Una niña llamada Pablita
De su deseo ferviente por experimentar nuevas sensaciones, me regaló la indemnidad de su inocencia.
Que tal amigos de SST. Luego de bastante tiempo sin publicar vivencias, comparto con ustedes la siguiente, a la espera que, de cierta forma, logre saciar los recuerdos de lo vivido durante el tiempo, como hermoso testimonio de uno de los placeres más deliciosos que haya podido experimentar a mis ya casi cuarenta años.
Llevaba bastante tiempo viviendo con mi mujer en este edificio, el cual ubicado en un sector exclusivamente residencial, se torna una pasarela interminable de hermosos chicos y chicas de todas las edades, con distintas dimensiones de culitos, tetitas y hormonas a full del solo examen en sus rostros. Y así, unos cuantos pisos más abajo del mío, residía la pequeña Pablita de 9 años, quien era alumna de mi esposa en el colegio al cual asistía, y a la que conozco desde hace un par de años conjuntamente con sus padres.
No obstante, algo en ella había cambiado con el correr del tiempo. Su culito se había abultado, su cinturita alcanzaba leves curvas y los montes de esos pezones que reposaban en sus pechos a flor de primavera comenzaban a destacarse en sus playeras, notándolos siempre erizados cuando me la encontraba en el ascensor. Su rostro llegaba a dimensiones de niña en vías de hermosura en desarrollo, de porcelana, y su cabello liso y sedoso hacía sentir viva mi ingle cada vez que me permitía tocarlos en lúdicas caricias, culminando la perfección de su esplendoroso cuerpecito las clases de natación que contribuían a su tonificación con mayor realce.
Dada la confianza que sus padres depositaban en nosotros, con el correr del tiempo me permitían retirarla a la salida de sus clases, ello porque mi trabajo quedaba medianamente cerca de su establecimiento, y me servía de buen copiloto al retorno, no exento de distracciones a la tentación de sus moldeadas piernas, siempre relucientes tras sus cortos shorts de colegio, que de vez en cuando, solía sobar con mi mano libre sin que advirtiera de ella rechazo alguno a mis improvisadas caricias.
Y así ocurrió que un día, en el que nadie atendió la puerta de su departamento, me tocó llevarla al mío mientras sus padres no llegaran. Con el correr de la jornada, me enviaron un mensaje indicándome retrasos involuntarios, y pidiéndome por favor, casi a modo de súplica, si podía cuidar de ella hasta llegada las cinco de la tarde, vale decir, solos ella y yo por casi tres horas, ya que mi esposa solía llegar a casa pasado ese horario. Lo admito, la tentación era irresistible, y aunque jamás imaginé que viviría lo que a continuación estoy por escribir, me animaba a sobar sus piernas mientras veía televisión junto a ella en el sofá, a abrazarla por atrás cuando iba a la cocina por algún refresco, y a puntearla levemente como acto lúdico cuando me la topaba transitando en el pasillo de mi departamento, sin aspirar a nada más allá de lo debido, y que pudiese implicarme perniciosas consecuencias de las que me pudiese arrepentir después.
A fin de bajar en algo la calentura del momento, me fui a mi escritorio oficina en el cual paso muchas horas efectuando trabajos extra programáticos, y me dispuse a avanzar un poco en lo mío, para mantener la cabeza ocupada y no propasarme de esa forma indebidamente con la nena. Estuve así un buen tiempo, hasta que la pequeña Pabla llegó a mi lado, y tras preguntar “que haces” se sentó en mis piernas de cara al computador, reposando su culito generoso junto a mi verga que, inevitablemente, comenzaba a crecer e hincharse sin que pudiere hacer absolutamente nada para evitarlo.
La niña se divertía con los videos infantiles que veía en la red, y para cuando mi erectísimo pene alcanzó su grado máximo acomodándose entre la raya de sus nalgas respingadas, noté como ella comenzó a formular involuntarios movimientos hacia adelante y hacia atrás propendiendo a la frotación de mi miembro. Naturalmente, ella obraba con inocencia y desconocimiento, mientras por mi parte me atreví a levantarle levemente su playera para besar su espalda, y pude escuchar un gemido que se escapó de su garganta: “me dio cosquillas”, sonriendo y echando su cabeza hacia atrás sobre mis hombros.
– Donde tienes cosquillas- le pregunté.
– En todo el cuerpo, pero más aquí- señaló tocando sus pezoncitos.
Sin consultarle, pasé mis manos por debajo de su playera, generándole cierta corriente en su cuerpito al tocar su abdomen, y arrancarle otro gemido ahogado cuando mis dedos medios comenzaron el masaje de sus aureolos pezones pronunciados, los cuales parecía que iban a estallar de tanta tirantez, en un primer placer desconocido para ella que poco a poco comenzaba a disfrutar. Para cuando humecté mis dedos con saliva abundante, retomando el masaje en círculo de sus pronunciados montes, dio un gritito que erectó de sobremanera mi pene palpitante y babeante de precum, ese que me brotaba del solo estremecimiento de la niña, aunado al frote que ésta le daba con la raya de su colita pomposa, levantándose a tal punto que la cabeza quedó enterrada entre sus nalgas por sobre la ropa, y la niña finalmente lo notó.
-¿Qué tienes ahí?- preguntó mirando mi entrepierna.
-Nada- atiné a responderle.
-¿Cómo nada? Si casi se te sale del buzo- aseguró-
-Bueno, es mi pene, ¿contenta?- respondí.
-¿Y por qué está tan hinchado? –insistió.
-Pablita, por favor, ya no me preguntes esas cosas, no es correcto- me defendí.
-Pues dime, seguiré preguntando hasta que me respondas- insistió con vehemencia.
-No lo sé chiquita, a veces a los hombres nos pasa eso, y por favor no sigas mira que si tus papás se enteran, me matan- supliqué.
-Quiero verlo- exhortó.
-¿Estás segura?- le pregunté, asegurándome de no obligarla absolutamente a nada.
-Sí, y que sea ahorita- me ordenó.
La situación era extremadamente ardiente, sentía mi cuerpo como afiebrado de tanta calentura, el corazón me latía a mil por hora, sudaba frío, y me temblaba el cuerpo por completo. Llevaba meses sin sexo, las relaciones con mi esposa no eran de las mejores en el último tiempo, y la líbido acumulada que llevaba dentro de mí hizo que me bajara el buzo, luego mis humedecidos bóxers, y finalmente mi verga hizo su aparición en todo su esplendor. La niña quedó boquiabierta, tanto que estuve a punto de bajar sus humedecidos labios hasta mi cipote palpitante, pero me contuve; lo examinaba como si hubiese descubierto algo en extremo novedoso para ella. “¿Puedo tocarlo?”- preguntó-, y al asentirle con mi cabeza, comenzó a frotar su dedo índice sobre la base del frenillo humectado en precum, jugueteando con sus dedos con la viscosidad que de él emanaba, luego lo cogió de la medianía del tronco para apretarlo un poco, y exclamar su júbilo cuando advertía que la cabeza bombeaba su ensanchamiento: “Mira, se hace más grande cuando lo aprieto”. Sentía que de seguir así, con su solo roce, con su solo tacto de sus indemnes manos, estallaría en cualquier momento, inevitablemente.
-Ya es suficiente- le dije guardándome el miembro.
-No, pero yo quiero seguir jugando con él- reclamó.
-Entiende, no es correcto, y si tus papás se enteran me puedo ir hasta preso- le dije-
-¿Por qué? Si no estamos haciendo nada malo- insistió.
-Porque a este tipo de juegos sólo se les permite jugar a los adultos, no a los niños. Y si seguimos con esto, la policía vendrá y me llevará con ellos, no es correcto- le espeté.
-Pero hagamos algo…no le contamos nada a nadie, ni a la tía (mi esposa), ni a mis papás- propuso.
La verga me dio un salto de golpe al escuchar tan irresistible oferta, provenida de una hembrita que aunque pequeña, comenzaba a desarrollar celo sexual y deseos enormes de ser satisfecha, bien me lo decían sus pezones pronunciados por la ocasión, sus nalgas deseosas de ser atrapadas a mano desnuda, y esa oscura mancha que resaltaba entre sus piernas por sobre su short claro y ajustado.
-¿Qué te ocurrió Pablita, te orinaste?- le consulté.
-Ay no, tengo muy mojado, pero no he sentido deseos de orinar- contestó.
-Déjame ver- le pedí, mientras con una mano la atraje desde su espalda a la altura de su cintura, y con la otra me deslizaba entre sus calzoncitos hacia su vagina, para comprobar cuan mojada estaba. Cuando mis dedos sintieron su clítoris, la niña volvió a gemir sin rechazar mi contacto, y mi dedo medio se atrevió levemente a penetrar sus labios vaginales con suprema facilidad ayudado del abundante flujo que emanaba de la niña.
-Estoy sucia- dijo ella.
-No, no lo estás, es tan normal como mi pene hinchado- le aseguré.
-¿Y eso por qué me ocurre?- preguntó.
-Bueno, entre adultos pasa cuando…- pero titubee y no pude terminar la frase.
-¿Cuándo qué?- insistió ella.
– Cuando sienten deseos de coger…de hacer el amor- le sinceré.
– ¿Y eso cómo se hace?- preguntó.
– Pues, se desnudan, se acarician, se tocan, se besan sus “cositas”, y se dejan llevar sin reglas por lo que quieran o deseen hacer- le respondí.
– Ya veo…bueno, ¿y podemos jugarlo?- preguntó nuevamente- no le diremos a nadie.
Titubee un momento, el mundo parecía haberse detenido, la respiración de ambos podía escucharse sin inconvenientes, y con mi mano aun dentro de su calzoncito me aventé hacia ella y la besé. Abrió bastante sus ojos con incredulidad, seguía en mi labor tierna de besarla una y otra vez sobre sus labios, hasta que asomé mi lengua con cuidado tratando de alcanzar la suya. La niña que estuvo eternos segundos sin responder al estímulo, se atrevió a asomar levemente la suya para hacer contacto con la mía, y cuando la timidez hubo abandonado su esencia para abandonarse al juego propuesto, el beso se tornó exquisitamente enternecedor; Pablita cerró sus ojos y buscaba mi miembro mientras aumentaba la intensidad de sus besos, ya sin vergüenza.
Sin dejar de besarla, tomé su manito y la conduje hacia mi erectísimo pene, y le enseñé como masturbarlo, mientras hacía lo propio con mis dedos dentro de sus pliegues; comenzó a emitir suspiros en mayor realce cada vez que aumentaba la intensidad de mis dedos en su mojada panocha. Me puse de pie con ella asida de sus generosas nalgas mientras enroscaba sus piernas alrededor de mis caderas, y la llevé hasta mi habitación mientras no dejaba de besarla. “Maldición, esta niña me está volviendo loco” pensaba dentro de mi cabeza; la recosté con suavidad sobre el lecho de la cama, y comencé a desnudarme frente a sus ojos expectantes, a la espera de mis instrucciones.
Cuando tuvo para ella mi desnudez total, se quitó de sus zapatillas, sus calcetas, su diminuto short escolar, y su polera, quedando en una semidesnudez tan seductora como tierna, con sus calzoncitos mojados como única prenda de cubierta. Me eché sobre ella con cuidado para no aplastar la fragilidad de su cuerpo, y besé su cuello procurando de recorrerlo hasta sus orejas, con mi lengua como suave pincel de placer. Se retorcía, buscaba enroscar sus piernas en mi cuerpo, colgaba sus brazos a mi cuello, sobaba mis bíceps, mordía mi hombros cuando revolvía sus orejas con la punta de mi lengua, y para cuando seguí la ruta de besos y lamidas sobre sus pezones tiraba de mis cabellos con fuerza, casi lastimándome. Los succionaba, los lamía, relamía, chupaba con fuerza hasta querer sacarlos, y ella se retorcía, gemía, y empapaba aún más los calzoncitos bañados en su natural lubricación; mi boca seguía su camino sobre su vientre, la reconditez de su ombligo terso, y finalmente, la indemnidad de su pubis.
Con mis dientes retiré esa tanguita húmeda que había adquirido más peso a causa de su humedad, lento, hacia abajo, con ternura, y pude contemplar la magnificencia de su apretada concha rosácea. Era primera vez en mi vida que veía una vagina de esas dimensiones, apretada, pequeña, hermosa y profusamente emanadora de manantiales dulces; hubo un nuevo silencio, ella dejó sus suspiros y gemidos para mirar con detención lo que estaba por acontecer, y tras echarle un último vistazo a la virginidad de su cosita abrí mis fauces y me dispuse a devorarla, con mi lengua recorriendo desde la base hasta el clítoris, en una barrida que le forzó a brotar sus primeros gritos de orgasmo inconcluso al recibir una y otra vez el contacto de mis lamidas profundas.
No pueden imaginar siquiera el sabor de su dulzura, como si fuese miel del más selecto de los panales, dulce, salada, viscosa, espesa, y todas las texturas que sólo una mujer en celo puede generar desde sus profundidades. Devoré prácticamente todo, sus labios vaginales poco a poco adquirían un rojizo color producto del recorrido recibido, mientras advertía como ella apretaba sus pequeñas tetitas con fuerza. No quise dejar lugar sin recorrer, devoré su culito apretado con mis dedos apretándole el clítoris, entrando y saliendo de su concha como deseados invasores, con una niña de nueve años alcanzando tales grados de orgasmo que de haber tenido los ventanales abiertos, los habría oído todo el edificio.
Para cuando alcanzó el primer orgasmo de su vida, mi lengua yacía en las profundidades de sus paredes lubricadas, y recibió en sus pupilas los jugos de la nena, con su vientre subiendo y bajando en inevitable estado de éxtasis. Besé sus tetitas, las relamí nuevamente, me fundí en sus labios con ternura, y me puse de pie para que admirara cuan parada me tenía la verga con su sola excitación. La niña Pablita lo advirtió, y en un felino acto curioso gateó sobre la cama hacia mí, comenzó a besar mi duro abdomen marcado, mis caderas, mi ingle, luego el tronco del miembro con desespero subiendo hasta el frenillo, se atrevió a probar poco a poco el sabor de un buen glande babeante, y consiguió con sus labios devorar la cabeza por completo, mientras con mis manos sobre sus cabellos le ayudaba a encontrar el ritmo correcto de su primera felación.
La nena mamaba con una maestría envidiable, casi como si hubiese nacido para el arte del buen coito, se atragantó un par de veces cuando hundía mis caderas buscando su campanilla, pero en caso alguno cesó sus intensas engullidas. Se atrevió a coger mis nalgas con sus pequeñas manos para intensificar su deleite, y para cuando buscaba recuperar la respiración yo le pasaba mi pene palpitante por su carita hermosa, sus mejillas, su frente, so boquita, en pequeños golpecitos sin lastimarla. Al poco rato aprendió por sí sola que los huevos cuya leche rebosaban para ella también podían devorarse alternadamente, y que una lengua pequeña como la de ella causaba estragos cuando ascendía desde la base de éstos hasta la punta de la herramienta de un hombre deseoso de su complacencia.
-Ven aquí Pablita, ven aquí- le supliqué tendiéndome en la cama.
La ubiqué en un preciso sesenta y nueve para devorar nuevamente su apretada concha, y entendiendo el rol de la posición en la cual fue ubicada, retomó la felación de la cual comenzaba a volverse adicta. Nos chupamos absolutamente todo en dicha posición, mordía sus nalgas, las escupía, las lamía, relamía, revoloteaba su vagina como un tornado para hacerla gemir ahogada en mi miembro, y para cuando advertí que la niña comenzaba a alcanzar un nuevo clímax y el mío hacía su aparición, detuve el acto del sexo para intentar penetrarla.
No sabía precisamente cual sería la posición correcta para desvirgarla sin lastimarla, por lo que aprovechando que la nena se tendió en la cama boca arriba con los brazos rendidos sobre su cabeza, su ternura era tal que no pude evitar colocarme encima de ella con cuidado y comenzar a besarla, devorar su cuello, y abandonarme a sus labios mordiendo los míos. Cuando nuestras lenguas se encontraron y sus piernas se enredaban alrededor de mis caderas, mi pene se ubicó sin inconvenientes en medio de sus pliegues resbaladizos, mis fauces inhalaban el infantil perfume que dormía en su cuello, mientras la niña guiaba por instinto el tronco de mi pene hacia las recónditas profundidades de su relamida concha, el cual comenzaba su suave desliz logrando ingresar la cabeza del glande casi por completo. Pablita lejos de gritar, gimió con una ternura empujando su cadera hacia arriba para profundizar la penetración, mis caderas por su parte, comenzaron su descenso en sentido contrario, hasta que roído el sello de virginidad que la niña guardaba consigo mis vellos pubianos se encontraron finalmente con su pubis indemne, limpio, suave y terso.
No había tiempo para asimilar sensaciones, o mejor dicho, nuestros cuerpos no lo permitieron, pues al contacto profundo de genitales comenzamos nuestros salvajes movimientos de animales en épocas de apareamiento. La nena lo gozaba, lo disfrutaba, apretaba su vagina hasta quemar mi pene que se deslizaba con sutileza, pero firme y sin detenerse; las cosquillas iban en aumento, mi líbido contenido afloraba lentamente, ella comenzaba e sube y baja de su pancita, y para cuando sus pequeños pies apretaron mis nalgas con fuerza mi pene no pudo oponer mayor resistencia de la que venía aguantando y estalló de lleno en los interiores de su cuevita inexplorada, en incesantes chorros lácteos que emanaban de mi verga ayudados de la presión que ejercían las paredes de la niña sobre éstos, como no queriendo que por nada del mundo abandonara su interior, mientras alcanzaba el segundo orgasmo de su vida en un agudo grito de liberación que anunciaba al mundo que aquella pequeña, aquella hermosa pequeña, abría sus alas para dejar sus inocentes juegos de niña y abandonarse al primer hombre de su vida, que seguramente le regalaría otras, y mucho mejores, sesiones amorosas de exquisito placer.
Nos quedamos rendidos un buen rato, exhaustos tras la batalla de cuerpos, nos cobijamos el uno al otro con la promesa cierta de guardar el secreto que permitiera el resguardo de nuestros futuros encuentros, sin nada ni nadie que pudiere interrumpirnos. Tras una deliciosa siesta reparadora, nos despertamos, y tras vestirnos advertí que ya nada era lo mismo, todo había y habría de cambiar según estaba escrito. Cuando sus padres la fueron a retirar, recibí de ellos una oferta que sabía que jamás en la vida podría rechazar:
-Cumpa, ¿mañana podrás quedarte nuevamente con Pablita?
Dejé pasar un par de segundos, casi como si quisiese disfrutar de la respuesta única que habría de manifestarles. Miré a la niña, y ante mi afirmativa, sonrió.
Nos vemos mañana, Pablita.
CONTINUARÁ…
Rico relato espero pronto la continuación
Delicioso relato
Excelente me pudo muy duro
Muy rico el relato espero mas
Me puse bien fierro
Qué delicioso mirar cómo ella te la chupa
Yo quiero hacérselo a un nene ♥
Se siente aun mejor