Mi sensual vecina pelirroja de 10 años, Dana.
Dana era una niña de belleza sin igual, una pequeña venus que no podía ser desaprovechada y que yo haría mía a cualquier costo.
Recuerdo la primera vez que vi a mi querida Dana. Solita jugando en el patio de su casa, con un vestido beige de flores. Revoloteando, saltando y disfrutando de la vida como solo una pequeña e inocente niña de 10 años podría hacerlo. Sus madre acababa de mudarse a ese coto habitacional donde yo vivía, y la niña apenas y tenía amistades, al igual que la mamá. No es común encontrarse con una belleza tan pura y sensual como la que mi Dana, ese cabello lacio y rojizo como una cortina de satín que le llegaba hasta esos pequeños pero bien definidos pechos blancos, que se contorneaban en su estrecho vestido. Sus carita, moteada con pecas por todos sus cachetes y en sus sensuales y rojos labios se dibujaba una sonrisa a la que le faltaba un diente. Aún sus delgadas piernas blancas eran delicadas columnas de marfil tallado. Toda mi Dana era perfecta, una niña tierna y sensual que yo desee desde ese primer instante con una lujuria incontrolable.
De inmediato al ver a madre e hija a mi vecindario, no dudé en acercarme a ellas, ofrecerles mi apoyo y buenos deseos. La madre, Alexia, una mujer de no más de 35 años, atractiva pero seria, tal vez introvertida. Fui a su casa con una canasta de frutas que le pedí a mi sirvienta que comprara y se las di de buena voluntad, aunque esperando que la madre me invitara a pasar. Recuerdo de forma vivida que al entrar vi a Dana sentada en su sillón con la tableta en las manos y las piernitas abiertas de par en par. Qué cuadro tan más excitante me regaló ese escuincla, alcancé a ver sus calzoncitos rosas debajo de aquella falda azul que traía aquel día.
-Dana, ¡siéntanle bien! – dijo a gritos la madre, lo que me sacó de mi trance de obsesión por ese delicado ángel. No sé si se habrá dado cuenta de mi mirada de lascivia a la niña. Moví mi rostro rápidamente, le sonreí a Alexia y, con un encanto engañoso que he pulido y perfeccionado por años, empecé a sacarle plática.
-Que alegría que tener vecinas tan hermosas y encantadoras como ustedes. Se agradece que estos vecindarios se llenen de gente de bien
-Gracias, que amable es usted.- Me contestó ella con algo de tartamudez y claramente sonrojada. La miraba directamente a los ojos y ella me esquivaba. Intentaba intimidarla, dominarla. No porque me interesara algo con ella, aunque no era fea, sino porque no puedo dejar que ninguna mujer olvide su lugar en mi mundo, debajo mio, dóciles, y serviciales.
Me ofreció tomar un café, acepté y empezamos a platicar. Era una mujer dulce, amable, incluso algo ingenua. Y Dana era todo eso pero mejor. Una niña ejemplarmente tierna y curiosa, que haría todo lo que fuera con tal de no molestar a nadie, algo que yo aprovecharía.
En las siguientes semanas, yo me relacionaría más con Dana y Alexia, y aunque uno que otro vecino intentaría hacer lo mismo, yo ya me había ganador su confianza más que nadie. Noté que no tenía amigos que las visitaran mucho, ni tampoco familiares que hubieran ido a verlas a su nueva casa. Y no es que Alexia fuera mala persona, o desesperante, o incomoda. Ella y su niña eran perfectas vecinas, pero aquel coto habitacional tan exclusivo estaba lleno de familias, de esposas celosas que se alejaban de Alexia por miedo a que les robara a sus maridos. Como si a ella eso le hiciera falta, tenía dinero, y mucho, no sé cómo, solo sé que podría vivir cómodamente sin la necesidad de trabajar, aunque lo hacía. Salía por las mañanas, dejaba a su hija en la escuela y volvía ya tarde con ella. Luego me enteré que dejaba a Dana en una escuela de tiempo completo, pero a la pequeña eso no le gustaba, se aburría y a pesar de su buen comportamiento, no podía evitar quejarse.
Por mi parte, yo trabajaba desde casa como programador para una empresa en California. Me iba muy bien, no tenía horarios ni jefes, solo metas, metas que nunca se me dificultó cumplir. Tengo ya 40 años. Me encantaba llevar amantes a mi casa, chicas de no más de 25 años deseosas de un hombre que les pagara un par de caprichos económicos y las hiciera sentir mujeres de verdad. Mujeres básicas, simplonas, bonitas pero estúpidas. No me mal entiendan, me encantan de esas, pero a veces uno busca algo mejor, algo como una pequeña de 10 años de rostro angelical a la que le pudiera enseñar y hacer lo que quisiera. Una pequeña mujercita que se enamore perdidamente de uno y no conozca jamas a nadie más que a ti.
Pasaron 4 largos meses, pero Alexia por fin confiaba a mí al grado de que me encargaba ir por Dana a la escuela, la recogía en mi carro y en el camino ella me contaba de su día, de sus amigas y amigos, y de los profesores que le caían mal. Yo la llevaba muy de vez en cuando a comprar helado o incluso una hamburguesa sin que su mamá se enterara porque era muy estricta con su dieta. Algo que personalmente le agradecía, porque mi nena tenía un cuerpo hermoso. En ocasiones intenté acariciarle la pierna desnuda por debajo de la falda y Dana no dijo nada, solo sonrío y rió, como si fuera cualquier juego. Al llegar a su casa la esperaba su niñera, una señora morena ya algo anciana e ignorante, que Alexia había sacado de algún pueblucho. Un obstáculo para mí, porque me impedía estar más tiempo con mi Dana.
Un día invité a Dana y su mamá a mi casa, a que pasaran un rato en la piscina y yo haría algo de carne asada. Un pretexto para ver a mi Dana con un poco menos de ropa. Y funcionó, al llegar ambas se pusieron sus trajes de baño, y mi Dana lucia espectacular, su traje de dos piezas me permitía ver su pequeño y delgado vientre, sus piernitas blancas y sus ligeros pies. El espectáculo me puso al 100, y no podía ni concentrarme en la carne y el asador, mi verga estaba al máximo y tenía miedo de que Alexia me viera. Para intentar bajarme la calentura le pedí a la mujer que se encargara de la carne mientras yo nadaba un rato, y como yo ya la tenía comiendo de mi mano, ella aceptó sin más. Me quité la playera y me metí a la alberca con Dana. Con el pretexto de enseñarla a nada mejor, me acerqué a ella e intenté tocarla por todos lados, en sus cinturita, en sus piernas y delgados brazos, hasta por un instante logré tocarle los pechitos sin que su mamá me viera. Yo estaba durísimo y la niña lo notó y me dijo que qué tenía ahí abajo. Yo, asustado, me alejé, y le dije que iría al baño. Si por mi fuera me habría cogido a esa pequeña diosa infantil en ese momento, le habría tomado de sus rojos cabellos y le habría perforado la boca y las nalgas antes de que atardeciera, pero su jodida madre me lo impedía. Fui al baño y me la jalé como nunca antes me la había jalado, viendo a Dana acostada en un camastro solo con su traje de baño. En un momento de lucidez perversa tomé el bloqueador solar y me vine a chorros dentro de él. Lo llevé conmigo volví a la alberca diciéndole a la niña que se lo pusiera, ella volteó a ver su mamá y ella le sonrió en señal de aprobación. Ver cómo esa pequeña escuincle de 10 añitos se embarraba mi semen con el bloqueador me provocó una morbosidad y excitación descomunales.
Noté con el pasar de los meses que Alexia se sentía muy atraída por mi, me visitaba con su hija, se sentía contentaba de cómo las trataba a ambas, salíamos como una familia, y en ocasiones se quedaban hasta tarde viendo películas. Fue entonces muy natural cuando formalizamos nuestro noviazgo Alexia y yo, y Dana no podía estar más contenta. Nos hicimos aún más cercanos, y yo tenía más oportunidad de tocarla aunque ya no me era suficiente. Necesitaba hacerla mía, mi verdadera mujer. Me enteré que Alexia no era de México hasta que empezamos a salir, era de Suecia, y allá estaba su familia, por eso jamas la visitaban. Una noche me confesó que su madre estaba enferma, y que había tenido problemas con ella, que tenía que ir a visitarla de urgencia y que no podía llevarse a Dana por problemas con su pasaporte. Ahí fue cuando vi mi oportunidad, de por fin tener a Dana para mí. Intenté lucir consternado cuando Alexia me contó todo, pero en realidad moría de emoción y felicidad. Solo unos días después Alexia partía a Suecia por al menos una semana, y Dana y yo la fuimos a despedir. Recuerdo bien la mirada tierna que Dana me lanzó, como me tomó de la mano, ella confiaba de verdad en que yo la cuidaría, y de alguna manera perversa, lo haría.
No iba a perder el tiempo, ya no más. El único obstáculo que me impedía estar con Dana estaba volando a miles de kilómetros de ahí. Le dije a mi Dana que se pusiera un vestido rojo largo, que yo mismo le había comprado. Ella se preguntó por qué, y yo le dije que sería una noche especial. La pequeña obedeció y yo para premiarla le compré una pizza que tanto le gustaba, la comimos en la sala viendo la tele, para ese entonces ya tenía a Dana bien acostumbrada a mis caricias fuertes, mis manos apretaban sus delgadas y pálidas piernas, pero ahora iba un poco más allá y subía con ellas hasta su cuevita intima, a su delicada vagina infantil. La niña se asustó al sentirme, quiso moverme pero mientras con mi mano derecha le acariciaba su conchita, con la izquierda la apretaba contra mi.
-Tranquila Dana, esto es normal, no debes asustarte.
-Pero se supone que nadie debe tocarme ahí
-No hermosa, claro que sí. Los hombres de verdad tenemos permiso de tocar a las hembras ahí. Y yo quiero hacerlo contigo
La pequeña se fue soltando de a poco, pero no estaba del todo convencida.
-Nena por qué tan tensa. Pensé que ya me querías
-Sí lo quiero, señor, pero es que pensé que esto solo lo hacían los novios en las películas.
-Tu y yo podemos ser como novios, Danita. Te cuidaré, te proveeré, y tu me satisfarás como toda una mujer
Al oír esto la niña se alegró y me abrazo, yo aproveché y le apreté las nalguitas, le besé el cuello y apreté su delgada cintura. Aquella pequeña e ingenua escuincla que aún ni siquiera menstruaba me daría tu deliciosa virginidad. La tomé en mis brazos y la cargué hasta mi cama, le quité el vestido rápido, ya no aguantaba. Vi sus calzonicitos azules, y sin ningún tipo de bra. Verle por primera vez las tetas era magnifico, apenas y le sobresalían, pero ya se le marcaban. Su cinturita era perfecta, su inocencia me prendía muy cabrón. Tomé su calzón y se lo quité con furia y desesperación. Me metí rápidamente entre sus piernas y con ansía feroz empecé a devorarme su cuquita. La pequeña no sabía qué pasaba, o qué le hacía, solo acataba mis ordenes y acciones, se dejaba hacer y mover a mi complacencia. Con mi lengua raspaba su apretada y rosada vagina de niña. Su olor era sensacional, una mezcla entre sus jugos y olor propio de hembrita y el suavizante de telas de sus panties. Con mis labios rozaba los suyos, e intentaba penetrar lo más posible con mi lengua. Sin más miramientos, le empecé a meter un dedo y la niña se arqueó. Noté que en principio le incomodaba, pero mis mete y saca de dedo junto con el oral que le hacía la estaban volviendo loca. Le di un par de golpecitos a su vagina rosada, y luego le dije que se volteara, que dejara su cara al borde de la cama pero boca arriba. Ella no lo vio venir pero yo le metí así mi verga entera en su boca, Mis huevos chocaban con sus ojos y frente, y ella daba arcadas de lo profundo que se la metia. En esa posición le apretaba las tetas sin dejar de violarle la boca. A momentos la dejaba respirar, pero no podía esperar mucho.
-Se me enfría la verga putita, sigue comiendo que esto te va a encantar.
Estaba viendo con mis propios ojos el surgimiento de una mujer, veía cómo tragaba mi verga y lo empezaba a disfrutar. Dejaba mis huevos húmedos, mi vergas escurriendo. Verga sería ahora la comida favorita de esta putita.
Le saqué mi mástil ya bien erecto y lubricado. La niña estaba algo desorientada, aproveché para ponerla con la cabeza sobre las almohadas apoyadas en la cabecera, y la abrí de piernas. Ahora sí, por fin, haría mujer a este pequeña, y la haría mía. Puse sus piernas sobre mi pecho, las tomé con fuerza y puse mi verga en su entrada, le estimulé un poco la panocha y se la sobé con la punta de mi pito. La niña cerraba los ojos, pero al sentir mi pito en su entrada volteó rápidamente a verme. Con sus ojos me rogaba compasión. Me pedía mesura para que no la rompiera en dos en su primera vez. Yo respiré profundo y se la fui metiendo empujando toda mi cadera contra ella. Mi verga se fue abriendo paso lentamente entre las paredes vaginales de mi pequeña hembra. Dana era ahora una joven funda de lujo para mi vergota. La tomé de los hombros, empujé lo más que pude, sentí cómo el himen se rompía, empujé con más de fuerza y noté que mi verga llegaba hasta el fondo sin que entrara por complejo. Dana no resistió más y gritó con fuerza, seguro que nunca en su vida esa niña había gritado tan fuerte. La callé con un beso pero ella seguía “me duele, me duele” gimoteaba, “Se te va a pasar lindura” le contesta yo ahogado en lujuria y éxtasis, tremendamente caliente y sin cerebro para pensar racionalmente. Lo único que quería era seguir y venirme en esa hermosura pelirroja.
Me puse a besar sus pechos y a hacer el mete y saca más delicioso de mi vida. Nunca una vagina había apretado mi verga de una forma tan exquisita. Me deleitaba con el cuerpo de mi querida Dana, entraba y salía, me la devoraba en cada parte. Su vientre, sus brazos, sus hombros, cuello y cara, todo era poseído por mí. La niña ya estaba gimiendo, sus bracitos apretaban los míos y yo en ese momento estaba perdidamente deseando a esa hembrita. Aumenté la embestidas, más rápidas.y fuertes, no podía creer lo bien que aguantaba mi Dana mi verga aunque no le cupiera toda. Chupaba sus pezones con fuerza y veía su cuerpo infantil y delicioso. Le saqué mi verga la vagina, y la voltee sin espera o conmiseración. Vi esas deliciosas, bien formadas y suculentas nalguitas de marfil. Perfectas y sin mancha alguna. Le puse un cojín en su vientre, para que esas nalguitas se levantaran un poco más, y así pude ver sus dos hoyitos. Escupí en su ano cerradito, la sobé un poco para ablandarla, le di una nalgada bien puesta para darle algo de color a esos ricos glúteos, y le fui metiendo mi verga en su delicioso culo. La nena mordía las almohadas y se retorcía, yo intentaba ser amable y cuidadoso pero no podía dejar de metérsela, estaba demasiado caliente. El cuerpo de mi nueva novia me volvía loco y tenía que poseerlo. Mi verga fue abriendo ese orificio y sin meterla toda, decidió meter y sacar, adentro y afuera. Estaba desvirgando a Dana por los tres hoyos esa noche y era quizá la mejor de mi vida. La tome de su cabellera larga, sedosa y rojiza, la tenía como quería, como la había soñado. Le empecé a dar con fuerza, mis embestidas era como un animal en celo, duras contra sus nalgas. Solo sonaba el golpeteo de nuestras pieles como aplausos de una multitud.
-Así así así cabrona AAAHH!! Eres mi mujer ahora
-Aaaah lo quiero mucho!!
La niña no sabía qué sentía y lo interpretaba como amor. Que me amara, que esa pequeña e inocente alma ma amara, no había nada que me hiciera más feliz, solo tal vez seguir perforando como un taladro imparable ese lindo y perfecto culito.
Estaba ansioso, cansado, pero aun caliente y con la verga bien erecta. Solté a Dana, y caí acostado a lado de ella. Respiraba agitado, y la niña me vio. Se acercó a mi y por cuenta propia me empezó a besar, la subí encima mio, y acerqué mi verga a su vagina de nuevo. Empujé un poco para meterle mi verga de nuevo y sentir de nuevo su calor. La pequeña gimió y respiró como si dejara una carga de lado. Besé sus lindos pechos y me la empecé a coger así, moviendo mis caderas hacia arriba y apretando sus ricas nalgas. La niña ahora estaba disfrutando al máximo, gemía y gritaba de placer. “Más más más!!” Gritaba mi pequeña amante, una doncella que estaba a punto de consumar su feminidad. Con mi leche dentro suyo, se volvería mi mujer, y solo yo sería su hombre. Dana se veía tan jodidamente sensual estando arriba mio, gimiendo y disfrutando. Mis manos casi lograban rodear su cinturita, mis huevo la golpeaban, mi pito la perforaba.
“No tan rápido, no tan rápido” decía entre suspiros mi nueva amante “así es como los hombres cogen nena, no puedo parar”. Le di con todo lo que tenía, no aguanté más, apreté con fuerza a mi niña hermosa y la voltee para ponerme encima de ella. La acosté boca arriba, perforé con fuerza su vagina lo más al fondo que podía, y me viene con 6 chorros de espeso semen de macho preñador dentro de ella, sudando y jadeando encima de una niña de 10 años.
Caí a su lado, ella me besó con una ternura sin igual, con un cariño que solo una mujer inocente y que no sabe de las decepciones de la vida podía dar. Me abrazó y yo le correspondí, ambos caimos en un profundo sueño, y ella se había convertido en mi mujer.
Muy buen relato!!! Me la has puesto dura. Sigue contando mas relatos con Dana.
Puedes compartir más narraciones con Dana? Excelente.
Que rica putita en entrenamiento! Alguna vez la sacaste de noche con poca ropa a pasear como toda una perrita o la mandaste a la escuela con sus calcetas y calzoncitos llenos de lechita?
Genial relato, muy bien desarrollado y muy morboso