Seducción fortuita a una madura
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
Hace tres años entré a trabajar en un colegio como profesor de inglés por una jubilación.
Era un colegio grande.
La jefa de estudios me dio un tour por todo el recinto que duró casi una hora.
Me empezaba a sentir a gusto.
Me presentó a todos los profesores y profesoras que nos íbamos encontrando, hasta que me llevó de nuevo a la sala de profesores.
Y allí estaba la otra profesora de inglés, María.
¿Sabéis cuando veis o conocéis a alguien que desde el primer momento os atrae de forma sobrehumana y no podéis parar de mirarle, alucinados? Por fuera, estaba manteniendo la compostura.
Por dentro, derritiéndome por esa mujer, intentando apartar los pensamientos donde le arrancaba la ropa a mordiscos.
A partir de ese mismo momento, supe que esa persona me iba a volver más loco que cualquier otra que conociera en una buena temporada.
Estaba perdido.
No podía parar de pensar en ella, en esa diosa, su melena corta por los hombros, de color castaño claro, con flequillo y perfectamente peinada, que terminaba en puntas onduladas.
Su cara perfecta, con ojos también castaños.
La más preciosa cara de ángel que puede imaginarse humanamente.
Le rondaban la cara ligeros signos de edad y casi siempre sus estilosas gafas, que hacían que incluso mejorara, su cuerpo de diosa, estrecho y ancho justo donde tenía que ser estrecho y ancho, esas piernas torneadas, esa piel ligeramente morena, de las últimas vacaciones me imagino.
Solo quería arrancarle la ropa y poseerla sobre la mesa de la sala de profesores.
Estaba perdiendo la razón, no podía centrarme bien en el trabajo.
Todo lo relacionado con el inglés o la enseñanza me recordaba a ella.
Yo tenía novia por aquel entonces.
Nos iba bien.
También me atraía mucho, pero he de confesar que algunas veces me imaginaba a María en mis mejores orgasmos, sus labios recorriendo mi cuerpo, su cuerpo cerca del mío, ambos rozándose.
Tuve que estar al loro en ciertas ocasiones para no exclamar “¡María!”.
Lo de esta mujer era sobrenatural.
En una de estas llegué a la conclusión de que debía olvidarme de ella, o al menos intentarlo, ya que la vería todos los malditos días.
Empecé por apartar de mi mente cualquier pensamiento de María.
Éramos compañeros de departamento, por lo que hablábamos bastante.
Al final, parecía que hablar con ella, aunque seguía ejerciendo una atracción como un imán gigante sobre mí, ayudaba a desmitificarla.
Nos solíamos reír el uno con el otro
Acabamos desarrollando una extraña relación de complicidad.
Ya conocíamos a la perfección a los alumnos del otro, los buenos, los malos, los estudiosos.
Sus anécdotas de clase ya no eran desconocidas para mí.
Nos solíamos reír.
En la sala de profesores, en el pasillo, en el patio.
Éramos dos compañeros de trabajo que se llevaban bien.
Un día, a mitad de curso, estaba solo en la sala de profesores después de la hora de salir (14:00).
Iba a quedarme hasta las 3 porque iba a comer con unos amigos cerca del colegio y aproveche para adelantar trabajo.
Absorto estaba cuando de repente entró alguien y estampó algo duro contra la mesa.
Yo puse los ojos como platos y miré en la dirección del golpe.
Me di cuenta de que estaba en una zona de la sala un tanto escondida para quien entra.
María empezó a articular algo parecido a una explicación:
– Madre mía, lo siento.
Creía que no había nadie.
¡Qué vergüenza! Normalmente ahora nunca hay nadie.
Vi que lo que había golpeado contra la mesa era su teléfono.
A mí lo único que me salió fue una ligera sonrisa.
+ No te preocupes, todos necesitamos golpear algo de vez en cuando, para descargar.
– Lo siento, es que a veces me cabreo demasiado y hago tonterías.
+ No te preocupes, de verdad.
Podría haber sido yo.
Aunque no te lo creas me cojo buenos cabreos a veces.
Estaba tapándose la cara en un gesto de vergüenza.
No era la primera vez que estábamos los dos solos en la sala de profesores, pero esto prometía.
– Me gustaría haber dado a la persona con la que hablaba, pero como no está aquí, solo tengo la mesa.
¡Dios!, aquí debería controlarme.
Qué mujer más apasionada, pensaba yo.
Creo que esto avivó mis pensamientos de nuevo.
– Cuando hay gente.
Si crees que no hay nadie que pueda oírte… ¡qué narices!, te desahogas.
Mientras no te cargues nada… A partir de ahora puedes hacerlo si estoy yo.
+ Jajajaja.
Cuando se me pase la vergüenza.
Se sentó y se puso las manos en la cara, negando con la cabeza.
Se quedó sentada, pensativa, de brazos cruzados los siguientes cinco minutos.
Yo seguí a lo mío, pero no pude hacer mucho, cuando pensamientos de María me atacaron de nuevo.
De repente me hizo una pregunta que me sobresaltó, por lo inesperado y extraño del momento y porque me sacó de mi ensimismamiento:
– Oye, sé que lo que voy a preguntarte no es normal, pero… ¿a ti te parece que estoy pasada de peso?
A esas alturas de curso teníamos cierta confianza, pero ella fue un poquito más allá, cosa que le agradecí.
La mujer que había protagonizado mis fantasías más salvajes me estaba preguntando si la encontraba gorda, y a mí no me gustan las mujeres gordas.
Tardé como cinco segundos en asimilar la pregunta hasta que pude responder:
+ Pues.
no, la verdad.
Te veo bien, – para mí era como si me hubiera preguntado si veía el cielo verde.
Y a continuación me reí.
Ella hizo lo mismo.
Yo ya estaba flipando con la situación.
– Hay quien cree que he engordado de un tiempo a esta parte, y que antes estaba mejor, más atractiva.
La verdad es que sí podía imaginármela más delgada, pero si en verdad había ganado unos kilos, le habían sentado de puta madre.
En este punto yo tenía el corazón a cien por lo que estaba a punto de decir, pero algo me empujó a decirlo, si no reventaría, la situación me lo pedía a gritos:
+ Para serte honesto a mí me parece que no puedes ser más atractiva.
Estás genial, estupenda.
Ella se quedó muda.
Me miró con los ojos como platos, levantando las cejas por encima de las gafas.
Yo me quedé callado, mirándola como si le hubiera dicho cualquier otra cosa, esperando el efecto de mis palabras.
– Vaya.
gracias.
Ahora me siento como si debiera devolverte el cumplido
+ Jajajaja.
Nada.
…, mejor para mí, por fin lo he soltado
– ¿El qué? ¿que te parezco atractiva?
+ Muy atractiva, de hecho.
No te lo tengo que decir yo, tendrás espejos en casa.
Ella rio soltando aire por la nariz, boca cerrada.
Se le quedó una sonrisa que no se fue en un minuto largo.
Mi corazón se había calmado un poco, pero seguía más rápido de lo normal.
– Gracias.
Se agradece que alguien te diga eso
+ Y si alguien te dice lo contrario es que es bobo -dije recalcando la palabra “bobo”.
– Jajajaja ¿Te gustan las mujeres mayores?
+ En realidad me gustas tú
Era la pura verdad: normalmente no me fijo mucho en mujeres demasiado mayores que yo.
Volvió a reírse de la misma manera.
Esto para mí había llegado a un punto de no retorno.
– Qué atrevido… pues hasta ahora lo has disimulado muy bien
+ Sí, ya ves, no voy por ahí diciéndoles a mujeres casadas lo mucho que me gustan, no es mi estilo
Sabía que estaba casada porque a veces me hablaba de su marido y los niños
– Jajajaja.
No te voy a decir que no me agrada que me lo hayas dicho.
Sienta bien viniendo de ti, la verdad
Aquí no dije nada, seguí mirándola para obligarla a seguir hablando
– Mírate, eres el único hombre joven en todo el colegio.
Nos tienes a todas loquitas, como quien dice.
Solo había otros cuatro profesores, todos ellos probablemente pasando de los 50 y a veces algunas profesoras decían que les gustaba que un hombre joven hubiera llegado al colegio.
Pero nunca había oído a María hablar de ello.
+ Entonces tú también eres buena disimulando -dije con una media sonrisa que implicaba que estaba medio bromeando
– Jajajaja.
Debe de ser eso.
Tampoco nadie tiene que decirte a ti que estás muy bien
+ Gracias.
Eso es algo que me puede decir mi abuela, pero siendo tú, te aseguro que es mejor que cualquier piropo currado.
– Jajajaja.
Qué gracioso eres.
Miré el reloj y eran cerca de las 3.
Tenía que irme.
Quería irme para pensar en lo que acababa de pasar.
Supuse que ella también debía irse.
+ Me tengo que ir.
No he hecho todo lo que quería hacer, pero ha merecido la pena
– Hasta mañana -dijo con una sonrisa que hasta ahora no había visto en ella
No pude parar de pensar en nuestra última interacción durante el resto del día.
Ya no pensaba en ella en sí, sino en nuestra conversación.
Sabía que se me iba a quedar grabada.
Esa tarde me llegó un mensaje suyo de Whatsapp, hasta ese momento utilizado para mensajes profesionales:
“Que sepas que me has alegrado el día”
Yo ya no me iba a quedar atrás.
Si era necesario le diría que me volvía loco:
“Que sepas que tú me alegras muchos días cuando te veo”, de nuevo la pura verdad
No obtuve ninguna contestación, pero de alguna manera sabía que le había calado hondo.
Los siguientes días fueron casi normales.
Nos pescábamos el uno al otro mirándonos en todos lados y la mayoría de veces nos sonreíamos furtivamente, tratando celosamente de que nadie más se diera cuenta.
Esto fue lo que le dio un nuevo aliciente al ir a trabajar.
Sin embargo, se podría decir que hablábamos como siempre, como si esa conversación no hubiera existido.
Solo aludimos a ella unas pocas veces, riéndonos.
Parecía que ninguno de los dos estaba por forzar un nuevo encuentro a solas en la sala de profesores ni en ningún otro sitio.
Al cabo de algo más de una semana, quise probar algo.
Decidí que durante unos días iba a quedarme un rato después de la hora de salida en la sala de profesores.
Normalmente no había nadie cuando no había reunión por la tarde, sin embargo, el colegio permanecía abierto hasta bien entrada la tarde por las extraescolares.
Cuando me veía alguien me inventaba cualquier excusa.
Al quinto día de hacer esto, ya un poco harto, como agua fría cuando tienes sed, María apareció por la puerta.
Llevaba el abrigo de la mano, a punto de irse.
– Ey, ¡hola! ¿qué haces aquí?
+ María, ¡qué sorpresa! Me iba a ir ya, tengo que hacer unas cosas cerca.
Yo estaba de pie, de espaldas a la puerta.
Me había aburrido y estaba mirando archivadores con materiales de inglés de unos estantes.
– Esos materiales los hice yo el año pasado.
Dan mucho de sí.
Úsalos cuando quieras, aunque son más para los últimos meses de curso -dijo con esa sonrisa matadora
+ Tienes una sonrisa preciosa.
Me encanta esa sonrisa, que no es como la que te sale cuando algo te hace gracia
– Gracias
+ Me ha encantado verla estos días
Ella no dijo nada, se quedó mirándome donde estaba, a un metro de mí.
Su sonrisa no se había borrado.
Al cabo de cinco segundos bajó la mirada y trató de contener la sonrisa, como sintiendo que había estado sonriendo durante demasiado rato.
No pude contenerme: cogí su cara y cuello entre mis manos y la besé.
Durante un momento noté que se estremecía y echaba para atrás, dándose cuenta de lo que estábamos haciendo, pero continuó el beso.
Me puso los brazos alrededor del cuello.
Notaba su perfume a coco.
Sus labios eran carnosos y parecía que se los había humedecido antes de entrar en la sala.
Noté que el pene empezaba a ponérseme duro como la piedra.
El beso no podía ser largo, puesto que, aunque no era probable, cualquiera podría entrar en cualquier momento, de modo que al cabo de unos diez segundos nos habíamos separado, mirándonos el uno al otro.
Se mordió el labio inferior.
– Besas muy bien, -dijo, entre seria y alucinada
+ Y tú sabes muy bien
Ella estaba alucinada.
Yo también, pero lo disimulé.
Cogí mis cosas y le dije “hasta mañana”.
Guiñándole un ojo y sonriendo, salí por la puerta.
Acababa de hacer lo que había ido a hacer a la sala de profesores.
Por la tarde recibí un mensaje de ella:
“No puedo dejar de pensar en lo que ha pasado antes.
No me puedo creer que me hayas besado.
Me ha gustado, pero no está bien”
No contesté.
Quería dejarla con ese pensamiento.
Los siguientes días fueron algo extraños.
No es que me evitara, me seguía sonriendo, pero de forma menos perceptible.
Hablábamos menos que de costumbre.
Se producían muchos más silencios de lo normal.
Cierto viernes en el patio, tras hablar de trivialidades, donde ningún niño ni compañero pudiera oírnos, tuvimos nuestra primera conversación para vernos fuera del colegio.
Quería hablar conmigo cara a cara sobre nuestra “relación”, sobre todo aquello que se salía de lo profesional y me propuso vernos en su casa esa misma tarde, aprovechando que su marido e hijos no estarían durante unas horas.
Concluimos que hablar de ello en el colegio era demasiado arriesgado y en la calle nos podrían ver.
Me sentía como alguien importante, yendo a visitar a una mujer por la que perdía la cabeza.
Su casa era un piso grande en una torre cerca del centro.
En 15 minutos en coche me planté allí.
Cuando me abrió la puerta llevaba puesta la misma ropa que había llevado al trabajo.
No llevaba las gafas.
Me invitó a pasar y me ofreció algo de beber.
Escogí un simple vaso de agua, ya que estaba algo nervioso.
Enseguida estábamos en el amplio salón, sentados en el sofá.
Comenzó contándome que lleva un tiempo teniendo problemas con su marido y cuando estampó el móvil acababa de hablar con él, cosa que yo ya había intuido desde poco después.
El que la encontrara menos atractiva era solo uno de los motivos por los que ella estaba mal, sin entrar en detalles.
Mientras me estaba contando todo esto, yo solo podía pensar en cómo alguien podía decirle a esa diosa que era menos atractiva.
Menudo imbécil.
Me dijo que después de nuestra conversación consiguió olvidarse un poco de todo ello, que le hizo sentir mejor que en mucho tiempo, que empezó a verme con otros ojos y que por eso había aceptado el beso, pero que no era correcto que hiciéramos eso.
Le respondí que llevaba queriendo hacer eso desde el mismo momento en que me la presentó la jefa de estudios.
Ya no podía contenerme más.
Le solté que no solo me parecía atractiva, sino que me volvió loco desde ese día, que me costó mucho sacármela ligeramente de la cabeza para que los pensamientos sobre ella no me abrumasen cada vez que trabajaba.
Tras hablar con ella tanto y últimamente lo del beso, me la iba quitando de la cabeza, pero que seguía loquito por ella, que nadie elije lo que le atrae, ni quién, ni cuánto, y que creía que ninguna mujer me había atraído tanto como ella.
La tensión sexual se podía cortar con cuchillo.
Debía besarla otra vez.
– No sé qué decir, John… todo esto me parece surrealista, pero… me gusta.
Eres un crío y no debería afectarme, pero es extraño, me gusta lo que me has dicho y todo lo que ha pasado, pero no está bien.
Le salió una sonrisa de esas que salen cuando algo te desconcierta mucho y te ríes porque no lo entiendes.
El corazón me iba a mil, acerqué mi mano a su cara y le pasé el dorso de dos dedos por la cara, apartándole el pelo.
Ella bajó la mirada y empezó a negar con la cabeza, con un gesto en la boca parecido a una ligera sonrisa.
Me fui acercando, buscando su boca.
Levantó la mirada y en un segundo estábamos besándonos otra vez, esta vez jugando más con las manos: yo le pasaba las manos por la espalda y las caderas y ella me metió la mano por el cuello de la camiseta.
Ese día no se había puesto perfume, o muy poco.
Sentí su olor natural y lo agradecí.
Este beso fue más largo, como un minuto y pico, o eso me pareció.
Al acabar de besarnos ninguno sabía qué decir y al segundo siguiente yo ya estaba buscando su cuello, metiéndole mano descaradamente, en los pechos y tratando de meterle la mano por dentro del vaquero.
Se apartó.
– Para, para, para.
No deberíamos hacer esto, joder.
Está mal.
Me estaba gustando, estoy hecha un puto lío, pero esto no es correcto.
Déjalo ya.
+ No puedo contenerme, María – dije, muy serio, porque era verdad, con la intención de volver a hacerlo y seguir, aunque dispuesto a respetar su decisión.
Nos quedamos unos minutos sentados en su sofá, yo con los codos en las rodillas y ella recostada, brazos y piernas cruzados.
Ni una palabra.
Al rato, hice el más mínimo movimiento que indicaba que iba a levantarme e irme y noté que ella descruzo los brazos y piernas, pero no hice caso.
Seguí hacia la percha donde había dejado la cazadora, al lado de la puerta principal.
– ¡Espera! -me puso la mano en el hombro y me di la vuelta.
Esta vez fue ella la que me besó a mí, metiéndome las manos por la camiseta desde atrás, pasándome las uñas ligeramente por la espalda.
Tras unos segundos me cogió de la mano y me llevó de nuevo al salón.
Al llegar me besó otra vez.
Parecía que me quería comer los dientes y la lengua.
Instintivamente me aparté de ella y me quité la camiseta y volví a su boca y su cuello.
La empujé ligeramente hacia el sofá.
Me di cuenta de que se había quitado las zapatillas de andar por casa que llevaba.
Comencé a quitarle el cárdigan y luego su blusa.
Me recibió su sujetador negro y comencé a besarle el pecho, cerca del canalillo.
Me fui quitando los zapatos, el cinturón y los pantalones mientras ella hacía lo mismo con lo suyo.
Al verla ahí en tanga y sujetador, el pene se me terminó de poner duro.
El cuerpo de esa mujer era un espectáculo.
Me había acostado con tres mujeres hasta entonces y María, la cuarta, tenía el cuerpo más bonito y proporcionado de todas.
+ ¡Guau, lo sabía! – dije, acariciándole las tetas por encima de sujetador
– ¿Cuál?
+ Que tienes un cuerpazo increíble
Me abalancé sobre ella y le metí la mano por el tanga, llegando a su vagina.
Acaricié los labios mientras le besaba el cuello.
En ese momento yo creía que estaba soñando.
Se quitó el sujetador y enseguida bajé a comerle las tetas, mientras ella ya me había metido su mano en el calzoncillo y sacado mi pene totalmente erecto, jugando con él arriba y abajo.
La sensación de sus dedos alrededor mi pene hizo que todo lo demás se desvaneciera.
Solo existíamos ella y yo.
Deseaba a esa mujer.
De sus pechos fui bajando por su vientre, besando cada pocos centímetros.
Al llegar a su tanga, empecé a bajárselo.
– Un momentito, – dijo cuando se lo había quitado y descubría que lo llevaba totalmente depilado
Se fue totalmente desnuda a paso rápido a lo que supuse su dormitorio.
Me quité los calzoncillos.
Volvió con un preservativo a medio abrir.
En realidad, yo tenía dos en la cazadora.
Se lo puso entre los dientes y con esa sonrisa que había estado dirigiéndome las últimas semanas me empujó hasta sentarme en el sofá.
Se puso de rodillas sobre la alfombra, tomó mi pene y comenzó a hacerme una paja, lentamente, mientras me miraba a los ojos.
Comenzó a chuparlo ligeramente, empezando por el glande.
Solo podía pensar en que hacía unas tres semanas todo esto solo lo sentía posible en mi cabeza.
Absorto en el placer y en esos pensamientos estaba cuando noté que me estaba poniendo el preservativo y ayudé.
Se subió a horcajadas sobre mí al sofá y comenzó a acariciarme el pecho y a comerme el cuello.
Sus tetas no eran demasiado grandes, pero perfectamente formadas, unos pechos que invitaban a comerlos y tocarlos.
Jugué con uno de sus pezones y lo chupé, luego el otro.
Ella me estaba dando lametones por todo el cuello.
Comencé a rozarle el clítoris con el pene y busqué la vagina.
Entró lentamente y ella dejó escapar un gemido ahogado.
Se acercó a mi oreja, me mordió el lóbulo y me susurró:
– No te muevas
Comenzó a subir y bajar como si le hubieran dado cuerda, lento al principio.
Llevé mi mano a su clítoris, rozándolo como podía acompañando con mi mano sus movimientos arriba y abajo.
Sus gemidos podrían oírse en toda la casa.
A veces llevaba una de sus manos a la mía que estaba en su clítoris.
Ciertos movimientos de su cuerpo denotaban que estaba empezando a deshacerse en placer.
Subió el ritmo de sus movimientos.
Algo me obligó a moverme yo también.
Ella seguía subiendo y bajando como si le fuera la vida en ello y yo trabajando su clítoris.
Al cabo de un rato pegó una serie de gemidos desgarradores que alguien escuchando podría decir que eran de dolor.
Nos corrimos.
Se desplomó sobre mí, jadeando, durante un rato que sería como un minuto pero que a mí me pareció una eternidad.
Quería sentirla tan cerca de mí que casi oía su corazón, sintiendo el olor de su cuerpo, de modo que no me moví yo el primero.
Se irguió para sacársela y me besó de nuevo.
Me quité el preservativo.
Antes de que pudiera decirle que yo tenía otro, se fue de nuevo al dormitorio.
Busqué el baño para coger un trozo de papel para envolverlo y tirarlo luego, también para limpiar lo que hubiera que limpiar.
Al ir de nuevo al salón, vi que estaba entrando mientras empezaba a abrir otro preservativo.
+ Trae aquí, ahora voy a hacerlo todo yo, – dije, arrebatándole el preservativo de las manos
La cogí de las caderas y la empujé hasta esa parte del sofá que parece un diván, para tumbarse en dirección a la TV.
Hice que se tumbara allí y me abalancé sobre ella, empezando por besarla brevemente, siguiendo por su cuello, devolviéndole los lametones de antes.
Con una mano me apoyaba y con la otra le acariciaba las tetas, deteniéndome en los pezones.
Fui bajando hasta su pecho.
Mi mano bajó hasta su coño, que en ese momento estaba ya muy húmedo.
Noté que tenía las piernas cerradas y se las abrí lentamente, mirándola a los ojos.
Le comía las tetas mientras la masturbaba, dos dedos dentro y el pulgar en el clítoris.
Empezó a gemir, primero levemente y después violentamente.
Dejé de masturbarla y empecé a comer su coño, prestando atención a sus labios.
Ella se llevaba las manos a las tetas.
Sus gemidos se convirtieron en respiraciones pesadas, por la nariz y por la boca, luego gemidos de nuevo, combinados con risas traviesas.
Notaba cómo me agarraba del pelo.
Quería follarla ya.
Estaba perfectamente húmeda.
Me erguí para ponerme el preservativo.
Sus gemidos perdieron intensidad hasta convertirse en respiraciones acompañadas de un hilo de voz.
Se masturbaba mientras yo me ponía la goma, sus ojos clavados en mí.
Sus piernas no podían estar más abiertas.
Una vez puesto le levanté la pierna izquierda y la puse sobre mi hombro.
Acaricié su coño con al glande, mi mano derecha sujetando su pierna.
Rocé su clítoris una vez más con la punta y entré en ella.
Dejó escapar un gemido ahogado.
Tenía los ojos cerrados, ambas manos en sus pechos.
Yo creía que iba a explotar de placer y emoción.
María era mía, al menos esa tarde.
La tenía para mí.
Comencé a follarla con movimientos lentos, pero seguros, moviendo mi cadera rítmicamente.
Con la mano izquierda jugaba con su clítoris, suavemente, en círculos.
Los gemidos de María eran bastante espaciados, pero altos y profundos.
En un momento dado soltó uno largo que terminó en una inspiración pesada.
Dejé el clítoris y me abalancé sobre ella como pude tras bajarle la pierna de mi hombro y me centré en sus pechos y en el cuello.
Seguía follándola.
Sus piernas se cerraron sobre mi espalda, al mismo tiempo que yo jugaba con su pezón derecho.
Estaba derritiéndose en placer, sus gemidos eran más seguidos, largos y profundos.
Tomé su cara con mi mano para besarla.
Retiró la cara para dejar salir un gemido tras otro.
Estábamos cerca del orgasmo.
Bajé el ritmo y volví a su clítoris.
Quería provocarla un orgasmo monumental.
O varios.
Sus gemidos seguían siendo muy seguidos y ahora más profundos.
Comencé a acariciarle el clítoris de nuevo y sus movimientos indicaban ligeras convulsiones.
De repente comenzó a gritar, sus piernas casi se cerraron, todo lo que las dejaba mi cuerpo.
Sus ojos cerrados y la boca abierta, estaba teniendo un intenso orgasmo.
Se agarró los pechos.
Su grito era desgarrador de nuevo.
No dejé de acariciarle el coño hasta que su grito bajó de intensidad, al cabo de medio minuto.
Comenzó a respirar pesadamente, con los ojos aún cerrados, yo estaba a punto de correrme, pero bajé el ritmo, casi parando, su cuerpo se relajó.
– Sigue, sigue, sigue, sigue, -dijo, casi con un hilillo de voz, abriendo los ojos
Comencé a follarla de nuevo.
Sus gemidos profundos no tardaron en llegar.
En dos minutos yo me estaba corriendo y poco después ella pegaba otro grito, algo menos intenso que el anterior, pero igualmente desgarrador.
Otro orgasmo.
Al verla ahí gozando, deshaciéndose en placer, solo me salió una sonrisa de satisfacción.
Había hecho gozar a María, como en mis pensamientos y ciertos sueños.
Cuando su orgasmo fue perdiendo intensidad, me cogió por el cuello y me atrajo hacia ella para besarme, varios besos cortos.
Salí de ella y nos quedamos ambos jadeando, ella tumbada donde había estado todo el tiempo y yo recostado como pude en el poco espacio que ella dejaba.
– No sabes cómo necesitaba esto
+ ¿Fumas?
– Jajajaja, no.
¿Tú sí?
+ No, tampoco, -dije, acercándome a su cuello para sentir de nuevo el olor de su cuerpo, – madre mía, qué bien hueles
– Pues no llevo perfume
+ Precisamente por eso
Me levanté y me quité el preservativo.
Ella fue a por su ropa.
Nuestras prendas formaban un remolino por la mitad del salón
Tras vestirnos de nuevo se acercó a mí y nos besamos.
Luego me abrazó.
– Me ha encantado cómo me has follado
+ Me inspiras, María
Se apartó de mí y se dirigió al sofá.
Nos sentamos.
+ Has tomado la decisión más rápida de tu vida, ¿eh?
– ¿Cómo?
+ Cuando me estaba yendo.
Antes me has apartado de ti y luego has venido a mí, me has besado y llevado al salón con intenciones clarísimas.
Empezó a sonreír sin mostrar dientes y bajo la mirada.
Luego me miró a los ojos
– Ya… ha sido todo lo que me has dicho antes, de que te vuelvo loco.
Me ha impactado.
Has sido muy atrevido al decírmelo.
Y tu honestidad, el hecho de que me has dicho lo que sientes a la cara, sin dudar ni un momento.
La verdad es que me has puesto cachonda, sumado a todo lo que ha pasado últimamente.
Me ha encantado.
Al principio me parecía mal y no estaba dispuesta, pero luego me he dado cuenta de que, si lo hacía, no iba a arrepentirme después.
Por muchas cosas creo que mi marido está viendo a otras mujeres…
Yo había engañado a mi novia y luego tendría mis remordimientos, pero en ese momento no podía pensar en eso, ni en nada más que no fuera ella y lo que acababa de pasar.
+ Menudo imbécil, – tenía muchas ganas de decir esto delante de ella -, teniéndote a ti en casa iba yo a ver a otras mujeres, – dije riéndome, sin entender quién querría estar con otra mujer teniendo a esa diosa
– Jajajaja, eres adorable
+ Y tú eres preciosa
Me dedicó esa sonrisa que ahora ella sabía que yo detectaba.
Estaba sentada con el codo sobre el respaldo del sofá, sujetando su cabeza con la mano.
Se acercó a mí y pasó su mano por mi barba.
En eso estábamos cuando de repente se sobresaltó como acordándose de algo y miró el reloj de la pared, muy seria.
Yo miré el mío y entre unas cosas y otras llevaba en su casa cerca de dos horas.
– Casi las 7:30.
No creo que tarden mucho más.
Mi marido y los niños.
Se los ha llevado al cine, me imagino que la película ya la habrán visto.
No sé si irán a comer algo
+ ¿Porqué no has ido tú?
– Le dije que tenía mucho que corregir, que es verdad, pero pensé que era buena oportunidad para hablar contigo
+ Me encanta que canceles planes por mí jajajaja
– Jajajaja, serás…, -dijo dándome un capón en el hombro.
Ese golpe me sentó casi mejor que sus besos.
+ Sí, mejor me voy, no creo que le caiga bien a tu marido
Me fui yendo hacia la puerta tras darla un breve beso en los labios.
Me acordé de los dos preservativos que tenía en la cazadora.
Pensé en dárselos.
El envoltorio de los suyos y os míos solo se diferenciaba por unas letras negras pequeñas.
+ Toma, por si tu marido los tiene contados y le da por jugar a los detectives
– Ah, perfecto, gracias.
Pues no creo que los tenga contados, hace un tiempo que no los toca conmigo…
+ Bueno María, pues pasa buen fin de semana, te veo el lunes, – dije, antes de besarla otra vez
– Igualmente.
Adiós, tigre, – su sonrisa no se había borrado en unos cuantos minutos.
Tras esa tarde María ya no sería la protagonista de unas fantasías desencadenadas por la desesperación de no poder estar con ella: ahora podía rememorar nuestro encuentro sexual, pero también sabía que uno no me iba a ser suficiente.
También quería llegar a conocerla un poco más fuera del ámbito profesional.
Solo tenía que descubrir si para ella había sido suficiente o no.
Así es cómo pasamos de ser simplemente compañeros de trabajo a acostarnos por primera vez.
Al salir de su casa esa tarde la euforia me salía por las orejas.
No había ni he experimentado otro subidón de autoestima así en mi vida.
Creo que me lo notaban hasta los desconocidos.
Pensaba en que, si ella no hubiera tenido problemas con su marido y si aquel día no hubiéremos coincidido en la sala de profesores, nada habría pasado entre nosotros.
Era inconcebible, como un sueño.
Hemos tenido varios encuentros sexuales más.
A lo mejor me decido a relatarlos aquí en siguientes partes.
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