Entre profe y alumna
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por PabloCohen.
“¿Me quieres coger?” me preguntaste.
No contesté al instante.
Pensé que era broma y aclaraste que era muy en serio.
Por miedo, te dije que sí y no a la vez.
“¿Me dejarías verte masturbarte? fue tu segunda pregunta.
Te contesté que sí.
“¿Y tú a mí?” contesté, devolviéndote con cierta saña la pregunta.
Solo te reíste y te mostraste ambigua.
Era la primera vez que hablábamos de sexo por chat, la primera vez que la preparatoriana y el profesor universitario cruzaban ese umbral, ese tabú ya transgredido.
La segunda vez fue cuando me platicaste que te acababas de bañar en una albercada de tu escuela y que, como tu ropa interior –esa fue la expresión que usaste– aún estaba mojada, la humedad se traspasaba hasta tu pantalón, ese pantalón tuyo entalladísimo que te ahorca la pelvis y el alma y que siempre me ha parado de cabeza, como vil pornstar erecto a punto de morir de un infarto por tanto viagra recorriendo por las venas de su pene.
Yo imaginé el color, tamaño y textura de tus calzones siendo exprimidos por el tumulto de tus nalgas y el promontorio de tus muslos firmes y tambaleantes a la vez.
Pude imaginar la marabunta de preparatorianos alrededor tuyo, alebrestados, oliéndote como simios rasurados.
Habría muerto por que vieras lo que hacía con mi mano izquierda mientras me contabas eso.
La conversación se tornó un poco más candente cuando me pediste una foto mía en boxers.
(Casi te la mando, imaginando que me pedías una y otra más hasta que por fin me decías: “Mándame una foto de tu pene y yo te mando una de mi vagina”.)
Pero en cuanto te pedí una tuya en calzones a cambio, te negaste y el asunto se enfrió.
Después de eso se volvió inevitable, para mí, tocar el tema.
Sin embargo, esos momentos empezaron a ser más escasos y poco excitantes, pues la transgresión, al menos verbalmente, ya se había agotado.
Lo siguiente fue insinuar un encuentro real.
Ante la menor insinuación decías que sí.
A todo decías que sí, pero, como dice la canción, nunca dijiste cuándo ni dónde.
Formulé la hipótesis de que, más allá de tus caderas amplias como calles californianas, más allá de tus ojos grandes y tus piernas frondosas, tu atractivo más poderoso era la ambivalencia, el sí y el no con que vas y vienes para dispersarte de mí, todo urgido, una y otra vez.
Llegué a la conclusión de que sí: era, en efecto, el afrodisíaco era tu ambivalencia, pero sobre todo esa cara, esas caderas, esas nalgas…
Lo siguiente fue intentar soñar contigo.
Probé viendo tus fotos antes de dormir, imaginar situaciones porno-eróticas donde (juntos o separados, virtual o realmente, por chat o en persona, en masturbadero propio o recíproco, o en coito pleno) explotáramos en un orgasmo morbosamente postergado.
De forma más modesta, también anhelé un sueño en el cual contemplaba la sonrisa colgante de tus nalgas, que me abrían todo su panorama y yo corría al baño a terminar lo inevitable; u otro sueño donde la hebra de un hilo de tu tanga salía por accidente a la luz de mis ojos que, enrojecidos y brillosos, no tenían más destino que llorar con cuantioso semen el éxtasis recién contemplado.
Así, obsesionado hasta la médula, antes de tomar mi té y cerrar con ansias mis ojos, lograba despertar en la madrugada para seguir viendo tus fotos y mandarte algún mensaje en apariencia inocente para que la transgresión cobrara otra dimensión, la dimensión donde tú dormías acompasada por el ritmo del deseo y una feroz aunque tierna lujuria merodeaba el anillo de tus ojos tan redondos como tu ano virgen, mas pidiéndome a gritos ser desvirgado.
Pero mi estrategia solo funcionó en dos ocasiones: en un sueño el resultado fue sublime, pues te chupé la vida en tu vulva casi totalmente depilada y a punto de humedecerse; en otro fue mediocre, pues solo alcancé a verte en calzones negros, no tan negros como mi conciencia pero sí más sensuales.
Hoy que has llegado tú, expreparatoriana, a mi clase universitaria, no sé por dónde empezar ni si podré dejar de titubear al pedirte que dejes ya por fin el sí y no a la vez, tu seductora ambigüedad, mientras pienso que hace tiempo he anhelado la sonrisa colgante de tus nalgas y la hebra del hilo de tu tanga; que deseo tocarte hasta la calavera y adentrarme con mi mástil rejuvenecido y rabo verde por un instante en pos de la vida verdadera para después morir plácida y fatalmente por la eternidad más eterna que tu culo blanquecido por el tiempo.
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