Cogida en el galpón
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
COGIDA EN EL GALPON
Nacida en el pueblo pero criada en las afueras en un campo que tenía mi padre para guardar y entrenar caballos de salto que más tarde vendería a clientes de Buenos Aires y Rosario, desde que pude mantenerme arriba de uno cabalgaba tanto como podía.
No por esa vida campesina era una salvaje, sino que había hecho mis estudios primarios en una escuela rural y como no existía en la región un secundario, mis viejos decidieron que con esa educación era suficiente para una muchacha que no tendría otro destino que casarse con alguien como yo que, por otra parte estaba satisfecha con esa determinación y ayudándole a mi padre con el papelería de las marcas, los registros municipales y las guías de transporte, conseguí como recompensa que él me dejara utilizar los mejores animales en entrenamiento.
Insólitamente y al contrario a lo que sucede con todas las campesinas, yo tenía adoración por el sol y cada vez que podía me exponía a él en una reposera como un lagarto; el fuerte dorado de esa piel ponía más en evidencia lo rubio de mi ondulada melenita recortada y orgullosa porque los hombres que trabajaban con mi padre no cesaran de decirme lindezas desde que la feminidad hiciera eclosión en mi cuerpo, me encantaba lucirme ante ellos al jinetear los animales.
Justamente por esa afición al sol, elegía la hora de la sacrosanta siesta para elegir un caballo y cruzar el campo hasta un montecito de eucaliptos que en el medio tenía un claro donde podía exponerme sobre una loneta tal como viniera al mundo.
Una tarde especialmente tórrida en la que todo parecía muerto, fui al galpón donde estaban los boxes de los caballos y tomando mi montura, me dirigí hasta el de Errático, un alazán de muy buen porte; el tinglado estaba sumido en la semi penumbra por la única luz que entraba desde el portón corredizo y que, ante mi sorpresa, fue corrido de un golpe mientras junto a mí se corporizaba la figura de Mateo, el capataz,
Suspirando aliviada por el susto, le pedí más animada que me ayudara a ensillarlo pero él, aproximándose me dijo que esa no era su intención y alargando una mano, me tapó la boca para darme vuelta y atraerme contra su pecho.
Si bien ya había crecido y tenía ya la figura de una adolescente bien desarrollada, tenía sólo trece años y me resultaba imposible resistirme a la fuerza de ese hombre que alcanzaba fácilmente el metro ochenta; pataleando en el aire porque él me había alzado contra sí, lo vi dirigirse a un box vacío en el que me arrojó violentamente sobre el colchón de pasto seco.
Sacudida por el golpe, no atinaba a reaccionar cuando él se acostó sobre mí y volviendo a acallarme con la mano, me dijo que no hiciera demasiado esfuerzo porque a esa hora difícilmente alguien podría escucharme, tras lo cual reemplazó la mano por su boca grosera en un beso brutal; con la cabeza hundida sobre el pasto, me era imposible esquivar la boca que mancillaba la mía y cuando comencé a darle puñetazos en los hombros mientras abría las piernas en inútiles pataleos, me di cuenta que acababa de meter la pata, porque él había insertado su cuerpo entre ellas y con la otra mano desabrochaba mi pantalón para que los dedos se hundieran en la entrepierna y escarbaran sobre la vellosidad bajo la bombacha hasta alcanzar el sexo.
Un chillido instintivo brotaba de mi boca sellada pero en ese momento comprobé que Mateo no estaba solo, ya que cuando liberó mis piernas para sujetarme por los hombros, hizo su aparición Adrián, su hijo mayor; espantada y en medio del desesperado sacudir de las piernas, sentí como él las agarraba para inmovilizarme e inclinándose sobre la entrepierna, tomaba mis jeans y los sacaba bruscamente por los pies junto con la bombacha.
Los alaridos sofocados por la mano sólo hicieron sonreír al hombre que soportaba estoicamente los inútiles rasguños de mis manos a sus antebrazos y en tanto me decía que ellos me convertirían definitivamente en mujer, las fuertes manos de su hijo me separaron las piernas empujándolas por los muslos hacia arriba para asentar la boca en mi sexo.; aunque sabía cómo se acoplaban los animales e imaginaba que las personas lo hacían en forma parecida, no conocía nada del sexo y esa boca abierta absorbiendo como una ventosa la vulva no sólo me produjo repugnancia sino que me dio fuerzas para tratar de rechazarlo pero, viendo mi resistencia, Adrián las bajó abiertas para apretarlas con sus rodillas y entonces no pude evitar sentir plenamente su boca.
Sin dulzura pero ya sin la violencia anterior, agitó la lengua tremolante para recorrer todo el exterior del sexo de arriba abajo y separando luego con los dedos la parte externa, la hizo trepidar furiosa no sólo sobre los frunces del interior sino que la llevó a explorar el agujero vaginal para después subir hasta ese tubito sensible a los toques que tenía en la parte superior y luego de fustigarlos reciamente, lo envolvió con los labios para comenzar a chuparlo ávidamente.
Me daba asco y vergüenza lo que estaba haciéndome pero a mi pesar y reconociéndolo con intuición femenina, sentía unos cosquilleos en el bajo vientre y mis riñones que no podían ser sino de placer; alentado por el padre, el muchachón comenzó a restregar los frunces del interior con los dedos hasta que, en cierto momento en que yo meneaba instintivamente la pelvis, fue metiendo dos cautelosamente a la vagina.
Nunca había supuesto que el perder esa misteriosa virginidad de la que tanto hablaba mi mamá iba a dolerme tanto y, sintiendo como si algo se desgarrara en mi interior, experimenté lo mismo que si una espada atravesara la columna vertebral para después estallar en la nuca; rugiendo por el sufrimiento y la rabia, sacudía el cuerpo como si estuviera electrificada hasta que me di cuenta que con eso sólo colaboraba en la penetración que, además, comenzaba a hacérseme grata y entonces, aflojándome en medio de sollozos y gemidos, sentí a los dedos escarbando curvados dentro de mí para después comenzar un maravilloso ir y venir que terminó excitándome.
Mateo se dio cuenta de mi cambio y diciéndole al hijo que ya estaba lista, me sujeto aun con más fuerza mientras yo veía espantada como aquel se desnudaba, para arrodillase frente a mí y tomando una verga que ya estaba dura, la apoyó contra la entrada mojada a la vagina y presionó; si los dedos me habían provocado sufrimiento, lo que el falo estaba haciendo no sólo era dolor sino que se aproximaba a la tortura.
Mi garganta enronquecía por los bramidos que Mateo sofocaba y los sollozos ya habían sido superados por el llanto que corría por mis mejillas para escurrir hacia mis oídos, pero cuando el muchacho, aferrándome por las caderas consiguió que la verga penetrara a la vagina en medio de un dolor insoportable cómo nunca sintiera, lo expresé en las convulsiones del pecho que, sin embargo, cuando él iniciara un cansino vaivén, algo se modificó en mí, ya que una nueva sensación de puro goce fue invadiéndome y buscando atávicamente sus antebrazos, me así de ellos para darle envión al cuerpo, proyectándolo hacia él.
Mateo estaba contento y en tanto aflojaba la presión de la mano en mi boca, le señalaba a su hijo que él le había dicho que yo era toda una putita en potencia y, como para demostrar la verdad de su aserto, puso entre mis labios entreabiertos la cabeza de una verga gorda y húmeda que sin embargo no me causó repulsión; es que, aparte de los desgarros y excoriaciones en la vagina, el tránsito del falo se me hacía maravilloso e instintivamente, separé los labios para detener al miembro de Mateo con los dientes apretados.
Realmente no sabía que hacer pero imaginaba cómo y alargando los labios envolví parte del glande en suave chupar y ese gusto extraño, ni ácido ni dulce, sumado al calor de la verga me gustaron y entonces, luego de varias de esas pequeñas mamadas, fui separando los dientes y él, interpretando mis dudas, la introdujo despaciosamente; resollando fuertemente por el esfuerzo de la cogida, chupetee repetidamente la ovalada cabeza entreteniéndome con el surco que alojaba al prepucio.
Decididamente, aquello me gustaba y aunque cada cosa nueva significara un sufrimiento, el resultado era tan delicioso que estaba dispuesta a aguantarlo todo pero no denotando mi disfrute, qué pensaran que realmente me habían violado y no les sería fácil seducirme de esa manera; Adrián ya me había agarrado por los muslos y cuando de manera automática ajusté las piernas ardedor de su cintura, él comenzó una cogida tan buena que nuestras carnes chasqueaban por el choque de las carnes mojadas y que yo complementé con mis talones empujándolo por las nalgas.
Por otra parte, ya la verga de Mateo iba ocupando más lugar dentro de mi boca mientras él se inclinaba para manosear mis tetas; obnubilada por tanto dolor-placer, no hacía sino retorcerme y efectuando movimientos de succión con los labios, iba tragando esa verga maravillosa que aun no era un falo en golosas chupadas.
Los dedos no sólo amasaban mis tetas sino que pellizcaban los pezones que alternaban con pellizcos dolosísimos de índice y pulgar en tanto el ondular de mi cuerpo hacía que Adrián y yo encajáramos cada vez mejor; en lo mejor de esa fantástica cópula y saliendo simultáneamente de mí, los hombres me dejaron aquietar las agitadas palpitaciones del cuerpo por la falta de aire y, sintiendo como en su interior la vagina pulsaba inflamada por la cogida, no reaccioné cuando Mateo me hizo arrodillar y quedando en cuatro patas, sentí como esa verga que erigiera chupándola, se apoyaba a mi sexo mojado por el sudor y los jugos internos en tanto que Adrián se arrodillaba frente a mí con el falo en ristre para conducir mi boca a su encuentro.
Retornando a mi papel de virgen mancillada, expresé una quejosa negativa que por supuesto desoyeron y sollozando verdaderamente de dolor, sentí como el falo de Mateo, sensiblemente más largo y grueso que el de su hijo, reavivada las llamaradas del dolor en mi vagina terminando de desollarla; ignorante de toda ignorancia, no podía creer lo que las mujeres soportaban de los hombres y ese tronco inmenso separando las canes me producía un dolor incomparable y cuando el llanto ponía en mi boca estertorosos gemidos, al comenzar a retirar la verga, comprendí aquel por qué; una súbita sensación de paz, algo tan placentero como no sintiera jamás, comenzó a invadirme y cuando él dio inicio al vaivén, entrando y saliendo, de mi boca ya no salieron gritos espantados sino enfervorizados asentimientos.
El goce me obnubilaba pero igual tuve conciencia de la presencia de Adrián quien se hizo notar al restregar la punta de su verga contra mis labios entreabiertos por la exclamaciones y recordando el placer con que chupara al de Mareo, los abría para dejar que fueran entrando ala boca y cuando comencé a experimentar un principio de náusea, fui retirando la cabeza en tanto una mano atrapaba al tronco para acariciarlo al tiempo que lo sostenía.
Con las manos de Mateo asiéndome por las caderas al tiempo que hamacaba su cuerpo en un arco perfecto para estrellar la pelvis contra mis nalgas sudadas y la verga de Adrián entrando y saliendo de mi boca como si fuera una vagina en medio de los intensos chupeteos que yo le daba a la mamada, fui cayendo en una especie de beatitud en la que perdí el sentido del tiempo y hasta de mis propias sensaciones.
Y así estuvieron sojuzgándome un rato hasta que cambiaron de lugar para alternase en la cogida y la mamada hasta que a una indicación de Mateo, sujetándome por la cintura, Adrián fue echándose hacia atrás y yo, con la ayuda del padre, acompañe ese movimiento hasta quedar arrodillada y con el torso alzado derritiéndome en los besos que el hombre mayor me daba a la vez que estrujaba maravillosamente mis tetitas, seguí sus indicaciones para flexionar las piernas e imitando el trote inglés, subía y bajaba el cuerpo con la verga socavándome desde distintos ángulos.
Arrodillado frente a mí, Mateo fue bajando la boca a las tetas y su boca se dedicó a chuparlas con tanta fuerza y dedicación que me hacía gemir de dolor: Yo había encontrado un ritmo al subir y bajar que me hacía disfrutar de la verga en mi interior mientras con boca y manos el capataz de encargaba de incrementar mi calentura; sin saber cómo ni por qué me encontré alentándolos a cogerme más y más y como si mi reclamo conviniera a su plan, el padre comenzó a hacerme girar hasta quedar de frente a Adrián para que este se cebara en los pechos con sus manos, arrastrándole hacia él para que pudiera chuparlos.
Sabiendo ya cuál era la cadencia necesaria para disfrutar de esa verga carcomiendo mis carnes, di a las caderas un cansino vaivén y ensimismándome en el disfrute de boca y dedos haciendo subyugante su juego, sentía a la boca de Mateo recorriendo mi espalda, mis caderas y mis nalgas en combinaciones deliciosamente excitantes de lengua y labios y cuando él llevó un dedo al sexo para introducirlo junto a la verga, me pareció elevarme a un alienante placer.
La lengua del capataz colaboró a incrementarlo al recorrer tremolante la hendidura entre las nalgas y cuando, tras separarlas para darse lugar buscó estimular mi ano, un cosquilleo similar al de unas ganas inaguantables de evacuar me hizo proclamar mi asentimiento que incrementé unos momentos después cuando él fue acompañando la lengua con la punta del índice que, poco a poco fue ganándole terreno para terminar por hundirse suavemente en la tripa.
La boca y los dedos de Adrián en las tetas, su verga entrando y saliendo de la concha y el dedo de su padre metiéndose en el culo me volvieron loca de placer, pero cuando fue agregando dedos al ano que se dilataba mansamente a esa exigencia, prorrumpí en grititos y exclamaciones gozosas que me desesperaron porque parecían preanunciar algo extraordinario y, efectivamente, así fue.
Aun antes de sacar los dedos, Mareo dejó caer sobre el culo una gran cantidad de saliva que serviría de lubricante al paso del tremendo falo que había endurecido masturbándose; el que sacara los tres dedos me intrigó y casi sin prestar atención a lo su hijo hacía en mis tetas, me espanté al sentir la suave redondez de la punta de su verga presionando los esfínteres.
Cobrando por primera vez conciencia de a que me llevara esa calentura juvenil que hacía estragos en mi bajo vientre y la entrepierna, por primera vez intenté una verdadera huída que no hizo sino precipitar las cosas, ya que a mis gritos desesperados de auxilio, Adrián respondió dándome dos fuertes cachetazos que me paralizaron para después inmovilizarme con una mano en la nuca en tanto la otra ceñía mi cuello en un claro estrangulamiento que sentí rápidamente por la falta de aire.
Presionando con una mano en mis riñones, Mateo hizo alzarse mi grupa y entonces, muy despaciosamente, el glande fue desplazando los musculitos del ano y en medio de lloriqueos que escasamente conseguía reprimir, en medio de un sufrimiento espantoso, experimenté una martirio enorme mientras el tronco distendía cruelmente los tejidos hasta que, ya superado ese obstáculo, la formidable verga del capataz fue hundiéndose en la tripa hasta que la mata velluda se estrelló contra mis nalgas.
Clavando la frente en el pecho de Adrián di rienda suelta al llanto, no dando crédito a que mi cuerpo adolescente y virgen además, diera cobijo a esas dos grandes vergas penetrándome como arietes y así, entre mis sollozos acongojados y los bramidos de los hombres, los sentí descargar en vagina y tripa las cálidas melosidades de sus espermas, provocando que, antes de sumirme en una especie de sopor que me llevaría a la perdida de consciencia, sintiera mis entrañas explotar en espasmódicas contracciones al tiempo que expulsaba los líquidos del alivio.
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