Mi vecina de 40 años y yo.
Este es el relato de cómo comencé una relación íntima con mi vecina Silvia, una mujer madura cuya soledad la obligó a buscar por su cuenta los cariños y atenciones que le habían sido negados..
En aquel entonces yo tenía 20 años. Era estudiante y por lo general tenía trabajos de medio tiempo para ayudarme con los gastos de la escuela. No solía durar en mis trabajos, y no es porque fuera alguien flojo o irresponsable, simplemente me aburría y buscaba otra cosa para hacer.
Cierto sábado por la mañana, saliendo de mi casa rumbo a un partido de futbol con mis amigos, pasé frente a un pequeño establecimiento vacío a unas 3 calles de mi casa que se anunciaba en renta desde que yo tenía memoria. Pero esta vez el establecimiento no estaba cerrado, sino que había mucho movimiento de empleados de una empresa de transporte que descargaban y metían muebles y artículos de cocina. Me acerqué un poco más y vi dentro del establecimiento a mi vecina Silvia. Aquí haré un paréntesis para describir a Silvia: Ella es un mujerón en toda la extensión de la palabra. Tenía alrededor de 40 años, pero su físico no la delataba. Sus piernas y muslos regordetes y bien torneados, añadidos a un culo gordo y tonificado la hacían la adoración de todos en el barrio. Su cadera y cintura bien estrechas, debajo de un par de tetas voluminosas que tenían una firmeza y frescura de veinteañera nos dejaba a todos sin aliento. Eso sin contar su gran sonrisa, su bello rostro, aquel cabello que le llegaba a los codos, su piel pálida, todo en ella era un encanto. Solía usar ropa de gimnasio muy ajustada, pues era fanática de salir a correr y andar en bicicleta por el barrio. Tenía marido, pero no se le conocía ningún tipo de hijo.
Como decía, aquella mañana veía a Silvia dentro del establecimiento vacío dando indicaciones a los cargadores de dónde poner las cosas. Me acerqué a saludarla, a saludarla y a verle el culo gordo que su ropa deportiva acentuaba.
-Buenos días vecina — le saludé.
-Buenos días — dijo contestándome la amplia sonrisa que yo le había regalado.
-¿Qué es todo esto? ¿Va a rentar el establecimiento?
-Sí mijo, voy a poner un negocio de comida. Me aburría sola en la casa, pero al fin me animé a hacerlo — me contó entusiasmada mientras seguía vigilando la llegada de sillas y mesas.
-Wow que gran noticia, vecina. Le deseo el mejor de los éxitos. Cuando todo quede listo vendré a ver si tiene algún empleo para mi — dije bromeando.
-Jaja bueno, puede ser que sí necesite más manos para ayudarme, en esto soy muy novata.
-(“Yo te presto mis manos y todo lo que necesites, Silvita” Pensé lascivamente mientras admiraba a sus amplias caderas estirar la delgada tela de aquel pants).
Después de esa breve interacción me despedí y seguí con mi día.
Algunos días mas tarde, mientras regresaba de la escuela, pasé otra vez por aquel establecimiento ahora convertido en un pequeño establecimiento de comida. Silvia estaba en la entrada viendo pasar el tráfico, y al verme me hizo señas para que fuera.
-Qué tal vecina, ¿cómo va el negocio?
-Hola mijo, va todo bien la verdad. Tengo pocos clientes, pero para ser mi primera semana no está mal, creo.
Mantuvimos una conversación irrelevante por algunos minutos hasta que llegamos a lo que tenía que decirme.
-Oye estuve pensando en lo que me dijiste el otro día sobre trabajar aquí… ¿Lo decías en serio?
-Claro, en estos momentos no tengo empleo — respondí.
-Ya veo. Pues mira, honestamente, atender un negocio sí es mas trabajo del que preví. Quería preguntarte si te interesaba ser mi ayudante general en las tardes después de tus clases. Prefiero ofrecerte el empleo a ti que te conozco desde que naciste y no a un extraño. Por el momento no puedo pagarte mucho, pero te juro que conforme los clientes aumenten yo te aumento el sueldo… No sé que otras cosas se ofrezcan a los empleados porque yo nunca he trabajado ni dado empleo a nadie, pero si me falta algo dímelo.
Todo esto lo dijo tan rápida y tímidamente que a mitad de la frase yo ya había aceptado en mis adentros. Silvia era una mujer tan encantadora como bella. Al día siguiente yo ya estaba trabajando en aquel establecimiento de comida.
Si bien mis tareas no eran difíciles, eran tediosas y tomaban tiempo. Limpiaba las pocas mesas y sillas que teníamos dentro, no era un establecimiento grande. Fregaba los pisos y mantenía el ambiente pulcro. Atendía a ciertos proveedores que traían los cargamentos de refrescos al lugar, así como a otras personas que traían ingredientes como tortillas y queso. Cuando terminaba esto ordenaba la parte trasera del lugar, que usábamos como almacén. Silvia se ocupaba de cocinar y lavar los instrumentos de cocina que usaba, además de llevar las cuentas del negocio. Como parte de mis prestaciones laborales gozaba del derecho a tanta comida como quisiese. Silvia en persona me cocinaba. Siendo honestos, sus habilidades culinarias no eran extraordinarias. La comida era decente, pero no más. Aún así, cada semana veíamos aumentar la cantidad de clientes que recibíamos todos los días. Entre ustedes y yo, no era la alta cocina de Silvita lo que los atraía, sino ella misma y sus encantos. Usaba todos los días atuendos deportivos de los que nos encantaba a todos en el barrio. Pantalones de yoga ajustados que traslucían el encaje de su ropa interior y blusas deportivas que mantenían sus enormes tetas ajustadas y abultadas… Era todo un espectáculo. Apenas me las pude arreglar para convencerla de que no teníamos que contratar a nadie más. Argumentaba que el negocio iba tan bien que podía tener más ganancias para ella si solo estábamos nosotros. Pero, en el fondo, lo que de verdad estaba defendiendo era el privilegio de estar con Silvia a solas 5 horas al día todos los días.
Así pues, pasaron las semanas en el negocio. El vínculo que tenía con Silvia que se hacía cada vez más grande e íntimo, y para mi entera satisfacción pronto empezamos a saludarnos y despedirnos con un fuerte abrazo y un beso en la mejilla. Yo moría de gusto cada vez que sucedía, pues tenía la oportunidad de pasar mis brazos por su cintura y de estrujar sus tetas contra mi. A ella parecía gustarle también, o eso me comunicaba la radiante sonrisa en su rostro. Trabajar con ella era un sueño. Horas y horas apreciando la majestuosidad de su cuerpo en atuendos deportivos, algunos días quedándonos horas extra después de la hora de cierre tratando de ajustar las cuentas del mes, ayudándonos mutuamente en nuestra inexperiencia, tonteando y riendo. Como ya dije, un vínculo cada vez más fuerte nos empezaba a unir.
Cierta tarde, al llegar al negocio noté a Silvia con una expresión de dolor y tristeza en su rostro. Podía ver en sus ojos que había llorado. Quise preguntarle qué pasaba, y con ver sus ojos supe que era algo relacionado a su esposo. La notaba desecha, y la convencí de cerrar temprano para que pudiésemos hablar a solas. Cedió. Empecé a cerrar la puerta principal y despedir los últimos clientes. Una vez dentro, la senté en una mesa y empezamos a conversar. Resumiendo la triste interacción, su esposo, que era un abogado que pasaba más tiempo trabajando que con ella en la casa y que desde hacía algunos años había perdido interés en Silvia, había salido de casa con algunos libros y cambios de ropa. Ella infirió que ya no regresaría. Se puso a llorar amargamente y aproveché para darle un fuerte y caluroso abrazo. Frotaba mi mano por toda su espalda para tranquilizarla, así como la retenía fuertemente contra mi para sentir sus grandes senos. Su perfume de flores era exquisito. Le di unas palabras de aliento y aproveché para halagarla y decirle el tesoro de mujer que es. Silvita apreciaba enormemente mis palabras, pues me miraba con unos ojitos de ternura que me hacían pensar que nadie le había dicho nada lindo en años. Seguimos abrazándonos por otro rato más hasta que sentí que mi erección iba a delatarme.
Después de aquella interacción nos volvimos incluso más cercanos. Los besos en la mejilla y los abrazos ya no eran solo para saludos y despedidas. Si no había clientes cerca, yo podía acercarme a ella y darle un abrazo sorpresa, que ella correspondía. Al principio era un abrazo inocente y puro del cual solo obtenía la sensación de calor de sus tetas, para que no sospechara. Conforme pasó el tiempo los abrazos fueron escalando un poco y me animaba a darle abrazos por su costado apoyando mi bulto en sus caderas. A ella no parecía molestarle. Incluso a veces me buscaba cuando iba al almacén y me daba abrazos por la espalda, siempre apretando contra mi espalda esas tetas que me tenían loco.
Para el primer aniversario del negocio cerramos temprano y fuimos a “celebrar” a su casa. Al ser los únicos empleados, en realidad el plan era solo tener una pequeña cena entre los dos. Al llegar noté que no había rastro de su esposo por ningún lado, y me di cuenta que ya no volvió. El fuerte abrazo que me dio delató su increíble soledad. Aproveché para posar mis manos sobre la parte baja de su espalda, casi en el nacimiento de sus nalgas. Mi bulto quedó apoyado levemente sobre su vagina. Creí notar un leve movimiento de caderas con el cual aumentaba esta presión entre mi verga y su concha, pero no fue tan notorio para decidir si lo hizo o fueron ideas mías.
La cena transcurrió con normalidad. Entrada la noche empezamos a beber y a sentirnos un poco hiperactivos. Con el alcohol encima decidí tentar mi suerte y le propuse bailar reggaetón, pues me había contado que en su juventud nada de eso existía y siempre tuvo curiosidad. Al principio se hacía la difícil, pero finalmente la convencí. Puse en mi celular algunas canciones populares de la época y comenzamos a bailar. Comenzamos tranquilos, simplemente meciéndonos al ritmo de la música, sin tocarnos. Cuando entramos en calor me acerque a ella por detrás y seguimos con el vaivén, solo que esta vez yo estaba tras ella, sin tocarla aún. Unos minutos después me anime a tomarla de la cintura y atraerla a mí, sus nalgotas apenas rozando mi pantalón. El calor y tensión subieron gradualmente hasta que la tuve tocando completamente mi bulto con su culo. No sabía perrear bien, pero el ritmo con el que chocaba sus nalgas contra mi era para morirse. Empecé a pasar mis manos por su vientre y caderas, luego por la parte baja de sus senos. Después de no se cuantos minutos, por fin entramos en un trance erótico donde ella buscaba salvajemente chocar con mi verga mientras yo la manoseaba por encima de su ropa. Pasaba mis manos por encima de sus senos y los estrujaba fuertemente. Solo escuchaba su respiración entre cortada y la música de fondo marcando el ritmo de nuestras pasiones. Cuando ya no lo pude evitar la giré para que quedara frente a mí. Vi en su rostro una lujuria incontenible que gritaba por ser liberada. Me lancé a comerle la boca, importándome poco el resto del mundo. Sentí a su lengua corresponder a la mía, y pronto sentí todas las paredes de mi boca ser lamidas por su lengua. Era un beso intenso y salvaje, era una mujer sola y necesitada. Mientras esto pasaba, aprovechaba para manosearle las nalgas con mis manos. Al tacto eran incluso más gloriosas. Dos sendos pedazos de carne que clamaban por el pecado de la lujuria. Luego pasé a su vagina, y por encima de su pantalón deportivo froté fuertemente su concha, arrancándole algunos quejiditos de placer.
Cuando ya no hubo ni un espacio en mi boca por lamer ni una zona de sus nalgas por manosear, Silvita, por iniciativa propia, se hincó y bajo mi pantalón. Mi verga, que era una asta para entonces, desapareció en su boca. La mamaba con desesperación, como si tuviera el tiempo contado. No me daba oportunidad de sacarla y pasarla por su rostro, que era algo que me gustaba hacer. Cuando lo intentaba ella me arrebataba mi verga y lo succionaba hasta tenerlo en la garganta. Me la mamó como nadie lo había hecho. Rápidamente me arrancó la eyaculación, que la sorprendió. Sin embargo, no le importó, y con porte heroico aguanto la descarga de leche directamente en su garganta, bebiéndola toda.
Se paró y volvió a besarme. Yo, descompuesto de pasión, la arrojé contra un sillón y empecé a desvestirla como maniaco. Tomé su blusa y se la saqué con brusquedad. Tomé su pants y lo arranqué de la misma manera. Cuando la tuve en ropa interior, tiré de sus calzones y su sostén hasta romperlos. Era un animal sin control. Separe sus piernas con brusquedad y lamí aquella raja inundada como si mi vida dependiera de ello. Sus quejiditos de placer fueron cambiados por verdaderos gruñidos de hembra. Estaba gozando como nunca. Cuando su raja quedó roja por el paso de mi lengua, fuertemente le di la vuelta y la forcé a que elevara su culito, de manera que su ano quedara viendo al techo. Entonces me abalancé y con la lengua taladré su culito como un desquiciado. Ella estaba perdiendo la razón por tan gran placer que le infringía. Arqueaba su espalda y hundía las uñas fuertemente en el sillón. Bramaba como una perra y se convulsionaba una tras otra vez, víctima de sus multi orgasmos. Cuando me sentí listo para otro round con mi verga, la volví a la posición de misionero y me puse encima de ella. La vi a los ojos, le robé otro beso desenfrenado y hundí mi verga en sus cavidades. Era una sensación indescriptible. Lo cálido de su conchita, lo cálido de su blanca piel, lo cálido de sus muslos que me abrazaban la espalda y me atraían hacia ella, lo cálido de las tetas que me presentaba para que mamara mientras la cogía. Tomé fuerzas de donde no las había y la embestí por algunos minutos como un animal, viendo con placer su rostro descompuesto por el placer, sus muecas inhumanas y sus bramidos de puta.
-Sí mi vida, cógeme. Rómpeme toda, mi amor, mátame con tu verga — me decía.
-Sí putita, eres toda mía. Tu vagina de zorra me pertenece, te reclamo como mía, puta — respondia yo con brusqueza.
Este tipo de trato la calentaba, pues sus ojos se ponían blancos al escuchar como la llamaba zorra insaciable.
La cogí por algunos minutos más en tantas posiciones lograba recordar. Al ponerla a cuatro patas fue imposible contener mi semen. Tenerla ahí, sumisa, con su gran culo blanquecino al aire solo para mí, rogándome que la hiciera suya, que la hiciese mi puta, mi mujer; todo eso bastó para que explotara dentro de ella, inundándola de mis jugos.
-Mmm, mi vida, mi amor, que rico, déjamelo todo adentro, soy tuya mi rey, hazme lo que quieras.
Aquella noche terminó así. Dejé a Silvita en su casa con la vagina rebosando de mi esperma, aunque ella hizo hasta lo imposible para hacer que me quedara con ella en su lecho para terminar de confirmar mi conquista de macho sobre ella. Pensé que no había prisa, que aún había mucho tiempo para divertirnos.
— Continuará —
Bro gran relato me encantó, no pude evitar imaginarme la situación