Nuestra primera vez
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
Ese sábado, después de ocho días de nuestra charla virtual todavía quedaban lo rezagos de aquella caliente conversación que nos puso a mil e hizo que alcanzáramos el orgasmo, a 54 kilómetros uno del otro. Era la primera vez que por esta vía, llegaba al cielo, con alguien a quien le guardaba mucho respeto.
En mi mente cabalgaba el recuerdo de sus insinuaciones y mis directrices, de la plática subida de tono, una noche de descanso mientras disimulaba frente a los demás. Era inevitable, pareció como si hubiera visto su ropa interior amarilla, que dibujaba sus formas y protegía de la intemperie y el morbo: la gloria. Tantas veces le mencioné lo feliz que sería por beber del cáliz de su amor, beberlo completo, lamerlo y relamerlo hasta dejarlo vacío.
De mi parte sentía como la humedad de su entrepierna mojaba el fundillo y se escabullía por la comisura de sus encajes. De pronto lo que era un goteo, se convertía en un río que se abría paso con furia, mientras aguardaba el momento para disfrutar aquél néctar. Qué placeres vida mía guardas. Acaso no comprendes que yo, tu marido, tengo deseo de ser el primero que descubra la contorsión de tu cuerpo, desesperado por más y más y más… No finjas, te dije desde mi pensamiento, mientras aguardaba que respondas el chat.
Entonces, mientras volvía a casa, por las curvas de esa carretera que conozco de memoria, con sus ascensos y curvas, pensé que ellos eran parte de tu cuerpo y otra vez me encendió la pasión. Esta vez, como si estuviera con los ojos cerrados, los pueblitos pasaban y cada uno parecía como si me detuviera lamiendo tu cuerpo con mi lengua, llenándola de pasión y seguía al otro. Este deseo era incontenible, mi ansia por poseerte no me daba tregua, mientras alucinaba con la suavidad de tu clítoris ya ensanchado, esperando que lo lama y relama, que lo toque, que lo acaricie, que juguetee con su gloria. En mi delirio me pedías que no esperara más, que querías tenerme dentro, mientras te consolaba con los placeres de subir y bajar por tus colinas, saborear las almendras de los pezones, como nunca nadie lo había hecho, como nadie se atrevió y como desde tu sueño lo pediste tantas veces, sin encontrar respuesta. Ya me tiene mi amor, ya me tienes, loco por recorrerte y por juntos convertirnos en uno solo, cuando nuestras formas se una, cuando nuestros cuerpos inicien la danza del amor, y cuando rendidos uno unto al otro, cerremos los ojos para tomar fuerza y volver a empezar.
Esta inconciencia me llevaba hacia nuevas sensaciones; nuestras manos se entrelazaron, nuestras lenguas se buscaron con desesperación y encontré la perfección de tus senos sobre mi pecho, de la caricia de tu cuerpo blanco, desnudo, palpitante, cálido, oloroso, fresco y deseoso del placer de la carne, que te llega como nunca te llegó. Mi amor, me dijiste mientras interrumpiste el jugueteo de nuestras lenguas: -ámame como a ninguna, empieza ya la penetración que quiero sentir el placer de tenerte en mis entrañas.
Eso me excitó mucho más, estaba a punto de desfallecer. Era tanta la pasión que tenía que estaba quemándome solo. No podía ser que la musa que se convirtió en ninfa cuando descubrió mi signo zodiacal, me pidiera que le hiciera el amor como nunca lo habían hecho. -Alcánzame la gloria, bájame las estrellas, lléname con tus fluidos como si fuera el Atlántico, porque el Índico ya lo conocí virtualmente. No pares nunca, me reclamaste, y te miré sonreír.
Pero necio como soy, no te escuché, al contrario volví a recorrer tu cuerpo con muchas caricias, con profundo amor, como nadie lo ha hecho y te convertirte –otra vez- en volcán en erupción. Ya no aguantaste más y ten entregaste a los placeres carnales. Nunca te hicieron tan feliz, nunca jamás…
Y otra vez impusiste tu voluntad, fue solo entonces cuando con amor separaste tus piernas y dejaste que mi falo entrará lentamente. Sentí la estrechez y casi me quemaron tus fluidos. Tus entrañas estaban que hervían; era dificultoso el acceso. Batallé mucho. Creo que nunca te exploraron como lo estaba haciendo y estoy seguro que jamás tuviste estas sensaciones. Te delataban los gemidos. Casi se convertían en gritos y no paraban. Tus manos me acariciaban la espalda y yo seguía dentro tuyo, disfrutando y poco a poco tomándote el ritmo. Ya estabas mojada. Tus jugos facilitaban el entrar y salir, lento cadencioso. Mis movimientos se hicieron más rápidos y desesperados. Tu respiración se agitó, parecía como si te quedarás sin aire. Sudabas de placer, sudabas de deseo, tu pecho se apretó contra el mío y de pronto, nos llegó un orgasmo tan intenso, cálido y hermoso, que mojamos nuestras sábanas. Elizabeth y yo llegamos juntos.
Y desperté a mi realidad, desperté de la felicidad que me traes, desperté a mi vida cotidiana. Mi amor se mantiene intacto.
ELKE T. AMA
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