Mi tía Eugenia
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Frank.
Platicar de la familia no es nada sencillo. Y menos si se trata de la familia cercana. Yo soy una persona que comúnmente no se reserva nada cuando escribe, así que tendré que contarles esta historia que me sucedió hace apenas unos meses.
Era Diciembre, y como ya saben, las personas en esa época se ponen melancólicas, recuerdan seres queridos que han muerto y hay mucha depresión y melancolía. Pues bien, el caos se avecinó para una de mis tías, la más joven de las hermanas de mi madre cuando tuvo graves problemas con su marido, mi tío político, Mauricio. La historia de mi tía es algo verdaderamente curioso, pero a la vez común en muchas familias. Se casó a la edad de 18 años, y ni siquiera estaba embarazada.
Lo hizo como capricho para enfadar a mi abuelo, que incluso le ofreció pagarle un viaje a Europa por un año. En el México de los años 80, un viaje de un año por Europa no era nada común, y cualquier joven hubiera aprovechado la oportunidad. Peor no mi tía Eugenia, obstinada y terca como siempre, tomó la decisión de casarse y así privarse de una vida llena de fiestas y alegrías de la carne , en una época en que a los dieciocho años apenas comenzabas a conocer a los hombres. Era entonces 1983, y mi tía Eugenia, de 18 años, se casó mientras yo, de 3 años, me quedaba dormido en casa a cargo de mi nana Margarita. Pero eso fue hace muchos años y ahora viene la historia que les contaré.
Mi tía Eugenia, como es de esperarse, vive insatisfecha sexualmente.
Su marido, sólo un año mayor que ella, vive trabajando y aunque sigue siendo joven, mi tía se la pasa mirando a los hombres y comentando acerca de quién es el nuevo galán de la televisión, o quién se corto el cabello y se ve muy bien, o qué futbolista es el de mejor parecido de la liga mexicana. Así pasa sus días mi tía Eugenia. Para colmo, sus dos mejores amigas, inseparables ellas y sus hijos, son divorciadas, las dos casadas antes de los 21 años y abusadas por sus maridos violentamente. Mariana, una de ellas, se acaba de divorciar de su marido, que ebrio, disparó un tiro al aire y le rebotó a su hijo, lesionándole la espalda. Como hemos de suponer, el odio de sus amigas hacia sus respectivos maridos ha de influir en el propio criterio de mi tía Eugenia, que a decir verdad, es escaso.
Uno de esos días de Diciembre, melancólicos como siempre han sido, Octavio mi amigo y yo decidimos irnos de pesca. Queríamos un poco de acción esa noche, y habiendo tenido una experiencia mayúscula en Puerto Vallarta el pasado Septiembre con dos señoras mayores de 40 años, decidimos repetir la dosis esa noche. Decidimos ir al Piano Bar, lugar ubicado cerca de una de las glorietas más importantes de Guadalajara, la llamada Glorieta Minerva. Estuvimos allí un buen rato, sin embargo, nada que apeteciera nuestros sentidos encontramos allí. Decidimos ir a otro lugar, famoso por ser el lugar favorito de divorciadas urgidas de sexo, una disco llamada “El Mito”, ubicada en uno de los Centros Comerciales más recientes de la ciudad. Allí si había de donde escoger.
Octavio y yo nos colocamos en la barra, cerca de la pista de baile y pedimos unas cubas. Revisamos el horizonte en busca de alguna presa interesante aquella noche. Había de todo, e incluso un par de damas de unos 30 años nos sonreían constantemente, sin embargo, eran demasiado feas y decidimos ignorarlas. Un par de guapas chavas pasaron por enfrente de nosotros y se detuvieron a pedir unos tragos en la barra. Sin perder tiempo Octavio sacó conversación y comenzamos a platicar los cuatro. De pronto, mientras pausaba en la conversación y le daba un trago a mi cuba, levanté la mirada sólo para ver una imagen que me hizo despertar. Allí estaba mi tía Eugenia, vestida como una total puta, acompañada de su amiga Mariana, vestida de igual manera y sentadas solas sin bebidas como checando el panorama.
Le dije a Octavio que me acompañara al baño y dejamos alas dos mujeres ahí confundidas junto a la barra. Le dije que había llegado una amiga de mi mamá, y sin decirle que Eugenia era mi tía, le incité a sacarle conversación para yo entonces ir con Mariana, que de verdad era una mamá bastante guapa. El aceptó y decidió ir a sacar a bailar a mi tía, a la que no conocía en persona. Yo en tanto, esperaría a que salieran de mi vista, e iría con Mariana a platicar con ella y ver si podía sacarle algo más.
`Para que se imaginen mejor el panorama que describo, permítanme describirles a las dos chicas de la historia. Al ver venir a mi tía Eugenia, uno no ve nada fuera de lo común. Tamaño medio, es decir, medirá unos 165 cms, es delgada y de tez morena, caso raro ya que mi madre y sus demás hermanas son bastante blancas. Pero Eugenia no lo es. No es fea, pero no es ninguna lindura. En fin, al verla venir, no tienen nada de espectacular. Pero al darse la media vuelta, uno descubre con asombro su más preciado tesoro: un trasero majestuoso que se menea de lado a lado al caminar, con un compás casi tan perfecto como un vals de Tchaikovsky. Mis primos y yo, que somos ávidos de hacer clasificaciones de belleza entre las mujeres más bellas que conocemos, hemos mantenido el trasero de mi tía Eugenia en el Top 3 de la lista de los traseros más “follables” desde hace ya varios años.
Y es que su trasero es de tales dimensiones, que difícilmente alguien recuerda a mi tía sin hacer mención de tan amplia sentadera. En fin, valdría la pena el gasto de una cita romántica con ella, si esta terminara con mi tía en tanga ofreciéndonos sus encantos sin miramientos.
Mariana su amiga, por otro lado, es una de las divorciadas más populares entre mis tíos y sus amigos solteros. Aunque a primera vista, su trasero es casi tan espectacular como el de mi tía Eugenia, Mariana es más linda y, se dice por ahí, es una auténtica fiera en la cama.
Además, yo tenía un handicap: uno de mis primos me asegura que, en una reunión en su casa, escuchó a Mariana decir que si tuviera que follarse a un joven en ese momento, me escogería a mí o a mi primo Marcos. Así que manos a la obra, me dije, y me dirigí caminando a la zona donde estaba ella sentada.
Pasando por ahí cerca, y disimulando que no la había visto, me paseé cerca de ahí hasta que escuche que me hablaba para saludarme. La saludé y me senté junto a ella para platicar. Sorprendida estaba ella de verme, ya que “El Mito” es un lugar exclusivo para mayores de 25 años. Pero como todo en México, la ley es sólo una advertencia y no necesariamente una obligación. Así que ahí estaba yo platicando con una popular señora que moría por cogerme, vivo o muerto, o eso pensaba yo.
Mariana me comentó que iba con mi tía, y que ella se había parado momentáneamente al baño. Por supuesto, mentía para que yo no me diera cuenta de que ella estaba bailando con un sujeto, o sea, mi amigo Octavio. Pedí dos cubas y continuamos platicando en la mesa por unos cinco minutos más. De pronto, llegó mi tía con Octavio, sin darse cuenta de quién era yo, y al verme, casi se cae del susto y la impresión. La salude como si nada y le dije que Octavio era mi amigo. Mi tía no cabía en sí de la pena que le habíamos hecho pasar, y se quiso disculpar e irse, pero de alguna manera pensó que si actuaba naturalmente sería menos obvio que andaba de piruja aquella noche. Yo continué platicando con Mariana, y cuando pasó el joven de las rosas, le compré una para romper el hielo.
Encantada me dio un beso de agradecimiento y se la mostró a mi tía, a la cual le encantaba la idea de que yo estuviera ligándome a su amiga desamparada y desilusionada de los hombres. Acto seguido, la llevé a bailar. Claramente, nadie en la pista bailaba mejor que yo, así que di un show en la pista, y eso excitó más a la amiga de mi tía. Las dos mujeres se fueron al baño juntas, y mientras Octavio y yo tramamos la estocada final. Pedimos cuatro martinis, dos de ellos dobles, y esperamos en la mesa. Las dos los bebieron con singular alegría y ordenamos la segunda ronda. En menos de cinco minutos, no había ya vino en la mesa. Pedimos entonces otros dos, y ahora cada quién le daba a su chica de su bebida, aquello estaba casi listo. Mi tía perdía poco a poco la compostura, Mariana hacía lo mismo, y mi amigo y yo estábamos cada segundo más cachondos.
Octavio simplemente quería tirar, a quien fuera, mientras que para mí, aquella noche significaría un cambio definitivo en la manera en que vería a mi familia. No puedo negar que yo iba tras Mariana, pero en un descuido, y si mi tía no ponía alto, terminaría tomándola a ella y enseñándola quién es su sobrino consentido. Su trasero era simplemente demasiado tentador para mí.
Poco a poco fuimos intimando más, hasta que besé a Mariana en la boca, y Octavio hizo lo suyo con mi tía. Aquel beso duró mucho tiempo, parecieron horas enteras. La música se oía cada vez más lejos y las lenguas se sentían cada vez más cerca. Mis manos comenzaron a recorrer la blusa de Mariana, contorneando sus pequeños pechos y bajando por un costado hasta sentir su cadera y su trasero redondo. Pero yo pensaba en mi tía Eugenia, que para ese momento era mi verdadero gatillo sexual. De reojo, veía como Octavio la besaba y la abrazaba, y cuando quería tocarla, mi tía ponía su mano sobre la de él impidiéndoselo. Hasta eso, ella tenía un poco de dignidad propia.
Sin tomar ni un minuto más de tiempo, pregunté a Mariana si quería ir a un motel. Ella lo pensó un segundo, y luego aceptó. Yo venía con Octavio, así que le pegunté si quería ir también.
El a su vez le preguntó a mi tía, quien con gestos interrogó a su amiga. Al ver que esta había aceptado, a ella no le quedó más remedio que decir que sí, aunque en realidad estoy seguro que hubiera preferido haber dicho que no. Tomaron sus bolsas y salimos del lugar rumbo al Riazor, un motel que estaba sólo diez minutos de allí.
Nos fuimos en dos autos. En uno Octavio con mi tía, y en el otro íbamos Mariana y yo. Llegamos primero y dijimos que queríamos la suite más espaciosa, ya que seríamos cuatro. Por fortuna, estaba libre (es realmente difícil encontrar esa suite disponible en el Riazor; este es el motel preferido de la clase alta de Guadalajara, queda cerca del periférico, desde donde puedes huir rápidamente si alguien logra sospechar que estás ahí) y entramos los cuatro al garaje para dos autos. Las mujeres estaban algo sorprendidas de que fuéramos a estar los cuatro juntos, pero finalmente sólo rieron y aceptaron.
No habíamos terminado de subir las escaleras de la habitación cuando ya estábamos besándonos Mariana y yo. Mientras, yo no podía quitar el ojo de mi tía, que hacía lo mismo con Octavio, y sólo estaba esperando el momento de que se descuidaran para atacara mi tía con toda la furia de un cabrón. Nos tumbamos en la cama los cuatro y comenzamos a desvestirnos. Imaginen la escena, era tan ridícula, yo a punto de follarme a la amiga de mi tía, con mi tía a sólo unos centímetros, que ni mi tía ni yo podíamos siquiera voltearnos a ver a los ojos. Yo si notaba sin embargo, que ella estaba muy caliente, al igual que yo.
Olvidando eso por momentos, besé a Mariana y comencé a bajar por sus pechos, ya desnudos, y a recorrer con mi lengua su abdomen. Llegando a la cadera, desabroché sus jeans y los bajé poco a poco hasta quitárselos por completo. Lamí sus muslos y sus rodillas, antes de finalmente subir hasta su tanga y removerla por completo. Al descubierto estaba finalmente su arbusto, que acaricié superficialmente con la lengua, pero sin entrar totalmente. Subí de nuevo mientras Mariana me desabrochaba el pantalón y yo terminaba de quitármelo. Mi polla estaba al descubierto, y Mariana me la tomaba con una de sus manos y me estrujaba los huevos con fuerza.
De reojo veía a mi tía, boca arriba y por debajo de Octavio, quién se la comía a besos en los pechos y el cuello, aun con su ropa interior puesta. Tenía yo que esperar un poco más para tomar acción.
Finalmente, tomé a Mariana de las caderas, la levanté hacia mí y la comencé a penetrar. Al principio, a falta de lubricación, fue difícil, pero ya estaba tan excitado que de haber esperado más me habría venido encima de ella. Aún así resistí unos minutos, hasta que Octavio quitó del cuerpo de mi tía lo único que le quedaba puesto: las bragas. Comenzó a comerse a mi tía por el coño mientras ella rugía de placer como una perra, y yo bombeaba más fuerte en el interior de Mariana, que estaba en su propio sueño sexual con los ojos cerrados. Mi tía levantaba las piernas más y más para que Octavio llegara aún más profundo y alcanzara a lamer su ano, lo cual el hizo sin perder el tiempo.
Es escena me provocó espasmos de placer que se asemejaban a una corrida, sin embargo aguantaba. En un momento, le indiqué a Octavio que cambiáramos de lugar, que iría a follarme a mi tía. El no lo podía creer, y quién lo habría creído, quizás ni yo sabía lo que estaba a punto de hacer. Saqué mi polla de Mariana y me ubiqué en el lugar de Octavio, listo para comerme a mi tía. Por un segundo, cerré los ojos y aspire fuerte. Los aromas de vagina húmeda inundaron mis fosas nasales y solté el aire, era la señal para comenzar a pecar.
Tomé los grandes muslos de mi tía con mis manos y levanté sus piernas por los aires. Ella sabía que era yo, pero continuó con los ojos cerrados, como para ignorar su propia perdición sexual con su sobrino. Mientras, me la comí una y otra vez, jugando a lo largo y ancho de su raja, subiendo y bajando por las nalgas, del clítoris al ano y viceversa, de muslo a muslo no hubo rincón de su entrepierna que escapara a mi lengua. Pero tenía que ver esas nalgas con mis propios ojos y en todo su esplendor. Entonces, con un movimiento brusco e imponente, la tomé de los hombros y la volteé boca abajo sobre la cama.
Sólo le quedaron sus brazos para apoyarse, mientras levantaba suavemente sus nalgas a los cielos y me las ofrecía en bandeja de plata. Que espectáculo aquello. Observé aquel espectáculo por unos minutos, y luego me incliné para besar sus nalgas. Por puro instinto mi lengua salió de mi boca y comenzó a recorrerle la raja del trasero una y otra vez. Tomé las nalgas con las dos manos, y las abrí como si fueran un libro. Dejando su ano al descubierto, hice piquito la lengua y la metí tan profundo entre sus nalgas como pude. Una y otra vez, mi lengua entraba a su ano expuesto y lo saboreaba con los gemidos agudos de mi tía como música de fondo.
Luego vino el turno de mi pene. Lo coloqué en posición, y sin pensarlo dos veces, lo empuje con fuerza hacia el oscuro pasaje que conduce al interior del templo sagrado llamado Eugenia. Una y otra vez la penetré por el ano hasta que mis rodillas se debilitaron de pronto, y cuando menos me lo esperaba me corrí largamente dentro de las nalgas de mi tía. Aún duré unos minutos remojando mi verga con mis propios jugos, hasta que la saqué el escondite y mi tía finalmente pudo poner cabeza en la cama.
Al ver la escena, las dos mujeres recién folladas tiradas en una cama de motel, lo primero que pensé fue largarme de allí. Así que Octavio y yo tomamos las llaves del coche, nos vestimos y nos fuimos liquidando a nuestro paso la cuenta de aquella noche de pasión desenfrenada.
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