MARÍA: HERMANITA MENOR (SANDRITA En la fiesta de cumpleaños…)
Sandrita va a una fiesta de cumpleaños muy especial donde hace nuevos amigos que la hacen gozar como nunca..
Nueve nenas de entre diez y doce años iban y venían por el amplio patio de la casa suburbana donde se celebraba el cumpleaños de Seidy, una preciosa rubiecita de ojos claros a quienes todos en su salón querían mucho por su ternura e inocencia, sin embargo, cuando Sandrita llegó de la mano de Mario, el padre de la cumpleañera, todas las miradas se centraron en el cuerpecito envuelto en el entallado vestido y esos ojos grandes de bandida dispuesta a robarse el mundo.
Luis, Alberto y Francisco, parientes o conocidos de tres de las nenas habían planeado todo contando con la casa que Mario usaba para sus “encuentros especiales”, y decidieron invitar a Carlos, el jefe del departamento de Operaciones, y Juan Carlos, director de RRHH, porque conocían de sus “preferencias” y siempre es mejor que el jefe te deba un favor. Tenían todo planeado para la tarde, ya conocían qué nenitas eran las propensas a los “juegos” así que habían contratado a dos “profesionales” para hacerse pasar por Elsa y Anna y entretener a las otras nenas en el patio trasero donde tenían una casita inflable llena de globos rosas, una mesa con dulces, refrescos, premios y juegos más “apropiados” para ellas, mientras que en el salón principal, descansaban los “juegos” para las pequeñas elegidas para esa tarde.
Mario se acercó a presentarle a su jefe a la encantadora Sandrita, quien, emocionada por todos los juegos y dulces que veía se abalanzó a los brazos del hombre como si lo conociera y le plantó semejante beso en la mejilla que hizo al rechoncho y cano señor enrojecer y reír de ternura y excitación. Detrás de él, Alberto y Juan Carlos intercambiaron miradas que prometían que aquella tarde sería de diversión.
—¿Dónde está Fran? —preguntó Mario, viendo hacia todos lados, Elsa le pintaba caritas a las nenas que pacientemente esperaban en fila, pero Anna no estaba por ninguna parte.
—No tarda en salir, está en el estudio —explicó Luis, tomando la batuta para presentar a Sandrita a los demás.
En el sofá de cuero del estudio, Anna estaba sentada y Francisco tenía la verga fuera mientras la jovencita de unos veinte años le hacía una mamada con esos labios delgaditos y apretados, la chica llevaba un maquillaje que hacía ver sus ojos gigantescos, pecas falsas y un sonrojo artificial cruzaban sus mejillas, como una fantasía nórdica.
—Te recomiendo que no acabes, viejo, o no vas a tener leche para las nenas —interrumpió Mario con sorna—. Vamos a empezar que ya están todas.
Cuando se unieron a los demás, Sandrita ya había hecho su camino en la fiesta, con total autonomía e independencia se presentó con cada uno de los señores alrededor de la mesa principal.
—¿Le gusta mi vestido, Don Alberto? —había preguntado, girando sobre sus zapatitos de charol, luciéndose como una gatita orgullosa, posaba con las manos en la cintura, graciosa y coqueta—. Mire mis zapatos y mis medias, Don Juan Carlos, ¿no son bonitos? —levantaba una pierna y apoyaba el zapato en una esquinita del asiento, dejando a la vista su tersa piel morena que el hombre aprovechaba a tocar desde la pantorrilla hasta el inicio del vestidito entallado. La nena se sentía feliz y, aunque no lo sabía, excitada por ser el centro de atención (y, hay que decirlo, el reciente orgasmo que le había dado su mami)—. Mi mami me hizo las colitas, pero yo le pedí que me las hiciera, también que me pusiera el “polvo de hadas”, ¡hoy voy a volar Don Carlos! —decía brincando y extendiendo los brazos.
—¡Oh, sí que vas a “volar” preciosa! —respondió el viejo, pensando en otras cosas—. Llámanos por nuestros nombres, ¿si, Sandrita?
—Aja. ¡Seidy! —gritó al divisar a su amiguita—. Disculpen —se disculpó como una damita y corrió a abrazar a su amiga y darle el regalo que ella había elegido de la pila de opciones que había apartado la cumpleañera en una conocida tienda, muy cara para ellas, su hermana María tuvo que poner parte del dinero para el regalo.
—Ésta sí que es una zorrita —susurraron los padres de familia al verla brincar hacia las demás. Le hicieron una señal a Elsa para que al momento de pintarla a ella le hiciera algo “especial”, un antifaz de hada roja y rosa con algo de glitter en las mejillas, así estaban identificadas Sandrita, Mery, Laura y Sofía.
Mery era una morenita de cabello negro y de rizos tupidos, era criada por una abuela que la olvidaba demasiadas veces en la escuela y Francisco hacía las de “buen samaritano” llevándola a su casa a que comiera algo mientras su abuelita volvía de vender en el mercado. Por el poco cuidado que la señora le ponía, él la encontraba con un olorcito peculiar que solucionaba prestándole su baño para que se diera una ducha, con el tiempo le fue comprando ropitas y juguetes, consintiéndola hasta que su esposa llegaba a casa o la abuela de la nena, que ya había tomado a Francisco como niñera de turno, viniera a por ella. Pronto Mery había aprendido a mamar una verga con el clásico juego de “adivina el sabor de la paleta”, primero con sus ojos vendados, y luego viéndola a esos ojazos negros. Ya le estaban saliendo vellos en el chocho, había que desvirgarla pronto; tenía los pechos más grandes de todas y un culazo de negra que nadie podía dejar de ver, pero para ella, como para todas, eran “juegos”.
Laurita era hija de Alberto, su única hija, se había quedado con la custodia luego del divorcio (dos años atrás) porque había logrado probar el adulterio de su ex esposa; la nena al principio estaba molesta y confundida por la separación, pero pronto encontró consuelo en su padre y él en ella. Después de varios años comiendo del mismo plato, carne nueva le supo como el cielo, en especial cuando la nena se encontraba cerradita y llena de curiosidad luego de que las parejas que su mamá traía a la casa la obligaran a ver cómo se la cogían, quería “entender” y su padre le dio la “instrucción” apropiada. Era pelinegra, cintura y caderas muy marcadas quizá porque su papá la tenía bien ensartada desde hacía buen tiempo, había menstruado ya pero Alberto la mantenía en controles, labios rosaditos como sus labios vaginales, seria pero curiosa y sin miedo a probar cosas nuevas, ya le había chupado alguna que otra vez la verga a los amigos de su papá, Francisco y Luis.
Sofía era la más infantil de todas y la némesis de Sandrita. Su familia era la más adinerada de la escuela, había rumores de que su padre la llevaría a un colegio más prestigioso cuando comenzara la secundaria, así que era ahora o nunca para gozar de esa preciosa nena que se dejaba tocar y rozar sin pestañar, como si un hombre adulto tocando su vaginita fuese la norma, la diferencia con las demás era que lloraba por todo y por nada. Era una nena caprichosa que se asustaba muy pronto, le daba miedo una verga, no la chupaba y si lo hacía Luis la había costumbrado a hacerlo con los ojos cerrados, pero no le daba miedo cuando la tenía ensartada del culito y le chupaba sus nacientes senitos. Luis era su tío político, y decía que la única cosa buena que había hecho su hermana antes de morirse fue ese fierita lista para ser montada como una perrita, su padre le había permitido ir a la fiesta con la condición de que “la cuidara” y Luis prometió “cuidarla” y mantenerla “feliz”.
Sandrita era el misterio, ninguno de los tres supo en qué momento esa nena normalita comenzó a convertirse en una bomba sensual y coqueta, la única forma en que Luis se enteró de sus “afinidades” fue por el profesor de Ciencias que, siendo parte de ese “circulo” le aseguró que la nena la chupaba bien rico y le gustaba ese tipo de “contactos”; pero esa es historia para otro relato. El despertar de Sandrita a los ojos de estos hombres coincidió con esas noches en que su mamita comenzó a darle su teta y su papi la lechita a las hermanas mayores; ellos solamente sabían que era hora de poner a prueba a la fiera latina que parecía sacar las garras.
—¡Hora de los juegos y los premios! —gritó Elsa, las nenas lanzaron gritos de emoción y alegría, dejando de brincar en el castillo inflable para colocarse sus zapatillas, al hacerlo, sus faldas y vestidos se levantaban y dejaban las braguitas a la vista de los adultos que miraba desde detrás de sus lentes obscuros.
Comenzaron unas rondas musicales que bailaban, irónicamente al sonido erótico del Conejo Malo, a cada mujercita eliminada se le entregaba un “disfraz” que usarían el resto de la fiesta, las mandaban a dentro a cambiarse, donde Anna las ayudaba de ser necesario, pero a las “elegidas” fueron asistidas por sus respectivos “padrinos” ya que los disfraces eran eróticos trajes de hadas, para Mery, princesa Cenicienta para Laurita, Tinkerbell para Sofía y bailarina de ballet para Sandrita, sin embargo, cuando llegó el momento, Sofía y Sandra comenzaron a discutir en el salón porque ambas querían ser Tinkerbell.
—Eres una envidiosa, le voy a decir a mi tío —bramó Sofía, halando de la bolsa con el traje desde un extremo, mientras Sandrita lo hacía desde el extremo opuesto y respondía:
—Y tú eres muy fea para ser Tinkerbell, tonta.
—Tonta tú, ¿cuándo has visto una Tinkerbell negra?
—A ver, nenas, ya dejen de pelear, ¿cuál es el problema? —Luis llegó a tiempo para evitar que se fueran a los golpes, buscaron más trajes y encontraron otro de haga que Sandrita aceptó con emoción, y ahora Sofía quería ser una hada rosa pero su tío le dijo que si no se comportaba no iban a jugar más. Cuando quisieron volver a la fiesta Anna y Luis les dijeron que ellas iban a jugar otros juegos en la parte de arriba, así que las llevaron al salón principal de la segunda planta, abajo, Elsa y Mario se harían cargo de mantener a las otras nenas entretenidas.
Insonorizado, el salón alfombrado y tapizado de colores lilas, rosas y blancos era el paraíso para cualquier nena, con una casita de muñecas de casi dos metros de alto, con escaleritas y banquitos para que ellas jugasen dentro y fuera, otras casitas de Barbie, un columpio blanco, una piscina de pelotas, una mesa con comida, dulces y refrescos, ¡regalos!, sin envoltura para que ellas los eligieran después de los “juegos”, y un jacuzzi junto a un vestidor lleno de más ropas, disfraces y “juguetes”.
Asombradas y emocionadas, las preadolescentes corrieron cada una abrazar los últimos retazos de sus infancias, se veían deliciosas y sensuales con sus medias de red sin ropita interior, sus falditas pequeñas que al inclinarse y gatear dejaban una vista espléndida a sus vulvas tiernas y suaves, transparencias por aquí y por allá; la que más destacaba en feminidad era Sandrita, con su maquillaje atrayente y adulto, sus coletas y su figura deliciosa. Cuando los cinco hombres llegaron a la habitación ya no podían ocultar sus erecciones debajo de los shorts ligeros que habían ido a colocarse para estar más “cómodos”.
—¡Qué comiencen los juegos! —dijo Luis, una vez hacía despedido a Anna para que se marchara con las otras nenas.
Ésta ves comenzaron con un juego de tiempo, en que las nenas tenían que explotar la mayor cantidad de globos posibles en un minuto, pero los globos descansaban en las entrepiernas de los hombres. Más de una vez los bandidos apartaban los globos cuando las chicas corrían a dejar caer sus glúteos tiernos sobre ellos, para poder sentir esas nalguitas caer con fuerza justo sobre sus erecciones, les hacían cosquillas en las cinturas y acariciaban las piernas en cada vuelta, el minuto se transformaba en dos o tres y al final de tan gloriosa propuesta las nenas habían quedado “empatadas” entre Mery y Sofía, así que había que desempatar mientras Sandrita alentaba sentada en las piernas de Don Carlos y Laurita en las de Alberto, ambos viejos les metían mano debajo de las faldas mientras las nenas gritaban apoyando a sus amigas, Sandrita abría las piernas con gusto y el viejo lo notaba, también cómo la rajita de la nenita se mojaba muy rico. Mery fue la ganadora y su premio fue una cocinita para hornear panecillos, la puso dentro de una caja que decía “Mery”, todo estaba predispuesto.
El siguiente juego fue al Simón Dice, donde Luis hacía de coordinador, se había tomado muy en serio su papel, había que dejar impresionado al jefe. Todos los hombres ya estaban ansiosos de probar carne, así que cuando comenzaron a ver qué pedía Simón, sacando papelitos de una cajita de madera blanca, todos se alegraban de escuchar, “quítate la blusa”, “quítale el pantalón a tu “padrino”, “báilale a tu padrino”, “ponte como un perrito y ladra”, “come una banana”.
Los invitados disfrutaban de ver a las nenas meter las falofórmicas frutas en sus bocas, se hacían una suave paja sobre la ropa al verlas en las posiciones eróticas, escuchando una música tántrica disfrazada de melodías inocentes, con gemidos aquí y allá, sonidos sexuales bailando en la habitación de blancas cortinas cubriendo los ventanales.
Simón pidió entonces: “besa a su amiguita de al lado…en la boca”. Sandrita miró a Sofía a su lado derecho, con grave disgusto, la mirada que recibió era igual.
—¡No quiero! —bramó Sofía.
—¡Yo tampoco! —Estuvo de acuerdo, por primera vez, Sandra, cruzándose de brazos.
—Pues ambas van a perder —dijo Luis, mostrando las manos y encogiendo los hombros—. Es lo que Simón dice —declaro, sin darles opción ya que él tenía una corona dorada que decía “Simón”.
—Vamos, preciosas, un besito en la boca —dijo el viejo Carlos, acariciándole las espaldas semidesnudas a ambas—. ¿O quieres que todos en la escuela se enteren que son miedosas?
—¡No soy miedosa! —espetaron al unísono, el viejo las tomó de las nucas con cariño.
—Entonces vamos, beso, ¡beso, beso, beso! —comenzó a cantar y los otros hombres acompañaban, Mery y Laurita ya estaban dándose piquitos de pollo, pero Sandrita, que había practicado mucho con su papito y su mamita sabía cómo hacerlo mejor, y Sofía, también muy experimentada unieron sus labios en un beso húmedo y caliente, intercambiando lenguas y sujetándose la cintura la una con la otra, sentadas como ranitas en el suelo. Un silencio sepulcral se izó en el salón, sólo se escuchaba el sonido de los labios y los besos de las cuatro nenas en sus disfraces de zorritas.
Simón dice se dio por terminado, declarando un empate y dando a cada niña su primer kit de maquillaje que pusieron en cada caja con sus respectivos nombres, Sandrita, coqueta y narcisista, aprovechó para colocarse más labial y usar la máscara para pestañas como lo hacían sus hermanas. Al volver las otras tres chicas estaban arrodilladas sobre redondos y amplios taburetes rosas casa una, frente a ellas, su padrino de fiesta con la mano dentro del boxer, le dijeron que iban a jugar a las paletitas de sabores y tenían que vendarle los ojos, ella se negó, diciendo que le arruinarían el maquillaje.
—Pero, mi amor, —le dijo Carlos, con una rodilla en el suelo, el viejo, como los demás, llevaba sólo unos boxer levantados por una carpa, olía a abuelito recién bañado—, sino no puedes jugar.
—Pues no juego.
—Pues yo tampoco. —Sofía se unió a ella, sabiendo que su mayor competencia no estaría jugar no le parecía muy buena opción.
—Luis —dijo Carlos, pidiendo intervención.
—A ver, Sofía, ven aquí —la llevó aparte y al parecer la regañó, porque Sofía, tan sensible y mimada como era parecía a punto de llorar— Listo, Sofi va a jugar.
—¡Genial! —dijo Juan Carlos.
—¿Y tu, Sandrita? ¿No quieres ganarte otro premio? Sin ti el juego no puede seguir igual —dijo el viejo jefe.
—¿A no? —preguntó la nena, cruzada de brazos, el body transparente era lo único que le cubrían sus incipientes senos, la faldita de tul lo único que le cubría en realidad sus partes de princesa, porque el body tenía un agujero en la zona de su vulva y las medias de red tenían amplios agujeros. Había picardía en la mirada de aquella nena.
—No.
—¿No jugamos si yo no juego? —Volvió a preguntar para confirmar lo que maquinaba su mente malévola.
—No, preciosa —confirmó Luis, arrodillado a su lado. Sandríta lo tomó de la mano y lo llevó aparte, lo hizo arrodillarse a su lado.
—Okay, voy a jugar, pero con una condición.
—A ver, ¿cuál? —preguntó, Luis, riendo ante la picardía de la nena, pero su sonrisa se difuminó al escuchar su condición.
—Quiero ganar —había algo de malvada en su mirada—, quiero que Juan Carlos le diga a Sofía que es mala jugando y que quiere jugar conmigo en cambio.
—Sandrita…
—O es así o no juego —interrumpió.
—A ver, ¿por qué quieres hacerle eso a Sofía? La vas a hacer llorar.
—No me importa.
—A ver, nena —dijo él, llevándola de la mano y sentándola entre las piernas, era el único que no había tenido el placer de disfrutar de alguna de las pequeñas ínfulas que como perritas se dejaban tocar y acariciar, fue su momento para meterle mano a Sandrita—, no puedo hacer que Juan Carlos le diga eso a Sofía, va a llorar, ya sabes como es. Pero puedo hacerte ganar.
Luis ya le acariciaba sus labios húmedos y calientes debajo del tul del traje de hada, Sandrita estaba caliente y esto pudo más que su enojo.
—Okay, quiero otra cosa a cambio.
—¿Qué? —La besó en el cuello.
—Dame besitos allí donde me estás tocando. —La risa volvió a los labios de Luis que con gusto accedió y se acostó en el sofá del saloncito anexo donde estaban las cajas con los premios, dejándose indicar por la nena que, para su sorpresa, se sentó en su cara para que le diera una comida de coño rápida, nada más para dejarla más calentita y lista para más “juegos”. Sandrita se movió como había hecho sobre la cara de su papito antes y sobre el ”masajeador” de su mamita antes de ir a la fiesta, gozando y gimiendo quedito, cerrando sus ojos hasta que Luis irrumpió la magia y la apartó como se aparta a un cachorro, la llevó de la mano al salón y la arrodilló en su sofá le puso la venda y comenzó el juego…
Primero se pusieron jalea de fresa en las vergas y las nenas lamieron con las manos en la espalda, luego se untaron las mejillas con crema batida, “accidentalmente” la crema caía sobre los pechos de las nenas y éstas reían al sentir la paleta pinchándole las mejillas, ella comenzaron a chuparlo aún sin tener nada, todas sabían muy bien como hacerlo, aunque Sofía era la que menos lo disfrutaba, excepto cuando pasaron al chocolate, entonces la engreída y mimada niña chupó como una becerrita y lamía el falo de quien tuviese adelante, le ponían las pelotas untadas de chocolate y ella las engullía; los viejos rotaban y gemían, golpeaban las mejillas de las nínfulas con sus vergas, las tomaban de sus cuellos para llegar más profundo, la favorita era Sandrita que con sus dos coletas y su maquillaje lucía como una putita limpia y pura, lista para ser estrenada, es lo que todos se imaginaban. Les quitaron las falditas para dejarlas en mayas de red o en sus bodys sensuales, Luis las tocaba mientras ellas chupaban vergas, disfrutando lo que no había podido por su rol de organizador, frotando sus verga entre las apretadas nalgas de su sobrina o de la putita Sandrita que lo había logrado manipular.
—Di que yo gané —susurró cuando lo sintió besándole la espalda, y así fue declarada ganadora del juego de las paletitas y su premio fue un patín eléctrico y una barbie con su propio monopatín que con gusto llevó a su caja, a las otras nenas les dieron una muñeca igual por su participación. Cuando vio a Sofía inclinarse sobre su caja notó algo peludo saliendo de su culito—. ¿Qué es eso? —preguntó.
—No te importa, estúpida —espetó la otra, Sandrita, imitando a su hermana mayor, María, que defendía su autoridad sin miedo le cruzó el rostro con una bofetada y Sofía largó a llorar. Luis llegó corriendo de inmediato y cargo a Sofía en brazos, con las piernas alrededor de sus caderas, Sandrita le explicó qué pasó y él, al tiempo que consolaba a su sobrina le dejó ver debajo de la falda el plug peludo que la otra usaba.
—¡Yo quiero uno!
—¡No, tío, no le des! —dijo la otra.
—¡Dame uno o le digo a mis papás que no me diste uno! —Allí estaba esa perrita fiera dispuesta a meter en problemas a todo el mundo con tal de obtener lo que quisiera. Su declaración atrajo la atención de los otros y pronto tenían a Sandrita en cuatro sobre su banquito, bien abierta de nalgas mientras le lubricaban su anito, Alberto le lamía su cerrado agujerito y empujaba con la lengua—. ¡Qué rico siento! —decía Sandrita largando gemiditos y risitas coquetas, con los codos apoyados en el taburete y las piernas bien abiertas de gusto, sus nalguitas se veían como un corazón que prometía crecer aún más, como una yegua de culo espectacular, igual que su mamita y sus hermanas.
Mary y Laurita observaban como si fuese un espectáculo, Sofí aún fingía llorar sobre el regazo de su tío y este aprovechaba para meterle mano mientras Fran apartó a Alberto y tomó su lugar, lamiendo el chochito de la nena y comenzando a meterle uno de sus gordos dedos. Sandrita se quejó un poquito, pero entre chupada y lamida se dejó hacer hasta que le entró un dedito hasta la mitad.
—Está lista —anunció, y Alberto le pasó el plug peludito del mismo color de sus halas de hada, Fran le metió una mano por el costado y le masajeaba sus tetitas insipientes y sus hombros para relajarla. Le colocaban el plug a la pequeña putita que lo había demandado; Juan Carlos y el viejo Carlos disfrutaban del espectáculo halándosela ya sin sus boxer puestos, fue una delicia ver a la nena apretar las manos y chillar con las mejillas rojas de colorete y el esfuerzo por igual, mientras le insertaban el juguete sexual, decía que le molestaba un poquito “como un zapato que aprieta mucho” pero le gustaba y lo usaría al ir a la escuela. La idea alimentó aún más el celo de los machos que ya querían un lugar donde ensartar sus vergas.
Alberto tomó a Mery de la mano y la llevó a la piscina de pelotas para jugar con ella a las atrapadas, poco a poco, entre roces en sus senos y sus nalgas, le quitó las medias y los zapatitos de hada, la dejó sólo con las alitas en su espalda y la apoyó al borde acolchonado, donde la hizo abrazar un gran oso de peluche con olor a frutas, se acomodó en la entrada de su apretada vulva y sintió ese choco húmedo y con pequeñas púas de vellitos como de puercoespín, la ensartó un poquito y ella le dijo: “Me duele, Don Alberto”. “¡Shh!, ya va a pasar, mira como le gusta a Sofía”. Cuando la morenita vio cómo Sofía paraba el culito para que Juan Carlos le ensartara su verga en su anito dilatado mientras su tío le daba a chupar su falo, ella levantó más el culito, momento en que el viejo aprovechó para meter la cabeza de su largo pero delgado falo. Ella se quejó de nuevo, casi se aparta, pero él le acarició sus pechitos, le besó la espalda y jugó con su sensible clítoris para volverla a relajar y terminar de ensartársela toda, derramando un par de gotitas de sangre que brillaban con el mulato color de la piel, comenzó a cogérsela, lubricado de líquido pre-seminal, humedad y sangre.
—Ahora eres una mujercita, gózalo, pequeña —le susurró al oído, pero la nena se quejaba del dolor, aún estaba muy apretadita y el viejo tenía que contenerse para no acabar tan pronto dentro de ella, tomaría muchas cogidas más para que la zorrita pudiese ser cogida con fuerza, pero haberle quitado el virgo era suficiente recompensa.
Sobre el taburete, la preciosa Sandrita había sido puesta panza arriba mientras tenía la lengua de señor Carlos comiéndole el coñito apretado, halando el pequeño plug y volviéndolo a empujar, excitándola y acelerando aún más su respiración con las pequeñas penetraciones. Al estirar el cuello, de cabeza, miró a Sofía siendo ensartada era ensartada por Juan Carlos, y sintió celos.
—Quiero que me hagas eso —demandó al señor Carlos el jefe dejó de lamer su vulva rosadita y castaña, para levantar la mirada por sobre el cuerpo tendido y disponible de su zorrita, sonrió al ver el precioso de paisaje de Sofía cogida por dos vergas; más allá, Francisco disfrutaba de Laurita, esa pequeña mamadora bien entrenada por su papi para chupar y complacer a un adulto, la tendió en el suelo con brusquedad y la nena se golpeó la cabeza muy fuerte, se quejó y casi lloró, pero no le dio tiempo, porque el bruto y salvaje animal había salido de dentro de Fran y la ensartaba con fuerza y sin ninguna contemplación, incluso para ella, acostumbrada a la verga, fue bastante rudo; pero allí estaba, siendo poseída con unas manos alrededor su cintura, tan pequeña que la cubrían por completo, como a una muñequita, le golpeó las tetitas hasta dejárselas rojas y le sujetó tan fuerte las piernas para abrírselas que le dejó imprentas sus manos en la blanca piel. Era el turno de Carlos de disfrutar.
—Con gusto preciosa —dijo él—, ponte como perrita.
Sandrita obedeció y miraba fijamente a su némesis y ésta le devolvía la mirada. Le sacaron el plug que tan rico había sentido cuando se lo metieron, poquito a poco porque a Carlos le encantaba ver su agujerito abrir y cerrarse, le untó una cremita que le hizo cosquillas al inicio pero luego adormeció ligeramente la zona, el viejo barrigón se apoderó de sus caderas envueltas por el body transparente y las mallas, se acomodó en el anito dilatado de la nena y comenzó a dar puntadas lentas, la nínfula pujó un poco como cundo le estaban poniendo su plug, su “primer juguete”.
—Relájate si quieres disfrutar, perrita —le dijo, acariciándole la espalda como a una yegua agitada. Continuó, ésta vez determinado a meter el glande de su gorda polla, Sandrita sufriría, no había duda, pero ella lo soportaría y lo soportaba como una valiente porque veía que Sofía no lloraba en ese momento, plaz, plaz, plaz, le daban ya a la otra nena con fuerza mientras que a ella apenas y estaba entrándole la cabeza de una gorda verga, provocándole un dolor punzante y agudo.
—Me duele —chilló, enterró la cabeza en el suave taburete y de pronto escuchó un zumbido que le parecía familiar, luego sintió lo mismo que había sentido más temprano al bañarse con su mamita y se relajó, dejando entrar la gorda cabeza de la verga de Carlos, éste dejó que la nena se acostumbrada, le añadió lubricante y pocos segundos después la metió otro poquito. La zorrita Sandra ya comenzaba a gemir, le gustaba el vibrador que Luis tan prudentemente había dejado oculto entre los regalos y había repartido cuando la verdadera fiesta comenzaba, junto con lubricantes, cremas, correítas rosas y unos collarcitos de perritas con plaquitas con los nombres de las nenas, Luis le puso el suyo pero ni siquiera se dio cuenta de cuándo, porque estaba muy concentrada en la verga que entraba por primera vez en su virgen ano. Otro poquito entraba, y otro, y otro hasta que había alcanzado el límite aunque solo había entrado hasta la mitad… Por fin la tenían ensartada y comenzaban a cogerla como una mujer adulta y ella a gemir como su mamita hacía; no eran juegos, era una adulta.
—Sí, sí, dame más, Carlos, quiero tu verga —dijo con su vocecita de hada, imitando a su mami.
No sólo Carlos se sorprendió, sino que pronto los otros quisieron quitarle de allí para probar a esa lobita que pedía más verga y gemía como una adulta, ni Laurita con la verga de Francisco en su coñito gemía tan rico, acostumbrada a coger con su padre y a ser usada por los amigos de este. Las palabras calentaron aún más al viejo y sin poder controlar más la tentación, fue el primero en llenarle de leche su culito. Al sacar su falo del interior de la nena, su agujerito estaba muy dilatado y goteaba los restos de su semen.
Cambiaron turnos y Luis se apoderó de Sandrita, ella se sonrió al verlo, había una química innegable entre ellos, a la niña le gustaba, le parecía guapo con su cuerpo estilizado y saludable, su barba y cabellos negros bien peinados. La besó con ternura, tenía una forma de besar muy particular, esa nena sabía cómo chupar una lengua, Luis la sacaba y ella la chupaba como a una verga, se reía, juguetona y sacudía el culito.
—Eres una bandida —le decía, mientras tomaba sus manos pequeñas de hada y las llevaba a su verga erguida, ella comenzó a masturbarlo mientras la besaba, se apartó y de pie, la dejó jugar con su falo.
—¡Es tan grande como mi cara! —reía, comparando al colocarse la verga sobre el rostro, sus grandes ojos almendrados y su piel canela lucía preciosa, un gran contraste entre inocencia y lujuria. La apartó y se sentó él en el taburete, Sandrita estaba ansiosa.
—Siéntate en mi verga como lo hiciste en mi cara, perrita traviesa —susurró en su oído, calentándola aún más. Luis se puso lubricante en la verga al recostarse y la nena se abrió de piernas sobre él, se vía su ano muy abierto y dilatado, le temblaban las piernas así que la tuvo que ayudar a ensartarse despacito sobre él, era una vista deliciosa ese coñito abierto y virgo llamándolo detrás de esas redes y el body, poquito a poco, de nuevo, la ayudó a ensartarse, tomó el vibrador porque notó que le gustaba, lo vio por primera vez y notó que era una barrita rosada fuscia con el logo de sus muñecas favoritas.
—¡LOL! —dijo con emoción—. ¿Me lo regalas?
—Toda tuya, perrita —respondió Luis con un gemido, entregándole así su segundo juguete. Ésta vez pudo meter un poco más esa verga adulta dentro de su anito, y era increíble su resistencia y elasticidad para ser la primera vez, cerró los ojos con gusto. Le enseñó a cabalgar en ese momento, y Sandrita nunca olvidaría esa lección—. ¡Oh, por Dios! ¡Fran, Alberto, tienen que venir a probar esto! —llamó Luis a los otros como si fuese un sabor de helado nuevo—. Te voy a dar la lechita, mi amor — gimió, viéndola saltar sobre él con las piernas abiertas como una rana.
Sandrita abrió los ojos y estos encontraron a los de su némesis, rendida en el sofá con la verga de Juan Carlos goteándole semen entre sus nalgas, mientras ella aún tenía caña para dar: había probado que era mejor que la otra niña mimada, y para burlarse, la nenita abrió la boca y sacó la lengua mientras daba saltos, se sujetó las coletas hacia los lados haciéndole una mueca infantil. Con este gesto frente a él Luis dejó que su leche espesa saliera dispara al interior de la más putita de esas nenas, gimiendo su nombre y ella diciendo:
—Más, más, más, quiero más lechita —ciertamente se la dieron, se volvió una putita de calidad en la verga de Luis, Carlos, Juan Carlos, Alberto, Francisco y, casi al terminar la fiesta mientras las nenas se limpiaban el semen del cuerpo en el jacuzzi Mario llegó a buscarla porque quería comprobar lo que sus invitados decían de la nínfula nacida para el sexo, prometió darle un regalo, lo que ella quisiera cuando ella quisiera, a cambio de dejar que se la metiera en el culito y se la chupara. Sandrita, como la manipuladora y listilla que era no pudo dejar de pasar la oportunidad y accedió arrodillándose allí en medio de la sala para sacar la verga morsillosa de su pantalón y chuparla hasta ponerla dura, la debaja dentro de su mejilla y él daba palmaditas para sentirse a sí mismo dentro de esa boquita de puta. Sin mucho preámbulo la puso en cuatro y, dilatada como estaba, la ensartó, Luis volvía a la habitación en ese momento y la vio disfrutando de verga, se sentó en el sofá frente a ella, para verla recibir una cogida más, ella nunca apartó la mirada.
Las fotitos y vídeos de la fiesta de cumpleaños de Seidy se hicieron populares en las redes y los círculos de los invitados a esa fiesta, y todos preguntaban por la putita hada de cabello moreno, todos querían un pedacito de ella.
***
QUE BUEN DELICIOSO RELATO, ME ENCANTARÍA VUELTO A ESCRIBIR CON MENOS EDADES LAS NENITAS Y MAS GOLOSAS Y VERGAS MAS GRANDES, MAS CALIENTE, O LA CONTINUACIÓN DE ESTE SIENDO COGIDAS EN LA ESCUELA O CUALQUIER PARTE SALIENDO DE LA ESCUELA O LA CASA, SE LAS COJAN BIEN RICO