Una niña llamada Pablita II
La ninfomanía de una tentadora niña de 9 años deseosa del buen sexo.
Cuando Pablita se hubo retirado con sus padres hacia su departamento, me dejé caer sobre la cama de mi habitación boca abajo, buscando rescatar los aromas que la nena había dejado impregnados en mi cobertor. Podía ver rastros de sus flujos esparcidos por todos lados, aunados a mi semen, que seguramente brotaron de su vagina producto de la gravedad una vez que mi pene abandonó la tesitura deliciosa de su cuevita. No podía creer lo que había acabado de ocurrir, en un acontecimiento totalmente impensado, irreal, aunque no irrepetible, como bien lo averiguaría al día siguiente, cuando Pablita tocó mi puerta mucho antes de la hora prevista:
-Cumpa, mil disculpas, pero tuvimos que traerla antes porque Pablita salió antes del cole- se justificó su padre –Y como fue intempestivo, tenemos que volver al laburo, pero a las 5 ya estamos de vuelta, sin demora- agregó.
Pero su voz me brotaba de lejos, pues me había quedado impávido observando a la nena, que sin lugar a dudas se veía diferente al día anterior. Y no por ese peto ajustado que resaltaba sus erectos pezones, ni por la corta faldita que dejaba al descubierto sus piernas deliciosas y su culito pronunciado, sino más bien porque hacía menos de 24 horas mi verga había reventado el sello de su virginidad, a sus cortos nueve años. Parecía como si sus hormonas hubieren florecido con una inusual rapidez, resaltando a plenitud toda su esencia de prepúber deseosa de que disfrutasen de su cuerpo.
Se veía más alta, aunque advertí que era porque llevaba puestos unos patines rollers que realzaban aún más la postura de su cola, y cuando me disponía tapar mi verga con la chaqueta del buzo para tapar mi erección naciente su papá insistió:
-Cumpa, ¿todo bien?
-Sí, todo bien, disculpa, ando medio dormido todavía por la jornada- me excusé-
-Entonces, ¿te la puedo dejar?- preguntó
-Obvio- le respondí –tengo un juguete en casa que le puede gustar.
Cuando la puerta se cerró, y la intimidad del departamento se hizo nuevamente nuestra, la niña se colgó a mi cuello y me besó como poseída, sus piernas se enroscaban nuevamente alrededor de mis caderas mientras mis manos apretaban sus nalguitas con firmeza, amasándolas bajo la faldita y apuntándola a mi verga por sobre la ropa para calmar la calentura que tenía acumulada. Nuestras lenguas jugueteaban mientras nos sonreíamos el uno al otro, y finalmente la niña dio inicio al juego:
-¿Y mi juguete?- preguntó
-¿Cuál?- le respondí
-Ese que le dijiste a mi papá que me iba a gustar- contestó con malicia.
-Es tuyo si lo quieres- le dije en similar tono cómplice y calentón.
Al oírlo, se descolgó de mi regazo para dejarse caer de rodillas, intentando bajar con brusquedad el pantalón de mi buzo atrapado con el mástil de la erección. Cuando hubo logrado su propósito, engulló de una todo el cipote que palpitaba sólo por ella, para ella, y que invadía nuevamente su cavidad bucal colmando cada rincón de este, deslizándose entre la humedad de su lengua y sus labios que apretaban con fuerza, mientras la succión poderosa de la nena comenzaba a debilitar mi miembro con cada chupada. Ya no le resultaba un problema devorar los huevos colmados de líbido, se retiraba los vellos pubianos que quedaban atrapados en la comisura de sus labios y continuaba con lo suyo, mientras mis manos acariciaban la sedosidad de sus cabellos lacios y oscuros sin saber cuánto tiempo más podría resistir a aquel becerro mamador.
Quise apartarla porque sentía que no me quedaba mucho más, pero Pablita apretó mis nalgas con fuerza aumentando la intensidad de su felación como si aquello lo tuviese firmemente premeditado, el glande tocaba su campana y mi pubis chocaba de frente con sus labios, cada vez más rojizos, cada vez más babeantes, y cada vez más apretados cuando sentían mi pene ensancharse tras sus bambalinas; hasta que sin poder contener un segundo más el clímax que anunciaba su llegada inminente solté un grito ronco que tronó en todo el departamento, mientras una explosión láctea ocurría en las fauces de la niña que procuraba tragar hasta la última gota de aquel manantial de chorros inacabables golpeaban su paladar y deslizaban por su garganta, cuya esperma iniciaba su recorrido hacia quien sabe dónde.
Cuando mi pene cesó el regado de leche tras sus amígdalas, la niña me miraba mientras respiraba con agitación, con la boca abierta con unas cuantas gotas de semen llegándole al mentón, que al notarlo, los reingresaba a su boquita con ayuda de sus dedos. Al verla así me pareció tan inexplicablemente seductora y hermosa, que no pude evitar volver a cogerla de sus piernas para besarla, a tal intensidad que quería meterle mi lengua hasta el fondo, sin que ella rechazase mis besos desenfrenados, muy por el contrario, los devolvía con igual o mayor ímpetu que el de aquel macho dominante que por primera vez en su vida le había dado a beber el elíxir propio de una mujer caliente, en celo, como bien lo había disfrutado mi pequeña putita aún insatisfecha.
La coloqué en el sofá más amplio de la sala, levanté su falda, y me dispuse a besar su concha haciendo a un lado la tira del calzón diminuto que se había absorbido tras la hinchazón de sus babeantes labios vaginales. Para cuando tuve ante mí la desnudez de su clítoris palpitante, comencé el lamido y relamido de su cosita, siempre jugosa, siempre dulce y exquisita, con los gemidos de la niña brotando de su garganta sin que pudiese evitarlo, agudos, suplicantes, y que de su sola armonía daban vida nueva a mi pene que poco a poco comenzaba a llenarse de sangre otra vez.
Cuando mi lengua revoloteaba sus pliegues, la nena tiraba de mis cabellos con fuerza, como única solución pronta para calmar la explosión de cosquillas que nacía en el centro de su vientre. Devoraba absolutamente todo, inclusive la comisura de su ano que del mismo modo le generaba corrientes de celo cada vez que era tocado, mis labios chupeteaban con fuerza su clítoris que cada vez se ponía más rígido conforme transcurría la sesión del coito, el sube y baja de su pancita se hizo evidente, los gemidos comenzaron su paulatino aumento de volumen, su respiración se acortaba cada vez más y sus manos me empujaron hacia ella con fuerza, como si quisiese que todo mi cuerpo entrase en su caverna gelatinosa, hasta que con un grito desgarrador su orgasmo hizo su nueva aparición en la sala, dejando escapar el manantial de secretos fluidos que mi lengua recibía como privilegiado espectador, tragando todo lo que de su vagina palpitante procediera.
Me eché encima de ella para besarla, comerme su cuello perfumado, su carita de leche, y oler sus cabellos de infantil esencia. Mi pene estaba nuevamente en total erección, pareado y con babeante precum al tenor de las circunstancias, pidiendo a gritos penetrar lo que fuese. La niña lo notó también, se puso de pie, y como seguía con sus rollers puestos patinó hasta una de las paredes erigiendo la cola: “métemelo así, con la faldita puesta y en patines…por favor”- me rogó.
Y así, ante una escena de la cual ningún macho pudiere negarse al escuchar la súplica de una hembrita deseosa de éste, me puse detrás de ella, advirtiendo que quedaba en una buena altura ayudada de sus patines. Me agachaba levemente besando su cuello, tironeaba de su calzoncito rasgándolo sin quererlo, levanté su falda para tener ante mí la magnificencia de su potito respingado, y ubiqué mi hinchadísimo glande en la entrada de su concha rosácea, disfrutando de la previa de aquel placer prohibido con gustoso entusiasmo, para luego asir mis manos con firmeza en sus caderas, y hundir finalmente el falo erecto hasta la profundidad de sus entrañas.
El bombeo no se hizo esperar, los gemidos tampoco. La posición era tan exquisita, tan placentera, que de mi ombligo nacían olas de tormentosa corriente, la nena a ratos ponía sus ojos en blanco en completa concentración al placer que le brindaba el primer hombre de su vida, su macho dominante, su falo propio y sólo para ella, arqueaba su cuerpo con una plasticidad única, como queriendo facilitar el acto de la penetración a niveles jamás alcanzados. El debilitamiento de cuerpos iniciaba su curso, el “splash” de mi pelvis con su culito se tornaba cada vez más sonadero, y el clímax hacía su aparición por segunda vez:
-Ayyy, ayyy, ayyy- gemía la niña.
-Ayyy Pablita, ayyy Pablita, me encanta tu vagina, me encanta tu vagina- gritaba.
-Tu leche adentro, tu leche adentro por favor- temblaba y gemía.
-Falta poco Pablita, falta poco, ahhh, ahhh, ahhh-
-¿Ya viene?, ya viene? Ayyy, ayyy, ayyy- preguntaba.
-Si Pablita, ahí viene, ahí viene-
-Por favor que sea bastante, me gusta muchísimo tío, ayyy, ayyy-
– No puedo más Pablita, ayyy, ayyy, ahhh, ahhh, mi putita, mi putita en celo, me vengo, me vengo, ¡me vengooooooo!
-¡LECHE, LECHE, MUCHA LECHE, MUCHA LECHE POR FAVOR!- gritaba
– Pablita, Pablita, PABLITAAAAAAAAA!!!!!!!!
Y tal como me lo hubiese implorado, fuertes disparos de semen comenzaron el proceso de inundado de sus entrañas como poderoso torrente que motivaba el apretado de sus paredes vaginales, ya que según como había comenzado a notar, Pablita alcanzaba su orgasmo al ser penetrada justo después de sentir en su vientre los chorros incesantes de leche caliente recién salidos del toro que tenía asido su cuerpecito duro y a la vez delicado. La niña gritaba soltando leves risitas nerviosas, completamente satisfecha del servicio brindado por el hombre que ella había elegido para desflorarla, y seguirle regalando la inocencia de su cuerpo delicioso las veces que ella quisiese, en secreto cómplice que asegurara con éxito futuras y mejores cesiones amatorias.
Aún permanecía dentro de ella, disfrutando de su cuerpo respingado y del tacto de mis manos en sus tetitas bajo su peto, cuando el citófono sonaba desde conserjería. Me asusté un poco, hasta llegué a imaginarme que algún vecino inescrupuloso me había acusado, y contesté con la mano temblando ante tal incertidumbre:
-¿Sí?- consulté.
-Que aquí abajo está un niño pidiendo autorización para ingresar a su departamento. Dice llamarse Ignacio xxx, y que vendría siendo su sobrino- dijo la conserje.
Si bien no era mi sobrino natural, lo trataba como tal desde hace mucho tiempo, por los años de amistad manifiesta que mi esposa tenía con su mamá, ambas colegas en el mismo establecimiento. Había olvidado por completo que vendría justo este día a mi casa, ya que como ambas asistirían a una reunión de profesores, quedamos en que podía pasar la tarde a mi cuidado mientras concluían lo suyo, y jugaría play Station o con la computadora sin causarme molestias. Y vaya que era bonito el condenado, de hermosos ojos verdes una tez de porcelana que lo hacía apetecible al gusto de las niñas.
-Que suba por favor- contesté colgando el citófono.
Pablita me miró con una complicidad de la cual nunca antes le había visto. Tramaba un plan, y muy pronto lo iba a descubrir.
CONTINUARÁ…
Muy excitante espero la continuacion.