Relato de Una Vieja Puta
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
Pero finalmente encontré la casa de una señora, que rentaba habitaciones. Se trataba de una pensión para señoras mayores, pero ante mi necesidad, no me quedó más remedio que conformarme con eso, mientras seguía buscando en otras pensiones para estudiantes.
Desde que llegué doña Elsa la dueña de la casa, me atendía a las mil maravillas, todos los días me preparaba el desayuno, y al llegar en la noche tenía de seguro algo para cenar, además me permitió tener una habitación con baño. Pero su manera de mirarme siempre me ponía algo nervioso, además Doña Elsa era una mujer como del doble de mi edad, por lo menos debía tener unos cincuenta años, alta, con llamativas curvas, muy vivas, casi el vivo retrato de mi madre.
Lo que me turbaba en ciertas ocasiones, era su particular manera de vestir, una amplia bata casera, bajo la cual en la mayor parte de las veces, me daba cuenta de que ella no llevaba más nada puesto abajo. Y aunque fuera mayor que yo, y no era precisamente mi ideal de belleza femenina, Doña Elsa tenía un muy buen ver, digo para su edad se mantenía en buena forma y se las arreglaba para llamar mi atención, de las maneras más originales que se le puedan ocurrir a una persona.
Cuando no era que accidentalmente se le abría la parte superior de su bata, mostrándome sus voluminosos senos, a los que yo un poco abochornado me les quedaba viendo con la boca abierta, hasta que me daba cuenta y la cerraba, cuando no era que se encontraba limpiando los peldaños de la escalera a mano, por lo que se arrodillaba sobre alguno de los peldaños y cuando se inclinaba hacia adelante, no sé cómo se las arreglaba, para que accidentalmente sus nalgas fueran las que se quedaban parcialmente descubiertas, las que yo también disfrutaba observándolas.
Una noche en que apenas regresaba de la universidad, me encontré a Doña Elsa lamentandose de un fuerte dolor de espalda, como ella me trataba tan y tan bien, no pude menos que ofrecerme a ir a la farmacia a buscarle algún remedio, pero ella me cortésmente me dijo que no hacía falta que saliera, que en el baño de su habitación tenía un medicamento que la ayudaba a estar mejor, por lo que la ayudé a llegar a su dormitorio, ya dentro ella se recostó sobre su cama y me pidió que buscase un frasco de color rosado oscuro, al tenerlo en mis manos, se lo llevé y ella me pidió que buscase a una de las residentes de la casa para que se lo pusiera, salí de la habitación pero casualmente esa noche no había ninguna de las otras señoras. Cuando regresé y le dije que no había más nadie en la casa, se acordó que todas habían ido a participar del bingo que organizaban en la parroquia, que lo más seguro era que llegasen bastante tarde.
Al yo ver su cara de dolor, me ofrecí a hacer lo que ella me indicase, para que no sufriera más. En ese instante su rostro se puso colorado de vergüenza, creo. Pero luego me dijo, bueno yo me debo acostar boca abajo, y entonces tú me das un masaje en la parte donde tengo el dolor de lumbago. Pero me da mucha vergüenza, dijo. A lo que yo le indiqué que no se preocupase por ello, que lo principal era que se le quitase ese dolor. Así que de la manera más pudorosa que pudo se dio vuelta quedando boca abajo, y después me dijo. Bueno, me tienes que ayudar a quitar la bata ya que esos masajes deben ser desde los muslos hasta la parte baja de la espalda para que sean efectivos, pero si lo prefieres yo puedo esperar a que llegue algunas de las chicas, pero al decir eso en su rostro se reflejó el fuerte dolor que ella sentía, por lo que sin pensarlo más, le dije. No se preocupé Doña Elsa yo le daré el masaje tal y como usted lo necesita. Y en ese momento comencé a retirar la bata que cubría su cuerpo.
De primera impresión ver el bien formado cuerpo de Doña Elsa, capturó toda mi atención, en particular sus bien formadas nalgas, y entre ellas podía notar parte de su coño. Tratando de concentrarme, me dediqué a comenzar a pasar ese líquido rosado sobre su área lumbar, lentamente a medida que lo hacía, ella me iba indicando como debía continuar haciéndolo. Eso era una especie de aceite, con un agradable olor como a rosas, lentamente siguiendo sus instrucciones, fui bajando las palmas de mis manos, sobre sus caderas, de cuando en cuando Doña Elsa me indicaba hacía que áreas de su cuerpo debía seguir pasando mis manos. Lentamente comencé a masajear sus nalgas, aunque algo cortado, ya que sentí que mi verga dentro del pantalón, comenzaba a molestarme de lo dura que estaba puesta, para completar sentía un calor tremendo en las palmas de mis manos. Pero aun y así continué procurando controlarme, en cierto momento ella me indicó que bajase hasta la parte superior de sus muslos, pero justo en ese instante separó ligeramente sus piernas, y su tremendo coño, casi quedó por completo frente a mis ojos.
Yo comenzaba a sentirme acalorado, por no decir que bastante excitado. Pero continuaba suavemente pasando las palmas de mis manos sobre su cuerpo, en una de esas cuando masajeaba lentamente la parte interna de sus bien formados muslos, mis dedos accidentalmente rozaron ligeramente parte de los pelos de su coño, y Doña Elsa dejó escapar un profundo y largo suspiro. Fue cuando decidí que se lo metería, pero como tenía mis dudas por lo del dolor, le comenté que sería mucho más práctico si yo me colocaba tras ella, para así de manera pareja, poder seguir dándole el masaje. Como su estado de ánimo había cambiado tanto, ya no se quejaba, su voz se escuchaba bastante vivas, temí que me dijera que ya no hacía falta que siguiera con eso del masaje, por lo que tendría que irme directamente a mi habitación, para hacerme una soberana paja en su nombre. Pero no fue así, al escuchar mi propuesta me dijo, está bien, pero o te quitas los pantalones, o me pones una toalla encima, digo es para que no te manches el pantalón con el líquido ese.
No lo pensé mucho y de inmediato me quite los pantalones e incluso hasta los interiores y la camisa, sin que ella se diera cuenta de ello. Una vez que me situé tras ella y coloqué mis manos sobre sus caderas, sus piernas se abrieron más y sus nalgas las subió ligeramente, mi verga estaba completamente erecta, apuntando directamente a su coño, por lo que comencé a subir mis manos en dirección a sus brazos, al tiempo que mi parada verga comenzó hacer contacto con su coño. Al ella sentirlo, se hizo la sorprendida, diciéndome, por Dios que estás haciendo hijo. A lo que yo volviéndola a tomar fuertemente por sus caderas, empujé toda mi verga dentro de su coño. Elsa de inmediato dio un respingo, quedándose como paralizada, pero de inmediato dejó escapar un profundo gemido de placer, al tiempo que con una gracia tremenda comenzó a mover sus nalgas.
El aceite ese que yo tenía entre mis manos y en gran parte de su cuerpo, cuando pegué mi cuerpo al de ella, se fue poniendo más y más caliente, Elsa restregaba divinamente su coño contra mi verga, mientras que yo disfrutaba y me deleitaba viendo sus firmes nalgas moverse ante mis ojos. Sus quejidos de placer eran tremendamente excitantes, las cosas que me fue diciendo a medida que se lo continuaba metiendo y sacando de su lubricado coño, me calentaban más.
Por un largo rato los dos estuvimos disfrutando mutuamente el uno del otro, hasta que la sentí gritar al momento de alcanzar el orgasmo. Momento justo en que yo me venía por completo dentro de ella. Después de eso, ambos nos quedamos por largo rato en su cama, hasta que Elsa, se levantó para asearse, pero me pidió que no me levantase de la cama, al regresar del baño, en su mano traía una pequeña toalla húmeda, con la que se dedicó a limpiar mi adormilada verga. Yo pensé que todo había terminado, pero no fue así, el manipuleo de sus dedos sobre mi verga, y el que sin previo aviso, se la terminase llevando a su boca, hizo que en cosa de segundos nuevamente me encontrase en condiciones de volver a metérselo.
A la mañana siguiente al despertarme, como de costumbre Elsa me tenía preparado el desayuno, en su rostro se notaba que había pasado una muy buena noche. Durante el resto del tiempo que viví en su pensión, Elsa procuraba por todos los medio de complacerme. Nuestra relación era extremadamente discreta, ella no deseaba que ninguna de las inquilinas se diera cuenta de nuestra relación, por lo que ocasionalmente de noche, después de que todas se acostaban, Elsa se levantaba de madrugada y con las luces a oscuras, se metía en mi cama, para hacer las mayores delicias de mi vida.
Todo iba de maravilla, hasta que una noche, al sentir que ella entraba en mi cuarto sin decir palabra como era su costumbre, la noté algo tensa, y decidí mamar su coño de la misma manera en que ella me había mamado la verga tantas veces. Separé sus piernas y apenas mi lengua entró en contacto con su vulva, sentí que como si se hubiera meado en mi cara, lo que lejos de hacerme sentir mal, lo disfruté tremendamente, ya que con más ímpetu me dediqué a mamársela, hasta hacer que disfrutase de un gran orgasmos, cuando sus manos sobre mi cabeza restregaban con fuerza su coño contra mi cara. Después de ello, sin perder tiempo se lo enterré dentro de su coño, el cual sentí tan y tan caliente, que debí hacer tremendo esfuerzo por no venirme de manera rápida. Pero apenas terminamos los dos bien agotados, Elsa sin decir palabra se retiró. Al día siguiente en la mañana mientras estaba tomando el desayuno, le pregunté que le había sucedido que se retiró tan rápido. Fue cuando abriendo los ojos me dijo, yo anoche no estuve contigo, me quedé dormida esperando que las chicas se fueran a dormir.
La verdad es que me quedé sorprendido, sino fue a Elsa la que le mamé el coño a quien fue. Una a una de las inquilinas fue llegando a la cocina, y con la misma después de tomar algo de café se marchaban, hasta que llegó Doña Irma. Una dama de unos setenta años, tan delgada como Elsa pero con un porte de gran dama, pero al verme a mí y a Elsa se le escapó una corta risita. De inmediato Elsa le dijo algo molesta, como que pasaste muy buena noche verdad Irma. A lo que la anciana le respondió, con una gran sonrisa en su rostro magnifica. Tras lo cual tomó su taza de café y se marchó tarareando una alegre melodía. Elsa y yo nos quedamos viendo, y lo único que se nos ocurrió hacer fue ponernos a reír. Ocasionalmente una que otra de las inquilinas, fue entrando durante algunas de las noches a mi habitación, no hubo cosas que ellas no me enseñasen, hasta el simple hecho de darme el llamado beso negro o introducir ligeramente sus dedos dentro de mis nalgas al momento de estar teniendo relaciones, me produjeron unas agradables sensaciones, que jamás podré olvidar.
Durante el tiempo que seguí estudiando, viví en la casa de las viejas, como era que le decían mis compañeros de clase a ese lugar, sin saber lo mucho que yo disfrutaba en algunas noches de la gran experiencia que da la edad. Y corroborando el viejo dicho que dice, gallina vieja da buen caldo.
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