Mi preciosa y sexy mucamita
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
Mi preciosa y sexy mucamita
I El aviso
Publiqué en un diario de mi ciudad, en el apartado de búsqueda de personal doméstico: “Profesional 42 años, divorciado, vive solo, busca empleada cama adentro, todo servicio. Sueldo de ley. Buena presencia, entre 21 y 30 años. Concurrir de miércoles a viernes entre horas 20 a 23”.
Mi intención era clara: quería contratar a una chica que además de mantener limpia y ordenada mi casa y ropa y cocinar, fuese jovencita y sexy para estimularme sexualmente. Tengo buen aspecto físico, soy sociable y estoy dotado con 18 por cuatro centímetros. Sin embargo, luego de divorciarme dos años atrás, no quería saber nada con relaciones de pareja. Mis constantes calenturas las desahogaba pajeándome casi todos los días.
Al pedido respondieron siete chicas, todas con cuerpos seductores, no muy lindas, pese a lo cual, después de atenderlas y sacarles fotos (les dije que era para recordar como eran y decidir) me masturbé. La última chica me descolocó: esbelta, de 1.70 centímetros de altura; muy linda de cara, ojos marrones y cuerpo espectacular; pelo largo hasta la cintura, castaño claro, tez blanca. Vestía pobremente: una ajustada minifalda de tela vaquera y una remera breve para su cuerpo; calzaba unas zapatillas viejas. Dijo llamarse Eulalia, provenir del chaco salteño y tener 18 años.
La hice sentar en un sillón delante de mí. Aproveché para mirar sus largas y lindas piernas y hermosa colita. Tenía sabrosos senos. Decidí que debía contratarla, pero no debía mostrarme ansioso sino hasta desinteresado.
Su rostro agradable era de pendeja. Le comenté su aspecto adolescente y recordé que el aviso decía mayor de 21 años. Mentí que ya había seleccionado a una chica de 27 años. Entonces ella hizo un gesto de suplica, muy sensual, y me rogó que la contratase pues necesitaba trabajo y un lugar donde comer y dormir pues estaba sola en la ciudad.
– Mirá…, entiendo tu situación pero no quiero problemas con la justicia… le dije con mi mejor careta de seriedad.
– Señor, no va a tener ningún problema conmigo, al contrario, haré todo lo que usted me diga… Todo… – aseguró y bajó sus manos a los muslos hasta el borde de la minifalda, la cual subió levemente.
Advertí la sugerencia erótica que me hizo. Le sonreí. Debía asegurarme:
– ¿Todo lo que yo quiera…?; ¿estás segura…?; te aclaro, soy un hombre grande, vivo solo, me gustan las mujeres y cuando llego a mi casa muchas veces ando desnudo…
– ¡Me parece genial…!; Cuando usted llegue va a tener toda la casa limpia, ordenada y yo preparada para hacerlo sentir muy bien… – sostuvo, mirándome fijo mientras lentamente se pasaba su gordita lengua por los carnosos labios.
– ¡Bueno!; hagamos esto: te pongo a prueba una semana…
Eulalia, contenta, se levantó de un salto hasta donde estaba y me abrazó, dándome un sonoro beso muy cerca de mis labios. Tontamente sorprendido, retrocedí mi espalda y ella, simulando perder el equilibrio, cayó sobre mi, apoyando sus tetas sobre mi pecho.
– Disculpe señor; solo quería agradecerle… – se excusó, mientras para incorporarse apoyó su brazo derecho sobre mi bragueta, logrando que su mano palpase mi indisimulable verga erecta.
– Entonces te espero mañana a las 8; traé tu equipaje así te instalás en la habitación que usarás – dije aparentando naturalidad. Comencé a disfrutar No bien se fuese la pendeja me haría una rica paja…
– Señor…, no lo tome a mal…, no tengo donde dormir, y no tengo más ropa que la puesta…
– Entiendo…; entonces vení, te muestro tu habitación…
La llevé hasta su cuarto, cuya entrada está enfrente a mi puerta. La cama de una plaza también estaba visible desde la mía, lo mismo que un espejo de un metro setenta ubicado al lado del lugar donde ella descansaría. En otra pared había colocado cuatro poster de modelos de la revista Play Boy, desnudas y mostrando lascivamente sus intimidades. Esto lo hice a propósito dos días antes, con objeto de que la chica que estuviese en esa habitación viese cual era mi onda. Por supuesto, con esas imágenes me había masturbado varias veces.
– Ahhh…, espero que no te molesten las fotos; antes usaba este cuarto como mi escritorio y me gusta ver chicas lindas desnudas y relajarme… -comenté.
– ¡Para nada me molestan!; ¡me encantaría ser como ellas y que los hombres me miren para relajarse, como dice usted…
– Sos casi tan linda como esas chicas… Capaz que alguna vez te saco fotos así, pero no nos adelantemos; ahora ubicate, ponete cómoda, bañate y mañana hablamos bien acerca de tus tareas. ¡Ah, una cosa: dentro de casa no cierro ninguna puerta, salvo la del baño, así que no cerrés la tuya; cuando tengas que cambiarte hacelo en el baño…
– ¡Gracias señor!…
Al escuchar que Eulalia entró a bañarse, con lo caliente que me había dejado la pendeja, me saqué el vaquero dentro de la habitación que ella ocuparía. Mi boxer ya estaba mojado. Me desnudé y, sin cerrar la puerta, con la luz prendida, me tiré boca arriba sobre la cama en donde ella dormiría. Apenas toqué mi pija, durísima, sentí como una corriente eléctrica: estaba a punto de acabar. Cerré los ojos e imaginé cada detalle del rostro y cuerpo de Eulalia.
Recreé sus grandes ojos, las pestañas largas y castañas, los labios carnosos, el cuello largo, sus hombros delgados, los pechos redondos, duros, firmes, la cintura fina, las caderas amables, las piernas largas y bien formadas emergiendo de la minifalda. Bajé mi mano izquierda, apreté la verga y de inmediato saltó el primer chorro de leche enchastrando mi vientre. Apreté de nuevo y el semen fue hacia los muslos, las pelotas, el pene. Mucha leche, me la refregué sobre el pecho y luego me la llevé a la boca. Algo se derramó sobre la cubrecama. Me levanté y fui hasta mi cama para dormir. Tal como había anunciado, no cerré la puerta de mi pieza ni me cubrí.
Desperté con sed. Miré el reloj en la mesa de noche y mostraba las 3.35. Al levantarme para dirigirme al baño observé a Eulalia durmiendo. Su cuerpo acostado sobre su perfil derecho, demostraba bajo las cobijas sus hombros desnudos y su colita. Mi verga comenzó a levantarse nuevamente. “Voy a tener que hacerme otra pajita”, pensé. Caminé hasta el baño y me dieron ganas de hacer popó por lo que me senté en el inodoro. De ese modo descubrí que entre este y el bidet estaba tirada en el suelo una bombacha y un corpiño. Eran de algodón ordinario, rosados, chiquitos. Levanté la tanguita y se paró la pinchila. Llevé la prendita a mi nariz para olerla y sentí una penetrante y delicioso olor a pis y flujo. Entonces me envolví la pija dura con la bombachita y comencé a pajearme. Acabé lindo sobre la telita, la dejé sobre el bidet y fui a ducharme. Pensé en lavar la bombachita, pero se me ocurrió llevármela a mi cuarto, para ponerla al costado de mi cabeza sobre la almohada y dormirme así.
Me desperté a las 8, con la verga dura. Al ver la tanguita me hice una paja rápida, sin preocuparme si se escuchaban mis gemidos de placer, acabando de nuevo sobre la prendita. Luego la dejé sobre la almohada.
Envuelto en un toallón fui hasta el comedor. Eulalia estaba parada al lado de la mesa, radiante, preciosa, con el pelo recogido en dos coletas. Me sirvió el desayuno y se quedó de pie en la puerta de la cocina. Le dije que se sentase en el sillón individual que estaba al costado derecho de donde me encontraba sentado. El pedido tenía la intención de mirar sus piernas y deleitarme con la certeza de que debajo de su minifalda no tenía nada puesto. Su rostro enrojeció pero hizo lo que le pedí, juntando sus piernas preciosas. Le pregunté que comidas sabía preparar y mientras me contaba la interrumpí:
– ¡Ah!, anoche fui al baño y vi que dejaste en el suelo tu bombacha y corpiño…
– Señor, si…, discúlpeme, me duché y olvidé eso, perdoneme… – balbuceó, bajando la vista avergonzada.
– Bah, no es nada; pero hay que solucionar esto…
– ¿Qué cosa señor?
– Vos ahora estás sin bombacha ni corpiño, ¿no es así?
– Si…, perdón…; la única ropa que tengo es la puesta; cuando usted vaya a trabajar voy a lavar lo que usted encontró y esto que llevo encima… –contestó y bajó su cabeza.
– Eulalia, no te preocupés, eso lo vamos a solucionar; además, ya te dije, yo tampoco tengo nada debajo del toallón y sólo porque estás vos me puse esto encima, porque sino ando desnudo… -y largué una carcajada- Mirá, vivo solo, espero que no te escandalicés si alguna vez, sin darme cuenta, ando en bolas…, perdón, desnudo… o escuchás ruidos extraños mientras miró alguna película…
– No señor, es su casa…
– Bueno, pero no te preocupés por tu ropa vieja; mientras vos te quedás acá limpiando yo iré a comprar ropa para vos; pero decime, ¿qué talles tenés de arriba y de abajo?. Pensé en traerte vestidos para el trabajo, para salir a la calle, y ropa interior. ¿Qué colores preferís?
– ¿Colores?, ¿para qué señor? – respondió confundida.
– Y…, color de bombachas, de corpiños, ¿Qué tipo?, ¿preferís vestidos cortos o largos?
– Señor, gracias, mejor elija usted… Y no se que medidas tengo…
– Entonces tendré que medirte yo… Voy a buscar la cinta métrica, mientras tanto vos sacate tu ropa… – le dije.
– ¿Para qué? – preguntó, sorprendida.
– Para tomar tus medidas; supongo que no vas a tener vergüenza, soy un hombre grande y no me asusta ver una chica desnuda…- sostuve sonriendo.
Sin esperar su respuesta fui hasta el cuarto donde guardaba herramientas. Encontré la cinta métrica y antes de volver al living desajuste un poco el toallón. Mi plan era que en algún movimiento cayese para quedar desnudo. La excitación logró pararme la polla que logró levantar la tela que la cubría.
Al ver a Eulalia se detuvo mi aliento y corazón: ¡estaba desnuda, sentada y mirándome con inocencia!. ¡La pendeja era impresionantemente hermosa, apetecible, una escultura de mujer!
Hice esfuerzo para controlarme y no exclamar mi admiración. Le pedí que se parase y diese vuelta dándome su espalda. Me coloqué detrás suyo y rodeé sus preciosos senos con la cinta. Simulando torpeza la dejé caer. La preciosa se agachó rápidamente para alcanzármela y con su trasero rozó mi poronga parada sobre el toallón, el cual cayó a mis pies. . Mi pija saltó enhiesta, en el mismo instante en que Eulalia giró su silueta y contempló mi viril excitación.
– ¡Bueno, ahora los dos estamos iguales, aunque yo tengo algo que se nota mucho…! –dije riéndome
– Esta bien señor…
Volví a rodear sus tetas, apoyando mi cuerpo contra el suyo, por lo que el pene le rozaba su culo, cadera y entrepierna.
– Después de medirte voy a tener que solucionar esto que te esta rozando… -comenté
– Parece que si señor…; no puede salir así a la calle… – sostuvo ruborizada y con la respiración agitada.
Con calculada morosidad medí sus formas, aprovechando para tocar sus costados. Al llegar a la cadera me arrodillé y olí su conchita. Quedé cautivado: ¡la pendeja se depilaba sus labios vaginales!. Era preciosa esa rayita delicada. Intenté controlarme.
– Tenés 94 de busto, 62 de cintura y 92 de cadera; nada mal…
– ¿Nada mal para qué señor? – preguntó.
Obvié responderle. Sonreí para adentro. La vestiría como mi mucamita erótica… ¡Mis pajas serían magníficas…! Para la noche tenía un plan…
II Vistiéndola como mucamita sexy
Me tomé el día libre y con las medidas tomadas a Eulalia fui hasta el shopping, a un coqueto negocio de lencería en donde las repetí. Como tenía en mente disfrutar mirándola, decidí comprar prendas de calidad. Además de cinco juegos de tanguitas y sujetadores -todos de seda, transparentes, colores blanco, rojo, negro, rosa y dorado- adquirí dos baby doll, de encaje, negro y rojo. Luego entré en un local de ropa femenina de moda actual y le dije a la empleada que necesitaba ropa deportiva y sexy para regalarle a mi joven novia, además de un vestido elegante, también sugerente. Di las medidas de Eulalia y su altura.
– Debe ser hermosa su novia… con esa estatura y esas medidas…; estoy segura que es jovencita… ¡Lo felicito!- exclamó la vendedora, una mujer de alrededor 35 años, muy sexy.
– Así es, no se equivoca usted. Es preciosa. Y por eso quiero verla bien vestida para mi. Y bien sensual…
– Le daré la mejor ropa, la que una chica se pone para su amante que quiere sacársela rápido… Esa es la idea, supongo… -dijo la mujer guiñándome un ojo.
– Veo que me entendés…
– ¡Cómo me gustaría que un hombre me regalase ropa así!, después haría lo que él quisiera…
– Pasame tu Facebook y quien sabe…
Compré cuatro minifaldas cuyo tamaño me pareció que entraban en un bolsillo de mi pantalón; cinco remeras cortas que dejaban visible la cintura y ajustadas para resaltar los pechos y dos camisas provocativas; tres vestidos sueltos cortísimos y otro más largo pero igual de sensual.
Al salir de allí entré en una perfumería de nivel y compré tres fragancias importadas, desodorantes, jabones, cosméticos varios y artículos femeninos que incluyeron desde toallas hasta protectores para la regla. Todo lo pedí aclarando que era para una joven muy linda. En una zapatería compré dos pares de sandalias taco alto, dos sandalias taco bajo y un calzado deportivo. Por último, en una casa de uniformes, compré dos delantales de cocina, uno negro y otro blanco. Los elegí cortos. Me imaginé a Eulalia con eso puesto, sin nada debajo…
Asombrada
Al llegar a mi casa, todo estaba impecable. Desde la cocina se desprendía un sabroso olor a empanadas y sopa. Le pedí que me sirviese la comida y con las bolsas que cargaba me dirigí hacia el cuarto que ocupaba Eulalia. Saqué todas las prendas y las coloqué sobre su cama. Sobre la almohada puse la lencería. Luego entré a mi pieza y me vestí con un pantalón corto –sin calzoncillo debajo- y una chomba. Todo estaba acomodado y la sorpresa fue encontrar la bombachita usada de Eulalia, con la que me había masturbado y en la que había acabado tres veces, extendida sobre la almohada. Sorprendido y excitado advertí que los 9 DVD pornográficos que tenía al costado del televisor estaban acomodados.
Miré en el reproductor y en lugar de la película que había estado viendo antes de la llegada de la pendeja –una orgía entre dos pendejas y cinco tipos- se encontraba otra acerca de Lexi Belle culeando sucesivamente con siete hombres maduros. La cinta duraba 50 minutos y se encontraba casi al final. Indudablemente Eulalia había estado mirando la película, tal vez acostada sobre mi cama, masturbándose. Su bombachita dura por mis leches puesta sobre la almohada significaba algún mensaje.
– Eulalia, en tu habitación te dejé la ropa que te compré. Mientras almuerzo andá a verlas, decime si te gustan…
Media hora después regresó, con una indisimulada cara de felicidad. Me hice el tonto.
– Señor, ¡gracias!, ¡muchas gracias! ¡Es hermoso todo lo que me regaló!; ¿Cómo voy a hacer para pagarle esto?; yo nunca usé ropa así, ¡y tanta!
– Bueno, me alegra que te guste; ¿pero porqué no te ponés algo de todo lo que es tuyo?
– ¿Ahora?
– Y si…
– ¿Qué quiere que me ponga?
– A ver, veamos… Y me levanté de la mesa para ir juntos al cuarto de ella.
Hice como que estudiaba cada una de las prendas, miré repetidamente su figura, le pedí que se diese vuelta y caminase lentamente, hasta que finalmente le entregué una tanguita blanca, medias liguero del mismo color, un uniforme de mucama cuya pollera negra era una telita que dejaba ver todo y un corpiño blanco como prenda superior. Acompañé las prendas con un par de zapatos cuyos tacos medían 10 centímetros.
– Ponete esto. Mientras yo miro mis correos en la computadora vos duchate y cambiate; usá alguno de los tres perfumes…
Veinte minutos después sentí la fragancia francesa y escuché la vocecita de Eulalia:
– Señor, ya estoy; digame que le parece como queda la ropa que me regaló…
Si la chica, mal vestida y descuidada era hermosa, con el uniforme que se había colocado, arriba de tacos, se había convertido en una modelo erótico. Con los zapatos alcanzaba el metro ochenta y dos de estatura; y sus largas piernas quedaban lujuriosamente enaltecidas con las medias, la liga y la diminuta pollerita que magnificaba cadera y trasero; el corpiño transparente resaltaba sus tetas exquisitas y los indisimulables pezones endurecidos. Su bonito rostro estaba resaltado con labios rojos y pestañas curvadas. Se me paró la pija. Ella advirtió la reacción y enrojeció.
– Se te ve muy bien…; ¿vos te sentís cómoda? – expresé, con la voz algo agitada.
– ¡Me siento genial!; ¿a usted le gusta como me queda la ropa? – respondió la chica, entusiasmada.
– Si… – dije intentando parecer indiferente mientras la verga latía y mojaba el pantalón.
– ¡Todo es hermoso!; pero, ¿toda esta ropa que me compró me va a descontar de mi sueldo?, esto debe ser muy caro… – expresó.
– La verdad, si: Una bombacha sola cuesta como una quincena del sueldo que te voy a pagar… son las que usan las modelos… Pero no te preocupés, no te voy a descontar nada. Sólo espero que trabajés bien y cuando llegué a mi casa, disfrutar…
– Señor, ¡yo voy a hacer todo lo que usted me pida!
Imaginé toda clase de chanchadas.
– Espera un momento… – dije poniendo cara de juez- Mostrame la ropa interior; quiero ver como te queda sobre el cuerpo o si tengo que cambiar algo. Levantate el vestido…
– ¿Cómo dice…? – preguntó.
– Eulalia, ya te dije anoche que soy un hombre grande; no estás con un chico que quiere mirarte la cola…
– Si, disculpe, tiene razón señor – y a continuación se levantó la pollerita de mucama.
Miré una cadera perfecta, curvas deliciosas, una conchita con unos labios carnosos que formaban una preciosa protuberancia tras la tanguita. Sin que se lo pida, coqueta, ella giró su cuerpo para mostrarme su culito. ¡Estupendo!: levantado, duro, cachetes llenos, zanjita delicada. Quería acariciarla.
– Eulalia, ¿estás segura que te sentís cómoda?, a mi me parece que te queda un poca suelta la bombacha…, a ver… – dije, mientras avancé mis dedos y metí los pulgares debajo de los elásticos que rodeaban sus nalguitas.
Ella se estremeció pero no dijo nada.
– Yo me siento bien, no se señor, usted digame…
– Saqué los pulgares y con las dos manos palpé su culo espectacular. Me imaginé metiendo la pija en ese lugar…
– No se…, a ver date vuelta, ponete de frente…
Eulalia obedeció y con el vestido levantado me ofreció la vista de su cadera preciosa. Como la tanguita era transparente se veía el tajito de su conchita, deliciosa. La seda comenzaba a humedecerse.
Ella dirigió su mirada al bulto en mi pantalón.
– Señor, ¿usted está seguro que todo me queda bien?
– ¡Todo te queda muy bien…!, ¿o lo que ves que me pasa no te lo demuestra…? –le pregunté señalando mi erección.
– Si, tiene razón… ¿Y que hace cuando le pasa eso…?
– Y… tengo que movérmela hasta que se calme…
– ¿Ahora tiene ganas de calmarse…?, digame como lo ayudo…
– ¿Querés ayudarme…?
– Después de estos regalos lo menos que puedo hacer es ayudarlo en lo que necesite…
– ¡Entonces bailá, mostrame todo, mirame como me muevo la pija y largo la leche…
– ¡Esa es la ventaja de ustedes los hombres…!; se la mueven un poco y enseguida disfrutan… más rápido que una mujer…
– ¿Y cómo sabés eso…?
– Señor, yo vivía con cuatro hermanos varones; todos dormíamos en la misma pieza y desde hace 10 años que ví como sacaban sus cosas y se las movían hasta que les saltaba leche…
– ¿Qué edad tenían vos y tus hermanos cuando viste todo eso?
– Me hice mujercita a los trece años y en ese momento mi hermano mayor tenía 31, otro 29, el del medio 20 y el más chico 16. Una noche calurosa el más grande se acostó desnudo a mi lado y se la empezó a mover; yo me desperté y lo miré y él agarró mi mano y la puso sobre su cosota dura y dijo que la agarré y mueva para arriba y abajo. Al ratito él me largó su leche en la mano. Desde esa noche se turnaban para que se las mueva y echar lo que les salía encima mío…
– ¿Y qué sentías vos?
– ¡Me encantó…!; ¡y más cuando ellos me enseñaron a mover mis dedos en mi lugarcito…! ¡Además mis hermanos me hacían esas cositas ricas y me volvían loca…!
– ¿Cogiste con tus hermanos?
– ¡No!, ¿cómo se le ocurre?; soy virgen; ellos largaban sus leches encima mío y me acariciaban arriba y abajo, nada más…
– ¿Desnudos…?
– Y, si…; ellos querían verme desnuda, y les gustaba mostrarme sus pijas… Si era de noche, o la siesta, si; ellos se metían a mi cama con sus cosas al aire, y como yo ya sabía que querían, estaba desnudita; así entonces sentía cosas hermosas…; si alguna vez no se podía, de día me llevaban al monte, y ahí lo hacíamos…
– ¿Y hasta cuando hicieron esas cositas ricas?
– Hasta la semana pasada, cuando me echaron de casa…
– ¿Cómo que te echaron?, ¿por qué?
– Lo que pasa es que mi hermano más grande se casó hace cinco años pero al menos una vez a la semana iba a mi casa y me buscaba. La semana pasada, de madrugada, entró a la pieza mi cuñada y lo encontró a su esposo desnudo chupándome ahí abajo y a mis otros hermanos mirándonos moviéndoselas… Mi mamá me echó diciéndome que era una degenerada y perra en celo, sucia…
Excitación permanente
Aquel día, tras el relato de Eulalia, me hice tres pajas sentado en el living mientras la veía trabajar con el uniforme puesto. A las 21 me fui a acostar y le dije que hiciese lo mismo pues debía levantarse a las 6. Tres horas después desperté, muy excitado.
Dos horas después desperté. Me levanté desnudo con intención de ducharme. Tal como se lo había pedido, la puerta de la habitación de Eulalia estaba abierta y vi que dormía. Se había puesto el baby doll negro, transparente y cortito. Era impresionante como le calzaba. Sus hermosos pechos sobresalían casi la mitad, al borde los pezones, mientras que sus piernas parecían columnas decoradas con seda.
Entre en puntillas y me coloqué al lado de su cama. Recorrí su figura mientras la pija volvió a levantarse y aumentaron los latidos del corazón. Observé que la telita sobre sus labios vaginales estaba húmeda. Sospeché que la preciosa pendeja se había masturbado.
¿Habría sido por la calentura que le provoqué al tocarle el culo y conchita?, ¿o por ver mi verga parada mientras me contó su historia?, ¿o por las pajas que me había hecho mirándola trabajar? Las respuestas no importaban. El hecho es que esa pendeja tremenda estaba tendida sobre la cama al lado de mi cuarto, con un baby doll puesto y su conchita mojadita.
Me arrodillé y acerqué mi cara a su entrepierna. ¡Qué fragancias cautivantes!; olor a flujo, sudor, perfume, piel joven, conchita. Sin pensarlo saqué mi lengua y la pasé por la seda, y así seguí, arriba y abajo, besando, chupando y empapando con mi saliva esa vulvita.
Luego de diez minutos la vagina de Eulalia comenzó a largar más fluidos sexuales; asimismo advertí que su clítoris, del tamaño de la tercera parte de un dedo meñique, estaba duro. Lo mordí, a través de la telita, suavemente. La mucamita ya gemía: estaba gozando, dormida, disfrutando el placer que le estaba dando. Levanté la cabeza y miré sus tetas. Los pezones estaban como piedritas. Y los chupé y mordí delicadamente. Eulalia se agitó y me aparté rápidamente; bajó su mano derecha hasta la conchita y empezó a frotársela, dormida, ¡se estaba pajeando!. Parece que le molestaba la telita, pues apartó a un costado la seda y dejó sus labios libres, y entonces se metió tres dedos adentró, mientras se movía como atacada por convulsiones. Me incorporé y comencé a mover mi pija, al ritmo de ella. Cuando advertí que le llegó un orgasmo, le di más fuerte a mi verga y sentí que explotaba mi leche. La dejé saltar, cayendo sobre su conchita, mano y vientre cubierto por el baby doll.
Ella siguió pajeándose, con los ojos cerrados, y por sus gemidos y agitaciones me di cuenta que tuvo otros dos orgasmos. Todo el enchastre de semen y flujo se lo pasó desde su boca hasta las piernas. Y siguió durmiendo. La expresión de su rostro de adolescente mostraba satisfacción. Entonces busqué la bombachita que se había puesto antes. La encontré debajo de su cama. Me la puse y el contacto de la seda me encantó. La pinchila se me volvió a parar, me puse al lado de donde dormía Eulalia y lentamente volví a pajearme, mirando el poema de su cuerpo, gozando el placer de recorrer con mis dedos sus contornos y la paja. Cuando sentí que llegaba la explosión de leche, apunté la pija a su vientre; allí dejé caer el primer chorro; el segundo sobre las tetas, y el tercero, gotas, en sus labios. Ella, supongo que por instinto, sacó la lengua y tragó.
Agotado, me fui a la ducha y luego, desnudo como estaba, me acosté para dormir, con la bombachita al costado de mi cara.
A la otra noche fui hasta la habitación de Eulalia. Estaba cubierta sólo con la sábana y dormía boca abajo. Alta como era, su cuerpo extendido, con la curva de su colita como un promontorio y sus largas piernas, hizo que mi pija parada comenzase a largar juguitos. Iba a masturbarme en ese momento y acabar sobre la tela que cubría sus hermosas nalgas, pero cambié de idea. Lentamente fui retirando la sábana hasta descubrir que dormía desnuda. ¡Qué hermosa pendeja tenía la suerte de admirar tan cerca mio!. Sin poder evitarlo me arrodillé para acercar mis labios a sus firmes carnes y besar, lamer, chupar… Mientras disfrutaba la colita de Eulalia me movía la pija. Al sentir que estaba cerca de acabar me incorporé y fui a buscar mi cámara fotográfica para retratar esa belleza. Al regresar al lado de su cama la pendeja se había dado vuelta y la encontré boca arriba: ¡imagínense una preciosura desnuda con hermosas tetas, abierta de piernas y con una conchita encantadora! Tomé más de 30 fotos, de cuerpo completo, y primeros planos de su cara, senos, cintura, concha, piernas. Luego volví a arrodillarme y lamí su vagina deliciosa y bellas piernas. Empecé a besarle los dedos de los pies, ella se movía y gemía suavemente; fui subiendo poco a poco por sus piernas hasta llegar a su conchita. Eulalia abrió sus muslos y chupé su concha; ella, con ojos cerrados, comenzó a suspirar y entonces metí la lengua: ¡su conchita estaba mojada, caliente, estaba gozando…! De las lamidas de lengua pasé a tocarla y meterle uno, dos, tres dedos; ella solo gemía mas y mas, hasta que, susurrando, dijo “seguí chupando, haceme acabar…! Mis lenguetazos fueron cortos y lentos; su pancito me sabía dulce y eso me hacia hervir mas y mas la sangre de placer; empecé a ir mas rápido, mi lengua se movió por todo su coño como un tornado mientras ella movía su cadera y balbuceó complacida.
Entonces no aguanté más: me paré al costado de ella, continuaba con los ojos cerrados mientras que su concha brillaba con sus jugos y mis babas; agarré mi pija y la moví hasta que en dos minutos comencé a largar chorros de leche que dejé caer en su entrepierna, vientre y tetas. Antes de que quede blandita, las últimas gotitas se las pasé por sus labios. La cubrí con la sábana y me fui a dormir.
III
Me desperté y vi a Eulalia parada en la puerta, mirando, sonriente, mi entrepierna. La polla estaba blanda, pero al recorrer con mis ojos la figura de la pendeja comenzó a levantarse; no era para menos: sobre tacos altos sus torneadas piernas estaban cubiertas por las medias negras con liguero, y encima el uniforme de mucama, el cual era un vestido cortísimo, entallado y con profundo escote.
– ¿Le gusta como me queda esto que me puse? – preguntó, tras lo cual giró dos veces provocativamente.
– ¡Te queda estupendo!; ¿qué bombacha te pusiste? – dije, mientras la pija se levantaba atrevida.
– ¡Ay…!, pensé que si usaba estas medias no tenía que usar bombacha… Mire… – expresó la muy pícara, levantando la pollerita para mostrar su hermosa vagina.
La imagen me excitó totalmente y no pude evitar agarrarme la poronga totalmente parada. Eulalia me provocaba deliberadamente y debía tomar el control.
– Decime, ¿dormiste bien?
– ¡Nunca dormí tan bien!; tuve sueños muy lindos…
– ¿Qué soñaste?
– ¡Ay señor…!; me da vergüenza contarle…; sueños de mujer… ¿Usted no tiene sueños de hombre, lindos, que lo hacen sentir muy bien…?
La hermosa quería sexo; debía ir directamente a lo que deseaba.
– ¡Todo el tiempo tengo esos sueños…!, y ahora, por vos, más…; por eso duermo desnudo, porque esto que ves…; y entonces siento esas cosas ricas… ¿Vos sabés que esas cosas ricas que sentías con tus hermanos se llaman orgasmos? –le pregunté.
– Si, ahora lo se…; es lo mismo que sentí anoche…, fue como si me hubiesen hecho esas cosas…
Entonces decidí jugarme:
– Eulalia, anoche te lamí entera y largué mi leche encima tuyo…
– ¡¿En serio…?!; ¡qué lindo…!; lastima que estaba dormida…; me gustaría sentir esas cosas estando despierta…
– Y ahora estamos los dos despiertos…; podemos probar…
– ¿Quiere que le mueva la pija…?
– ¡Si…!, pero también quiero es lamerte ahí… – le dije, mirando su entrepierna.
– ¡Me encantaría!; ¿pero no le va a molestar que largue juguitos…?; eso no lo puedo parar…; no bien me tocan empiezo a mojarme…; y si no me tocan, lo hago yo, con mis dedos…; no se… ¿seré anormal…?
– ¡Todo lo contrario!, ¡me encanta que acabés todo el tiempo!; vení, arrodillate encima mio, acostado te voy a chupar tu conchita…
Eulalia obedeció en el acto. Abrió sus piernas sobre mi boca y yo lamí, chupé, mordí, aspiré, besé, metí la lengua en su vulvita jugosa y caliente y moví su clítoris, rosado, duro, bebiendo las cinco acabadas que tuvo la pendeja en menos de una hora.
Agotada, se recostó a mi costado derecho, con las tetas fuera. Entonces me coloqué sobre ella, de rodillas, rozando mi culo con su concha, apuntando la pija hacia sus senos, y le di duro hasta que comencé a largar mi semen, en cuatro chorros que cubrieron desde sus labios hasta su vientre.
– ¡Qué rico señor…!; ¡me encantan las cosas que me hace…!; deme siempre su pija y su leche…
IV Las rutinas
Dos semanas transcurrieron desde el día que la preciosa Eulalia llegó a mi casa y comenzamos a gozar juntos de nuestras pajas mutuas. Desde aquel momento me encontraba maravillado: un hombre de 42 años, de aspecto normal pero que hasta entonces para tener sexo con una chica más o menos linda debía pagar por una acabada, ahora tenía dentro de mi hogar una hermosa pendeja de 18 años, alta y de cuerpo perfecto, que me ofrecía su desnudez, sus intimidades y me hacía acabar las veces que quisiera.
– Vos me dijiste que sos virgen, pero los labios de tu concha están bien grandes, salidos para afuera; sólo se los he visto así a las chicas que han cogido muchísimo, que han probado muchas pijas…
– Ya le dije que ningún hombre me ha cogido…; pero usted se olvida de algo: desde hace seis años que me masturbo casi todos los días, y tal vez así también se agrandan… ¿le gusta?…
– ¡Me encanta tu boquita de abajo…!; por supuesto, me gustaría entrar ahí también…
– Puede meterme su lengua todas las veces que quiera…
Así quedó la charla. La primera semana ella me pajeaba al despertar, al llegar a la siesta de mi trabajo, a la tarde y a la noche. Por supuesto, tras comprobar que la mucamita era multiorgásmica y ninfómana, le provocaba, pajeándola, un promedio de cuatro acabadas por cada una de las mías.
Pese a las descargas de mi leche, mientras trabajaba o andaba en el auto o caminaba, recordar su cuerpo me mantenía constantemente excitado.
Eulalia me despertaba chupándome la pija, con algún body sobre su figura. Cuando llegaba de la calle me esperaba vestida de mucamita, sobre tacos, sin ropa interior debajo; durante la tarde andaba con la lencería erótica que le había regalado, y yo desnudo, con la poronga parada todo el tiempo. A la noche generalmente ella estaba desnudita, con su piel manchada por mi semen y sus jugos.
La tercera semana, después de un espectacular “sesenta y nuevo”, le dije que nos organizaríamos de otro modo:
– Sabés que llegó del trabajo a las 15; una hora antes, después que hayas terminado con las cosas de la casa, quiero que te bañes, te perfumés, te pongas alguno de los uniformes de mucamita, vayas a mi dormitorio, prendas el televisor y mirés alguna de las películas porno nuevas y te masturbés; todos tus juguitos desparramátelos por tu cara, tetas, conchita, la tela.
Cuando escuchés la llave, ponete los zapatos de taco alto y andá a recibirme. No bien entre, después de besarme con tu lengua, sacame la pija y agarrala para llevarme hasta la cama, la mia o la tuya, tirame y echate encima mio, metete la verga en tu boca y chupamela hasta hacerme acabar… Después comemos y de postre voy a lamer tu concha…
– ¡Qué rico…!; pero una cosa señor, quiero hacerle una propuesta, si a usted le parece… – dijo.
– Decime…
– En algunos videos que mire lo vi a usted haciéndose la paja y acabando mucho; en otros vi a chicas pajeándose en su cama…
– ¿Y…?, ¿te gustaron…?
– ¡Me encantaron…!, aunque los de las chicas me dieron algo de celos…; ¡yo me pajeo mejor que esas gordas…!
– Si, tenés razón… vos sos más linda, además, esas chicas son putitas, les pagué para que pajeen mientras las filmabas; ¿pero que querés proponerme…?
– Limpiando encontré su cámara de video, aprendí a usarla, con el trípode, incluso grabé unos minutos acabando para usted…; quiero preguntarle si cuando me masturbe antes de que usted llegue me deja filmarme, desde que me tiro a la cama y empiezo a acariciarme vestidita, y me voy desnudando, hasta que explote como usted sabe…
– ¡Es una idea estupenda…!; pero, ¿dónde está el video que te filmaste…?
– Ya se lo traigo…
Eulalia prendió el televisor y el reproductor de DVD. Se recostó a mi lado izquierdo y con su mano derecha tomó mi pene flácido y empezó a masajearlo suavemente.
En pantalla apareció la pendeja vestida solo con medias liguero rojas, una tanguita negra y un corpiño ajustado del mismo color. Luego se tiró sobre la cama y abrió sus piernas hermosas, llevando su mano derecha a la entrepierna y la otra a su teta del mismo lado, la cual fue sacando del corpiño. Las caricias iban creciendo de intensidad y las manos se movian frenéticamente cambiando de lugar pero siempre tocándose tetas y concha, a través de la bombachita. Hubo un corte y Eulalia aprovechó para poner pausa.
– ¿Le gusta…?
– ¡Me encanta como te pajeas…!; ¡quiero lamerte ahora la conchita…!
– Espere…, siga mirando, yo ya vengo…; ¡pero no vaya a largar su leche sin mi…!
Cinco minutos después regresó Eulalia, vestida del mismo modo en que salia en el video.
– ¡Mire, toque, tengo lo mismo que me puse cuando me filme, y la tanga y el soutien están con mis acabadas secas…!
– De inmediato la atraje hacia mi y empecé a chupar la seda hasta mojarla con mi saliva, logrando humedecer los antiguos juguitos. Ella comenzó a gemir y mojar la bombacha, mientras mi pija latía deseosa de volcar semen.
– Señor, acabe sobre la tanguita y el corpiño, quiero que su leche se sequé ahí, y cuando me haga la paja esperándolo me voy a poner la misma lencería, sin lavarla; esta va a ser mi ropita sucia de pajas para los dos…
Desde esa tarde la mucamita cumplió la rutina sexual.
VI Tesorito
Dos meses después, a la tarde, me desperté acostado al lado de Eulalia, en su cama de una plaza. Estaba desnuda, ofreciéndome su linda espalda, culito y piernas algo separadas. Digo culito pero era un culazo. Antes de dormirnos se lo había lamido, besado y chupado hasta casi ahogarme en sus jugos; acabé allí y prácticamente me desvanecí. Al recordar los gozos compartidos y mirar su colita creció mi pija y bajé mi cara para hundirla en su orto precioso. Volví a lamerla, aspirando los olores dulces y ácidos de nuestros fluidos mezclados, mientras que la pendeja, dormida, gemía complacida.
No quise acabar por lo que regresé a recostarme a su lado, contemplándola extasiado, y de costado apoyé mi cuerpo sobre el suyo, apretando mi pija dura contra su culo. Deseaba sentir el calor de sus nalgas apretando mi poronga y suavemente intenté abrirme camino. Excitado, usé mis manos para separar los hermosos cachetes de firme carne y sentí mi glande enrojecido y empapado avanzar en el nuevo territorio. En ese momento Eulalia se movió contra mi y el movimiento logró que la pija entrase en su anito dos centímetros. Despertó y bruscamente se separó y me miró seria.
– ¡Señor!; ¿qué está haciendo?; ¿estaba metiéndome su pinchila en el culo? – exclamó con tono de reproche.
– ¡Perdoname Eulalia!; me desperté así, sin darme cuenta me apoyé sobre vos…
Ella frunció el ceño pero de inmediato sonrió.
– Quiero contarle algo que no le conté: es cierto que soy virgen, de hombre, pero no de cosas duras; usted me preguntó porque tenía tan abierta la concha… La verdad es que desde hace mucho tiempo me meto cualquier cosa que parezca una pija gorda y gruesa: zanahorias, pepinos, tubos de desodorante; primero fue en la concha pero después en el culo…; yo creo que ya me desvirgué, que ya tengo rota la telita, ¡y me encanta…!
– Con razón tenés el papo tan abiertito…!
– Hay otro asunto…: ¡deseo mucho una pija adentro…!; lo que pasa es que me prometí que no me la meterían porque mis hermanos todo el tiempo querían cogerme… me ofrecían plata, me amenazaban, una vez hasta me quisieron violar pero me escapé. Ellos después me pidieron perdón pero me dijeron que la culpa era mia, que todo el tiempo andaba provocándolos, que era una calienta pijas…
– Disculpame, no sabía…; yo no quiero violarte…
– Espere, ya lo se; lo que pasa es cierto: soy muy caliente, todo el tiempo quiero gozar, y me encanta la pija, sueño con una adentro, y desde que estoy en su casa, por más pajas que me hago, ¡quiero coger…!
– ¿Vos querés que cogamos…?
– ¡Si…!, pero por atrás…; deseo su pija… usted la tiene linda, grande, gruesa, siempre parada, y limpita… Pero todavía no me animo a que me desvirgue por adelante…
– ¿Y entonces…?
– ¡Metamela por atrás…!, ¡cogame por el culo…!; ¿quiere…?
Lo que escuché me pareció increíble: una pendeja hermosa, sexy, de cuerpo descomunal, desnuda a mi lado, ¡me estaba pidiendo sexo anal!
– ¡Por supuesto que quiero!; pero te aclaro: no es lo mismo una pija en el culo que en la concha. Se siente mucho más rico, pero si el anito está muy cerrado puede doler un poco al principio…
– No creo que me duela a mi…, ya lo tengo bien abierto después de tantas cosas que me metí…, y tantas veces… Me gusta mucho por atrás…; ¡hasta una zanahoria de 25 centímetros de largo y seis de ancho me entró…!
– ¿Cuándo te metiste algo tan grande?
– La semana pasada…, fue en su cama, mirando en una película como un negro cogía por el culo a una chica como yo… Me salió un poco de sangre, ¡pero que lindo la pasé… Después de esa vez ya no me dolió, y desde ese día lo que más estoy deseando es su pija en mi culo…
– …Y bueno, probemos…
– ¿Cómo hacemos?, ¿qué tengo que hacer?
– Acostate boca arriba… Abrí las piernas… primero te voy a chupar la concha hasta que estés bien mojada, y con todos esos juguitos, y mi saliva, te voy a embarduñar tu culito para que mi pija te entré fácil…
Eulalia, con expresión contenta y cara de deseo, obedeció mis indicaciones. Puse una almohada debajo de su cadera logrando colocar en primer plano su ortazo sabroso. Y me hundí en su vagina hirviente. Quince minutos después chorreaba como una fuente de agua. Así, con mi lengua frenética, fui desde su concha a su culo hasta empaparlo hasta bien adentro. Mi verga estaba como un poste vivo. Con mis manos abrí sus nalgas y dirigí mi palo a su anito. El glande se hundió en el anillo y, con tanta lubricación, fue entrando paulatinamente hasta que todo el tronco penetró y sentí mis testículos rozar acompasadamente en sus cachetes traseros. ¡Dieciocho centímetros de mi pene estaban dentro del culito de Eulalia! Ella movía su cadera y emitía chillidos, se mordía los labios, y balbuceaba:
– ¡Aia!, ¡me encanta, me gusta tu pija, damela, dame más, rompeme el culo, partime…!
– ¿Te gusta putita mia…?
– ¡Si…!, ¡si, soy tu putita…!; ¡este culito es tuyo, llename de pija, llename de leche…!
Estaba tan maravillado de coger por el culo a la hermosa chica que, pese a las ganas de acabar, luego de doce minutos cogiendo, quería aguantar con la verga dura para metérsela de otros modos…
– Eulalia, ¿querés sentir como disfruta una perrita…?
– ¡Si!, ¡eso vi en los videos y quiero ser su perrita…! –y sin que se lo pida movió su cuerpito para colocarse en cuatro patos sobre el colchón.
La imagen delante mío era un poema: un culito precioso, duro, lleno, con los cachetes abiertos y un agujero marrón abierto como una boquita deseosa, mojada… Mi pija estaba igual de mojada y la dirigí directo hacia la entrada. Entró completamente en el primer envión y la chica largó un suspiro sordo.
– ¡Qué hermosa poronga…!, ¡que linda la siento, calentita, gorda…!, ¡movela sin parar, cogé a esta perrita puta…!
– ¡Si putaza mia, perra cogedora…!
– Espera, te la voy a sacar, vamos a filmar esta cogida…
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