquier hombre respetable lo haría en el exterior, incluso sus profesores se veían así y ella sabía lo sucios y pervertidos que eran. Tenía el cabello negro y bien cepillado en ondas lustrosas y marcadas, la barba negra y tupida bien aceitada y recortada, desprendía un olor a colonia muy varonil y su manera de vestir era bastante formal: pantalón de mezclilla obscuro y sencillo, zapatos de vestir bien lustrados y una camisa de botones de color azul obscuro como sus ojos. No era tan feo, sí tenía los pómulos muy sobresaliente y la barbilla puntuda, el cuello bastante corto lo hacía ver extraño, pero había hombres más feos, eso era verdad. Era la primera vez que ella conocía a alguien así.
—Bueno, María, siéntate que no vamos a crecer.
Sonrojándose, María se sentó y dejó su maletín en el suelo. La faldita, como era de esperarse, se le subió y sus braguitas blancas húmedas quedaron a la vista del enano que desvió la mirada a ella de inmediato y volvió a verla a los ojos, sonriendo con cordialidad.
—¿Has trabajado antes, Mari?
—N-No, creo que no porque no cuenta atender una venta de comida familiar, ¿o sí?
—Mmm… Experiencia es experiencia —respondió él, ladeando la cabeza y mirando ahora sus tetitas debajo de la polo, por el reciente magreo ella tenía los pezones castaños muy erizados y se le dibujaban como una caricatura debajo de la ropa—. ¿Cuántos años tienes?
—17.
—Estás peque, no debería permitir a menores trabajar aquí, ¿sabes? Me podrían meter en problemas si me piden alguna prueba de que eres mayor, pero te ves… mayor —vaciló, ladeando la cabeza al otro lado, ahora viendo de nueva cuenta sus braguitas—. ¿Cuándo cumples los 18?
—A finales de octubre —respondió ella, sin apartar la mirada de los ojos azules Ruiz, entonces se hizo la pregunta que cualquier mujer caliente se haría: ¿cómo será allí abajo?
—Falta mucho. ¿Y por qué quieres este empleo, Mari? Digo, hay muchos sitios donde te pueden recibir para que limpies mesas o en una tienda… “normal”, sería más cómodo y fácil para ti que esto.
—Necesito el dinero y aquí me dijo Katan que pagan mejor. Mis papás no pueden seguir pagando la colegiatura este año y no quiero ir a un instituto del gobierno, así que tengo que pagármela yo —explicó, intentando bajarse la falda pero esto solo atrajo la mirada de Ruiz a sus piernas torneadas y jugosas de adolescente—. Además, estoy harta de usar ropa vieja.
Ruiz se sonrió al escucharla, quizá porque no era la primera vez que una adolescente quería ganar dinero para pagarse sus caprichos.
—¿Qué sabes de sexo, Mari? —preguntó de lleno—. Digo, ¿has tenido experiencia? No tienes que ser explícita.
—Sí, tengo experiencia —respondió con una sonrisa que a su vez hizo sonreír a Ruiz.
—No me malentiendas, mira dónde trabajarías —hizo un gesto hacia la puerta abierta, desde donde se miraban estantes, vitrinas y penes gigantes—, es importante que te sientas cómoda hablando de esto. Vemos muchos tipos de personas aquí y aunque no lo creas hay muchísimas ganancias por comisiones en esto, a partir de las cinco es cuando más clientes nos visitan y es cuando más te necesitaría, cerramos a las once, ¿crees que puedas con el horario?
—Sí, claro. —El entusiasmo se percibía en su tono de voz—. ¿Todos los días?
—De jueves a sábado es cuando más te necesitaría, ¿estarías dispuesta a trabajar los domingos?
—Por supuesto.
—Me gusta tu disponibilidad, Mari. Eres guapa, me vas a atraer muchos más clientes, eso es seguro. Déjame explicarte algo más que tendrás que hacer para mí: estoy trabajando en las ventas en línea, por ahora me cuesta tomar pedidos por internet pero con tu ayuda espero cerrar esas ventas, ¿qué dices?
—No es nada difícil, sólo tendríamos que programar bots de respuesta para no perder tiempo contestando preguntas absurdas y concentrarnos en los que sí quieran comprar.
—¿”Bots de respuesta”? ¡Madre mía, no se me había ocurrido! —Ruiz sonrió, y al hacerlo se vio mucho más atractivo de lo que parecía ya, María también sonrió como una muchachita coqueta—. No tengo que pensarlo más: Bienvenida, preciosa.
***
¡Holis, Emma aquí!
¿Querían más de ésta zorrita? María está lista para ustedes. ¡Disfruten!
Un besito,
Emma.
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